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Háblame...

en Hetero: General

Allí estaba, a mi lado. Todavía mi cuerpo desnudo se estremecía. Entre los pliegues de mis piernas las palpitaciones morían lentamente, mientras mi pensamiento lascivo me incitaba a abordarle de nuevo.

De reojo, mientras su pecho aun estaba envuelto en un movimiento ascendente y descendente observaba su desnudez. Ese hombre me embaucaba...

Tenía el poder...

La sabana solo rodeaba mi cintura, mis pechos desnudos rozaban su espalda mientras me aproximaba lentamente hacia el lóbulo de su oreja. En el silencio de aquel dormitorio podía escuchar algunos resquicios de su respiración acelerada, y en la cabeza de su sexo el brillo del éxtasis de unos minutos atrás.

Mis pensamientos iban mucho más rápidos que mi cuerpo. De sus labios podía llamarme cualquier cosa, podía pedir la mayor de las aberraciones, que mis sentidos lo percibían como el mayor elixir que nadie pueda recibir, tanto como para enloquecerme.

Le busqué, aun con la duda de que no hubiera pasado el tiempo suficiente para encontrar en él la respuesta que esperaba. Mis pechos pasaron de rozar su espalda a aplastarse contra ella, mientras, uno de mis dedos buscó sus labios...

Siempre me ha encantado sentir las pieles desnudas de los cuerpo adherirse tras un encuentro sexual, impregnadas de los aromas de la pasión desenfrenada, parecen fundirse y brindarte la opción de formar un único ser con tu amante.

Olía bien, especialmente seductor. Se dejaba hacer mientras las yemas de mis dedos perfilaban sus labios y mi voz dejaba resbalar un susurro. Mis caderas buscaban acoplarse en sus nalgas para sentir cada una de sus formas. Me pareció intuir el boceto de una sonrisa, si, eso era suficiente para saber que el semáforo se abría.

Mordí mi labio inferior, símbolo de mi ansiedad ...

"Háblame mi niño"...

Mi voz se transforma, lo sé... Abandona la dulzura aparente para teñirse de picardía y perversidad. No lo hago a propósito, de hecho cuando escucho como se estrella contra la piel suave de sus perfectas orejas no me reconozco. Ya me gustaría ser capaz de saber modular asi, pero algo se apodera de mi cuando llega el momento de suplicarle que me hable..

"Háblame por favor..."

Mi dedo se introdujo dentro de su boca, resguardado en una humedad que un tiempo atrás había empapado mi sexo, resbalado por mis pechos y envuelto mis labios. Mientras le suplicaba que me dedicara sus pensamientos y sensaciones, mis dedos se enredaron en su pelo rubio.

Se puso bocarriba y sus pupilas me atravesaron. Me hechizaba, conseguía que mi cuerpo se agitara antes de comenzar con las caricias.

Entre sus piernas descubrí un sexo que despertaba, parecía abrirse paso con un bostezo entre el vello de su pubis.

Deseaba llenarme la boca de él, de la zona que le provocara los mayores jadeos, los sonidos más apasionados que nunca pudiera pronunciar. Quería sentirme la única capaz de enloquecerle transitoriamente.

De rodillas sobre la cama dejé que observara unos segundos mi desnudez, las rodillas separadas dejaban a la altura de su marina mirada mi sexo, tan cerca de su respiración, que la sugestión me llevo a creer que su fatiga incipiente chocaba con la fina piel de mis lampiños labios.

Me miraba, y cómo lo hacía. No observaba la forma de mi cuerpo, no analizaba mis curvas, ni los rincones ocultos de mi anatomía. Sus ojos aspiraban mi voluntad, bajo la tenue luz de aquel dormitorio, sus ojos como si del más profundo océano se trataran, me absorbían a las profundidades.

No creo que llegara a un minuto ese juego de miradas, esa calma aparente... Mis pechos se habían percatado de que el jefe del batallón estaba en guardia. Respondieron con velocidad a esos segundos de silencio, anticipo de sus palabras, esas que muchas veces se convierten en la caricia más erógena.

Le mostré la punta de mi lengua sutilmente, muestra de mi deseo, pero él leyó en mi forma de actuar que era lo que buscaba. Horas antes, junto a él, me había movido insaciablemente hasta dejar mi garganta seca de los jadeos profundos que nacieron en mi mientras sus manos se aferraban a mis caderas, en ese vaiven que permitió que mi sexo envolviera al suyo y lo acariciara repetidas veces con cierto impulso de succión.

Después, en cambio, con aquel hombre desnudo ante mi, y una de mis rodillas a cada lado de su cuerpo descendía por su torso, dejando en algún lugar las huellas de mis dientes, y un hilillo de humedad según me acercaba a su vientre.

Enredé mis dedos en el encrespado vello de su pubis y tiré suavemente, mientras, clavé los ojos en los suyos y le supliqué ahora de forma contundente...

"Hablame, " seguido de su nombre....

Tras esas palabras, aquel sexo semierecto buceo entre mis labios, aumentando el relieve de sus venas en la calidez de mi boca.

Empezó a hablar, empezó a convertirme en la mujer que se acurruca entre sus brazos esas noches de ausencias. Me convirtió en la que deseo ser cuando puedo disponer de él.

Sus jadeos me coronaban, me subían al reino de las mejores amantes, eso me impulsaba a que mi boca no olvidara ninguno de sus rincones. Él, se dejaba hacer, solo a ratos incorporaba el torso para mirar mi rostro, ese de aquella mujer a la que nombraba, la más indecente, la más liberal, sin prejuicios, sin límites para él.

Repetir sus palabras no tendría sentido, solo de sus labios pueden ser un tesoro. No he conocido a nadie que tenga el poder de seducción suficiente para convertirme en lo que desee elevándome de esa manera a las alturas.

Por eso al escucharle necesito transgredir a algo más, quiero avanzar en su placer, porque cuanto más alto llega él más me eleva a mi.

Mordí la cara interna de sus muslos, las manos simultáneamente envolvieron sus testículos. Desgarrados jadeos, las dos se entretenían en ellos mientras mi respiración inundaba su entrepierna...

Su cadera se agitaba, y su voz, me pedía más, lo hacía de forma contundente, directo, pero mezclando tantas palabras que la dulzura y perversión que su imagen y sonido empapaba mi sexo.

Me dediqué a él, porque me gusta, me gusta hacerlo mientras él se dedica a mi... A decirme con esa voz, con esos ojos mágicos que "se la chupe", mientras sus manos envuelven mi pelo. Ese punto en el que puedo ser la puta entregada a su satisfacción que es la mía, mientras escucho como describe mis facciones desencajadas.

Groseras palabras mientras sus caderas se elevaban y una de mis manos envolvía su venoso sexo.

 

Me encanta mirarle, observar su rostro mientras mis labios se adhieren a la piel de su entrepierna, y mis dedos comienzan peligrosos a buscar algo más.

 

Me quedé a las puertas, rodeando esa zona que al sexo masculino parece asustarle. Mientras hacía círculos alrededor de su esfínter sus caderas se elevaban y sus ojos me suplicaban.

 

"Hablame... cielo... dime... qué quieres, pídemelo"

Era yo quien pronunciaba esas palabras con cierta crueldad, sabiendo que es lo que buscaba, pero deseando escucharlo directamente de sus labios.

 

Empleó mi nombre, asi lo hizo, y mientras pronunciaba cada una de las sílabas mi dedo se introducía lentamente en su interior. Esos ojos inyectados en pasión revivirían a un muerto.

Mientras se estremecía le hablaba, le pedía que mirara mi cuerpo desnudo, a ratos le insultaba apasionadamente mientras sus ojos se derretían en el bamboleo de mis pechos, que se movían al ritmo de mis manos, la que ocupaban su esfínter, y las que al ritmo masajeaban su sexo.

El segundo dedo se hizo hueco dentro de su trasero, la locura me poseía al verle tan entregado. Entre mis manos su sexo se amorataba, los movimientos, rápidos, enérgicos, mientras mis labios se acercaban a su glande...

"... y ahora... háblame..."

No paró, cogió carrerilla mientras elevaba la cadera para luego empujar su cuerpo y dejar que me adentrara en él. Mi boca jugueteaba con el frenillo de sus sexo mientras mi otra mano adquiría velocidad.

No paraba de hablar, de describirme los movimientos de mi cuerpo, la expresión de mi cara, mientras una de sus manos retiraba los mechones de pelo castaño de mi rostro para descubrirme entre sus rodillas como una auténtica depravada.

Sabía que estaba en mis manos derramarle. Pero me gusta tanto verle fuera de si, que disfrutaba sintiendo sus dos glúteos a cada lado de mis dedos, y su sexo, dándome gotas de placer que asoman temerosas advirtiéndome del próximo desenlace.

Pedía más, jadeaba "sies" profundos, y mi nombre se coronaba de gloria cada vez que lo posaba en sus labios. Llego el momento, el de doblar mis dedos para con las yemas , importante piel que durante tiempo nos erotizó, rozar esa zona que parece aportarle una sobrecarga eléctrica...

Se zarandeó...

"Háblame, mi amor.... háblame" le supliqué.

Mi mano se movía rápida alrededor de su sexo...

Me gusta que se derrita en mi boca, y me pida que le beba, que me empache de su placer, pero me gusta escucharlo de su voz, palabras poco armónicas, bruscas, casi violentas, pero que suenan de forma celestial.

Así lo hizo mientras el calor inundaba mi boca.

"Traga... traga...mi niña"

Qué mezcla extraña... yo obediente saboreé todo lo que él me dejó, mis dedos abandonaron eso que nadie sospecha que pueda gustarle, y que a mi, me desquicia en nuestra intimidad.

Mi boca, lentamente, se entretuvo cariñosa en su sexo, como una madre que lava a su cachorro tras el parto mientras me miraba, y cómo me miraba... Allí, entre sus piernas, sus dedos se enredaron en mi pelo para elevarme y tumbarme a su lado...

Tumbada en la cama, no podía creer que fuera cierto. Esos ojos me envolvían mientras su mano, se ocultaba entre mis húmedos pliegues hasta chocar con ese punto inflamado de ansiedad.

"Háblame" me dijo, mientras, dos de sus dedos entraban en mi interior de un solo golpe.

Y yo le hablé, lo hice, con detalles, sin rodeos, liberando la que soy entre tus brazos, desnuda, erotizada con el roce de su cuerpo... Hablé mientras me derretía en sus manos y sus ojos observaban cada cambio de mi expresión...

Le pedí, le supliqué, y sus dedos curiosos una vez más buscaron a esas culebrillas que duermen en mi interior y él despierta como nadie. Su voz, como la flauta que hipnotiza a las cobras, hace que se enreden a mis piernas y asciendan, eléctricas, hasta mi vientre, allí, donde comenzaron las contracciones, el éxtasis que invadió mi cuerpo con su mano entre mis piernas, el océano de su mirada observándome bajo la luz de aquella lamparita, y las palabras del mejor de los amantes...

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