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Memorias (6)

en Amor filial

6

         Esa misma noche Tom y Cathy volvieron a juntarse en el sótano, buscando el frescor del subsuelo para tumbarse y disfrutar de otro capítulo más de las memorias de Adam. Vestidos con apenas unos slips él y un pequeño top y braguitas ella, iluminados por la pequeña linterna en medio de la total oscuridad, mientras la melosa voz de Cathy se superponía a los sonidos de la noche, fueron leyendo un nuevo capítulo, tanto más excitante que los anteriores.

         <<Oh, el sexo, qué gran descubrimiento y qué gran entretenimiento, sobre todo cuando se está en la pubertad y el mar de hormonas que remueven tu cuerpo te hacen buscarlo en cualquier momento del día.

         Desde aquella ansiada iniciación con Dora, cuando mi pequeño pito se perdió en la suavidad y tersura de su coño maduro, amaneciendo al placer del coito, eramos como conejos. No había noche que Dora no me duchara y luego me permitiera gozar de sus carnes, follándola despacio unas veces y rápido otras, hasta caer rendido en sus brazos o encima de sus enormes pechos, escurriendo las gotitas de leche translúcida que en aquellos momentos mi pollita adolescente expulsaba entre espasmos de placer.

         Durante el día a veces nos quedábamos sólos en la casa, y Dora me ocultaba en su cuarto, en el sótano y volvíamos a gozar de unos instantes de sexo, aprovechábamos cualquier descuido o salida de mis padres para juntarnos en alguna parte y follar. Es curioso porque Dora estaba siempre tan sonriente y dispuesta, exultaba felicidad nada más verla y de pensar que nos podíamos quedar sólos en cualquier momento, levantarle las enaguas y meter mi polla en su coño para gozar de un orgasmo más, hacía que prácticamente todo el día estuviésemos en tensión sexual.

         Había días que perdía la cuenta de las veces que lo hacíamos y en las calurosas noches del verano, ha veces repetíamos y repetíamos nuestras fornicaciones tras un ligero descanso entre polvo y polvo.

         Estos encuentros los relataba a Albert, quien no podía contener cierta envidia por mi suerte, por poder gozar de aquella manera con mi niñera, e insistía en que lo invitase algún día a gozar con Dora, los dos juntos. Ciertamente la idea me excitaba, pero en aquél momento supe lo que eran los celos, “Dora era mía”, y quería que siguiese siendo mía, no quería compartirla con nadie. La sola visión de Albert follándola me horrorizaba.

         Mi padre mientras tanto seguía gozando de Arel y yo seguía acudiendo a sus citas en el granero para verlos follar. Es curioso pero la esclava fue evolucionando y cada vez protestaba menos cuando mi padre la follaba y parecía disfrutar más de sus encuentros, sin duda las hormonas en su joven cuerpo también hervían como en el mío. Mientras los veía follar, me imaginaba follándola yo, pues aunque Dora me colmaba de placer, empecé a desear el joven cuerpo de Arel desde el primer día en que la vi desnudada y salvajemente follada por mi padre.

         Una tarde que me disponía a acudir a la cita con mi padre y Arel, para espiarlos, me llamó la atención que mi madre también saliese de la casa y se encaminara al establo anexo al granero. Allí sólo estaban los caballos y ella, tan remilgada y pulcra nunca entraba en aquel lugar, del que aseguraba salía un hedor insoportable, incluso martirizaba a mi padre pidiéndole que lo derrumbara y trasladara a un lugar más alejado de la mansión familiar.

         Esto me llamó la atención y decidí seguirla a prudencial distancia. Cuando entré en el granero me oculté de cuadra en cuadra y fui buscándola. Sospechosamente desapareció nada más entrar y pensé en que podía estar en cualquiera de las cuadras que allí había. A aquellas horas los caballos estaban todos fuera, en manos de los capataces que vigilaban a los esclavos, así que podía estar en cualquiera de ellas, pero, ¿qué hacía ella allí?

         Unas voces apagadas me alertaron y prudentemente me acerqué hasta el final del pasillo, la última cuadra se destinaba a guardar el grano para los caballos. Lo que allí pasó sería otro recuerdo que quedó impreso en mi memoria de por vida, aún hoy sigue fresco en ella, pues en absoluto me lo esperaba y menos de mi santa madre, tan altiva y orgullosa mujer.

         La puerta de madera estaba cerrada, era una puerta partida por la mitad, donde a veces se abría sólo la parte de arriba para que los caballos se asomaran. En aquella ocasión la habían cerrado completamente, aunque a través de los tablones y en la parte donde ambas hojas se juntaban, se podía ver a través de las rendijas lo que ocurría en el interior.

         Mi madre estaba junto a Waldo, un mozo negro adolescente cuyo trabajo consistía en limpiar las cuadras y cuidar a los caballos. A aquellas horas ya había terminado su trabajo, por lo que seguramente sesteaba entre los sacos de grano. Lo saludó cariñosamente y éste se levantó de donde estaba sentado.

-        Buenas tardes señora, ¿qué se le ofrece? -la saludó haciendo una reverencia.

-        Buenas Waldo, espero que no estés muy cansado hoy -le preguntó con un tono nada habitual en ella cuando se dirigía a un negro, pues en casa mostraba siempre una actitud distante con ellos.

-        ¡Oh no señora, yo siempre estoy dispuesto a servirla! Ya me conoce -respondió el joven al instante.

-        Pues nada hijo, he aprovechado que la casa estaba tranquila para venir a verte... y... bueno yo -mi madre parecía indecisa y permanecía de pie junto al muchacho.

-        ¡Oh señora, ya entiendo, me alegra que pase a visitarme, siempre estoy a su servicio, ya lo sabe! Puede tomar asiento por aquí si lo desea.

-        ¡Oh bueno, prefiero estar de pie, ahí podría manchar mi vestido! -se apresuró a indicar ella, tan remilgada como de costumbre.

         Mi madre ciertamente gustaba de llevar un atuendo que llamaba la atención, con vestidos recargados, completados a veces con un sombrero que cubría sus cabellos recogidos en la nuca.

-        Vale, no importa señora, así está bien, entonces tal vez yo pueda arrodillarme ante usted y si lo desea aplacar su necesidad, ¿gustaría eso a la señora? -preguntó sin que yo entendiese a qué venía tanto protocolo.

-        ¡Oh pues, eso sería perfecto, adelante Waldo! -se apresuró a decir ella.

         Para mi extrañeza mi madre se cogió el vestido de gasa, abultado por un corpiño que le daba forma y lo levantó ante el joven Waldo que se arrodilló a sus pies como había propuesto. Exaltado contemplé las blancas piernas de mi madre, frente al negro chico de pelo corto y enmarañado con su cabeza redonda y labios gruesos de color. Al final de sus piernas, un culote blanco con encaje en los extremos que le llegaba casi hasta las rodillas cubría sus partes íntimas.

         El chico se acercó gateando de rodillas y mientras mi madre sujetaba su delicado vestido.

-        Por favor señora, si usted pudiera me da permiso le descubriré su joya para poder degustarla mejor... -al oír estas palabras mi corazón se aceleró, ante lo que le estaba proponiendo aquel chico negro.

-        ¡Oh claro Waldo, adelante, pero no mires mucho! ¿Eh? ¡Por dios qué vergüenza! -exclamó puritanamente ella a continuación de su conformidad.

         Tremendamente asombrado por lo que estaba contemplando, vi como el chico delicadamente cogía su culote y lo bajaba, descubriendo un mostacho de bello negro y esponjoso, más abultado que el de Dora, tras el cual se escondía sin duda su raja. En aquel momento me pregunté como sería, tras haber contemplado la de una negra, quería ver la de mi madre que era blanca.

         El muchacho pareció extasiado ante la visión del coño materno, ella lo apremió para que dejase de mirarla ante su sonrojez.

-        ¡Vamos Waldo, no mires tanto y come mi joya yá!

-        ¡Oh si señora disculpe mi torpeza! -se excusó.

         La cara del joven negro se chocó con el coño de mi madre y su boca sin duda hizo contacto con su raja, abriéndola con la lengua de par en par. Al momento mi madre exhaló y desvió su mirada al techo, cerrando los ojos mientras el chico seguía degustando su coño con gran deleite y dedicación.

         Vi como las manos negras del muchacho escrutaban los muslos de mi madre y pensé en que le aferraba el culo mientras comía su sexo. Ella lo dejaba hacer y resoplaba mientras permanecía de pie. Así estuvieron un rato que no pude determinar, pues tan excitado estaba que el tiempo parecía haberse detenido para mi.>>

         Cathy, al leer este último párrafo hizo una pausa, como asumiendo que estaba leyendo era algo fuera de lo común.

-        ¡Jó que fuerte no! -exclamó Cathy tras dar un suspiro.

-        Ya te digo, es una historia muy porno, ¿verdad? -asintió Tom.

-        Si, vaya mamá más guarra tenía el tal Adam -afirmó Cathy.

-        ¿Te imaginas que nuestra madre lo hiciera con otro chico joven como nosotros? -se le ocurrió preguntar a Tom dejando volar su imaginación.

-        ¡Sería impensable, mamá nunca haría una cosa así! Ella y papá se quieren mucho, ya los viste la otra noche -explicó Cathy negando categóricamente tal posibilidad.

-        La verdad es que me imagino siendo yo en que la viese y creo que sería muy excitante, como le pasó a Adam.

-        ¡Vamos Tom eso son guarradas hombre! No debes ni pensarlas -le regañó Cathy por sus locas fantasías.

-        Pues qué quieres que te diga, la idea me excita, bueno, ¡sigue leyendo que estoy en ascuas! -a apremió su hermano.

         La joven volvió a leer susurrando como de costumbre y automáticamente los dos volvieron a trasladarse a aquel tiempo en aquel lugar, tan cercano de allí, donde ellos estaban, donde los hechos se habían producido, en su nueva casa.

         <<En un momento mi madre se mostró cansada y decidió sentarse en un saco y reclinarse, entonces, pude observar mejor su vagina, que ya sobresalía por entre los pelillos negros tras ser lamida y abierta por el muchacho, era sonrosada y sus labios grandes se destacaban fácilmente. La visión me turbó y después trataría de recordarla en mi encuentro nocturno con Dora, mientras la follaba.

         El joven negro se arrodilló de nuevo y hundió su cara en el coño de mi madre, quien acarició su cabeza y la cogió por la nuca mientras él lamía su coño con fruición. Los gemidos de ella volvieron a aflorar, ahogados ante el temor de ser oída en el exterior. El tiempo volvió a congelarse para mi mientras disfrutaba de tan exquisita visión.

         Tras otra pausa de los amantes, mi madre se levantó y le pidió a joven que le mostrase al “Sr. Jhonson”. Éste parecía estar esperándolo y a al velocidad del rayo se bajó su calzón, que llegaba hasta sus rodillas y liberó su tremenda polla negra, sin duda el doble que la mía. Ante mi asombro de nuevo, mi madre se atrevió a cogerla con sus blancas y delicadas manos que nunca hubieron trabajado más allá de labores de delicada costura.

         Mi madre la frotó con suavidad y ternura, inclinándose sobre ella, doblando su espalda la acercó a su boca y una vez más me vi sorprendido por una visión que me volvía a turbar, mi madre chupando aquella enorme polla negra. Con su tez blanca por los polvos que solía usar para maquillarse, la polla entraba sin dificultad en sus sonrosada boca mientras el chico intentaba cogerla por la cabeza, pero con su sombrero apenas se atrevía a tocarla, sin duda para no enfadarla pues le debía molestar que estropease su tocado con sus negras manos”.

         Por suerte para él, mi madre se chocaba con su sombrero sobre el vientre del chico así que hizo una pausa para quitárselo y el chico lo colgó en un gancho de la pared evitando que se manchara o rozara con ella. Ya liberada de él su pelo acaracolado sujetado con horquillas fue cogido suavemente mientras ella chupaba aquella hermosa polla adolescente.

         El chico, con los ojos cerrados disfrutó de las caricias de mi madre le propinó con gran deleite y satisfacción, hasta que éste rugió y la separó de repente de su polla, haciendo que ésta saliese de su boca, la cogió  fuertemente por la base y comenzó a meneársela con frenesí.

         Mi madre, como extasiada ante la visión de la polla siendo movida por el joven, con su enorme capuchón de un rosa fuerte, más clara que la negra piel del prepucio, mientras se limpiaba sus propios labios delicadamente con el dorso de su mano, ésta comenzó a escupir andanadas de blanca leche, que describieron un largo arco, como cuando se hace piss, cayendo al suelo de la cuadra. Impresionada se apartó justo cuando ésta comenzó a soltar su carga, ante la posibilidad de ser salpicada en su impecable vestido, por aquella explosión de placer del muchacho al cual miraba tan fijamente a sus pies.

         Para más inri, mi madre arrebató la polla de las manos del muchacho, cuando ésta, extenuada, había dejado de escupir su blanco néctar y continuó moviéndola ella misma mientras el chico recuperaba el aliento con sus manos apoyadas en las caderas. Sin poder creerlo vi como mi madre volvió a introducir su polla en la boca y siguióla chupando, sin duda degustando el sabor de la leche que aún goteaba en su punta.

         Cuando estuvo satisfecha, volvió a sentarse y arremangándose de nuevo el vestido su coño afloró una vez más a mis ojos, tan altivo y exultante como ella era, y volvió a ser comido por el joven, mientras ella, como una posesa agarraba su cabeza y la apretaba contra sus ingles, gritándole que le metiese su lengua hasta el gaznate.

         La escena no duró mucho, pues mi madre gimió con fuerza cuando su orgasmo llegó, aferrándose a la cabeza del chico con fuerza, sujetando esta por sus pelos enmarañados con sus finos y blancos dedos, mientras su boca se apretaba y luego se abría ante el éxtasis que la poseía.

         Tras recuperarse, mi madre separó su coño de la boca del muchacho, que se mantuvo de rodillas en el suelo, se subió el culote ante él, tapando la joya que tan exquisitamente le había dado a probar, y acercándose a la pared, recuperó su sombrero y la compostura, sacudiéndose el vestido con pulcritud. Waldo se levantó y la ayudó a eliminar alguna brizna de paja que había quedado adherida a los encajes y estuvo lista para salir. Yo corrí a esconderme en la cuadra de al lado y al poco la vi alejarse por el pasillo al que daban las cuadras y alejarse como si tal cosa. Waldo salió instantes después y entonces aproveché para desaparecer sin ser visto.>>

         Ambos hermanos estaban muy pegados, mientras Tom sujetaba la linterna, Cathy leía el manuscrito. Con tal cercanía que Tom podía oler el suave perfume que su hermana se echaba después de ducharse, y sentir sus largos cabellos rubios acariciarle los hombros. Se imaginó lo suave que sería su culito respingón y decidió, como quien no quiere la cosa, rodear su cintura con el brazo derecho con la excusa de que así estaría más cómodo, mientras con el izquierdo apuntaba al papel con su linterna de campamento.

         Cathy no protestó por la acción, de esta manera sus cuerpos siguieron juntos mientras Tom apollaba su mano en el costado de ella, muy cerca a su cadera y glúteo.

         <<Aquella tarde me había perdido la escena de mi padre con Arel, pero a cambio había descubierto otra excitante relación entre mi madre y Waldo. Sin duda aquello me dió qué pensar, la manera en que ambos progenitores mantenían relaciones paralelas con los esclavos más o menos consentidas por ellos, sin duda más por Waldo que por Arel, pero como ya he comentado antes, últimamente ésta ya no se quejaba al ser follada por mi padre así que parecía estar consintiendo igualmente.

         Aquella noche yo estaba echo un toro de rodeo y apenas esperé a que Dora me bañase para arrebatarle su bata blanca y desnudarla, indicándole que me ha chupara como preliminar a la penetración. Pero aquella noche también iba a ser especial, yo aún no podía sospechar cuanto.

         Apenas Dora había comenzado a chupármela, estando sentada en la cama, tan desnuda como yo, ¡la puerta de mi dormitorio se abrió sin previo aviso!

         Con el corazón en la boca, como a cámara lenta escruté quién podía entrar de aquella manera tan inoportuna en mi dormitorio, interrumpiendo tan íntima escena y palidecí cuando mi madre apareció al otro lado.

         Con la boca tan abierta como debía estar la mía y la de Dora, que se giró al notar que alguien entraba, mi madre nos vio en plena y tan lasciva práctica sexual.

-        ¡Pero Dora, qué... qué demonios haces con mi hijo! -gritó ella con estrépito.

         Yo me quedé petrificado y sin saber cómo reaccioné corriendo, desnudo como un galgo por la habitación hasta llegar junto a mi madre y cerrar la puerta, pues no quería que el escándalo saliese de allí. Mi madre al verme apenas reparó en lo que hice y se adentró dispuesta a reprender a nuestra niñera, mi querida Dora.

         Ella se puso de rodillas nada más verla acercarse, en su voluptuosa y negra desnudez, y echó su cara al suelo pidiendo perdón inmediatamente a mi madre.

-        ¡Vamos zorra, levántate! Ahora probarás el látigo del señor de la casa cuando le cuente lo que estabas haciendo con nuestro hijo, ¡mi joven Adam, pervirtiéndolo en su inocencia! -exclamó ella levantando su mano como si tuviese el látigo de mi padre en ella para azotar a la sumisa Dora.

         Yo corrí a interponerme entre mi madre y Dora, para defenderla.

-        ¡Vamos mamá tú no harás nada de eso! Y por favor deja de gritar o alertarás a toda la casa -le advertí sujetándola con mi mano apoyada en su vientre.

-        ¡Apártate jovencito, esto es entre Dora y yo! -me gritó empujándome.

         Entonces mi reacción fue tan violenta como inesperada, empujé a mi madre y la hice caer de culo sobre su precioso vestido. Una vez en el suelo, ante su estupor, la miré desafiante, resoplando, con la adrenalina corriendo por mis venas, con los nervios a flor de piel. Apretando mis puños tomé aire y hablé:

-        ¡Tú no dirás a nadie lo que has visto, en primer lugar porque lo que has visto era algo correspondido entre Dora y yo! ¡Y en segundo lugar!, porque si se lo dices a padre, yo podría contarle que esta tarde Waldo disfrutó de cierta joya antes de que tú le pidieras que te mostrara al, cómo lo llamaste... ¿“Sr. Johnson”?

         Mi madre, allí tirada en el suelo, apoyada con las palmas hacia atrás para no caer de espaldas palideció al oír mis palabras, de nuevo su boca de piñón quedó abierta, mostrando su lengua sonrosada que contrastaba con su blanca tez.

-        ¿Tú has visto...? -balbuceó.

-        ¡Sí, lo he visto todo! -la interrumpí furioso.

         Aquello fue como un choque brutal, como caer desde el tejado para ella, quedó paralizada, sin saber qué decir ni qué hacer, allí tumbada en el suelo se debió sentir la mujer más desvalida del mundo en aquel instante

         Mientras tanto Dora, con lágrimas en sus mofletes negros ya se había incorporado, y como olvidando su desnudez, miraba a mi madre allí tirada en el suelo como estaba ella. En aquel momento reparé en que el cancan que llevaba debajo del vestido se lo había levantado y sus blancas piernas habían quedado al descubierto. Ella reparó en mi mirada y  presionando con sus manos lo bajó para ocultarlas.

         Tras unos segundos de tenso silencio, vi que hizo ademán de levantarse y decidí ayudarla ofreciéndole mi mano. Ella me miró y con cara apesadumbrada aún por la contrariedad la tomó y tirando de ella la levanté.

         Una vez estuvo de pié recuperó la compostura y su altivéz. Entonces hablé dispuesto ha hacer un trato.

-        Bueno madre, ahora tienes que prometerme que no dirás una palabra de esto a padre ni a nadie y yo a cambio prometo ocultar también de lo que esta tarde fui testigo. ¿Estás de acuerdo?

         Ella me volvió a mirar, como si la facultad del habla la hubiese abandonado. Me miró en mi desnudez, con mi pene ya flácido y blanquecino y luego reparó en Dora, tan desnuda como yo, con sus orondos encantos al aire.

-        ¡Está bien!, no apruebo lo que hacéis, pero ya que ambos consentís, prometo guardar silencio y no decir nada, pero debéis ser más cautos en vuestros encuentros pues otros sirvientes pueden advertirlo o descubriros tan impúdicamente como lo he hecho yo ahora -nos dijo con su tono distante habitual.

-        Lo mismo te digo madre, Waldo es muy buen chico y me disgustaría si padre descubriera vuestra “amistad” -le recordé yo a modo de recordatorio de nuestro mutuo acuerdo.

-        Por supuesto Adam, no volveré a tener ese desliz con Waldo, nunca más -advirtió y entonces supe que nunca más quería decir tal vez no de momento y sonreí para mis adentros...

         Intenté invitarla a abandonar la habitación tomándola por el brazo pero ella me rechazó y se giró en un acto de despego hacia mi encaminándose hacia la puerta en el arrebato. La abrió ella misma y la cerró tras de si, al menos tuvo esa cortesía.

         Entonces me volví hacia Dora, que aún estaba de rodillas en el suelo, con sus ojos llenos de lágrimas. Le tendí la mano y la levanté, abrazándola y pidiéndole que se tranquilizase, pues mi madre no se atrevería a revelar nuestro secreto ahora que yo conocía otro tan íntimo de ella.

         La consolé un rato más tras vestirnos. Esa noche no hubo más sexo, pues nuestras ganas se fueron con mi madre cuando tan fríamente abandonó la habitación.>>

         Cathy estaba ensimismada en la lectura del relato, con las fuertes emociones que se traslucían de aquella impactante historia. Tanto era así que no advirtió que la mano de su hermano ya estaba posada en sus nalgas y este la movía apretándole suavemente su culito. Al terminar la página fue como si despertara de su ensoñación y fue consciente de que esa mano impía estaba propasándose con ella.

-        ¡Oye, qué haces hermanito! -protestó girándose y zafándose de su mano, que tan traviesamente se había posado en su culito.

-        ¡No nada hermanita! Qué suave tienes la piel por las nalgas, ¿lo sabías?

-        ¿Si, no estarías metiendo mano a tu hermanita, uséase a moi, verdad? -preguntó con ironía Cathy.

-        ¡Claro que no! Bueno tonta, tal vez un poco, ¿te ha gustado? -bromeó Tom.

-        ¡Capullo que soy tu hermana! -le gritó amenazando con golpearlo con el libraco de las memorias que había cerrado.

-        Tranquila hermanita, no te pongas nerviosa, no pensé que te hubiese producido ese efecto -dijo él protegiéndose con los brazos ante la amenazante Cathy.

-        ¿Se te ha puesto dura eh? -le preguntó ella de repente y sin tiempo a reaccionar le palpó el calzoncillo contactando con su dura estaca que empujaba la lycra como si fuese el mástil de una tienda de campaña.

-        ¡Oh si! ¿quieres hacerme una pajilla? -preguntó Tom sin intentar apartarla la mano de sus calzoncillos.

-        ¡Olvídame! -protestó ella separándose de él y arrastrando la esterilla hacia el otro extremo del sótano.

-        ¡Bueno mujer, no te enfades, era sólo una broma!

-        ¡Si claro, tú lo que pasa es que eres un cerdo y te quieres propasar con tu hermana! -se jactó ella.

-        Que no, hay que ver cómo sois las mujeres todas pensáis que los hombres estamos muertos por vuestros cuerpos.

-        Bueno voy a dormir, más te vale no aproximarte o probarás mi puño sobre tus narices -le advirtió su hermana mostrándole el puño en alto.

-        ¡Qué miedo, será mejor no provocarte! -rió él gesticulando con voz temblorosa.

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