El Viaje de Natalia: Una bocanada de humo
... Te oía, sonido de risas, de bromas, de besos... Se escuchaban las yemas de tus dedos dibujando mi espalda, tus labios de delito acariciando mi piel. Éramos uno, ¿te acuerdas? Dos piernas, dos brazos, dos corazones en uno. Éramos fuertes porque seguíamos el mismo camino, no dejábamos que nada distrajera nuestra atención, y eso nos hacía ser un monstruo de dos cabezas omnipotente en el inmenso universo. Entonces nuestro destino tenía un único camino, tu sujetabas la vela y yo soplaba, y cuando nos cansábamos, nos besábamos dulcemente, hacíamos el amor y cambiábamos los puestos.
Tus brazos me rodeaban esas noches de invierno, susurrabas a mi oído, y las manos nerviosas se entretenían, buscabas tu placer en mi, éramos uno...
Si mis ojos no te hubieran bebido tan intensamente cada vez que hacíamos el amor...
Te juro que cuando clavaba mis dedos en tu espalda me partía de placer, de deseo y de amor. Cada vez que pronunciaba tu nombre con sonidos entrecortados, con jadeos de locura era porque me transtornaba pensar que alguna vez en la vida con otra mujer tu mirada se pudiera nublar, tus caderas pudieran agitarse con instinto animal, y tus besos... tus besos pudieran envolver otras bocas, otros pechos, otros sexos y amar a quien no fuera yo...
Es enfermizo, lo sé... por eso soy la culpable, confundí la esclavitud con el amor...
Esa tarde mis pensamientos volaron al ritmo de una acordeón que tocaba un señor bajito y de tez morena para todos los que estábamos allí tomando algo, y me estremecí al imaginar que lo que años atrás temí, quizá estuviera ocurriendo a seiscientos kilómetros de la terraza en la que estaba sentada. Pude sentir mi boca arrugarse y mi corazón encogerse como una almeja viva sobre la que gotea un limón...
...Sus manos eran tan fuertes y delicadas...
Cuando estaba de espaldas a su figura parecía moldear cada una de mis curvas, a la vez, susurraba en mi oído sutilezas, algunos días duras, otras dulces, pero siempre extremadamente sugerentes que provocaban una rítmica palpitación en mi corazón y entre mis piernas, ambos lugares bailaban al compás de la excitación, y él comenzaba a mover sus manos y su boca sembrando mi cuerpo de pasión. En esos instantes mi mente imaginaba todo tipo de perversiones en la que solo estábamos los dos, me sobraba el mundo, no necesitaba de nadie más para fantasear, solo quería sentirme su única propietaria, el centro de atención para todos sus sentidos, por eso solía darme la vuelta y envolver su sexo con mis labios, apartar mi pelo y permitirle mirar quien era la que le provocaba las mayores corrientes placer de la forma más arrebatadora... Tantas veces pronunciaba su nombre cada vez que hacíamos el amor. Me pasé toda nuestra vida marcando mi territorio, poniendo etiquetas, y fueron tantas las que le adherí que un día no le dejaron respirar.
... Esa bocanada de humo del señor de la mesa contigua a la mía me ha traído tu nombre, como todas esas noches cuando al terminar de amarnos encendías aquel cigarrillo y lo fumábamos a medias... Éramos uno...
Supongo, que ahora mi vida es un espacio " sin humos"...