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Memorias (19)

en Amor filial

 

19

 

 

"Aquel día, mientras me encaminaba a la casa de mi amigo Albert, iba pensando ensimismado en su madre. La fugaz visita de aquella tarde, la manera en que vestía, con ropa oscura ceñida a su cuerpo esbelto y delgado, su recato y altivez, su falta de pechos, bueno más bien su poco pecho, que era patente ya que su indumentaria no disimulaba en absoluto, pues era ceñida desde el talle.

 

Aquella mujer era distinta a todas las que había conocido, no tenía un cuerpo atractivo, si era guapa de cara con su pelo rubio, pero éste al estar recogido tampoco lucía. Pero tenía algo que me atraía irremisiblemente hacia ella... su forma de acariciar mis manos, su manera de alagarme en un detalle tan insignificante como mis manos, diciendo de ellas: que eran suaves y delicadas; tal vez su apariencia de mujer severa e inexpugnable, quien sabe. Ahora, desde la distancia no sé exactamente lo que corría en aquellos momentos por mi cabeza de alocado adolescente, siempre ávido de nuevas sensaciones y placeres."

 

Tom, distraído como siempre cuando la dulce voz de Cathy lo trasladaba a aquella época remota en aquel mismo lugar, no podía evitar pensar que cuando paseaba por el campo aquella tierra ya había sido hoyada por las botas de aquel muchacho, tal vez de su misma edad.

 

Hoy, a pesar de la prohibición que pendía sobre ellos para que no se reunieran en el sótano, habían burlado el toque de queda impuesto por su madre y citados en la penumbra, se habían deslizado entre las sombras hasta acurrucarse en sus sacos de dormir, como de costumbre. Y como cada noche, abrían las páginas añejas y amarillentas llenas de excitantes aventuras, fruto de las memorias escritas de puño y letra por su ya querido amigo Adam.

 

Desde luego su madre nada tenía que hacer ante aquella tentación y no consiguió su objetivo. Tampoco en lo tocante a las relaciones fraternales que ambos hermanos mantenían, pues Tom, dada la familiaridad que le inspiraba ya Cathy, no tardó en posar su mano en su culito y deslizar su dedo presionando sus braguitas, haciendo que éstas marcaran la gruta que se abría entre sus cachetes y deslizándolo por ella llegó hasta su almeja. Con aquel juego, esperaba que la lectura se hiciera más amena para ambos y Cathy no puso reparo al atrevimiento de éste, así que continuó deslizando su dedo bajo el borde de la tela hacia su caliente y húmedo el surco abriéndolo a su paso.

 

"Al llamar a la puerta para mi sorpresa fue mi querido amigo Albert el que me abrió:

- Buenas Albert, ¿está tu madre en casa? -dije yo para saludarlo.

- ¿Mi madre, por qué la buscas? -respondió descortesmente con otra pregunta.

- Bueno me dijo que viniese para tomar clases de piano.

- ¿Si? ¿Y desde cuando te gusta a ti el piano? -siguió inquisitorialmente molestándome hasta el punto de empezar a impacientarme.

- No sé, el otro día fue divertido y pensé en probar -respondí espontáneamente con elocuencia y simpleza.

- ¿Divertido...? -siguió insistiendo mi amigo, pero ésta vez fue interrumpido por una voz que llegó desde el interior de la casa.

- ¿Quién es Albert, no lo invitas a pasar? -dijo la voz tras la puerta.

 

Al momento después la puerta se abrió y su madre apareció tras ella, con uno de sus característicos vestidos oscuros que le llegaban hasta el cuello.

- ¡Hombre Adam, qué tal estás! -preguntó por cortesía.

- ¡Bien señora Ingels, muy bien! Bueno estoy aquí por lo que me comentó de las clases de piano. No se, tal vez no valga para tocar pero le comentaba a su hijo que el otro día fue divertido y por eso me he decidido a probar, ¿si usted sigue queriendo dármelas, claro? -pregunté un tanto nervioso.

- ¡Claro que sí, pasa pasa! ¡Estoy encantada de ver que te has acordado de mi invitación y que vienes para comenzar! -exclamó tirando de mi mano con cierto ímpetu apartando a un lado a su molesto hijo.

 

De modo que mi querido amigo quedó junto a la puerta con un palmo de narices. No llegué a entender su actitud, pero me centré en mi objetivo para aquel día, conocer mejor a aquella extraña mujer que tanto me intrigaba.

 

Me acompañó al salón donde guardaba aquel majestuoso piano, allí nos sentamos juntos en la banqueta dispuesta frente a él a tal efecto y comenzó a explicarme lo básico de aquel instrumento.

 

Al principio fue un poco aburrido y debió notárseme pues pues al rato me dijo que lo mejor era tocarlo, así que comenzamos a practicar pequeñas melodías. Ella las tocaba primero y luego, cogiéndome las manos me hacía repetirlas a mi, presionando ella las teclas por encima de mis dedos hasta que las aprendía de memoria.

 

Mientras tanto su hijo nos miraba, sentado en una mecedora junto a la ventana. Y no paraba de hacer comentarios jocosos, mientras su madre le dirigía penetrantes miradas de desaprobación, hasta que estalló y levantándose con severidad se dirigió a él.

- ¡Vamos Alber, ve a por leche! -le ordenó.

- Pero mamá, la lechería está a 5 quilómetros y ya hace calor.

- No me repliques, necesitamos leche para hoy, así que coge el cántaro y ve a por ella, toma el dinero -le indicó acercándose a él.

 

Y de aquella manera quedamos sólos al fin, profesora y alumno. A partir de aquel momento todo se volvió como más íntimo, tal vez esa sea la palabra, el caso es que comenzamos a tocar y con infinita paciencia fue corrigiéndome mis errores, comenzando por la correcta colocación de las manos. Para hacerlo las suyas tocaban las mías, de modo tan delicado que eran como caricias de sus finos y largos dedos. Para hacerlo estabamos sentados tan juntos en aquella banqueta, que chocábamos hombro con hombro.

 

Así olí su perfume. Desde luego aquella mujer olía de maravilla y mientras lo hacía, de reojo la observaba, con su pelo rubio, recogido en un apretado moño en la nuca, con una redecilla negra y horquillas. En un momento dado propuso hacer una pausa, pues según ella llevábamos ya una hora tocando y estaba cansada, la verdad es que a mi me parecieron cinco minutos, muestra inequívoca de mi ensimismamiento con ella.

 

De modo que preparó el té y nos sentamos a la mesa mientras me ofrecía unas pastas caseras.

- Señora Ingels, ¿cuanto tiempo hace ya que está sola con sus hijos? -le pregunté intentando ser lo más educado posible.

- Por favor Adam, llámame Bárbara, me horroriza que me llamen señora Ingels, salvo cuando estoy en clase, pero este no es el caso, tú eres como un invitado -se apresuró a explicar para salir de la encerrona en que ella misma se había metido, pues en realidad yo también era su alumno.

"Bueno pues, ya hará unos 15 años, yo estaba embarazada de Sandy, él es algo mayor que su hermana"

- Y bueno, perdone mi indiscreción, ¿no ha pensado en volver a casarse?

- ¡Oh vaya! -sonrió divertida ante mi atrevida pregunta-. Pues no lo había pensado, la verdad, el tiempo pasa tan rápido que me parece que fue ayer -añadió para salir al paso.

- No sé, una mujer guapa como usted hubiese tenido más pretendientes, ¿no? -insistí por la vía abierta.

- ¿Pretendientes? -dijo sin evitar soltar una risita nerviosa-. Bueno sí, alguno hubo, pero yo tenía dos críos pequeños y trabajaba ya de profesora así que no tuve tiempo de flirteos y ese tiempo pasó, eso es todo. Por cierto, ¡muchas gracias por lo de guapa! No recordaba lo bien que sienta escuchar eso, aunque también entiendo que tu adulación pueda ser interesada por mis clases, no tienes por qué hacerlo, lo hago con agrado -me insinuó en tono de complicidad sonriéndome.

- Insisto, no es por halagarla, bueno si... -me atropellé nervioso en mis razonamientos- A mi me parece guapa, ¡vamos! -terminé confesando tal vez precipitadamente.

- ¡En serio! ¡Eres un encanto de alumno, ojalá fueran todos como tú! -exclamó ella pellizcándome las mejillas como si fuese un colegial-. Mi hija sí que es guapa, ¿te has fijado en ella? -me preguntó de repente cambiando el tema.

- Bueno, si, también es guapa, claro se parece a usted -insistí de nuevo volviendo por mis fueros.

- ¡Sencillamente encantador! Pero ya me gustaría a mi tener sus encantos femeninos... -afirmó mientras se acariciaba delicadamente la zona donde deberían estar sus pechos-. Ya sabes a lo que me refiero, ¿verdad? Un jovencito como tú seguro qué se fija en esas cosas ya a tu edad, ¿no? -me volvió a insinuar.

- Pues la verdad es que... -no sabía cómo continuar, pues si confesaba que lo hacía podía tomarme por un sátiro y si mentía por un afeminado o un mentiroso, así que vacilé y finalmente contesté-. La verdad es que soy un joven corriente y supongo que los jóvenes corrientes como yo hacen esas cosas... -terminé diciendo provocando en ella una carcajada.

 

Por lo visto mi retorcido razonamiento le hizo mucha gracia, vamos que se tronchó a mi costa. Y ciertamente no me desagradó el que lo hiciera, pues esto hacía que intimásemos más.

- Aunque usted... Barbara, se queje de que no tienen los encantos físicos de su hija, lo cierto es si ella es tan guapa se lo debe a usted, así que algo habrá sacado suyo, aunque usted tiene un cierto aire misterioso que no encuentro en ella -le confesé sin saber muy bien donde me metía.

- ¿En serio? -preguntó ella recuperando la compostura tras su crisis de risa y mostrando interés por lo que había afirmado-. ¿Me encuentras misteriosa, a qué te refieres exactamente?

- Si lo supiese se lo diría y entonces ya no sería un misterio -afirmé mostrándole mi mejor sonrisa.

- ¡Vaya jovencito! -exclamó tras volver a reír a carcajadas-. Sí que eres diestro con la lengua, sin duda la usas bien, no podrías hacerlo mejor ni aunque te lo propusieras -afirmó para mi desconcierto.

- ¡Ahora el que no entiende nada soy yo! -afirmé provocando de nuevo su risa.

- Bueno sigamos tocando muchachote, ya está bien de cháchara por ahora -dijo mientras se levantaba y se alisaba su vestido.

 

Me senté de nuevo en la banqueta y esta vez ella permaneció de pié detrás mío. Me hizo repetir una melodía una y otra vez hasta que sonase como ella quería y como no terminaba de cuadrarle, se acercó y colocando su cara junto a mi hombro, extendió sus manos a ambos lados de mi y las posó sobre las mías para enseñarme como solía hacer.

 

Tenía su cara al lado de la mía y notaba el contacto de su pecho, liso, pero al fin y al cabo su pecho, en mi espalda. Pensé en cómo serían sus tetas, tal vez simplemente fueran un pezón, sin duda tendrían aureolas y sin duda se pondrían duros y puntiagudos al chuparlos.

 

Mis pensamientos hicieron que mi señor Johnson despertase y al oír su voz sobre mi oreja, las cosquillas hicieron que se me erizase el bello. En un acto casi incomprensible para mi aún hoy día, giré mi cara y chupé su oreja, incluso llegué a meter mi lengua en ella. Décimas de segundo después me arrepentí de tal atrevimiento y esperé una airada reacción de mi interlocutora.

- ¡Lo siento señora Ingels, yo no quería hacerlo...! -me apresuré a excusarme.

 

La señora Ingels se retiró como yo esperaba, inclinando el cuello hacia el lado en que yo se lo había chupado, pero no dijo nada durante unos largos segundos.

- ¡Oh hijo, eso que has echo... en fin, por favor no lo vuelvas ha hacer! ¿vale?

- ¡Si claro señora Ingles! -exclamé yo mostrando un exagerado arrepentimiento.

- Puedes seguir llamándome Bárbara -replicó ella-. Vamos a seguir tocando, anda.

 

Esta vez ella tocó para mi para mostrarme como la melodía que yo había estado tocando a trozos, pero ahora toda seguida y con infinito mejor ritmo. Aderezándola con ciertos acordes que yo no había tocado antes. Sonaba como una cancioncilla pegadiza. Al terminar dio por finalizada nuestra clase y me acompañó a la puerta, emplazándome a la siguiente mañana.

 

Al salir, todo el camino fui pensando el porqué de la tibia reacción de la madre de Albert ante mi osadía, pero si es que, ¡le había chupado la oreja! ¡Y ella apenas reaccionó, cuando yo me esperaba que me pudiese llegar a echar a patadas de su casa!. Pensé en que esto era el preludio de un acercamiento mayor y esta idea me excitó aún más para el próximo día...

 

A la siguiente clase Bárbara se presentó con el pelo suelto, cayéndole este por los hombros. El cambio fue espectacular y me sorprendió gratamente, pero no dije nada en aquel momento. Durante la clase se mostró un poco distante al principio y no permitió que me acercase a ella, hasta la hora de la pausa y el correspondiente te.

- ¡Bárbara te has dejado el pelo suelto hoy! ¡Te sienta fenomenal! -añadí con entusiasmo.

- ¡Oh Adam gracias! La verdad es que lo hago muy pocas veces, pero hoy me apetecía tenerlo suelto.

- Pues estás muy guapa -le dije yo galante.

- ¡Gracias Adam, eres un sol! -dijo sonriente mientras me pellizcaba la mejilla, como ya hiciera el día anterior-. Oye, si te hago una pregunta personal, ¿me responderás?

- Pues... no sé, depende de lo personal que sea -respondí yo mostrándome cauto.

- Te gusta mi hija Sandy, me refiero a físicamente, ¿te gustaría que fuese tu novia?

- Hombre, ¡ella es muy guapa! -exclamé yo como si no fuese digno de merecerla-. A todo chico le gustaría.

- Claro, lo entiendo hijo. La verdad es que es muy guapa, y pienso que tú serías un buen novio para ella, por eso te lo preguntaba -me confesó finalmente.

- No sé, tal vez eso dependerá también de que yo le guste a ella -repliqué no muy convencido.

- Seguro que si, si os veis y os vais conociendo le gustarás. A mi ya me gustas como yerno -me confesó.

- ¡Gracias y tú a mi como suegra! -le respondía al instante.

 

Y después de esto volvimos a tocar el piano. Aquel día como estaba tan distante me hice el torpe con las teclas y aproveché cuando fue a corregirme con sus manos para capturárselas con las mías y acariciarlas palma con palma.

- ¡Oh Bárbara, qué manos más suaves tiene y qué dedos tan delicados! -exclamé zalamero.

- ¡Vaya hijo, qué galante estás hoy! ¿No intentarás flirtear conmigo, verdad pillín? -me sonrió-. ¡Son dedos de pianista! -añadió orgullosa mostrándome sus manos extendidas.

- Sin duda si me hiciera cosquillas no pararía de reírme todo el rato -aseveré yo con cierto descaro a lo que Barbara respondió provocándome esas cosquillas de las que yo hablaba en mis costados.

 

Durante aquel rato nos esparcimos como si fuésemos una madre jugando con su retoño y lo agradecí tanto como si fuese el preludio a una relación sexual. Qué duda cabe que mi miembro en aquellas caricias se puso duro a punto de explotar.

 

Cuando terminamos Barbara, se sentó a mi lado y aproveché para contraatacar haciéndole yo cosquillas a ella en su cintura de avispa, palpando la suavidad de sus huesos y la tersura de su piel tras su vestido. Ella presa de un ataque de risa se dejó cosquillear a gusto.

 

Al despedirnos esa mañana sentí que quisiera besarla y hubo un momento en el que a fe que lo hubiese hecho, pues estaba radiante con su pelo rubio ondulado, movido levemente por la brisa que penetró en su portal, pero en último extremo el miedo a su rechazo me contuvo.

 

En el tercer día de clases la confianza entre ambos era ya estrecha, de manera que Barbara volvió a arrimarse a mi con naturalidad incluso se permitió el sentarse en mis rodillas y tocar sentada de esa guisa. Yo sentí el peso de su cuerpo, su culo posado en mis muslos, con sus cachetes apretados contra mi carne y pensé que ahí entre ellos, en su valle del placer habitaba una flor necesitada de caricias y amor, esperando despertar a un mar de lujuria, placer y sensualidad.

 

Ese día recuerdo que cogí su cintura con firmeza, sintiendo su piel palpitando bajo mis manos. Me vi empujándola desde atrás mientras me aferraba a aquella cintura de avispa y placer, simplemente nacido del deseo y la proximidad de una fémina sensual y esquiva como era Bárbara. Incluso me permití poner mis manos en sus muslos abiertos, cubiertos por una fina gasa del vestido veraniego que llevaba esta, pero ella, que no estaba ajena a mis devaneos con su cuerpo, en seguida cogió mis manos y las puso donde debían estar, sobre las teclas del piano.

 

En otro momento, ella estaba explicándome las particularidades de una partitura, de pie junto a mi, mientras yo miraba al papel, de reojo veía su vestido, justo en la zona en la que su flor dormía, esperando a que mis labios y lengua la abriesen como un melocotón maduro. Casi podía olerla desde allí, el olor del sexo, el olor de su coño rezumando jugos, ansioso de que mi lengua los recogiese. Desde luego tener que contenerse en tales circunstancias era toda una tortura."

 

Los dedos de Tom discurrían ya con total libertad por la raja de Cathy, que leía mientras de vez en cuando suspiraba, tal vez por el relato, tal vez por las caricias que su hermano Tom se permitía hacerle en zona tan íntima.

 

Cuando Tom decidió pasara su yema por el ano de Cathy, tan pequeño y cerrado que podría pasar desapercibido entre la sensualidad y tersura de su chochito, ésta pareció notar algo y le pidió que volviese sobre sus pasos. Ahí estaba, Cathy volvió a pedirle que le masajeara en aquella oculta parte de su anatomía y Tom, extendiendo los jugos que sacaba de su chichi caldoso, lubricó aquella parte secreta de su cuerpo y se permitió el lujo de penetrarla suavemente con apenas la uña del dedo, sin encontrar resistencia por parte de su hermanita abstraída en la lectura del caliente relato.

 

Pero cuando osó ir más allá y clavarle su índice, ésta gimió con desagrado y se giró sacándose tan molesto apéndice de semejante zona, tras esto lo empujó reprendiéndolo, diciéndole que eso era pasarse, que ella sólo quería unas caricias superficiales.

 

Resuelto el malentendido su hermano volvió a zambullirse en su rajita, provocando el agrado de su dueña una vez más, mientras ésta continuaba con la lectura del relato.

 

"Mis escarceos con la madre de Albert llegaron ya a la semana, y el viernes, en el último día de clase antes del fin de semana, ambos parecíamos apenados ante lo que eran el sábado y domingo donde, a pesar de estar en vacaciones habíamos hablado ya de darnos descanso y para poder ir a la misa del domingo como era preceptivo.

 

De modo que aquella clase pareció sosa e insulsa, y apenas mostramos interés en nuestros acercamientos, aunque como siempre estábamos hombro con hombro, cuando no, ella se paseaba detrás mío marcándome el compás de los repetitivos ejercicios en que consistía la práctica del piano.

 

Cuando llegó la hora del té, como cada tarde ella lo preparó y nos sentamos en un rato de esparcimiento, aunque siempre hablábamos de los temas más insospechados aquél día hasta nos costaba entablar una conversación.

- Oye Adam, ¿qué opinión tienes de mi? -me preguntó de repente.

- ¿Cómo? -dije yo sin comprender qué quería que dijese.

- Sí, me refiero a qué piensas de mi, crees que soy una mujer dura, distante, tal vez me tienes miedo. Mis alumnos sé que me temen pues con ellos soy dura y exigente -me confesó y esperó respuesta por mi parte.

- No sé Barbara, yo te veo todo lo contrario, me pareces dulce y atenta, incluso cariñosa conmigo como profesora -afirmé yo dispuesto a encandilarla con mis palabras.

- ¿En serio? Bueno si, contigo tengo otro carácter lo admito, es distinto, aquí es todo más íntimo solos tú y yo. Sabes, en el fondo soy una mujer a la que le gustaría que le mandasen, alguien con autoridad sobre mi, que no temiera enfrentarse a mi -confesó para mi sorpresa.

- Si, pues no se, la verdad es que impones un poco Barbara.

- Lo sé, mi aspecto intimida a los hombres y también a los jóvenes como tú y como mis alumnos. Pero yo sueño con un hombre que sea capaz de imponerse sobre mi, tal vez porque anhelo aquello que no tengo.

- Claro -afirmé sin mucho convencimiento sobre qué hacer en aquella situación.

- ¿Tú te atreverías a darme órdenes? -preguntó para mi asombro.

- ¡Oh no, yo no podría...! -exclamé sintiéndome en la encerrona.

- ¡Claro que sí hombre, te prometo obedecer, me mandes lo que me mandes Adam! ¡Adelante mandame! -me dijo con voz imperativa.

- No sé Barbara, la verdad es que ahora me siento intimidado por ti -dije sonriendo aunque temeroso, pues mi juventud no comprendía lo que me proponía aquella mujer. En mi subconsciente hubiese deseado ser capaz de decirle allí mismo que me chupara mi estaca, pero conscientemente era incapaz de hacerlo.

- ¡Venga Adam, no seas tímido, haré lo que quieras! -exclamó poniéndose de rodillas ante mi para mi espanto-. Seré tu esclava si tú quieres, como las negras que tenéis en vuestra hacienda. ¡Mándame! -repitió una vez más.

 

Haciendo acopio de todas mis fuerzas, nervioso como un flan pero sintiendo que aquella era mi oportunidad de mi garganta salieron palabras imperativas que ella me pedía.

- ¡Está bien Bárbara, ponte a cuatro patas!

- ¡Oh sí amo! -exclamó ella satisfecha-. ¡Qué más deseas!

- ¡Nada sólo estate quieta! -dije yo mientras me arrodillaba a su lado.

 

Ante mi aquella mujer parecía una perrita sumisa y la emoción empezó a embargarme, una emoción y una excitación tales que se me secó la garganta y a pesar de tragar saliva no encontraba alivio.

 

Cuando mi mano se posó en su culo y lo palpó con suavidad ella me hizo otra desconcertante petición.

- ¡Vamos azotame, es eso lo que deseas! ¿Verdad? ¡Hazlo! -suplicó ahora ella.

- ¡Está bien Bárbara pero para eso tengo que levantarte el vestido! -exclamé.

- ¡Oh sí, a flor de piel será mejor vamos, hazlo! -consintió.

 

Levantandole las enaguas de su vestido descubrí su culote color beige ajustado a su delgado culo.

- Para azotarte mejor te bajaré el culote, si no tienes inconveniente... -sugerí cada vez más tenso.

- ¡Por supuesto amo, haz de mi lo que quieras! -exclamó ella suplicando que la azotase ya.

 

Mis manos arrastraron aquel culote de satén descubriendo aquellas nalgas blancas, que se mostraron ante mis ojos delgadas cuan delgada era su ama y tremendamente redondas y separadas la una de la otra. Entre medias de sus muslos apareció un esponjoso bello negro, cuan negros eran sus cabellos. Enmarañado ocultaba tras su espesura sin duda la raja palpitante que yo tanto deseaba.

- ¡Oh amo, ahora que me tienes desnuda azótame! -me rogó.

- ¿Estás segura? -pregunté de nuevo volviendo mi temor inicial.

- ¡Sí azótame, tu esclava es mala y merece un castigo azótame con tus manos lo más fuerte que puedas! -rogó con voz imperativa.

 

Acercándome a ella me puse a su lado, viendo como sumisamente miraba al suelo y no osaba mirarme a la cara tal vez para no ofender a su amo. Mi primera palmada fue como un cachete cariñoso.

- ¡Oh amo, tú seguro que puedes darme más fuerte! ¡Dáme más! -gritó como una posesa.

 

Sin pensarlo mi mano se lanzó con furia hacia su glúteo y un sonoro estallido retumbó por la habitación.

- ¡Ay! -exclamó, pero sin aparentar dolor en su expresión-. ¡Estupendo otra vez, más fuerte! -me ordenó de nuevo.

 

De nuevo mi mano se lanzó contra su otra nalga y tras el choque restalló el aire aprisionado entre mi palma y su glúteo, seguido de un nuevo “¡Ay! De mi esclava”. Por mi mente pasaron las imágenes de mi padre dando azotes a la joven Arel y cómo esta se quejaba y gritaba. En cambio Bárbara parecía disfrutar con aquel castigo, así que, metido en faena le di palmadas tan fuertes como pude, hasta que en pocos segundos sus glúteos se comenzaron a poner rosados pasando al rojo fuerte en poco tiempo.

 

Estaba tremendamente excitado con aquel juego, aquel extraño juego de castigo hacia Bárbara, que se confesaba mi esclava. Por fin dejé de azotarla y decidí emplearme en magregar su coño, lo cual ansiaba ya desde que lo vi hacía unos minutos. Mojando mis dedos los deslicé desde su ano hasta su raja cubriéndola con mis cuatro dedos mientras el pulgar permanecía perpendicular a la misma.

 

La froté con firmeza y de ella manaron jugos que ya estaban agazapados tras sus labios vaginales apretados hasta aquel momento, en el que su flor, se abrió y los dejó correr por sus muslos como si la presión del líquido hubiese estado esperando mi acción para liberarse.

- ¡Oh amo, no merezco las caricias que me hacéis! Vuestra esclava merece más castigo! ¡Seguid azotándome! -me dijo con su voz imperativa, demostrando que tal vez la que mandaba después de todo era ella y no yo, su amo.

 

Así que mientras le acariciaba su raja, ya abierta tras la espesura de su mata de pelo negra, con la mano libre la seguía azotándo en los cachetes, ya colorados tras las muchas palmadas. Mientras tanto mis dedos se colaron en su coño, deslizándose cuan finos eran hasta su interior, primero uno, luego dos, tres... mientras seguía azotándola, ella gimiendo y gritando y yo penetrándola con mis tres dedos en triángulo.

 

Con mi polla a punto de estallar bajo mi pantalón, la extraje por la bragueta y me coloqué tras aquel enrojecido culito. Desatado en aquellos momentos lo que más ansiaba era follarla. Así que me coloqué detrás suyo y sujetándola busqué la entrada de su coño, deslizándola con fuerza la introduje de una vez, provocando un grito más de mi "esclava".

- ¡Oh amo, no me folles, sigue azotándome! -me gritó al sentirla dentro.

 

Aquel coño abrasador, quemó mi polla nada más introducirlo. Estaba tan encelado que seguía azotándole el culo mientras la follaba con fuertes embestidas.

- ¡Oh sí amo! -gritaba enloquecída-. ¡Cuanto tiempo sin follar amo, cuantas noches solitarias para una viuda tan ardiente como yo amo! -confesó entre gritos, palmadas y gemidos.

 

Mis acaloradas embestidas me condujeron rápidamente hacia el éxtasis, y en pocos minutos, mi arma descargó sus andanadas de leche en aquel coño ardoroso como pocos.

- ¡Oh amo, qué gusto recibir tu semilla en mi interior! -exclamó mi querida profesora contoneándose nerviosamente mientras me corría.

 

Al terminar ella quedó tendida en la alfombra del salón y yo finalmente me tumbé a su lado, sudoroso tras la intensa follada que acababa de protagonizar. Jadeando descubrí como disimuladamente mi esclava seguía frotándose su flor, mientras ronroneaba. Así que decidí volver al tajo y complacer a mi esclava.

 

Hice que se volviera y quedase tumbada boca arriba, colocándome entre sus muslos me aproximé a su negra flor.

- ¿Qué vas ha hacer? -preguntó ella desconcertada.

- ¡Darte placer esclava, también tú lo necesitas como yo! -le dije imperativamente.

 

Cuando le clavé la lengua en su raja, ésta estaba chorreando de jugos mezclados con mi propio esperma. Era tal mi calentura que no me importó lamerlos. Después de todo eran algo mío.

- ¡Oh amo, no merezco tal deferencia por tu parte! Soy tu esclava... -admitió Bárbara entre gemidos.

 

Barbara se retorcía y gemía mientras mi lengua limpiaba su coño de mi corrida y seguía extrayendo jugos de él, al tiempo que jugaba con mi pelo entre sus dedos, semi incorporada en el suelo, con sus muslos abiertos. No tardó mucho en convulsionarse y dejarse caer hacia atrás mientras entre estertores y espasmos gruñía como nunca antes había oído hacerlo una mujer en su orgasmo.

 

Finalmente volvimos a yacer tumbados, uno junto al otro en la alfombra del salón donde estaba el piano. Bárbara se recuperó y sin mediar palabra se levantó y recuperó su culote poniéndoselo delante mío. En ese momento vi desaparecer su ardiente flor, para mi desesperanza, otro día volvería a verla...

- Vamos Adam, creo que por hoy la clase ha terminado -me dijo volviendo a su tono de voz neutro habitual.

 

Me levanté y recuperando mis calzoncillos y pantalones me vestí delante suyo también, advirtiendo como el el disimulo de que es capaz una mujer, me echaba un a última hojeada a mi arma ya descargada.

 

Bárbara me acompañó hasta la puerta y allí llegó la despedida. Aunque pareciese lo contrario, la situación era tensa y se le notaba. Casi sin saber cómo despedirnos, finalmente fui yo el que se abalanzó sobre ella y la besó en la boca sin que ella lo esperase.

- ¡Hasta el lunes esclava! -le dije mientras le daba otra palmada en su trasero.

 

Sin poder evitarlo arranqué una sonrisa de sus labios, de aquella mujer dura y distante que ya no parecía ni tan dura ni tan distante..."

 

Cathy terminó de leer el relato y suspiró, Tom había estado entrando y saliendo suavemente de sus labios, rozándolos con las yemas de sus dedos, sin llegar a penetrarla para no romper su virgo. Esta se recreó en aquellas caricias mientras saboreaba el capítulo que acababan de leer, se imaginó cada momento, cada escena de aquel ardiente encuentro entre la profesora y el alumno y deseo sentirse como ellos.

- ¡Oh hermanito, hoy estoy tan cachonda, llevas tanto tiempo acariciándome mi coñito que creo que si no me follas reviento! -exclamó suspirando de nuevo mientras se volvía quedando boca arriba.

- Pero hermanita, ya sabes que mamá me ha prohibido follarte y tú aún así insistes en provocarme, bueno, antes degustaré tus jugos una vez más -dijo Tom acercándose a su joven flor.

 

- ¡No Tom, no quiero esperar, quiero que me folles yá! ¡Fóllame, fóllame, fóllame! -le repitió insistentemente mientras cerraba el puño en torno a su camiseta a la altura del pecho retorciendo la tela y tirando de ella.

 

El muchacho se deshizo de sus calzoncillos en un santiamén y con su polla adolescente tremendamente erecta y cimbreante, se colocó entre las delgadas y suaves piernas de su hermanita. Apuntó hacia su rajita y empujó con furia, provocando un grito que fue interrumpido por la propia mano de Cathy, consciente de que podía despertar a sus madres, lo que hizo que Tom se replegara.

- ¡No, sigue, vamos fóllame, hazlo aunque me duela, rebiéntame por dentro si hace falta pero quítame ya este yugo virginal que me atenaza en el disfrute del sexo -le ordenó implacable, tal y como hubiese hecho la profesora de Adam.

 

De manera que la muchacho no le quedó otra que complacerla, y empujando una vez más deslizó su falo esbelto y bello hasta el fondo de su coño, haciéndola gritar de nuevo. Esta apretó sus muslos en torno a las caderas del muchacho y forzándose ella misma meneó su cintura acercando aún más su pelvis, apretando sus dientes mientras sentía una polla deslizarse por primera vez en su rajita.

 

Tom entonces, sintió el calor abrasador del chochito de su hermanita y vio como esta a pesar de que tal vez le dolía esta primera vez insistía en mover sus caderas al compás, comenzándo un baibén desesperado y alocado que la hizo gemir rítmicamente al tiempo que sus choques resonaban como palmas en aquel sótano oscuro y silencioso hasta entonces.

 

En apenas unos segundos Tom alcanzó su éxtasis y fue incapaz de sacar su polla de aquel coño deliciososamente desflorado por ella, así que regó con sus gotitas de semen su interior por primera vez.

 

Cathy lo abrazó y lo mantuvo dentro de si misma, sintiendo la sensación nunca antes sentida de tener su chochito lleno con la verga de su querido hermano.

- ¡Oh Tom, qué deliciosa sensación, sentir tu polla llenándome por dentro! ¡Hasta te has corrido en mí! ¿Te imaginas que me dejas preñada? ¡Qué desfachatez! -exclamó irónicamente mientras reía.

 

Poco a poco la polla de Tom fue perdiendo fuelle y retrocediendo en aquel cálido y delicioso cuerpo cavernoso hasta que finalmente Cathy se cansó y le pidió que la liberase de su peso opresor.

 

Ambos se quedaron desnudos mirando al techo.

- ¿Te ha gustado? -fue la pregunta típica que tuvo que hacer Tom.

- Me ha encantado hermanito, ya no soy virgen, me has desvirgado tú, ahora ya podemos disfrutar del sexo sin ataduras ni complejos -le agradeció su hermanita.

 

 

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Aquella mujer era distinta a todas las que había conocido, no tenía un cuerpo atractivo, si era guapa de cara con su pelo rubio, pero éste al estar recogido tampoco lucía. Pero tenía algo que me atraía irremisiblemente hacia ella... su forma de acariciar mis manos, su manera de alagarme en un detalle tan insignificante como mis manos, diciendo de ellas: que eran suaves y delicadas; tal vez su apariencia de mujer severa e inexpugnable, quien sabe. Ahora, desde la distancia no sé exactamente lo que corría en aquellos momentos por mi cabeza de alocado adolescente, siempre ávido de nuevas sensaciones y placeres>>

 

Tom, distraído como siempre cuando la dulce voz de Cathy lo trasladaba a aquella época remota en aquel mismo lugar, no podía evitar pensar que cuando paseaba por el campo aquella tierra ya había sido hoyada por las botas de aquel muchacho, tal vez de su misma edad.

 

Hoy, a pesar de la prohibición que pendía sobre ellos para que no se reunieran en el sótano, habían burlado el toque de queda impuesto por su madre y citados en la penumbra, se habían deslizado entre las sombras hasta acurrucarse en sus sacos de dormir, como de costumbre. Y como cada noche, abrían las páginas añejas y amarillentas llenas de excitantes aventuras, fruto de las memorias escritas de puño y letra por su ya querido amigo Adam.

 

Desde luego su madre nada tenía que hacer ante aquella tentación y no consiguió su objetivo. Tampoco en lo tocante a las relaciones fraternales que ambos hermanos mantenían, pues Tom, dada la familiaridad que le inspiraba ya Cathy, no tardó en posar su mano en su culito y deslizar su dedo presionando sus braguitas, haciendo que éstas marcaran la gruta que se abría entre sus cachetes y deslizándolo por ella llegó hasta su almeja. Con aquel juego, esperaba que la lectura se hiciera más amena para ambos y Cathy no puso reparo al atrevimiento de éste, así que continuó deslizando su dedo bajo el borde de la tela hacia su caliente y húmedo el surco abriéndolo a su paso.

 

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- Buenas Albert, ¿está tu madre en casa? -dije yo para saludarlo.

- ¿Mi madre, por qué la buscas? -respondió descortesmente con otra pregunta.

- Bueno me dijo que viniese para tomar clases de piano.

- ¿Si? ¿Y desde cuando te gusta a ti el piano? -siguió inquisitorialmente molestándome hasta el punto de empezar a impacientarme.

- No sé, el otro día fue divertido y pensé en probar -respondí espontáneamente con elocuencia y simpleza.

- ¿Divertido...? -siguió insistiendo mi amigo, pero ésta vez fue interrumpido por una voz que llegó desde el interior de la casa.

- ¿Quién es Albert, no lo invitas a pasar? -dijo la voz tras la puerta.

 

Al momento después la puerta se abrió y su madre apareció tras ella, con uno de sus característicos vestidos oscuros que le llegaban hasta el cuello.

- ¡Hombre Adam, qué tal estás! -preguntó por cortesía.

- ¡Bien señora Ingels, muy bien! Bueno estoy aquí por lo que me comentó de las clases de piano. No se, tal vez no valga para tocar pero le comentaba a su hijo que el otro día fue divertido y por eso me he decidido a probar, ¿si usted sigue queriendo dármelas, claro? -pregunté un tanto nervioso.

- ¡Claro que sí, pasa pasa! ¡Estoy encantada de ver que te has acordado de mi invitación y que vienes para comenzar! -exclamó tirando de mi mano con cierto ímpetu apartando a un lado a su molesto hijo.

 

De modo que mi querido amigo quedó junto a la puerta con un palmo de narices. No llegué a entender su actitud, pero me centré en mi objetivo para aquel día, conocer mejor a aquella extraña mujer que tanto me intrigaba.

 

Me acompañó al salón donde guardaba aquel majestuoso piano, allí nos sentamos juntos en la banqueta dispuesta frente a él a tal efecto y comenzó a explicarme lo básico de aquel instrumento.

 

Al principio fue un poco aburrido y debió notárseme pues pues al rato me dijo que lo mejor era tocarlo, así que comenzamos a practicar pequeñas melodías. Ella las tocaba primero y luego, cogiéndome las manos me hacía repetirlas a mi, presionando ella las teclas por encima de mis dedos hasta que las aprendía de memoria.

 

Mientras tanto su hijo nos miraba, sentado en una mecedora junto a la ventana. Y no paraba de hacer comentarios jocosos, mientras su madre le dirigía penetrantes miradas de desaprobación, hasta que estalló y levantándose con severidad se dirigió a él.

- ¡Vamos Alber, ve a por leche! -le ordenó.

- Pero mamá, la lechería está a 5 quilómetros y ya hace calor.

- No me repliques, necesitamos leche para hoy, así que coge el cántaro y ve a por ella, toma el dinero -le indicó acercándose a él.

 

Y de aquella manera quedamos sólos al fin, profesora y alumno. A partir de aquel momento todo se volvió como más íntimo, tal vez esa sea la palabra, el caso es que comenzamos a tocar y con infinita paciencia fue corrigiéndome mis errores, comenzando por la correcta colocación de las manos. Para hacerlo las suyas tocaban las mías, de modo tan delicado que eran como caricias de sus finos y largos dedos. Para hacerlo estabamos sentados tan juntos en aquella banqueta, que chocábamos hombro con hombro.

 

Así olí su perfume. Desde luego aquella mujer olía de maravilla y mientras lo hacía, de reojo la observaba, con su pelo rubio, recogido en un apretado moño en la nuca, con una redecilla negra y horquillas. En un momento dado propuso hacer una pausa, pues según ella llevábamos ya una hora tocando y estaba cansada, la verdad es que a mi me parecieron cinco minutos, muestra inequívoca de mi ensimismamiento con ella.

 

De modo que preparó el té y nos sentamos a la mesa mientras me ofrecía unas pastas caseras.

- Señora Ingels, ¿cuanto tiempo hace ya que está sola con sus hijos? -le pregunté intentando ser lo más educado posible.

- Por favor Adam, llámame Bárbara, me horroriza que me llamen señora Ingels, salvo cuando estoy en clase, pero este no es el caso, tú eres como un invitado -se apresuró a explicar para salir de la encerrona en que ella misma se había metido, pues en realidad yo también era su alumno.

<< Bueno pues, ya hará unos 15 años, yo estaba embarazada de Sandy, él es algo mayor que su hermana>>

- Y bueno, perdone mi indiscreción, ¿no ha pensado en volver a casarse?

- ¡Oh vaya! -sonrió divertida ante mi atrevida pregunta-. Pues no lo había pensado, la verdad, el tiempo pasa tan rápido que me parece que fue ayer -añadió para salir al paso.

- No sé, una mujer guapa como usted hubiese tenido más pretendientes, ¿no? -insistí por la vía abierta.

- ¿Pretendientes? -dijo sin evitar soltar una risita nerviosa-. Bueno sí, alguno hubo, pero yo tenía dos críos pequeños y trabajaba ya de profesora así que no tuve tiempo de flirteos y ese tiempo pasó, eso es todo. Por cierto, ¡muchas gracias por lo de guapa! No recordaba lo bien que sienta escuchar eso, aunque también entiendo que tu adulación pueda ser interesada por mis clases, no tienes por qué hacerlo, lo hago con agrado -me insinuó en tono de complicidad sonriéndome.

- Insisto, no es por halagarla, bueno si... -me atropellé nervioso en mis razonamientos- A mi me parece guapa, ¡vamos! -terminé confesando tal vez precipitadamente.

- ¡En serio! ¡Eres un encanto de alumno, ojalá fueran todos como tú! -exclamó ella pellizcándome las mejillas como si fuese un colegial-. Mi hija sí que es guapa, ¿te has fijado en ella? -me preguntó de repente cambiando el tema.

- Bueno, si, también es guapa, claro se parece a usted -insistí de nuevo volviendo por mis fueros.

- ¡Sencillamente encantador! Pero ya me gustaría a mi tener sus encantos femeninos... -afirmó mientras se acariciaba delicadamente la zona donde deberían estar sus pechos-. Ya sabes a lo que me refiero, ¿verdad? Un jovencito como tú seguro qué se fija en esas cosas ya a tu edad, ¿no? -me volvió a insinuar.

- Pues la verdad es que... -no sabía cómo continuar, pues si confesaba que lo hacía podía tomarme por un sátiro y si mentía por un afeminado o un mentiroso, así que vacilé y finalmente contesté-. La verdad es que soy un joven corriente y supongo que los jóvenes corrientes como yo hacen esas cosas... -terminé diciendo provocando en ella una carcajada.

 

Por lo visto mi retorcido razonamiento le hizo mucha gracia, vamos que se tronchó a mi costa. Y ciertamente no me desagradó el que lo hiciera, pues esto hacía que intimásemos más.

- Aunque usted... Barbara, se queje de que no tienen los encantos físicos de su hija, lo cierto es si ella es tan guapa se lo debe a usted, así que algo habrá sacado suyo, aunque usted tiene un cierto aire misterioso que no encuentro en ella -le confesé sin saber muy bien donde me metía.

- ¿En serio? -preguntó ella recuperando la compostura tras su crisis de risa y mostrando interés por lo que había afirmado-. ¿Me encuentras misteriosa, a qué te refieres exactamente?

- Si lo supiese se lo diría y entonces ya no sería un misterio -afirmé mostrándole mi mejor sonrisa.

- ¡Vaya jovencito! -exclamó tras volver a reír a carcajadas-. Sí que eres diestro con la lengua, sin duda la usas bien, no podrías hacerlo mejor ni aunque te lo propusieras -afirmó para mi desconcierto.

- ¡Ahora el que no entiende nada soy yo! -afirmé provocando de nuevo su risa.

- Bueno sigamos tocando muchachote, ya está bien de cháchara por ahora -dijo mientras se levantaba y se alisaba su vestido.

 

Me senté de nuevo en la banqueta y esta vez ella permaneció de pié detrás mío. Me hizo repetir una melodía una y otra vez hasta que sonase como ella quería y como no terminaba de cuadrarle, se acercó y colocando su cara junto a mi hombro, extendió sus manos a ambos lados de mi y las posó sobre las mías para enseñarme como solía hacer.

 

Tenía su cara al lado de la mía y notaba el contacto de su pecho, liso, pero al fin y al cabo su pecho, en mi espalda. Pensé en cómo serían sus tetas, tal vez simplemente fueran un pezón, sin duda tendrían aureolas y sin duda se pondrían duros y puntiagudos al chuparlos.

 

Mis pensamientos hicieron que mi señor Johnson despertase y al oír su voz sobre mi oreja, las cosquillas hicieron que se me erizase el bello. En un acto casi incomprensible para mi aún hoy día, giré mi cara y chupé su oreja, incluso llegué a meter mi lengua en ella. Décimas de segundo después me arrepentí de tal atrevimiento y esperé una airada reacción de mi interlocutora.

- ¡Lo siento señora Ingels, yo no quería hacerlo...! -me apresuré a excusarme.

 

La señora Ingels se retiró como yo esperaba, inclinando el cuello hacia el lado en que yo se lo había chupado, pero no dijo nada durante unos largos segundos.

- ¡Oh hijo, eso que has echo... en fin, por favor no lo vuelvas ha hacer! ¿vale?

- ¡Si claro señora Ingles! -exclamé yo mostrando un exagerado arrepentimiento.

- Puedes seguir llamándome Bárbara -replicó ella-. Vamos a seguir tocando, anda.

 

Esta vez ella tocó para mi para mostrarme como la melodía que yo había estado tocando a trozos, pero ahora toda seguida y con infinito mejor ritmo. Aderezándola con ciertos acordes que yo no había tocado antes. Sonaba como una cancioncilla pegadiza. Al terminar dio por finalizada nuestra clase y me acompañó a la puerta, emplazándome a la siguiente mañana.

 

Al salir, todo el camino fui pensando el porqué de la tibia reacción de la madre de Albert ante mi osadía, pero si es que, ¡le había chupado la oreja! ¡Y ella apenas reaccionó, cuando yo me esperaba que me pudiese llegar a echar a patadas de su casa!. Pensé en que esto era el preludio de un acercamiento mayor y esta idea me excitó aún más para el próximo día...

 

A la siguiente clase Bárbara se presentó con el pelo suelto, cayéndole este por los hombros. El cambio fue espectacular y me sorprendió gratamente, pero no dije nada en aquel momento. Durante la clase se mostró un poco distante al principio y no permitió que me acercase a ella, hasta la hora de la pausa y el correspondiente te.

- ¡Bárbara te has dejado el pelo suelto hoy! ¡Te sienta fenomenal! -añadí con entusiasmo.

- ¡Oh Adam gracias! La verdad es que lo hago muy pocas veces, pero hoy me apetecía tenerlo suelto.

- Pues estás muy guapa -le dije yo galante.

- ¡Gracias Adam, eres un sol! -dijo sonriente mientras me pellizcaba la mejilla, como ya hiciera el día anterior-. Oye, si te hago una pregunta personal, ¿me responderás?

- Pues... no sé, depende de lo personal que sea -respondí yo mostrándome cauto.

- Te gusta mi hija Sandy, me refiero a físicamente, ¿te gustaría que fuese tu novia?

- Hombre, ¡ella es muy guapa! -exclamé yo como si no fuese digno de merecerla-. A todo chico le gustaría.

- Claro, lo entiendo hijo. La verdad es que es muy guapa, y pienso que tú serías un buen novio para ella, por eso te lo preguntaba -me confesó finalmente.

- No sé, tal vez eso dependerá también de que yo le guste a ella -repliqué no muy convencido.

- Seguro que si, si os veis y os vais conociendo le gustarás. A mi ya me gustas como yerno -me confesó.

- ¡Gracias y tú a mi como suegra! -le respondía al instante.

 

Y después de esto volvimos a tocar el piano. Aquel día como estaba tan distante me hice el torpe con las teclas y aproveché cuando fue a corregirme con sus manos para capturárselas con las mías y acariciarlas palma con palma.

- ¡Oh Bárbara, qué manos más suaves tiene y qué dedos tan delicados! -exclamé zalamero.

- ¡Vaya hijo, qué galante estás hoy! ¿No intentarás flirtear conmigo, verdad pillín? -me sonrió-. ¡Son dedos de pianista! -añadió orgullosa mostrándome sus manos extendidas.

- Sin duda si me hiciera cosquillas no pararía de reírme todo el rato -aseveré yo con cierto descaro a lo que Barbara respondió provocándome esas cosquillas de las que yo hablaba en mis costados.

 

Durante aquel rato nos esparcimos como si fuésemos una madre jugando con su retoño y lo agradecí tanto como si fuese el preludio a una relación sexual. Qué duda cabe que mi miembro en aquellas caricias se puso duro a punto de explotar.

 

Cuando terminamos Barbara, se sentó a mi lado y aproveché para contraatacar haciéndole yo cosquillas a ella en su cintura de avispa, palpando la suavidad de sus huesos y la tersura de su piel tras su vestido. Ella presa de un ataque de risa se dejó cosquillear a gusto.

 

Al despedirnos esa mañana sentí que quisiera besarla y hubo un momento en el que a fe que lo hubiese hecho, pues estaba radiante con su pelo rubio ondulado, movido levemente por la brisa que penetró en su portal, pero en último extremo el miedo a su rechazo me contuvo.

 

En el tercer día de clases la confianza entre ambos era ya estrecha, de manera que Barbara volvió a arrimarse a mi con naturalidad incluso se permitió el sentarse en mis rodillas y tocar sentada de esa guisa. Yo sentí el peso de su cuerpo, su culo posado en mis muslos, con sus cachetes apretados contra mi carne y pensé que ahí entre ellos, en su valle del placer habitaba una flor necesitada de caricias y amor, esperando despertar a un mar de lujuria, placer y sensualidad.

 

Ese día recuerdo que cogí su cintura con firmeza, sintiendo su piel palpitando bajo mis manos. Me vi empujándola desde atrás mientras me aferraba a aquella cintura de avispa y placer, simplemente nacido del deseo y la proximidad de una fémina sensual y esquiva como era Bárbara. Incluso me permití poner mis manos en sus muslos abiertos, cubiertos por una fina gasa del vestido veraniego que llevaba esta, pero ella, que no estaba ajena a mis devaneos con su cuerpo, en seguida cogió mis manos y las puso donde debían estar, sobre las teclas del piano.

 

En otro momento, ella estaba explicándome las particularidades de una partitura, de pie junto a mi, mientras yo miraba al papel, de reojo veía su vestido, justo en la zona en la que su flor dormía, esperando a que mis labios y lengua la abriesen como un melocotón maduro. Casi podía olerla desde allí, el olor del sexo, el olor de su coño rezumando jugos, ansioso de que mi lengua los recogiese. Desde luego tener que contenerse en tales circunstancias era toda una tortura.>>

 

Los dedos de Tom discurrían ya con total libertad por la raja de Cathy, que leía mientras de vez en cuando suspiraba, tal vez por el relato, tal vez por las caricias que su hermano Tom se permitía hacerle en zona tan íntima.

 

Cuando Tom decidió pasara su yema por el ano de Cathy, tan pequeño y cerrado que podría pasar desapercibido entre la sensualidad y tersura de su chochito, ésta pareció notar algo y le pidió que volviese sobre sus pasos. Ahí estaba, Cathy volvió a pedirle que le masajeara en aquella oculta parte de su anatomía y Tom, extendiendo los jugos que sacaba de su chichi caldoso, lubricó aquella parte secreta de su cuerpo y se permitió el lujo de penetrarla suavemente con apenas la uña del dedo, sin encontrar resistencia por parte de su hermanita abstraída en la lectura del caliente relato.

 

Pero cuando osó ir más allá y clavarle su índice, ésta gimió con desagrado y se giró sacándose tan molesto apéndice de semejante zona, tras esto lo empujó reprendiéndolo, diciéndole que eso era pasarse, que ella sólo quería unas caricias superficiales.

 

Resuelto el malentendido su hermano volvió a zambullirse en su rajita, provocando el agrado de su dueña una vez más, mientras ésta continuaba con la lectura del relato.

 

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De modo que aquella clase pareció sosa e insulsa, y apenas mostramos interés en nuestros acercamientos, aunque como siempre estábamos hombro con hombro, cuando no, ella se paseaba detrás mío marcándome el compás de los repetitivos ejercicios en que consistía la práctica del piano.

 

Cuando llegó la hora del té, como cada tarde ella lo preparó y nos sentamos en un rato de esparcimiento, aunque siempre hablábamos de los temas más insospechados aquél día hasta nos costaba entablar una conversación.

- Oye Adam, ¿qué opinión tienes de mi? -me preguntó de repente.

- ¿Cómo? -dije yo sin comprender qué quería que dijese.

- Sí, me refiero a qué piensas de mi, crees que soy una mujer dura, distante, tal vez me tienes miedo. Mis alumnos sé que me temen pues con ellos soy dura y exigente -me confesó y esperó respuesta por mi parte.

- No sé Barbara, yo te veo todo lo contrario, me pareces dulce y atenta, incluso cariñosa conmigo como profesora -afirmé yo dispuesto a encandilarla con mis palabras.

- ¿En serio? Bueno si, contigo tengo otro carácter lo admito, es distinto, aquí es todo más íntimo solos tú y yo. Sabes, en el fondo soy una mujer a la que le gustaría que le mandasen, alguien con autoridad sobre mi, que no temiera enfrentarse a mi -confesó para mi sorpresa.

- Si, pues no se, la verdad es que impones un poco Barbara.

- Lo sé, mi aspecto intimida a los hombres y también a los jóvenes como tú y como mis alumnos. Pero yo sueño con un hombre que sea capaz de imponerse sobre mi, tal vez porque anhelo aquello que no tengo.

- Claro -afirmé sin mucho convencimiento sobre qué hacer en aquella situación.

- ¿Tú te atreverías a darme órdenes? -preguntó para mi asombro.

- ¡Oh no, yo no podría...! -exclamé sintiéndome en la encerrona.

- ¡Claro que sí hombre, te prometo obedecer, me mandes lo que me mandes Adam! ¡Adelante mandame! -me dijo con voz imperativa.

- No sé Barbara, la verdad es que ahora me siento intimidado por ti -dije sonriendo aunque temeroso, pues mi juventud no comprendía lo que me proponía aquella mujer. En mi subconsciente hubiese deseado ser capaz de decirle allí mismo que me chupara mi estaca, pero conscientemente era incapaz de hacerlo.

- ¡Venga Adam, no seas tímido, haré lo que quieras! -exclamó poniéndose de rodillas ante mi para mi espanto-. Seré tu esclava si tú quieres, como las negras que tenéis en vuestra hacienda. ¡Mándame! -repitió una vez más.

 

Haciendo acopio de todas mis fuerzas, nervioso como un flan pero sintiendo que aquella era mi oportunidad de mi garganta salieron palabras imperativas que ella me pedía.

- ¡Está bien Bárbara, ponte a cuatro patas!

- ¡Oh sí amo! -exclamó ella satisfecha-. ¡Qué más deseas!

- ¡Nada sólo estate quieta! -dije yo mientras me arrodillaba a su lado.

 

Ante mi aquella mujer parecía una perrita sumisa y la emoción empezó a embargarme, una emoción y una excitación tales que se me secó la garganta y a pesar de tragar saliva no encontraba alivio.

 

Cuando mi mano se posó en su culo y lo palpó con suavidad ella me hizo otra desconcertante petición.

- ¡Vamos azotame, es eso lo que deseas! ¿Verdad? ¡Hazlo! -suplicó ahora ella.

- ¡Está bien Bárbara pero para eso tengo que levantarte el vestido! -exclamé.

- ¡Oh sí, a flor de piel será mejor vamos, hazlo! -consintió.

 

Levantandole las enaguas de su vestido descubrí su culote color beige ajustado a su delgado culo.

- Para azotarte mejor te bajaré el culote, si no tienes inconveniente... -sugerí cada vez más tenso.

- ¡Por supuesto amo, haz de mi lo que quieras! -exclamó ella suplicando que la azotase ya.

 

Mis manos arrastraron aquel culote de satén descubriendo aquellas nalgas blancas, que se mostraron ante mis ojos delgadas cuan delgada era su ama y tremendamente redondas y separadas la una de la otra. Entre medias de sus muslos apareció un esponjoso bello negro, cuan negros eran sus cabellos. Enmarañado ocultaba tras su espesura sin duda la raja palpitante que yo tanto deseaba.

- ¡Oh amo, ahora que me tienes desnuda azótame! -me rogó.

- ¿Estás segura? -pregunté de nuevo volviendo mi temor inicial.

- ¡Sí azótame, tu esclava es mala y merece un castigo azótame con tus manos lo más fuerte que puedas! -rogó con voz imperativa.

 

Acercándome a ella me puse a su lado, viendo como sumisamente miraba al suelo y no osaba mirarme a la cara tal vez para no ofender a su amo. Mi primera palmada fue como un cachete cariñoso.

- ¡Oh amo, tú seguro que puedes darme más fuerte! ¡Dáme más! -gritó como una posesa.

 

Sin pensarlo mi mano se lanzó con furia hacia su glúteo y un sonoro estallido retumbó por la habitación.

- ¡Ay! -exclamó, pero sin aparentar dolor en su expresión-. ¡Estupendo otra vez, más fuerte! -me ordenó de nuevo.

 

De nuevo mi mano se lanzó contra su otra nalga y tras el choque restalló el aire aprisionado entre mi palma y su glúteo, seguido de un nuevo “¡Ay! De mi esclava”. Por mi mente pasaron las imágenes de mi padre dando azotes a la joven Arel y cómo esta se quejaba y gritaba. En cambio Bárbara parecía disfrutar con aquel castigo, así que, metido en faena le di palmadas tan fuertes como pude, hasta que en pocos segundos sus glúteos se comenzaron a poner rosados pasando al rojo fuerte en poco tiempo.

 

Estaba tremendamente excitado con aquel juego, aquel extraño juego de castigo hacia Bárbara, que se confesaba mi esclava. Por fin dejé de azotarla y decidí emplearme en magregar su coño, lo cual ansiaba ya desde que lo vi hacía unos minutos. Mojando mis dedos los deslicé desde su ano hasta su raja cubriéndola con mis cuatro dedos mientras el pulgar permanecía perpendicular a la misma.

 

La froté con firmeza y de ella manaron jugos que ya estaban agazapados tras sus labios vaginales apretados hasta aquel momento, en el que su flor, se abrió y los dejó correr por sus muslos como si la presión del líquido hubiese estado esperando mi acción para liberarse.

- ¡Oh amo, no merezco las caricias que me hacéis! Vuestra esclava merece más castigo! ¡Seguid azotándome! -me dijo con su voz imperativa, demostrando que tal vez la que mandaba después de todo era ella y no yo, su amo.

 

Así que mientras le acariciaba su raja, ya abierta tras la espesura de su mata de pelo negra, con la mano libre la seguía azotándo en los cachetes, ya colorados tras las muchas palmadas. Mientras tanto mis dedos se colaron en su coño, deslizándose cuan finos eran hasta su interior, primero uno, luego dos, tres... mientras seguía azotándola, ella gimiendo y gritando y yo penetrándola con mis tres dedos en triángulo.

 

Con mi polla a punto de estallar bajo mi pantalón, la extraje por la bragueta y me coloqué tras aquel enrojecido culito. Desatado en aquellos momentos lo que más ansiaba era follarla. Así que me coloqué detrás suyo y sujetándola busqué la entrada de su coño, deslizándola con fuerza la introduje de una vez, provocando un grito más de mi "esclava".

- ¡Oh amo, no me folles, sigue azotándome! -me gritó al sentirla dentro.

 

Aquel coño abrasador, quemó mi polla nada más introducirlo. Estaba tan encelado que seguía azotándole el culo mientras la follaba con fuertes embestidas.

- ¡Oh sí amo! -gritaba enloquecída-. ¡Cuanto tiempo sin follar amo, cuantas noches solitarias para una viuda tan ardiente como yo amo! -confesó entre gritos, palmadas y gemidos.

 

Mis acaloradas embestidas me condujeron rápidamente hacia el éxtasis, y en pocos minutos, mi arma descargó sus andanadas de leche en aquel coño ardoroso como pocos.

- ¡Oh amo, qué gusto recibir tu semilla en mi interior! -exclamó mi querida profesora contoneándose nerviosamente mientras me corría.

 

Al terminar ella quedó tendida en la alfombra del salón y yo finalmente me tumbé a su lado, sudoroso tras la intensa follada que acababa de protagonizar. Jadeando descubrí como disimuladamente mi esclava seguía frotándose su flor, mientras ronroneaba. Así que decidí volver al tajo y complacer a mi esclava.

 

Hice que se volviera y quedase tumbada boca arriba, colocándome entre sus muslos me aproximé a su negra flor.

- ¿Qué vas ha hacer? -preguntó ella desconcertada.

- ¡Darte placer esclava, también tú lo necesitas como yo! -le dije imperativamente.

 

Cuando le clavé la lengua en su raja, ésta estaba chorreando de jugos mezclados con mi propio esperma. Era tal mi calentura que no me importó lamerlos. Después de todo eran algo mío.

- ¡Oh amo, no merezco tal deferencia por tu parte! Soy tu esclava... -admitió Bárbara entre gemidos.

 

Barbara se retorcía y gemía mientras mi lengua limpiaba su coño de mi corrida y seguía extrayendo jugos de él, al tiempo que jugaba con mi pelo entre sus dedos, semi incorporada en el suelo, con sus muslos abiertos. No tardó mucho en convulsionarse y dejarse caer hacia atrás mientras entre estertores y espasmos gruñía como nunca antes había oído hacerlo una mujer en su orgasmo.

 

Finalmente volvimos a yacer tumbados, uno junto al otro en la alfombra del salón donde estaba el piano. Bárbara se recuperó y sin mediar palabra se levantó y recuperó su culote poniéndoselo delante mío. En ese momento vi desaparecer su ardiente flor, para mi desesperanza, otro día volvería a verla...

- Vamos Adam, creo que por hoy la clase ha terminado -me dijo volviendo a su tono de voz neutro habitual.

 

Me levanté y recuperando mis calzoncillos y pantalones me vestí delante suyo también, advirtiendo como el el disimulo de que es capaz una mujer, me echaba un a última hojeada a mi arma ya descargada.

 

Bárbara me acompañó hasta la puerta y allí llegó la despedida. Aunque pareciese lo contrario, la situación era tensa y se le notaba. Casi sin saber cómo despedirnos, finalmente fui yo el que se abalanzó sobre ella y la besó en la boca sin que ella lo esperase.

- ¡Hasta el lunes esclava! -le dije mientras le daba otra palmada en su trasero.

 

Sin poder evitarlo arranqué una sonrisa de sus labios, de aquella mujer dura y distante que ya no parecía ni tan dura ni tan distante...>>

 

Cathy terminó de leer el relato y suspiró, Tom había estado entrando y saliendo suavemente de sus labios, rozándolos con las yemas de sus dedos, sin llegar a penetrarla para no romper su virgo. Esta se recreó en aquellas caricias mientras saboreaba el capítulo que acababan de leer, se imaginó cada momento, cada escena de aquel ardiente encuentro entre la profesora y el alumno y deseo sentirse como ellos.

- ¡Oh hermanito, hoy estoy tan cachonda, llevas tanto tiempo acariciándome mi coñito que creo que si no me follas reviento! -exclamó suspirando de nuevo mientras se volvía quedando boca arriba.

- Pero hermanita, ya sabes que mamá me ha prohibido follarte y tú aún así insistes en provocarme, bueno, antes degustaré tus jugos una vez más -dijo Tom acercándose a su joven flor.

 

- ¡No Tom, no quiero esperar, quiero que me folles yá! ¡Fóllame, fóllame, fóllame! -le repitió insistentemente mientras cerraba el puño en torno a su camiseta a la altura del pecho retorciendo la tela y tirando de ella.

 

El muchacho se deshizo de sus calzoncillos en un santiamén y con su polla adolescente tremendamente erecta y cimbreante, se colocó entre las delgadas y suaves piernas de su hermanita. Apuntó hacia su rajita y empujó con furia, provocando un grito que fue interrumpido por la propia mano de Cathy, consciente de que podía despertar a sus madres, lo que hizo que Tom se replegara.

- ¡No, sigue, vamos fóllame, hazlo aunque me duela, rebiéntame por dentro si hace falta pero quítame ya este yugo virginal que me atenaza en el disfrute del sexo -le ordenó implacable, tal y como hubiese hecho la profesora de Adam.

 

De manera que la muchacho no le quedó otra que complacerla, y empujando una vez más deslizó su falo esbelto y bello hasta el fondo de su coño, haciéndola gritar de nuevo. Esta apretó sus muslos en torno a las caderas del muchacho y forzándose ella misma meneó su cintura acercando aún más su pelvis, apretando sus dientes mientras sentía una polla deslizarse por primera vez en su rajita.

 

Tom entonces, sintió el calor abrasador del chochito de su hermanita y vio como esta a pesar de que tal vez le dolía esta primera vez insistía en mover sus caderas al compás, comenzándo un baibén desesperado y alocado que la hizo gemir rítmicamente al tiempo que sus choques resonaban como palmas en aquel sótano oscuro y silencioso hasta entonces.

 

En apenas unos segundos Tom alcanzó su éxtasis y fue incapaz de sacar su polla de aquel coño deliciososamente desflorado por ella, así que regó con sus gotitas de semen su interior por primera vez.

 

Cathy lo abrazó y lo mantuvo dentro de si misma, sintiendo la sensación nunca antes sentida de tener su chochito lleno con la verga de su querido hermano.

- ¡Oh Tom, qué deliciosa sensación, sentir tu polla llenándome por dentro! ¡Hasta te has corrido en mí! ¿Te imaginas que me dejas preñada? ¡Qué desfachatez! -exclamó irónicamente mientras reía.

 

Poco a poco la polla de Tom fue perdiendo fuelle y retrocediendo en aquel cálido y delicioso cuerpo cavernoso hasta que finalmente Cathy se cansó y le pidió que la liberase de su peso opresor.

 

Ambos se quedaron desnudos mirando al techo.

- ¿Te ha gustado? -fue la pregunta típica que tuvo que hacer Tom.

- Me ha encantado hermanito, ya no soy virgen, me has desvirgado tú, ahora ya podemos disfrutar del sexo sin ataduras ni complejos -le agradeció su hermanita.

 

 

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Las memorias de Adam (V)

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Caluroso Verano (7)

Caluroso Verano (6)

Caluroso Verano (5)

Caluroso Verano (4)

Caluroso Verano (3)

Caluroso Verano (2)

Caluroso Verano (1)

Las Memorias de Adam (III)

Las Memorias de Adam (II)

Las Memorias de Adam (I)

Liberate me (4 y 5)

Liberate me (3)

Liberate me (2)

Liberate me

Big Hugo (3)

Big Hugo (2)

Big Hugo

Siete Madres Desesperadas: Morris, Jane (Compl.)

Ellis, Aisha(3)

Ellis, Aisha(2)

Ellis, Aisha(1)

Naufragos (3)

Náufragos (2)

Náufragos (1)

Vaquero de Ciudad (3)

Vaquero de Ciudad (2)

Vaquero de Ciudad (1)

El secreto de Beatriz (3)

El secreto de Beatriz (2)

El secreto de Beatriz (1)

Un Guiño del Destino (Ellos)

Un guiño del destino (Ella)

Un guiño del destino

Caluroso Verano (7)

Caluroso Verano (6)

Caluroso Verano (4)

Caluroso Verano (5)

Caluroso Verano (3)

Caluroso Verano (2)

Caluroso Verano (1)

Soy Puta (1 y 2)

Soy Puta (8)

Memorias, entre el pasado y el presente (7)

Soy Puta (7)

Memorias, entre el pasado y el presente (6)

Memorias, entre el pasado y el presente (5)

Soy Puta (6)

Memorias, entre el pasado y el presente (4)

Soy Puta (5)

Memorias, entre el pasado y el presente (1)

Soy Puta (4)

Memorias, entre el pasado y el presente (2)

Soy Puta (3)

Soy Puta (1 y 2)

Memorias, entre el pasado y el presente (3)

Memorias, entre el pasado y el presente (2)

Memorias, entre el pasado y el presente (I)

Memorias (10)

Memorias (9)

Memorias (8)

Siete madres desesperadas (3)

Siete madres desesperadas (2)

Siete madres desesperadas (1)

Memorias (7)

Memorias (6)

Memorias (5)

Memorias (4)

Cartas de mamá (5 y fin)

Cartas de mamá (4)

Cartas de mamá (3)

Cartas de mamá (2)

Cartas de mamá

Violación e Incesto (3)

Violación e Incesto (3)

Violación e Incesto (3)

Violación e Incesto (2)

Violación e Incesto

Like a Dream (8)

Like a Dream (7)

Like a Dream (6)

Like a Dream (5)

Like a Dream (4)

Like a Dream (3)

Like a Dream (2)

Like a Dream (1)

El secreto de Adam (3)

El secreto de Adam (2)

El secreto de Adam

Un guiño del destino

Memorias (24 y fin!)

Memorias (23)

Memorias (22)

Memorias (21)

Memorias (20)

Memorias (18)

Memorias (17)

Memorias (16)

Memorias (15)

Memorias (14)

Memorias (13)

Memorias (12)

Memorias (11)

Memorias (10)

Memorias (9)

Memorias (8)

Memorias (6)

Memorias (5)

Memorias (3)

Memorias (2)

Memorias (1)

Soy puta (12 y fin)

Soy puta (11)

Soy puta (10)

Soy puta (9)

Soy puta (8)

El erotismo vive en mi interior...

Soy puta (7)

Zorro Blanco: Esta es mi historia...

Soy puta (6)

Soy puta (5)

Soy puta (4)

Soy puta (3)

Soy puta (2)

Soy puta (1)

El coma (3)

El coma (2)

El coma (1)

Caluroso verano (10 y fin)

Caluroso verano (9)

Diario de una universitaria (7)

Caluroso verano (8)

Caluroso verano (7)

Caluroso verano (6)

Caluroso verano (5)

Caluroso verano (4)

Caluroso verano (3)

Caluroso verano (2)

Caluroso verano

Náufragos (3)

Náufragos (2)

Náufragos (4 y fin)

Náufragos

Diario de una universitaria (5)

Diario de una universitaria (6)

Diario de una universitaria (4)

Diario de una universitaria (3)

Diario de una universitaria (2)

Diario de una universitaria

Posición dominante

El Admirador (05)

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El Admirador (01)