miprimita.com

El viaje de Natalia: Aquel último verano

en Amor filial

El Viaje de Natalia(5): Aquel "último verano"

Los días en Cádiz comenzaban a hacerse largos, los paseos, las casas blancas y esa soledad obligada empezaban a pesarme y, no de forma grata. Pensé en llamar a Alicia más de una noche, del Sur de la provincia al Puerto de Santa Maria había pocos kilómetros, y para mi lo más ligero de mi equipaje habían sido precisamente ellos, en apenas un día me crucé de Norte a Sur la península, y estaba dispuesta si mi vida no cambiaba por allí, a coger de nuevo mi bolsa y partir...

No sé porqué aquel día me acordé de mi abuela, que gran mujer, apenas tuve la suerte de poder compartir los catorce primeros años de mi vida con ella, pero a mis 33 años me acuerdo aun con más intensidad de cada momento que viví a su lado. Era una mujer bajita, rubia con ojos de gata. Llevaba ese pelo clásico de las mujeres mayores, que siempre me he preguntado como se sostiene tan cortito y abultado... Sus gafas convertían su felina mirada en aun más imponente, sus lentes de aumento, hacían que el color verde tuviera un protagonismo desproporcionado dentro de su delgada cara.

Me he dado cuenta que las mujeres mayores pueden catalogarse dentro de tres clases, las que se quedan muy delgadas, tanto que a veces te preguntas si aparte del hueso y la piel queda algo en su cuerpo. Las que por el contrario cogen un volumen desorbitado, sus pechos se hinchan y descuelgan, y la retención de líquidos, así como los problemas oseos, inflaman sus piernas, y las que eran como mi abuela, redonditas sobre dos piernas muy, muy delgadas, lo que las hace de aspecto bonachón pero a la vez extremadamente frágiles.

Aquel día no pude dejar de acordarme de ella, lo que era sinónimo de mi infancia y juventud. Fue una mujer adelantada a su época se separó cuando apenas mi madre y su hermana eran unas púberes niñas, entonces socialmente estaba muy mal visto, y más de una vez me pregunté como se atrevió a hacerlo siendo tan beata como era, sin saltarse una misa, un rosario y con un delantal de mil colores con dos bolsillos donde siempre guardaba una estampita de San Antonio y otra de Santa Gema.

Fue una gran cocinera, aunque su futuro era más prometedor antes de conocer a mi abuelo, que cambió su destino al enamorarse de ella. Mi abuela, nació en una familia de las denominadas " bien", desde joven tocaba el violín y según me contaron apuntaba un futuro prometedor, pero las cosas no pudieron ser...

Todos los veranos me iba a la casita de un pueblo castellano a disfrutar de mi mes de vacaciones. Una humilde casa rodeada de un pequeño corral. Me encantaba alojarme en la cuadra, una estancia que en esas fechas solo albergaba un pequeño caballete de pintura y una ristra de juguetes, e imaginar la de animales que tiempo atrás allí estuvieron metidos. Era especial, me quedaba a solas con mi abuela, que me hacía bocadillos para merendar y yo me los iba a comer a las eras, o a un campo de girasoles del que acababa empachándome a pipas. Las casas encantadas, las hogueras nocturnas, los huevos de corral , un sin fin de cosas que se alejaban mucho de todas las comodidades que yo disfrutaba en mi ciudad natal.

Cuando tenía unos doce años me avisaron que ya no sería la única atención de mi abuela, irían también mis primos, unos que casi nunca venían un poco mayores que yo y que ese año sus padres, es decir la hermana de mi madre, no sabían donde dejar. Recuerdo ese verano aun con más cariño, fue el último que estuve alli, nunca más volví...

Con casi trece años se te empieza a quedar pequeño, tus amigas van a países extranjeros, a pueblos de sierra con sus motos, sus piscinas, y las eras pierden todo su atractivo, y yo, como las demás, no iba a ser menos.

Mi primo tenía dieciséis años y el otro catorce, prácticamente no nos conocíamos, y la verdad es que tampoco nos caímos muy bien, pero dependían de mi, habían llegado demasiado mayores a un pueblo en el que solo había un bar, y un montón de señoras que acudían puntualmente a la misa diaria que ofrecía el sacristán. Un pueblo en el que no había tiendas, si no que dos días a la semana se acercaban unas furgonetas con megáfonos ofreciendo frutas, conservas y demás de pueblos próximos. Un pueblo sin pistas deportivas, sin piscina y con un riachuelo prácticamente inexistente. Pero yo, yo al menos conocía a gente...

Lucas era alto, un poco introvertido, y algo soso. Enrique por el contrario, era el menor, tenía un carácter mucho más dicharachero y divertido, y con él, quizá también por la edad, fue más fácil congeniar. Los juegos en los veranos castellanos se producían o bien por la mañana, o a partir de las siete de la tarde que el sol parecía darnos un poco de tregua.

A finales de aquel "último verano", Lucas a pesar de su carácter algo hermético se había convertido en un rompecorazones, alejado de mi grupo más infantil, acercándose al de los adolescentes que comenzaban a hacer fiestas algo menos inocentes cerca de la antigua estación. Enrique por el contrario se había integrado de maravilla con mis amigos, y espiaba las conversaciones de su hermano para luego contárnoslas a nosotros, cuestión que nos parecía lo más divertido del universo... Era estar un paso más cerca de esa " madurez" deseada...

Mientras tanto mi abuela de ojos verde nos mimaba con toda su atención, cada mañana, a pesar de su edad avanzada mullía los colchones de lana con una vara, los giraba varias veces después de haber ventilado la habitación, luego nos enviaba a por leche a las vaquerías, y volvíamos por las áridas tierras castellanas con un par de lecheras medianas llenas de tibia leche recién ordeñada, que luego mi abuela hervía con cuidado y me apartaba el manjar que más me gustaba, la nata. Una nata densa que mezclada con kilos de azúcar probablemente sea la responsable de que a mis quince años tuviera que ponerme a dieta, pero que en aquellas fechas a mi me hacía muy feliz.

Luego íbamos a por el pan, siempre Enrique y yo, a veces peleados y otras tantas cantando alguna canción o hablando de cosas de críos, pero juntos. A ratos se me quedaba mirando y parecía que quería decirme algo, pero si le preguntaba siempre respondía que "nada".

Y el mes de julio comenzaba a querer llamarse Agosto, en esa última semana siempre se organizaba alguna humilde fiesta decoraza con chorizo de alguna matanza, también era el momento en el que la mayoría de los galgos hembras que paseaban solitarios por las calles estaban a punto de dar a luz, y yo, que ya conocía la historia, me estremecía por la crueldad con la que sabía que más de un cachorro acabaría dentro de una bolsa de basura navegando por el caudal del río. Por más que crecí e intenté ver que estábamos sujetos a culturas diferentes, nunca perdoné a todos aquellos que reían preparando el manjar para ese riachuelo que devoraba kilos de pequeños perritos. Días después más de una hembra acudía a ese lugar guiada por su olfato y memoria, siendo el mismo lugar donde el año anterior perdió a sus crías, entre llantinas y una mirada apagada.

Enrique aquella tarde estaba empeñado en ir al campo de girasoles, ya nos habían llamado la atención apenas unos días antes por haber cortado tres o cuatro de ellos propiedad de un vecino del pueblo. Pero el decía que quería volver. Aurora, Rebeca y Lucía esa tarde no estaban, se habían acercado a la capital porque era día de fiesta mayor y sus padres no trabajaban, Pedro y Santi habían ido con su tío en busca de alfalfa y nada entretenido parecía que esa tarde pudiera ocurrir, así que sin mucha elección acepté la sugerencia de Enrique.

Era demasiado temprano y el calor se colaba por los poros de nuestra piel, después de un mes en aquel pueblo ya estaba algo aburrida de comer pipas "al natural", pero Quique ( Enrique) parecía haberse vuelto un adicto a ellas. Por el camino comenzó a hablarme de su hermano y acabó preguntándome si yo alguna vez había tenido novio. Siempre he sido un poco gallega en estas situaciones, desde jovencita ya apuntaba maneras, y antes de contestar a las preguntas directas me he sorprendido efectuando una contrapregunta sutil para desviar la atención. Pero Quique no cesaba en su empeño de obtener una respuesta por mi parte, su manera de mirarme llegó hasta a ponerme nerviosa y proponer echar una carrera hasta el lugar prohibido, pero él cortó rápidamente mi sugerencia, ofreciéndome la posibilidad de un nuevo destino, la antigua estación.

Llevaba años veraneando alli, mi abuela me había llevado a ese lugar en más de una ocasión, sobretodo cuando yo me agarraba a mi carrito de muñecas y paseaba al que yo llamaba "mi bebé" años atrás. Aquel lugar no eran más que cuatro paredes semiderruidas con unas vías con travesaños de madera que llevaba años inutilizada. Acepté, por innovar principalmente, y mientras no dirigíamos allí Quique fue contándome todo lo que su hermano le había relatado que alli ocurría. En aquellos años cómo me sonaba aquello, casi como si fuera pecado mortal, parece ser que alli a escondidas y con cartones de vino de mesa el grupo de los "mayores" acababan retozando como cualquier adolescente en un verano de descubrimientos y a mi todo eso me parecía la mar de "impresionante"

Cuando Quique vio lo que era esa "antigua estación" de la que tanto había escuchado hablar su cara de decepción era un cuadro, cartones de bebidas, papeles y una " ancha es Castilla" a cada lado era lo único que podía divisar. Estábamos cansados, nos sentamos un rato en uno de los travesaños de madera, para bajar nuestras pulsaciones y recobrar un poco el ánimo, y nos quedamos en silencio.

Decir que mi primer beso vino de un primo mío con el paso del tiempo me he dado cuenta que es bastante habitual, de hecho existe más de un refrán de la zona que se refiere a estos acercamientos entre primos hermanos, pero durante bastantes años he cruzado los dedos por no encontrármelo en ningún lugar.

Aquella tarde en la estación, decidió robarme un beso... Un beso en una de las últimas tardes de julio, pero Enrique a su temprana edad parecía saber lo que hacía. Vestía con unos pantalones cortos y una camiseta, muy similar a mi indumentaria, y cuando pegó sus labios a los míos rápidamente intentó abrirse paso dentro de mi boca. Una boca virgen de intrusos que se sintió aturdida cuando la joven lengua, algo torpe, buscaba un movimiento lascivo. Casi le muerdo, una sensación de asfixia y de estar haciendo algo tremendamente prohibido me invadió, pero cuando su mano buscaba mis incipientes pechos me dejé hacer...

El sol caía directo sobre nuestras cabezas, y la mano de Enrique ya buscaba bajo la tela de mi camiseta la piel, yo quería seguir su ritmo, unos circulitos algo imperfectos que yo, quizá por ser zurda e inexperta, no conseguía coordinar. Cuando sentí su mano posarse en la piel de mi estómago un cosquilleo subió desde los tobillos hasta mi garganta, y un movimiento casi automático hizo que frenara su mano cuando casi estaba a punto de rozar la tela de mi sostén. En ese momento reaccioné, me aparte rápido, casi avergonzada y sin mediar palabra, intenté volver sobre mis propios pasos.

Me ardía la cara, más que calor era una sensación de fuego interno en mis dos mejillas. Cuando apenas me había alejado unos pasos él pronunció mi nombre, me giré y le ví con los pantalones bajados y un miembro erecto apuntándome, me giré brusca y le insulté.

Quique se quedó alli, me pareció que acariciándose en la "antigua estación", y yo caminando en sentido opuesto sin poderme quitar la imagen de su sexo de mi cabeza, y de la cos atan horrible que había hecho. Esa sensación empeoró cuando al llegar a la casa mi abuela estaba podando los rosales y miro mi rostro, Sentí que mis pupilas eran un reproductor de video en el que podía ver todo lo que había ocurrido.

Esa noche no pude dormir bien, durante la cena no crucé palabra con Quique, quien tampoco levantaba la vista del plato y se fue rápido a la habitación.

A la mañana siguiente de nuevo debíamos ir a por leche a la vaquería, esa rutina rural que acompañaba cada amanecer. Yo me inventé que no me sentía bien, y me abuela me amenazó con llamar al doctor del pueblo vecino. Solo de pensar en esa idea recuperé mi estado de salud al instante y emprendí la excursión habitual acompañada de mi primo. No hablamos durante el camino, yo miraba el millón de bolitas negras que reposaban sobre el suelo, que no eran más que el rastro que deja un rebaño de ovejas al salir a pastar, él en cambio miraba al cielo.

Ese día no llegamos a la vaquería a la misma hora de siempre, un desvío en el camino, casi provocado por parte de los dos nos hizo detenernos detrás de la ermita. Ahora nuestras bocas querían experimentar más, la conciencia no me dejaba descansar, pero en plena adolescencia la curiosidad por ese tipo de temas te puede arrastrar. Él saco el tema, preguntó si acaso no me había gustado lo que había sentido, y yo de nuevo contesté con una pregunta "¿y a ti?"... Me dijo que lo que más le había gustado era sentir lo blandito de mi pecho, puso la mano encima de la camiseta y acarició suave, casi con miedo, como intentando a través del tacto adivinar cual sería su aspecto desnudo. Sentí que buscaba mi pezón, pero era difícil encontrarlo, a esa edad aun era un pequeño relieve prácticamente imperceptible, que a pesar de sus caricias parecía ser más consciente que yo que todo eso no debía ocurrir.

Me gustó, no es lo que ahora a mis treinta y dos años puedo denominar placer, era una sensación mucho más allá, esa sensación que creo que todos experimentamos cuando descubrimos el sexo, un estado irrepetible que nunca más se vuelve a repetir en el resto de nuestra vida por muy buenos amantes que tengamos. Así fue como nos apartamos a un lado, escondidos, siendo conscientes de que nadie debería vernos, porque a ojos de los demás éramos niños, y sobretodo " primos. No nos atrevimos a desnudarnos, un halo de vergüenza , de miedo a ser encontrados nos poseía, pero a la vez, los dos con los ojos brillantes y las mejillas encendidas mirábamos con asombro un mundo nuevo...

Quería tocar, quería tocarle su sexo, la tarde anterior al verlo, me pareció algo diferente, prohibido, su forma, su aspecto tenían algo adictivo, pero no me atrevía a decirlo. Él por su lado había levantado mi sostén y abarcaba con cada una de sus manos mis dos pechos, de tamaño medio para mi edad. Todas las caricias eran suaves, temerosas...y el momento muy silencioso.

Luego intentó descender por mi vientre, en ese instante mis pulsaciones se escuchaban mucho más fuertes que el cencerro de un rebaño de ovejas que estaban encerradas en un redil cercano, dudé entre frenarle o no, pero al sentir su dedo tembloroso en el comienzo de mis dos labios, me limité a bajar la vista y dejarme hacer. Unos movimientos torpes que no buscaban un punto concreto que acariciar, sino más bien palpar al azar, sentir la textura, la forma... y buscar no se si por instinto o por oídas alguna abertura en la que colarse. Yo ni abría ni cerraba las piernas, me quedaba inmóvil, sintiendo esa piel extraña rozando lo que nadie debía tocar ni ver, agachados en un rincón. Después de hacer un reconocimiento rápido, me preguntó si yo le quería tocar...

Minutos después mi mano por primea vez tocaba casi sin querer sentir un sexo masculino, que tal y como ha quedado en mi memoria poco se parece a los ardientes sexos más maduros que ahora se podrían plantear ante mi. Las venas de mi primo eran sutiles, y su piel mucho más blanquecina. Estaba tibio, y a los segundos de poner mi mano alrededor de él me empapó con su adolescencia en plena ebullición.

Nadie debía enterarse de aquello, mientras mis manos se secaban rápidamente quedando pegajosas, él se subía los pantalones y miraba hacia otro lado, y yo frotando las palmas en la tierra del suelo procuraba quitarme esa sustancia de olor especial y vestirme lo antes posible.

Caminamos silenciosos hacia la vaquería y volvimos como buenos primos a casa donde mi abuela, mi gran abuela, nos esperaba preocupada por la tardanza. Inventamos una historia que ya casi ni recuerdo...

Quedaban pocos días de ese "último verano". Quique y yo intentábamos dominar nuestras miradas, la suya se escapaba a mis camisetas, la mia a sus pantalones, y no sé él pero yo por las noches inquieta tardaba en conciliar el sueño.

Como decía al principio, no sé porqué aquel día me acordé de mi abuela de ojos de gata, de cómo echaba de menos sus besos, sus bocadillos, sus regalos... Creo que ella es el reflejo de lo que añoro, mi infancia, mi juventud, ese mundo de descubrimientos, de sorpresas.

Cádiz me trajo recuerdos extraños y un gran desconcierto. Aquella noche me acordé de esta parte de mi vida, y sentí mi corazón como seguía vivo.Los días en la Costa de la Luz estaban llegando a su fin, quizá mi subconsciente me advertía que era un buen momento para volver a visitar mi " ancha es Castilla"...

Mas de alesandra

El Viaje de Natalia: La fiesta

El Viaje de Natalia: Una obsesión

El viaje de Natalia: Soy tus ojos

Estando en flor...

Esclava de su esclavo

Un beso compartido

El viaje de Natalia: Mi amigo Carlos

El viaje de Natalia: Háblale mientras te...

El viaje de Natalia: Te echo de menos

El viaje de Natalia: Un equipaje para siempre

El viaje de Natalia: La vida en el campo

El viaje de Natalia: Una bocanada de humo

El viaje de Natalia: Una extraña cita

Sueño Profundo

El viaje de Natalia (2)

El viaje de Natalia

El eco de mi fantasía

La moda llegó a TR...

El hermano sandwich

Dormía a tu lado

Tu verano en mi invierno

Despertares...

Háblame...

Tus palabras...

Encuentros multiples

No me atrevo

Bajo el Puente

Últimas páginas de un diario

... Y Dios lo vió todo

Preso en mi -universo-

Entre sábanas rojas

Aquella tarde de billar

Cada tarde en el parque...

No erótico: Radiografia del subconsciente

Falsas apariencias

Cuentos no eróticos: El aullido del lobo

El mudo -tic-tac-

En el otro lado...

Sota, caballo y rey

Loca

Los lectores contestan...

Mi -Todo a Cien- de TR

Especialmente... frustrado!

Vértigo

Destino prohibido

Adicción en Vanesa

Ravel; más que un bolero...

Atracción mortal (7)

Atracción mortal (8)

Atracción mortal (9)

Valladolid en silencio...

Juego de perversión

Unos ojos que te miran

Quizá...las lagrimas se vuelvan saladas...

María se despertó inquieta

Una tarde de pastas y té

Ismael cumple 32

Una vida de otoños

Siete Pecados Capitales

Instintos animales

El clítoris mental

Nuestra pequeña Lucía

Créeme... mañana no lo volveré a hacer...

Puñales en los genes

Seducción femenina

2= Infidelidad; 4; Intercambio

A ti.. mi mejor amigo, mi mejor amante...

A ti... autor de TR

Despedida de soltera

Remite: Desde la cuenta atrás...

Fotografia desde el tragaluz

Quiero comprarme una vida

Locura temporal

La última campanada de 2004

A 60€ la hora...

La llamada del Tabú

En clave de sol

Un lienzo en blanco para ti

El amigo de Laura (5)

El amigo de Laura (4)

El amigo de Laura

El amigo de Laura (2)

El amigo de Laura (3)

Amor complicado

La cara oculta de la novicia Doña Ines (inedito)

El iman de un buen tacón...

A lo hecho... pecho?

Buenos dias!

El viaje a Kerala

Buen vino de reserva!

Ahora solo pienso en pollas Ales

Una amistad dificil de llevar

Puta de uno

En menos de 24 horas...

Por qué rizar el rizo?

Una chica dificil

Dulce tortura

Mi 23 cumpleaños!

Dificil final!

Juego de mesa

Tengo que confesartelo

Anécdotas del piercing...

Carta a un gigolo

Desde mi ventana...

La venganza de mi hermano... el final!

La venganza de mi hermano (3)

La venganza de mi hermano (2)

...en la cabina...

La venganza de mi hermano...

El piercing

Desesperados (2)

Que eres bisexual?

Desesperados

Un trastero, mis vecinos y yo quería ser mayor...

Mi primera vez

Una mañana en la playa nudista!

Poema al amante

Mi tio es un maestro!

El regalo a Sergio

Mario, Susi y yo

El profesor de Autoescuela

El eclipse solar

Mi marido esta enfermo?

Aprendiendo en clase...

Una cena de negocios

Viaje en el Metro

Aprendiendo en clase... (2)

La lengua tan preciado musculo!

Un verano inesperado!

Sorpresas te da la vida!