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Soy Puta (8)

en Grandes Series

8

Al día siguiente Lucía repitió la rutina de la mañana anterior, se levantó tarde, desayunó y salió a hacer deporte.

Se sentía bien, su cuerpo le respondía. Las amas de casa que volvían de las compras de la mañana, se giraban al verla pasar con su grácil forma de correr, como una gacela en la estepa y éstas reaccionaban con gestos de desaprobación, tal vez celosas de su insultante juventud, tal vez con la añoranza de cuando ellas lo fueron.

Hoy decidió no acosar a Fran, tampoco era plan de estar todos los días encima del muchacho y lo dejó descansar. Así que salió a comer fuera y pasó la tarde paseando a las afueras de la ciudad, en un parque que habían inaugurado recientemente. Se llevó su ebook y se sentó a leer en un banco, mientras veía a la gente caminar, oía el canto de los pájaros y palomas de los árboles cercanos y el agua salir a borbotones de las piedras de un estanque cercano, donde los patos montaban guardia en su reino, el reino del estanque.

Por la noche decidió invitar a su vecina a cenar, así que como no era precisamente mañosa con la cocina, decidió llevársela preparada de un restaurante de comida casera donde también repartían a domicilio. Se presentó en la puerta de su vecina, la saludó dándole sendos besos a ella y a Fran, que salió a recibirla raudo y veloz nada más oírla hablar con su madre, mostrándole la mejor de sus sonrisas.

Estuvieron en su piso, Marisa la felicitó por la exquisita decoración a estilo moderno con detalles orientales en las cortinas y en los cuadros.

Tras la cena estuvieron conversando mientras Fran veía la tele. Lucía le ofreció un licor y Marisa se lo agradeció, ella se sirvió otro y se sentaron en el sofá para mantener una agradable charla.

— Verás Lucía, es que me gustaría contarte algo... —comenzó a decir.

— Pues tú dirás Marisa —respondió Lucía invitándola a seguir.

—  ¿Recuerdas nuestra conversación del otro día? —preguntó.

— ¿A qué te refieres?

Entonces Marisa le relató lo sucedido…

El otro día estaba yo planchando y lo vi venir. Venía muy sonriente y cariñoso, hasta me dio un beso. Yo también lo besé, claro, en ese momento no sospeche nada. Así que seguí con la plancha, como acababa de ducharme llevaba puesto mi albornoz y aún no me había vestido y seguramente él se fijó en mi escote generoso, con el albornoz a medio abrochar. Y sin yo saberlo, veo que en un momento dado, me abraza por atrás y me pega su cintura a mi culo y me tira del albornoz abriéndolo por delante.

Entonces yo me giré y lo vi con el pantalón bajado y el miembro en erección y me quedé tan pasmada que ni me di cuenta que mi albornoz estaba abierto y él también podía verme desnuda, de inmediato lo cerré y cuando me di cuenta él se me acercó y me abrazó de nuevo, esta vez por delante, y hasta me besó en el cuello y siguió achuchándose contra mí con el pantalón bajado.

Yo me asusté un poco, porque él es tan grande que no podía quitármelo de encima así que, le empujé lo más fuerte que pude y le di una bofetada.

Eso lo detuvo, le di tan fuerte que le debió doler y terminó echándose a llorar, así que me acerqué a él y le subí los calzoncillos y el pantalón, luego me senté junto a él en la cama y lo consolé. Entonces me arrepentí de haberle pegado, pero gracias a eso sus instintos se aplacaron y no volvió a intentar meterme mano.

—  Pues vaya Marisa, no sé qué decirte, si quieres le masturbo de vez en cuando, como quedamos el otro día.

— Pues si, hija, algo tenemos que intentar. ¡ Es que ya no sé qué hacer, lo noto tan inquieto últimamente! No sé si ir llevarlo al médico —afirmó desconsolada.

— No le va a hacer anda mujer, a mi no me importa hacerlo, ¡lo digo en serio!

— ¡Oh, qué buena eres Lucía! —dijo Marisa y tomó otro sorbo de su licor—. Oye, está bueno este licor, pero se me está subiendo a la cabeza —sonrió Marisa.

— ¿Te gusta? ¡Es Fray Angélico, mi preferido!

Siguieron conversando distendidamente y Lucía aprovechó para conocerla mejor.

— Bueno Marisa, nunca te he preguntado por tu vida anterior a conocerte y la verdad es que tú tampoco me has hablado mucho de eso. Si no quieres hablar, lo entiendo, pero siento curiosidad por saber por qué estás sola.

Le preguntó Lucía, pues ciertamente esto le intrigaba.

— ¡Oh hija, si es cierto, no hablo mucho de mi! En fin, no hay mucho que contar, estuve casada y luego tuvimos a Francisco, con su enfermedad nos vinimos abajo y mi marido, tal vez a causa de las preocupaciones de su enfermedad, tuvo un accidente de tráfico y murió.

— ¡Oh qué triste, ahora entiendo que no quisieras hablar de estas cosas!

—  No te preocupes eso pasó ya hace diez años... si diez años —asintió Marisa—. Ya lo tengo superado, luego vino mi madre a vivir con nosotros y hace unos seis meses nos dejó también. La pobre apenas sufrió, una mañana al ir a despertarla ya no respiraba. Según me dijeron los médicos se fue mientras dormía, ya que tenía el corazón tocado y dejó de latir.

—  Supongo que esa es una buena forma de morir —dijo Lucía pensando en voz alta.

— Supongo que si, estaba ya muy mayor la pobre, es lo mejor que le pudo suceder, pasar al otro lado sin sufrimientos finales.

— ¿Y nunca has pensado en rehacer tu vida? —preguntó Lucía con interés.

— ¡Oh bueno! Pues la verdad es que alguna vez sí que lo piensas, pero los años van pasando y te acostumbras a vivir sin un marido. De todas formas cuando vivía con mi madre y con Fran estaba acompañada, no tenía necesidad de alguien más. Aunque bueno por otro lado a veces echo de menos tener un marido, un poco para todo en la vida, pero una no es de piedra, y también echa de menos tener un hombre que le caliente la cama —confesó.

— ¡Oh si claro! Te entiendo perfectamente— asintió Lucía.

— Tú en ese aspecto no debes tener problemas, ¿no? Con ese tipín que luces, ya me gustaría a mi haber conservado mi figura a tu edad. Es la mejor edad de la vida, un cuerpo bonito, pocas preocupaciones y muchas ganas de fiesta.

— Es una edad muy bonita, yo la estoy disfrutando mucho la verdad —afirmó Lucía con satisfacción.

— ¡Di que si niña, tú disfruta mucho y folla mucho también! —dijo Marisa soltando una carcajada y provocando otra en Lucía.

En ese momento Fran se volvió hacia ellas sin comprender, sonrió y siguió mirando la tele.

— Fran parece que está ya cansado, será mejor que lo acostemos.

— Oye, si quieres te acompaño para costarlo y lo relajo un poco —le insinuó Lucía.

— ¿Te apetece?

— La verdad es que si, el licor seme ha subido a la cabeza y bueno, yo tampoco soy de piedra, ¿sabes?

— ¡Oh, pues bueno si quieres! ¿Lo hacemos ahora?

— ¡Vale, voy por él!

Lucía llamó a Fran y le invitó a sentarse en el sofá entre ella y su madre. Él aceptó sin comprender muy bien para qué.

— Bueno Fran, me dice tu madre que últimamente eres un poco travieso y le enseñas tu pajarito, ¿es cierto?

— ¡Oh bueno, yo no quería! —dijo Fran poniéndose algo nervioso.

— ¡No, no pasa nada cariño! Por eso hoy voy a jugar contigo delante de tu madre, para que duermas bien, ¿vale?

El joven sonrió y asintió con la cabeza. Entonces Lucía, ante una curiosa mirada de Marisa, desabrochó el cinturón y el pantalón a su hijo, luego bajó su bragueta y como en un baile lento introdujo su mano buscando su polla en el calzoncillo.

— ¡Oh si, ya la siento crecer! —exclamó Lucía antes de extraerla de su pantalón.

Ante la atenta mirada de Marisa, Lucía le masturbó y terminó de ponérsela dura.

— ¡Oh, mira qué bonita polla tiene tu hijo! —dijo Lucía.

— ¡Hay que ver niña, qué vergüenza! —exclamó su madre sonrojándose.

— ¡Vamos mujer, si es todo un machote! Vamos a masturbarle un poco.

Fran se dejó masturbar bajo la atenta mirada de su madre, el chico las miraba a ambas alternativamente y se sonreía.

— ¡Parece que le está gustando! —dijo Marisa para romperá un incómodo silencio abierto entre los tres.

— ¡Oh si, ya lo creo! ¡A todos los hombres les encantan mis caricias!

Entonces Lucía aceleró y provocó la eyaculación de Fran, que se corrió a borbotones mientras ambas mujeres sorprendidas trataban de alcanzar servilletas para tapar él ímpetu con que su eyaculación salía.

Finalmente rieron divertidas mientras lo limpiaban, aunque sin duda el más feliz fue Fran. Marisa le subió el pantalón y una vez de pié los tres, se despidieron.

— Bueno chica, pues me voy a bajar, que mañana tengo que madrugar para ir al trabajo y levantar a Fran para que vaya al suyo.

— ¡Ok Marisa! Me ha gustado mucho la velada con vosotros —dijo Lucía algo borracha.

— A nosotros también, ¿verdad Fran?

Lucía les acompañó a la puerta.

— Hacía tiempo que necesitaba una amiga con quien hablar y apareciste tú —confesó Marisa antes de despedirse.

— ¡Gracias Marisa! —exclamó Lucía fundiéndose con ella en un fraternal abrazo y luego abrazando también a un agradecido y somnoliento Fran.

Tras darles las buenas noches, cerró la puerta y volvió al salón y terminó el resto de su copa. Pensativa, permaneció en él, en silencio, bajo la luz mortecina de la lámpara atenuada por el regulador al mínimo.

Esta familia le gustaba cada vez, más, quien sabe a lo mejor buscaba el hermano que nunca tubo o la madre comprensiva con la que se podía hablar y que siempre quiso tener.

Lamentablemente con la suya no se entendía bien, ésta casi siempre más ocupada pensando en ir al salón de belleza que de su hija. Y su padre, cirujano de profesión y renombre, también estaba más volcado en su trabajo que en su hija, por eso tal vez Lucía les dejó, por eso tal vez acabó metida a puta.

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