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El coma (2)

en Grandes Series

II

Segunda semana, lunes...

El fin de semana estuvo bien, Raquel salió de marcha con sus amigas aunque no se comió un rosco, como de costumbre. Lejos ya quedaba su amor de adolescencia, el que la folló por primera vez y se llevó consigo su preciada virginidad. Amargo recuerdo, pues más tarde llegó el desengaño, o mejor dicho el engaño y los cuernos por parte de él, que se fue con otra y la dejó compuesta y sin novio. Desde entonces se tornó más desconfiada hacia los chicos que se le acercaban y aunque había estado a punto de enrollarse con algún chico alguna noche loca, al final la desconfianza la llevaba a dudar y éste volaba a la siguiente flor a ver si ésta picaba.

Ahora el fracaso del fin de semana no importaba, pues tenía una nueva ilusión, su paciente, con esa rara cualidad que tenía, siendo capaz de empalmarse aun estando en su estado de coma, tan intrigante, con aquella mirada perdida.

Cuando la señora le abrió la puerta le sonrió como de costumbre y sin apenas cruzar palabras con ella corrió al interior invitándola a pasar, pues llegaba tarde de nuevo. Tras darle algunas indicaciones sobre las tareas de la casa que quería que abordase en el tiempo que tuviese libre tras los cuidados de su marido, se despidió de ella mientras cogía su abrigo y su maletín de piel.

  • Por cierto querida, ¿el viernes le diste mucha guerra a mi querido Diego? -preguntó Isabel sorprendiendo a la recién llegada.
  • ¿Cómo dice señora, no la entiendo? -contestó contrariada Raquel.
  • Ay chica serán cosas mías pero el fin de semana he notado a Diego algo distinto... en fin, no me hagas mucho caso -replicó su jefa cerrando la puerta tras de si.

Durante unos minutos Raquel se quedó pensando en qué demonios había querido decir su jefa. Al final vino a su mente una posible explicación, ¿y si lo sabía? ¿Y si sospechaba que estaba siendo una chica mala con el secreto de su esposo?: "Sin duda ella debe conocerlo y yo, estúpida de mi he pasado por alto que tras mantener relaciones al día siguiente ya no es capaz de responder. A lo mejor la tía estaba esperando al fin de semana para darse un desahogo con su esposo y cuando fue ha hacerlo a éste no se le levantó y sospecha que le hice una paja el viernes..."

La mente de Raquel la atormentaba con estos pensamientos y no podía hacer nada par evitarlos, salvo intentar meterse en la rutina de la mañana y tratar de relajarse y no pensar más en ello. Después de todo, ¿qué había dicho realmente?, nada explícito, así que para qué iba a alarmarse. Sin embargo hoy ya no estaba dispuesta a arriesgarse, esperaría unos días a ver si su jefa le daba más pistas de si sospechaba algo o no.

Durante el aseo diario del paciente, éste estuvo "tranquilo", su miembro viril no la saludó como en días pasados. Raquel no pudo evitar pensar que a lo mejor su jefa se lo había trabajado el domingo a última hora. En fin, tampoco pasaba nada.

Después de darle el desayuno a Diego Raquel se dedicó a curiosear por la casa al tiempo que limpiaba el polvo de los muebles y hacía algunas tareas del hogar. En el dormitorio principal abrió los cajones de la cómoda, las mesillas de noche y el armario vestidor y se dedicó a ver qué tipo de ropa tenia su jefa, tanto los trajes de ejecutiva de los que tanto gustaba usar en el trabajo como su ropa interior. Descubrió que tenía cientos de tangas de todos los modelos y colores, tan pequeños que apenas ocupaban espacio en un cajón de la mesilla de noche, ¡y tenía los tres cajones llenos! También pudo comprobar que gustaba de ponerse braguitas de algodón, seguramente para estar en cómoda en casa. Estuvo largo rato admirando su colección de tangas y maravillándose por la variedad. También descubrió unos conjuntos de ropa interior super sexy y sin duda super cara y se animó a probarse algún modelo. Así que se desnudó y se vistió con el que más le gustó, un conjunto de lencería rosa de raso con encajes negros en las puntas.

El conjunto no le sentaba mal, ella era casi tan alta como su jefa, aunque estaba más delgada que ella y sus pechos eran un poco más pequeños por lo que su sujetador le estaba algo grande, para compensarlo se metió unas medias bajo la teta y todo quedó más en su sitio. Su jefa también tenía más culo por lo que el tanga que llevaba a juego con el conjunto no le quedaba muy tirante, aunque como era de lycra se ajustaba también bien a su cuerpo. Lo cierto es que mirándose al espejo se encontraba estupenda, en ese momento pensó en qué diría su jefa si la viese probándose su ropa interior. Sonrió para sus adentros mientras otra idea morbosa cruzaba por su cabeza. Aunque estaba preocupada por si Isabel había descubierto que el viernes masturbó a su maridito, ¿podía jugar con él a otro tipo de juegos igualmente excitantes?

Entró en la habitación donde estaba instalada la cama de su paciente, que permanecía con sus ojos abiertos y perdidos como siempre. Se puso delante suyo y lo saludó, comenzando ha hablarle como si pudiera oírla:

  • Hola Diego, ¿qué te parece el conjuntito que le he tomado prestado a tu mujer? Verdad que me sienta divinamente, sin duda a ella también le sienta bien, ¿eh pillín? ¡Qué me dices, a que estoy buena! -le decía haciendo poses morbosas mientras se acariciaba sus pechos, su cintura y ponía sus dedos delante de su monte de Venus a modo indicativo de la calentura que hervía en su entrepierna.
  • Vamos no seas tímido, puedes tocar...

Raquel tomó su mano y la posó en sus pechos inclinándose para que pudiese alcanzarlos, luego tomó la otra mano y puso ambas sobre ellos, apretándolas contra sus montañas de carne. Luego las deslizó por su barriguita plana y dura hasta llevar, sólo una de ellas, hasta su mullido valle. Allí, la colocó bajo su coño, encima de su tanga rosa de raso con encaje negro por los bordes, se restregó contra su palma y no contenta con ésto decidió deslizar sus braguitras por sus muslos, hasta dejarlas a la altura de sus rodillas, para volver a posar su mano ahora directamente sobre sus labios mayores, introduciendo sus dedos entre ellos haciéndolos llegar hasta su ya húmedo interior. ¡Estaba muy cachonda!

  • ¡Qué me dices tonto! ¿Te gusto, verdad? ¿A que te gusta mi coño? -le preguntaba mientras se restregaba contra su mano.

Raquel entonces miró a su entrepierna, ¡y descubrió que su miembro estaba despierto!

  • ¡Oh qué pícaro eres! ¡Pero si te has empalmado! Pero ya oíste a tu mujer, tengo que dejarte tranquilo, tal vez ella te folle esta noche, pero eso no significa que no podamos divertirnos un ratito, ¿no?

En un arrebato de pasión Raquel cogió el mando de su cama automática, era como las de un hospital y podía elevarse y bajarse a voluntad, ella eligió esta última opción. Poniendo a su paciente a la altura de su cintura, luego aplicó el botón para ponerla horizontal, pues el hombre estaba ligeramente inclinado hacia adelante, y cuando la tuvo lista, saltó encima suyo.

Raquel colocó su sus muslos junto a su cabeza y hombros, y acercó su coño hasta su boca. El hombre seguía con su mirada perdida, sin reacción, pero eso no le importó, pues ya estaba acostumbrada. Entonces comenzó a rozar su sexo con su boca y su nariz, sentía el leve respirar de sus pulmones, su aliento tan cerca de su clítoris. Esto la calentó aún más.

Sin esperar más Raquel echó mano a su clítoris y comenzó afrontarlo frenéticamente, al tiempo que se acariciaba los pechos con la otra mano, sacándolos de su sujetador, esto lo le resultó difícil pues le quedaba algo grande. Se puso los pezones duros y puntiagudos, mientras de vez en cuando acercaba su coño a la boca del "paciente" impasible para sentir su calor en su sexo, eso si con cuidado de no asfixiarlo por accidente.

Con estos movimientos de su chocho delante de su boca, le fue derramando sus jugos en sus labios, nariz y barbilla. Desde luego si el enfermo hubiese tenido un mínimo de conciencia su reacción hubiese sido inmediata, pero no fue así, permaneció tan impasible como siempre. Aunque Raquel podía notar cierta viveza en sus ojos, algo distinto a su mirada habitual perdida, pero absorta como estaba en su masturbación no le prestó más atención a este hecho y en pocos minutos su orgasmo la sorprendió encima de la cara de Diego, derramando los últimos jugos sobre su boca mientras casi sufre un accidente por el mareo que le entró en el éxtasis del placer y su precario equilibrio delante de la cama.

Cuando terminó se aseó su sexo y se cambió el conjunto de ropa interior, lo apartó para lavarlo ese mismo día, pues no quería despertar sospechas en su jefa y que oliese a su cuerpo la próxima vez que lo usara, luego volvió a ver cómo estaba su paciente. Advirtió que su cara entera olía a coño y divertida fue por los utensilios de aseo para limpiarlo bien, mientras lo hacía seguía conversando con él...

  • Espero que te haya gustado, a mi me ha encantado chico, no hay nada como un buen orgasmo para comenzar la semana, ¿verdad? Por cierto, ¿estaba bueno mi coño? ¡Qué rico! ¿Verdad? ¡Ummm! Hay que limpiarte bien, no vaya tu mujer a descubrir que la engañas conmigo, ¿eh, pillín?

Una vez aseado se relajó sentándose en la mecedora que había junto a su cama y leyéndole otro episodio del folletín amoroso que le leía todas las mañanas, al tiempo que los rayos del sol se colaban por el balcón, proyectándose en el suelo como luz sólida que inundaba la habitación y calentaba el ambiente, haciendo que aquel rato de lectura fuese mucho más apacible y relajante, despejando la atmósfera sexual que hasta hacía unos instantes inundaba todos los rincones del cuarto.

Por la tarde llamó su jefa pidiéndole que por favor la esperase un rato más, pues hoy saldría más tarde. A Raquel en un principio le fastidió la idea, pues le apetecía irse a casa, pero luego lo pensó mejor y después del día tan relajado que había tenido no le importó quedarse un rato más. Al final cuando llegó su jefa eran ya más de las ocho.

  • ¡Perdona, lo siento! Es que hoy hemos tenido una reunión de dirección por la tarde y estas reuniones siempre se alargan. Para intentar compensarte he pasado por un restaurante chino del barrio y he traído la cena, está recién hecha, espero que te guste la comida china -comentó Isabel nada más entrar con su tono de voz arrollador, dejando a Raquel sin saber qué decir.
  • Oh, si me gusta la comida china.
  • Al menos quédate a cenar y luego te pago un taxi que te lleve directamente a tu casa, ¿vale?
  • Está bien señora, como desee.
  • Antes voy a ducharme, si quieres ve comiendo tu en el salón, estoy molida.

Raquel comenzó a comer, pues lo cierto es que tenía ya hambre, en unos diez minutos bajó su jefa, tan estresada como siempre. Lo hizo con el pelo aún mojado y llevando únicamente su albornoz. Raquel se escandalizó al pensar que había bajado desnuda y comería con ella de esta guisa.

  • ¿Qué tal el día? -preguntó alegremente-. ¿Se ha portado bien Diego?
  • Oh, claro que sí, hemos hecho mucho ejercicio, como no venía esta tarde he hecho una sesión extra con él, ya sabe, para que no se aburriese...
  • ¡Vaya, estará molido entonces! ¿No? Bueno, espero que le venga bien, que estar todo el día en la cama no debe ser bueno, ¿ha comido ya?
  • Si señora, le di un potito hace una hora.
  • ¡Estupendo! Eres un sol Raquel, no te puedes imaginar lo contenta que estoy de haberte encontrado.
  • ¡Gracias señora! -exclamó Raquel sonrojándose.

Isabel era un torrente, un volcán en erupción constante, durante toda la cena no pararon de hablar. Mientras cenaban Raquel pudo comprobar como efectivamente cuando se abría un poco su albornoz sus pechos se entreveían desnudos bajo él. Luego sentadas en el sofá sus largas piernas se ocultaban más allá de la raja de la mullida tela. Raquel se preguntaba si tampoco llevaría bragas, ¡qué pensamiento tan extraño! Raquel nunca se había preguntado este tipo de cosas sobre una mujer.

Al final Raquel comenzó a impacientarse pues realmente era tarde y estaba cansada. Isabel lo notó también y llamó a un taxi y esperaron los últimos diez minutos a que llegase con más conversación. Isabel le había ofrecido vino para cenar así que Raquel no lo rechazó y tras un par de copas estaba algo mareada. Aquel vino estaba buenísimo, nada que ver con el que hacían calimocho ella y sus amigas, se notaba que era un vino caro, mientras conversaban apuraba los últimos sorbos de su copa. Por fin llegó su taxi, al levantarse se notó algo mareada, sin duda el vino hacía de las suyas en su cerebro. Isabel la acompañó al portal de la casa, ambas se quedaron unos instantes sonriendo...

  • Oh señora lo he pasado muy bien -le confesó Raquel.
  • Yo también Raquel, hacía tiempo que no tenía una conversación tan agradable con alguien, gracias por quedarte -confesó Isabel.
  • Gracias a ti por la cena -contestó Raquel.

Durante unos segundos se quedaron mirándose, simplemente sonriendo y para su sorpresa Isabel se acercó a ella y le dio un beso en la mejilla agregando un "buenas noches cariño".

Raquel, bastante cortada se alejó en dirección al taxi, que esperaba en la puerta, entró en él y el taxista arrancó. Mientras las farolas de la calle se alejaban de la casa, Raquel no pudo evitar pensar en el beso que le dio Isabel, sin pensarlo se tocó la mejilla donde sus labios se habían posado hacía unos segundos. ¡Qué sensación tan extraña la envolvió!

El martes pasó sin pena ni gloria para Raquel. Volvió a curiosear por los armarios de la casa y descubrió un neceser que estaba lleno de cosas pues pesaba bastante y sospechosamente estaba cerrado con una contraseña de 3 cifras y una llave en las pestañas que servían para abrirlo. Sin duda tanta seguridad le hizo sospechar que allí su jefa guardaba sus más íntimos secretos, un juego de consoladores, tal vez, ¿dinero? no lo creía aunque era posible, ¿joyas? Seguramente no, pues no era un sitio seguro, a lo mejor había una caja fuerte en la casa. Este pensamiento la excitó y dedicó parte de su tiempo libre a buscar más "secretos", aunque movió todos los cuadros, no halló el ansiado botín, la caja fuerte. Pero siguió intrigada con el neceser cerrado que apareció en un hueco del armario, tras una trampilla que abría hacia arriba y que parecía no tener nada debajo.

Ese día no estaba especialmente cachonda así que no le prestó atención a su paciente en este aspecto, en su lugar estuvo absorta en sus pesquisas de espía en la casa. ¿Qué guardaría su jefa en el neceser? Tenía que localizar la llave y también descubrir la contraseña, para ello anotó en su libreta de bolso la clave inicial, 702, y estuvo probando números próximos, aunque no tuvo suerte, después volvió a dejarla en el número que anotó antes. Su idea era ver si con el tiempo el número cambiaba y así intentar deducir la clave. También intentó localizar la llave por las mesillas de noche, en los cajones, pero no tuvo éxito.

El miércoles, tras los descubrimientos del día anterior, volvía a la casa con ánimos renovados. Seguía intrigada por los misterios que ocultaba el neceser. Así que siguió buscando pistas sobre la llave y probando números en la clave sin mucho éxito. Su jefa era cada día más amable con ella y desde su conversación del lunes, cuando empezaron a conocerse, todas las tardes intentaba charlar un rato más con ella antes de que se marchase. Raquel agradecía su interés.

Raquel tampoco descuidaba a su paciente y seguía cuidándolo, ahora si cabe con más cariño que al principio, pues le hablaba como si lo conociera de toda la vida y tras los pequeños ratos de placer que había disfrutado con él no podía por menos que cogerle aprecio.

Ya era jueves y la semana se había pasado volando. Raquel hoy estaba tensa, inquieta, seguía sin obtener éxito en sus pesquisas aunque ya había descubierto el emplazamiento de la caja fuerte, estaba en el sótano de la casa tras un mueble polvoriento donde guardaban cachivaches de bricolaje, la descubrió tras apartar los cachivaches y parecía que no había sido abierta en bastante tiempo así que aparentemente no contenía nada en su interior, sin embargo estaba cerrada.

Durante los ejercicios matutinos de Diego, su miembro se despertó pronto, no había vuelto a reparar en él desde su escarceo del lunes y hoy, al verlo se sintió con ganas de jugar. De modo que se probó un nuevo conjunto de lencería blanca, braguitas, sujetador y camisón abotonado por delante. Su chochito se trasparentaba pues la tela de las braguitas era muy fina, apenas un velo y su rajita abultaba bajo los pliegues de las braguitas. Sin duda su jefa tenía buen gusto para la ropa íntima y sin duda podía gastarse lo que costaba aquel conjunto que probablemente pasaba de los 200 €.

Volvió donde estaba Diego y de nuevo tomó sus manos y acarició su cuerpo con ellas, frotó su coño, y su culo. A medida que lo hacía su excitación iba creciendo, y también comenzaba a pensar en follarse por fin a su anfitrión. Lo deseaba ardientemente. Estuvo chupando su polla unos minutos hasta que consiguió ponerla dura, se metió los dedos de la mano con la que se frotaba el coño entre sus pliegues, mojándola con sus jugos.

Pero también dudaba, ¿y si su jefa mañana echaba mano a su maridito y éste no le respondía como era debido? ¡Sabría que se lo había tirado y a lo mejor le preguntaba! Se moriría de vergüenza. Pero aquella situación era tan morbosa y excitante, con un hombre que hacía sólo lo que ella quería... bueno más bien se dejaba hacer pero era como un juguete de carne y hueso. En fin que decidió preparar la cama, bajarla para poder subirse a ella y se colocó sobre sus muslos lista para meterse su pene en el chochito.

¡No podía ser!, las piernas le temblaban de emoción y de nervios. ¡Y si la descubría! ¡Y si había una cámara escondida en la habitación y lo estaba grabando todo! Se bajó de la cama y echó un vistazo por la habitación de Diego sin encontrar nada. Cuando reparó de nuevo en él su pene ya estaba arrugado entre las sábanas con lo que tuvo que empezar de nuevo con sus caricias y volver a chuparlo un rato hasta conseguir una buena erección, pero maldición ahora no estaba tan dura como antes, más bien morcillona. ¡Qué pena! Decidida ya a consumar, volvió a subirse a la cama que estaba apenas a medio metro del suelo y apuntó su chochito a su pene, cogiéndolo por su base.

Antes de meterlo se acarició los labios vaginales, humedeciéndolos con la poca que consiguió sacar de su boca, pero es que casi no tenía saliva de lo nerviosa que estaba. Así que tuvo que escupir en sus dedos para poder lubricar su polla y su chochito, esto le dio un poco de asco pues nunca lo había hecho, pero estaba tan excitada que le daba igual. Después lo intentó y como estaba tan blanda se doblaba, un suplicio más, ¡no entra, nueva maldición!

Se bajó de la cama y la chupó con fuerza, luego reparó en su primera experiencia y lo hizo más pausadamente pero con firmeza, cuando consiguió subirla un poco volvió a intentarlo y esta vez se la metió hasta las entrañas... ¡Qué delicia!, cuando la tuvo un ratito dentro y comenzó a moverse: dentro-fuera, dentro-fuera... todo fue mucho mejor, se puso más dura y su coño terminó de abrirse tras tanto tiempo cerrado.

Se lo folló lentamente un buen rato, pues no quería que se corriese accidentalmente como el primer día y disfrutó de su erección lo que pudo. Al final llegó su orgasmo y con él comenzó a subir y bajar más rápidamente, con las contracciones se olvidó de lo que hacía y cuando notó que la leche inundaba su coño se maldijo de nuevo por su torpeza pues... ¡se había corrido dentro y no tenía puesto un condón! ¿Y si se quedaba preñada? "¡Mierda, mierda y más mierda!"- gritó para sus adentros.

Se aseó en el baño, curiosamente nunca había sentido el semen en su chochito pues siempre lo había hecho con condón y sintió cierto placer en ello. Aunque se esmeró en limpiarse por dentro, pensando que tal vez así había menos posibilidades de quedarse preñada-"¡Qué ilusa eres!"-, pensó.

Luego le tocó el turno a su amante, a él también lo aseó con esmero, hasta le dio un beso en los labios y en la mejilla, agradeciéndole el buen rato que había pasado... Ahora si su jefa lo descubría, que se lo echase en cara o le dijese lo que quisiera, ella ya había olvidado sus miedos y se había decidido caer en la tentación... y vaya si cayó.

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