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Big Hugo

en Amor filial

1

Sonó el timbre cuando me estaba duchando, así que, tardé un poco en salir, liarme una toalla y abrir.

Allí estaba mi nueva vecina Cintia, con su hijo Hugo, una mole de casi dos metros de altura, tan grande como dulce. Hugo era muy tímido, así que cuando Cintia le pidió que me dijese un simple “hola”, éste lo hizo, luego bajó la mirada, se mordió la uña del dedo gordo y miró hacia atrás sonriendo.

— ¡Mira Ada, estoy un poco apurada, porque mi madre está enferma y quiero coger un vuelo lo antes posible para volver a mi país! —me dijo entre lágrimas su madre, así que les hice pasar a mi casa para no seguir hablando en el pasillo, donde las viejas del bloque a bien seguro que estaban ya espiando tras sus puertas.

Ya en el salón Ada me explicó que su madre estaba muy enferma y que no le quedaba mucho tiempo de vida, que la había llamado su hermano, pero que el viaje era muy caro para llevar a su hijo y no tenía dinero para ambos. La verdad es que me hubiese gustado poder ayudarla con lo del dinero, pero yo también andaba bastante corta, pues con mi trabajo a media jornada y mi hija en la universidad a duras penas llegaba a fin de mes.

Así que ambas llegamos a la conclusión de que lo mejor era que Hugo se quedase en mi casa unas semanas hasta que ella volviese de su país.

Hugo era un chico grande como ya he dicho y lo cierto es que no era muy listo, aunque tenía el corazón tan grande como el pecho y era tremendamente entrañable. Mi hija y yo ya lo conocíamos desde hacía un año, en el que su madre se había mudado al piso contiguo al nuestro.

Ada era dominicana y trabajaba al servicio de unos señores pudientes de la ciudad. Hugo a veces también trabajaba como jardinero en talleres para chicos especiales como él.

A veces Ada necesitaba dejarlo con alguien, pero no se podía permitir pagar para que lo cuidasen, así que desde que nos conocimos me ofrecí para cuidarlo cuando ella lo necesitara. De esa manera nos habíamos conocido y también habíamos conocido a su madre, con quien había compartido veladas inolvidables hablando de la vida, que tan duramente nos había tratado a ambas.

En el fondo sentía un gran cariño por su madre, pues me parecía que era una gran persona y terminó por convertirse también en gran amiga.

Así que cuando me lo pidió no tuve objeción en quedarme con Hugo, dada la delicada situación de su madre.

Mi hija Celeste llegó por la tarde y al ver a Hugo en casa pensó que, como tantas veces, su madre tenía que trabajar y se había quedado con nosotras, pues ya estaba en cierta medida acostumbrada.

Lo saludó y le dio un beso poniéndose de puntillas, este sonrió y se puso rojo, como ya hiciera conmigo en la mañana.

Entonces nos sentamos los tres en el salón y le expliqué la situación. Si de algo estoy orgullosa es de lo responsable que es mi hija, ella comprendió perfectamente y supo que necesitaría de su ayuda para que se quedase con él en las mañanas que yo trabajaba y yo me ocuparía de él por las tardes.

Celeste era muy buena con Hugo, jugaba con él y trataba de enseñarle cosas nuevas todo el tiempo. No en vano estudiaba magisterio por vocación y desde que conoció a Hugo me confesó que quería estudiar educación especial, para trabajar con chicos como él.

De modo que esa noche cenamos los tres juntos.

Hugo era bastante grandote así que en esos días opté porque durmiese en mi cama de matrimonio yo me mudé a la habitación de mi hija, que disponía de dos camas para cuando venía mi madre a vernos, ya que mi piso únicamente tenía dos habitaciones.

Tras la cena nos lavamos los dientes junto con Hugo en el cuarto de baño y este tuvo necesidad de hacer un pis así que me preguntó si podía hacerlo allí.

— ¡Por supuesto! —dije yo abiertamente mientras Celeste y seguíamos frotándonos los dientes.

Entonces ocurrió algo que a ambas nos dejó pasmadas.

Hugo sacó su pene y muy parsimoniosamente lo cogió y apuntó hacia el váter delante de él. Después un gran chorro comenzó a caer formando gran estrepito en el agua.

Yo creo que ambas miramos al mismo tiempo, para ver el enorme pene de Hugo, saliendo por su bragueta y cayendo como a plomo por entre sus piernas.

— ¡Qué grande! —exclamó Celeste ante mi mirada de desaprobación.

— ¡Por favor hija, sé más discreta! —dije yo dándole con el codo en su costado.

Pero lo cierto es que ambas miramos cómo terminaba su pis y cómo luego parsimoniosamente cogía papel y se limpiaba el glande, a medio cubrir por su prepucio. En cierto modo ambas coincidimos en que “cosa” era digna de ver.

Luego lo llevamos a su cuarto, lo ayudamos a ponerse el pijama y lo acostamos en mi cama.

Recuerdo que esa noche, mientras intentaba conciliar el sueño junto a mi hija en su habitación, ambas comentamos lo ocurrido en el baño.

— ¡Jo mamá, has visto qué enorme la tiene! —dijo Celeste, quien tampoco podía dormir.

— Si Celeste, claro que la he visto, pero tienes que ser un poco más discreta en tus afirmaciones.

— Lo sé mamá, pero es que me salió del alma —dijo risueña.

— Bueno, pues sí, admito que tiene una herramienta enorme, me he quedado tan impresionada como tú, la verdad —admití.

— ¡Jo mamá, la verdad es que enorme! —dijo Celeste repitiendo mis palabras.

— ¡Oye, eso ya lo he dicho yo! —contesté riendo.

— Por cierto mamá, ¿te importa si soy un poco mala? Es que después de ver esa “cosa” creo que me he puesto un poco cachonda —me confesó Celeste.

Lo cierto es que mi relación con Celeste es muy íntima y no he dudado nunca en explicarle cosas como la masturbación o el sexo, eso ha hecho que estemos siempre muy unidas y me cuente todo y yo a ella también.

— Bueno hija, si te apetece, aunque no hagas mucho ruido, porque mañana tengo que madrugar, ¿vale?

— ¡Ok mum! —exclamó Celeste, quien a veces se refería a mí en inglés como “mum”.

Traté de conciliar el sueño en vano y el pensar que celeste se acariciaba bajo las sábanas fue otra fuente de distracción para mí, así que casi sin darme cuenta me hice las braguitas a un lado y yo también me entregué al goce solitario.

— Mamá, tú también estás liada, ¿verdad?  —me preguntó poco después mi hija, atenta a los leves sonidos de roces que se escuchaban.

— Bueno Celeste, yo tampoco soy de piedra, ¿sabes?

— Está bien mamá, lo haremos juntas —dijo mientras arreciaba en sus frotes al saber que yo ya no intentaba dormir sino otra cosa.

No tardé mucho en encontrar un punto aceptable de excitación, con mi sexo muy húmedo y lubricado. Me dediqué a acariciar mis labios mayores y menores, para terminar, penetrándome suavemente con una mano, mientras con la otra me frotaba el clítoris.

— ¿Te imaginas montar a Hugo mamá? ¡Con esa herramienta dentro! —me confesó en medio del acto.

— ¡No seas obscena hija! ¡Es el hijo de Ada y no está bien! —le reproché yo escandalizada.

— ¡Vamos mamá, él también tiene derecho a gozar y nosotras con él! —rió burlona.

Lo cierto es que la sola mención de Hugo hizo que mis pensamientos se enfocasen en él y efectivamente me lo imaginara tumbado en mi cama y yo, como una profe sexual, sentándome sobre su herramienta, haciéndola entrar en mi interior y gozando de ella.

— Bueno hija, puedes fantasear con eso, pero nada más, ¿entiendes? —le pregunté a sabiendas de que ésta sabía a lo que me refería.

— ¡Está bien mamá! ¡Oh, qué delicioso! —me confesó.

— A mí también me está gustando —le dije yo.

Seguimos ambas gimiendo mientras nos acariciábamos, conscientes de lo que hacía la otra.

— Sabes mamá, me está gustando volver a hacerlo junto a ti, como cuando me explicabas en qué consistía la masturbación femenina —me confesó de nuevo.

— ¿En serio? —dije yo sorprendida.

— Si, recuerdo “tus clases” y cómo me explicabas la mejor forma de acariciarme para alcanzar el orgasmo. También me acuerdo cuando lo hacíamos juntas, porque así a mi me daba menos vergüenza —recordó para mí.

Era cierto, Celeste era muy tímida en lo que al sexo se refiere y tuve que mostrarle como masturbarse no era nada malo, sirviendo yo misma de ejemplo. Recuerdo cómo me miraba atónita cuando yo me masturbaba delante de ella en mi cama.

— Es cierto Celeste, ahora que lo dices, me acuerdo también lo nerviosa que estaba yo explicándote todo aquello de la masturbación, haciéndolo delante de ti para que no te sintieras avergonzada y la avergonzada era yo —le confesé.

— ¿En serio mum? ¡Jo, qué recuerdos! —añadió acelerando sus caricias—. Podrías contarme más de aquellas sesiones, ¡me pone mucho recordar! —dijo.

— ¡Oh sí! Recuerdo que estaba muy nerviosa mientras me acariciaba delante de ti, incluso recuerdo que tú me acariciabas los pechos suavemente mientras yo te explicaba que eso también ayudaba. Recuerdo que cuando empezaste a pellizcarme los pezones sentí escalofríos y eso me ayudó a relajarme y excitarme más.

— ¿Ah sí mum? ¡Yo también me acuerdo de que cuando llegó mi turno tú me hiciste lo mismo y también me excitó sentir tus caricias en mis pezones! ¡Luego bajaste la mano y llegaste hasta mi sexo y me rozaste los labios vaginales y esto me hizo sentir escalofríos! ¡Creo que ya estoy a punto mum!

— ¿En serio? ¡Ya no me acordaba de eso! —dije yo, arreciando también en mis caricias, pues también estaba disfrutando del recuerdo compartido con ella.

— ¡Oh si mum! También me rozaste el ano, ¿sabes? Esto me desconcertó y provocó que me corriese delante de ti. ¡Oh ya no puedo esperar más mum, me voy! —dijo Celeste comenzando a dar pequeños gritos mientras gemía.

— ¡Oh si Celeste, que rico! Yo también recuerdo ese primer orgasmo tuyo, temblaste como un junco, estremeciéndote mientras la brisa te doblaba.  ¡Yo también me voy contigo hija! —dije yo entregándome a mi particular orgasmo.

Nuestras respiraciones agitadas se fueron acompasando con el paso de los segundos y finalmente todo fue silencio.

— ¡Qué bien mamá! Me encanta tenerte de compañera de cuarto.

— ¡A mí también hija! —le confesé recreándome en las caricias finales hacia mi sexo.

Por fin el sueño me venció y esa noche recuerdo que tuve más sueños húmedos.

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