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Cuentos no eróticos: El aullido del lobo

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Esa tarde todo parecía marchar bien. Era uno de esos pocos días en los que Tomás había salido solo. Su madre no lo sabía, la abuela con una fe ciega le había permitido pasear por la gran ciudad entre carteles publicitarios enormes, villancicos y la nieblina característica de la Navidad. Al fin y al cabo él lo había suplicado, tenía veintiún años y estaba aburrido de ir custodiado siempre por alguien. Toda la vida fue un chico normal, de esos que estudian, de esos que tiene novia, problemas en casa, proyectos futuros...

Hacía un año que le habían roto el corazón. No lo llevo bien, hay quien se repone pronto de las pérdidas, de las deslealtades, pero hay a quien se les abren heridas que nunca parecen querer cerrarse. Nadie le dio importancia, cosas de chiquillos, decían en casa.

Se refugió en sus compañeros, aquellos con los que compartía pupitre. Noches locas universitarias plagadas de alcohol, baile, chicas, drogas de diseño. Noches abiertas al abandono, al olvido, a empaparse de todo aquello que fuera superficial y no le hiciera sufrir.

Sexo desenfrenado absorto en sustancias adictivas que le transportaban al mundo donde él era el rey. Después, casi de madrugada se refugiaba en las sábanas, suaves, con olor maternal que le envolvían, como un niño desvalido y desorientado, hasta recibir el nuevo día.

Así pasaba un día, pasaba otro. Las carcajadas y comentarios de él hicieron creer que salía del pozo. Parecía haberse convertido en un líder, de carácter fuerte, que creía guardarse el globo terráqueo en el bolsillo exterior de su cazadora.

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Las Navidades anteriores, también había nieblina. Todos los años la hay. La que convierte el paisaje casi en un espejismo, que a veces te crea la necesidad de pellizcarte los mofletes para saber si eres niña y estas soñando, o estas despierta viendo la tristeza que se refugia detrás de las sonrisas en el asfalto.

Esa tarde, él dijo que le perseguían.

Si, sus fantasmas habían venido a por él. A sus pies su perrito bastardo dormitaba hecho un rosco, y su abuela preparaba la bechamel de las croquetas que tanto le gustaban, pero él, en el saloncito a través del televisor vió como vinieron a visitarle. Pensó que había sido capaz de ahuyentar todos sus pensamientos, sus miedos. Pensó que había cavado una fosa tan profunda que habían muerto.

La noche anterior estuvo bebiendo. Con cada trago de alcohol era mayor la asfixia que producía a sus temores, y las sustancias alucinógenas directamente los exiliaba de sus recuerdos...

Se creyó el rey...

Pero todos los recuerdos supieron esperar.

Esa tarde se personaron en su casa... Los vió con forma de lobos, decía que con ojos rojos le acechaban, los colmillos más afilados que lo habitual se mostraban hambrientos de su corazón, de su vida, hambrientos de su persona.

Nadie le creía, la abuela alertada por sus gritos, no supo más que llamar a un ambulancia. Su nieto pequeño, el más cariñoso, el enmadrado decía que los lobos y dragones venían a por él. Que le quemaban, sus miedos parecían ser expulsados por la boca de esos horribles monstruos...

El ambulancia tardó poco en llegar...

De aquello esa tarde hacía un año.

Esquizofrenia, ese fue el diagnostico. Tomás tenía esquizofrenia paranoide. Algo que decían que sería crónico, pero que con el tiempo y cuidadosamente controlado le permitiría llevar una vida casi normal.

Pasaron semanas en las que tuvieron que verle a través de un cristal, rodeado de hombres de todas la edades, con diferentes dolencias que aquejaban sus cabezas, con miradas ausentes. Todos tenían algo en común, por motivos que difícilmente nadie podría explicar habían construido su propio mundo paralelo.

Meses después Tomás fue dado de alta, pero había desarrollado tantas fobias que se sentía incapaz de hacer nada por si mismo. Todo era un sinsentido, solo unos meses atrás despuntaba como un posible ingeniro informático, mientras que ahora sentía la angustia hasta dentro de sus cuatro paredes.

Acompañado del día hasta la noche Tomás sufría. Su madre intentó apuntarle a cursos, algo que pudiera hacer desde casa, pero no se sentía capaz de fijar la atención en nada. Un minuto de silencio volvía a atraer a los lobos, a las bestias, y le hacían temblar.

El tiempo fue dando mayor serenidad y estabilidad al comportamiento del muchacho, a los nueve meses las crisis casi habían desaparecido. Sus amigos, los pocos que le quedaron, acudían a su casa para visitarle, pero en el fondo de su mirada no reconocían al divertido Tomás. O lo que era peor, él en el fondo de ojo de sus visitantes advertía el miedo, la distancia, la frialdad...

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Ya hacía un año que los lobos habían escapado de sus jaulas...

Esa tarde Tomás parecía tan contento...

-Abuela déjame salir un rato por el barrio por favor-

Era su ojito derecho, él lo sabía, y si algo no había resultado ser durante su enfermedad, era peligroso para los terceros. Su evolución era clara, una mejora más que considerable que le había llevado a seguir clases de música.

Abuela déjame, quiero compraros los regalos de Navidad, y no podéis acompañarme nadie, qué sorpresa sería?

 

No pudo evitarlo, tuvo que decirle que si. Solo le pidió que regresara antes de que llegara su madre, para que no se enfadara.

Abuela- dijo- sé que nunca seré como mi hermana ni mi hermano, no podré tener un trabajo normal, ni novia. Dependeré de vosotros...

Plantándole la mujer ciento cincuenta besos de esos que solo las abuelas saben fabricar le dijo que dejara de decir tonterías, que en solo un año parecía el mismo de siempre, alegre, sonriente, hasta con ganas de salir solo, le dijo que por fin lo iba a hacer, y que esto únicamente había sido una mala racha...

Asi, se fue...

Paseó entre las farolas, bajo la lluvia fina, sintiendo que estaba vivo. La gente corría a su alrededor, mayores, jóvenes, niños. La mayoría acompañados. Parejas que se besaban con ternura, otras con pasión. Alguna discutía. Padres que subían a los hombros a sus hijos, y muchísimos paquetes. Colores, villancicos, y ese frío característico de esas fechas que deja la piel fresca y el corazón ardiente.

No tenía mucho tiempo, llenó sus manos de bolsas. Nadie se le olvidó. Algunas con lazos rojos, otras azules, otras verdes. Pasó frente al bar. Un grupo de personas trajeadas descorchaba unas sidras y emprendían un canturreante brindis entre bromas y zarandeos. Él ya no recordaba a que sabia el alcohol, ni una gota, nunca. Lo dijeron claro, jamás debía tomarlo...

Inspiró fuerte, miró hacia el frente y con paso, firme de apariencia y frágil de estructura, comenzó la vuelta a casa...

Un aire nostálgico le invadía. Se dio cuenta que debía acelerar el ritmo. Su madre llegaría a casa puntualmente, ya nunca se entretenía con sus amigas en el bar en el que charlaban sobre sus vivencias, ya ni siquiera iba al cien con el noviete que se había echado. Tenía que acelerar el paso porque su abuela estaría con el rosario en una mano, preocupada, con la conciencia intranquila aterrorizada por que su nieto hubiera enloquecido en medio de la ciudad...

Introdujo la llave en la cerradura. Su abuela salió a su encuentro precipitadamente y esbozó una amplia sonrisa cuando lo vió rodeado de paquetes de colores, cuando vió su pequeña gran hazaña...

Abuela, voy a guardar todos los regalos debajo de mi cama, ¿vale?, no le digas nada a mamá ni a mis hermanos...

La abuela sonrió y de nuevo cubrió de besos la joven cara del muchacho.

Después de la cena, su hermano le propuso salir con los amigos comunes para despedirse antes de la entrada en el año nuevo. Irían juntos y podría ser motivador para él. No era la primera vez que salía. Aceptó.

En el bar de copas todos se divertían, risas, bailes. Arropado por muchos brazos pero pocos corazones, asi se sintió. Frio, superficial. Desde un pequeño sillón de barra observaba como su hermano envolvía de besos a su novia, mientras hacían un brindis en nombre del amor. Con la mano temblorosa, agarró la botella de agua minera llenó su caliente boca y tragó intentando que arrasara con la congoja que le estaba invadiendo.

El bar del barrio, el de toda la vida, que le había visto retozar con su único amor, había vivido su primera borrachera, sus alegrías, sus tristezas esta noche parecía ser un iglú... Se puso en pie y dedicó un minuto a cada uno de sus amigos, escaso tiempo para desearles el clásico feliz año, sonreírles con esa clara expresión que siempre le convertía en alguien aparentemente encantador y decir a su hermano que estaba algo cansado...

Todos estaban satisfecho de verle tan feliz y recuperado. Si ni lo supieran cualquiera diría que para él existía un único mundo... Pero Tomás sabía que una vez abiertas las puertas del paralelo, este siempre estaría ahí.

Volvieron a casa. En la cama de matrimonio del dormitorio principal la mujer permanecía en la penumbra a la espera de escuchar los pasos, esos que suenan a Tomás y a Hugo. No son cualquier paso, son esos. Los de sus hijos.

Un suspiro se escapó entre sus labios cuando escuchó sus voces charlar alegremente, y con la sonrisa en su rostro se sumergió un placentero sueño. Serían las dos de la madrugada del último día del año.

El timbre suena, lo hace de una manera tan estrepitosa que parece retumbar en todo el edificio. A esas horas de la noche cualquier sonido para un alma que descansa inquieta es un gran sobresalto. Merche se enfunda en su bata y se dirige a la mirilla.

Abre la puerta. Dos agentes le dan las buenas noches, y posteriormente le enseñan un DNI. "Es este su hijo?" le preguntan. Ella asiente, efectivamente se trata de la tarjeta de identificación de Tomás. "Su hijo ha tenido un accidente señora"-

Ella mira el reloj, son las 3.45 de la madrugada, y les asegura que se encuentran en un error, que su hijo esta hora mismo descansando en la habitación. Los policías insisten en que debería vestirse. Las voces han despertado a la abuela que se presenta con una red bajo la que se sujetan unos rulos asustada.

"Les aseguro que no puede ser, Tomás llego hace una hora"

"Señora, su hijo ha muerto"

Con el miedo apoderándose de su cuerpo corre impaciente hasta el dormitorio, allí está su hijo mayor dormido profundamente, al lado la cama de Tomás está deshecha, el pijama sobre la cama y ni un rastro más...

Cae de rodillas en el suelo mientras que la abuela despierta al otro nieto, él no sabe nada. Tan solo una hora antes Tomás le dio las buenas noches y se echó a dormir...

Los llantos y un grito desgarrador se adueñan de la vivienda. La policía intenta calmar a los familiares que no hacen más qué preguntar que ha podido pasar...

El resto viene solo, ni siquiera tiene importancia el cómo Tomás no está. No fue capaz de vivir en los dos mundos simultáneamente, nadie puede asegurar si las drogas y el alcohol influyeron... Pero Tomás abrió la puerta del más allá.

Todo estaba planeado. Una vez dormidos, y después de haber observado con detenimiento esa tarde le mundo en el que le iba a tocar vivir quitó la llave de la azotea a su madre, se desvistió. Se puso sus vaqueros, su camiseta ( la que la abuela le regaló) y la cazadora. Desde la planta trece no había posibilidad de error.

El 30 de diciembre la noche era fría. Desde allí arriba las estrellas parecían más cerca que su propia vida. El carnet de identidad estaba en su bolsillo. Miró hacia abajo e hizo un rápido repaso sus últimas veinticuatro horas. El sonido de los besos de su abuela, las sonrisas de sus amigos, los padres con sus hijos en sus hombros... Un conjunto de diapositivas de color, de fondo, escuchó al lobo aullar...

Lleno los pulmones de aire y se alejó de los recuerdos. Se sintió de nuevo el rey, todo a sus pies era pequeño, y el silencio de la noche parecía respetar su decisión. Bajo la cama de su casa empaquetados sus últimos "te quieros" con aroma a mazapán...

UN paso al frente, el vacío le esperaba, y de una vez por todas sintió que iba a dejar vivir en paz, por fin podía descansar, al otro lado, los lobos ya no estaban...

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