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El viaje de Natalia

en Trios

Esta historia estará formada por un conjunto de relatos que espero que cubrán cada una de las categorías que esta página ofrece, y puedan leerse de forma independiente los unos de los otros a pesar de estar interrelacionados.

 

Un quiebro en nuestra vida personal puede producirnos grandes desequilibrios, Natalia después de una relación estable que cubrió parte de su adolescencia y entrada en la madurez se busca a si misma, un viaje que comienza siendo una huida se va convirtiendo en un mundo de encuentros y desencuentros

I- Tres tristes tigres

Las carreteras comarcales a plena luz del día son deliciosas. Al menos, generalmente lo son, transcurren por parajes poco frecuentados por los que se esconden, se camuflan entre árboles y laderas. Pueden resultar el camino perfecto para esa etapa de la vida en la que sientes que te quieres alejar de todo.

Aquel día cogí el coche, cargado apenas con una pequeña bolsa de viaje con mi ropa interior, unas camisetas, unos vaqueros, y un par de cosas más. Las llaves, las gafas de sol, y sin pensarlo, con un porta CDs en mi mano, me amarré al volante sin un destino concreto.

Los primeros kilómetros fueron los peores, lloraba casi sin sentido. En los semáforos, antes de conseguir salir de la ciudad, veía como me miraban con cara extrañada otros conductores. De fondo sonaba aquel compacto que habíamos grabado para nuestras últimas vacaciones. A veces, en los momentos difíciles, de dentro de los seres humanos nace un espíritu masoquista que nos dirige a hacer cosas que nos hacen recrearnos en nuestros propios fracasos.

Acababamos de romper, una ruptura definitiva... Yo me refugiaba en ese conjunto de hierros que me transportaba de un lado a otro, y me torturaba con esa música que coloreó momentos dulces, de risas, de besos, de locuras, pero que no eran más que eso, colores de otras temporadas, que ese día ya eran irrecuperables.

Pasada la primera hora de viaje ese llanto acompañando la sintonía se fue transformando en un estado de confusión, a medida que cambiaba el paisaje mi estado anímico también lo hacía. Trece años de noviazgo eran muchos para mi, tan solo tenía treinta y uno, y mi vida había evolucionado de forma muy diferente a la de la mayoría de gente de mi edad.

Los árboles cada vez eran más verdes, y las colinas se iban convirtiendo en montañas. Lo antes que pude abandoné la autopista para incorporarme a esas carreteras que serpentean haciendo cosquillas a la naturaleza. Cuando llevaba doscientos kilómetros me di cuenta que había salido de casa solo con medio depósito, pero no quería parar, aun no podía hacerlo. Era una sensación similar a la que a veces se tiene cuando estás durmiendo y sueñas algo bonito, el subconsciente tiene una especie de alarma que atrae a la consciencia para hacerla entender que no puedes despertar y, durante instantes, te debates con ese sufrimiento de no querer hacerlo y el placer de saber que duermes placenteramente.

Durante un instante, al mirar por el retrovisor me paré y vi mi rostro, levanté las gafas de sol hasta dejarlas como una diadema sobre mi cabeza y aparecieron mis ojos, algo hinchados, enrojecidos, queriendo salir de la ausencia. De golpe me sentí bien, ligera, mi vida era mía. Podía mirar hacia delante y decidir libremente que quería hacer con mi tiempo, con quien o quienes compartirlo. No debía explicaciones a nadie, y mis planes no necesitaban de un consenso...

Puse el intermitente a la derecha y paré en el arcén, luego conecté las luces de emergencia y cambié el CD que sonaba en mi coche, por otro de corte setentón que siempre me hizo cantar y sonreír.

Recorrí otros doscientos kilómetros más, en ellos decidí que quería ver el mar, quería olerlo, escucharlo, y lo que más me apetecía era observar como rompía contra las rocas. Necesitaba que él fuera por unos instantes mi pena, mi furia, mi fracaso... Un cachito de mí había muerto ese día, y descubrí todo lo que eso podía doler.

 

El sonido me embriagó, agua que venía e iba, un regalo divino agitó el mar esa tarde, soplaba una brisa nostálgica, triste, aliviada, una contradicción que en forma de remolino me tenía nerviosa y tremendamente inestable.

Al caer la noche intenté buscar alojamiento por aquel pueblecito, había un par de pensiones y un pequeño hotel de dos estrellas de corte rural. En la recepción una chica, de apariencia adolescente, miraba una tele en blanco y negro. Conseguí una habitación a la que me acompañó amablemente y me informó acerca de los horarios de desayuno, comida y cena por si lo deseaba

 

Entonces eran las ocho de la tarde, contaba con una hora aproximadamente para poder darme una ducha antes de cenar. Mi estómago, que había permanecido anudado a lo largo de todo el día, parecía empezar a pedirme combustible. El baño era humilde, la alcachofa de la ducha escupía el agua sin mucha gana, pero el vaho enseguida empañó el espejo. Dejé caer toda mi ropa a los pies de la cama, cuando estaba desnuda me quedé unos instantes pensando en encender el móvil por si acaso hubiera recibido una llamada suya, pero aguanté la tentación y dejé que cada chorro arrastrara mis dudas, mis penas, mi cansancio.

Debajo del agua se puede llegar a perder la percepción del tiempo, cerré los ojos y me concentré en únicamente sentir el contacto de ésta con mi piel.

En el comedor no había casi nadie, una pareja joven, que se llenaba de besos a cada instante, y un par de hombres encorbatados que parecían enfrascados en conversaciones profesionales bastante aburridas.

El mantel de cuadros vestía una mesa pequeña, y aquella chica de la recepción trajo entre sus manos un puchero humeante que dejó sobre mi mesa.

Sírvete lo que quieras, esta sopa la hace mi madre y hay suficiente para un regimiento-

Su frescura a la hora de dirigirse a mí me hizo sonreír, le devolví un gesto simpático y le di las gracias.

¿Qué podría tomar de segundo?

Tenemos filete de ternera, si quieres pescado hay merluza a la romana, embutido...

Querría algo ligero, estoy un poco cansada y creo que me iré a dormir temprano... ¿Me podríais hacer una tortilla francesa quizá?

La muchacha asintió con muy buena predisposición y se dirigió con velocidad a la cocina para acceder a mi pedido.

Independientemente de mi inestabilidad emocional, creo que soy objetiva si digo lo triste que resultaba aquel comedor. La iluminación llenaba de un color amarillento apagado las cuatro mesas, parecía necesitar una buena mano de pintura que disimulara las manchas de humedad, y apenas dos o tres bodegones cubrían las paredes, pinturas de dudosa calidad con marcos algo rimbombantes.

La comida me asentó el estómago, aun no había encendido el teléfono desde que salió despedida como un conejo cobarde de mis problemas. En el comedor ya solo quedábamos la pareja de caballeros y yo. Ellos agarrados a una botella de licor casero ahora reían de forma mucho más distendida. Habían alzado el tono de voz considerablemente y bromeaban sin parar.

Señorita, ¿quiere un licor?, invita la casa- apareció la chica con la botella y un pequeño vaso helado entre sus manos...

Mi respuesta iba a ser un "no", pero mis labios se precipitaron como si fueran propiedad de otra persona y dijeron un sí. Y ahí me quedé, compartiendo noche con un recipiente de cristal relleno de un líquido entre amarillo y verde que desprendía aroma etílico desde la distancia. EL primer trago hizo arder mi esófago, pero el segundo y el tercero parecían ser un reconstituyente para mi triste alma...

Esta buenísimo- le dije a la chica mientras barría el suelo del comedor, y debí decirlo en un tono bastante elevado porque los dos caballeros dejaron sus risotadas para mirarme, al igual que la chica que paró su movimiento con la escoba y levantó la vista un poco alarmada...

¿Y de qué es?, dime-

La cara de incredulidad de la muchacha era evidente, y el silencio se hizo por unos instantes hasta que fue roto por aquellos hombres que rompieron de nuevo en un montón de risas...

A mí me parece que es de hierbas- dijo uno de ellos mirándome...

Se me clavaron aquellos ojos marrones en el rostro, hasta ese momento no me había fijado bien en su apariencia, y lejos de ser un hombre de los que mi abuela habría denominado de buena "planta", su sonrisa me resultó tremendamente cautivadora.

La chica continuó barriendo con cara de circunstancia los desgastados baldosines de aquel habitáculo, mientras los dos hombres alzaban el vaso al aire mirándome y ofreciéndome un brindis amistoso...

Chin chin- dijeron al unísono, les respondí con una sonrisa imitando su gesto

¿Por qué no se sienta un rato con nosotros?- me invitó el "otro", un hombre de pocos años más que yo...

Irreconocible, ni siquiera contesté a la pregunta, me levanté, en una mano mi vaso, en la otra la botella, y mientras uno intentaba apartarme la silla, yo me acomodaba directamente frente a los dos.

¿Trabajo?- Pregunté, y después di un trago más...

¿Cómo?

Que si estáis aquí por trabajo...

Los dos rieron al entender la pregunta...

Si, trabajo, hoy hemos venido a visitar a un cliente pero mañana nos volvemos a Madrid por la mañana...

Vaya, Madrid... yo un día también tendré que volver- mis ojos se perdieron por unos instantes en la nostalgia, pero algo me hizo apartarla de golpe, quizá el siguiente trago- Pero, no será hoy...

Me miraron unos instantes, y debieron encontrar algo en mi que intentaron evitar cambiando de tema...

Bueno, pues hagamos un brindis por... ¿"Madrid"?¿La Cibeles?¿La M30?

Reímos los tres bastante relajados, respirando el buen ambiente que de repente se escurría entre nuestros cuerpos...

Perdonen señores- interrumpió la chica- tengo que cerrar el comedor, no quiero molestarles, pero se ha hecho tarde. Si quieren, al final de la calle hay un bar que está abierto hasta bien entrada la madrugada por si desearan tomarse algo más...

Uy, creo que yo ya no estoy para tomarme muchas cosas más-dije con una sobredosis de cordura que me sorprendió.

La verdad que nosotros tampoco deberíamos- afirmó el hombre de sonrisa atractiva- pero.... aunque sea algo más suave... ¿sería una pena dejarlo aquí, no? –

Me sorprendió la mirada con la que sus palabras resbalaron por los labios, sus ojos se cebaron en mi, y podía leer en su expresión algo que me resultaba tremendamente tentador. EL silencio se hizo unos segundos, sentí una sensación que hacía años no me había ocurrido. Quizá el alcohol, quizá... la inestabilidad...o fue todo, mi pensamiento a través de esas inocentes palabras, pero esa mirada ardiente, empezó a volar...

Tú que dices Alberto? Te apuntas a otra copita, un café, o lo que sea?-

Su compañero, con los ojos algo enrojecidos se giró hacia mi, me miro y asintió con la cabeza...

Por cierto... cómo te llamas?- me preguntó

Natalia...

Lo único, que yo no aguanto más con la corbata Sergio, ni la americana, podíamos subir un instante a dejarlas...

Es buena idea, así aprovecho para cambiarme las sandalias y coger una chaquetilla por si hiciera falta...- dije yo...

Quedamos en cinco minutos en el recibidor de humilde hotel. Cuando entré en la habitación todo me daba vueltas, pero sentía una euforia especial. Un cosquilleo recorría mi cuerpo, tenía ganas de hacer algo diferente, de sentirme de veras dueña de mi vida, de mi cuerpo, de mis fantasías...

Busqué en mi bolsa de aseo, allí siempre hay una cuchilla. Igual no pasaba nada, pero yo subí al cuarto deseando esa noche tener algo con ese hombre de aspecto vulgar y boca de pecado. El alcohol no me hacía sentir ni frío ni calor, me metí en la bañera, abri el agua, intenté regularla, pero no tenía demasiado tiempo.

De repente me salí de mi cuerpo para verme como una extraña, desnuda de cintura para abajo, con el pubis lleno de espuma de gel de pensión barata, medio borracha y rasurándome a gran velocidad por s pudiera llegarme a acostar la noche en la que había roto con mi novio de toda la vida, con un señor que acababa de conocer, encorbatado y de mirada y sonrisa especial...

Todo eso, no hizo más que excitarme, volví a mi cuerpo con velocidad para conseguir un acabado, al menos, aparente...

No tenía tiempo ni pulso para dejarme un diseño trabajado, opté por devolver a mi sexo el aspecto lampiño que le daba cada verano, y algún recuerdo volvió a mi...

En mi pequeña bolsa de viaje no había metido mi ropa interior más bonita, de hecho metí la mano abierta en el cajón antes de huir, y mientras Roberto me observaba con cara de lástima, la llené con lo primero que pillé, metiéndolo de forma rabiosa en el pequeño maletín. En mi furtiva pesca me había llevado, varios tangas de colores. Como me arrepentí de no haber agarrado ninguno de los transparentes...

Al poner la mano en el pomo de la puerta, retrocedí a gran velocidad para perfumarme sutilmente con el pequeño botecito que llevaba siempre en mi bolso, agitar mi cabeza un par de veces para dar forma a mi pelo y abalanzarme de nuevo sobre la puerta. Al abrirla me los encontré a los dos frente a ella... Sin corbatas y americanas su aspecto era mucho más informal, creo que ellos también habían vertido media botella de perfume sobre su piel. Las luces del pasillo centelleaban en mis pupilas, mientras el alcohol me hacía sonreírles de una forma diferente...

A partir de ahí no sé como ocurrió todo, parecía como que hubiera estado acostumbrada a encontrarme en ese tipo de situaciones. Sergio, con su resplandeciente sonrisa se acercó a mi y antes de que cerrara la puerta pego sus labios a los míos..

Respondí al beso con ganas, y las ganas se convirtieron casi en furia. Las manos de aquel hombre se movieron rápidas por el lateral de mi cuerpo, dibujando mi perfil y acariciando mi pecho, no me molestó... Sentí como mi corazón se aceleraba a gran velocidad y por mis piernas subía una excitación creciente. La presión de su pelvis sobre mi me iba empujando hacia el interior del dormitorio...

En esos instantes no me acordé de los tangas de colores esparcidos por encima de la colcha y de la silla, o como la cuchilla aun estaba sobre el lavabo... ME dejé guiar al interior, con los ojos cerrados, sintiendo la lengua de aquel desconocido frotarse con la mia, con desesperación y muchísima pasión. Los dos desbocados por esa bebida rural...

No me acordé de Alberto, para mi él se había esfumado, su imagen se había evaporado de mi memoria, y yo solo andaba pendiente de la cálida y ardiente sensación de sentir la hinchazón de la entrepierna de aquel hombre clavándose en mi vientre. Mis manos se encargaban de sacar su camisa para llegar hasta su piel, mientras las suyas se abrían entorno a mis pechos abarcándolos con energía...

Acabaron nuestras lenguas de enredarse, ahora buscaban algo nuevo, la suya mi cuello. Movía los labios con hambre alrededor de él, jugaba con los dientes, y besaba con cierto aire de canibalismo cada pliegue ....

Sonó la puerta cerrarse, el ruido de ésta hizo que inevitablemente dirigiera la mirada a la entrada. Pensé que por fin nos habáimos quedado solos, pero apoyado en ella estaba Alberto, que miraba impasible nuestros movimientos...

Me quedé paralizada al verle allí, Sergio continuaba su descenso por mi cuerpo, desabrochaba los botones de mi camisa con devoción, y sin mucha delicadeza elevaba mi sostén por encima de mis pechos...

Espera, Espera Sergio- le dije medio jadeante mientras miraba al otro hombre y me deshacía con mi pezón izquierdo entre los dientes de aquel nuevo amigo...

Pero la boca de Sergio continuaba, mientras yo seguía de pie él absorbía mi pecho, su mano acariciaba el gemelo, y con sus dientes insistia en endurecer y hacer sobresalir de forma casi imposible mi pezón... Su lengua jugaba con él, hacía círculos, luego lo envolvía, lo absorbía, una sensación casi dolorosa que alternaba con pequeño soplidos que me hacían estremecer...

Está aquí Alberto, por favor, para un momento Sergio...- Mi voz se deshacía, se confundía con la respiración acelerada por momentos. Me sacó el sostén por la cabeza... Yo no podía dejar de mirar a aquel otro hombre apoyado en la puerta de la habitación observando como cada vez mi cuerpo se iba quedando más desnudo.

 

Sergio no hablaba, continuaba peleándose con los botones de los vaqueros hasta empujarme sobre la cama. Le miré mientras lo hacía, me empujó suavemente y yo me dejé caer. Ahí fueron pocos los segundos que tardé en quedarme únicamente con el tanga...

Estas preciosa cariño- dijo Alberto desde la puerta, su tono dulce me revolvió, giré la vista para mirarle y le vi llevarse la mano a la entrepierna. Sergio se había puesto en pie y me observaba desde escasos centímetros...

Estaba excitada, no quería que eso se acabara, ese instante, sin que tan siquiera uno de ellos me tocara hacía palpitar mi sexo con gran intensidad.

Alberto, ven acércate...- dijo Sergio con voz de estar teniendo alguna idea...

Me gustó, sentí una especie de miedo, y a la vez de loca excitación. Mis pezones habían quedado enrojecidos como consecuencia de las atenciones desmedidas de la boca de él y resaltaban con mi blanca piel. La mano de Sergio agarró el elástico de mi ropa interior y tiró de él hacia arriba, buscando que la tela se colara entre mis dos labios ...

 

Mira como se moja....- dijo el más joven al que llevaba la iniciativa.

Sentí la tela introducirse entre mis dos labios recien rasurados, Mi sexo se hidrataba de solo encontrarme en esa situación, y el color vivo de la prenda fue oscureciéndose por un cerco de humedad, mientras Sergio pasaba su dedo con suavidad siguiendo las formas que dibujaba la prenda ajustada..

Alberto bajaba la cremallera de su traje gris marengo y mientras hacía asomar un sexo venoso y erecto se dirigía a mi...

Vas a ser buena chica con nosotros Natalia?

Y apoyaba la cabeza redonda y amoratada de su virilidad sobre mis labios...

En ese momento me quede convencida que yo no había sido la única en fantasear después de la cena y los tragos de más en un momento asi, su piel sabía a fresco, como si hiciera poco tiempo que hubiera pasado bajo el agua, llené mi boca de él, y comencé a recorrerle de la base a la punta cada terminación nerviosa...

Era expresivo, mis movimientos ascendentes y descendentes le producían una especia de espasmos que se transformaban en jadeos cortos pero intensos, me gustaba el sonido. Y también me volvía loca ver como estaba todo vestido de oscuro y tan solo le asomaba un pedazo de carne caliente y enrojecido....

Sergio miraba con placer como me esmeraba en la polla de su compañero, y él continuaba deslizando sus dedos muy suavemente por la abertura que dibujaba mi tanga al introducirse entre mi sexo...

 

La comes bien Natalia... – y al acabar de decir mi nombre se resbalaba un jadeo cálido entre su boca...

Las manos de Sergio acompañaban a mi ropa interior a lo largo de mis muslos, al llegar a mis rodillas alcé las piernas para facilitarle la tarea, pero para mi sorpresa, el me sujetó en esa posición, para mirarme desnuda asi...

Mírala ahora Alberto, mírala, está como loca... ¿Estás excitada Natalia? Dínoslo, por favor...

Con la boca llena solo pude emitir un sonido, un ruido gutural acompañando un asentimiento de mi cabeza...

Me sentí sucia, pero tremendamente caliente en esos instantes. Sergio perdía ya la paciencia, y vi como se deshacía de toda su ropa en cuestión de segundos hasta quedar íntegramente desnudo y abalanzarse sobre mi....

Sudábamos mucho, las pieles se adherían... Su sexo se mostraba poderoso y entró de un solo empujón en el fondo de mi. Fue como una descarga de sensaciones, en ese instante habría quedado que se quedara allí sin moverse, pero él comenzó a embestir con cierta energía. Se notaba que llevaba una fuerte excitación sobre él, y casi rabioso quería dejarla sobre mi.

Mis pechos se movían con cada uno de sus movimientos, y Alberto los miraba casi hipnotizado. Ahora su polla estaba sobre mis labios, ya no la chupaba, con mi lengua hacía círculos sobre su glande .

Me sentía especialmente loca con el sexo de uno sobre mis labios y el otro en mi interior, esa excitación creciente que pide a tu cabeza "algo más", más trasgresor, más osado, más atrevido y no llegas a alcanzar...

Por detrás Sergio, por detrás...

No hablábamos casi, nos movíamos de un lado a otro. Al salir de mi me giré bocabajo, y clavé las rodillas sobre el colchón. Entre ellos cambiaron las posiciones, el sexo con sabor a mi vino directo a mis labios, y el otro me embistió ahora desde atrás. Agarradas sus manos a mis pechos...

Los ruidos de los muelles del colchón continuaban con su sinfonía. De rodillas sobre la cama, Sergio empujaba mi cabeza con cuidado para guiarme en el tipo de movimientos que deseba, mientras que Alberto hundía sus dedos en mis nalgas con cada uno de sus movimientos.

Las contracciones se apoderaban de cada uno de mis músculos, con mi boca absorbía casi con desesperación el sexo masculino de uno de ellos, como queriéndome demostrar a mi misma que podía ser la mujer más deseada del mundo entero... Sentía casi la necesidad de que ambos quisieran cumplir cada una de sus fantasías no realizadas con mi cuerpo. Ese tipo de cosas que una solo desea cuando los niveles de locura alcanzan tal límite que se pierde la consciencia de lo que todo eso puede implicar...

El dedo índice de Alberto rondaba mi esfínter mientras la otra mano a ratos azotaba con suavidad mi nalga izquierda... Por su lado Sergio, cada vez introducía su polla más al fondo de mi boca, y sujetaba mi cabeza para que desde allí yo estrechara mi garganta y presionara cada terminación nerviosa de su órgano sexual, eso, pareció casi obsesionarle...

Venga Natalia, hazlo otra vez, hasta el fondo...- y al abrazar su glande con mi garganta el emitía un sonido profundo que parecía nacerle de las entrañas...

En todo el tiempo que estuvimos allí los tres no me paré un segundo a pensar en lo que estaba haciendo, solo me dejé llevar por el sin sentido de querer hacer lo inimaginable...

La voz de Sergio me alertó, llegaba su éxtasis, y lo hacia en el momento en el que yo le chupaba con mayor intensidad, su placer me estalló en la boca de forma directa, sentí la tibia sensación bañar el interior, y ante un amago que hice de separarme el con su mano me guío para que me mantuviera allí quieta...

Y allí me quedé, amarrada a un sexo que se iba deshinchando n mi interior, mientras que Alberto intentaba abrirse paso entre mis dos nalgas...

Lo había intentado ya otras veces con Roberto, ese novio de toda la vida que me había desestabilizado, pero salvo una vez nunca habíamos conseguido llegar hasta el final... A pesar de mi excitación esta vez no fue menos, y Alberto al ver la imposibilidad de satisfacer sus deseos volvió a colarse dentro de mi sexo...

Alberto, la vas a dejar rota cabrón...- dijo Sergio con una risa de compadreo mientras acariciaba mi pelo y yo relamía desde sus testículos hasta la punta de su sexo adormilado...

Aquel chico estaba desbocado, salió de dentro de mi, y me hizó darme la vuelta. Su sexo estaba brillante y de color granate, un tono similar al que lucía su cuello...

Alzó mis piernas por encima de sus hombros y le pidió a Sergio que sujetara mis tobillos, sus embestidas fueron largas y profundas, entraba con fuerza hasta el final para sacarla al completo. Sergio, mostraba gran interés en esa situación, y con su vientre a la altura de mi cabeza sujetaba mis tobillos, hasta dejar mis rodillas casi apoyadas sobre mi rostro...

Intenté alzar la cabeza para ver cual era la imagen que en ese momento tenían esos dos desconocidos de mi. Mi vulva lampiña quedaba totalmente disponible para que la pelvis de Alberto quedara adherida a cada uno de mis pliegues; entraba, salía....

Gruñidos que me hacían sentirme aun más excitada flotaban sobre la cama, Sergio, me sujetaba los dos tobillos con una sola de las manos, mientras con la otra buscaba mi clítoris y lo frotaba con maestría... Alberto, acababa sobre mi, sobre los pliegues de mi coño dejaba su placer espeso, colándose por cada una de las partes, mientras con su mano continuaba meneándose y haciendo que hasta la ultima gota se alojara en mi cuerpo....

Mírate Natalia- Me dijo Sergio.... Mientras separaba mis dos tobillos para que yo pudiera alzar la vista y ver como la sustancia blanquecina se posaba entre mis piernas... - ¿Quieres correrte, a que si cariño?

Le miré con los ojos brillantes de desesperación

¿Contéstame, quieres o lo dejamos aquí?

Quiero

¿Qué quieres?.... debes decirme qué quieres- insistió con mirada malévola

Quiero... correrme...

Sus manos se posaron sobre mi sexo, ver como me acariciaba de nuevo el clítoris me sobreexcito, concretamente al ver como lo hacía empleando el semen de su compañero como deslizante perfecto. Nunca pude imaginar en ninguna de mis fantasías que algo así pudiera llegar a enloquecerme de esa manera, pero Sergio lo hacía sin ningún tipo de repulsión, al contrario, casi siendo consciente de que eso tendría un efecto similar en mi... Alberto se tumbó a mi otro lado...

Levanta un poco las caderas anda- me dijo

Y después de humedecer su dedo índice entre mi sexo, con la mezcla de mi excitación y de su propio placer lo introdujo dentro de mi esfínter...

Estuve atenta unos segundos a ellos dos, Alberto aun con el traje a medio montar, Sergio totalmente desnudo, los dedos de los dos jugaban entre mis piernas hasta arrancarme un orgasmo sonoro e intenso.

Fue algo más largo de los demás, de hecho, ellos mantuvieron sus dedos en mi interior sintiendo cada una de mis contracciones... La intensidad de esos instantes fue tan fuerte, y la cabeza me daba tantas vueltas que nos quedamos dormidos en seguida...

Me despertó el frío, la luz del cuarto estaba dada, y sobre la cama estaba aquel hombre con un sexo arrugado entre las piernas y a su lado otro un poco más joven despeinado al que le asomaba por la cremallera del pantalón ua polla un poquito más larga pero también adormilada. Por el suelo se extendían tangas, y yo desnuda estaba entre los dos....

Me asusté, no voy a negarlo, al mirar el reloj vi que tan solo eran las 5 de la mañana, no quise reconocerme en esa chica desnuda. Al ponerme con cuidado en pie, la cabeza parecía pesarme 15 toneladas, miré mi sexo casi infantil y senti la tirantez de la piel en él con los restos de la noche anterior. No pude evitar el querer borrar esa locura. Mi cara del espejo mostraba a la formal jefa de tienda de una de las más importantes firmas de costura internacional, pero mi cuerpo, el aroma de mi piel dejaban ver a otro tipo de mujer...

Quise salir corriendo y sigilosamente, metí con velocidad los tangas de nuevo en la bolsa, la cuchilla, y dos o tres cosas más, no quería pasar por la ducha y correr el riesgo de que se despertaran, porque no sabría qué hacer ni decir. Me puse una camiseta sin preocuparme siquiera del sujetador, los vaqueros y salí... Sobre la recepción del hotel dejé un billete de cincuenta euros y otro de veinte con una nota de agradecimiento y unas disculpas por haberme tenido que ir de esa manera.

Montada de nuevo en el coche, con unos ligeros pinchazos en mi pezón izquierdo intentaba asimilar mis últimas 24 horas.

El sol asomaba ya por las montañas, la música me acompañaba, en mi pensamiento todo era confuso. Seguía sin conectar el móvil, y mi memoria mezclaba sensaciones y deseos. De repente, cuando llevaba unas dos horas de camino me sorprendí reflejada en la luna delantera esbozando una leve sonrisa al recordar algunos instantes de la noche anterior...

Aun no era el momento de regresar y afrontar todo lo que había dejado atrás...

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