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Caluroso Verano (4)

en Hetero: General

A la mañana siguiente, cuando desperté, ¡salté de la cama piqué algo de la cocina y me fui a ver a mis vecinas!

— ¡Hola vecinas! —exclamé exultante de felicidad cuando me abrieron la puerta de su casa.

— ¡Pasa vecino! —exclamó su madre devolviéndome la sonrisa y haciéndome pasar inmediatamente a su piso.

Charlé un rato con Elisa y luego amablemente le dije que si podía llevarme a Luisa a mi casa, ella respondió afirmativamente y nos acompañó hasta la puerta.

— ¿Te vienes con nosotros? —le susurré antes de que abriese.

— Tal vez otro día, ¡pillín! —replicó pellizcándome la mejilla.

— Acuérdate de los condones, ¿eh? Y guárdalos en un lugar donde tu madre no los encuentre —me advirtió antes de que nos marchásemos.

Nada más entrar en mi casa la abracé y la besé apasionadamente en la misma puerta, ¡estaba tan caliente!

La llevé a mi cuarto y la desnudé por completo, Luisa sonreía y me acariciaba mientras yo me quitaba la camiseta y los pantalones cortos. Una vez desnudos la tumbé en la cama y comencé a comerle su deliciosa rajita.

Luisa gemía y gemía y yo lamía y lamía. Su coño estaba delicioso aquella mañana así que me encelé tanto comiéndoselo, que la pobre no aguantó y se corrió en mi boca, ¡algo que me encantó! Pero como yo no había acabado me puse encima suyo y la penetré. Luisa siguió gimiendo mientras la follaba con tremendas ganas, aquella caliente mañana de verano. No aguanté mucho, pues las ganas pudieron conmigo, pero como ella ya se había corrido en mi boca me dejé llevar y cuando iba a correrme la saqué y esparcí mi leche por su barriga, ¡qué bueno!

Luego la limpié y estuvimos descansado un rato mientras jugábamos a videojuegos en mi consola.

Pasó un rato y de nuevo sentí ganas de besarla y acariciarla, así que nos abrazamos y besamos hasta que nuestros motores sexuales volvieron a estar en marcha.

Esta vez la puse a cuatro patas y se lo hice desde atrás. Luisa ronroneaba como una gatita en celo mientras yo me aferraba a sus caderas y la follaba con fuertes culadas. Recuerdo que como ya lo habíamos hecho una vez aquella mañana, al asegunda aguanté mucho y la puse de todas las posturas posibles.

Luisa, siempre deliciosamente amorosa, aceptó todas mis proposiciones ya así probamos con ella encima y yo debajo, de lado, tumbados desde atrás y qué se yo cuantas formas de amar se me ocurrieron aquella tórrida mañana.

A la hora de la comida la devolví a casa.

— ¿Qué tal os ha ido? —me preguntó su madre.

— ¡Muy bien! Te confieso que esta mañana hemos repetido —le dije mientras veía como se le agrandaban los ojos de asombro.

— ¡Cómo, dos veces!

— Si, ¿es malo? —dije yo temiendo que no fuese de su agrado.

— ¡Que va cariño, eso está muy bien! Se nota que sois jóvenes —dijo suspirando, tal vez con cierta nostalgia.

Y allí terminó nuestra conversación, me volví a mi piso y descansé hasta que llegó mi madre. Cuando lo hizo salí a saludarla y la abracé y besé efusivamente. Recuerdo que ella se alegró mucho de que estuviese tan feliz, ¡y no era para menos!

Después de la comida nos bajamos a la piscina como ya era costumbre y allí nos encontramos a madre e hija. Yo no paraba de mirar a Elisa y ella me guiñaba un ojo cómplice cuando mi madre no la veía. Teníamos mucha complicidad entre nosotros y la verdad, ¡yo estaba deseando follármela!

Tras la cena mi madre y yo estuvimos sentados en la terraza charlando, pues hacía bastante calor aquella noche. Terminamos echando un colchón en el suelo y nos tumbamos en él. Ya de madrugada sentí un poco de frío y me acurruqué contra la espalda de mi madre, así me consolé un poco, ¡ella estaba tan calentita!

Sin poder evitarlo, me empalmé, su trasero estaba sobre mi pelvis y mi estómago, tan suave y caliente que creo que fue el instinto y cuando me quise dar cuenta estaba presionando sus bragas con mi erección en la duermevela.

Entonces ella se despertó y me dijo que nos fuésemos dentro, pues tenía también frío. Así terminó aquel íntimo momento, tras el cual cada uno ya se fue a su cama. Pero como yo no podía dormir, pues me había puesto muy cachondo en la terraza, me hice una paja de madrugada y esto me ayudó a conciliar el sueño.

A la mañana siguiente volví a por Luisa. De nuevo la madre declinó mi invitación para venir a mi piso, ¡lástima, con las ganas que tenía de hincarle el diente! Esta vez decidí hacerlo en el cuarto de mi madre, ya que su cama era más grande que la mía y más cómoda, ¡joder qué buena estaba Luisa!

Mientras follaba no oí la puerta abrirse, ni me di cuenta de que alguien estaba entrando en casa, hasta que fue demasiado tarde…

— ¡Pero hijo, qué haces! — dijo mi madre, para desgracia mía.

Muy nervioso me giré e intenté explicarme.

— ¡Verás mamá, esto no es lo que parece! —frase típica en estas situaciones.

Cogí una sábana y me envolví para hablar con ella.

— ¿Pero cómo has podido tirarte a la hija de nuestra vecina, si ella no está bien, no lo sabes? —me echó en cara visiblemente enfadada.

— Sí mamá lo sé, pero a ella le gusta y no hacemos daño a nadie —contesté yo alterado.

— ¡Sin vergüenza, sal del cuarto ahora mismo! Esperemos que su pobre madre no se entere, que si no vas a acabar en la cárcel por violador.

— ¡Pero mamá, su madre ya lo sabe y nos da permiso para hacerlo cada día! —exclamé.

— ¿Cómo dices, eso no puede ser cierto? —dijo confundida.

— Pues es cierto, ella lo descubrió una mañana y vino aquí a echarme la bronca como haces tú ahora, me pegó y me asusté mucho, luego huí porque dijo que te lo iba a contar, aunque después no lo hizo, ¿recuerdas, fue el día que me escapé? —le confesé para su asombro.

Aquello fue demasiado para mi pobre madre, terminó sentándose al filo de su cama, dándonos la espalda.

— Entonces, ¿es cierto? —dijo por fin creyendo mi versión.

— ¡Claro que es cierto mamá! Verás, Elisa no te lo contó porque te muy asustada al ver que no volvía y ella también se asustó. Después vino a explicármelo y bueno, me dijo que su hija quería estar conmigo y que ella quería que fuese feliz en estos días. Si quieres puedes ir a su casa y hablar con ella, está allí.

— Bueno, siendo así, entiendo que no pasa nada, puedes seguir si lo deseas.

Mi madre salió de la habitación, pero me cortó el royo, así que me vestí y ayudé a vestirse a Luisa. Ella también se puso triste y entendió que la situación había cambiado, así que no protestó por la interrupción.

Cuando volví al salón mi madre estaba sentada, callada. Me senté a su lado y Luisa se sentó junto a mi, no paraba de abrazarme y darme besos, yo claro, trataba de quitármela de encima.

— Mamá, ¿estas enfadada conmigo? —le dije—. Lo siento mucho, no sabía que ibas a venir tan pronto, ¿qué ha pasado?

— Los ordenadores no tenían línea así que no podíamos trabajar y nos han dejado salir antes —contestó ella un tanto desolada.

Mi madre nos miraba de reojo, creo que aún estaba escandalizada. Luisa estaba a mi lado y me cogía de la mano. Sin duda ella nos vio y esto la enterneció.

— Se ve que le gustas —dijo para mi sorpresa.

— Si, ella es muy cariñosa, ya la conoces, aunque se ha asustado un poco cuando nos has interrumpido.

— ¿Desde cuándo lo estáis haciendo?

— Llevamos pocos días la verdad, un par de días al principio hasta que su madre se dio cuenta de lo que pasaba y después, desde que me perdonó, pues hace unos tres días. Me deja traerla aquí por las mañanas, las pasamos juntos y para la comida la llevo de nuevo.

— ¿Lo hacéis todas las mañanas?

— Si, ¿es que es malo? —dije yo en mi inocencia.

— ¡Oh no! Es sólo que es difícil de creer, pero claro la juventud puede con todo —dijo mi madre más tranquila.

Se abrió un silencio entre nosotros, momento en el que Luisa me abrazó y me besó en la boca. Se la veía de nuevo con ganas, algo que noté simplemente en el olor de su cálido aliento al besarme.

— ¡Vaya Ismael, parece que a Luisa no le ha gustado la interrupción! —dijo mi madre sonriendo—. Oye, creo que deberías seguir con ella y terminar, ¿no?

— Entonces, ¿no te importa?

— Si su madre lo sabe y no le importa, a mí tampoco. ¿Oye, pero lo hacéis con condón, no?

— ¡Si claro! —dije yo mintiendo—. ¡Su madre me dio condones de sobra! —añadí.

— Pues si quieres vuelve a mi cuarto y sigue la faena, yo aprovecharé para hacer unas compras y que así no os sintáis incómodos conmigo aquí.

Bueno, ¡era mi día de suerte! Mi madre también lo sabía y ya no teníamos que escondernos más, así que me llevé a Luisa a su cuarto y por una vez se lo hice con condón. Después de todo, ¡tampoco estaba nada mal correrse dentro y sentir cómo su cuerpo se contraía cuando el mío estallaba en un éxtasis de leche y pasión!

Realmente no supe lo afortunado que fui aquel verano hasta que éste pasó, como suele ocurrir, no sabes lo que tienes hasta que lo pierdes…

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