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Vaquero de Ciudad (3)

en Amor filial

4

A la mañana siguiente Larry despertó y bajó al comedor, donde Claudia ya estaba preparando huevos revueltos y café.

— ¡Um qué bien huele Claudia!

— ¿Tendrás hambre, no?

— ¡Como uno de tus toros! —rió Larry.

— ¡Pues adelante come! —dijo ella invitándole a la mesa.

Ambos tomaron asiento y disfrutaron de un plato con beicon, huevos y café. Mientras tanto Claudia le contó los planes para el día y Larry prometió ayudarle con todas las tareas.

Para empezar fueron al vallado norte montados en caballos, pues para recorrer el rancho eran necesarios. Larry se quedó allí para continuar con las reparaciones, mientras Claudia llevaba al ganado a pastar y más tarde lo conduciría para que bebiesen agua en el estanque que había en mitad del rancho.

Le dijo a Larry que cuando el calor apretase que se fuese allí, donde le estaría esperando para almorzar. De modo que tras una intensa mañana Larry montó en su caballo y cruzó el pasto seco hasta llegar al estanque, donde la manada de vacas seguía pastando.

Desde lejos vio el sombrero de Claudia agitándose y él también respondió del mismo modo con el suyo. Sabía que había pertenecido a su difunto marido, Richard, y pensó que este gesto igual le traía recuerdos a su suegra, pero había que protegerse del calor, así que por la mañana le dijo que lo cogiera.

 — Buenas tardes vaquero, ¿hace calor eh? —dijo Claudia abanicándose con el sombrero desde la sombra.

— Si, ya aprieta el calor, me alegro de tener una sombra para descansar.

Larry desmontó a su caballo, el quitó la silla para que se refrescase y la dejó en el suelo junto a la de Claudia, liberándolo a continuación para que bebiese y pastase como las vacas.

— ¡Buena mañana de trabajo! Ven ya he traído el almuerzo, un poco de asado de anoche, pan y algunas frutas frescas —dijo Claudia invitándolo al picnic improvisado que había preparado junto al lago.

Larry se echó de costado frente a Claudia, que le pasó un plato de barro con algo de asado y un cubierto. Larry se lo agradeció y dio un primer bocado de carne.

— Creo que podría acostumbrarme a esto —dijo Larry tras tragar ese primer bocado.

— ¿En serio? Pero aquí no tenemos cine, ni teatro ni bares como en la ciudad, el único lugar donde te pueden invitar a una copa está a 10 millas del rancho.

— Bueno, siempre he sido un hombre hogareño Claudia —admitió Larry.

— En eso nos parecemos querido yerno.

— En cambio tu hija Betsy aquí se suicidaría —admitió Larry provocando una carcajada en su suegra.

— Tienes razón ella odiaba esto desde pequeña, me preguntaba por qué me había venido a vivir aquí.

— ¿Tú viniste aquí desde la ciudad no es así?

— Si, conocí a mi marido Richard, ¡que en paz descanse! En un local de mala muerte en un callejón de Charleston. Tenía una pinta de paleto que se veía a la legua pero me fijé en él, tan grande y fuerte, nada más entrar por la puerta. Tuve que quitarle de encima a una lagarta que pretendía timarle. Hasta tuve que ser yo quien le pidiese que me invitara a una copa, ¿te lo imaginas?

— Si, supongo que Richard debía ser un hombre de campo.

— Si, pero tenía el corazón más grande que he conocido. Esa noche cerramos el local y no paramos de charlar en todo el rato. Yo ya había tenido varias aventuras con hombres que sólo buscaban pasar un buen rato con una mujer sin complicarse y Richard era todo lo opuesto. Me empezó a hablar de sus proyectos para el rancho y yo, que era de ciudad no entendía nada, pero veía la ilusión en sus ojos y me enamoré de él desde ese preciso momento.

— ¡Qué bonito recuerdo Claudia! Lo mío con Betsy fue algo parecido. Trabajaba en un taller de la Ford cuando mi jefe me dijo que tenía que marcharse y me dejó al cargo, me avisó que vendría una jovencita a recoger su coche y me entregó la cuenta para que se la diese. Cuando llegó, yo estaba debajo de un cadillac del 69, carraspeo y cuando miré sólo vi unos bonitos zapatos rojos de charol con tacón y unas largas piernas. Al salir de debajo la vi, con su cara angelical me sonreía y me llamó “joven”, ¿yo que era más mayor que ella? El caso es que le comenté lo que le habíamos hecho al coche y ella no pareció estar interesada, me dijo que tenía prisa y me pidió la cuenta. Entonces comencé a buscar la nota por todas partes y no aparecía, yo sabía que si se marchaba y no volvía a pagar mi jefe me haría pagar a mí la cuenta así que le dije que o me daba su número y me invitaba a cenar una noche o no le podría entregar el coche, ella me sonrió y me pidió un papel para apuntarlo. Entonces me giré y cogí el primero que vi y al doblarlo, ¡era la cuenta de su coche! Pero disimulé, se lo entregué por el dorso y anotó su número.

— Ahí estuviste bien Larry, la vida son sólo momentos —sentenció Claudia.

Ya habían terminado de almorzar, por lo que descansaban tumbados uno junto al otro en el mantel sobre el suelo, bajo un enorme álamo que se mecía con la brisa que comenzaba a correr por la tarde.

— Si, una sucesión de momentos y casualidades —añadió Larry.

— Creo que será mejor que volvamos para trabajar un rato más en la valla, me gustaría terminarla antes de que lleguen las lluvias.

— ¡Ok! —dijo Larry desperezándose.

Al levantarse Larry sintió ganas de hacer pis así que discretamente se alejó unos pasos de Claudia y bajando su cremallera lo hizo frente a unos matorrales.

— Veo que eres muy discreto vaquero —sonrió Claudia—. Te pediré ahora también algo de discreción para mí, pues lo mío es algo más aparatoso que lo vuestro.

La mujer se bajó sus vaqueros e igualmente alivió su vejiga, cuando Larry ya casi había terminado.

— ¡Oh claro Claudia, esto es un poco embarazoso! —admitió él.

— ¿Y me dices eso después de lo de anoche? —preguntó Claudia.

— Tienes razón, eres más sabia que yo Claudia —rió Larry.

Antes de que terminase Larry miró indiscretamente por el rabillo del ojo y vio el trasero grande de su suegra, cómo esta se levantaba tras hacer su pis y se subía las bragas y el vaquero. No pudo evitarlo, pues como se sabe, la curiosidad mató al gato.

Montaron en los caballos y fueron con ellos tranquilamente hasta el vallado en paralelo, mientras conversaban por el camino.

— ¿Cuanto hace de lo de Richard? —preguntó Larry.

— ¡Uf, pues a ver! Creo que ya va para cuatro años —dijo Claudia.

— Y en todo este tiempo no has intentado rehacer tu vida.

— Lo intenté hace un año, pero la cosa no salió bien, me di cuenta que el único paleto que aguantaba era a Richard, los de por aquí aparte de feos y gordos son cascarrabias ya no estoy para aguantar a nadie.

Llegaron al vallado y estuvieron trabajando en él codo con codo. El trabajo era duro así que con el sol de la tarde acabaron sudando de lo lindo. Pero Claudia no era para nada remilgada, así que no le importó que Larry desplegase sus feromonas por el vallado, al igual que a él tampoco le importó si ella olía como un hombre.

— ¡Uf vaquero, creo que necesitamos un baño! —dijo Claudia.

— Sí, creo que sí —admitió el secando el sudor de su frente.

— ¿Te bañarías conmigo en el lago? —le propuso Claudia.

— ¡En serio! Eso sería genial.

De modo que montaron de nuevo en los caballos y volvieron donde habían quedado las vacas.

— Bueno vaquero, aquí no tenemos traje de baño así que creo que me bañaré con lo puesto —dijo Claudia tras desmontar.

— Apoyo la moción señora, yo me quitaré únicamente la camisa.

El agua estaba en su punto, ambos se refrescaron en ella y nadaron en la orilla. Claudia admiró el cuerpo fibroso de su yerno secretamente y este se tuvo que conformar con ver a su suegra con la camisa empapada y sus pechos insinuándose a través de la tela.

Cuando volvieron al rancho se asearon por turnos y se pusieron ropa limpia y seca, disponiéndose para la cena.

5

Claudia puso unas chuletas al fuego y las sirvió con patatas cocidas, después del día de trabajo estaban hambrientos. Cuando ya casi había acabado bajó Larry.

—¿Te ayudo con la mesa?

—Claro, aunque no hay mucho que llevar, coge un plato y un par de vasos y yo llevaré un poco de whisky para acompañar la carne.

Salieron al porche, y se sentaron en el extremo donde había un banco y una mesa alargados uno junto al otro, mirando al campo. Alumbrándose con un quinqué de petróleo.

—Algo que me maravilla de aquí Claudia, es el cielo, en la ciudad no hay estrellas en cambio aquí es imposible contarlas todas.

—A mi marido también le gustaba, el se crió en un pueblo y desde pequeño soñó con tener un rancho y vivir bajo el cielo estrellado.

—¿Le echas de menos?

—¡Sí, mucho! —pero será mejor que no hablemos de esas cosas que me ponen triste y tenemos una misión, ¿recuerdas?

Larry se sentía muy a gusto hasta ese momento, cuando Claudia comentó lo de la misión, él miró al suelo y se sintió apesadumbrado, como quien sabe que tiene que hacer algo pero no está convencido de que eso vaya a funcionar.

—Tranquilo Larry, anoche no fue tan mal, ¿no?

—No claro Claudia, no es por ti, no me malinterpretes, es sólo que esta idea tuya no termina de encajarme.

—Bueno Larry, tampoco le des más vueltas hombre, después de todo es mi cuerpo y yo lo hago por ti y por Betsy, ¿lo sabes verdad?

—¡Si claro! Y te lo agradecemos un montón, tal vez no debería hablar de mis dudas contigo.

—¡En eso te equivocas! Es bueno hablar, tanto conmigo como con Betsy, y si no estás seguro, pues lo dejamos y ya está.

—Bueno, eso no es tan sencillo, ahora Betsy está tan obcecada con este tema que me echaría a patadas de casa si le digo que no quiero.

—Pues entonces no se lo digas y sigamos con el plan. Mira voy a mi cama, me desnudaré y me pondré un poco en situación déjame unos minutos antes de entrar, a ver si hoy encajamos bien a la primera, ¿vale?

—De acuerdo —respondió Larry.

Claudia entró, se metió en la cama y con sus dedos comenzó a acariciarse para que cuando llegase su yerno su entrada estuviese ya suficientemente lubricada y apunto para el coito.

Pero tras unos minutos tuvo que detenerse, pues se encontró tan nerviosa y excitada que se aproximó peligrósamente al orgasmo. Se preguntaba dónde estaría su yerno y si se habría arrepentido mientras tanto, así que le llamó.

— ¿Larry? ¿Larry, ya puedes subir, estoy lista? —dijo en voz alta.

Entonces Larry apareció, únicamente adivinó su silueta en la oscuridad de la noche.

— ¿Estás listo? —le preguntó.

— Si, ya me he desnudado y bueno me he tocado para poner esto a punto yo también —contestó su yerno.

— Yo estoy lista Larry, colócate encima de mi como anoche y verás que hoy entrará como la seda.

Claudia se sintió extraña al pronunciar esa frase, le estaba invitando a cubrirla como si tal cosa y le estaba diciendo a su yerno que tenía su sexo a punto y lubricado.

Larry gateó por encima de las sábanas y palpando las piernas de Claudia se colocó entre sus muslos para proceder al coito. Todo muy ordenado, todo muy calculado, todo tal vez un poco frío, pero en sus mentes ambos pensaban que así era lo mejor.

Cogió sus muslos y se colocó entre ellos, Larry cogió su herramienta y buscó la entrada de Claudia, restregando con su glande sus labios vaginales y rozando sin querer su clítoris, el contacto disparó la alarma de Claudia quien exhaló.

— ¿Te he hecho daño? —preguntó él.

— No en absoluto Larry, anda déjame que te ayude —dijo Claudia mientras palpaba en la oscuridad hasta chocar con el pecho fibroso de Larry y a partir de ahí guiarse hasta su herramienta. La cogió entre sus dedos y admiró su dureza y su tersura secretamente.

Éste se inclinó sobre el cuerpo de Claudia y ella la condujo certeramente hasta su entrada. Con una leve presión sus labios se abrieron y ella apretó los dientes mientras un torrente de sensaciones hacían mella en su espíritu.

—¿Hoy quieres también acabar pronto? —preguntó Larry.

—¡Si claro, adelante querido! —dijo Claudia.

Las rítmicas penetraciones de Larry martirizaron a Claudia que se aferraba a su espalda como una loca, intentando ahogar cuantos gritos y gemidos luchaban por salir de su garganta. Y lo que era peor, sentía tanto placer que dudaba si podría contenerse por mucho tiempo.

En cambio Larry hoy se sentía como un toro, se veía que el campo y el trabajo duro le habían sentado bien y sus calientes músculos, hinchados por el esfuerzo bombeaban sangre a raudales.

Todo confluyó para que las ardientes embestidas vencieran la resistencia de Laura y ésta alcanzó un terrible orgasmo que la llevó a contraerse y agarrarse con fuerza a la espalda de su yerno, mientras sus muslos se cerraban en su cintura y sus pies se entrecruzaban en su trasero para apretarlo con sus caderas y sentirlo lo más dentro de ella que le era posible.

— ¡Oh dios, o dios no! —gritó Claudia presa del éxtasis.

Larry fue consciente de lo que ocurría y no pensó ni por un momento que él fuese a despertar tal reacción en su suegra, pero así era, así que arreció en sus embestidas y se dejó llevar inundando su sexo con su semilla y dejándola exhausta bajo él hasta que por fin sus contracciones de cintura fueron a menos y sus respiraciones y jadeos se fueron aplacando hasta dejarse oír los grillos que fuera amenizaban el silencio de la noche.

—¡Lo siento Larry, no he podido evitarlo! —dijo Claudia avergonzada.

—¡Lo sé, pero no tienes que avergonzarte de nada! Yo también me corro, tienes derecho a ello.

—Ya pero pensaba que esto no ocurriría —se lamentó ella aún muy impresionada por su propia reacción.

Larry aún permanecía encima de él, con su verga clavada bien adentro, aún dura y excitada. Por lo que inconscientemente la movió un poco más en su interior.

—¡No puedo creer que aún la tengas tan dura y gorda Larry!

—¡Oh perdona, ahora soy yo el avergonzado! —dijo él sacándola rápidamente.

—No pasa nada Larry, no me importa, ambos hemos disfrutado de esto, no debemos sentirnos culpables, sino esto no funcionarla.

—Si, supongo que si —dijo Larry  levantándose de la cama y marchándose por la puerta.

Claudia se quedó sobre su cama, esperando que la semilla de su yerno hiciera efecto y tal vez deseando secretamente que no tardase mucho en quedarse embarazada, pues las poderosas fuerzas que se habían desatado aquella noche en su lecho, amenazaban con provocar un tsunami en sus vidas. 

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Un abrazo!

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