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El viaje de Natalia: Te echo de menos

en Voyerismo

Mientras Natalia huía, su otra mitad, la otra parte de su vida, él, Roberto, esperaba en la gran ciudad...

 

El viaje de Natalia: Te echo de menos...

¿Queréis que no os sea sensible la pérdida de las cosas del mundo? No deseéis con ansia lo que no tenéis, ni améis en exceso lo que poseéis

(San Francisco de Sales)

 

Aquella mañana desperté con la resaca de tu recuerdo después de horas atrás haberme emborrachado de tu ausencia, a mi lado solo quedaba el aliento de lo que un día fue, y el amor a lo que jamás podrá volver a ser...

Hace semanas que no dejo de mirar por la ventana...

Tú tienes la culpa, me has robado mi vida, y ahora me obligas adueñarme de la de otros. No sé si te pedí una o dos veces perdón, o mil, o mil millones de veces, qué se yo, se lo he gritado al vacío ya que tú no estabas...

Cuando miro por la ventana, doy calor a las sabanas de nuestra cama, que están frías, casi gélidas.

Apenas acaba de entrar la primavera, y en esta habitación hace más frío del que nunca pude imaginar. La cama se me queda grande, me acurruco en una esquina, y si, yo, lloro tu ausencia. Si ese es el castigo que tenías preparado por lo que hice, he pasado la frontera del purgatorio para llegar al infierno.

Empecé mirando a través de esos cristales decorados con celosía inglesa que tanto te empeñaste en poner, así la calle parece dividida en pequeñas viñetas que te cuentan una historia a cada segundo que pasa. Primero era el quiosco donde todos los domingos te compraba esas revistas de decoración que yo siempre consideré absurdas, pero que tú leías con mucha atención fijándote en detalles, que para mi eran imperceptibles. Luego avancé con mis pupilas unos metros hasta la parada del autobús, desde donde movías la mano muchas mañanas para despedirte antes de ir a la tienda a trabajar, y yo, aun despeinado, asomaba con mi cara hinchada y la sonrisa perezosa para responder a tu gesto.

Cada mañana se te veía tan bonita, tan vital...

Pero mi mirada no se ha querido detener. Todo el tiempo que estaba contigo se ha quedado vacío, y no hay actividad que me compense, que llene esas horas como lo hacía tu sonrisa, tus besos, tu carácter a veces irritante y caprichoso, tus bromas divertidas, tus sorpresas...

Así que mis ojos han continuado durante tantas noches en vela una excursión fuera del iglú de lo que ha sido durante un tiempo nuestra casa, y a través de esos cuadraditos, ascendiendo en busca de las nubes, del cielo, me he detenido ante una ventana...

Ese día me excité... y de golpe sentí como la sangre corría por mis piernas, por mis brazos, se concentraba en mi sexo, que parecía rabioso. Y como un depravado, corrí a apagar la luz del dormitorio, con la premeditación del que no quiere ser visto pero va a espiar...

Abstraído en mi mundo derruido, no pude ver como fue el comienzo, pero mientras una lámpara llenaba de sombras aquella habitación y yo intentaba descifrar los cuerpos que se anudaban a pocos metros del agujero que daba calor a nuestra casa, el hormigueo creciente de mis piernas me iba provocando una erección.

La silueta femenina era preciosa, sugerente, pero insuficiente para obtener detalles en los que recrearse. Los movimientos si eran esclarecedores, unas curvas vertiginosas se movían de adelante atrás, y yo podía imaginar bajo sus caderas un sexo como el que estaba en mis manos... ¡Qué loco! Que loco, que mientras sentía como mi pulso se aceleraba y mi mano ascendía y descendía por el tronco de mi falo, pedía al destino que me regalara una mirada de la espiada.

Qué caprichoso es el deseo sexual, que le da por desear lo inalcanzable, y si roza la realidad...

No quiero ni pensar que hubiera ocurrido si me hubieran descubierto masturbándome frente a la ventana. Con el pantalón de rayas que tanto odiabas por debajo de mis glúteos y el torso desnudo, recordando como cuando tú estabas te sentabas en la butaca del dormitorio y me pedías que me pusiera de pie y me masturbara para ti. A ratos solo respirabas cerca de mi glande, o enredabas tus finos dedos en el vello que coronaba mi sexo ansioso, mientras me mirabas con picardía y un halo de frialdad que resultaba escalofriantemente erótico.

Pero aquel día no estabas, y yo me agarraba a algo que descongelara la sangre de mis venas.

Se amasaba los pechos, enganchaba los pezones con delirio, y sin poder ver, desde la distancia y en plena noche, que hacía o como era su compañero, solo veía sus manos, aferradas a las caderas acompañando los movimientos de aquella ninfa de baile sexual arrebatador.

Desde luego tenía aguante, tuve que frenar mis movimientos en más de una ocasión para evitar que mi esperma saliera disparado contra el cristal, para escurrir lentamente hasta el parquet del dormitorio.

Desde que te fuiste, apenas un par de veces me había masturbado, en la soledad de nuestra casa, casi como queriendo castigarte, intentando decir que no me importaba que no cogieras mi teléfono, o que después de casi una semana solo me hubieras enviado un escueto y correcto mensaje como si fuera el señor del ayuntamiento que te sella el recibo de la contribución. Pretendía castigarte teniendo un orgasmo ronco, profundo e intenso, sin que tú me dieras tu aprobación, o probaras el sabor de mi placer como a veces me pedías...

Así que me colé en aquel cuarto extraño, deteniendo mis movimientos de forma aleatoria. Nunca había experimentado la sensación de rebosar de placer espiando a nadie. Solo a ti, que me gustaba mirarte en la ducha, los dos observadores el uno del otro, nos derretíamos con cruzar nuestras miradas a la vez que el desvanecimiento del placer nos ocupaba.

En aquella habitación debían sonar jadeos, no porque yo los oyera, si no porque la cadera de aquella mujer se doblaba, se agitaba, y su cabeza no permanecía quieta ni un segundo.

Esa fue la primera noche de un mundo nuevo para mi...

Por la mañana, intenté buscar en la ventana un rostro, deseaba que tuviera la mirada dulce como la tuya, porque siempre me enloqueció que mis amigos vieran a la más dulce mujer a mi lado, y yo observara esos mismos ojos, labios, y chata naricilla convertirse en gestos de perversión, deseo. Era como tener a la más perversa de las niñas en mi cama, y a la más dulce de las amantes en mis besos...

Por la mañana nada podía ver, debía ir a trabajar. Y solo por las noches aparecía ella, que parecía engordar y adelgazar. Quizá la luz a veces la trataba mejor, y con el juego de sombras la presentaba frente a mi deseo, puntual, con un aire más esbelto, y pechos firmes... En cambio, otros días, parecía más voluptuosa, pero igualmente sensual.

Me cansé de esperarte, una llamada, una carta, o lo que hubiera sido mejor, que volvieras. Esa tarde, salí mucho antes de trabajar y compré los prismáticos. Desde ese momento, cualquier persona tendría licencia para poderme catalogar de " enfermo".

La estantería que dividía el cuarto de mis activos vecino, solo me permitía siempre verla a ella, al menos la suerte me trataba bien, y podía comprobar todos sus movimientos y contoneos tras unos visillos verde limón transparentes que quedaban medio abiertos. Ya tenía curiosidad por verle a él. Ella se agachaba cada noche a practicarle sexo oral, sus nalgas quedaban altas, y yo no podía dejar de imaginarme que me colaba en ese cuarto y la hacía mía, la follaba desde atrás y por fin escuchaba sus gemidos, y veía un rostro infantil con cuerpo de tu mujer... tú rostro...

Ella agachaba la cabeza, y ¡Oh Dios!, cuando la veía tan directa y dispuesta, mi mano iba más rápido... A medianoche ya me quedaba desnudo frente a la ventana, con las cortinas abiertas deseando ser descubierto en pleno éxtasis. Cuando mi mano se movía rápida imaginando que aquella boca, como fuera, me absorbía cada noche, calentaba mis cálida cama como tú lo hacías y premiaba a mi sexo envolviéndolo en calor, pasión, buscando en cada pliegue de la piel que lo esconde, en cada terminación nerviosa con su lengua mis gemidos de desesperación. Los que me arrancan las palabras de burdo y torpe amante, pero que a ti te encantaba oír...

 

Moría por sentir una mamada, no puedo decirlo de otra manera, por colarme en ese cuarto, y que nos mirara aquel hombre que siempre quedaba abajo, dejando que la ninfa le arrancara todos los placeres carnales que se le pudieran ocurrir. Me obsesioné con un conjunto de sombras y movimientos que carecían de detalles.

Necesitaba el color de aquel pezón, cada lunar que decorara su piel, el color de sus labios, la línea que dividía su trasero en dos nalgas... Esos detalles que pudieran hacerme imaginar como se enrollaría mi lengua a sus pechos, o mi mano abarcaría sus glúteos.

Aquel día, los prismáticos me mostraron a la voluptuosa vecina, la que había hecho que mi mirada se detuviera en esa ventana. Efectivamente las sombras de la noche y la lámpara habían sido generosas con su figura, y a pesar de no ser una talla 38-40 como lo eras tú, ella me seguía resultando obsesivamente deseable. Me anticipé y busqué sus movimientos por la habitación a una hora más temprana, pero lo hice ya desnudo, excitándome simplemente al verme allí, gritándole desde el más absoluto silencio que mirara a la ventana. Pero aquella noche había más gente en casa, él todavía no debía haber llegado. Merecía la pena haber pedido la tarde libre, iba a colarme en esa casa un rato a vivir con ella unos instantes sin el molesto de su acompañante, premiado cada noche con una dama que vivía para arrancarle el placer...

Eran las 19.00, la tarde ya caía, y sabía que a esa hora corría el riesgo de ser visto, si no por ella, por otro vecino, pero desde que te fuiste, casi vencido por la hipotermia del alma estaba más necesitado que nunca de sentir el ardor.

Llevaba semanas esperando una llamada tuya, algo, pero esa tarde, por primera vez decidí apagar el móvil desde tu partida, y mirar hacia otro lado, hacia la ventana de enfrente.

Los prismáticos me regalaban detalles, y dudas. AL ver la amiga pensé que quizá mi ansiada mujer no fuera la que creí inicialmente, si no la otra, de piernas más largas. Antes de tan siquiera ocurrir nada mi sexo ya mostraba un interés enfermizo, y se inflamaba solo de imaginar los detalles en los que navegaría esa noche... un paso más...

De repente, todo se aclaraba, dudas que habían asaltado mi pensamiento tomaban sentido, cuando la más bajita rodeo con su boca a la esbelta... La luz del salón ahora me regalaba detalles, que aun con prismáticos, en otro momento no habría podido descubrir. Las dos manos femeninas se entrecruzaban, y una de ellas tardaba segundos en sacar su jersey por la cabeza y dejar al descubierto dos pechos que la otra envolvía inmediatamente.

La erección fue rápida, quizá decepcionado en un primer instante por pensar que aquella Diosa del erotismo nunca llegaría a desear que la penetrara, puse los pies en la tierra pensando que ni siquiera sabía de mi existencia, y antes de poder reaccionar, me sentí atrapado por la escena lésbica de dos mujeres que se aman, y que nunca había presenciado más allá de las ordinarias escenas pornográficas.

El salón me dejaba una perfecta visión, pero la que paseaba con los pechos desnudos, agarraba de la mano a su pareja y la guiaba hacia el dormitorio, una ventana mucho menor y con mayor número ángulos muertos. A esas mujeres, al igual que a ti, les gustaba mirar, no olvidaron encender la lamparita, para recorrer sus cuerpos... Se abrazaron, y pude enfocar a sus pechos. Allí descubrir los besos apasionados de dos pezones ardientes que se encuentran y tropiezan femeninamente el uno con el otro.... Luego bebían de ellos, se centraban más de lo que yo nunca me centré en ti, en estimularlos, y me pareció tan deliciosamente provocativo y femenino, que durante un instante creí sentir tu aroma en el lóbulo de la oreja insinuándome perversiones, y acompañando a mi mano en la obtención del placer... Te sentí tan cerca que un instante giré la cabeza a la derecha para comprobar que no estabas, que tu ausencia era real.

Luego todo era confuso, la estantería que solo me dejaba ver a una de ellas, un sofá que amputaba sus piernas, mi imaginación tenía que volar en función de la posición que tenían, y con los prismáticos busqué los gestos de la única que quedaba visible y los bebí. Me alimenté de su cara para masturbarme rápido frente a la ventana, pensando que cada una de sus expresiones era el resultado de una de mis embestidas, que mi mano cerrada era su sexo, que me engullía...

¡Cómo te echo de menos! que me agarro a la vida de los demás, donde ni siquiera tengo la opción de forzar un hueco a mi persona, una pareja de dos que se aman...

Aquel día, mi orgasmo estalló cuando la noche me daba la bienvenida, antes tan siquiera de que ellas consideraran finalizada su sesión de caricias, yo me quedé con el sexo hundido, flácido, pegado a la ventana, tras los prismáticos cenando de su comida, viendo la tele con ellas hasta que a medianoche la lamparita se apagó...

Al meterme en la cama estaba de nuevo fría, demasiado grande para mi. Desnudo bajo las sabanas me sentía pequeño, enfermo. Encendí el móvil para poner el despertador para la mañana siguiente, y al segundo un tono de aviso hizo eco en el interior de la triste habitación. UN mensaje: " Tiene dos llamadas pérdidas de 662345690" (Natalia).

Me dio un vuelco el corazón...

No lo pensé, llamé rápidamente, me daba igual todo, pero de nuevo era castigado por ti o por el destino:

" El teléfono al que llama está apagado o fuera de cobertura"

__________________________________________________________

Aquella cinta en mis manos me quemaban la yemas de los dedos. Debía denunciar, aquel loco estaría haciendo lo mismo a otras tantas muchachas que encontrara en el camino. Pero estaba destrozada... No sabía más que llorar y esconderme bajo la almohada de aquella enorme cama. A veces, me parecía sentir el aroma de Roberto, le echaba de menos, y me sentía tan al fondo del pozo que aquella noche no pude reprimirme...

Llamé, sin tan siquiera ver la hora, sería la tarde entrando la noche, marqué los primeros números, pero antes de que diera la señal colgué.

Me sentí tan pequeña, como cuando eres niña y crees perder a tus padres en unos grandes almacenes, no podía aguantar más. Volví a intentarlo y esa vez no colgué:

" El teléfono al que llama está apagado o fuera de cobertura"

Estuve una hora dando vueltas en la cama entre sollozos, y repetí mi intento por hablar con Roberto. Pero el destino no quiso que supiera de él, seguramente andaría despreocupado con sus amigos, ajeno a como mi vida parecía querer hundirse

" El teléfono al que llama está apagado o fuera de cobertura"

Fue lo único que logré escuchar. Exploté impotente y desesperada en un llanto de desahogo y con un ataque de rabia decidí apagar de nuevo mi teléfono móvil y llorar hasta quedarme dormida.

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