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Cartas de mamá (5 y fin)

en Amor filial

 

 

Todo principio tiene un final

Y se abrió un paréntesis en nuestra relación epistolar, tal vez sólo fuera eso, tal vez necesitáramos coger fuerzas, que nuestras fecundas imaginaciones descansaran y volvieran con ánimos renovados. Fue Anabel la que retomó el contacto, en un correo tan largo, lúbrico y lascivo como los del principio:

“Dulce zorrito:

 

                  Te extraño y lo sabes, te necesito. A diario consulto el mail para saber si estás allí, si te has acordado de mamá, cómo va tu vida tan lejos de casa.  Quiero verte, preciso saber de tí, sabes que te deseo, que no me he entregado a otro hombre y que no lo haría estando tú, aunque sea lejos.  Por eso necesito tus palabras, tus confidencias, aunque sean breves, pues me revitalizan, me activan, me ayudan a esperar, me sirven para vivir.

 

                  Recuerdo nuestro último encuentro y me estremezco, fue la despedida previa a tu viaje y estuviste a la altura de las circunstancias. Me hiciste tuya como te enseñé, siendo suave y dulce hasta enloquecerme, duro y masculino hasta hacerme acabar. Y acabé dos veces, dos interminables veces, la primera bajo tu peso masculino, inerme ante tus besos tibios y lascivos, receptiva a las indecencias que me susurrabas al oído mientras empujabas tu gruesa vara en mi interior.  Fue delicioso alcanzar ese orgasmo, abierta de par en par a tí, mis tobillos enlazados en tu espalda, mis enormes mamas aprisionadas a reventar, el aire ausente de mis pulmones, con la sangre estallándome en las sienes, los ojos abiertos para no ver nada en la oscuridad de nuestro dormitorio. Me habías preparado adecuadamente, tu boca había obrado maravillas en mi cuello sensible, en mis generosos pechos electrizados por tu lengua, en mi vientre terso que alguna vez te acunó, alrededor de mi obligo, en mi entrepierna inflamada y palpitante... Gocé como sólo tú me podías hacer gozar, te ofrecí mi tensión final y las sacudidas de un goce desgarrador, mientras tu boca, frente a la mía, sentía mi hálito gimiente que poco a poco se apagaba.

 

                 Pero había más, y no tardaste en hacérmelo saber, pues tú todavía no habías terminado, seguías como un toro y yo, todavía chorreaba jugos cuando me diste vuelta y me ordenaste levantar la grupa para entrar en mi interior desde atrás.  De nuevo te sentí, otra vez en tu espada atravesando mi vaina lubricada, a cuatro patas, experimentando el vaivén obsceno de tus caderas, con la dureza extraordinaria de tus enviones viriles.

                 Al principio no experimenté ninguna excitación, exhausta como estaba del reciente colapso, pero el modo salvaje como me tratabas, el modo salvaje con que penetrabas, como loco que me estabas poseyendo; encendió en mí la chispa de lo que sería un incendio todavía mayor que el primero. Quise sentirte acabando en mi interior y comencé a gemir para excitarte, pero al hacerlo, al sollozar como ramera, terminé excitándome yo, casi de repente, casi sin darme cuenta, hasta ser una posesa que mordía la almohada para contener los alaridos de la lujuria.

                 Tú sabías cómo tratarme, y me diste lo que merecía, martirio, con tu mano grande apretándome la nuca hasta hacerme daño, apoyándote en mi cuello para penetrarme con más fuerza, llegando a tirarme hacia atrás de mi cabello, para mostrarme quién era el potro y quién la llegua.  No olvidaré nunca las groserías que me dijiste en ese momento, palabras soeces impropias de un chico de tu condición social, pero tan adecuadas para hacerme sentir como una puta, para hacerme sentir sucia en aquel exceso carnal.

                 No sé en qué momento sentí tus dientes en mi nuca, tu manos pellizcándome mis gordos pezones a la vez, aprisionando mis tetas contra mi pecho hasta hacerme daño, en un abrazo como de oso, que me superó; estallé otra vez, vaciándome toda, llegando a orinándome encima.  Fue escelso, zafio, superior e inolvidable.

 

                    Aullé y reí, me liberé por completo, sin remordimiento ni culpa, hembra plena y amante consumada, puta probada y madre satisfecha.  No podía más, había tocado el cielo, y me desplomé sobre las sábanas revueltas, desarticulada y exhausta, jadeante y sudorosa, quede tendida boca abajo.  Tu seguías erecto y aún querías más, así que me diste la vuelta sin contemplaciones y sentado en mi pecho me la jalaste entre mis tetas, jutándolas con tus manos y moviéndola en mi canalillo. Yo asistí impávida al espectáculo, esperando los acontencimientos que no tardaron en llegar en forma de inmensa lechada que se deslizó por entre mis pechos, saltó sobre mi cuello como si me fuese a estrangular y se acumuló en mi tráquea en ese ollito bajo mi cuello.

                    Amorosamente me limpiaste con tu camiseta y luego te acostaste a mi lado. Entonces te amé más que nunca, pues sentía tu miembro tieso estrechado contra mi pierna, desnudos y sudorosos, calientes y cansados, nuestros cuerpos se fusionaron y un sueño profundo y reparador se apoderó de nosotros..

 

                    No sé cuantas horas dormí, no sé en qué momento exacto recuperé la conciencia. lo que sí sé es que, para entonces, eras tú el adormilado al lado mío. Entonces me dedique a tu contemplación; tu respiración acompasada, tus ojos cerrados,tu miembro flácido reposando de lado.  Me enloquecí de ternuna, de amor auténtico, y decidí que quería comerte a besos, y así lo hice, desde tu pecho hasta tu vientre y entonces bajé más y  comencé a mamarte.

                    Mi boca te despertó, a ti y a tu verga durmiente, saliendo del sueño para encontrarte viviendo en el paraiso.  Chupé lo suficiente como para recuperar tu erección, y luego me dediqué a masturbarte suavemente con mi mano, despacio, lento, como me habías enseñado que te gusta.  Fue íntimo y delicioso, intenso y pausado, el ir y venir de mi mano resbalosa hacia arriba y hacia abajo.  Te gustaba, sé que te gustaba, lo delataban tus gruñidos, tus estremecimientos. Lo estabas disfrutando tanto o más que cuando me penetrabas.  En determinado momento sentí tu mano, indicándome exactamente el ritmo de la masturbación. Aparté mi mano y dejé que continuaras acariciándote, pues era evidente que pronto alcanzarías el orgasmo. Acerqué mi boca a tu glande y te relalé algún lamentón de vez en cuando, alguna mamada apasionada y algún roce de mis carnosos labios.  Entonces, decidí regalarte algo delicioso, cuando sentí que te acercabas de nuevo al orgasmo, capturé tu glande con mi boca y ya no lo solté, tu seguiste meneándotela y yo mamándotela al mismo tiempo mientras tu semen brotaba timidamente de tu verga, digo tímidamente pues de la vez anterior ya casi no te quedaba, pero con lo poco que me diste fue suficiente bebí y segui mamando, sorbí y seguí comiéndotela hasta que terminaste de convulsionar. Entonces me recosté a tu lado y seguimos durmiendo, desudos, abrazados, sudorosos...

 

                Como ves, no he olvidado nuestro último encuentro. Por favor, escríbeme y házmelo revivir de nuevo.

 

                 Te ama,

 

                             Tu mamá”

A partir de aquí más paréntesis, mis obligaciones personales me requerían. Habíamos explotado todo nuestro incestuoso universo, aunque aún éramos capaces de sacar jugos deliciosos y excitantes de él.

Fue entonces cuando me interesé por la Anabel de verdad, fue entonces cuando me hizo la gran confesión:

“Dulce zorrito:

 

                  Has logrado excitarme con tu último relato, cuya profusión de adjetivos calculados me ha dejado atónita.  Además, el morbo inherente al encuentro en el excusado fue soberbio, como soberbia fue también la descripción de tu escatológica inclinación por beber de mi fuente urinal.  Fantástico.  Sabes cómo estimularme, pues no sólo entreveo tu lubricidad, sino también tu perversión, que me ha dejado perpleja.

                 Quieres saber de mí, te contaré y espero que no te espantes.  Tengo 40 años, soy escribana, estoy divorciada, tengo dos hijos, uno de 20 años y otro de 1 año y 4 meses.

 

                 Desde hace 3 años mantengo una relación íntima con mi hijo de veinte, que me embarazó dos veces.  El primer embarazo lo aborté, el segundo lo llevé a su fin.  Es decir, que mi primer hijo es el padre de mi segundo hijo. Ufff, ya lo dije.

 

                 Estoy muy nerviosa.  De excitada por tu relato he pasado a estar nerviosa.  Pero es así.

 

                 Anabel”

Nunca sabré porqué me dió por ahí, pero el correo de Anabel me enfadó, pensé que una cosa era imaginar una relación virtual incestuosa y otra muy distinta imaginar una vida “real” tanto más increíble que la relación imaginada que hasta ese momento habíamos creado.

Con mucho tacto le pedí que me confirmara la verdad, le dije que una cosa era imaginar y otra mentir, que no me importaba seguir con nuestra incestuosa relación virtual pero que cuando pedía la verdad quería la verdad.

El final no tardó en llegar:

“Tu último mail, envuelto en algodones, sinceramente me ha molestado, y deseo contestarlo con el estado de ánimo que me produce,

 

           Tu pregunta estaba de más.  Sobre todo cuando te he contado de mí.

 

           No sé si quiero seguir escribiéndome contigo.

 

           Anabel”

Con aquellas palabras mi dulce mamá en la red dio por terminada nuestra incestuosa relación virtual. Intenté disculparme, expresándole que tenía dudas que debía satisfacer, pero ya no hubo entendimiento.

Las cosas pasan y ya no hay vuelta atrás, las palabras son dardos y muchas veces hacen daño sin que lo sepamos de antemano, de ahí que los grandes sabios digan que hay que medir y pesar cada palabra pues una vez dichas ya no hay remedio.

En esta vida somos afluentes de un mismo gran río, a veces nos cruzamos con otro riachuelo, compartimos cauce, nuestras aguas se mezclan, saltan por las mismas piedras, se divierten en los mismos rápidos. Luego un imprevisto, una gran piedra cae, divide el cauce y cada uno sigue su curso, arrastrando con nuestra corriente los recuerdos que nos acompañan ya por siempre…

“Una vez tuve una dulce mamá,

una mamá amorosa y sumisa,

una mamá cariñosa y solícita.

Una vez tuve una dulce mamá,

pero la hice enfadar

y ya no fue capaz de perdonar,

esas cosas pasan, nada que reprochar.”

 

Nota del autor: Si te gustan mis novelas puedes visitar mi blog (http://zorro-blanco2003.blogspot.com), allí hallarás más información sobre las que tengo publicadas.

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