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Náufragos (4 y fin)

en Amor filial

Capítulo IV

Quemada por el fuego.

Desde la noche que descubrimos un nuevo juego sexual, Carlos y yo, seguimos practicando lo aprendido entre nosotros y por su puesto con Daniel. No tardé mucho en demostrarle las bienaventuranzas de mis nuevas habilidades y él también me demostró a mi que aprendía rápido a beber los jugos prohibidos de mi flor.

Solíamos celebrar una fiesta cada semana, y en ella preparábamos algo especial para comer, y abríamos una botella de ron para emborracharnos, y siempre terminábamos bailando como en un aquelarre al rededor del fuego, para luego desnudarnos y practicar los juegos carnales recién aprendidos. En este aspecto perdimos toda la decencia que como madre y como hijos cristianos nos quedaba y nos entregamos al goce y al disfrute sin mesura.

Yo los tumbaba en la playa y me arrodillaba frente a ambos, desnuda como vine a este mundo, los colmaba de caricias en sus cuerpos y alternativamente hacía entrar en mi boca a sus estacas de carne, procurando entregar la misma porción de disfrute a uno y a otro. Luego ellos me colmaban de besos en mi flor, los dos a la vez y por último nos entregábamos a la fornicación a tres bandas, cada uno por un agujero mientras yo permanecía en medio de los dos.

Tanto pecado tenía que tener una penitencia, y el desenfreno que mostramos fue el motivo por el que yo pagué las consecuencias. Ya hacía dos semanas que esperaba el periodo, y sabía que ya no me volvería hasta dentro de nueve meses. Un nuevo ser, anidaba en mi interior y aunque yo asumía mi pecado y mi penitencia, lo cierto es que estaba más preocupada por su supervivencia en esta isla que por el hecho en sí de estar en cinta.

Tres meses más tarde.

Al principio se lo oculté a los muchachos y seguimos disfrutando de nuestras bacanales una vez por semana como acostumbrábamos, pero mi vientre fue creciendo y Carlos, fue haciéndome cada vez más preguntas, hasta que me decidí a explicarles lo que estaba por venir.

Una noche, reunidos frente a la hoguera se lo expliqué por fin, para Carlos fue un alivio en cierto sentido pues llegó a pensar que estaba enfermando, y Daniel no terminaba de hacerse a la idea de que iba a tener un hermanito o una hermanita dentro de pocos meses. Fui cauta al decírselo, y también franca, les expliqué que cualquiera de ellos podría ser el padre y que por tanto la nueva alma que iba a venir a este mundo era de los tres, pues todos participamos en su concepción.

Tras la noticia volvimos a la monotonía de la subsistencia en la isla. Mi vientre iba creciendo y desde ese momento ellos no volvieron a buscar mi cuerpo, no se por qué pues yo seguía dispuesta y aún no estaba tan gorda como para no poder dar y recibir placer, así que procuré acercarme poco a poco a ellos, aunque ahora individualmente. Cuando me bañaba, le pedía a Daniel que me acompañase y luego se bañaba conmigo. Una vez en el agua no se resistía a mis caricias y terminábamos en la orilla dándonos mutua comprensión y placer.

Carlos era más arisco a mis artimañas y se me esquivaba. Aunque siempre terminaba cayendo en la tentación sobre todo cuando su falo penetraba en mi boca, en ese momento se entregaba a mi y a mi disfrute y creo que a él también le venían bien estos encuentros pues en su rol cabeza de familia le ayudaba a olvidarse de las preocupaciones de si venían o no los salvajes de nuevo y nos capturaban.

 

Tres meses más tarde

Estando de seis meses los salvajes volvieron a la isla, por suerte Carlos estaba pescando cuando los vio en el horizonte y nos avisó a Daniel y a mi que estábamos en la selva recogiendo frutos en la selva.

Esta vez estábamos mejor preparados, recogimos lo poco que teníamos en la playa y nos ocultamos en la cueva. De nuevo por la noche se oyeron tambores y cantos de los indígenas. Pero esta vez sí pudimos dormir, ya que el miedo era menor, nos sentíamos a salvo en la isla. Mi vientre era ya bastante prominente y la criatura que esperaba pronto vendría.

Por la mañana Carlos salió al alba a explorar. Yo recordaba lo que vimos la otra vez en la playa y temía que se acercase a la orilla para investigar, pero él era obstinado y nada pude hacer para que cambiase de idea. De modo que como luego me contó, esta vez llegó a tiempo.

Otra chica morena de pelo largo y lacio estaba casi con el agua al cuello cuando llegó. Inmediatamente se lanzó al agua y alcanzó el mástil al que estaba atada. Cuando ella lo vio gritó, tal vez por el susto o por el ansia de ser salvada. Carlos usó su cuchillo y cortó sus ataduras, de modo que ambos salieron del mar hasta la playa.

Al llegar a la arena Carlos estaba cansado y se tiró a ella directamente. Según me contó entonces la chica se arrodilló ante él y comenzó a decir cosas ininteligibles al tiempo que le hacía reverencias y se postraba a sus pies. De modo que a partir de ese momento la chica lo seguía a todas partes.

Cuando nos vio, especialmente a mi su boca denotó su asombro, sin duda reparó en mi amplio vientre mal disimulado por mis ropas harapientas. El que también se quedó con la boca abierta fue Daniel al verla, especialmente porque la muchacha era muy joven y tenía sus pechos al aire, ocultando el resto de su cuerpo tan sólo detrás de un taparrabos.

Fue como un milagro caído del cielo, pensé que el Señor se había apiadado de nuestra situación y había enviado a aquella muchacha para salvarnos. Era diestra, conocía bien la selva y buscaba alimento en abundancia, me enseño a preparar frutos que antes no nos atrevíamos a comer o eramos incapaces de localizar. Ayudaba en las tareas diarias y me permitió descansar dado mi avanzado estado de gestación. ¡Ah! Por cierto, le pusimos de nombre Luba, o al menos eso entendimos en su extraño idioma al preguntárselo.

Carlos estaba siempre mirándola, yo sabía que la deseaba, pero no se atrevía a tomarla. Por las noches dormía con nosotros en la cueva pero alejada de Carlos. Daniel también la miraba pero tuve la prudencia de mantener una charla con él sobre estas miradas que podía ofender a su hermano, así que él se venía conmigo y yo procuraba satisfacer sus necesidades carnales cuando las tenía.

Yo le aconsejé a Carlos que la llevase una mañana al lago y se bañara con ella desnudos, luego que la acariciase y si esta era receptiva a las caricias que la tomara. Aunque le advertí que si la muchacha no había mantenido contacto carnal tuviese especial cuidado de no hacerle daño en su flor al penetrarla.

Por la tarde me contó lo sucedido, por lo visto le fue más o menos bien. Me comentó que hizo lo que le propuse, se desnudó y entró en el agua, luego llamó a la chica y la invitó a entrar en el agua con él. Ésta dudó un poco, pero finalmente se quitó su taparrabos y entró. Entonces comenzaron las caricias y los besos, aunque Carlos se percató que los besos no le gustaban pues se asustaba mucho cuando lo hacía, como temiendo que le fuese a dar un mordisco, así que dejó de hacerlo.

Con las caricias la abrazó y tocó todas sus partes íntimas, la chica estaba receptiva y cuando le puso su falo en la mano no sabía bien qué hacer con él, así que salieron del agua y la echó en la orilla, poniéndose él encima trató de penetrarla, aunque ella se quejaba y gruñía, lo que le hacía desistir, así que probó a seguir acariciando su flor con la mano y sus dedos, hasta que ésta se mostró bastante receptiva a sus caricias. De modo que volvió a intentarlo, ésta vez consiguió hacerla entrar en su flor, pero ella dio un grito, así que fue paciente y esperó a que se calmara, luego comenzó a moverse lentamente, dejando que su flor se acostumbrara a estas nuevas sensaciones.

Siguió acariciando sus pechos como yo le había enseñado, su cuello y su cara mientras disfrutaba de su fornicación. Y cuando fue a correrse tuvo la prudencia de sacarla fuera y regar con su semilla el vientre de la muchacha. Ella se quedó como extasiada, y tocó con su mano la blanca leche que se derramaba por su ombligo, luego lo miró, le sonrió y ella le correspondió con otra sonrisa. Y así fue como terminó su primera vez.

A partir de ese momento sus fornicaciones fueron continuas, se perdían mañanas enteras, tardes y durante la noche, aunque seguían durmiendo en la cueva con nosotros, no se avergonzaban y se montaban el uno al otro mientras nosotros dormíamos. Daniel y yo a veces los mirábamos en silencio hasta que los veíamos terminar en una explosión silenciosa de gozo y quedar dormidos, hasta a veces uno encima del otro.

Dos meses más tarde.

Le propuse a Carlos celebrar una fiesta con nuestra nueva a miga y a él le pareció bien.

Aunque yo ya estaba ya de ocho meses y mi vientre era enorme seguía entregándome al placer con Daniel. Él era muy cuidadoso con mi vientre y procuraba no lastimarlo lo más mínimo, yo me encontraba muy a gusto gozando de mi carne con él y él conmigo, aunque yo sabía que deseaba a la mujer de su hermano y procuraba hacerle ver que esa relación no era posible.

Esa noche tomamos faisán y pescado y comimos hasta llenarnos por completo, nuestra amiga era muy risueña y se divirtió mucho con nosotros durante la fiesta. Mis hijos eran muy buenos comediantes y nos hicieron reír toda la noche. Esa noche descorchamos la última botella de ron, yo no bebí dado mi estado de gestación pero ellos se acabaron hasta la última gota, y terminaron borrachos como siempre.

Llegó la hora de los bailes junto a la hoguera y los cuatro bailamos en circulo entorno a ella. Con el calor todos se fueron desnudando, incluida yo y tras el baño de costumbre en el mar volvimos a tumbarnos en la arena.

Daniel ni corto ni perezoso fue a buscarme y comenzó a acariciarme los pechos y los labios de mi flor. Carlos hizo lo mismo con Luba y en unos minutos estábamos fornicando cada oveja con su pareja. Yo miraba a Daniel encima mío y cómo él desviaba su mirada hacia Carlos que hacía bajo la esplendorosa y joven Luba. Con su piel morena y cuerpo menudo de la joven, de pechos pequeños y prietos adornados con sus grandes pezones negros.

Yo trataba de que no lo hiciera, pues no quería hacer enfadar a su hermano, sin embargo apenas lo conseguía. Entonces Carlos se dio cuenta y pareció entender los deseos de Daniel...

 Te gusta mi mujer, verdad hermano, ¿quieres probarlo con ella? -le preguntó para nuestro mutuo asombro.

 ¿Cómo hermano? De verdad me dejarías hacerlo con ella -respondió Daniel incrédulo.

 Claro que si, ven y se lo explicamos, no se si te dejará pero si te admite podrás gozar con ella.

Daniel fue hacia ellos, la chica lo miró a él y luego a Carlos, sin entender lo que pasaba. Entonces Carlos hizo que se pusiese a cuatro patas y se colocó junto a ella indicándole a Daniel que la tomase por detrás.

Cuando Luba vio que Daniel intentaba penetrarla se resistió y miró a Carlos diciendole algo en su idioma. Carlos le acarició y el pelo y la cara y le indicó que volviese a tumbarse que no pasaba nada. Y esta vez Luba se resignó y se dejó penetrar por Daniel.

Éste disfrutó mucho con la nueva experiencia y el nuevo cedido amablemente por su hermano. Entonces Carlos reparó en mi, sola al otro extremo y acercándose me preguntó si permitía que él me tomase una vez más. Yo todavía impresionada por la sorprendente fornicación de Daniel con la joven Luba no respondía al principio, pero la segunda vez que me lo pidió le dije que por supuesto y dejé que ahora él me penetrase.

No dejaba de mirar a Daniel mientras Carlos me daba gozo y placer, y lo observaba embistiendo suavemente a Luba como solía hacer conmigo, tuve ciertos celos de ella al verla más joven y apetecible que yo en ese momento pero luego se fueron de mi mente.

Luba había aceptado a Daniel y gemía con sus acometidas como cuando lo hacía Carlos. Luego cambiaron de posición y fue ella la que montó a mi hijo, y siguieron con sus fornicaciones. Carlos por su parte seguía haciéndome disfrutar, pero como venía que yo no participaba mucho me preguntó si es que no me estaba gustando. Entonces le dije que no mucho y que si quería que acompañase a Daniel con Luba, que yo estaba cansada.

Entonces Carlos volvió con su mujer y haciendo que ésta se tumbase encima de Daniel, hizo como cuando los dos me tomaban a mi a la vez y penetró a Luba por su agujero secreto. Ella se dejó hacer, se veía que la había adiestrado bien en las artes amatorias y los tres siguieron su fornicación con gran deseo y goce. Luego cambiaron posiciones y Carlos pasó a su flor y Daniel a su retaguardia y siguieron gozando.

La chica se entregó a los dos hombres sin importarle la novedad y al final dejó que ambos la regaran con sus blanco esperma en su vientre y sus pechos.

Un mes más tarde nació mi querida hija, a la que bauticé con el nombre de Laura. Luba me asistió en el parto y por suerte no tuvimos complicaciones. Hoy escribo estas líneas mientras ella duerme dulcemente en la cama que Luba le trenzó con hojas de palmera y ablandó con plumas de ave.

No sé qué nos devendrá en el futuro, pero eso lo dejo en manos de nuestro Señor, que hasta hoy ha permitido que sigamos viviendo en esta isla tan alejada de sus dominios.

- Fin de la serie -

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