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El secreto de Adam

en Amor filial

 

 

El secreto de Adam

 

 

Prólogo

 

El presente relato tiene sus raíces mi serie Memorias. Es una historia paralela en la que Adam escribe una parte oculta de sus memorias, una parte que como él mismo explica no se atrevió a unir al resto de capítulos por temor al rechazo del lector.

 

¿Y por qué habría de sentir rechazo un lector? Pues porque aquí se narran unos acontecimientos poco comunes, unos acontecimientos que atormentaron a Adam en su memoria y que decidió plasmar aparte. En estos relatos Adam habla de una parte muy íntima de su vida, habla de sexo prohibido entre hombres, más bien entre adolescentes que jugando con las nuevas sensaciones que el sexo les brinda, descubren un mundo más allá de la heterosexualidad.

 

De manera querido lector o lectora, que si decide continuar leyendo esta nueva aventura, advertido queda de lo que puede encontrar en ella.

Si finalmente decide seguir, también quiero que sepa que en esta historia tal vez encuentre una manera distinta de narrar las relaciones homosexuales, una parte de la psicología masculina que muchos hombres niegan que tengan o hayan tenido nunca, pero que tal vez oculten unos sentimientos que en alguna ocasión pueden haber atormentado a mas de un adolescente.

 

 

 

Capítulo 1

 

Aquella mañana Karen había decidido bajar a limpiar un poco el sótano. Se acercaban las vacaciones de verano y pronto Cathy y Tom estarían de vuelta de sus universidades. Tras su primer año seguro que ambos estaban deseando volver al campo, a aquellos parajes que cinco años atrás estrenaran por primera vez.

La nostalgia envolvía a Karen mientras barría el pedregoso suelo, donde sus hijos gustaban de echar largas siestas en las calurosas tardes de verano y frescas veladas en sus calurosas noches. Allí donde ella los había pilladoin franganti cometiendo incesto, allí donde se ocultaban en sus pasiones fraternas de las miradas furtivas de sus padres.

Qué tiempos aquellos. Ya lo dice el refrán: “Tiempos pasados siempre fueron mejores”. Y ahora, cinco años más tarde, estaba limpiando porque esperaba la vuelta de sus ya no tan jóvenes hijos y ciertamente tenía unas inmensas ganas de verlos. Especialmente a su querido Tom, que ahora era un joven super alto y muy apuesto, más incluso que ella que era una mujer de bandera, alta, con caderas anchas y generosos pechos.

Mientras quitaba el polvo de un viejo baúl arrinconado, sintió curiosidad por lo que se guardaría allí y lo abrió. En su interior había un montón de cachivaches polvorientos que apenas podía identificar, rebuscó un poco y limpió alguno de ellos. Reparó en un extraño tubo de hojalata. Era negro y ligero. Tenía dos tapas por sus extremos. Intentó abrirlo sin éxito, pues sus tapas estaban oxidadas y apenas se movían.

Intrigada subió a por un destornillador y con su punta fue ensanchando y despegando, hasta que una de ellas saltó. Entonces descubrió en su interior una serie de hojas de papel amarillento y acartonado enrolladas a modo de papiro. Al parecer estaban escritas a mano, intentando realizar una bonita caligrafía pero con un pulso de mil demonios. Movida por la misma curiosidad que le hizo abrir escrito, comenzó a descifrar aquellas temblorosa letras tratando de desentrañar su misterio...

<< En mis memorias hubo algo que quise contar y no me atreví, tal vez porque se salía de la norma y el miedo al rechazo hizo que apartara esta parte del relato y la separase del resto de capítulos, ocultándola para mi. Concretamente se enmarcaría, después de que Adam conociera íntimamente a Bárbara en aquellas animadas clases de piano, una mujer con carácter de la que es difícil olvidarse. He aquí pues, sin más dilación lo que en su día escribí:

Aunque el día anterior había sido "bloqueado" por así decirlo por mi amigo Albert cuando iba a mis recién estrenadas clases de piano, no estaba dispuesto a abandonarlas (*). La terrible atracción que sentía por la madre de su mejor amigo era tan fuerte que hoy estaba dispuesto a enfrentarme a él y derrotarlo osaba cruzarse en mi camino.

(*) Nota del editor: En el capítulo 20 de la serie Memorias, su amigo Albert le impide ir a casa de su madre para su clase de piano.

De modo que con paso decidido me encamine hacia su casa, deseando que no hubiese pensado que, tras mi inexplicable falta del día anterior, no volvería a asistir. Aunque bien podía haber pensado que me había puesto malo, tampoco debía preocuparme en exceso por el asunto, pues esto último sería completamente normal. Ya se sabe que la mente del adolescente se atormenta con la más ligera brisa, así que mientras caminaba mis pensamientos iban por libre.

Durante el camino, en aquella soleada mañana, el aire fresco del rocío ya disipado lo impregnaba todo, con el característico olor del rastrojo mojado. Junto al sonido de mis pasos,dando puntualmente alguna patada a una piedra del camino, escuchaba el canto de los pájaros, de manera que el nerviosismo con el que me había levantado, acabó cediendo a una cierta tranquilidad contagiado por la paz que reinaba en el campo a aquellas horas tempranas de la mañana.

La casa estaba alejada y el camino se podía hacer largo, si no fuera por las ansias de volver a ver a mi querida profesora abriéndome la puerta. Como siempre estaría radiante, con su pelo negro recogido en un moño en la nuca, lo que destacaba las finas facciones de su cara, sus pómulos, sus ojos, su fina barbilla y su boca. Una boca que no se atrevía a ponerse carmín, cuyos pequeños y estilizados labios pasaban desapercibidos en su bello rostro, dándole un toque de sutileza y sensualidad femeninas que se me hacían irresistibles.

Tenía una sensación extraña, era como si en mi estómago revolotearan mariposas, cientos de ellas y me producían nerviosismo y hasta inquietud de tan sólo pensar que hoy volvería a ver a Bárbara. ¿Sería aquello enamoramiento? - me preguntaba-. Ciertamente una sensación rara me recorría el cuerpo mientras sentía que cada vez estaba más cerca de la casa. Tal vez ésto hizo que caminase más despacio de lo acostumbrado, hasta que al girar a la derecha, tras aquella colina apareció la casita de madera blanqueada. En ese momento sentí una punzada más fuerte en la barriga, ante la proximidad de mi amada profesora.

Tan ensismismado en mis pensamientos iba, que ya había olvidado por completo a mi amigo Albert. Pero, ahora podía ser el momento crucial, ¿estaría él en la casa acechándome? ¿Me abriría la puerta y me impediría el paso? Mi inquietud se hizo más grande, pero de lo más profundo de mi ser, una determinación como no recordaba surgió y me dio fuerzas, así que apreté los puños y pisando fuerte me encaminé hacia el portal.

Tras tirar de la cuerda que hacía sonar una campanilla colgada en lo alto, los segundos pasaron y se me hicieron eternos. ¿Lo habrían oído?, se preguntaba. Así que tiró más fuerte, y esta vez la campanilla repicó y tembló hasta tal punto que casi la arranco de la madera, tal era mi tensión en aquellos momentos.

- ¡Ya va! -gritó una voz al otro lado.

Aunque apagada la reconocí al instante y antes de que mis labios subvocalizaran su nombre, su esbelta figura apareció ante mi tras abrirse la puerta con un quejido de bisagras mal engrasadas.

- ¡Oh Adam, mi querido Adam, has vuelto! -exclamó Bárbara al verme, mientras sus ojos se abrían como platos y su cara se iluminaba como si irradiara una luz especial, mostrando la grata sorpresa que le producía mi presencia.

Supongo que a mi también se me iluminó el rostro e inmediatamente todas mis dudas se disiparon y mi cuerpo entero se relajó. Incluso sin que se lo esperase, la en apariencia fría Bárbara me abrazó y así puede oler el suave perfume de su cuerpo, sentir la suave tersura de su megilla pegada fuertemente a la mía y la proximidad de su cuerpo delgado, el cual abracé con suavidad por no atreverme a más.

A ella abrazado, la tentación de agarrale el culo allí mismo y subirle la falda me turbó. Pues la tensión sexual que sentía me provocaba una tremenda excitación, hasta el punto que sentí que mi polla se erizaba y ponía inhiesta en sengundos. Finalmente me contuve y pensé en esperar acontecimientos, pues yo sabía quien mandaba en aquella relación.

- ¡Vamos pasa! Hay alguien que quiere pedirte una disculpa -añadió tras separarse de mi-. Ayer me enteré de lo ocurrido con Albert, no debes tenérselo en cuenta, en el fondo es un buen chico, pero a veces se pasa en su papel de macho protector casa -añadió mientras la seguía por el hall.

Al entrar al gran salón donde se ubicaba el piano para sus clases, Adam descubrió con asombro a su amigo Albert sentado en uno de los sillones. Éste, al verle, se levantó como movido por un resorte oculto en su asiento. Mudo en un primer momento esperó a que se acercaran su madre y su amigo.

- ¡Venga Albert! Pide disculpas a Adam por tu horrible comportamiento de ayer -le ordenó su madre adoptando un gesto de severidad.

Albert, en seguida bajó la mirada y balbuceó:

- Perdona Adam, ayer no debí haberte pegado, lo siento mucho, de verdad -concluyó su amigo ciertamente apesadumbrado.

Lo cierto es que su disculpa me llegó, pues nunca había visto a mi amigo así. Tal vez intimidado por su madre, lo cual no era difícil, pues aquella mujer era imponente con su alta estatura y delgadez, llegando a resultar amenazadora. Aunque yo ahora fuese incapaz de verla de ese modo, pues para mi se había convertido en una mujer fascinante, sensual y muy sexy. Tal vez fuese la sensación de peligrosa lo que la hacía tremendamente atractiva y morbosa, con esos aires de mujer severa que aparentaba, pues nunca estaba totalmente seguro de si me aceptaría o rechazaría a partes iguales.

- No te preocupes Albert, ya se me ha pasado, estás perdonado -asentí, tras oír su disculpa y le ofrecí mi mano con gentileza.

Él al ver mi mano me miró sorprendido por mi afabilidad y me la estrechó ante la sonrisa que ofrecí. A partir de ahí pareció relajarse y Bárbara sonriente también nos animó con sendas palmaditas en los hombros, indicándole a su hijo que se sentase frente a nosotros en un butacón y nos oyera ensayar.

Así comenzó la lección un día más, con la particularidad de que hoy Albert hacía de público, lo cual, me fastidiaba enormemente a Adam, pues con la calentura que sentí desde que me la vi en la puerta hubiese preferido que se marchase y desnudarla para follarla allí mismo sin más dilación. Hasta tal punto que no recuerdo haber deseado tanto a una mujer hasta aquel día.

Como de costumbre Bárbara lucía un traje oscuro y ceñido a su talle, sin ocultar su falta de pechos, cosa que no me importaba. Sin escote, terminando en su cuello, pues sin duda no había nada que enseñar en aquella parte.

Mientras me enseñaba a tocar, yo veía veía sus largos y finos dedos posarse sobre las blancas teclas del piano majestuosamente, haciéndolo sonar de forma maravillosa, mientras seguía oliendo su perfume embriagador.

Luego miraba a Albert, que distraído trataba de no nos prestaba mucha atención y lo mismo miraba al suelo que a los cuadros o las cortinas de las paredes. Entonces mi sentimiento de frustración creció pues fui consciente de que aquel día tal vez no habría posibilidad de ir más allá de una clase de piano.

Esto sin duda lo notó Bárbara, y tal vez para animarme comenzó a acariciarme las manos mientras tocaba, para luego revolverme el pelo hasta hacerme sonreír. También jugueteó haciéndome cosquillas y con todo comencé a sentirme mejor y a olvidarme de la presión del sexo.

Aquella mujer de hierro estaba siendo simpática conmigo, lo que sin duda no hacía con nadie, tal vez incluso ni con su hijo allí presente.

- Albert, qué te parece si preparas el té y traes una bandeja y unas pastas de las que hice ayer para los tres, así haremos un descanso.

- De acuerdo madre, en seguida vuelvo -asintió Albert abandonando el salón.

Al ver salir a su hijo, recuperé la ilusión. ¡Tal vez ahora llegase un achuchón de mi querida profesora, tal vez ella estuviese tan caliente como yo! Pero los segundos pasaron y aunque ya estábamos solos, ella insistía en seguir con la clase. De modo que en un arrebato me giré y dirigiendo mis labios directamente a su boca de piñón la bese con fuerza abrazándola.

Aquel ataque directo sorprendió a Bárbara, quien tras el desconcierto inicial abrió su boca para recibir la mi lengua e intercambiamos saliva y alientos, demostrando nuestra mutua excitación. Pues pude identificar en su aliento la calentura que escondía, pues yo ya había aprendido a identificar en una mujer caliente, cuando su aliento se vuelve empalagoso y muestra su predisposición al coito con quien la besa. Tal vez por eso la naturaleza o la evolución han hecho que la gente se bese, para así detectar sus mutuos deseos sexuales.

Y por todo el oro del mundo que Bárbara estaba muy caliente y me lo demostró echándome mano a la entrepierna y pellizcándole con fuerza el pene hasta ponérmelo duro, momento en el que lo agarró a través de la tela sintiéndolo palpitar bajo ella.

Yo por mi parte bajó a su cuello y allí, descubierto al tener el pelo recogido clavé mis dientes y chupé con fuerza con mis labios, provocando que mi partenaire enloqueciera y se aferrara a mi espalda arañándome.

¡Qué ganas tenía de follármela! ¡Ansiaba quitarle aquel vestido y clavarle mi verga hasta los ovarios, apretándome con fuerza contra su pelvis! ¡Levantarme tal vez y sacársela para forzarla a que se la introdujera en su boca!

Estaba desesperado hasta tal punto que recordé cuando Bárbara hizo de sumisa esclava mía hacía dos días y pensé que hoy adoptaría la misma actitud así que hice ademán de levantarme, pero ella se me adelantó y  hizo primero.

Para mi asombro Bárbara se arremangó las enaguas de su vestido negro y sus blancos muslos aparecieron como columnas finamente nacaradas. Los siguí con la mirada desde sus pies hasta su coño, que apareció con su negra espesura como un triángulo prohibido y me quedé mirando como hipnotizado. Ella había estado todo el tiempo sin bragas, tal vez esperándolo, ¡sin duda sabía que él acudiría hoy a su casa tras la falta de ayer! Deduje para mi satisfacción.

Mientras permanecía absorto en la contemplación de aquel coño velludo, su portadora me cogió por la nuca con una mano, mientras con la otra se sujetaba el vestido por encima de su ombligo y me trajo hacia él con brusquedad, haciendo que mi nariz chocara con su monte de venus.

- ¡Cóme! -me ordenó-. ¡Cómemelo Adam! No sabes lo que te eché de menos ayer, espero que el señor sepa perdonarme por mis pecados, pero él sabe cuanto te deseo, venga, ¡cómete mi raja! ¡Oh por todos los santos Adam, qué caliente me tienes! -me gritaba mientras mantenía su mano en la nuca apretando mi cabeza contra su sexo.

No me hizo falta que me lo ordenase más de una vez. Nada más chocar con aquel fruto prohibido, lo comí con tremenda avidez, sacando mi lengua abrí su raja, clavándola en ella con la misma violencia con que su dueña me había agarrado la cabeza. Sus jugos saltaron enseguida a mi boca, como si hubiesen estado retenidos en sus labios vaginales esperando a ser abiertos, como un higo maduro suelta su exquisita miel.

Comí y comí, hasta mordí aquel coño con sus pelillos negros en un momento de frenesí, lo que hizo palidecer a Bárbara ante el mar de sensaciones que aquellos mordiscos arrebatadores le provocaron, haciéndola llegar sin duda a altas cotas de placer.

Su coño era delicioso, y su olor, aquel olor que ya intuí en su boca al besarla ahora me embriagaba, me turbaba, me emborrachaba y yo bebía y bebía sus jugos sintiéndome cada vez más abrumado.

- ¡Oh Adam, así muérdelo, cómo me gustan tus mordiscos!

Enfrascados en aquellos lances sexuales, ambos parecimos olvidar que no estábamos solos en la casa y cuando oyeron el tintineo de la vajilla sobre la bandeja que traía Albert con el té y las pastas, ni nos inmutamos, continuando con aquel frenesí.

De modo que al entrar, la cara del joven Albert debió ser todo un poema, aún no me explico cómo no se le cayó la bandeja que portaba al suelo de la sorpresa.

Fue Bárbara la primera en advertir su presencia y de la forma más natural del mundo, despegó mi cara de su vulva y dejó caer su vestido, arremangado hasta entonces, cubriendo sus partes íntimas.

Por mi parte, al darme cuenta de lo que sucedía, me levanté al instante, no pudiendo evitar tener que limpiarme la boca de los jugos de Bárbara con el dorso de la mano y sin saber qué hacer me quedé mirando al atónito descendiente de mi amada.

- ¡Oh, ya estás aquí hijo! Adelante, deja la bandeja sobre la mesa y coloca las tazas -dijo su madre mientras se palpaba su moño, distraídamente.

Aquella imperturbabilidad me desconcertó, pero en ella resultaba de lo más natural, pues ella era así. De modo que la seguí mientras se acercaba a la mesita donde tomaríamos el refrigerio y su hijo hizo lo propio hasta dejar la bandeja sobre ella.

Nos sentamos y Albert nos sirvió sendas tazas de té de la tetera y agregó unas gotas de leche. Luego se sirvió y finalmente tomó asiento él también.

Como si nada hubiese pasado, Bárbara inició una conversación para romper aquel ambiente glaciar, que casi hizo bajar la temperatura de la habitación varios grados a pesar de que el sol de verano ya estaba alto allá afuera calentando con toda su intensidad.

- ¡Que bonita mañana hace, verdad Adam!

- ¡Oh si Bárbara, eso venía pensando mientras caminaba hacia aquí! -exclamó Adam, recuperándose del desconcierto de haber sido pillados in fraganti.

- Me encanta el buen tiempo, ¿a ti no Albert? -le preguntó metiendo a su hijo en la conversación.

- ¿Eh? ¡Oh si madre, el verano es el tiempo ideal! -saltó finalmente Albert saliendo de su letargo.

- La verdad hijo es que estoy muy decepcionada contigo. No pensaba que fueses capaz de pegar a tu mejor amigo, ¿acaso pretendías protegerme de él? ¿O acaso lo que pretendías era defenderme como si de una propiedad tuya se tratase? -le preguntó levantando un poco su tono de voz, mostrando cierto enfado.

- ¡Oh no madre, tú no eres de mi propiedad! -expresó Albert mostrando miedo en su respuesta.

- Espero que tengas claro eso Albert, tu madre es dueña de sus actos y de su cuerpo y puede hacer lo que le plazca, ¿entendido?

- ¡Absolutamente madre, no volverá a ocurrir! -afirmó tajante y temeroso de las posibles represalias que su estricta madre pudiese tomar contra él, que dudo que fuesen físicas, pues esos tiempos ya habían pasado para aquel proyecto de hombre que era ya su hijo mayor.

- Aún estoy pensando un castigo apropiado para ti, pues la afrenta hacia Adam, no puede quedar sin él, ¿lo entiendes verdad?

- Si claro madre... -se lamentó pensando que finalmente no se libraría del castigo.

 

Bueno Bárbara, por mi parte ya está olvidado, no seas severa con él, ¿por favor? -intervine yo tal vez atreviéndome a entrar en un terreno peligroso para mi.

 

- Mira Albert, ¿has visto lo bueno que es Adam? Hasta quiere que no te castigue, y tu lo revolcaste por el suelo e impediste que viniese a su clase de piano.

 

Albert ya no respondió y se limitó a bajar la mirada con resignación... Sin duda por los detalles que daba tenía información de primera mano de lo ocurrido, por lo que no era difícil deducir que la dulce Sandy se lo había contando todo al regresar a casa tras nuestra pequeño y particular encuentro en el campo.

 

- Pues bien, lo he decidido -dijo Bárbara terminándose el último sorbo de su té-. La mejor manera de reprimir tu acción para evitar que Adam viniese a verme será ver a tu madre... a sus pies.

 

Y dicho esto Bárbara, tranquilamente se arrodilló en la alfombra sobre la que estaba la pequeña mesita donde habían tomado el té con pastas y de rodillas se acercó a mi. No lo podía creer, cuando sentí como ella me tiraba del pantalón y me limité a escurrirme en la butaca y dejar que ella lo arrastrase por mis muslos. Lo malo es que no se trajo para si sólo el pantalón, sino que mis calzoncillos también se vieron arrastrados con él, por lo que mi cimbel quedó al descubierto con mi ya crecidito vello púbico.

 

- ¡Oh qué preciosidad! ¡Ya está aquí mi chiquitín! -exclamó Bárbara cogiéndolo delicadamente con su mano comenzando a masturbarlo.

 

Sentir su mano en aquellos instantes tan tensos me hizo sentir escalofríos aunque esta estuviese caliente y suave como de costumbre, por lo que mi pollita no tardó en levantarse como un resorte y ponerse dura al instante en sus manos. Yo me removí en mi sillón nervios y la dejé hacer.

 

Entonces reparé en Albert, quien delante de mi no estaba menos atónito que yo, viendo a su madre de aquella guisa meneándome la polla y haciendo que mi glande saliese de su protección. Éste estaba reluciente, húmedo a más no poder y tanta humedad tenía que parte de esta comenzó a resbalar y quedó pegada a la mano de su madre mientras ésta lo movía.

 

- ¡Oh, qué precioso chiquitín, ven con mamá! -exclamó alargando la frase Barbará al tiempo que acercaba su cabeza a aquel glande tan jugoso y lo introducía en su boca, para degustar la miel que de él manaba.

 

Sujetándolo por la base siguió chupándolo muy dulcemente, haciendo que yo entrase en éxtasis desde el mismo momento en que mi miembro se perdió en aquella boca de perdición. Me dejé caer en el sillón como vencido por las sensaciones que Bárbara me transmitía, sujetándome a sus brazos para no terminar de resbalar y caer de culo al suelo.

 

Sin poder evitarlo miré de nuevo a mi amigo, allí presente, quien a su vez cruzó una mirada conmigo y luego la bajó fijándola en un punto indeterminado del suelo. Lo que me hizo tener un sentimiento de culpa indescriptible, ante la mirada perdida de mi amigo, que no decía ni una palabra ante aquel espectáculo tan surrealista.

 

- ¡Qué delicioso miembro, qué suavidad y que dulzura en sus jugos! -exclamó la esbelta mujer haciendo una pausa mientras me masturbaba suavemente.

 

Bárbara se limpió las comisuras de sus labios con el dorso de la mano y admiró mi pollita ensalivada que ahora movía tan gentilmente.

 

- Espero Albert, que estés aprendiendo de tu castigo, ¡yo soy libre y tú no eres quien para meterte con mi querido niño! -le espetó mirándolo a la cara mientras él bajaba su mirada-. ¡Mírame cuando te hablo! -le gritó.

 

Y Albert de inmediato levantó la mirada para obedecer.

 

- Verdad que la polla de Adam, ¿es bonita?

 

- Si madre, es bonita -asintió sin mucho entusiasmo Albert.

 

- Pues te ordeno que nos mires mientras yo la hago disfrutar, pues este es tu castigo por haber maltratado a tu mejor amigo.

 

Y dicho esto volvió a su particular deleite practicándome una apacible y suave felación. De inmediato volví a sentir aquel exquisito placer que me producía su boca mientras con sus manos me acariciaba los muslos, el abdomen o me pellizcaba los glúteos, haciendo que éste se extendiera por todo mi cuerpo.

 

De repente tuve una idea y decidí llevarla a la práctica, tiré de su vestido y descubrí sus nalgas desnudas. Entonces observé un súbito interés por parte de Albert, pues desde su posición, ligeramente a mi derecha, tenía una buena perspectiva de su culo y probablemente de su almeja peluda. Esto pareció sorprender a su hijo, que se removió en su asiento tras mi acción, contemplando nervioso de reojo partes tan íntimas de su madre.

 

Entonces maliciosamente le guiñé un ojo y le sonreí para luego levantar mi mano y propinarle una sonora palmada en las nalgas a Bárbara, que ajena a mis acciones no se lo esperaba por lo que su grito le salió natural.

 

Bárbara podía no tener pecho pero su culito era respingón y carnosito. Aunque su grito sonase a queja, de inmediato se regocijó por mi ocurrencia y meneó su colita como demandando más así que me vi obligado con gusto a repetir la acción, pero esta vez elegí su otra nalga, provocando el mismo efecto en ella que la primera vez. Albert, aún desconcertado se cambió de lado en su asiento.

 

Sin parar de sonreírle me chupé un dedo y lo deslicé por su culo, pasando por su ano y entrando en su chochito hasta la mitad. Esta postura me resultaba un tanto forzada y me obligaba a estirar su mano, pero me gustó provocar de aquella manera a mi amigo.

 

Continué penetrándola en aquella posición, ante los atónitos ojos de Albert, que sin duda tenía una vista en primera persona de aquella parte trasera de su madre, con sus blancas cachas y su negro bello, seguro que además veía su raja abierta, con mis dedos colándose en ella penetrándola y abriéndola hasta mostrarle su sonrosado interior.

 

Sin más dilación y con total naturalidad interrumpí a Barbara en sus caricias y levantándome del sillón hice que esta se apoyara en el mismo con sus codos, acomodándome yo tras su grupa, dispuesto a penetrarla desde aquella posición.

 

Con paciencia apunté a su joya sonrosada, paseé previamente la punta por sus gordos y excitados labios vaginales y finalmente la deslicé con suavidad en su interior. Mi verga se fue introduciendo hasta chocar con su culo, sintiendo en todo el trayecto cómo al profundizar una gran calentura la envolvía y la humedad de sus jugos la lubricaban conforme ésta entraba, mientras yo, agarrado a sus caderas empujaba con suavidad, resoplando por el intenso placer.

 

De nuevo me giré y volví a guiñar el ojo a su amigo Albert, quien intentaba estar ausente a los acontecimientos aunque era incapaz de apartar la mirada de los amantes.

 

Con suaves culadas la fue follando mientras de vez en cuando le daba una palmada en su cachetes, provocando pequeños gritos, seguidos de gemidos de aprobación por sus atrevimientos.

 

En un momento dado Adam se la sacó y apartándose le abrió su coño para mostrárselo a su voyeur particular, para a continuación darle otra palmada en su culo tras lo cual se escupió en la mano y magreó aquel coño tremendamente inflado por la excitación.

 

Incomprensiblemente le hizo señas para que se acercara. Instintivamente su amigo miró hacia los lados como si no fuese a él a quien se dirigía, e incrédulo se le quedó mirando pues no podía creer que le estuviese invitando a acercarse.

 

La madre, inquieta por el parón se giró y entonces vio al muchacho mirando a su hijo.

 

- ¿Qué ocurre Adam, por qué te paras?

 

- No se Bárbara, me parece demasiado cruel ver a tu hijo ahí mirándonos sin poder hacer nada. Aunque yo creo que le está gustando mirarnos.

 

- ¡Yo, eh! ¡En absoluto madre! -se apresuró a negar la mera idea Albert, tal vez temeroso de nuevos castigos.

 

- ¡Déjalo, en el fondo se lo merece!

 

- ¿No podríamos hacer algo para que se sintiese menos sólo? -insistí.

 

- Bueno, tal vez nos sirva para algo -asintió de repente Bárbara cambiando de opinión-. Ven querido Albert acércate -le indicó ahora ella girándose.

 

De manera que Albert, se sintió acorralado y en cierta medida forzado a obedecer. Despacio se acercó y se puso a nuestra altura, tato yo como su madre estábamos arrodillados así que al verse tan arriba él mismo decidió inclinarse y arrodillarse a nuestro lado.

 

- ¡Vamos hijo cógele la pollita a Adam! -dijo para nuestro mutuo asombro.

 

Albert se quedó petrificado.

 

- ¿Cómo dices madre?

 

- ¡Hay que ver qué tontos sois los hombres cuando no queréis escuchar lo que se os dice! -exclamó su madre.

 

Tomando ella misma de la mano a Albert, la condujo hacia mi polla y una vez allí hizo que me la agarrase. Entonces ella la frotó.

 

- Dile de nuevo a Adam que lo sientes -le ordenó con voz suave.

 

- Está bien madre, lo siento amigo.

 

- No hay de qué Albert -respondí yo sin poder creer que mi amigo estuviese cogiéndome de aquella parte.

 

- Ves como no pasa nada, en el fondo mi Albert también sabe ser tierno cuando quiere Adam -me dijo volviéndose hacia mi-. Por lo que ahora yo voy a ser tierna también con él.

 

Y dicho esto bajó la cremallera de Albert y extrajo su polla, meneándola hasta ponerla dura con apenas unas sacudidas.

 

- Mi Albert está bien dotado por el señor como puedes ver Adam, -me dijo y ni corta ni perezosa cogió mi mano y la posó en su polla.

 

Yo sentía la larga polla de mi amigo en mi mano y la recorría mientras la de Bárbara lo incitaba a ello, al igual que su amigo lo masturbaba a él por mediación de su madre. Sin duda nunca hubiesen comenzado algo así por sí solos, pero con su madre era distinto, pues ambos se limitaban a obedecer con fe ciega sus mandatos.

 

Era extraño, Adam tragó saliva y pensó en que después de todo una vez quiso coger aquella polla de su amigo, un poco más larga que la suya. Y ahora que la tenía entre manos sentía un cosquilleo, un repelús que lo puso nervioso más que excitado en un primer momento pero que luego pareció superar y comenzó a sentir cierto placer en aquello.

 

Albert lo miraba también y aunque se esquivaban mutuamente y terminaban mirándose a las polla del contrario mientras su mano, acompañada por la mamá sargento les forzaba a moverlas, no mostraban síntomas de desistir.

 

Adam comenzó a ser autónomo en sus movimientos y empuñó la polla de su amigo moviéndola con decisión. Éste lo notó y como activado por su iniciativa actuó de igual forma. Ambos se masturbaron y cuando quisieron darse cuenta su madre había dejado de acompañar sus movimientos y sonreía al verlos tocarse dándose placer el uno al otro.

 

Un tanto extrañados o tal vez sorprendidos de su propio y mutuo atrevimiento, soltaron el miembro del contrario.

 

- ¡Habéis visto como no era tan difícil, en el fondo ambos os queréis!

 

Se liberó de su vestido por fin, mostrándose al mundo con su esbelto cuerpo, que lucía apenas unos pezones sonrosados y gordos en sus pechos y una leve curvatura en los mismos.

 

En ese momento tomó nuestras manos libres y las acompaño a su sexo, su coño y su culo, para que la acariciáramos al tiempo que nos tocábamos. Nos incitó a chupar sus gordos pezones de pechos lisos pero que provocaban igual excitación al hacerlos crecer en nuestras bocas.

 

Mientras lo hacía busqué a ciegas la verga de mi amigo y volvía a cogérsela y a masturbarlo mientras con la otra acariciaba el coño a su madre y me cruzaba con los dedos de Albert que también se perdían en su sexo.

 

Él sin duda pareció dudar pero tímidamente buscó la mía y me la cogió de nuevo masturbándome también a mi. Sin duda en aquel instante los tres estábamos en una peculiar armonía, tocando la sinfonía del sexo compartido a tres bandas y en absoluto nos disgustaba el hecho.

 

- Ahora los tres compartiremos algo especial, ¿os parece? -dijo separándose de nosotros.

 

Se sentó en el sofá y nos indicó que nos pusiéramos ahora en el suelo, abriendo mucho sus piernas nos acomodó a ambos frente a su inflada vulva.

 

- Vamos comédmelo los dos, estoy deseando sentir vuestras lenguas a la vez.

 

Así que nos miramos y sin rechistar de nuevo obedecimos. Primero aterricé yo en su raja, que chorreaba abundantes jugos, los degusté y di paso a mi amigo mientras lo observaba lamerle el coño a su propia madre. Quien luego me cedió el turno de nuevo.

 

Igualmente esta vez él contactó con mi polla acariciándomela y yo con la suya, en una mutua masturbación que hacía el comerle el coño a su madre más interesante aún.

 

Luego llegó nuestro turno y sentándonos fue ella la que comenzó a chupárnoslas alternativamente a uno y a otro. Y mientras se la comía a uno se la meneaba al otro y viceversa. De este modo repitió el proceso unas cuantas veces y cuando ambos estuvimos muy excitados paró.

 

- ¡Oh qué preciosos cuerpos tenéis y qué preciosas pollitas! ¿Os las veis? Mamá está encantada de tenerlas sólo para ella. Vamos no seáis tímidos y cogérosla el uno al otro -nos dijo y no se limitó a ello sino que cogió nuestras manos y las cruzó entre ambos.

 

Aunque a estas alturas los dos estábamos ya acostumbrados a su tacto y demostraron soltura y naturalidad al hacerlo, cosa que hizo sonreír a la abeja reina que parecía estar ante los dos mejores zánganos de su reino.

 

Entonces Bárbara nos hizo bajar de nuevo del sofá y ella ocupó nuestro sitio, como ya hiciera antes y abriéndose de piernas para mostrarnos obscenamente su sexo y sin tapujos nos preguntó:

 

- ¿Quién me la va a meter primero? -preguntó a los indecisos

 

- Adelante Albert, ¿tú primero?

 

- ¡Oh no Adam, yo voy detrás de ti!

 

- ¡No insisto! -dije yo empujando a mi amigo para colocarlo entre las finas piernas blancas de su madre. Esta lo acogió entre sus muslos y con cariño lo acomodó para disponerse al coito.

 

Albert apuntó a su chocho frotando su polla contra éste arriba y abajo abrió su raja hasta encontrar su agujero, deslizándola por él con suavidad y firmeza al mismo tiempo la hizo llegar hasta la mitad, luego retrocedió y con una nueva y enérgica embestida la metió hasta el fondo.

 

- ¡Ay! -gritó Bárbara aferrándose a sus brazos, pero no protestó más.

 

Albert comenzó a follarla casi con furia mientras su madre se retorcía de placer en su silla. Yo los miraba con curiosidad, disfrutando en primera persona de la follada materno-filial. Veía la polla de mi amigo penetrar el chocho de mi amada Bárbara y salir embadurnada en jugos, para luego volver a abrirlo y clavarla hasta el fondo.

 

Ensimismado en la observación, ni me di cuenta cuando Albet decidió parar y cambiarse conmigo.

 

- Ahora tú, fóllala un poco mientras yo descanso -le dijo.

 

Y cambiamos las tornas. Ahora Albert miraba atento mis penetraciones mientras yo me deleitaba acariciando los muslos ligeramente puestos en alto por Bárbara para facilitar la penetración.

 

- ¡Mis dos hombretones! ¡Mis dos fantásticos amantes! ¡Qué mas podría pedir! -exclamó complacida mientras nos acariciaba el pecho pellizcándonos las tetillas.

 

De nuevo pidió cambio, pues estuve a punto de correrme en aquel coño delicioso, pero esta vez fue Bárbara la que aprovechó para cambiar de posición y poniéndose a cuatro patas delante nuestra nos incitó como una perra en celo meneando su culito con sensualidad.

 

- ¡Vamos ahora hacédmelo por detrás! -les ordenó con voz entre melosa y autoritaria.

 

Albert presto acudió raudo para no parar de dar placer a su madre, quien como reina que era entre sus zánganos languidecía dejándose follar absorta los placeres que de ellos recibía.

 

Mientras tanto yo permanecía a su lado, estaba tan próximo a él contemplando su coito que de vez en cuando nos chocábamos sin querer, mientras éste arremetía sin descanso contra el coño de su madre. Entonces, casi sin pensarlo me vi con la mano en su culo, acompañándolo sus movimientos involuntariamente mientras daba culada tras culada.

 

Me resultó curioso, pues lo sentía muy duro y fibroso, a diferencia del culo de las mujeres que solía ser suave y blandito. Sobre todo cuando lo tensaba al máximo para empujar en cada acometida, haciendo que su pelvis chocara contra las nalgas abiertas de su madre, provocando sonoras palmadas que hacían eco en aquel gran salón.

 

Sentí algo especial al acariciar su culo, tal vez un vértigo, tal vez el morbo de algo prohibido, cuya frontera sentía tan próxima que prácticamente me daba miedo cruzarla. Mientras tanto él amigo, ajeno a mis pecaminosos pensamientos se concentraba en follarla con energía que de la que yo desconocía que era capaz.

 

Disimuladamente deslicé mi mano por detrás de su culo y cogí sus huevos. Esta caricia maliciosa ya no pasó inadvertida para el follador, quien desconcertado se detuvo. Entonces, ante la sorpresa que mostró su rostro, le di una palmada en su culo y lo animé a continuar.

 

- ¡Vamos amigo, no querrás que tu madre se enfríe! -le dije sonriendo.

 

Albert siguió con su coito, pero ahora más despacio, sin perderme de vista. Yo seguí a lo mío, acariciando su musculoso culo y haciéndole cosquillas en los huevos deslizando mi mano entre sus cachetes desde atrás. Albert, aun desconcertado, consintió.

 

Y como le cogí gustillo al asunto, pues aproveché una retirada suya para descansar y le masturbé suavemente, sintiendo la humedad con que el coño de su madre arropaba la larga verga de mi amigo. Ésta brillaba en su punta gracias a la suave miel que hacía de lubricante.

 

Mientras se la tocaba él me miraba con sorpresa pero seguía consintiendo, así que se la coloqué en la puerta de aquella raja de perdición y él la volvió ha hacer desaparecer en ella

 

Con mirada cómplice Albert tomó mi pene en su mano y comenzó a movérselo mientras continuaba penetrando despacio a su madre. Se lo agradecía enormemente, pues volver a sentir su contacto en mi polla dura y tiesa, me trajo de nuevo una gran excitación. Pero él no cejó en sus tocamientos a Albert y éste tampoco se molestó por ello.

 

Estábamos tan próximos que mi polla se rozaba con sus muslos cuando se movía para penetrar a su madre, de manera que su roce también me gustaba, así que forcé dichos contactos y puse mi verga cerca de sus muslos mientras él me la meneaba, quedando esta a veces aplastada entre el culo de su madre y su pelvis. Mientras yo seguía cogiéndole el culo y pellizcándole suavemente sus testículos.

 

Ahora Albert fue quien me pidió cambio de nuevo, de manera que ahora yo fui el que disfrutó de nuevo de aquel sensual coño. Me acomodé entre los muslos de mi querida profesora y de nuevo me vi sorprendido por la mano amiga que me ayudó a colocar mi polla apuntando a aquella raja, y tras meneármela unos instantes que me parecieron deliciosos, la volvía a introducir en su húmedo y caliente sexo.

 

Para mi sorpresa Albert no sólo me acarició el culo y mis partes íntimas, sino que se puso detrás de mi y colocó su verga entre mis piernas, justo bajo mis testículos y como era tan larga casi llegaba a contactar con la vulva de su madre. Esta sensación de tenerlo detrás también me llamó la atención poderosamente.

 

El me abrazaba con fuerza y me acariciaba el pecho mientras se apretaba contra mi culo y nos rozábamos con su verga entre mis piernas, mis huevos y la mía a su vez en el coño de su madre.

 

Esto era ya demasiada excitación y no pude contenerme, sin pensar siquiera en ello mi escroto se contrajo con gran fuerza y mi polla explotó en el coño de Bárbara, inundándola con abundante leche. Entonces sentí como Alberta también se contraía mi espalda y entonces noté una caliente y pegajosa sensación justo bajo mis testículos y muslos, con los que él frotaba su larga verga , sintiendo como su leche impactaba contra ellos y supongo que también contra el propio coño de su madre.

 

Justo a continuación Bárbara dio un tremendo alarido y su coño comenzó a estrujar mi polla, que por aquel entonces estaba ya muy sensible tras la corrida que acababa de tener. Noté perfectamente la fuerza con la que se contraían sus músculos vaginales, hasta casi hacerme daño en mi maltrecho glande.

 

La gran reina había caído rendida ante sus poderosos y jóvenes zánganos y ahora, lastimera, languidecía mientras chorritos de leche resbalaban por sus blancos muslos una vez expulsados por las últimas contracciones de su vulva.

 

Me separé de ella y Albert de mi, entonces me giré y ambos nos miramos mientras nuestras respiraciones aceleradas por sendas corridas, se volvían poco a poco más pausadas y silenciosas. Aunque no dijimos nada, un súbito calor nuestras mejillas nos delataba.

 

Barbara por fin reaccionó y tras incorporarse desde el suelo nos miró y tal vez intuyó lo que pasaba allí, de modo que discretamente recogió su vestido y desnuda como una diosa griega abandonó el salón.

 

Entonces nos quedamos solos, ambos desnudos, ambos saciados, ambos abochornados por lo que acabábamos de hacer. Tal vez nos sentíamos culpables, sin duda yo me sentía así, y tal vez mi amigo compartía este sentimiento conmigo, por lo que adoptó la misma actitud de su madre y cogieron sus ropas salió también del salón.

 

- ¡Albert! -exclamé yo intentando decirle algo, él se volvió al instante, pero luego no supe qué decir, así que se volvió a girar y me dejó allí.

 

Me vestí sin prisa pero sin pausa y salí de la casa emprendiendo el camino de vuelta. Mientras caminaba con paso acelerado, sentía como si no hubiese comido en todo el día. No tenía ni idea de la hora que podía ser y fue sólo al entrar en casa, cuando descubrí horrorizado que el el viejo y gran reloj de péndulo que había en el hall, ¡marcaba las 6 de la tarde! Entre juegos y conversaciones, ¡nos habíamos pasado todo el día teniendo sexo entre nosotros! Sin duda eso si fue un auténtico viaje en el tiempo...

 

Al llegar mi madre me gritó que donde se había metido, que me habían empezado a buscar por los caminos temiendo que le hubiese tenido algún percance y tuve que dar explicaciones, mostrándome esquivo en las respuestas e inventándome lo primero que se me pasó por la cabeza... me dijo que se había quedado dormido entre las cañas del lago. Finalmente cené atiborrándome de una gran cantidad de platos, tras lo que me di el baño acostumbrado con Dora y me acosté, quedándome profundamente dormido.

 

La pobre Dora limpió mi pajarito blanco como ella llamaba a mi pene y desilusionada me dijo que el pajarito ya había comido suficiente ese día. Y ciertamente que así era, pues se hacía patente mi falta de apetito sexual pese a sus esmeradas caricias, sólo pudo sacar de él un leve amago de inclinación.

 

Esa noche soñé con todo lo ocurrido el día anterior. Fue como si mi cerebro aún estuviese asimilando aquellos esperpénticos acontecimientos. Sobre todo una idea se repetía en mi mente, aquella polla, la de su amigo Albert en su mano, palpitando mientras se la meneaba, así como su propia polla en manos de su amigo, siendo masturbado igualmente él.

 

Recordaba así mismo, el tacto de su culo fibroso, su suavidad y firmeza, me imaginé penetrándolo a través de su ano, como ya había hecho otras veces con Arel, mi fiel esclava o mi hermanita Renée. Tal pensamiento me turbaba tanto que me desperté bañado en sudor y no pude conciliar el sueño durante un buen rato.

 

Otro pensamiento que le estuvo quitando el sueño, fue qué sentiría él mismo si su amigo lo penetrase. Y no pudo evitar imaginárselo, a la vez haciéndolo y masturbándolo y en cierta medida pensó que aquello tal vez le gustase después de todo. Aunque se muriese de vergüenza, tal vez aquella parte prohibida del sexo entre iguales tuviese también su morbo, tal vez ocultase placeres que muy pocos se atrevían a probar, a descubrir y a disfrutar.

 

Con dichos pensamientos por fin volvió a conciliar el sueño, pero su último atisbo de conciencia le dijo que aquellas fantasías oscuras, sólo serían oscuros recuerdos perdidos en su memoria mañana al despertar...

 

 

 

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