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Caluroso Verano (3)

en Amor filial

Capítulo 3

A la mañana siguiente me sorprendió que mi vecina tocase al timbre insistentemente. ¡Enseguida pensé que se tenía que marchar y me dejaría al cuidado de Luisa de nuevo! Tras la tarde anterior yo estaba encendido, ya había perdido mi virginidad y Luisa también la suya, y creo que a los dos nos gustó. Sin embargo, yo no podía esperar lo que iba a pasar a continuación.

Nada más abrir la puerta la empujó y entró como una furia en mi casa. Venía sola y nada más entrar cerró tras ella y sin más me preguntó qué le había hecho a su hija.

— ¿Yo nada? —dije temeroso de que algo malo pasaba.

— ¿Cómo que nada? ¡Tú sabes bien lo que le hiciste ayer, ¡sin vergüenza! ¡hijo de puta! ¡Se lo diré a tu madre o yo misma te daré ahora una paliza! —me espetó empujándome con ambas manos, haciéndome chocar por sorpresa contra la pared del pasillo a mi espalda.

En ese momento quedé estupefacto y no supe qué hacer ni qué decir, mientras entre empujones me llevaba hasta el salón. Me vi perdido la verdad y cuando me arreó la bofetada me caí al suelo pero por el miedo que tenía en el cuerpo más que nada.

Allí siguió insultándome mientras comencé a llorar desconsoladamente sin saber dónde meterme. Creo que me eché al suelo y me puse en posición fetal temiendo lo peor. Luego se fue y yo me quedé allí tirado en el suelo. La oí alejarse y cerrar la puerta sin mucho escándalo, tal vez para no alertar a otros vecinos del bloque.

A partir de ahí no sé bien cuanto tiempo pasó, pero seguí allí tumbado en el suelo el tiempo suficiente para sentir cómo el frío me calaba los huesos a pesar de que era verano.

Aquél día fue muy triste, uno de los peores momentos de mi vida, había cruzado la línea roja y éste era mi merecido, o bueno, el principio del mismo —pensé.

Al final me recompuse y me asusté aún más, no quería ver a mi madre y que volviese la vecina a contarle lo que había hecho, no quería estar presente. Así que opté por irme de mi casa. Cogí la cartera y salí corriendo, no paré de correr hasta que el dolor en el riñón se hizo insoportable y casi vomité.

Hacía calor, estaba ya próxima la hora del medio día, así que me fui a un parque de mi ciudad, compré una botella de agua en un kiosco y me la bebí de un tirón a pesar de lo fría que estaba. Luego busqué un sitio donde resguardarme del intenso calor y me tumbé en unas sombras sobre el césped. Una vez allí continué llorando.

Recuerdo que ese día pasó muy despacio, llegó la tarde, el sol fue bajando inexorablemente mientras yo seguía bajo aquellos árboles, luego llegó la noche, se hizo tarde y no quería volver a casa, ¡no podía hacerlo!

¿Con qué cara le diría a mi madre lo que había hecho? Me sentí fatal. Odié mis hormonas y me odié a mi mismo por sucumbir al deseo salvaje de sexo sin pensar en las repercusiones y seguí llorando hasta que me quedé dormido…

La brisa de la mañana me despertó, ¡ya eran las seis! Y el alba abría paso al nuevo día que se presentaba. Entonces me acordé de mi pobre madre, aunque me odiase al enterarse de lo que había hecho, también estoy seguro de que estaría preocupada por mí así que decidí volver.

Cuando entré en casa mi madre acudió a mi encuentro, ¡había pasado toda la noche en vela por mi culpa! Yo me eché a llorar de nuevo, le dije que lo sentía. Ella me abrazó fuerte y lloró conmigo

— Pero hijo, ¿dónde has estado, qué te ha pasado y sobre todo por qué no me has avisado?

Me quedé petrificado. ¡Aparentemente no sabía nada! Pero, ¿cómo era posible?

— Lo siento, debí haberte llamado pero no lo hice, lo siento mucho mamá —le dije entre sollozos—. En este momento no puedo explicártelo, estoy muy cansado —añadí.

En ese momento ella oyó cómo me rugían las tripas, pues no había comido nada desde la mañana anterior, me llevó a la cocina para prepararme algo rápido que de comer.

Ambos tomamos un vaso de leche con cacao y unos bollos, ella tampoco había cenado con el desasosiego que le provocó el no encontrarme en todo el día.

Apenas intercambiamos palabras en esos momentos, pero creo que de algún modo ambos nos relajamos, ella porque yo había vuelto y estaba aparentemente bien y yo porque ella aún no sabía nada de lo ocurrido.

— Bueno Ismael, cuando te sientas con fuerzas quiero que me cuentes lo que ha pasado, hayas hecho lo que hayas hecho, soy tu madre y creo que puedes confiar en mi, ¿de acuerdo? —me dijo rompiendo el silencio.

Yo asentí como respuesta pero no fui capaz de articular palabra.

Ese día me lo pasé durmiendo, encerrado en mi cuarto. Mi madre no fue a trabajar tampoco, pues también estaba muy cansada. Ya era por la tarde cuando me levanté y la vi reposando en el salón mientras veía la tele.

Al verme se alegró y me sonrió.

— ¿Tienes hambre? ¿Preparo algo para comer juntos? —me preguntó solícita.

Yo asentí como respuesta así que ella se levantó y me pidió que pusiera la mesa mientras preparaba unos bocadillos.

Durante la cena también estuve tenso, no quería hablar, no podía decirle lo que había hecho, ella no me preguntó, intentó hablar de otras cosas para relajarme.

Pasaron unos días, no recuerdo exactamente cuántos, pues yo no salía de casa para nada. Me pasaba las horas jugando a la consola o tumbado en mi cama, sólo mirando a algún punto indeterminado del blanco techo.

Me puse especialmente nervioso un par de veces que tocaron al timbre y fue la vecina quien le habló a mi madre preguntándole por mí. Recuerdo que ella me lo decía después pero yo le dije que no quería saber nada de ellas. Cosa que le extrañó, pero como siempre supo respetar mi silencio.

Una mañana el timbre sonó, yo hice caso omiso pero al poco volvió a sonar, sólo un toque suave, que también ignoré pero la tercera vez ya me impacienté y sigilosamente me acerqué a la puerta.

— ¡Hola Ismael somos nosotras, por favor ábrenos y hablemos —me susurró Elisa al otro lado de la puerta, supongo que intuyó que yo estaba escuchando.

Lo pensé mucho, pero finalmente algo dentro de mí me dijo que abriese y lo hice, tenía que dar fin aquella historia y decidí plantarles cara.

— ¡Hola Ismael, mira quien he traído para verte! —me dijo nada más abrir.

Yo estaba petrificado y no supe qué decir, su hija nada más verme saltó a mis brazos y me saludó dándome muchos besos y no me soltó. La madre sonrió y mirándola yo no supe qué decir.

— Oye, vamos dentro que no quiero que nos oigan las viejas detrás de las puertas —me dijo la madre invitándose a pasar a mi piso.

Sin decir nada fue hasta el salón mientras yo cargaba con Luisa que se negaba a soltarme. Se sentó como si fuese su propia casa y me invitó a hacerlo a su lado dando unos suaves golpecitos en el sofá, así que acabé entre ambas mujeres.

— Oye Ismael, al final no le dije nada a tu madre, vino a verme por si yo sabía dónde estabas ya era de noche, se la notaba muy preocupada y no supe qué decirle, así que me callé —me explicó—. Luego me preocupé pensando que por mi culpa hubieses huido de casa pero ya no me atreví a contarle nada. Luego me enteré que volviste por la mañana y vine para ver como estabas pero tu madre me dijo que no te encontrabas bien así que decidí esperar a que te mejorases.

Yo asistía atónito a toda aquella charla, mientras Luisa no paraba de besarme y abrazarme muy cariñosamente.

— Verás, antes de nada quiero disculparme por haberte pegado, no debí hacerlo, pero es que me puse muy nerviosa al saber lo que habíais hecho mi hija y tú. Luego  recapacité y la verdad empecé a pensar de otra manera…

Seguí sin decir nada, quería saber y no tenía tampoco preguntas que hacerle en esos momentos, admito que estaba resentido con ella.

— Lo cierto es que Luisa ha estado todos estos días preguntándome por ti y cuando veía que no venías a vernos lloraba y se enfadaba. Eso me ha hecho pensar en lo mucho que te echaba de menos y bueno, en lo mucho que te quiere, ¿sabes? ¡Nunca la había visto así con nadie!

Seguí sin decir nada, mientras Luisa me acariciaba la cara y me pedía jugar a la consola.

— En estos días me he dado cuenta de que ella es ya una mujer y como tal supongo que con sus deseos como cualquier chica. Sea lo que sea que hiciste con ella le gustó y eso es algo muy difícil de admitir para una madre tan protectora como yo, ¡créeme! También ha sido muy duro para mí en estos días, pensar que ella a lo mejor nunca llega a estar con un hombre que la quiera y eso me ha hecho recapacitar también.

Estaba cada vez más asombrado, yo sobre todo no sabía a dónde nos conduciría aquella conversación.

— ¿No dices nada Ismael? Supongo que estás muy enfadado conmigo, después de todo yo fui la culpable que te hizo pasar una noche por ahí fuera.

— Bueno Elisa —dije rompiendo mi silencio—, quiero que sepas que estoy arrepentido de lo que hice, muy arrepentido, me aproveché de la inocencia de Luisa y lo entiendo y entenderé que no quieras que la vea más.

— ¡Oh no Ismael, no has entendido nada! Es justo lo contrario, ¡quiero que os sigáis viendo! —me dijo mientras me cogía la mano derecha, ya que Luisa no me soltaba de la izquierda.

En esos momentos mi cara debía ser todo un poema, con la madre a un lado y la hija al otro, sin duda como en una escena de telenovela, pero a veces la vida es así, como dicen por ahí, supera a la ficción.

— A Luisa le gustó lo que hicisteis. Eso es algo que he descubierto en estos días con ciertos de talles, que bueno, me avergüenza un poco confesarte —me dijo para mi asombro.

— ¡Oh bueno, yo siempre he tratado de ser cariñoso con ella, en todo momento! —me apresuré a advertirle.

— Tranquilo es lo que pienso —asintió—. ¿Y le gustó lo que le hiciste? —me preguntó tal vez curiosa.

— Bueno sí, yo creo que sí —admití con cierto temor.

— ¿La penetraste? —recalcó.

Admití con la cabeza a modo de respuesta.

— Tienes que comprender que me preocupa que le hagas daño, tanto físico como moral. ¿Era tu primera vez? —añadió, a lo que yo asentí de nuevo.

Elisa mantenía sus manos cogiendo la mía y Luisa seguía acariciándome el pelo, cogiéndome por la otra mano.

— Voy a ser clara Ismael, no quiero asustarte, quiero que te tranquilices. Me parece muy bonito que ambos hayáis compartido vuestra pérdida de la virginidad. Mi intención es que sigas viendo a Luisa, y bueno... que hagáis lo que os plazca, pero siempre dentro de unos límites —me advirtió.

— ¡Oh sí claro Elisa! —me apresuré a contestar sin saber muy bien a qué se refería.

— Me refiero a que no te corras dentro, ¿me entiendes? Me di cuenta de que habíais hecho algo porque le vi las braguitas manchadas de sangre y me alarmé pensando que podías dejarla embarazada.

Me volví a quedar sin palabras, no sabía por dónde seguir.

— Lo único que te voy a pedir Ismael, es que si lo volvéis a hacer, te pongas esto.

Elisa sacó de su bolso una caja de condones y me la dio.

— ¡Condones! —exclamé un poco asombrado.

— Claro Ismael, ¿sabes usarlos? Te lo voy a explicar para asegurarme que lo haces bien, ¿vale?

Atónito asistí a una clase de educación sexual donde su madre me explicó cómo se ponía el condón en mis propios dedos. La verdad es que no podía creerlo, ya estaba más tranquilo y lo cierto es que comencé a excitarme y creo que ella notó mi erección.

— ¿Te has excitado? —me preguntó directamente.

— Bueno sí, un poco la verdad.

— ¿Te apetece hacerlo ahora? —insistió.

— Pues... es que me da mucha vergüenza Elisa, ¡compréndelo!

— Pues vamos, qué mejor clase sexual que ver cómo te desenvuelves con mi hija, ¿no te importa verdad?

— ¿Lo dices en serio? —pregunté incrédulo.

— ¡Claro, anda levántate y ponte otro toma! —me dijo.

Bastante cortado no se cómo, pero obedecí, me bajé los pantalones cortos y los calzoncillos y los dejé en el suelo y ante la madre tomé el condón, pero con los nervios se me calló y cuando fui a cogerlo me encontré con la cabeza de Elisa y nos dimos un buen coscorrón.

— ¡Vale, no importa cariño, yo también estoy nerviosa! —rió Elisa rascándose el coscorrón—. Anda te ayudaré.

Elisa tomó mi polla y yo sin creerlo la miré desde arriba. La masturbó suavemente y me descubrió el glande.

— ¡Um, sí que estas excitado! —gimió.

No supe qué decir así que hice bien en callar. Entonces me puso el condón en la punta y lo deslizó hasta la base.

Mientras tanto la hija nos miraba atentamente. Así que cuando la madre se volvió hacia ella, de la forma más natural del mundo la desnudó y ambos quedamos en bolas en el salón.

— No sé cómo, pero terminamos con Luisa tumbada en el sofá y yo intentando metérsela encima de ella.

— ¡Vamos, no te pongas nervioso ahora, paséala un poco por su rajita y la introduces despacio! —me animó la madre.

Así que obedecí y levantándole los muslos la introduje ante los atónitos ojos de Elisa.

— Supongo que te costó meterla al principio, porque a nosotras nos duele un poco la primera vez —me confesó ella.

— Lo cierto es que al intentarlo se quejó y me asusté, pensé en dejarlo pero luego lo intenté un poco más tarde y pude hacerlo, aunque me daba miedo hacerle daño —le confesé— y sólo le metía la punta.

— Vamos ahora ya no tienes nada que temer, ya no le dolerá, métesela toda —me sugirió.

Obedecí y empujé suavemente hasta juntar mi pelvis con su culo, Luisa gimió y mostró su agrado. La situación era tan excitante como rocambolesca, con la hija debajo de mi y la madre mirando.

— La pobre lleva cinco días esperando este momento —me confesó—. Vamos sigue haciéndoselo, no te cortes porque yo esté delante.

Yo agarré bien sus muslos y tiré de ella hacia mí, empujando con mi pelvis justo antes de que nuestros cuerpos se unieran provocando un pequeño choque con rebote. Lo cierto es que me excité muchísimo.

— Muy bien cariño, lo haces muy bien —me animó—. Ahora cambiaos de posición, ponla de rodillas en el sofá y métesela desde atrás a nosotras nos gusta cambiar de postura, ¿sabes?

Obedecí y la propia Elisa colocó a su hija en la posición adecuada, cuando me puse por detrás suyo, ésta permaneció muy cerca de mí.

La coloqué e intenté meterla sin mucho acierto, sin duda mezcla de excitación y nerviosismo por tener a la madre viéndome y fruto de mi inexperiencia en estas posturas.

— Anda te ayudaré, se nota que no eres muy experto —añadió cogiéndome la polla.

Ni corta ni perezosa la condujo hasta la entrada de Luisa, yo empujé y la introduje hasta el fondo, sacándola a continuación para deleite de todos.

— Elisa, ¡tú también estás muy buena, no querrías hacerlo conmigo! —exclamé metiéndole mano bajo su falda y llegando a rozar sus bragas desde la raja de la tela por detrás.

— ¡Quita tontín! ¡Qué malo eres! ¿Quién sabe, quizás otro día cariño? —me insinuó apartando mi mano.

Bueno algo era algo, follarme a su hija teniéndola a ella cerca me animaba más así que la agarré con fuerza de la cintura y empujé como un buen semental haría.

— Lo haces muy bien Ismael, sigue así, la tienes colmada de placer —me dijo mientras le acariciaba la espalda.

Su cuerpo maduro era espectacular. Recuerdo que llevaba una blusa blanca, con un sujetador igualmente blanco que se transparentaba. Así que pensé en propasarme un poco y mientras la tenía a mi lado saqué mi polla para descansar, frotándola entre los cachetes de la hija y dejé que la admirase, tras esto con mi mano cogí generosamente sus pechos y se los apreté.

— ¡Pero qué malo eres Ismael! Céntrate en ella hombre —me dijo apartándome las manos pero sin ser agresiva.

Decidí darle la vuelta a Luisa y comerle un rato el coño, allí mismo, delante de su madre. Esta se sentó a su lado y me miró mientras se lo lamía.

— ¡Oh Ismael, qué buena idea has tenido, a las mujeres nos encanta que nos coman el coño! Mira como disfruta la pobre —me decía mientras lo hacía.

Decidí dejarlo y disponerme a follarla de nuevo, para lo que me puse de rodillas y le saqué el culo un poco del sofá para hacérselo de esta guisa.

— Valla tienes una buena polla Ismael —me dijo la madre justo antes de volver a metérsela a la hija.

— Si quieres está disponible también para ti —le respondí con una sonrisa.

— Hoy no tontin, tal vez sea buena contigo otro día —aseguró dándome ciertas esperanzas o tal vez engañándome de momento.

Follé con ganas a Luisa y me acerqué para besar sus labios mientras sus muslos quedaban al aire y yo se los sujetaba con mis brazos. Luisa se quejaba de puro placer, y aguantaba mis embestidas disfrutando con cada empujón de mi pelvis.

Decidí ser original y para correrme la saqué justo a tiempo y me corrí delante de la madre en el condón, asegurándome de que lo veía todo, creo que este detalle también le gustó.

— ¡Um, buen semental cariño! ¡Qué cantidad de leche tenías ahí dentro! —exclamó.

— ¡Jo Elisa, casi no me creo que haya hecho esto delante tuyo! Me gustas mucho el sexo con Luisa y creo que a ella también, ¿verdad cariño? —dije acariciándole la mejilla y a continuación le di unos besos en la boca.

La joven sonreía tras la follada mientras su madre le ayudaba a vestirse de nuevo y yo me limpiaba delante de ambas con mi propia camiseta, empapado en sudor.

— Bueno Elisa, ¿podré follar contigo algún día? —me atreví a preguntarle a la madre.

— Quien sabe, tal vez algún día cariño —dijo la madre sonriente mientras ayudaba a vestirse a la hija.

Madre e hija abandonaron mi casa y yo pude descansar y relajarme por fin después de tantos días de preocupaciones. Deleitándome por momentos en los recuerdos de tan enriquecedora experiencia, saboreando cada instante recién vivido.

Como de costumbre, mi madre vino de trabajar al medio día y le sorprendió verme tan feliz. Yo creo que se alegró de que finalmente volviese a brillar el sol en mi vida, así que tampoco me hizo muchas preguntas al respecto.

Esa tarde nuestras vecinas bajaron a la piscina y nos volvimos a encontrar allí. De nuevo, Luisa y yo estuvimos jugando en el agua y aquella tarde me sorprendió que en nuestros juegos fuese la propia Luisa la que tomase la iniciativa de acariciarme bajo el agua. Parecía que había aprendido a jugar también, aunque eso fuese un poco embarazoso, pues me dejaba en evidencia delante de mi madre, porque también llegó a intentar cogérmelo delante suyo sin ningún reparo. No sé si mi madre se llegó a percatar, pero si lo hizo, lo disimuló bien.

Por la noche estuvimos hablando, le confesé a mi madre que ya me sentía mejor. Ella se alegró mucho, me abrazó y me besó y me confesó que ya se había dado cuenta.

— Pero entonces, lo ocurrido tiene que ver con Luisa, ¿no? —me insinuó.

— Prefiero no contarte nada aún —respondí yo poniéndome colorado.

Era evidente, pero mi madre supo callar y esperar, como ya me había dicho, podía confiar en ella.

Estuvimos tumbados en su cama hablando un buen rato y me quedé dormido allí, luego por la mañana ella se levantó y se marchó a trabajar.

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