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Violación e Incesto (3)

en Amor filial

3

 

Leonor ya no sentía ningún tipo de vergüenza en aquella sala de espera. La chica que hacía de recepcionista le dijo que hoy el doctor llegaría un poco más tarde y la invitó a tomar un café o una infusión ante lo cual Leonor aceptó.

Pasaron al piso donde se ubicaba la consulta y allí, en plena cocina se prepararon un café y se sentaron en una coqueta mesa de color blanco, al igual que el resto del mobiliario, para tomarlo junto a unas pastas.

La secretaria se llamaba Laura, había estudiado enfermería y como el trabajo estaba tan mal, había aceptado un puesto de secretaria en el gabinete psicológico que dirigía el doctor Fuensanta, pues al parecer era amigo de su padre, que también era médico, en este caso ya jubilado.

Laura se interesó prudentemente por Leonor, le preguntó un poco de dónde era, a qué se dedicaba y finalmente si le estaban resultando provechosas las consultas.

Leonor se alarmó un poco, especialmente por esta última pregunta, pues no deseaba compartir el motivo de sus visitas con su secretaria. Ella debió notar su incomodidad y en seguida la apaciguó advirtiéndole que no le preguntaba por el motivo de sus visitas, sino sólo si le estaban siendo útiles. A lo que Leonor respondió que si, pues era la pura verdad.

Ella le confesó que el doctor Fuensanta era muy bueno en su campo, ya estaba mayor y sabía mucho de su trabajo. Al parecer había ayudado ya a mucha gente, incluida su propia madre.

Finalmente Leonor se relajó y siguió conversando con aquella chica tan parlanchina.

El doctor llegó y la avisó por el móvil de su llegada, por lo que salieron de la cocina y atravesando el oscuro pasillo que Leonor ya conocía, de cuando fue al servicio la semana anterior, volvieron a la sala de espera donde ya la pasó a la consulta.

— Bueno cuénteme, ¿qué tal la semana? —le preguntó el doctor.

— Bien, muy bien —añadió Leonor más distendida que en días precedentes.

— Me alegro que vaya tomando confianza conmigo eso siempre es bueno —le dijo el doctor—. Adelante puede continuar por donde desee.

— Muy bien doctor, la verdad es que, la semana pasada al salir de aquí estuve un par de días preocupada, pues lo que le conté era muy fuerte y sentí mucha vergüenza después de hacerlo.

El caso es que, tras terminar de asearme y secarme el pelo aquella noche, salí al pasillo. Seguía desnuda y como una gata me asomé a mi cuarto y allí no hallé a mi hijo, así que aunque me daba el cuerpo de que estaba allí, me asomé a su cuarto y advertí una sombra sobre su cama, por lo que me tranquilicé definitivamente.

Me extrañó que ya no se acostara en mi cama, pero en el fondo me alegré de que hubiese elegido de nuevo la suya, pues tras lo ocurrido deseaba esta a solas.

Al caer en la cama sentí un cansancio tremendo, por lo que me quedé completamente dormida. Tanto es así que al final ese lunes llegué tarde al trabajo. Al levantarme ya no estaba en casa, pues salió antes para ir a la facultad, así que tampoco nos cruzamos esa mañana.

Por la noche volví a casa y me lo encontré preparando la cena. Temí ese primer encuentro, pero al verme me sonrió, me abrazó y ante mi sorpresa me dio un beso en la mejilla. Eso fue todo, me preguntó si tenía hambre y me dijo que pusiera la mesa, pues la cena estaba casi lista.

Cocinó tortilla de espárragos y la verdad es que para mi sorpresa lo hizo bastante bien. Cenamos en el salón mientras veíamos la tele y todo fue aparentemente normal. Al menos eso pensaba yo, incluso pensé que después de lo de la noche anterior puede que se sintiera arrepentido, de ahí el preparar la cena, así que preferí pasar página y ni mencionar el incidente.

Esa noche volvió a dormir en su cama y yo en la mía. Así que todo pareció seguir dentro de la normalidad, salvo por el hecho de que volvíamos a dormir separados.

Yo ya dormía o estaba a punto de dormir, cuando sentí que alguien subía a mi cama, pensé que era mi Isaac, que no podía dormir y venía a acostarse conmigo, pero sentí como se colocaba encima mío. Yo estaba boca abajo, por lo que él se echó encima mío aplastándome con su peso. Sentí su verga dura clavarse en mi culo, presionándome las bragas, sentí sus manos acariciándome los muslos y seguir más arriba hasta tocarme los pechos por el costado.

— ¡No Isaac! —le dije yo un tanto alarmada—. ¡No sigas por favor! —insistí.

Pero él no cejó en su empeño y siguió manoseándome el culo tras levantarse, liberándome así de su peso. Luego introdujo su mano entre mis piernas y me acarició mi sexo a través de las bragas, para acto seguido echarlas a un lado y palparlo a flor de piel.

Pensé en reaccionar de forma violenta y plantarme, pero recordé su reacción la noche anterior y temí un nuevo enfrentamiento y la posterior represalia, amezándome subir desnudo a la azotea. De modo que me quedé quieta y adopté una actitud sumisa.

El siguió adelante, me bajó las bragas hasta quitármelas. Me separó las piernas y siguió acariciando mi vagina como si tal cosa, sentí sus dedos humedecidos posarse en mis labios y frotarlos en círculos, los sentí acariciándome las nalgas, clavándome las uñas, bajar por mis muslos para luego subir hasta mis ingles y dedicarse de nuevo a introducirse en mi sexo.

Luego me subió el camisón hasta el cuello y empezó a acariciarme la espalda, sentado en mi culo me sobaba los pechos a través de los costados, introduciendo sus dedos bajo ellos buscó mis pezones y trato de cogerlos.

Como no conseguía acariciarlos bien, conmigo boca abajo, me hizo darme la vuelta e inclinándose sobre mi me chupó los pezones hasta ponerlos duros, siguió después tocándomelos con una mano, mientras con la otra volvía a mi sexo, metiéndome los dedos en él, pues ya estaba húmedo. Yo seguía en actitud pasiva, pero mi cuerpo empezaba a reaccionar ante aquellas íntimas caricias.

Tuvo la osadía de coger mis manos y a llevarlas a su miembro, lo tenía duro y erecto, yo rehusé tocárselo pero él insistió más enérgicamente, así que cedí también en eso. Aunque se cansó rápido, pues yo no estaba por la labor de darle placer, así que abriéndome las piernas se colocó entre mis muslos y me penetró.

Sentí su pene entrar hasta el fondo, mi sexo estaba muy lubricado a raíz de sus caricias y sus penetraciones con los dedos, por lo que no le fue difícil hacerlo.

Yo me limité a dejarlo follarme, inerte debajo de él, mientras sentía su respiración en frente mío, en la penumbra y el peso de su cuerpo sobre mi.

La verdad es que empecé a sentir pavor ante lo que estaba ocurriendo, pues sentía miedo de reprenderlo y no sabía si lo que hacía, dejándome follar era la mejor opción.

A diferencia de la noche anterior donde me lo hizo bestialmente y se corrió a los pocos segundos de entrar. Aquella noche lo hacía muy despacio, incluso llegando a detenerse en algunos momentos, para acariciarme los pechos o chupármelos. De manera que el coito se me hizo eterno.

Finalmente se corrió en mi interior, acelerando el ritmo de sus embestidas a medida que se acercaba a su orgasmo, y empujando más fuerte cuando éste llegó y comenzó a temblar encima mío. Siguió penetrándome hasta que escurrió la última gota en mi interior. Tras lo cual se relajó y se dejó caer encima mío. Yo seguí inerte debajo suya, sintiendo todo su peso aplastándome, hasta que decidió levantarse y salir de la habitación.

Yo me quedé allí, acurrucada entre las sombras. No podía creer lo que había pasado, me había buscado una segunda vez y no pude negarme a sus intenciones, tuve que ceder presa sobre todo por el miedo de que me amenazara de nuevo con suicidarse. Nadie es capaz de saber hasta donde una madre está dispuesta a llegar con tal de cuidar a su hijo.

El caso es que todo acabó ahí, al final me levanté y fui al baño. Mientras me aseaba pensé que esta no sería la única vez que volviera a mi cama, de eso estaba segura, así que al día siguiente fui a la farmacia y comencé a tomar la píldora.

Ese día, de nuevo me sorprendió apareciendo por mi trabajo para comer juntos. Él estaba tan normal, como si nada pasara. Yo la verdad es que alucinaba con este hecho, ¿pero qué podía hacer yo, sino aguantar con la esperanza de que se cansara de hacerlo o de que no obtuviera el placer que deseaba y dejara de molestarme? Al menos eso era lo que yo deseaba en aquellos momentos. Mientras tanto sólo podía fingir normalidad, sin llegar ha hablar de lo que ocurría.

Esa noche también se repitió la historia, me acosté y al poco rato apareció en mi cama.

Esta vez optó por... comérmelo. Así que acarició como la noche anterior, me quitó las bragas y la camiseta y desnuda se acomodó entre mis muslos y comenzó a lamerme. Yo no estaba por la labor pero al sentir su lengua entrar en mi interior, no pude evitar sentir como me excitaba, pues ninguna mujer puede ser ajena a ese tipo de caricias. Así que asustada lo aparté de mi sexo y le insistí en que pasara a otras cosas.

Él me penetró y de esa forma yo me relajé y lo dejé seguir haciéndolo hasta que se corrió como la noche anterior. Esa vez ya estaba más tranquila, pues sabía que no me dejaría preñada por un casual.

Me estuvo follando todos los días de esa semana. Yo ya lo esperaba y le dejaba hacerlo hasta que se corría y se marchaba. Poco a poco me insensibilicé a sus caricias y a sus coitos y acabó siendo como una rutina en la que me dejaba follar y “él obtenía su porción de queso”, como el ratón que vuelve al laberinto a por su recompensa.

Ese fin de semana salió con sus amigos y yo me quedé en casa, pues no me apetecía salir, no suelo hacerlo mucho. Así que cuando lo vi salir respiré aliviada. Pero volvió pronto y cuando lo hizo se sentó en el salón conmigo y me dijo que un amigo le había pasado unos vídeos interesantes en un pen drive, así que lo conectó a la televisión e insistió en verlos conmigo.

En la pantalla comenzó a reproducirse una escena, en la que una mujer madura y chico bastante joven estaban sentados en un sofá. La escena mostraba que ellos a su vez estaban viendo otro vídeo y esto me pareció curioso, mi hijo y yo viendo a otra pareja que a su vez ve un vídeo. No se veía lo que ellos a su vez estaban contemplando, pero salían subtítulos en inglés y aunque los idiomas no son lo mío no me fue difícil intuir lo que pasaba.

Al parecer eran madres japonesas que veían pelis porno con sus hijos y terminaban masturbándolos, haciéndoles felaciones o fornicando directamente con ellos. Yo los miraba curiosa, pues no podía creer que estuviese viendo un reflejo de la situación con mi propio hijo, pero con diferencias.

La madre japonesita se empezaba a poner cachonda y a sonsacar al hijo tímido, justo al contrario que nosotros dos. Empezaba a meterle mano, a acariciar su pene, enseñarle sus pechos o insinuársele, para terminar haciéndole una felación o masturbándolo a la vez que se tocaba ella.

Llevábamos ya un par de escenas, yo las miraba con curiosidad, tal vez fuese por la novedad o por lo impactante del motivo o por sentirme de alguna manera identificada con ellas. Pero lo cierto es que cuando mi hijo se sacó su polla delante mío y comenzó a acariciársela, sentí unas tremendas ganas de empuñársela e incluso de chupársela, como ya hicieran aquellas japonesitas.

El salón estaba iluminado suavemente, por una lámpara de pie, lo suficiente para que pudiese observar su polla erecta con bastante nitidez, hasta ahora no se la había visto más que entre las sombras cuando me violaba y el verla a la luz me impacto, podía verla brillar mientras se meneaba delante mío.

De pronto me cogió la mano y me incitó a acariciarla. Yo me resistí un poco, más que nada por aparentar, pues me moría de ganas de experimentar, a diferencia de otros días en los que me sentí forzada. Finalmente consentí, se la empuñé con mis dedos y comencé a meneársela, sintiéndola palpitar en mi mano. Estaba tremendamente dura y yo empecé a ponerme tremendamente caliente, no paraba de mirarla ahí toda erecta.

Él tenía su mano puesta en mis hombros y sentí como comenzó a presionarme, con la intención de que bajase. Claramente adiviné sus intenciones y mientras miraba su verga erecta y lubricada apenas fui consiciente de que poco a poco me acercaba a ella hasta que terminé chupándosela frente a la tele.

La sentí entrar en mi boca, la acomodé suavemente con mis labios, la chupé dulcemente y saboreé su sabor salado. A estas alturas ya estaba un poco lubricada, por lo que su glande resbalaba entre mis labios.

Tenerla en la boca también me trajo el amargo recuerdo de aquella noche en la azotea y durante unos segundos me arrepentí de lo que hacía, pero poco a poco se me fue pasando, y mirando a la tele vi como aquella supuesta madre japonesa hacía lo mismo a su supuesto hijo y yo la imité con mi verdadero hijo.

Isaac no se limitó a quedarse quieto, sentí como llevaba su mano a mi culo y levantándome el camisón introducía sus dedos en mis bragas y accedía a mi vagina, deslizando sus dedos por ella, mojándolos en mis flujos, pues ya estaba tremendamente húmeda y lubricada. Los deslizó dentro de ella sin piedad y me penetró con dos y hasta tres de ellos. Seguí chupándosela mientras hacía lo que quería con mi coño, y el placer comenzó a fluir y como si bailásemos un vals, en perfecta conjunción. Seguimos los compases y el ritmo de cada uno, sintiendo placer a cada paso.

La lujuria me embriagó y presa del pánico y una excitación desmesurada me incorporé y sacándome las bragas salté encima de sus muslos, espatarrándome sobre ellos como una puta. Me la metí hasta el fondo, mientras él me pellizcaba las tetas, me las chupaba y hasta me mordía los pezones y las aureolas, volviéndome absolutamente loca de placer.

No contento con eso me cogía el culo y aparte de ayudarme en los movimientos, me acariciaba el coño intentando meter un dedo además de su polla, hasta se propasó metiéndomelos por el culo. Nunca me lo habían hecho, pero lo cierto es que esa práctica tan obscena no me desagradó en absoluto, a pesar de ser la primera vez que alguien lo intentaba.

El orgasmo me sorprendió montada encima suyo, forcejeé con él, me retorcí y me contorsioné agarrada al respaldo del sofá. Cuando paré de moverme, él me hizo descabalgar y ponerme a cuatro patas sobre el sofá. Entonces pasó a penetrarme de esta guisa, comenzando a darme fuertes embestidas mientras yo, aún atontolinada por mi orgasmo, me sometía sin protestar.

Yo no dejaba de de mirar aquellos vídeos tan guarros. El verme reflejada en ellos no se si lo hacía distinto, pero me sentí como una cerda por hacerlo con mi hijo y por llegar a disfrutar con ello.

Aguantó un poco más pero no mucho más que yo, llegado el momento se aferró con fuerza a mis caderas y clavándome casi las uñas me embistió violentamente una y otra vez mientras el orgasmo lo recorría y con cada embestida me llenaba con su fértil carga.

Esa vez no puedo decir que no me gustase, pues sí que lo hizo ¡y mucho! Había pasado de ser pasiva a estar tremendamente activa.

Tras la corrida me la sacó y me dejó en el sofá, yéndose a su cuarto a acostarse. Yo me quedé allí viendo aquellos vídeos tabú y por segunda vez me corrí masturbándome, sintiendo en mi sexo el olor de sus jugos, mientras mis dedos me estrujaban el chochito hasta sacarle la última gota, como a un limón que ya no da más de si. Tras esto me fui a acostar y me dormí nada más tocar las sábanas.

El domingo salimos en coche a petición suya y estuvimos comiendo en el campo. Allí echamos la siesta, bajo una encina, y cuando me quise dar cuenta mi hijo estaba metiéndome mano otra vez. Hacía calor y aquel grupo de encinas parecía desierto.

Más preocupada por los mirones que por mi hijo este siguió tocándome y haciendo que yo lo tocase a él. Finalmente terminó a cuatro patas detrás de mi y yo dejándome cubrir como una hembra en celo, como una cochina jabalí en plena naturaleza.

Se corrió en mi de nuevo y lo cierto es que aunque yo no disfruté como la noche anterior, encontré cierto morbo en todo aquello de ser follada por mi hijo en pleno campo.

Cuando terminó le incité a que me comiese el coño o me acariciase con sus dedos mientras yo me masturbaba pero él rehusó aludiendo cansancio, así que me mojé con las ganas.

Es curioso doctor, pensar en que todo empezó como una semi violación consentida, luego pasó por una etapa de apatía en la que me dejaba violar y terminó con una búsqueda del incesto, descarnada y descarada por mi parte y por la suya.

A partir de aquel fin de semana en el que compartimos pelis porno y coito, yo lo buscaba a él o él a mi, según se terciara. Llegamos ha hacerlo en los sitios más insospechados y públicos.

— ¿Y dejó de sentirse culpable por ello? —le preguntó el doctor dando por concluida la sesión.

— Si, aunque bueno yo nunca empezaba las relaciones, sólo me acercaba y esperaba a que fuese él quien diera el primer paso.

— ¿Así se sentía menos responsable por lo que hacían? —preguntó.

— Supongo que si —confirmó Leonor tras una pausa—. En cierta medida creo que así era.

— Ha dicho que llegaron ha hacerlo en lugares públicos —le sugirió el doctor esperando que Leonor le explicara este punto.

— Si, un día durante la compra en el súper el se excitó buscando un gel para dar masajes, de esos que pican, o dan frío o calor. Le dije que comprase el que más le gustase y que esa noche lo probaríamos. El caso es que acabó tan caliente que fue tocándome el culo por los pasillos, bueno el culo y metiéndome las manos bajo la falda y perdiendo sus dedos bajo mis bragas.

De repente me dijo al oído que me quitase las bragas. Yo le pregunté que cómo iba ha hacerlo allí y él insistió ordenándomelo una segunda vez: ¡Quítate las bragas aquí mismo!

Me puse muy nerviosa ante la idea, pero descubrí que me apetecía tremendamente hacerlo. Tal vez fuera el morbo de ser descubierta lo que me incitó ha hacerlo pero obedecí. No había mucha gente en el súper así que me metí en un pasillo y allí mismo me las bajé hasta los tobillos, de modo que al intentar recogerlas levantando mis piernas alternativamente casi me caigo de culo.

Isaac las cogió y allí, delante mío las olió por la zona que había estado en contacto con mi vagina. A mi me hizo gracia y sonreí, pero me dio mucha vergüenza que lo viesen con ellas en la mano, así que se las arrebaté y las guardé en el bolso.

El siguió metiéndome los dedos debajo de la falda y como ahora tenía vía libre, accedía con ellos directamente a mi sexo, luego los sacaba y se los olía descaradamente, incluso me los ofrecía a mi para que los oliese. Esto me pareció muy obsceno, pero admito que el juego funcionó y me puso muy cachonda.

Pagamos la compra y subimos al parking, la guardé, o más bien tiré las bolsas en el maletero. Estábamos ansiosos por llegar a casa. Entonces cuando nos íbamos a subir al coche él me dijo que subiera al asiento trasero.

Yo pensé que estaba loco, pues en el parking continuamente pasaba gente con carritos de la compra, pero él insistió y casi me forzó a entrar de cabeza en el asiento. Así que allí tirada se echó encima mío y sacándosela por la bragueta me penetró desde atrás.

Aquello se convirtió en un acto morboso y tremendamente excitante, sentía sus culadas, sentía su verga dentro de mi, pensaba que alguien llegaría al coche de al lado y nos vería allí follando sin remilgos y tal vez se nos quedase mirando. Esta sensación de peligro hacía que todas las sensaciones se multiplicasen por diez. Respirábamos aceleradamente mientras seguía penetrandome con rapidez, hasta que me sorprendió su corrida.

Fue sentirla y mi orgasmo también llegó, me aferré al asiento trasero del coche y sentí como todo mi cuerpo temblaba con una mezcla de placer y terror porque nos pillasen justo en aquel momento.

Finalmente no ocurrió nada, él salió del asiento y yo me incorporé. La verdad es que sentía mi sexo lleno de él y allí mismo me agaché tras coger un pañuelo de papel de mi bolso para limpiarme y contemplé como su semen cayó al suelo del parking. Aquel acto sucio me gustó, verme allí sin bragas, agachada tras ser follada por mi hijo me provocó un poco de cargo de conciencia, pero nada en comparación con la excitación que sentía por haber cometido aquel pecado, es más si hubiese podido me lo hubiese follado otra vez allí mismo.

El me miraba mientras yo hacía todo esto y cuando me di cuenta y lo miré aún no se había guardado su polla y esta caía morcillona por su bragueta. En un impulso irresistible me acerqué a ella y se la chupé. Saboreé los restos de su leche en mi boca y disfruté otra vez de al excitación de hacerlo en un lugar público. Hasta que nos pillaron, pasó una pareja entre los coches y nos vio. Me sentí observada pero no avergonzada, me limpié la boca, me puse de pie y entré en el coche por el lado del conductor. Él entró por la otra puerta, arranqué y nos marchamos como si tal cosa.

Creo que ese fue uno de los mejores polvos que he echado en toda mi vida.

Nota del autor: Si te gusta esta novela y queires leerla completa, por lo que cuesta un café puedes tenerla en http://zorroblanco.bubok.es. Además me estarás apoyando como escritor, pues un relato puede llevar una tarde, una novela lleva varios meses escribirla y corregirla.

Gracias de antemano.

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