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Las memorias de Adam (VI)

en Amor filial

En algún lugar al oeste de Andalucía(Espapa)...

Si te has perdido los capítulos anteriores aquí te dejo el enlace:

https://www.todorelatos.com/relato/152399/

En el caliente capítulo de hoy la madre de Adam se entregará a un joven negro esclavo de la plantación y él será testigo de todo, quedando altamente impresionado por las tórridas escenas que contemplará...

6

Esa misma noche Tom y Cathy volvieron a juntarse en el sótano, buscando el frescor del subsuelo para tumbarse y disfrutar de otro capítulo más de aquellas memorias, que se habían convertido en su secreto más preciado.

Vestidos con apenas, unos slips él y un pequeño top y braguitas ella, iluminados por la pequeña linterna en medio de la total oscuridad, mientras la melosa voz de Cathy se superponía a los sonidos de la noche, fueron leyendo un nuevo capítulo, tanto más excitante que los anteriores.

«¡Oh, el sexo! ¡Qué gran descubrimiento y qué gran entretenimiento! Sobre todo, cuando se está en la pubertad y el mar de hormonas que remueven tu cuerpo te hacen buscarlo en cualquier momento del día.

Desde aquella ansiada iniciación con Dora, cuando mi pequeño pito se perdió en la suavidad y tersura de su flor sonrosada, amaneciendo al placer del coito, éramos como conejos. No había noche que Dora no me duchara y luego me permitiera gozar de sus carnes, haciéndoselo despacio unas veces y rápido otras, hasta caer rendido en sus brazos o encima de sus enormes pechos, escurriendo las gotitas translúcidas que en aquellos momentos mi miembro adolescente expulsaba entre espasmos de placer.

Durante el día a veces nos quedábamos solos en la casa y Dora me ocultaba en su cuarto, en el sótano y volvíamos a gozar de unos instantes de sexo, aprovechábamos cualquier descuido o salida de mis padres para juntarnos en alguna parte y practicar el coito. Dora estaba siempre tan sonriente y dispuesta, que exultaba felicidad con su amplia sonrisa de dientes blancos entre sus carnosos labios negros. Nada más pensar, que nos podíamos quedar solos en cualquier momento, levantarle las enaguas y metérsela para gozar de un orgasmo más, hacía que prácticamente todo el día estuviésemos en tensión, cuando nos cruzábamos por los pasillos o buscándonos mientras disimulábamos ante los otros criados.

Había días que perdía la cuenta de las veces que lo hacíamos y en las calurosas noches del verano, a veces repetíamos nuestras fornicaciones tras un ligero descanso entre acto y acto.

Luego estos encuentros los relataba a Albert cuando lo veía, fanfarroneando un poco, todo hay que decirlo. Y él no podía contener cierta envidia por mi suerte, por poder gozar de aquella manera con mi niñera, e insistía en que lo invitase algún día, para gozar los dos juntos de sus encantos. Y aunque ciertamente la idea me excitaba, por otro lado, me provocaba intensos celos en mi interior, pues, ¡Dora era mía, y no quería compartirla con nadie! La sola imaginación de Albert detrás de sus nalgas, empujándola con su vara dentro, ¡me horrorizaba!

Mi padre mientras tanto seguía gozando de Arel y yo seguía acudiendo a sus citas en el granero para verlos follar. Es curioso pero la esclava fue evolucionando y cada vez protestaba menos cuando mi padre la follaba y parecía disfrutar más de sus encuentros, también es cierto que él la trataba mejor pues ella se plegaba sin rechistar a todas sus peticiones. Sin duda las hormonas en su joven cuerpo también hervían como las del mío. Mientras los veía fornicar, me imaginaba yaciendo con ella pues, aunque Dora me colmaba de placer, empecé a desear el joven cuerpo de Arel desde el primer día en que la vi desnudada, tan salvajemente tratada por mi padre. Sin duda yo la trataría mucho mejor que él, sí, conmigo sabría lo que era gozar, ¡de verdad! ¡Y por supuesto yo con ella!

Una tarde que me disponía a acudir a la cita con mi padre y Arel, para espiarlos, me llamó la atención que mi madre también saliese de la casa y se encaminara al establo anexo al granero. Allí sólo estaban los caballos y ella, tan remilgada y pulcra nunca entraba en aquel lugar, del que aseguraba salía un hedor insoportable, incluso martirizaba a mi padre pidiéndole que lo derrumbara y trasladara a un lugar más alejado de la mansión familiar.

Decidí seguirla a prudencial distancia. Cuando entré en el granero me oculté de cuadra en cuadra y fui buscándola. Al entrar había desparecido, pensé que estar en cualquiera de ellas, así que me dispuse a inspeccionarlas con cautela para no ser descubierto. A aquellas horas los caballos estaban todos fuera, en manos de los capataces que vigilaban a los esclavos, pero mi duda era la misma: ¿qué hacía allí ella?

Unas voces apagadas me alertaron y prudentemente me acerqué hasta el final del pasillo, la última cuadra se destinaba a guardar el grano para los caballos. Lo que allí pasó sería otro recuerdo que quedó impreso en mi memoria de por vida, aun hoy sigue fresco en ella, pues en absoluto me lo esperaba y menos de mi santa madre, tan altiva y orgullosa mujer.

La puerta de madera estaba cerrada, era una puerta partida por la mitad, donde a veces se abría sólo la parte de arriba para que los caballos se asomaran. En aquella ocasión la habían cerrado completamente, aunque a través de las rendijas de los tablones y en la parte donde ambas hojas se juntaban, se podía ver lo que ocurría en el interior.

Mi madre estaba junto a Waldo, un mozo negro adolescente cuyo trabajo consistía en limpiar las cuadras y cuidar a los caballos. A aquellas horas ya había terminado su trabajo, por lo que seguramente sesteaba entre los sacos de grano. Lo saludó cariñosamente y éste se levantó de donde estaba sentado.

Buenas tardes señora, ¿qué se le ofrece? —la saludó haciendo una reverencia.

Buenas Waldo, espero que no estés muy cansado hoy —le preguntó con un tono nada habitual en ella cuando se dirigía a un negro, pues en casa mostraba siempre una actitud distante con ellos.

¡Oh no señora, yo siempre estoy dispuesto a servirla! Ya me conoce —respondió el joven al instante.

Pues nada hijo, he aprovechado que la casa estaba tranquila para venir a verte... y... bueno yo —mi madre parecía indecisa y permanecía de pie junto al muchacho.

¡Oh señora, ya entiendo, me alegra que pase a visitarme, siempre estoy a su servicio, ya lo sabe! Puede tomar asiento por aquí si lo desea.

¡Oh bueno, prefiero estar de pie, ahí podría manchar mi vestido! —se apresuró a indicar ella, tan remilgada como de costumbre.

Mi madre ciertamente gustaba de llevar un atuendo que llamaba la atención, con vestidos recargados, completados a veces con un sombrero que cubría sus cabellos recogidos en la nuca.

Lo comprendo señora, esta estancia no está a su altura, pero nada puedo hacer yo al respecto —aclaró servicialmente el joven negro, sin acercarse a ella.

Entonces vi como ella se acercaba a él y le daba una vuelta mientras lo observaba y finalmente se paraba delante de él.

¡Bueno qué tal si me enseñas al Sr. Jonhson! —exclamó ella tan tranquila. Jhonson

¡Claro señora, ordéneme lo que desea y la complaceré! —se apresuró a decir él y quitándose los pantalones raídos y despojándose del taparrabos su minga quedó apuntando al suelo.

Aquel joven esclavo tenía un buen rabo, de aquello no cabía duda, quedé asombrado al verlo al igual que mi madre. No podía creer lo que le había pedido y tampoco que ahora estuviese mirándola con tanta admiración.

¡Oh, eres un semental Waldo! —exclamó mi madre complacida.

Para mi extrañeza mi madre se cogió el vestido de gasa, abultado por un corpiño que le daba forma y lo levantó ante el joven Waldo. Exaltado contemplé las blancas piernas de mi madre, frente al negro chico de pelo corto y enmarañado con su cabeza redonda y labios gruesos. Al final de sus piernas, un culote blanco con encaje en los extremos que le llegaba casi hasta las rodillas cubría sus partes íntimas.

¡Vamos acércate y ya sabes lo que me gusta que hagas!

El chico se agachó y gateando de rodillas se le acercó, mientras mi madre sujetaba su delicado vestido.

Si usted me da permiso le descubriré su joya para poder complacerla en sus deseos —dijo Waldo.

Al oír estas palabras mi corazón se aceleró, ante lo que le estaba proponiendo aquel chico negro.

¡Oh claro Waldo, adelante, pero no mires mucho! ¿Eh? ¡Por dios qué vergüenza! —exclamó puritanamente ella a continuación.

Tremendamente asombrado por lo que estaba contemplando, vi como el chico delicadamente cogía su culote y lo bajaba muy despacio, hasta las rodillas. Descubriendo un mostacho de vello negro y esponjoso, más abultado que el de Dora, bajo el cual se escondía su raja. Pero a diferencia de ella, mi madre tenía la piel extremadamente blanca en torno al mostacho de pelos negros.

El muchacho pareció extasiado ante la visión de su señora desnuda frente a él, ella lo apremió para que dejase de mirarla ante su sonrojo.

¡Vamos, no me mires tanto ahí abajo, ya sabes que no me gusta y come, come ya! —le dijo impaciente apretando su cabeza contra su sexo.

¡Oh si señora, ahora mismo se lo hago! —exclamó Waldo sin pronunciar adecuadamente el final de la frase por motivos obvios.

La cara del joven negro se acercó hasta chocar con la nariz en aquel mostacho de pelos, entonces su lengua se clavó entre la maraña y sin duda hizo contacto con su raja, abriéndola con la lengua de par en par. Al momento mi madre exhaló y desvió su mirada al techo, cerrando los ojos mientras el chico seguía degustando su joya, como la había llamado antes.

Vi como las manos negras del muchacho escrutaban los muslos de mi madre y se aferraban a su culo mientras le comía su raja. Ella resoplaba mientras permanecía de pie y se tambaleaba un poco ante los enérgicos envites de la lengua del esclavo. Así estuvieron un rato que no pude determinar, pues tan excitado estaba que el tiempo parecía haberse detenido para mí.»

Cathy, al leer este último párrafo hizo una pausa, escandalizada por el relato que estaba leyendo con su hermano.

— ¡Jo que fuerte no! —exclamó Cathy tras dar un suspiro.

— Ya te digo, ¡es una historia muy fuerte! ¿Verdad? —asintió él igualmente escandalizado.

— ¡Vaya mamá más guarra tenía el prota! —afirmó Cathy.

— ¿Te imaginas que nuestra madre lo hiciera con un chico negro en el establo como lo relata el libro? —dijo Tom dejando volar su imaginación.

— ¡Sería impensable, mamá nunca haría una cosa así! Ella y papá se quieren mucho, ya los viste la otra noche —explicó Cathy negando categóricamente tal posibilidad.

— Mamá es de carne y hueso, seguro que actuaría de forma parecida a la del libro, la jodienda no tiene enmienda hermanita —dijo Tom.

— ¿En serio lo crees? No sé, tal vez tengas razón, si mamá tuviese un amante negro lo haría también —dijo Cathy dándole la razón.

— Si, y me imagino siendo yo en que la viese y creo que sería muy excitante —afirmó Tom para asombro de su hermana.

— ¡Vamos Tom eso son fantasías muy guarras! —le regañó Cathy golpeándole en el hombro.

— Pues qué quieres que te diga, la idea me excita, bueno, ¡sigue leyendo que estoy en ascuas!

La joven volvió a leer susurrando como de costumbre y automáticamente los dos volvieron a trasladarse a aquel tiempo en aquel lugar, tal vez en aquella misma casa, donde habían encontrado las memorias manuscritas. Todo contribuía para que conectaba aún más con el relato.

«En un momento mi madre se mostró cansada y decidió sentarse en un saco y reclinarse, entonces, pude observar mejor su raja, que ya sobresalía por entre los pelillos negros tras ser lamida y abierta por el muchacho con su lengua. Era sonrosada y sus grandes destacaban abiertos de par en par. La visión me turbó, más tarde pensaría en ella cuando viese la de Dora en nuestro ya habitual encuentro nocturno y la compararía.

El joven negro se arrodilló de nuevo y a petición suya le terminó de quitar el culotte que tenía por las rodillas, tras esto ella abrió más sus muslos y el muchacho se acomodó entre ellos, volviendo a hundir su lengua en la raja de mi madre, quien acarició su cabeza y la cogió por la nuca mientras él lamía con fruición. Sus gemidos se acrecentaron tras el cambio de postura y tuvo que taparse la boca con la mano en un vano intento de ahogar sus quejidos ante el temor de ser oída en el exterior.

A estas alturas yo tenía la minga en la mano y disfrutaba de aquella lasciva visión mientras me masturbaba y paraba antes de llegar al final para aguantar viendo a los amantes.

Entonces mi madre le ordenó que se levantase y ante mi contemplo de nuevo aquella tremenda herramienta negra que ya estaba erecta. Se atrevió a cogerla con sus blancas y delicadas manos, y comenzó a frotarla con suavidad.

¡Oh qué maravilla! —dijo extasiada ante la visión.

Mi madre la frotó con suavidad y ternura, inclinándose sobre ella, doblando su espalda la acercó a su boca y una vez más me vi sorprendido por una visión que quedaría grabada a fuego en mi memoria. Mi madre tragando aquella enorme herramienta de color, con su blanca tez sonrosada por los polvos que solía usar para maquillarse.

Con gran dificultad conseguía que el enorme capullo entrase en su boca, mientras el chico intentaba cogerla por la cabeza, pero con su sombrero apenas se atrevía a tocarla, sin duda para no enfadarla pues le debía molestar que estropease su tocado con sus negras manos.

Ella igualmente se chocaba con su sombrero sobre el vientre del chico, por lo que hizo una pausa para quitárselo y se lo dio para que lo colgase en un gancho de la pared evitando que se estropeara o arrugara. Ya liberada de él su pelo acaracolado sujetado con horquillas lució espléndido mientras se movía al son en que volvía a tragar aquella enorme verga mostrándose ante mi más claramente ahora sin enorme sombrero.

Me resultaba increíble que mi madre, siendo tan remilgada, fuese capaz de una cosa así, pero efectivamente mis ojos no me engañaban. El chico, con los ojos cerrados disfrutó de la boca chupadora de ella con gran deleite y satisfacción, hasta que esta se separó y empujándolo se reclinó sobre los sacos en que se había sentado y le ordenó que se acercara.

Vamos métemela, pero si descubro que te corres dentro, te haré azotar hasta la muerte, ¿está claro? —le advirtió severamente levantando su dedo índice.

¡Como el agua señora! —dijo él con expresión de miedo en sus ojos.

Entonces este se colocó y apuntó a mi madre con la herramienta, paseándola por sus hinchados labios arriba y abajo. Ésta gimió al sentir su contacto y después gritó cuando la empezó a empujar para introducírsela dentro, la tenía tan larga que podía ver cómo entraba en su chocho desde mi posición, admirando el duro contraste entre el negro de su minga y la blancura del culo de mi madre.

El Joven muchacho comenzó entonces a moverla en su interior mientras mi madre se aferraba a sus hombros y este le abría las piernas levantándoselas y se la clavaba más y más adentro, mientras seguía sentada en el saco.

Los alaridos de ella comenzaron a ser escandalosos mientras fornicaba con gusto con el joven semental negro. El chico se movía rítmicamente y su culo se contraía musculoso mientras daba inmenso placer a su señora.

De pronto el joven se separó de ella y apartando su verga la empuñó con gran fuerza y comenzó a moverla frenéticamente mientras esta empezaba a escupir andanadas de blanca leche, que describieron un largo arco, cayendo al suelo de la cuadra. Impresionada, mi madre contempló cómo el muchacho soltaba su blanca carga en el suelo.

¡Estúpido, no vales para nada, aún no he quedado satisfecha, vas a tener que seguir comiendo! —le dijo mientras tiraba de su pelo y acercaba su cara a su chocho furiosa.

El joven negro siguió comiendo su joya hasta que instantes después, soltó una larga serie de gemidos y levantando sus pies vi como estos temblaban en el aire mientras tiraba con fuerza de los cabellos enmarañados del negro hasta hacerle daño.

Tras recuperarse, separó al muchacho de su raja, éste que se mantuvo de rodillas en el suelo, se puso el culote ante él, tapando la joya que tan exquisitamente le había dado a probar y acercándose a la pared, recuperó su sombrero y la compostura, sacudiéndose el vestido con pulcritud. Waldo se levantó y la ayudó a eliminar alguna brizna de paja que había quedado adherida a los encajes y de nuevo estuvo lista para salir. Yo corrí a esconderme en la cuadra de al lado y al poco la vi alejarse por el pasillo al que daban las cuadras como si tal cosa. Waldo salió instantes después y entonces aproveché para desaparecer sin ser visto.»

Ambos hermanos estaban muy pegados, mientras Tom sujetaba la linterna, Cathy leía el manuscrito. Con tal cercanía que Tom podía oler el suave perfume que usaba y sentir sus largos cabellos rubios acariciarle los hombros. Se imaginó lo suave que sería su culito respingón y decidió, como quien no quiere la cosa, rodear su cintura con el brazo derecho con la excusa de que así estaría más cómodo, mientras con el izquierdo apuntaba al papel con su linterna de campamento.

Cathy no protestó por la acción, de esta manera sus cuerpos siguieron juntos mientras Tom apoyaba su mano en el costado de ella, muy cerca a sus caderas y glúteos.

«Aquella tarde me había perdido la escena de mi padre con Arel, pero a cambio había descubierto otra excitante relación entre mi madre y Waldo. Todo aquello me dio qué pensar, la manera en que ambos progenitores mantenían relaciones paralelas con los esclavos negros, aunque más o menos consentidas por ellos, sin duda más por Waldo que por Arel, pero como ya he comentado antes, últimamente ésta ya no se quejaba al ser follada por mi padre, a pesar de los pocos miramientos con que éste la trataba.

Aquella noche yo estaba echo un toro de rodeo y apenas esperé a que Dora me bañase para arrebatarle su bata blanca y desnudarla, indicándole que me ha chupara como preliminar a la penetración. Pero aquella noche también iba a ser especial, yo aún no podía sospechar cuánto.

Apenas Dora había comenzado a chupármela, estando sentada en la cama, tan desnuda como yo, ¡la puerta de mi dormitorio se abrió sin previo aviso!

Con el corazón en la boca, como a cámara lenta escruté quién podía entrar de aquella manera tan inoportuna en mi dormitorio, interrumpiendo tan íntima escena y palidecí cuando mi madre apareció al otro lado.

Con la boca tan abierta como debía estar la mía y la de Dora, que se giró al notar que alguien entraba, mi madre nos pilló en tan lasciva práctica sexual.

¡Dora, qué demonios haces con mi hijo! —gritó ella con estrépito.

Yo me quedé petrificado y sin saber cómo reaccioné corriendo, desnudo como un galgo por la habitación hasta llegar junto a mi madre y cerrar la puerta, pues no quería que el escándalo saliese de allí. Mi madre al verme apenas reparó en lo que hice y se adentró dispuesta a reprender a nuestra niñera, mi querida Dora.

Ella se puso de rodillas y tirándose al suelo imploró piedad nada más verla acercarse, quedando en aquella posición en su voluptuosa y negra desnudez.

¡Vamos zorra, levántate! Ahora probarás el látigo del señor de la casa cuando le cuente lo que estabas haciendo con mi joven hijo, ¡pervirtiéndolo en su inocencia! —exclamó ella levantando su mano como si tuviese el látigo de mi padre en ella para azotar a la sumisa Dora.

Entonces corrí a interponerme entre mi madre y Dora, para defenderla.

¡Vamos madre, tú no harás nada de eso! Y por favor deja de gritar o alertarás a toda la casa —le advertí sujetándola con mi mano apoyada en su vientre.

¡Apártate jovencito, esto es entre Dora y yo! —me gritó empujándome.

Entonces mi reacción fue tan violenta como inesperada, empujé a mi madre aplastando sus pechos con mis manos y la hice caer de culo sobre su precioso vestido. Una vez en el suelo, ante su estupor, la miré desafiante, resoplando, con la adrenalina corriendo por mis venas, con los nervios a flor de piel, apretando mis puños tomé aire y hablé con voz severa pero sin gritar para que no nos oyeran:

¡Tú no dirás a nadie lo que has visto, en primer lugar, porque lo que has visto era algo correspondido entre Dora y yo! ¡Y en segundo lugar!, porque si se lo dices a padre, yo podría contarle que esta tarde Waldo disfrutó de cierta joya antes de que tú le pidieras que te mostrara al, cómo lo llamaste... ¿Sr. Jhonson? —pregunté con sorna.

Mi madre, allí tirada en el suelo, palideció al oír mis palabras, de nuevo su boca de piñón quedó abierta, mostrando su lengua sonrosada que contrastaba con su blanca tez.

¿Tú... no has visto...? —balbuceó.

¡Por supuesto que sí, lo he visto todo! —repliqué furioso.

Aquello fue como un choque brutal, como caer desde el tejado, ella quedó paralizada, sin saber qué decir ni qué hacer, allí tumbada en el suelo se debió sentir la mujer más desvalida del mundo en aquel instante.

Mientras tanto Dora, con lágrimas en sus mofletes negros ya se había incorporado, aunque seguía de rodillas, y olvidando su desnudez, miraba a mi madre tirada en el suelo como ella. En aquel momento reparé en que el cancán que llevaba debajo del vestido se lo había levantado y sus blancas piernas habían quedado al descubierto. Ella reparó en mi mirada y presionando con sus manos lo bajó para ocultarlas.

Tras unos segundos de tenso silencio, vi que hizo ademán de levantarse y decidí ayudarla ofreciéndole mi mano la rechazó y de forma poco grácil se levantó. Una vez estuvo de pie recuperó la compostura y su altivez. Entonces pensé en proponerle un trato, una tregua más bien.

Bueno madre, ahora tienes que prometerme que no dirás una palabra de esto a padre ni a nadie y yo a cambio prometo tampoco diré una palabra de lo que he visto esta tarde en el establo, ¿de acuerdo? —dije con voz serena.

Ella me volvió a mirar, me recorrió de abajo a arriba, como si solo ahora reparase en mi desnudez, con mi pene ya flácido y blanquecino. Luego sus miradas fueron hacia Dora, tan desnuda como yo, de rodillas aún, con sus orondos encantos al aire. Y finalmente con su altivez contestó por fin a mi propuesta.

¡Está bien! No apruebo lo que hacéis, pero ya que ambos consentís, prometo guardar silencio y no decir nada, pero debéis ser más cautos en vuestros encuentros pues otros sirvientes o tu propia hermana, o tu padre, pueden descubriros tan impúdicamente como lo he hecho yo ahora —nos dijo con su tono distante habitual.

¡Lo mismo te digo madre! —objeté—. Waldo es muy buen mozo y me disgustaría si padre descubriera vuestra amistad —le recordé para sellar nuestro mutuo acuerdo de silencio.

Por supuesto hijo, no volveré a tener ese desliz con Waldo, nunca más —advirtió y entonces supe que nunca más quería decir tal vez no de momento y sonreí para mis adentros...

Tras esto, se giró y se encaminó a la puerta sin decir nada más, la abrió con disimulo, observó si habíamos alertado a alguien de la casa y tras comprobar que no había nadie, salió cerrando suavemente tras ella, al menos tuvo esa cortesía.

Entonces me volví hacia Dora y la recogí del suelo con sus ojos llenos de lágrimas, ayudándola a levantarse. La abracé y le pedí que se tranquilizase, pues mi madre no se atrevería a revelar nuestro secreto ahora que yo conocía otro tan íntimo de ella. La consolé un rato más tras vestirnos y estuvimos sentados un rato en la cama.

Esa noche no hubo más sexo, pues nuestras ganas se fueron con mi madre cuando tan fríamente abandonó la habitación.»

Cathy estaba ensimismada en la lectura del relato, con las fuertes emociones que se traslucían de aquella impactante historia. Tanto era así que no advirtió que la mano de su hermano ya estaba posada en sus nalgas y este se permitía apretarle suavemente su culito. Entonces, fue como si despertara de su ensoñación y de esa mano impía estaba propasándose con ella.

— Oye, ¡qué haces hermanito! —protestó girándose y zafándose de su mano, que tan traviesamente se había posado en su culito.

— ¡Yo, nada hermanita! Qué suave tienes la piel por las nalgas, ¿lo sabías?

— ¿Si? ¿No estarías metiendo mano a tu hermanita, “o sea, a moi”, verdad? —preguntó con ironía.

— ¡Claro que no! Bueno tonta, tal vez un poco, ¿te ha gustado? —bromeó.

— ¡Capullo que soy tu hermana! —le gritó amenazando con golpearlo con el libraco de las memorias que acababa de cerrar.

— Tranquila hermanita, no te pongas nerviosa —dijo él protegiéndose con los brazos ante la amenazante Cathy que blandía el libraco como arma.

— Se te ha puesto dura, ¿eh? —le preguntó ella de repente y sin tiempo a reaccionar le palpó el calzoncillo contactando con su dura estaca que empujaba la licra como si fuese el mástil de una tienda de campaña.

— ¡Oh si! ¿Quieres hacerme una pajilla? —preguntó Tom sin intentar apartarla la mano de sus calzoncillos.

— ¡Olvídame! —protestó separándose de él y arrastrando su esterilla hacia el otro extremo del sótano.

— ¡Bueno mujer, no te enfades, era sólo una broma!

— ¡Si claro, tú lo que pasa es que eres un cerdo y te quieres propasar con tu hermana! —se jactó ella.

— ¡Que no! Hay que ver cómo sois las mujeres, todas pensáis que los hombres estamos muertos por vuestros cuerpos.

— ¡Claro porque es así, ya os conocemos a todos! —dijo Cathy—. Bueno voy a dormir, más te vale no aproximarte o probarás mi puño sobre tus narices —le advirtió su hermana mostrándole su mano cerrada en alto.

— ¡Qué miedo, será mejor no provocarte! —rio él gesticulando con una voz temblorosa.

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