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El Admirador (01)

en Amor filial

Querida amiga:

Hace ya tiempo desde mi última carta. Te escribo porque han pasado últimamente cosas en mi vida que quiero y necesito compartir con alguien en quien pueda confiar, en quien siempre confié y siempre confió en mi, tú. Si querida amiga, nunca he llegado a alcanzar tal grado de confianza con nadie, ni siquiera con el que fue mi marido, por muy enamorada que llegase a estar de él.

En fin, voy a comenzar mi confesión. Resulta que un buen día la volver del trabajo me encontré a las puertas de casa una rosa con una tarjeta atada finamente a ella con un hilo de algodón, que atravesaba una perforación que tenía en la esquina, que ponía: " De alguien que te quiere de una manera muy especial".

La verdad es que en un principio no le di mucha importancia, tú sabes que, de las dos, los chicos se solían fijar más en ti que en mi, pues siempre he sido muy "normalita". Incluso llegué a pensar que era una broma de algún niño del barrio. La sorpresa llegó el segundo día cuando al volver nuevamente del trabajo encontré una nueva rosa y otra notita que ponía: "Para ti que lo mereces todo". Pero en aquellos momentos no podía sospechar que aquello era sólo el principio. Cada día al volver del trabajo como siempre, encontraba una rosa y una tarjetita con un mensaje nuevo: "Mi amor está incompleto, pues el ingrediente que me falta eres tú"; "Cómo mujer eres perfecta, como hombre sólo puedo aspirar a estar a tu altura"; " Tus ojos negros son profundos como el cielo de invierno y cálidos como una noche de verano"…

Como verás la cosa en principio, aunque tardé en creérmelo, tenía muy buena pinta. Hacía ya tres años desde mi divorcio y aunque lo intenté, no tuve suerte con los hombres que me presentaron algunas amigas, que insistían en que tenía que reponerme. Lo cierto es que, o eran unos borrachos, o se creían con derecho a meterme mano a las primeras de cambio sólo por el hecho de que como ya había estado casada no tendría reparos en echar un polvo. Y aunque en alguna ocasión llegué a acostarme con uno de ellos y a comenzar lo que parecía una relación, me echaron un jarro de agua fría cuando una amiga me confesó que el tío era un cabrón que se dedicaba a salir con todas las mujeres que podía a la vez desde que se divorció. Esta fue la gota que colmó el baso, desde entonces únicamente me he dedicado a mi hijo, José Manuel, que se ha convertido en un hombrecito muy apuesto a sus 15 años y con el que me consolaba, tal vez, excediéndome en mi papel de madre. A lo mejor no lo debería haber hecho.

Volviendo a las rosas, llegué a juntar 10 rosas en 2 semanas ya que curiosamente los fines de semana no "aparecían". Llegué a ilusionarme tanto que al partir del trabajo las piernas me temblaban bajando las escaleras y conducía más aprisa y al llegar estaba tan excitada que notaba cómo se me habían manchado las braguitas. Entonces leía la nota y era cómo llegar al orgasmo. Lo cierto es que después de todo, esas noches fueron muy placenteras pues te puedes imaginar que en ese estado de excitación con el que llegaba a casa, hacía un cena ligera, me daba una ducha para acostarme temprano con la excusa de madrugar y me dedicaba a masturbarme como no hacía desde niña.

Esos días iba superarreglada al trabajo, pensando que mi admirador secreto fuese un compañero y la intriga era tal que me dedicaba a observar a todo el mundo intentando atisbar una pizca de complicidad con mi tímido caballero.

Pero las pesquisas no tuvieron éxito, es más me obsesioné tanto que a la 3ª semana decidí cazarlo y me pedí la tarde libre en el trabajo sin que nade se enterase. Tenías que haberme visto, con mi vestido rojo de minifalda detrás de la puerta como una pantera acechando al cervatillo. ¡Tal era mi curiosidad chica!

Me entretuve repasando sus últimas tarjetas: "Tú eres como una niña por eso cuido de ti, para que no te descarríes"; "Sé que lo habrás pasado mal en tu vida, por eso quiero hacerte feliz"; "Tú amor como madre debe ser incomparable, ese amor también quiero que lo compartas conmigo"… Hubo una que me desconcertó, que fue la del día anterior: "Me gustaría que nos viésemos en algún sitio romántico; pero temo que no me entiendas". Lo que me sacaba de quicio era que él parecía conocerme y yo no tenía ni idea de quién era y encima dudaba de que no supiese entenderlo. Para que luego digan que las mujeres somos complicadas. En aquel momento no sabía la razón que tenía.

Como podrás sospechar aquella tarde no apareció, lo cual me hizo pagarlo con el pobre José Manuel, pues tenía un humor de perros. ¡Y para colmo en los días siguientes dejó de aparecer la dichosa "rosita"! Por mi parte decidí olvidarlo yo también, aunque en el fondo era imposible olvidarlo. Había pasado ya demasiados inviernos sóla en una cama que se me antojaba enorme para mí sola.

El caso es que una noche me dio por llorar sola en mi habitación y casualidades de la vida al día siguiente apareció la última rosa que ponía: "Lo he estado pensando y seguramente me arrepentiré, pero si aún tienes fuerzas para conocerme ven al parque García Lorca, te espero en el banco que hay junto a la estatua del cisne." De nuevo al leer la nota me temblaron las piernas, pero esta vez reconozco que sentí miedo o inseguridad, seguramente ambas cosas al mismo tiempo. Total que al día siguiente allí estaba yo, en el parque, que casualmente queda muy cerquita de mi casa, pero mira tú por donde, en el dichoso banquito no había ni un dios, es más no pasaba nadie por allí cuando normalmente suele haber bastante gente paseando.

Al pasar diez minutos, que me parecieron diez años, la idea del plantón se instaló en mi cabeza, e incluso comencé a pensar que todo aquello había sido una broma de nuevo. Y nada chica, que cuando le di un minuto más apareció mi chico, José Manuel, que volvía del las clases del instituto — ¡Qué oportuno pensé —. Pero bueno, qué más daba ya, en 15 minutos no se había presentado.

Nos saludamos y obviamente la primera pregunta fue: ¿Qué haces aquí? Y aunque traté de inventarme una excusa pareció adivinarlo: "Es por lo de tu admirador, ¿no?" Así que tuve que asentir y acabé confesándolo lo frustrada que me encontraba por el plantón. Esa noche durante la cena me desahogué con José Manuel y le conté toda la historia, ya que hasta entonces había tratado de mantenerlo en secreto y le decía que las rosas me las regalaba y misma. La verdad es que él no paró de darme ánimos y de disculpar a mi amigo diciéndome que a lo mejor era muy tímido y por eso no se había atrevido a presentarse en el parque. Tengo que admitir que me consoló muy bien.

Cuando nos fuimos a la cama no podía dormir, era normal, pero yo seguía pensando en quién podría ser. Me levanté tras un rato de dar vueltas y fui a hacer un piss. Al volver José Manuel apareció en la puerta diciéndome que tampoco podía dormir y aunque ya hacía tiempo que no dormía conmigo lo dejé acompañarme en la cama. Después de todo me venía bien su compañía. Estuvimos hablando un buen rato, él me abrazó por la espalda y tengo que confesar que me reconfortó que lo hiciera, lo necesitaba. Al final nos quedamos dormidos.

No se exactamente la hora que era cuando me desperté. José Manuel seguía abrazado a mi y sentí un contacto en una parte un tanto comprometida, vamos que se había excitado y su pene me presionaba en el culo. Al pronto me incomodó ese hecho, pero tras unos segundos me hizo gracia, si no llego a recordar que estaba allí igual hasta se la hubiese cogido y todo. Esto me da mucha vergüenza pero quiero que comprendas mi estado de ánimo y en fin, que lo que al principio me pareció una locura se convirtió en tentación y me vi posando mi mano en sus calzoncillos y palpando su virilidad.

Chica yo sé que te parecerá horrible, pero yo lo tomé como una curiosidad morbosa. Yo estaba aún de espaldas y no me atrevía a girarme por no despertarlo. Suavemente palpé su ropa interior. La tenía tan dura y puntiaguda. De modo que terminé por cogérsela con los dedos, sintiendo que me moría de vergüenza, creo que hasta se la empuñé, muy flojito claro y como ya no podía más aparté la mano por puro arrepentimiento y vergüenza. Pero no te lo vas a creer, José Manuel se habría despertado porque justo cuando me retiraba cogió mi mano y me la puso de nuevo en su pene acompañándola con la suya, de manera que terminé por coger su miembro de nuevo y sin querer apretar fue él quién lo hizo con su mano sobre la mía. Su pene estaba durísimo a estas alturas; incluso en un gesto impulsivo empujó sus caderas clavándome su punta justo en el culo. No me lo podía creer, las piernas me temblaban de excitación, o miedo, o vergüenza… no sé lo que me pasó pero me quedé como "paralizada". Sí esa es la palabra, por esto no lo vi venir cuando él me puso la mano sobre las bragas, bueno, más exactamente sobre el monte de venus y apretó contra él a la vez que de nuevo su punta erecta se clavaba en mis bragas otra vez, metiéndolas en la raja de mi culo.

El corazón se me aceleró y sentí que me ponía húmeda por dentro. Entonces su mano penetró entre mis muslos: ¡Buscando mi coño! Y claro, como era por encima de las bragas tampoco me resistí. Mientras tanto yo seguía manoseando su pene, sus testículos… ¡Qué vergüenza Marta! Estaba sobándole la polla y los huevos a mi propio hijo…

Ahora estoy muy arrepentida de haberlo hecho pero en esos momentos eres como un animal, buscas sexo, buscas placer a toda costa y más yo que ya ni me acordaba de lo que se siente. Aunque, Marta, si lo pienso no puedo negar que fue el mejor sexo que he tenido, o casi el mejor.

Él siguió acariciándome los pechos por encima de la camiseta que llevaba y yo, pues con lo mismo, aunque ahora estaba boca arriba para estar más cómoda y él de costado a mi lado. Es curioso, pero creo que no era yo la única incapaz de mirar al otro a los ojos, nos tocábamos si, pero teníamos la mirada perdida, yo en el techo y él en la pared.

Cuando José Manuel metió su mano bajo mi camiseta y me cogió los pechos desnudos sentí escalofríos, ¡pero de placer! Y fue como una señal que hizo que me decidiera a meter la mano en sus calzoncillos por un lado y sacar su polla para comenzar a masturbarlo. Él no tardó en bajar su mano cuando se sació de mis pechos y me metió la mano bajo las bragas para acariciarme el chocho, que estaba super mojado y suave. Así seguimos un rato hasta que él me subió la camiseta y comenzó a mamarme los pechos mientras yo seguía acariciando todo su miembro, ahora libre de calzoncillos que me entorpecieran en su disfrute.

Cuando presentí que iba a bajar dándome besos hasta mi vulva casi me corro. ¡Un cunnilingus tras años de no disfrutar de uno, con lo que a mi siempre me había gustado! Y efectivamente terminó entre mis muslos hacíendomelo. No con mucho éxito al principio, pero puso voluntad y con algunas indicaciones mías hizo que me derritiera de gusto, corriéndome en cuanto empezó a coger el tranquillo.

Él siguió lamiéndome, y como estaba tan agradecida y seguía excitada lo coloqué tumbado de espaldas sobre la cama para hacer un 69. Y comencé a comerle su pollita, mientras él podía seguir con lo mío. Continuamos otro rato pero no tardó mucho en sorprenderme con su corrida dentro de mi boca. Con el asco que siempre me dio esto y esta vez ni lo pensé, seguí chupando y me tragué su leche sin dudarlo. Te juro que no lo entiendo pero me supo tan delicioso que en ese momento me corrí otra vez mientras José Manuel seguía comiéndose mis jugos.

Cuando terminamos estábamos tan avergonzados que sólo tuve que susurrarle que por favor volviera a su habitación y obedeció al instante.

A la mañana siguiente el ambiente seguía tenso. Estoy segura que él también estaba muy avergonzado, así que le puse el desayuno sin mediar palabra y me senté a tomar un café antes de ir al trabajo. Sin embargo lo peor, créeme, estaba por llegar. Él comenzó a hablar y el diálogo más o menos fue el siguiente:

¿Mamá?

Si José Manuel.

Tengo que confesarte algo.

¡Oh, no tienes que decir nada yo también estoy avergonzada — le dije, pensando que quería disculparse como yo deseaba hacer —.

Bueno sí, pero es que te quería confesar que…

Si hijo, adelante dímelo — asentí yo para darle confianza —.

Es que el de las flores era yo.

¿Cómo, qué quieres decir?

¡Que yo era tu "admirador secreto"!

Te lo juro Marta, me subió desde el estómago una rabia que no supe parar a tiempo y que se tradujo en una sonora bofetada a mi hijo, que aunque hizo más ruido que daño, me hizo sentir fatal momentos después.

Esto fue por la mañana, temo el momento de volver del trabajo y encontrármelo en el piso, en fin, espero que tú me comprendas, al menos el escribirte me ha servido para serenar mi espíritu y decidir que tengo que pedirle perdón y mostrarle mi comprensión. Tanto por lo que ha hecho, cómo por lo que he hecho yo.

Un abrazo Marta, cuando te llegue esta carta ya podré contarte el desenlace en la siguiente. Continuará…

Laura.

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