Hoy al mirar por la ventana el cielo encapotado parece venir a nublar mi estado de ánimo. La verdad es que no me apetece dejarle las puertas abiertas.
Empiezo a girar. Si, cojo el volante de mi voluntad y voy cambiando el rumbo en busca de lo positivo. El destino se sitúa en todo aquello que durante instantes me hizo sonreír y lo recuerdo con nostalgia. Mientras, la presión esta adueñándose de mi. Es hora de coger papel y lápiz y escribir sin rumbo fijo, casi a la deriva. Dejando que la propia inercia del día me dirija hacia ese lugar escondido que ni yo sé si existe o no.
Primero cojo el timón, izo las velas y ayudo a que mi pequeño velero, lleno de cargas, a que comience su excursión. Luego, poco a poco, como la cometa que alza el vuelo aprovechando los impulsos de su conductor, voy dejando caer sobre el oleaje paquetes que se sumergen casi sin dejar huella, simplemente unas pequeñas burbujitas que me hacen cosquillas en la planta de los pies cuando los veo desaparecer sentada en el borde.
Poco a poco, con cada línea, la embarcación se vuelve ligera. Y la mente, acompañando esa sensación, mucho más transparente y clara. Desde mi nuevo lugar diviso la orilla, lo hago con una pequeña sonrisa, con el pelo recogido inspirando fuerte la brisa marina, sintiéndome mejor, algo más aliviada.
Es la hora de anclar el barco. Parar. Durante unos segundos permitir al mundo girar a su ritmo y permanecer como mero espectador, integrada en la naturaleza como un elemento más decorativo, escuchar, y darme cuenta que debo volver a nado. Con cada brazada siento que mi cuerpo se vuelve más pesado, pero no lo suficiente como para cansarme, no, nunca me ha gustado alejarme demasiado de la orilla, en ella descansa mi toalla, mi abrigo. Reposa la estabilidad de una tierra firme, no deseo perder de vista mi día a día, pero si, a ratos navegar a la deriva, sin rumbo, sin sentido.
Ahora, desde la arena echo la vista atrás, para ver mi barquito velero. Allí está.
Releo lo escrito y es cuando definitivamente me doy cuenta de lo complicado que resulta entender el pensamiento humano, las actitudes y sentimientos. Reflexiono sin entender el sentido de lo escrito.
He viajado por mi fantasía, alejando a los nubarrones grises que ahora están estrujados contra mi cristal, esperando un renuncio por mi parte, un despiste para colarse por la rendija de mi apatía. Pero hoy no me apetece dejarles pasar.
Suena un pitido fuerte, entra un fax, otro informe más para dentro de una semana. Al ponerme en pie todo parece pesar menos, los labios algo resecos por la concentración de mi viaje fugaz me resultan tirantes. Asomo la punta de la lengua sutilmente para aliviar la sensación y capto el sabor salado.
Una sonrisa se escapa... Y mientras me dirijo a mi mesa frente al ventanal de uno de los rascacielos de mi ciudad, observo al mundo pasar y la lluvia regar sus vidas. Ahora, de golpe me siento feliz y afortunada...