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En el otro lado...

en Hetero: Infidelidad

No es fácil adaptarse a esta nueva vida. Los cambios nunca han sido muy aceptados por mi persona, me desorientan. Y ahora me veo en el centro de los dieciocho metros cuadrados de mi salón, rodeada de cajas de cartón y se me parte el alma. Si, se me parte... ¡Supongo que esto es parte del precio!

Bueno, nadie dijo que las cosas fueran a ser fáciles. Debajo del precinto marrón encuentro toda la vajilla de porcelana. La verdad es que nunca me había fijado en ella, y me habría gustado muchísimo más haberme quedado con la cubertería, o el televisor. Pero me tocó la vajilla.

Me duelen los riñones, a través de las pequeñas ventanas de mi nueva "casa" solo se vislumbra la oscuridad de una noche avanzada. Me siento en el suelo y escucho, escucho el silencio, la nada, el vacío de las paredes de algo que tendré que esforzarme en convertir en mi hogar.

Tengo ganas de coger el móvil y marcar ese conjunto de números que me harían inyectarme un poco de mi droga, aunque no sé si la adicción me la provoca él o mi propio sentido de la culpabilidad.

Se lo dije y me lo repetí mil veces, solo se trata de sexo, eso que tanto él como tu misma te puedes aportar. Qué forma más absurda de engañarme, y que forma más enfermiza de arruinar mi vida. ¿Sexo? Menuda tontería, manejada por esas cuatro letras que no son más que el símbolo de un tiempo limitado bajo el éxtasis del placer físico.

Eso pensaba yo antes acerca del sexo, no conocía la dimensión que puede llegar a alcanzar dentro de la vida personal y mundo interior humano. De hecho no hay más que verme en este apartamento, como si un tornado hubiera pasado por encima de mi persona removiendo tanto la tierra que soy incapaz de asentar los cimientos para volver a ponerme en pie. ¡Que absurdo y que real!

Treinta y dos años, trabajo, recién casada, bonita casa, un momento de mi vida estable, sosegado, tranquilo. Enamorada, enamorada como una colegiala, un mes después arruinada como la más pobre y solitaria de las vagabundas. Mi alma se cubre de harapos y mi mirada está sucia y apagada. Mis palabras fétidas y mi corazón tan vacío como cualquiera de los bolsillos del más humilde ser humano.

Así estoy yo. Lo único que rebosa es mi memoria, plagada de recuerdos ardientes, turbadores, cálidos, de pudor...

No sé porque tuvo que fijarse en mi, no soy alta (tampoco baja), no soy rubia ( ni morena), soy castaña, no soy delgada ( tampoco gorda), mis ojos no son azules (ni negros). Soy cualquiera de esas mujeres con cara de "gente", de pechos medios, piernas medias y nalgas discretas. Pero me vio... me vio

Nada parecía presagiarlo, ni un café sobre mi mesa, unos buenos días de tono indiferente. No había sonrisas, ni guiños, ni ironías. No había regalos, ni invitaciones. No existían miradas cómplices. Como estoy acostumbrada en mi vida era invisible... o eso creía.

La verdad que él también era uno de esos hombres que no era alto (ni bajo), ni gordo (ni flaco), a su favor diré que mantenía una cabellera abundante y bien cuidada, pero no era especialmente atractivo, ni sus gestos, ni su aroma. Si yo tenía cara de gente, él la tenía de "nadie"... Vamos trigo entre trigo, y una gota de agua en un río. Como dice mi hijo "ni fu, ni fa".

Mi empresa no es una multinacional, ni tampoco yo ostento un puesto de máxima responsabilidad. Entre el tumulto de moños, faldas, piernas y americanas estoy yo. Igual que él lo estaba entre chalecos, tazas de café y olor a pinchos de tortilla.

Es tan surrealista... Estoy segura que si se lo contara a alguien no me creerían. Pero es tan real como que he perdido a mi marido, mi casa y la confianza en mi misma. No tengo más que abrir los ojos y mirarme, aquí rodeada de cajas en la más absoluta soledad física y espiritual.

Solo fue ese día, no era caluroso, ni tampoco frío. Ni mucho sol, ni cielo encapotado. Pedí un café, café cortado. Así soy yo, no me gusta ni con leche, ni solo... tiene que ser cortado.

Por primera vez, ese día vi sus pupilas. No eran redondas, ni negras, eran fuego ardiente. Si en ese momento me hubieran preguntado si existe el diablo habría apostado mi alma a que la mano que sujetaba mi taza era la reina de los infiernos. Tantas veces he pensado que me trastorné...

Un escalofrío recorrió mis piernas. Imantada, su mirada me atraía de forma paranormal, la sostuve durante unos segundos. El fondo del ojo parecía reflejar el rojizo del más allá. No hubo sonrisa, no hubo piropo. Me sentí especialmente abducida por la crueldad ardiente de su rostro.

 

Me da hasta vergüenza escribir acerca de ello. Siento pudor de mis propios deseos, hasta miedo. Ese gran desconocido, que ni siquiera físicamente me resultaba deseable, había apresado mi pensamiento, había disparado mi imaginación en la fría y monótona cafetería de la empresa en la que llevaba trabajando más de cinco años.

No volvió a mirarme. Continuó en su tarea lejos de prestarme la más mínima atención. A diferencia de él, yo no podía quitarle la vista de encima, sus movimientos, sus caderas, su posible desnudez en la oscuridad solo iluminada por la llama de sus ojos. Acabé casi sin saborear el café e hice un gesto sutil, esbozando una pequeña sonrisa, para llamar su atención con la disculpa de abonar mi consumición. Su mirada fue implacable, sería, casi rígida, fija sobre mis ojos dejo de quemarme para prácticamente petrificarme ante su actitud. Fue entonces, cuando por primera vez, observe sus labios, inflamados, color frambuesa, que ocultaban coquetamente una perfecta dentadura. Lo desee en ese mismo instante mientras me helaba la mirada, desee sentirme reprendida por él, castigada a cumplir sus más perversos deseos... Lo desee tanto en tan pocos segundos, que note la palpitación de la excitación entre mis piernas. Como si un batallón de patitas pequeñas recorrieran cada rincón de mi sexo.

Sé que es absurdo, que todo esto no tiene sentido, lo sé. Pero juró que fue como pasó. No eran más de las 11 de la mañana, momento que aprovecho diariamente para tomarme un descanso laboral. Juro que no pensaba ni en mi felicidad, ni en mi tristeza, ni en problemas, ni alegrías. Solo pensaba en mi café cortado...

Es increíble, a veces pienso que estoy perdiendo el juicio. Sobretodo si recuerdo, lo que seguidamente ocurrió.

Alterada y tras pagar los noventa céntimos salí extremadamente inquieta de la cafetería. Mis andares eran rápidos y la inestabilidad de mis pisadas se hacía patente debido al fino tacón. Deseaba meterme en el baño, dejar resbalar mis bragas y comenzar a darme placer imaginando grandes obscenidades con esos ojos perversos.

No puedo explicar como se siente esa necesidad femenina, simplemente mi imaginación me estaba pidiendo alas para alzar el vuelo. Sin girar la vista empuje la puerta de cristal y me dirigí al ascensor, pulsé el número cinco. En ese momento no me preocupaba si me estaría retrasando o no, no me importaba, porque percibí que por una vez no tenía la mirada " de gente" de los que a mi lado estaban en tan pequeño habitáculo, en ese momento sentí que, por una vez en mi vida, podía destacar por algo que no era físicamente tangible.

Me sentí especial, guapa, atractiva. Leona en época de hambruna buscando presa que devorar. La idea de consolar mis picores en un triste baño se quedaba corta, pestañee despacio intentando que durara más de lo habitual y que ese momento se convirtiera en un pasaje de mi vida a cámara lenta.

En la planta cinco salí más decidida que nunca. ¡Qué vergüenza solo recordarlo! Y ahí lo encontré. Él si era alto, de ojos oscuros y atractiva mirada. Aroma fresco, limpio y ante todo natural.

Le sonreí, no lo hice como lo hace la gente con cara de "gente",no, lo hice como la mismísima Matahari, lo sé... Me sonrió, él no tenía cara de "nadie", no, él se había convertido en presa.

Pasé cerca, muy cerca, tan cerca que volvió la mirada. Como felina que era dejé que mis caderas se arrullaran en las suyas. Me sentí vibrar, estaba encendida, en mi cerebro no sé apagaba la llama de las pupilas de aquel camarero... Balancee con feminidad mis glúteos sobre los tacones y me sentí crecer unos 12 centímetros.

No me acorde de nada, no era ni madre, ni esposa, ni hija.

No solo él parecía percatarse, entre la gente que agitada hacía reclamaciones de departamento en departamento, nuestra comunicación no verbal prendía la hoguera del deseo. La entrepierna se me derretía...

La llama parecía tatuada en mi instinto, y mis labios, sutilmente, se insinuaban con una pérfida sonrisa que, me consta que en ese momento, me hizo sumamente deseable.

Siento miedo al recordarlo, miedo y un extremado pudor.

Vi su sonrisa, alguien parecía haberle prestado los labios, me eran familiares, desde la distancia al verlo olía a frutas del bosque... la boca se me hacía agua...

No pasó nada. Él siguió charlando con su compañero alargando el rabillo de su ojo hasta casi sus sienes. Estaba excitada, tremendamente excitada. Ahora, desde el recuerdo me pregunto si alguien se habría dado cuenta que me moría por calmar mis instintos, y mientras lo hago siento mi cara enrojecer.

No paraba de observarme desde detrás del biombo, vi en su expresión la picaresca, sentí su interés en la nueva mujer con propio gesto que resaltaba por encima de la multitud. Sentí mi sexo palpitar, no dudé en volverme a poner en pie con dirección al baño, y volví a restregarme con sus caderas...

Sé que su compañero se percató. Ambos se dirigieron una sonrisa cómplice, y yo como una auténtica mujer experimentada se la devolí a ambos con un ordinario guiño de ojo. En mi cerebro parecía dirigirme la mirada del camarero, como si de una película de terror se tratara tenía en mi subconsciente su cara y sus ojos de fuego...

Me moría por sentir unas manos apresando mis pechos, nunca tanta ansiedad se había apoderado, y en un momento de lucidez, quise dar un paso atrás y consolarme en la soledad de los lavabos...

¿Qué me paso? Al atravesar la puerta corta fuegos, me di cuenta que no iba sola. Los ojos castaños me perseguían, atraído como ratoncillo de Hamelin me abordó en el pasillo.

El silencio se apoderó del momento, nunca había hecho nada loco. No era ni buena ni mala bailarina, ni buena ni mala estudiante, ni tímida ni extrovertida,... Se acercó a mi, y se quedó mirándome fijamente. No sé de cuanto tiempo hablamos, quizá no fueran más de tres segundos, pero lo cierto es que mi corazón en ese escaso intervalo palpitó muchísimas veces, tanto que por encima del silencio me parecía escucharle sonar...

Ese momento estático se interrumpió cuando el cogió mi mano suavemente para dirigirla a su entrepierna. No me interesaba ese hombre, era atractivo físicamente pero nunca había llamado mi atención más allá de ese aspecto. En cambio, ese momento tan prohibido me hacía sentir especial. Con timidez rocé la tela del traje, él hizo una pequeña presión, sentí el volumen, el calor, el tacto duro y tenso de su sexo...

Lentamente quitó su mano de encima de la mía, pero yo no pude moverme, me quedé anclada al deseo, y paralizada por el miedo de, por una vez, hacer lo que no se debe...

Me gustaba... Mientras mi mano se agarraba a él sus labios se aproximaban al lóbulo de mi oreja y susurraban hasta estremecer cada centímetro de mi piel. Sentí despertarse cada zona erógena de mi cuerpo, y, como acto reflejo, mis dedos presionaron con fuerza su polla...

Ya estaba en ese punto sin retorno. Reconocí su lengua paseando por mi cuello en pequeños circulitos acompañada de pequeñas dentelladas que me hacían arder. No hubo palabras. Cogió la mano adherida a sus pantalones y me llevó hasta la recepción de la empresa... Cogió mi ficha, y fichó. Lo mismo hizo con la suya. Yo no podía articular palabra, sabía que cualquier interrupción podría arruinar el momento y en silencio observé como llamaba por teléfono para decir que tenía que ir a ver a un cliente y necesitaba que yo le acompañara. Eso no tenía sentido, pero lo cierto es que nada lo tenía...

Volvió a agarrar mi mano y me arrastró hacia su coche. No habló. Mientras conducía solo giraba la cabeza intermitentemente para clavar su mirada en mi. No sé que pasó que de leona pasé a sentirme gacela...

Un descampado al otro lado del polígono industrial. Doce de la mañana, el sol se clavaba sobre el Opel Vectra. Frente a nosotros, nada. Tras nosotros, nada. Volvió a llevarme la mano a su sexo. La erección no era tan considerable, pero el tacto resultaba delicioso.

Fui a hablarle en ese momento pero tapo la boca con sus manos. Recuerdo el tacto de las yemas de sus dedos en mis labios. Aun lo recuerdo... Del silencio pasó a introducirme el dedo índice en el interior, mi lengua lo rodeo y al instante imaginé que era ya su sexo el que rozaba mi paladar...

Me miraba hipnotizado observando cada movimiento. Desabrochó con la otra mano su pantalón, bajó la cremallera. Me sentía sucia en ese coche, a plena luz del día, en un descampado que acostumbraba a estar lleno de prostitución que daba servicio a los trabajadores del polígono. Pero, ese sentimiento es el que todavía aceleraba más mi pulso, erizaba mi piel y convertía en miel la excitación entre mis piernas.

De la cremallera del pantalón sacó su sexo. Era bastante ancho, de él asomaba una gota transparente que mostraba su extrema excitación. Miré sus ojos y, vi la llama. La misma que en la cafetería, la que encendía mis instintos. Algo de terror me paralizó pero al segundo, con toda su polla fuera me agache entre la palanca de cambios y el enganche del cinturón y comencé a succionar con fuerza, pretendía bebérmelo hasta apagar el ardor de su mirada. Jadeaba fuerte, algo que siempre añoré en mi marido que se sumía en un profundo silencio que no me hacía sentir la dueña de nada. En cambio, y a diferencia de lo que estaba acostumbrada creí que rápidamente se derramaría en mi boca.

Alcé la mirada, y vi sus ojos irritados. Me sonrió. De forma acelerada comenzó a desabrocharme la camisa, a quitar mi sujetador. Sentí el calor del sol que entraba por los cristales para hacerme sudar. Alcé mis muslos y colaboré para subir mi falda, mientras, él acompañaba a mi ropa interior hasta las alfombrillas. Se quedó mirándome seriamente. Sus ojos analizaban mi pubis. Levantó los ojos, mientras enredaba sus dedos en mi vello, y negó con la cabeza acompañando una mirada censuradora...

Me hizo un gesto para sentarme sobre él en el asiento del conductor. Mis nalgas reposaban sobre sus pantalones dejando un hilo de humedad en la tela. Su inhiesto pene reposaba entre mis muslos, rozando su glande mi clítoris mientras él alargaba la mano a la guantera.

El volante se clavaba en mi espalda, la falda enrollada a la cintura y los pechos a la altura de sus labios. Alrededor del vehículo pasó alguna prostituta que hizo amago para unirse a nosotros en busca de negocio, o quedarse un rato curioseando. A él no parecía importarle, simplemente mostró cierta indiferencia.

En su mano una maquinilla de afeitar de las de viaje que muchos hombres llevan en el coche. En unos segundos sonó el ruido del motor en movimiento y comenzó a pasarla por mi vulva...

Me sentí avergonzada, pero eso aun contribuía más a mi locura. Muchos de los pelos se enredaban por ser demasiado largos para el aparato, pero a la vez el vibrar sutil del instrumento, junto con lo morboso del momento me hacían no parar de lubricar...

Pellizcaba mis pezones, mientras la otra mano pretendía conseguir un buen resultado en mi sexo. Con la piel algo irritada la cosa no quedó mal... EL vello se extendía por el coche mientras el lamía mi piel recién rasurada y un poco perjudicada tras la operación.

Me abrió la puerta para que saliera del coche, sentí pánico, desconfianza, de nuevo, pudor. Con él no se hablaba, pero con sus gestos todo quedaba claro. Al ponerme en pie vi la mancha de humedad sobre su ropa. Detrás de mi y para mi tranquilidad él se puso en pie. Las venas de su polla hacían que el relieve de la misma fuera considerable. El color rojizo de la cabeza era adictivo para mi mirada. Puso su mano sobre mi cabello y me guío.

Al abrir los labios sentí su calor quemarme las encías. Eso me hizo continuar con profundidad para notar cada roce de su sexo con cada milímetro de mi boca. De rodillas, desnuda sobre la tierra me deshacía sintiéndome tan sucia. Yo, una mujer tan normal, tan.... "gente"...

Bruscamente me apartó, me agarró del brazo y beso mis labios. Aunque no sé debería llamar beso, se debería emplear un término mas ordinario pero más real que describe la situación, "me comió la boca y la hizo suya". Empujó mi cuerpo sobre el capó del vehículo dejando mis nalgas bajo los rayos del sol, y, lentamente pero con decisión, comenzó a introducir su polla en mi sexo.

Estaba tan indefensa en esa situación, de espaldas, sobre el coche a plena luz del día en un descampado propio de la prostitución, que sentirme tan guarra, tan mala.... tan... me volvía loca. Con cada embestida empecé a acordarme que a parte de hija era madre, y especialmente me acordé que era esposa... y no sé porqué eso me encantó..

Dejé mi cuerpo vencido, a su disposición. Lo hizo con fuerza, pero de una forma tan tremendamente morbosa y carente de sentimientos que resultó delicioso para lo que en esos momentos deseaba. Cada vez que su polla se introducía al completo en mi, hasta sentir sus testículos golpeando la parte inferior de mis nalgas, veía la llama de los ojos del camarero...

Sus jadeos volvían a ser profundos. Ambas manos se agarraban a mis caderas y las aprovechaba para impulsarse hasta el fondo de mi deseo. Alrededor seguía pasando alguna que otra prostituta, que se reía y lanzaba piropos a mi amante. La piel de mis pechos se adhería a la carrocería del coche al estar aplastados contra ella y llenos de sudor. Al cabo de un par de minutos desprendió una de sus manos y la levó hasta mi sexo estimulando el clítoris que tenía tremendamente inflamado. El simple roce me estremeció. Me dejé llevar y también jadee con fuerza...

Giró mi cuerpo, ahora bocarriba. Clavo sus oscuros ojos en mi, y la metió a fondo de una sola embestida. Se quedó dentro sin moverse, y de nuevo, un ritmo frenético se apoderó de sus caderas.

En esos momentos sentí las paredes internas de mi vagina contraerse rápidamente, comenzó simultáneamente un flasazo de imágenes a recorrer mi pensamiento, mis músculos comenzaron a tensarse, los jadeos a intensificarse. Las manos de él se clavaron en mis caderas y sentí como estallaba en una corriente que paralizaba mis movimientos para convertirme en una explosión de sensaciones que me derretían... Segundos después el estalló derramando un calor infernal dentro de mi...

Enganchó sus dientes a mi pequeño pezón y así permaneció unos segundos...

Me vencía el sueño, una especie de debilidad que no creía reconocer. Nunca me había pasado algo así. Desde lejos se aproximaba un hombre andando. Hice el amago de correr a refugiarme en el coche, pero él sujetó mi muñeca. Me quedé quieta, avergonzada. Él a mi lado estaba de pié, con el sexo semi-flácido, como si conociera a nuestro visitante...

Vestía con chaleco... lo sé, es una locura, pero de verás, era él. Cuanto más cerca estaba mas clara era su cara. Una gran sonrisa de oreja a oreja, cara maligna, ojos inyectados en sangre.

No sentí miedo, no, sentí pavor. Quise huir, quise... quisé olvidar lo ocurrido, volver a casa con mi hijo, con mi marido. Quise tener cara de gente, no resaltar, no ser guapa, ni fea, ni buena, ni mala... Presagié que algo malo se venía encima...

Miré a mi amante, sus ojos rojizos, la llama... la llama...

¿Y bien, ahora vendes tu alma o no vendes tu alma?- Preguntó sarcástico el camarero con voz profunda y serena...

Pensé que estaban locos, pero en mi interior sentía que algo paranormal estaba ocurriendo, algo que me había hecho sentir así, que me había transformado durante instantes en una fiera, anhelante de deseo, de placeres carnales, disfrutando de estar haciendo el mal, excitada por la suciedad, donde me había sentido tremendamente especial, como si la vida me la bebiera de un sorbo...

¿ Debo explicarte quien soy?- y mientras decía eso, una lengua fina asomo ente sus labios mientras el otro sujetó mis manos para facilitarle introducirla entre mi vulva...

Vi el cielo, bueno más bien el infierno... A plena luz del sol sentí el calor ardiente del placer carnal abrasarme el pensamiento... Los dos me estimularos sobre el coche, me convirtieron en otra persona hasta que consiguieron mi "si".

 

Qué de vueltas me ha dado la vida, a veces dudo que eso fuera real, solo llego a creérmelo cuando cae la luz, y me estremezco en la soledad de mi habitación al cerrar los ojos y convertirme en siniestra mujer anhelante de sexo que toca las estrellas con la palma de la mano, y acaba con el mundo a bocados. Supongo que estoy trastornada, que solo son sueños los que recurrentemente se apoderan de mi ser cada noche...

Veo la llama en sus ojos, el fuego de su aliento, el calor en sus mano y se derriten nuestros sexos.

Supongo que aquí entre cajas, en esta soledad absoluta no dejara de visitarme... La noche ya está cerrada, un escalofrío recorre mis piernas, se me hiela la mirada, me dejo caer sobre el suelo de la casa vacía y entre mis piernas siento el calor del fuego. Aquí estoy, el miedo empieza a apoderarse de mi ahora que presiento su inminente llegada, hasta que su lengua se pose entre mis piernas y susurre una noche más:

"Tu alma es mia"

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