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... Y Dios lo vió todo

en Autosatisfacción

Ver a Dios pelearse con sus gestos resultaba algo cómico. Desde el sofá de orejeras, impregnado de ese aroma a piel de vaca vieja, podía observar la actitud de él ante un espejo.

El verano tan solo había llegado al calendario unos días atrás, pero en los termómetros llevaba un par de semanas haciéndose notar. Y mientras aburrida centraba mi vista en los movimientos de mi acompañante, dejaba que el ventilador, con esa oscilación constante, abanicara mis pensamientos, aireara mis sudores y permitiera que la tarde en casa de mis abuelos resultara llevadera.

Ellos habían bajado a misa, qué contradicción, mientras rezaban en el banco de la iglesia, Dios intentaba aclararse las ideas a mi vera, con los ojos verde esmeralda y sus pupilas romboides.

Parece mentira que una sea educada en una familia tan beata y salir tan ... bueno, debo reconocer que saber que Dios existía, de una forma u otra, quizá tampoco me convertía en atea del todo. De hecho, ahí estaba, frente al espejo discutiendo consigo mismo, y de vez en cuando espiando mis sutiles movimientos...

 

La ropa ligera colaboraba a que mi piel se adhiriera al tejido del sofá. Los cortos pantaloncitos y la estrecha camiseta no tapaban más que lo necesario para no escandalizar con la desnudez absoluta.

Era un poco duro comenzar a dejar que mis dedos descendieran por mi pegajoso vientre, haciéndose hueco entre el elástico de mi ropa interior y mi piel, en esa casa... Resultaba algo tétrico, rodeada de fotos familiares, aroma a pipa...y un sin fin de cosas más. Pero entre mis piernas un palpitar bastante armónico llamaba mi atención de forma casi insolente.

 

Excitación, lo que es excitación mental pues la verdad es que no tenía en ese momento, pero si unas intensas ganas de sentir un orgasmo recorrer cada una de mis terminaciones nerviosas...

Así que finalmente a pesar de tener mil imágenes religiosas rodeándome dejé que mis dedos comenzaran una expedición hacia el comienzo de mi pubis. No hacían falta presentaciones, todos nos conocíamos.

Me excitaba sentir la piel de mi mano chocar con la de mi sexo, ausente de vello y solo decorado con un pequeño penachito perfectamente cuidado.

 

En el rincón de la estancia estaba el famoso reloj que cada hora hacía que la vivienda se convirtiera aún en más triste cuando retumbaba el sonido entre las cuatro paredes impregnando, de mayor oscuridad, una casa plagada de recuerdos, alegrías, lamentos y olor a naftalina...

El dedo índice empapado de mis propias perversiones jugueteaba con cada espacio de mi sexo mientras yo entornaba los ojos, empezando a formar mi propia fantasía, la que me alejara de lo antiguo, de lo espiritual, y me elevara a los placeres más carnales... a los infiernos más próximos.

Me gusta lo prohibido. ¿ A quién no le gusta lo prohibido? Deseo ser deseada por quien no debe ni olerme, ser observada por quien no debería ni pestañear cerca de mi, follar en vez de hacer el amor, deseo probar aquello que no es propio de una chica formal, de buena familia, conservadora...

Dios había dejado de pelearse consigo mismo, dicen que tiene un sexto sentido, como las mujeres, aunque yo puedo dar fe de que no es el sexo femenino lo que ocupa su cuerpo. En ese momento se paseaba rozando mis piernas, mientras que mi ansiedad me poseía.

Tuve que empujar mis pantaloncitos, levantar la caldera y arrastrarlos junto con mi ropa interior hasta las rodillas. Allí, la tela húmeda quedaba ante mi vista, mis rodillas se encargaban de tensarla y permitir que el ventilador escupiera el aire que acariciaba mis secretos...

Debo advertiros que Dios no parecía enfadado con mi actitud. A pesar de la mirada penetrante y en muchos casos un comportamiento esquivo conmigo, esa tarde acariciaba mis tobillos sutilmente sin quitarme los ojos de encima...

Miré con atención mi sexo, en ese momento deseé que se abriera la puerta, quizá el portero, un intruso, quizá algún hermano de mi padre... Deseé que sonara el timbre para ponerme en pie y con los pantalones por los tobillos caminar hasta la puerta y recibir al visitante semidesnuda...

Qué cosas se desean en plena excitación, debía ser el ambiente el que me llevaba a querer convertirme en algo que yo no debía ser. Quizá Dios no era Dios, y le tenía que haber llamado Lucifer cuando su pelo se posaba en mis piernas mientras mis ojos se cerraban imaginando cómo cualquier intruso me observaba desde la distancia.

Cualquier perversa se habría conformado con tener a Dios de espectador, pero yo, quería aun más... Con los ojos cerrados pude escuchar el ruido de la cerradura, no quería parar. Dios seguía su paseo incansable en un zigzag alrededor de mis extremidades olisqueando el dulce aroma que se mezclaba con el olor añejo de los muebles y tejidos del lugar. Los pasos, cada vez más cerca, lentos pero seguros, y mis rodillas abriendo paso a la brisa del viejo electrodoméstico que zumbaba en el silencio de aquella tarde...

Ahí estaba, si, mi deseo...

Miraba desde la puerta como mis dos dedos rodeaban mí clítoris con circulitos que no hacían más que erizar y endurecer el pequeño botoncito, para luego descender con lentitud arrastrando toda la humedad hasta cada recoveco y acabar introduciéndose dentro de mi...

Esa mirada extraña me volvía loca, eran suficientes aquellos ojos verdes de pupilas dilatadas, tan parecidos a los de Dios observándome, mientras sus manos bajaban la cremallera de sus pantalones vaqueros y empujaban a través del estrecho agujero un sexo poderoso, grueso, con aroma masculino que llegaba a mis fosas nasales desde la distancia. La mano grande, de dedos largos lo envolvió y comenzó una caricias lentas a lo largo de él, bajando la piel que cubría el glande y mostrándome una brillante cabeza que parecía gritar mi nombre.

El calor era sofocante, y el reloj retumbaba una y otra vez, hasta lo seis tonos, mientras, mi corazón se aceleraba y deseaba tener ese sexo más cerca, quizá rozando mis labios, aunque no llegara a probarlo, quería sentir su calor cerca de la piel.

Con mirarlo era suficiente. Se acercaba con la polla entre sus manos, con un sexo venoso escurriéndose entre sus dedos. Luego, caricias rítmicas pegadas a mi cara...

Eso era lo que necesitaba, el sufrimiento del querer y no poder, eso era lo que podía sacarme de mis casillas y arrancarme el más rabioso orgasmo de mi vida. El que me hiciera separar las nalgas desnudas de ese cuero rancio al que estaban adheridas, para sentir como la lengua de aquel espía desconocido rondaba mi ano, lo seducía para intentarlo convencer de una cita a oscuras y prohibida.

Los jadeos se escurrían entre mis labios junto con la desesperación. Todo era tan tremendamente excitante que entre mis piernas mi carne se derretía en un fluido trasparente que hidrataba mi lujuria. Esa que crecía cuando mi boca se acercaba a las venas masculinas y al intentar rodearlas e hinchar mis carrillos hasta hacerlos rebosar de sexo, de lo único que me llenaba era de la "nada". Una fantasía tan real, pero tan fantasía al fin y al cabo...

Mi vientre se iba retorciendo lentamente mientras mi boca seguía vacía de carne y rebosante de impotencia al no tener a nadie mi lado, solo la fantasía de desearlo, de querer que en ese instante un ser girara mi cuerpo y sin deshacerme de nada de ropa me penetrara desde atrás aprovechando mis palpitaciones, los movimientos involuntarios de mis inflamadas paredes vaginales que comenzaban a adaptarse a un orgasmo incipiente. Dejé mi cuerpo resbalar hasta el suelo, poniéndome de rodillas y forzándome a imaginar que desde esa posición, con mis nalgas desafiantes envolvían mis labios el mas poderoso sexo masculino que nunca había conocido...

En ese momento el único contacto con la realidad era el tacto de mis dedos introduciéndose dentro de mi profundamente, el aire del ventilador chocando contra mi sudor, las punzadas en mis rodillas provocadas por un duro suelo de parquet antiguo clavado en ellas y... Dios, con su rabo meloso dibujando sobre mis nalgas su presencia...

Un espasmo más largo de lo habitual, un escalofrío, un jadeo grave... un suspiro... y un hilillo de pecado manando de mi boca hasta la piel de aquel sillón de orejeras de mi abuelo donde a veces dormitaba Dios.

Al ponerme en pie sentí el dolor en las piernas. Subí mi ropa lentamente y miré hacia la puerta, no había nadie... Dios lamía su pata con esmero una y otra vez para luego frotar su felina mirada. Sonreí, detrás de esos ojos ariscos había mucho más que cinco sentidos sin ninguna duda...

Me puse de cuclillas junto a él y alargue mi mano para regalarle una caricia...

¡Maldito gato! Un arañazo acompañado de un bufido se posó sobre mi mano... Igual Dios, si me guardaba rencor... o espera quizá ese gato siempre debió haberse llamado Lucifer...

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