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El Viaje de Natalia: La fiesta

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El Viaje de Natalia: La fiesta

Las 12.30, sólo había pasado media hora desde que me llamó Carlos para avisarme de lo de la fiesta de esa noche. Detrás de la puerta del apartamento aparecía su novio. Traía un par de bolsas de plástico con el logotipo del supermercado del barrio.

Me saludó con algo de desgana, casi sin mirarme el rostro, yo por mi lado, alejé la mano del interruptor del ordenador, que estaba a punto de encender, levanté la vista e intenté mostrarme simpática con él.

Me vi reflejada en una de las puertas del apartamento, los pelos encrespados y revueltos, la camiseta algo descolorida. Supuse que mi rostro tampoco tendría muy buen aspecto.

Mi intento por ampliar la conversación fue en vano, él parecía enganchado al uso de monosílabos.

Colocó unas cuantas botellas de vino sobre la cocina y recordé al ver una de ellas lo que había sido mi vida...

No hacía mucho mi nombre era Natalia, joven, tenía trabajo, un novio y llevaba una vida bastante tranquila y ordenada. Luego mi pareja me había puesto los cuernos, ni más, ni menos, una simple historia de infidelidad como hay millones de ellas en todos los rincones. Pero yo en cambio había cogido el coche, una maleta y me había lanzado a "la desesperada" a una huida como si la traición no hubiera sido más que la gota que colma el vaso en una vida de insatisfacción.

A partir de ahí había descubierto que al corazón y a la mente se les puede hacer callar con el placer físico, e igualmente, había descubierto que el placer físico principalmente estaba en la mente. Un círculo complicado pero que no es capaz de funcionar de forma independiente. Por eso necesitaba traspasar los límites, romper con lo establecido. No se trataba de buscar un orgasmo tras otro, estos, simplemente tenían que ser la guinda a algo más increíble, más trasgresor. Quería arrancar mi cerebro, hacer arder mi pensamiento, y el fósforo que lo hacía prender era el sexo.

Mirando aquella botella de vino parecía haber encontrado la raíz de mi problema; yo misma...

Mi mirada estaba perdida en esas botellas, y el novio de Carlos parecía llevar un rato haciéndome una pregunta.

Asentí, sin saber a qué asentía, sin saber tan siquiera si su pregunta podía ser contestada con un "sí " o un "no"... Estaba viendo la luz después de muchas semanas, había necesitado un tiempo para entenderme a mi misma, para saber si Natalia era una persona o un personaje.

Le di un grito a su novio y corrí bajo la ducha. Había perdido mucho tiempo. Miré el teléfono móvil, no lo había vuelto a encender desde mi desgraciado incidente, tan solo un par de llamadas a mis padres para calmarlos y poco más. Decidí que sería mejor dejarlo tal y como estaba, desconectado.

No debía negar a mi cuerpo lo que me pedía, en aquellas fechas no tenía un mejor alimento para mí que el satisfacer mis deseos, y lejos de vivir aquello como algo desgarrado, como un drama desbordado de culpabilidad esperando que fueran otros los que manejaran mis cuerdas para acceder a mis pasiones, decidí que aquel iba a ser un gran día.

Al salir de la ducha corrí hacia el armario. La variedad era poca. Unos meses atrás había s con apenas unos vaqueros y ropa interior y me había molestado en ir comprado solo lo justo. Tenía todo el día por delante...

Pasear por Ibiza era realmente gratificante, me preguntaba como podía haber estado tantos días encerrada entre cuatro paredes enganchada a alguien que tan siquiera había visto el rostro solo por sexo. Otra cosa era estar enganchada al amor...

No quise pensar más, pensar escocía, dolía, por algún motivo que aun no había descubierto y parecía no querer descubrir, eso me hacía daño.

Compré el periódico. Esperando el autobús para acercarme al centro comercial empecé a hojear el Diario. El mundo realmente era un caos, aunque a mí parecía darme todo igual, como a la mayoría que es capaz de leer alguna noticia sin tan siquiera fruncir el ceño de indignación. Pasé las páginas rápido, yo, "la defensora de pleitos pobres", tal y como me llamaba Roberto, era indiferente a lo que ocurría a mi alrededor... esa no podía ser yo...

Pero lo era, me detuve un instante cerca de los anuncios locales, cine, teatro, al girar la página encabezaba la sección la palabra "Contactos". Curiosa, comencé a leer.

Los había de todo tipo, la mayor parte de ellos servicios de pago, ellas se mostraban con sus tallas de pechos, sus edades casi adolescentes (hasta el límite de la legalidad), y una ristra de nacionalidades envueltas de erotismo; francés, cubano, griego... Las más originales se ofrecían a abrir la puerta desnudas o disfrazadas de la clásica colegiala.

No pude evitar imaginar como sucederían esos contactos. Ellas ponían el lugar, él llamaba a la puerta, y... ¿Cómo empezaba todo después?. La siguiente sección era de contactos homosexuales. Las últimas semanas en casa de Carlos me habían regalado imágenes que nunca antes había visto entre dos hombres, y tras vivir esa experiencia, me preguntaba por qué siempre la industria del sexo producía tanta imagen lésbica y tan poca gay, con lo estimulante que a mi en su momento me había parecido.

Luego comenzaron los anuncios de transexuales. Miles de preguntas siempre han rondado mi cabeza con este tema, sus anuncios eran sugerentes y atrevidos.

Continuaban los anuncios de particulares, gente que no buscaba más que la satisfacción de nuevas experiencias. O al menos eso quería pensar yo, encuentros desde amistosos, amorosos, hasta simplemente pasionales. Me detuve en estos y comencé a leer.

Me excite... Sentí una excitación poco relacionada con la humedad entre las piernas o unas palpitaciones rítmicas involuntarias en mi sexo, era como una provocación o desafío a mi persona. Pensar en poner un anuncio y quedar con un desconocido me hacía hervir. Quizá eran las hormonas, o la necesidad de producir adrenalina para descargar otras presiones. Quizá solo eran las ganas de poner cuerpo a ese ser que durante semanas me había tenido presa ante placeres fríos en solitario.

Dudé, ¿cómo iba a hacer tal locura? Pero finalmente y antes de arrepentirme leí que solo se trataba de enviar un mensaje de móvil, y desde el mismo autobús, me animé a hacerlo.

No sabía como redactarlo, me apetecía que quien me leyera y se lanzara a quedar conmigo fuera alguien "normal", dentro de mis impulsos no tenía ganas de chocar con un psicópata.

Fui escueta, diría yo que excesivamente escueta, tanto que pensé que solamente me llamarían aquellos que por algún tipo de disfunción o problemas físicos no tuvieran una mejor opción.

"Chica de 32 años, busca relaciones esporádicas, intensas. Seriedad".

Una vez le di a enviar me quedé nerviosa, casi arrepentida de tal locura.

La jornada de tiendas no se dio mal, para la noche me hice con una bonita falda de gasa color turquesa, y una camiseta blanca de tirante fino y seda, con unos pequeños bordaditos haciendo juego. El escote en forma de pico decoraba la espalda, terminando justamente en el sitio en el que esta pierde su nombre. Su tacto era muy agradable y sugerente. Las sandalias blancas se anudaban al tobillo, con un tacón fino, pero no excesivamente alto.

No llegué a casa hasta las 19.00. No sabía de qué era la fiesta ni quién estaría. Estaba inquieta, durante unos segundos me di cuenta que lo que más habría deseado habría sido hacer el amor... Añoraba hacer el amor, sexo en un trío, una escena lésbica, un fatídico episodio en un hotel, aquel desconocido, ni siquiera sé las veces que me había masturbado... Pero cuanto más sexo tenía, más insatisfecha me sentía...

Fue una imagen fugaz, una necesidad a la que no quise mirar, decidí cerrar los ojos ante ella; sabía que quería hacer el amor, pero para eso tenía que amar... y ser amada...

Volviendo la cara a otro lado me entretuve en pensar cómo me peinaría mientras la música, alta y fuerte, envolvía la habitación.

Enseguida, y antes de que quisiera darme cuenta, eran las diez de la noche. Bajo mi falda azul, impecablemente planchada, y que dejaba al descubierto mis piernas estilizadas alzadas sobre mi nuevo calzado, un tanga blanco y liso. La camisa caía sobre mis pechos, que a cada paso que daba se movían con libertad, alegres, siendo acariciados por lo más dulce y suave que pudieran imaginar en las últimas semanas. Mi pelo lo dejé caer, peinado pero informal, con unas ondas traviesas y suaves que dulcificaban mi rostro. No está bien decirlo pero me vi favorecida y elegantemente provocadora...

Carlos se alegró al verme, su sonrisa amplia me mostró una colección blanca de dientes. Le devolví el gesto. Me revisó de arriba abajo y al mirar mi espalda dio un silbido como si realmente a él le apasionaran las formas femeninas. Se lo agradecí besando su mejilla.

La fiesta multitudinaria era en casa del primo de un amigo del novio de Carlos, amplios jardines y un entorno privilegiado. Llegábamos tarde, la mayoría ya estaban agarrados a unas copas y charlaban alegremente en grupos de " a tres" o "cuatro". Entre ellos estaba el novio de mi chico que corrió a reencontrarse con él e introducir la lengua de una forma avasalladora dentro de su boca, como si en ello se le fuera la vida... Sentí envidia...

Luego, poco a poco me quedé hablando con unos, con otros...

Era el centro de algunas miradas masculinas, sus sonrisas seductoras no eran más que su tarjeta de presentación, y mi autoestima subía por momentos.

Esa masa de personas se fue reduciendo, Carlos y su pareja estaban desaparecidos desde hacía horas, y yo me encontraba embelesada tonteando con un rubio que se había cruzado de forma azarosa en mi camino. Hablar, reír, bromear...

Me propuso bailar, no recuerdo la canción, quitó la copa de mi mano, la dejó sobre un aparador y comenzó un vaivén suave de lado a lado en el que yo me dejaba llevar. Acoplé mis extremidades a su cuerpo, una de mis manos sobre su hombro, la otra en su cadera justo donde comenzaba a notar la redondez de su glúteo.

Él a su vez envolvía mi cintura con su mano, y la otra se enredaba a mi nuca, mientras las yemas de sus dedos acariciaban la piel de la misma con suavidad.

En aquel momento sentí la dulzura calándome la piel, una dulzura que me hizo estremecer, y sin pensar quién era, ni de qué le conocía, entorné los párpados y dejé la cabeza caer sobre sus hombros a la altura de su cuello.

Mi reacción le hizo pegarse más a mí, que su mano subiera de mi cadera, resbalando por la suavidad de la falda, hasta posarse en mi desnuda espalda, allí, me apretó con firmeza contra su pecho, y ambos sentimos como mis tetas se apretaban libremente contra él.

Sus dedos estaban cálidos, y con los ojos cerrados me detuve en sentir la forma de cada uno de ellos, cilíndricos, suaves pero firmes... mi imaginación voló.

Las manos de él comenzaron a mostrarse inquietas, y acompañando a la música descendieron por la silueta de mis nalgas, caricias sobre la seda que las hacía tremendamente deliciosas. Tuve que girar el rostro y dejar escapar un suspiro profundo que chocó contra su cuello. Aquello pareció estimularle aun más...

Pero el baile continuaba, a nuestro alrededor quedaba mucha gente, pero tampoco me importaba. Ahora sus manos subían lentamente contorneando mi cintura, mis caderas, hasta buscar el lateral de mis pechos, y con una de sus manos intentar abarcarlo sin llegar a hacerlo...

No había intento de besos, solo una exploración discreta, que aquellos tejidos que cubrían mi desnudez, y su habilidad, hacían tremendamente erótico.

La música terminó, al menos aquella canción, y lejos de pensar que sería culminada con un beso apasionado, él se alejó un segundo y trajo de nuevo las copas...

-¿Un brindis? – dijo...

Mientras, debajo de su pantalón descaradamente asomaba el bulto de su excitación que él no intentaba disimular.

Quería volver a bailar, pero no me lo propuso. La fiesta continuaba, y yo estaba ardiente. Deseaba llegar a algo más con aquel hombre que hasta el momento me parecía haber tenido un gusto exquisito para lo que yo anhelaba. Pero él me sorprendió un instante, diciéndome que si le permitía un segundo un baile con una amiga...

Entonces me dio la copa y yo sonreí intentando disimular mi desagrado. Me quedé apoyada al lado de la estantería mientras él comenzaba un nuevo ritual de cortejo con aquella pelirroja que parecía salida de una revista de grandes modelos.

Me rechinaban los dientes, las manos de él acariciaban con suavidad la silueta femenina, y ella, algo más lasciva, se ocupaba de coloca la pierna de él entre las dos suyas y frotar ligeramente. A ratos, aquel recién conocido giraba la vista y me guiñaba un ojo, y yo, como si todo me pareciera perfecto, le devolvía el gesto y sonreía invadida de la rabia y desesperación.

Ese baile se me hizo eterno, más aun cuando aquella " amiga", decidió decorarlo con besos lascivos que rondaban su cuello y sus labios. En ese instante decidí que debía ir borrando mis ganas e instintos de mi esperanza.

Volvió, y no solo a recuperar la copa, sino a proponerme un paseo. Acepté porque no sabía muy bien qué hacer, y bueno seré sincera, porque independientemente de todo me sentía realmente atraída por él. Un deseo sexual intenso.

El paseo fue interesante, no hablamos mucho de nuestras circunstancias personales, aunque yo no pude evitar preguntarle por aquella " muñequita", la respuesta: "una amiga..."

Al volver a la casa casi nadie quedaba, Carlos y su novio hablaban con unos amigos, y a alguna pareja y grupo que se había desperdigado por la casa se le escuchaba reír o murmurar.

-¿Bailamos otra vez? – me dijo con un tono de doble intención y una sonrisa realmente atractiva y simpática.

Me relajé, me relajé tanto como hacía meses que no lo hacía y me entregué al baile, dejando que la música, que me apasionaba, fuera la tercera en aquel trío...

Comenzó de nuevo ese juego de caricias, luego su cabeza se agachó al borde del lóbulo de mi oreja, y allí su respiración profunda me hizo estremecer.

-"Hueles muy bien"- me dijo tan bajito que casi solo pude sentir su aliento envolviendo las terminaciones nerviosas de mi cuello mientras su lengua rozaba sutilmente mi orejita.

Se me escapó un suspiro intenso...

Su mano agarró todo mi pelo y lo subió por encima de mi cabeza, para luego su otra mano envolver mi nuca. Todo aquello me hacía enloquecer. Mis ojos se cerraban, y mi cuerpo continuaba con el baile de una forma casi autómata.

Se me escapó la mano, corrió a agarrarse a la redondez de su trasero con suavidad, casi más queriendo percatarse de la forma que engancharse a nada.

Luego sus manos comenzaron a recorrer mi espalda desnuda, y yo sentí de nuevo la erección pegándose a mi vientre...

-¿Por qué no nos vamos a algún sitio más intimo?- Le dije pegada a su oído

-Todavía no... - respondió pasando uno de sus dedos por mis labios y sonriendo..

Estaba realmente excitada, hacia siglos que no me sentía tan seducida, realmente seducida. No recordaba cuánto tiempo hacía que no me costaba tanto tener un encuentro sexual, de hecho, esa dificultad hacía que mi deseo creciera tanto que no me interesara el resto de lo que pasaba a mí alrededor.

Se comenzó a poner más tenso, sus manos se movían más rápidas y fue subiéndome la falda en medio de aquel salón. Sentí las nalgas al descubierto, pero antes de que hiciera un amago por cubrirme explotó un beso en mis labios como una bomba que te derrite. Su lengua envolvía a la mía como si ambas hicieran el amor, como dos cuerpos que se unen en un baile exclusivo, ondean al unísono y se pegan, se adhieren en caricias intensas. Un beso, en el que al sentir su boca, sus labios, todo mi cuerpo vibró. Para entonces, mi falda estaba enredada alrededor de la cintura y mis nalgas desnudas...

Enloquecí, desee mordisquear sus labios, enredarme a cada uno de sus suspiros. Era yo la primera que pegaba mi pelvis a su pantalón para sentir el volumen con tal detalle que casi podría imaginarme el aspecto que tendría sin la ropa encima.

Vámonos a algún sitio, por favor- le dije poniendo los dedos sobre sus labios empapados, con tono suplicante.

Él agarró mi mano, algunos nos miraban riendo, otros tantos ni se habían percatado de nuestro calor, nuestra ansiedad.

Subimos las escaleras, no sé porque aquello me recordaba a ese encuentro no tan casual, si no esperado, deseado y contenido desde mucho tiempo atrás.

Entramos en una habitación, cerró la puerta y buscó el interruptor de una de las lámparas de la mesita de noche. Luego nos quedamos mirándonos fijamente...

No decíamos nada...

Él se acercó y se puso de rodillas en el suelo, sumergió sus manos bajo la falda que cubría mis caderas y enganchó los elásticos del tanga. Luego lo deslizó por mis piernas hasta que acabó sobre el suelo de madera y a la altura de sus rodillas.

Sus manos tornearon mis piernas, ascendieron hasta mis muslos sin llegar a tocar mi sexo. Deseaba que se escapara su mano, pero él alargaba aquel instante, y no llegó a posar las yemas de sus dedos sobre mi vulva. Luego me dejó caer sobre la cama, abrió mis piernas, subió la falda sin quitármela y se quedó de nuevo mirándome, mis ojos, mi boca, mi sexo...

Su cabeza desapareció entre mis piernas, al menos yo no le pude ver cuando sentí su lengua enredar entre mi sexo, primero extendida intentaba cubrirlo de lado a lado, luego, afilando la punta para, con precisión, golpear con delicadeza mi clítoris.

Tenía calor, mucho calor, sudaba, y la sal se mezclaba con el aroma dulzón a sexo. Su boca no paraba, continuaba intercalando ritmos, caricias, pero sin dejar ni un instante que mis piernas se cerraran. Jadeos, jadeos que cada vez se alzaban más. No quería correrme ni acabar. Me sentía especialmente importante, cuidada, mimada...

Intenté aguantar, jugar con el límite del placer, allá donde las contracciones parece que se van a convertir en una única, sola y definitiva, y en al menos dos ocasiones pude mantener el momento.

Decidí quitarme la camiseta, la saqué por mi cabeza quedando mis dos pechos desnudos, con los pezones desafiantes en un movimiento constante, ese bamboleo sexual que es fruto del placer, de embestidas, de corrientes mágicas que estremecen cada poro de la piel.

Creo que él no podía más, yo moría por verle desnudo, me apetecía sentir la calidez de otra piel enrollada en la mía, pero ni en los recuerdos de lo que fue todo ocurre como a uno le gustaría. Intenté incorporarme, y le ayudé a desabrochar los botones del pantalón.

Mi mano quiso abarcar su sexo, era tan masculino, grueso, ni excesivamente largo ni corto, pero poderoso... Esa sensación es la que siempre me había dado la erección masculina, y me encantaba.

Él mismo se iba desnudando lo más rápido que podía, mi boca intentó ir a darle un beso, a envolverle de calor, pero creo que tuvo miedo de acabar demasiado pronto.

Con tan solo la falda y las sandalias puestas, me penetró, colocó mis piernas sobre sus hombros y de una sola embestida entró en mi, hasta dentro. Sus testículos chocaron contra mis nalgas, y mis pechos abandonados temblaron fruto de tal empujón. Se quedó allí quieto, sin moverse, mirando mi rostro...

Me gustaban sus ojos y su mirada, era desgarradora pero con todo ello, y a pesar de la embestida, dulce... dulce, dulce.. Esa palabra por la que creo que nunca me había preocupado.

Luego su boca de adhirió a la mía y comenzó la danza de la atracción, del deseo, del placer, de las sensaciones; dentro, fuera, fuera dentro, a diferentes velocidades y profundidad, sin parar de besarnos, simultáneamente, nuestros sexos se tensionaban. Luego giramos, acabó el tumbado y yo sobre él sin querer separar los labios, unos de otros, comencé a cabalgar, sintiendo como mis pechos casi se descolgaban de la intensidad de mis movimientos.

Nos separamos unos instantes para mirarnos, sus ojos inyectados en sangre eran el símbolo de lo que se avecinaba, y yo, por otro lado, no podía parar de sudar y jadear. Sentía como su sexo se abría espacio en mi, y el mío anhelaba estrangularle...

Estalló, fue él quien se derramó como si naciera un océano de sus entrañas, y mientras lo hacía, aun yo me contoneaba en el abismo, en el borde del éxtasis para explotar unos segundos después...

Intenso, exquisito... Tantas tensiones en tan pocas semanas parecían haber volado, y cuando querían volver, justo en ese instante que mi cuerpo se recuperaba, sus labios se estrellaron contra los míos y sus brazos me obligaron a tumbarme a su lado...

-Shsssss... ahora vamos a dormir...

Era extraño, él era extraño... Sus dedos se colaron entre mi cuello cabelludo y comenzaron a hacer circulitos en él. La otra mano envolvió mi pecho y me sentí tan a gusto y protegida que sin dar más vueltas a nada caí en un sueño profundo, desnudos los dos desconocidos...

La mañana llegaría, el sonido del móvil me despertó... "Pi, pi, pipipiii". Me sobresalté, no reconocía aquel dormitorio, estaba tapada y a mi lado no había nadie. Salí disparada de entre las sábanas a buscar el teléfono. Un mensaje.

Eran las nueve y dieciséis minutos de la mañana. Ni rastro de mi amante. Intenté, aun medio dormida leer el mensaje. Salté de nuevo sobre la cama.

De. xxxxxxxxxxxx

¿Relaciones esporádicas intensas? Tengo 58 años, y mucha experiencia que compartir... Seriedad, discreción y buen gusto. Si estás interesada en que tomemos un café llámame. Alberto

Tardé un rato en reaccionar...

...¡El anuncio del periódico, había salido el anuncio!...

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