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Ravel; más que un bolero...

en Hetero: Primera vez

El bolero sonaba fuerte, comenzaba con esa rotundidad que lo caracteriza...

Solo se escuchaba la música...

La cara juvenil de Ainhoa se reflejaba en el espejo, detrás de su estilizada figura se situaba el maestro que iba soltando cada una de las horquillas de su melena hasta que sus tirabuzones fueron liberados cayendo por sus hombros...

Las mejillas de la pupila se sonrojaron mientras los dedos ágiles y estilizados, de un talante especialmente artístico, de Javier se situaron en su cuello y descendieron lentamente por los brazos proporcionando un carácter especialmente tierno a la situación... "cierra los ojos y escucha la música Ainhoa"

La barbilla de Javier se posó sobre la espalda de la chica y cerró los ojos sin parar el movimiento ascendendente y descendente de sus brazos por la piel de la muchacha...

"Ainhoa debes sentir la pasión en la música, emplear tu bonito cuerpo para estremecer a quien quiera disfrutar de una buena pieza de ballet. Ravel con este bolero pretendió una obra atractiva usando exclusivamente la técnica de la orquestación, escucha... una acumulación constante de instrumentos que repiten la misma música cada vez más fuerte. ¿Esto podría parecer monótono, verdad? Igual que si estuvieras haciendo indefinidos" fouetees" en el centro del escenario... en cambio debes añadir un toque personal a tu estupenda técnica... la pasión"

El silencio se apoderó de la sala, los ojos de los dos se abrieron y se miraron a través del espejo que les reflejaba. Las manos de Javier envolvían el cuello de la joven de forma sosegada intentando transmitirle serenidad. Mientras, la música iba adquiriendo más fuerza...

"Cuando a Ravel se le terminaron los instrumentos habituales de una orquesta tuvo que emplear afinaciones atípicas para instrumentos como la trompeta, el clarinete, el oboe de amor, y el saxofón. El brillo del sonido y la graduación del volumen es tan perfecta que en ningún momento se tiene sensación de monotonía y todo se resuelve en una explosión final. Debes sentir como la música te acaricia y te envuelve... como si fuera tangible Ainhoa, como si lo pudieras sentir..."

Las manos de Javier presionaban con una intensidad sugerente la columna vertebral de la muchacha, entre un acto de masaje terapéutico y caricias llenas de comunicación.

El oscuro pelo del profesor caía por encima de sus ojos, y su mirada serena se fijaba en su alumna. La música retumbaba tanto que Ainhoa podía sentir como todo el cansancio y agonía de los últimos días de ensayo se esfumaba por la pequeña ventanita de la sala que parecía el marco de un cielo estrellado por el que ya asomaba la luna. Desde que comenzaron los ensayos, de lo que parecía la oportunidad para forjarse una carrera profesional como bailarina, sentía que hubieran caído sobre sus desnudos hombros kilos de miedo, casi terror.

" Tú sola en el escenario, tu "cavalier" es Ravel, etéreo, fugaz, invisible... que entra por tu oído y te posee Ainhoa... debes sentir que la música te posee... debes sentir que os fundís en uno... escúchala y abre tu corazón para que pueda entrar..."

Javier envolvía con sus muñecas la cintura de la joven chica. Posaba la palma de sus manos en la curva de la misma y con uno de sus dedos ascendía por los laterales rozando el límite de sus pechos...

" Es como el amor Ainhoa, quizá por tu juventud no sepas que estoy diciendo... pero las caricias lo dicen todo, muchas veces más que las palabras. Si cierro los ojos y sello mis labios, con mi mano puedo conmoverte más que con una palabra"

En la soledad de la academia, cuando las zapatillas de punta, las castañuelas, los zapatos de tacón parecían dormir, Javier se sentó frente a ella, cerro los ojos y comenzó a pasar la yema de su dedo índice por los párpados, la chata nariz, los infantiles labios, la barbilla, cuello. Con un solo dedo siguió descendiendo entre el silencio de ella y los gritos de la pasión musical, desplazando su dedo entre los dos pechos, abdomen, el relieve que indicaba la presencia de su ombligo, el vientre... hasta parar en seco.

 

Minutos antes la tensión se cortaba en el ambiente. Horas de ensayo multiplicadas por muchos días de trabajo...

... Una vez más...

Con paciencia Ainhoa volvía al rincón de la gran sala, para repetir el ejercicio. Su pelo se recogía en un tirante moño que resaltaba la frescura de su rostro. La mirada marina de la bailarina se mostraba cansada, aturdida y ante todo preocupada.

Aún se preguntaba por qué su Ballet Master la eligió a ella y no a cualquier otra pupila de actitudes magistrales. Su recién llegada adolescencia le había acarreado problemas para ejecutar su gran pasión. Sus piernas habían crecido más rápido de lo que su sentido del equilibrio había sido capaz de asimilar, y su fuerza muscular la había llevado a convertirse de la alumna más aventajada al patito feo del cuento. De esto no hace más de año y medio.

Su altura había llegado a alcanzar el metro setenta centímetros en cuestión de semanas. Llego tardía, pero al explosionar la revolución de las hormonas en el interior de su ser parecía que todo quería desarrollarse con rapidez. La forma de su vientre se transformó, ocultando de la noche a la mañana la curvita infantil, para sustituirla por una pared vertiginosa y casi hundida sobre la que resaltaban dos huesos pertenecientes a su cadera. Sus pechos, redondos y firmes comenzaron a delatarse por una aureola inflamada que se fue alzando sobre los dos montones de carne suaves, tersos y blanquecinos.

Ainhoa a sus 17 años, se había convertido en una bonita joven, que mantenía una buena "línea". Esto en los términos de la danza no implica únicamente un físico proporcionado y estética agradable. En el argot, más bien, se refiere al contorno que presenta un bailarín mientras que se ejecuta, camina y se presenta según el arreglo de la pista, del cuerpo, de las piernas y de los brazos en una actitud o un movimiento. Ainhoa, tras el año y medio de desajustes era perfecta...

 

En cuanto a técnica, su profesor no podía reprocharle nada, cada movimiento rozaba la perfección de las grandes profesionales. Estática, realizando una "Attitude" con su cuerpo sostenido sobre una pierna mientras la otra se levanta hacia delante o hacia atrás y la rodilla se dobla, volteándola hacia fuera, Javier entendía porque decían que esa posición estaba basada en la estatua del Dios Mercurio de Giovanni da Bologna. Aún así, se desesperaba, no era capaz de entender porque esa coreografía no se había convertido en lo que él había querido transmitir. Tenía en sus manos a la mejor bailarina del grupo, pero que no era capaz de conmover.

Desde la esquina Ainhoa comenzaba una diagonal sumida en piruetas, para quedar en el centro frente al espejo haciendo 12 fouettés, realizados a través de su pierna derecha que, como un látigo, la impulsaba hasta conseguir girar tantas veces sobre sí misma...

A las 22.00 horas de la noche la cosa no parecía mejorar. Javier se desesperaba, y con la impotencia de no ser capaz de transmitir lo que es un sentimiento, reprendía a la joven muchacha, que únicamente lograba recogerse sobre sí misma adquiriendo mayores inseguridades.

Él paró el equipo de música. El Bolero de Ravel se había convertido casi en una tortura, tanto escucharla, una vez tras otra, había causado en los dos un efecto improducente. El moreno profesor salió de la sala de espejos y cerró con llave la academia. El barrio no era especialmente seguro y menos a partir de esas horas en invierno. Pero realmente el motivo de hacer ese gesto, fue para salir un momento del lado de aquella chiquilla y poder contar hasta diez, darse tiempo y controlar su impotencia...

Cuando volvió a entrar se encontró a Ainhoa, con cara de derrota, como si hubiera perdido la más largas de las batallas. Sin decir una palabra pulsó el botón del play y se acercó por detrás a su alumna.

Rápida ella se situó sobre sus puntas para comenzar de nuevo con la danza, pero él posó las manos sobre sus hombros y la hizo sentar sobre la dura madera.

 

Ahora todo era distinto. La chica sentía que sus terminaciones nerviosas estaban estimuladas. Las caricias de Javier la habían inyectado una gran carga de seguridad sobre si misma... Sus palabras alentadoras golpeando el lóbulo de su oreja en forma de susurros eran la mejor medicina.

Sintió por un momento que se había enamorado del que era su profesor. Las manos gruesas de él en su cintura, las forma de apartar los cortos rizos de su mirada... los dedos sobre su desnudo cuello. Ainhoa a sus 17 años se sintió princesa, con príncipe en la puerta del castillo...

" Ves Ainhoa... está es la explosión final... como lo será pasado mañana tu danza... vamos a escucharla una vez más. Nos tumbaremos en la madera, quítate las puntas, cierra los ojos, y deja que la música te enamore, deja que te persiga, que juegue contigo... deja que entre dentro de ti..."

De nuevo Ravel, entraba en la academia, la que ya parecía su casa.

Javier se tumbó al lado de la chica y entrelazó los dedos con los de ella...

Cada vez más instrumentos, más fuerza y energía. Los corazones de los dos se aceleraban al ritmo...

Ainhoa con los ojos cerrados notaba como su pecho palpitaba, agitado con los ojos cerrados frenaba los impulsos que la pedían girarse sobre su costado derecho para besar los labios de su admirado profesor, mientras la música se sucedía parecía que podía sentir que Javier la hacía el amor. Ella todavía no sabía que se podía sentir pero, como la mejor de las adolescentes vírgenes, idealizaba el momento imaginando su desnudez rozando la de aquel experto y atractivo profesor. Imaginaba palabras de amor, imaginaba los dos cuerpos fundidos en uno, caricias tiernas, palabras dulces, besos profundos... Imaginaba los glúteos redondos, firmes, el sexo maduro, el sabor del amor y la pasión.. Como si de una batuta se tratase, sentía que algo se movía en el interior de su vientre, parecía hacerle cosquillas... sus muslos hormigueaban y entre sus piernas se derretía solo de imaginarse amada y poseída por él...

Sus dedos se entrelazaban con fuerza a los de Javier...

La presión de la mano de aquella pequeña, no podía más que evocarle recuerdos. Quizá los mismos que le llevaron a elegir esta melodía para el estreno de Ainhoa como bailarina. Quizá recuerdos que homenajeaban su primera vez...

Javier escuchó aquel día por primera vez el "Bolero de Ravel" en una coreografía de ballet, una música lejana al romanticismo y cercana a sentimientos más positivos. Parece que el romanticismo siempre estuvo envuelto de un halo trágico ( tipo Lord Byron) que a él nunca le gustó.

Ese día Amalia, con su "tutu" y sobre las bonitas zapatillas de raso y punta giraba moviéndose de manera espectacular... Sus piernas, perfectas, parecían pilares imposibles de derrumbar... Antonio agarraba su cintura, con una "línea" magnífica...

Era impresionante, no había visto Javier nunca una pareja tan bien compenetrada y equilibrada. Las piernas de Antonio eran fuertes, las mayas se ceñian a su trasero y perecía la más bella escultura...

Al cerrar los ojos en el suelo de madera... recuerda ese día de su 29 cumpleaños cuando Amalia, le invitó al estreno de la función. Parecía que pudiera ser una posible reconciliación de esa trágica relación rota meses atrás.

Mientras actuaban sintió como sonando la música, viéndoles interpretar su corazón palpitaba más fuerte que nunca, transmitiéndole la mayor sensación erótica que nunca nada le había dado... Se sentía embriagado y sorprendido ante una pieza, que siendo de estas características, le había llegado a producir una erección.

... Ravel retumba entre espejos, se cobija en los recodos de las manos de Ainhoa y Javier, el cosquilleo del vientre de la joven, se produce simultaneamente en la entrepierna de Javier...

Éste, todavía recuerda cuando entrelazó sus labios y lengua aquel día de su veintinueve cumpleaños, a escondidas, entre bambalinas... saboreo la pasión, como nunca... quizá porque aunque parezca increíble así se sucedió su primera vez.

Se mezclan los instrumentos, como en su recuerdo se mezcla el sabor de los labios de Antonio. Las manos varoniles, la pasión masculina, el amor entre el mismo sexo que nunca más apareció... esa primera vez...

Ainhoa se lanzá. Cuando la música ha finalizado posa sus labios sobre los del profesor, y lleva su mano a la entrepierna de Javier. La encuentra, tensa, dura... lista...

Ella sueña con perder su virginidad entre los besos más tiernos, dulces y amorosos que nadie pueda darle. Él ni siquiera abre los ojos, se deja llevar por el sabor de la inocencia, la misma que aquel día a él le envolvió de pasión...

Ainhoa se levanta, pulsa de nuevo el "play" y se abandona sobre el cuerpo de Javier, sobre la madera, pierden la ropa, y dejan que las vibraciones musicales impulse sus cuerpos y fantasías...

Cuando la boca juvenil envuelve su sexo, Javier solo piensa en Antonio. El único hombre en su vida al que un día amo. Mientras las manos de Javier recorren los senos de Ainhoa, ella solo piensa en él, el único hombre al que cree que amará...

Desnudos retozan, lentamente Javier entra en el corazón de Ainhoa, con suavidad, sin prisa, y con ternura... Nota la calidez de un alma virgen, la presión de un estrecho camino... pero llega hasta el final. Cuando ha alcanzado total profundidad, generoso, abre sus ojos y abandona sus antiguos pensamientos para entregarse a ella. Al abrirlos encuentra la mirada juvenil, la que deja atrás la inocencia y se abre al mundo de la pasión...

Cristal en los ojos de la dulce pupila, cristal que se clava en el alma de Javier cuando ve su brillo y escucha un "te amo"...

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