No me atrevo. Ayer te lo intenté decir. Llené nuestras copas con un vino afrutado, coquetee con tus sentidos hablándote, entre los almohadones de nuestro salón, del placer que encontraba en la penumbra cuando hacíamos el amor. Tus ojos se abrían de forma similar a como lo hacen los niños, con cierta incredulidad y sorpresa por mi desinhibición... La verdad es que no pretendía charlar sobre ello, pero buscaba endurecer tu sexo, que tu boca se humedeciera y tu corazón palpitará más rápido, así igual podría juntar el valor necesario para decírtelo y que no me malinterpretaras.
Por eso te hablé de esa tenue luminosidad que dibuja siluetas, omite detalles pero cultiva la imaginación. Crea sombras, que más allá de despertar el terror en mi cuerpo llama al morbo y el deseo. Tus labios se abultan, tu rostro se esconde, y tu entrepierna se muestra amenazante....
La penumbra despierta el erotismo, permitiendo que se intuya pero no se vea claramente. En ella es cuando puedo pensar hasta llegar al climax en lo que ayer, una vez más, no me atreví a decirte...
No está bien, lo sé, ni siquiera con un poco de alcohol, ni con tu sexo abultando los vaqueros tuve la valentía para hacerlo. En cambio, luego, con la media luz del salón que sale de la pequeña lamparita de tulipa de papiro que reposa en el rincón, sentí tu lengua entre mis piernas, y sustituí tu mano por la de otra mujer...
Mis párpados entornados empujaban al susurro, y entre los jadeos intenté decírtelo cuando a ratos fuiste hombre y mujer simultáneamente.
No me atrevo, no...
Seguro que me mirarías como si fuera una cualquiera, o pensarías que no te quiero, que me aburro, que estoy loca... Buff, ¡qué vergüenza!
Si es que no sé cómo decírtelo. ¿Cómo le cuentas a tu marido que te masturbas a escondidas pensando que otra mujer pega sus pechos a los tuyos, roza su sexo con tu cara, y prueba el elixir de tus encantos? Nunca creerías que es algo que quiero hacer contigo, sólo contigo. Deseo ver tu sexo erecto entre tus manos, y esa cara, de facciones desencajadas y mirada inyectada en sangre, poseída por la imagen.
Quizá si te dijera que me gustaría verte disfrutar con ella suavizaría todo esto... No, te conozco, creerías que es una treta para deshacerme de ti, en seguida pensarías que un amante me acecha en la oficina, en el parque o en el supermercado. No sé que hacer, supongo que renunciar al deseo...
Me excitas, me vuelves loca, interpretas mis miradas, mis sonrisas, mis besos, mis caricias... me provocas, me buscas y siempre me encuentras. Me derrito entre tus brazos, entre tus piernas, entre tus labios. Te adoro desnudo, rozando mi piel, perfumando mi cerebro. Y creo que enloquecería si me observaras mientras otro cuerpo desnudo se deleita conmigo, otro cuerpo femenino... Juro que nunca dejaría de mirar tus ojos, fijamente, muy fijamente, y de reojo observaría como tu vista se pierde en mi desnudo, en el de la extraña, en su sexo, en el mío, en el tuyo...
Te agitarías tan rápido, tan cerca de mis labios, tan pegado a mi cara, que puedo imaginar la cabeza de tu sexo brillante y mis pezones apresados por dedos finos y elegantes. Te enloquecería mi amor, lo sé...
Cómplices en lo perverso, tú y yo... Su sexo para ti, mientras te observo, beso tu nuca, aprieto mis pechos contra tu espalada, mi pubis contra tus glúteos que retumbarían en mi vientre mientras la penetras.
Pero, no, no me atrevo...
Pensé que escribir en una hoja en blanco mi más sinceros deseos abriría las puertas de la cárcel de mi pudor, pero sólo ha servido para sumergir mis manos entre mis piernas, apartando a un lado la ropa interior, palpar mi vulva, y encontrar la humedad del deseo contenido, las palpitaciones de mis fantasías y un orgasmo en solitario víctima de mis temores, del miedo a perder al hombre que más quiero...