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Un Guiño del Destino (Ellos)

en No Consentido

Ellos

Los fines de semana que Daniel no visitaba a sus hijos, intentaba divertirse, aunque lo cierto es que lo hacía solo.

Todos sus compañeros de trabajo estaban casados y los solteros eran demasiado jóvenes para juntarse con ellos. Así que Daniel ocupaba su tiempo en ir al cine… solo, a lo mejor salir al chino a comer… solo, y por último a salir a tomar alguna copa… solo.

Soledad, esa parecía ser su novia y era bastante difícil sacársela de encima. Solo lo conseguía en contadas ocasiones, en las que entablaba alguna conversación con alguna mujer: en un pub, en el cine o en el supermercado. La mayor parte de las veces ella respondía amablemente, pero las cosas no llegaban a fructificar más allá de una amable y corta conversación.

Pero hoy no sería uno de esos fines de semana…

Sus redondas y hermosas curvas se contoneaban ante él. Como buena dominicana estaba orgullosa de su trasero y Daniel lo adoraba, grande, redondo, del color del ébano, lo agarraba  con ambas manos mientras ella lo deleitaba con sus movimientos de cintura encima de él.

Le pidió cambiar, le dijo que se pusiera a gatas y se colocó detrás de su hermoso culo y penetró desde atrás. Aferrando sus caderas con fuerza, miraba cómo su vientre rebotaba contra su trasero rítmicamente y se permitió darle algún enérgico azote mientras se movía. ¿Por qué no? ¡A ella le gustaba!

Su interior era como de caramelo, de un rosa fuerte que contrastaba con el oscuro tono de piel de ella. Estar en él era como levitar de puro goce y placer. Daniel siempre repetía y ella le decía que era su cliente preferido.

Cada cierto tiempo la visitaba, en su cuerpo encontraba el desahogo que necesitaba. Sexo por dinero, un intercambio en el que ambos estaban de acuerdo. Podríamos decir que era sexo fácil, sin ataduras ni discusiones, gozaba y luego se marchaba.

Pero Cristina, que así se llamaba ella, en algún momento se convirtió en algo más para él, no solo saciando su sed de sexo, sino convirtiéndose también en su confidente, alguien con quien conversar, que sabía escuchar y que parecía comprender su complicada situación vital. Ella le preguntaba cómo le iba cuando se sentaban en la barra del bar, antes de pasar habitación y él le confiaba sus preocupaciones de las últimas semanas.

Cristina se dedicaba al oficio más antiguo, pero, a pesar de ello, Daniel encontraba en ella el cariño y el afecto que le hacían volver una y otra vez. Y si algún día vez llegaba y ésta estaba ocupada con otro cliente, esperarla y luego la invitaba a una copa. No le importaba que hubiese estado antes con otro, Daniel reconocía que era su oficio y lo aceptaba. Y aunque existiera complicidad entre ellos, él no dejaba de ser un cliente para ella.

El coito ahora era más calmado, intenso pero suave, haciéndole sentir agradables efluvios de placer aferrado a su hermoso culo. Mientras gozaba, se acordaba de cómo se conocieron por primera vez, aquella noche de una fría madrugada de diciembre, cuando su vida era otra.

Extendió sus manos y acarició su espalda. Llegó hasta su cuello, la agarró por los hombros y tirando hacia atrás hundió su verga una vez más en su caliente cuerpo lo más profundamente que pudo. Cristina gimió ante esta última acción mostrando su agrado, pues, ¿quién ha dicho que una puta no puede disfrutar con un cliente?

Bajó sus manos y cogió sus pequeños pechos, humedeciéndose los dedos capturó sus pezones negros, largos y duros. Los pellizcó suavemente, girándolos entre el índice y el pulgar. De nuevo Cristina gimió en señal de aprobación.

Daniel sabía que Cristina también disfrutaba con él. Ella se lo había confesado en más de una ocasión, pues entre ellos ya había la suficiente confianza y se contaban estas cosas. Tal vez fuera por su familiaridad o por su amistad, pero Cristina mostraba su agrado en cada coito aunque Daniel llegase ya tarde, cuando estaba cansada por las horas de oficio transcurridas.

Cambiaron de posición, Daniel se retiró y Cristina se incorporó. Entonces la abrazó, pegando su pecho contra el suyo, sus manos inmediatamente agarraron su voluptuoso trasero y con fuerza lo asieron pegándola contra él en alarde de pasión. Cristina capturó su boca con sus gruesos labios y sus lenguas se entrelazaron en un largo y húmedo beso.

Esto también le encantaba, Cristina le comía la boca como ninguna otra mujer lo había hecho nunca. Con un beso tierno, jugoso y sabroso. Mientras él, la deleitaba bajo su trasero acariciando su sexo tremendamente húmedo y caliente, penetrándola con sus dedos y frotándolo con delicadeza.

Sus besos se prolongaron por unos momentos y cuando saciaron su sed de saliva, Cristina sintió un arrebato y se arrodilló ante Daniel para hacerle una felación.

Aunque siempre empezaban por unos preliminares como éste, sin condón como a Daniel le gustaba, esta muestra súbita de pasión de Cristina le gustó enormemente y disfrutó una vez más de sus gruesos labios y del calor de su boca arropando su excitado glande.

Pero Daniel quería más acción así que la liberó de sus obligaciones y echándola en la cama ella lo acogió entre sus muslos, colocándose en la clásica postura del misionero. Entró de nuevo con ansias renovadas, empujándola con las suficientes ganas como para sorprenderla y arrancarle de nuevo algunos gemidos de placer.

Lo mejor de hacerlo así es que podía disfrutar de sus sabrosos labios mientras se adentraba más y más en su caliente interior. Aquello era delicioso y no tardó en sentir como su orgasmo se aproximaba.

Para evitar que todo terminase tan pronto abandonó aquella cueva del placer y la dejó incorporarse. Ahora fue él quien ocupó el lugar de abajo y ella lo cubrió con toda su voluptuosidad, pero antes de que se volviese a clavar su estaca, Daniel la abrazó y le comió sus pezones, tan negros largos y duros, que le encantaba chuparlos, lamerlos y si se terciaba hasta morderlos. A Cristina esto la volvía loca, por lo que volvió a gemir agitándose mientras se enredaba los dedos en su pelo enmarañado.

Ahora era ella la que pedía guerra, lo empujó haciendo que cayera de espaldas en la cama y abalanzándose sobre él como una fiera de la sabana cogió su verga y se la colocó en la entrada de su sexo, haciéndola entrar en su interior. Luego, con rápidos movimientos de cadera lo llevó hasta la desesperación, haciéndolo estallar de placer mientras como una castigadora seguía machacando su maltrecho miembro a golpe de cadera.

— ¡Cristina! —dijo Daniel bajo ella mientras recuperaba el aliento.

— ¡Si mi amor! —dijo ella cariñosa.

— ¡Hoy has estado genial!

Cristina sonrió y se echó a su lado en la cama.

— Está bien papi, ¡ven con mamá! —dijo Cristina acurrucándose a su lado.

Sus labios se unieron en un largo beso, donde Cristina comió los de él con sus carnosos morritos, mientras él se deleitaba con acariciando su cuerpo desnudo.

— ¡Oh cariño qué rico! ¿Tú no me ayudarías a acabarme, no?

— ¡Claro que sí! Ya sabes que siempre estoy dispuesto a quedarme el tiempo que tú quieras —dijo Daniel.

— ¡Ay mi amor, perfecto entonces, méteme tus deditos mientras me chupas los pezones, ¿te parece mi amor?

— ¡Eso está hecho! —dijo Daniel prestándose a tan loable fin.

Echada en la cama, Cristina se acariciaba su botón secreto mientras Daniel cumplía con lo prometido. Sus labios degustaban de nuevo sus frutos maduros, mientras que sus dedos hacían las veces de amantes incansables.

Aunque a Cristina le costó coger el ritmo necesario, finalmente su orgasmo la sorprendió estremeciendo su pequeño cuerpo de arriba a abajo, provocándole espasmos de intenso placer. Tras terminar abrió sus ojos y vio a Daniel allí, mirándola un poco embobado. Se sonrieron y sus labios volvieron a unirse en calientes besos finales.

Satisfechos comenzaron a vestirse y de vez en cuando se miraban y se sonreían. Cuando hubieron terminado, salieron juntos de la habitación y se adentraron en el corto pasillo que los separaba de la zona de bar donde se recibía a los clientes. Antes de cruzar la última puerta, Cristina se volvió y le dio un último y húmedo beso de despedida.

— Volverás pronto cariño —le insinuó melosa colgada de su cuello.

— Ya sabes que sí, temprano siempre vuelvo a ti.

— ¡Mejor que sea más temprano! —protestó ella devolviéndole su blanca sonrisa que contrastaba con el tono oscuro de su piel.

Al acceder al local, se despidieron y Daniel se encaminó hacia la puerta de salida.

Fuera el frío arreciaba, nada más salir Daniel vio como su aliento se hacía visible en forma de humo blanco saliendo de su boca. El cielo helado se mostraba cristalino mientras andaba los escasos metros que le separaban de su viejo coche.

Mientras abría la puerta reparó en la negrura de aquel cielo estrellado. Hacia el este, se había empezado a tornar violeta, sin duda el Sol se aproximaba y en breve comenzaría a empujar a la noche a su temporal destierro, para dar paso a un nuevo día.

Daniel dedicó el Domingo Daniel a descansar, este fin de semana no vería a sus hijos, pues no le tocaba y necesitaba tiempo para sí mismo, para ver sus películas, leer sus libros, tal vez escribir un nuevo capítulo de su actual novela erótica. Ya se sabe, no sólo de pan vive el hombre y Daniel necesitaba un poco de todo, pues su mente siempre en movimiento estaba.

La semana siguiente pasó tan deprisa como de costumbre y luego llegó otro fin de semana, esta vez lo pasaría con sus hijos. Para variar se los llevó al pueblo para que viesen a los abuelos. Y tan fugazmente como pasó la semana, pasó el nuevo fin de semana y otra semana más. La vida es un frenesí, cuando se llega cierta edad, el tiempo parece que se acelera como si fuésemos en una nave espacial y esta estuviese siempre acelerando para llegar a su destino a años luz de distancia.

Otro fin de semana con “Soledad”, su inseparable amiga, Daniel salió a cenar. No le importó comer solo en el restaurante chino que solía frecuentar. Allí otras parejas cenaban, preparándose para salir después a tomar unas copas y quizás finalizar la velada buscando un sitio con más intimidad para entregarse al placer de la juventud.

¡Ah, juventud divino tesoro! Daniel ya no se sentía joven, si por juventud entendemos no haber pasado los cuarenta. Aunque dicen por ahí que la juventud en realidad es un estado mental, en cualquier caso no, Daniel ya no se sentía joven.

Él los observaba, escuchaba sus conversaciones y como un voyeur, disfrutaba regalándose la mirada con aquellas chicas tan guapas y arregladas que olían a gloria: ¡A juventud!

A veces una le pasaba al lado para ir o volver del buffet libre. Entonces la brisa que desataba le permitía deleitarse con su colonia, se imaginaba cómo sería esta desnuda, ¡ese cuerpo joven, esas carnes ansiosas de contacto humano! Tal vez tendría que empezar a pensar seriamente si no se estaba convirtiendo en un viejo verde.

La experiencia, como suele decirse, es un grado. Y Daniel sabía que nada es para siempre y esos excitantes lances iniciales en aquellas parejas jóvenes durarían unos meses, quizás unos años, luego llegaría la monotonía, tal vez el tedio y con él la separación. O la cosa podía acabar peor, llegando a casarse para tener hijos y darse cuenta después de que quizás querían otra cosa para sus vidas.

 

Aquella misma noche a cientos de kilómetros de distancia…

 Melany bebía en una fiesta privada junto a un amigo de las pasarelas. Se conocían de haberse visto en Barcelona, Madrid y Milán. El chico le parecía muy mono, así que estaban tonteando en una esquina mientras la música y el murmullo de muchas conversaciones se entremezclaban.

Como el ambiente no era el más propicio para hablar, acabaron saliendo del apartamento donde un amigo común daba la fiesta y terminaron dando un paseo por la manzana anexa.

A esas horas las calles estaban desiertas. Solo vieron pasar a un empleado de la limpieza, que perezosamente empujaba su carrito con los aperos para barrer las calles y un poco más adelante, un camión con un operario a pie se dedicaba a regar las calles para limpiarlas. La ciudad dormía y sólo algunas personas, por trabajo o placer, le daban vida a las solitarias calles.

El chico no paraba de charlar y hacerla reír, aunque realmente todo lo que decía eran tonterías y chistes fáciles.

Él se sentó en un banco y cuando Melany fue a hacerlo, el chico la cogió por la cintura y la sentó sobre sus piernas. Ella sonrió tras la sorpresa inicial y comprendió que estaba sentada encima de su erección. Esta ocurrencia del chico la excitó, pues sintió su conchita tan cerca del miembro erecto del hombre, que dicha proximidad la hizo imaginarse sin ropa y en íntimo contacto en aquella misma posición con él.

Para colmo aquel chico descarado, osó recorrer el espació que separaba sus rodillas desnudas de la intimidad de sus braguitas y con sus manos profanó aquel lugar tan tremendamente cálido e íntimo.

Para ella este lance fue en exceso turbador, sintió la emoción del contacto de su mano con su sexo, ésta le secó la boca ante la expectativa, su deseo se desató en su interior, salió del cofre donde lo guardaba con llave de plata, para recorrer cada centímetro de su suave piel.

Cerró sus piernas en acto reflejo y así cortó el acceso fácil a su delicada intimidad, esto hizo que el chico sacara su mano de ahí y tomase su barbilla, haciendo girar su cara hacia él, buscando su boca para robarle un primer beso.

Melany lo degustó y se entregó a una serie de largos y húmedos besos, mientras sentía que por dentro el ansia y la excitación la consumían, pero debía contenerse, dejar que fuese él quien se aventurase en la exploración de su cuerpo, pues así era como le gustaba a ella.

Aquel chico travieso tuvo la osadía de separar de nuevo sus muslos con cierta brusquedad y acceder por segunda vez a su más tierna intimidad, arropada por su abrigo, escondida bajo la noche.

Sus dedos se detuvieron sobre la blanca tela de algodón que envolvía su joya, la abrió, como el envoltorio de un bombón y la acarició haciendo que sus hábiles dedos se deslizaran sobre su cálido y lubricado interior, provocándole un hondo suspiro, tal vez un leve gemido, ahogado para no parecer una desvergonzada.

No contento con eso, el travieso chico lanzó su otra mano bajo su abrigo y su blusa,  llegando hasta su pequeños pechos libres de sujeción, acariciando las suaves montañas que estos formaban, coronadas por unos pezones finos y afilados, que sus dedos se encargaron de pellizcar y acariciar suavemente, mientras sus labios le robaban otra serie de besos, dándole a probar su dulce saliva.

Aquello era ya demasiado Melany sentía que iba a estallar, sintió tal excitación que se corrió secretamente en estos lances preliminares sin que el chico lo notase, así que despuse zafó de su abrazo y se sentó a su lado en el banco.

Hacía frío, pero en aquel banco la temperatura parecía tropical entre aquellos dos amantes recién estrenados.

Aquel chico, que no se detenía ante nada, se bajó la cremallera de su vaquero y tras desabrochar su botón, extrajo su miembro palpitante al frío de la noche y tomando la mano de ella hizo que se lo agarrase. Melany sintió todo el poderío de aquella arma secreta, la sintió palpitar bajo su mano.

— ¿Me la chupas? —le susurró en sus oídos enredándose con su pelo.

Pero Melany no estaba dispuesta a hacer tal cosa, en plena calle, así que soltó su virilidad y girándose lo besó y hasta le mordió los labios.

— Busquemos algún sitio más apropiado —le susurró ella que aún deseaba probar su falo.

— Ok nena —contestó él guardando su miembro apretadamente bajo su vaquero.

Emprendieron de nuevo su paseo, pero esta vez de regreso a la fiesta, pensando en colarse en alguna habitación para gozar de su pasión contenida. Esta vez el paseo fue más sensual, pues sus manos volaban por sus cuerpos posándose traviesamente donde menos se lo esperaba el otro. El chico le agarraba su trasero, le robaba besos y le acariciaba sus pechos, mientras ella igualmente agarraba su trasero y palpaba su tremenda excitación apretada bajo su pantalón.

Llegaron al rellano de la entrada, allí la temperatura era mucho más agradable, así que se enzarzaron en un mar de besos y abrazos, sintiendo que volver a la fiesta no era lo más indicado. Por lo que se ocultaron en la escalera y allí, en la penumbra, el chico le metió la mano por su minifalda y empuñando su tanguita tiró de él con tal brusquedad que hizo saltar sus finas costuras.

Esto sorprendió a Melany aunque aquella muestra de cierta brutalidad la excitó y se dejó llevar por la ardiente situación. Tras quedarse sin bragas, el chico descubrió su trasero desnudo y lo mordió sensualmente mientras sus manos recorrían cada centímetro cuadrado de sus muslos y sus dedos traviesos acariciaban su intimidad allí abajo.

Sentía su lengua recorriéndole la piel, su caliente lengua que llegó hasta a introducirse entre sus glúteos y bajar hasta donde ella nunca hubiese pensado que bajaría. Sintió como éste le comía el culo y esto la excitó tanto que deseó que la poseyera en ese mismo momento. Con brusquedad la giró y la sentó sobre un escalón, allí sus nalgas reposaron sobre su largo abrigo de cachemir.

Con su sexo al aire aquel travieso chico se zambulló en él. Su lengua lo recorrió en todas direcciones recogiendo cuantos jugos manaban de su joya. Melany se sintió desfallecer allí mismo, en aquella oscura escalera mientras aquel chico se afanaba en agradarla, regalándole oleadas de placer.

Pero el macho dominante no estaba dispuesto a que esto quedase ahí, de modo que incorporándose extrajo su verga y se la acercó a la boca. Esta vez no hubo preguntas, esta vez no le pidió permiso, esta vez la condujo directamente a sus labios.

Melany no pudo rechazarlo, aunque le daba algo de asco hacerlo sin que él se lavara la mano del varón puesta en su nuca la obligó y su boca se abrió para que aquel trozo de carne palpitante y caliente entrase.

Su sabor fue amargo al principio, Melany trato de contener las arcadas, pero después éste desapareció y la sensación de tener su verga en su boca la hizo olvidarse de él. La excitación que le produjo el hecho de que aquel cabrón la había forzase un poco a hacer algo que ella no quería en principio, incrementó su excitación y saboreó su miembro tremendamente excitada.

Aunque le mantenía la mano en su nuca, ya no la forzaba como al principio. Melany recorrió aquella barra carnosa con su boca y aprendió a disfrutar de su sabor, de su textura y de su brío. Cuando ya estaba acostumbrada a ella, el chico la liberó, extrayéndola de sus dulces labios.

La levantó y colocándola en el escalón superior, le tomó una pierna y acercando su pelvis la colocó justo delante de su joya, acercó su miembro y frotó su glande con sus pequeños labios vaginales. La excitación se disparó, pero entonces ella reparó en que aquel desconocido ni siquiera se planteaba el ponerse un condón, así que se lo recriminó y éste, de mala gana, buscó su cartera y sacó uno. Aunque en la penumbra, Melany no pudo verlo, por sus movimientos intuyó que se lo había enfundado, ahora vendría el coito y Melany lo deseó.

La pasión volvió cuando se abrazaron, cautelosa Melany volvió a palpar su miembro antes de que este la tomara para asegurarse de que se había protegido. Sin más demora le dejó entrar y éste la llenó toda. Y ella, respirando aceleradamente, acusó el esfuerzo de sentir cómo su joya tenía que dilatar a marchas forzadas para dejar entrar al intruso.

El coito de frente les permitía seguir comiéndose la boca y al chico besar sus pechos con su blusa desabrochada. Melany levantó sus piernas y cruzándolas en la cintura del otro, se sostuvo cogida por éste con la espalda apoyada en la pared, sin duda aquella era una deliciosa experiencia tras largos meses de abstemia sexual. Aunque aquel chico seguía mostrándose brusco y sus movimientos empezaron a ser demasiado intensos para Melany, lo que comenzó a no gustarle, por lo que le lo detuvo y se bajó.

Ahora el chico le pidió que se girase y ella, apoyada en los escalones superiores le ofreció su trasero, para que él entrara desde atrás. No tardó en volver a sentir su presión mientras la agarraba fuertemente por la cintura y la penetraba hasta las entrañas.

El chico empezó a empujarla tan fuerte que aquel maravilloso placer empezó a desvanecerse por el daño que le hacía. Ella protestó pero éste pareció no escucharla y siguió embistiéndola como una bestia, la fuerza de aquel chico era tal que no le permitía zafarse de su abrazo y mientras la zarandeaba adelante y atrás, ella se apoyaba en los escalones superiores con ambas manos, por lo que si se soltaba de una, corría el riesgo de estrellar su cara contra el suelo. Así que lo único que pudo hacer fue esperar a que se corriera.

Ya no hubo más placer para ella, le dolían sus penetraciones, le dolían sus caderas por cómo se las agarraba con las manos y sólo deseo que todo terminase pronto. Pero el tiempo pasa despacio en los peores momentos, así que aquellos segundos se le hicieron eternos.

Finalmente aquel chico estalló y resoplando como un asno soltó su carga en el interior de la desconsolada Melany. Hasta aquel momento había sido todo tan idílico que ella no podía creer el giro que habían dado los acontecimientos.

En cuanto este bajó la guardia ella se zafó de sus manos y girándose le dio una bofetada con todas sus fuerzas. Él alto varón, al no esperar aquella reacción de fiera acorralada, cayó de espaldas y chocó contra la pared. Momento en que Melany saltó por la escalera, aún a riesgo de doblarse los tobillos con sus altos zapatos de tacón y emprendió la huida lo más a prisa que pudo.

Accedió a la calle y rompió a llorar, mientras no paraba de andar y de correr a trompicones. A punto estuvo de darse de bruces contra el suelo en un par de ocasiones, pero finalmente salvó la caída y siguió adelante.

Durante el paseo, recordó haber visto una parada de taxis por allí cerca, pero ahora, con los ojos cegados por las lágrimas y el maquillaje, todas las calles le parecían iguales. Por suerte había comenzado a andar en la dirección correcta y tras alcanzar una esquina divisó un piloto verde de un taxi en la oscuridad de la acera.

Corrió hacia éste y se montó a la velocidad del rayo. El taxista, sorprendido por su rápida entrada, la vio en un estado de agitación tal, que no pudo evitar interesarse por ella.

— ¿Le ocurre algo señorita?

— No nada, lléveme al Hotel Inglaterra, ¡por favor rápido! —le dijo Melany entre sollozos.

Aquel hombre emprendió la marcha y respetó sus ganas de silencio. En poco tiempo estuvieron en la puerta del hotel y cuando ella fue a pagar se le cayó el mundo encima, ¡pues su bolso de mano no estaba! Recordó haberlo dejado en la escalera, donde se había liado con aquel cabrón y con la apresurada salida no se acordó de recogerlo de los escalones donde lo había dejado.

Rompió de nuevo a llorar y el taxista no supo qué decirle más que volver a interesarse por ella. Entonces Melany se lo explicó lo mejor que pudo, obviamente omitió los escabrosos detalles de la escalera y le dijo que se lo había dejado olvidado en la fiesta de donde venía.

— No se apene señorita, que sólo hay una cosa en esta vida que no tiene solución —le dijo el taxista entonando la voz como si le estuviese contando una historia en torno a la hoguera—. Este hotel trabaja con mi compañía, si es tan amable de darme su nombre y número de habitación, ahora llamaré a recepción e informaré de la carrera para que se lo carguen en cuenta —le dijo el amable taxista ofreciéndole un paquete de pañuelos de papel que llevaba en la guantera.

— ¡Gracias, es usted muy amable! —respondió Melany sonándose los mocos de una forma tan natural como poco glamurosa—. ¿Y cuál es esa cosa que no tiene solución según usted? —le preguntó tras reponerse.

— ¡La muerte señorita! Tras la muerte no sabemos si habrá algo o no, ante eso solo podemos tener fe, pero tras eso ya no hay solución.

Melany se sintió conmovida por aquellas palabras sencillas de la sabiduría popular, que suele ser la mejor y se sintió reconfortada por sus palabras de ánimo.

— ¡Usted es joven y guapa señorita! Aún le queda mucho por vivir, suba y acuéstese que mañana vendrá un nuevo día y quien sabe lo que traerá —añadió cuando Melany, aún compungida, abrió la puerta para salir.

Melany se encaminó a la recepción del hotel, donde explicó que había perdido el bolso y la amable recepcionista le preparó una nueva llave para su habitación.

Nada más entrar se desnudó y se metió entre las sábanas, donde de nuevo un llanto incontenible acudió a ella. Siguió llorando suavemente por largo rato sin saber muy bien por qué, sintió resbalar las lágrimas por sus mejillas, claras y cristalinas hasta que éstas terminaron por empapar la almohada, se giró y entre sollozos se fue apagando lentamente hasta quedarse profundamente dormida.

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Un saludo y gracias por leer, compartir y/o valorar!!!

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