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Like a Dream (3)

en No Consentido

Ellos

 

Los fines de semana que Daniel no visitaba a sus hijos intentaba divertirse, aunque lo cierto es que lo hacía solo...

Todos sus compañeros de trabajo estaban casados y los solteros eran demasiado jóvenes para juntarse con ellos. Así que Daniel ocupaba su tiempo en ir al cine... solo, a lo mejor salir al chino a comer... solo y por último a salir a tomar algunas copas... solo.

Soledad, esa parecía ser su novia, y era bastante difícil sacársela de encima. Sólo lo conseguía en contadas ocasiones en las que entablaba alguna conversación en un pub con alguna mujer, tal vez interesada en él, pero que no llegaban a fructificar más allá de una amable y corta conversación.

Pero hoy no era uno de esos fines de semana...

Sus redondas y hermosas curvas se contoneaban ante él. Como buena dominicana estaba orgullosa de su trasero y Daniel también lo adoraba, grande, redondo, del color del ébano.

Mientras entraba en ella desde atrás, podía palpárselo, ¿y por qué no?, darle algún enérgico azote. Se aferraba con fuerza a sus anchas caderas y empujaba suavemente pero con firmeza, clavándole su vástago lo más profundamente que podía.

Su interior era como de caramelo, de un rosa fuerte que contrastaba con el oscuro tono de piel de su poseedora. Ella era su particular consoladora, cada cierto tiempo la visitaba, acudía a ella cuando necesitaba satisfacer sus más bajos instintos. El sexo por el sexo, sin preámbulos ni contemplaciones, sin ataduras ni discusiones, hacía lo que quería y luego se marchaba.

Pero Cristina, que así se llamaba, ya no sólo saciaba su sed de sexo, también saciaba en parte su sed de cariño, pues para él, tras tantas visitas, ella se había convertido en una buena amiga. Lo escuchaba y animaba antes de pasar a la habitación, se interesaba por cómo le iba y él confiaba en ella para contarle sus preocupaciones.

Es evidente que Cristina se dedicaba al oficio más antiguo, pero, a pesar de ello, Daniel encontraba en ella un cariño y un afecto que le hicieron volver una y otra vez, buscarla de entre las demás y si alguna vez llegaba y estaba ocupada, esperarla y luego invitarla a una copa mientras ésta descansaba. No le importaba que hubiese estado antes con otro, pues para Daniel ninguna otra puta podría satisfacerlo como ella.

Mientras el recuerdo de cómo se conocieron por primera vez pasaba por su cabeza, el coito, intenso pero a la vez calmado, le traía agradables efluvios de placer. Extendió sus manos y acarició su espalda. Llegó hasta su cuello, la agarró por los hombros y tirando hacia atrás hundió su verga una vez más en su caliente cuerpo. Cristina gimió ante esta última acción mostrando su agrado, pues, ¿quien ha dicho que una puta no puede disfrutar con un cliente?

Bajó sus manos y cogió sus pequeños pechos, humedeciéndose los dedos capturó sus pezones, largos y duros, los pellizcó suavemente, girándolos entre el índice y el pulgar. De nuevo Cristina gimió en señal de aprobación.

Daniel sabía que Cristina disfrutaba con él, ella se lo había confesado pues entre ellos ya había la suficiente complicidad para que ella aliviara las tensiones de su duro estilo de vida. Tal vez fuera por su familiaridad o por su amistad, pero Cristina mostraba su agrado en cada coito aunque Daniel llegase ya tarde, cuando estaba ya cansada por las horas de oficio transcurridas. Otras, ella simplemente le hacía una larga felación que terminaba regando su oscura piel con su blanca lluvia. Sabía que a Daniel esto le encantaba, tanto como mantener sexo convencional.

Cambiaron de posición, Daniel se retiró y Cristina se incorporó. Entonces la abrazó, pegando su pecho contra el suyo, sus manos inmediatamente agarraron su voluptuoso trasero y con fuerza lo asieron pegándola contra él en alarde de pasión. Cristina capturó su boca con sus gruesos labios de color, sus lenguas se entrelazaron en un largo y húmedo beso. Aunque no se suele besar a estas mujeres, con ella la familiaridad había hecho que disfrutase de estos momentos como si de una amante habitual se tratase.

Esto también le encantaba, Cristina le comía la boca como ninguna otra, con un beso tierno, jugoso, sabroso y cariñoso. Mientras él, la deleitaba bajo su trasero acariciando sus sexo, introduciendo sus dedos y frotando su clítoris.

Aquello se prolongó por unos momentos y cuando ya estuvieron saciados de sus salivas, Cristina sintió un arrebato e inclinándose se arrodilló ante Daniel y se tragó su verga de nuevo. Aunque siempre empezaban por unos preliminares como este, sin condón, lo cual era una forma deliciosa de comenzar a excitarse para Daniel, esta muestra súbita de Cristina le gustó, de modo que disfrutó una vez más de sus labios arropando su glande y sintió el suave roce de su garganta cuando su falo entró hasta lo más profundo de ella.

Pero Daniel quería más acción así que la liberó de sus obligaciones y echándola en la cama se colocó encima suyo y en la clásica postura del misionero entró de nuevo en su interior con ansias renovadas, empujándola con las suficientes ganas como para sorprenderla y arrancarle de nuevo algunos gemidos.

Lo mejor de hacerlo así es que podía disfrutar de sus sabrosos labios, como gajos de mandarina, mientras se adentraba más y más en su caliente interior. Aquello era delicioso y no tardó en sentir como su orgasmo se aproximaba.

Para evitar que todo terminase tan pronto abandonó aquella cueva del placer y la dejó incorporarse. Ahora fue el quien ocupó el lugar de abajo y ella lo cubrió con toda su voluptuosidad, pero antes de que se volviese a clavar su estaca, Daniel la abrazó y le comió sus pezones, tan negros largos y duros que le encantaba capturarlos con sus labios, chuparlos y si se terciaba hasta morderlos. A Cristina esto la volvía loca, por lo que volvió a gemir agitándose mientras se enredaba los dedos en el pelo de él.

Entonces fue ella misma la que pidiendo guerra, lo empujó haciendo que cayera de espaldas en la cama, abalanzándose sobre él como una fiera de la sabana se colocó y con tremenda pasión lo cubrió, tras lo que con rápidos movimientos de cadera lo llevó hasta la desesperación...

- Despacio Cristina, quiero aguantar un poco más... -le rogó ante la fiereza con que se arrancó aquella leona de la sabana.

- Tranquilo cariño, lo haré muy despacio -contestó ella melosa colocando un dedo en sus labios mientras ralentizaba sus movimientos.

Siguieron con su baile sensual y muy sexual, disfrutando del placer mutuamente. Daniel se aferraba a su trasero, volviendo a darle algunas palmadas mientras seguía degustando el fruto de sus pechos y ella, de vez en cuando bajaba sus labios y arropaba los suyos, chupándolos dulcemente.

- Cristina -dijo Daniel bajo ella.

- Si mi amor -replicó cariñosa.

- Hoy me gustaría terminar de forma especial...

Cristina sonrió, pues sabía lo que esa petición implicaba.

- Está bien papi, ven con mamá... -dijo ella liberándolo para dejar que se incorporase.

La joven de color se sentó en la cama mientras Daniel se puso de pié delante suyo. Entonces lo liberó de la presión del latex y con su verga a flor de piel, la introdujo de nuevo en su boca.

¡Qué sensación! Tras el largo coito, entrar en su boca era como volver al fuego abrasador de la pasión. Cristina lamió su caramelo y lo degustó con gran deleite y placer. Despacio, como le gustaba a Daniel. Aproximándolo poco a poco al inevitable final, hasta que éste se llegó y su boca, súbitamente, comenzó a llenarse con el caldo, caliente y dulce de su más profundo interior. Ella siguió chupando, mientas él tuvo que apoyarse en una la pared de en frente para no caer, sintiendo que el intenso placer le nublaban la vista hasta el punto de hacer que se tambalease. Sin duda esto, pocas mujeres estaban dispuestas ha hacerlo a su hombre.

Tras terminar, Cristina se relamió dejando claro donde había ido a parar todo el néctar que previamente Daniel le había entregado en su caliente boca. Desde luego ella no estaba dispuesta ha hacer esto con todos, pero Daniel era distinto, era su amigo y sabía que podía confiar en él, pues ella era la única puta con la que se acostaba. Claro que, también él, en los días que le hacía esto le dejaba una generosa propina, que llegaba a superar la tarifa habitual.

- ¡Qué rica tu lechita! -exclamó Cristina con un suave acento sudamericano.

- ¡Qué bien lo haces Cristina! -replicó Daniel recuperándose del orgasmo.

Volvieron a abrazarse y sus labios se unieron en un largo beso, donde Cristina comió los de él con sus carnoso morrito, mientras él metiéndole el dedo en su flor se deleitó con su cálida y suave humedad.

- ¡Oh cariño qué rico! ¿Tú no me ayudarías a acabarme, no?

- ¡Claro que si! Ya sabes que siempre estoy dispuesto a quedarme el tiempo que tú quieras.

- ¡Ay mi amor, perfecto entonces, méteme tus deditos mientras me chupas los pezones, ¿te parece mi amor?

- ¡Eso está hecho! -exclamó Daniel presto a tan loable fin.

Echada en la cama, Cristina se acariciaba su botón secreto mientras Daniel cumplía con lo prometido. Sus labios degustaban de nuevo sus frutos maduros, mientras sus dedos hacían las veces de amantes incansables. De esta manera estuvieron un rato largo, pues a ella le costó coger el ritmo necesario, pero finalmente su orgasmo la sorprendió estremeciéndola su pequeño cuerpo por entero, de arriba a abajo, provocándole espasmos de intenso placer. Tras terminar abrió sus ojos, Daniel estaba mirándola, se sonrieron y sus labios volvieron a unirse en calientes besos finales.

Satisfechos ambos comenzaron a vestirse mientras de vez en cuando se miraban y se sonreían. Cuando hubieron terminado, salieron juntos de la habitación y se adentraron en el corto pasillo que los separaba de la zona de bar donde se recibía a los clientes. Antes de cruzar la última puerta, Cristina se volvió y le dio un último y húmedo beso de despedida.

- Volverás pronto cariño -le insinuó melosa.

- Ya sabes, más tarde o más temprano siempre vuelvo -contestó el sonriente.

- Mejor que sea más temprano -replicó ella devolviéndole su blanca sonrisa que contrastaba con el color de su piel.

Al acceder al local, se despidieron con un “buenas noches” y Daniel se encaminó hacia la puerta de salida.

Fuera el frío arreciaba, nada más salir Daniel vio como su aliento se hacía visible en forma de humo blanco saliendo de su boca. El cielo helado se mostraba cristalino mientras andaba los escasos metros hasta su viejo coche. Mientras abría la puerta se dio cuenta que la negrura de aquel cielo estrellado, hacia el este, se había empezado a tornar violeta, sin duda el sol se aproximaba y en breve comenzaría a empujar a la noche a su destierro para dar paso a un nuevo día...

El domingo Daniel lo dedicó a descansar, este fin de semana no vería a sus hijos, pues no le tocaba. También necesitaba tiempo para si mismo, para ver sus películas, leer sus libros, tal vez escribir un nuevo capítulo de su actual serie erótica... Ya se sabe, no sólo de pan vive el hombre y Daniel necesitaba un poco de todo, pues su mente siempre en movimiento estaba.

La semana pasó tan deprisa como de costumbre y luego llegó el fin de semana. Esta vez lo pasaría con sus hijos. Para variar se los llevó al pueblo para que viesen a los abuelos. Y tan fugazmente como pasó la semana, pasó el nuevo fin de semana y otra semana más... La vida es un frenesí, cuando llega cierta edad, el tiempo parece que se acelera como si fuésemos en una nave espacial y esta estuviese siempre acelerando para llegar a su destino a años luz de distancia.

Este nuevo finde, Daniel salió a cenar. No le importó comer sólo en el restaurante chino que solía frecuentar. Allí otras parejas cenaban, preparándose para salir después a tomar unas copas y luego buscar un sitio con más intimidad para entregarse al placer de la juventud.

¡Ah divino tesoro! Daniel ya no era joven, si por juventud entendemos no haber pasado la cuarentena. Él los observaba, como un voyeur, y disfrutaba regalándose la mirada con aquellas chicas tan guapas y arregladas que olían a gloria.

A veces una le pasaba al lado para ir o volver del buffet libre. Entonces podía deleitarse con su colonia, se imaginaba cómo sería esta desnuda, ¡ese cuerpo escultural, esas carnes ansiosas de contacto, las guarradas que practicaría con su novio y lo que disfrutarían juntos! Pero también sabía que como todo, nada es para siempre y esos lances iniciales durarían lo que tenían que durar, luego llegaría la monotonía, tal vez el tedio y con él una separación, pues las nuevas generaciones no tenían muchos inconvenientes en cambiar de pareja y volver a empezar.

Aquella misma noche a cientos de kilómetros de distancia, Melany bebía en una fiesta privada junto a un amigo de las pasarelas. Se conocían de haberse visto en Barcelona, Madrid, Milan... el chico le parecía muy mono, así que estaban tonteando en una esquina mientras la música y el murmullo de muchas conversaciones se entremezclaban.

Aunque claro, aquel ambiente no era el más propicio para hablar, así que acabaron saliendo del apartamento donde un amigo común daba la fiesta y terminaron dando un paseo por la manzana anexa.

A esas horas las calles estaban desiertas y sólo vieron pasar a algún empleado de la limpieza, que perezosamente empujaba su carrito con los aperos para su tarea y un camión que con un operario se dedicaba a regar las calles para limpiarlas. De noche la ciudad dormía y sólo algunas personas como ellos le daban vida a las solitarias calles.

El chico no paraba de charlar y hacerla reír, aunque realmente todo lo que decía eran banalidades y chistes fáciles.

Se sentaron en un banco, y cuando Melany fue ha hacerlo, el chico la cogió por la cintura y la forzó a sentarse sobre sus piernas. Ella sonrió tras la sorpresa inicial y comprendió que estaba sentada encima de su sexo. Esta ocurrencia del chico la excitó, pues imaginó su conchita tan cerca del miembro del hombre que dicha proximidad era como estar cerca del fuego y querer quemarse.

Para colmo aquel chico descarado, osó recorrer el espació que separaba sus rodillas desnudas de la intimidad de sus braguitas, y con sus manos profanó aquel lugar tremendamente cálido e íntimo de toda mujer. Para ella este lance fue en exceso turbador, sintió la emoción del contacto, ésta le secó la boca ante la expectativa de lo que venía, su deseo se desató en su interior, salió del cofre donde lo guardaba con llave de plata para recorrer cada centímetro de su suave piel.

Cerro sus piernas en acto reflejo y así cortó el acceso fácil a su delicada intimidad, esto hizo que el chico sacara su mano de ahí y tomase su barbilla, haciendo girar su cara hacia él, buscando su boquita de piñón le robó un primer beso.

Melany lo degustó y se entregó a una serie de largos y húmedos besos, mientras sentía que por dentro el ansia y la excitación la consumían, pero debía contenerse, dejar que fuese él el que se aventurara en la exploración de su cuerpo, en el fondo así era como le gustaba. Aquel chico travieso tuvo la osadía de separar de nuevo sus muslos con cierta brusquedad y acceder por segunda vez a su más tierna intimidad, arropada por su abrigo, escondida bajo la noche.

Aquel chico travieso tuvo la osadía de nuevo de no detenerse sobre la blanca tela de algodón que envolvía su joya, la profanó descubriéndola y la acarició haciendo que los cálidos jugos que de ella manaban mojaran sus dedos traviesos, que hábilmente se desenvolvían entre los suaves labios que no se ven, aquellos que toda mujer oculta para sólo abrir a los hombres que sortean con habilidad las pruebas que ellas les ponen, pues sólo ellos son merecedores de descubrir sus tesoros.

Aquello era ya demasiado Melany iba a estallar, mientras esa traviesa mano del chico además se le colaba por su abrigo y sobre su blusa acariciaba sus pechos mientras le robaba otra serie de besos, dándole a probar su dulce saliva. Sintió tal excitación que temió correrse en estos lances preliminares así que se zafó de su abrazo y se sentó a su lado en el banco.

Hacía frío, pero en aquel banco la temperatura parecía tropical entre aquellos dos amantes recién estrenados.

Aquel chico, que no se detenía ante nada, se bajó la cremallera de su baquero y tras desabrochar su botón, extrajo su miembro palpitante al frío de la noche y tomando la mano de ella hizo que se lo agarrase. Melany sintió todo el poderío de aquella arma secreta, la sintió palpitar bajo su mano y mientras la acariciaba y frotaba la excitación en ella seguía por las nubes.

- ¿Me la chupas? -le susurró en sus oídos enredándose con su pelo.

Pero Melany no estaba dispuesta ha hacer tal cosa, pues era algo que ella nunca le había hecho a un chico, así que soltó su virilidad y girándose lo besó y hasta le mordió los labios.

- Busquemos algún sitio más apropiado -le susurró ella.

- Ok nena -contestó él guardando su miembro apretadamente bajo su baquero.

Emprendieron de nuevo su paseo, pero esta vez de regreso a la fiesta, pensando tal vez en colarse en alguna habitación para gozar de su pasión contenida y desmelenarse. Esta vez el paseo fue más sensual, pues sus manos volaban por sus cuerpos posándose traviesamente donde menos se lo esperaba el otro. El chico le agarraba su trasero, le robaba besos y le acariciaba sus pechos, mientras ella igualmente agarraba su trasero y palpaba su tremenda excitación apretada bajo su pantalón.

Llegaron al rellano de la entrada, allí la temperatura era mucho más agradable, así que se enzarzaron en un mar de besos y abrazos, sintiendo que volver a la fiesta no era lo más indicado. Por lo que se ocultaron en la escalera y allí, en la penumbra, el chico le metió la mano por su minifalda y empuñando su tanguita tiró de él con tal brusquedad que hizo saltar sus finas costuras.

Esto sorprendió a Melany aunque aquella muestra de cierta brutalidad la excitó y se dejó llevar por la ardiente situación. Tras quedarse sin bragas, el chico descubrió su trasero desnudo y lo mordió sensualmente mientras sus manos recorrían cada centímetro cuadrado de sus muslos, introduciéndose en su surquito rezumante provocándola aún más.

Sentía su lengua recorriéndole la piel, su caliente lengua que llegó hasta a introducirse entre sus glúteos y bajar hasta donde ella nunca hubiese pensado que bajaría. Con brusquedad la giró y la sentó sobre un escalón, allí sus nalgas reposaron sobre su largo abrigo de cachemir.

Con su sexo al aire aquel travieso chico se zambulló en él, y su lengua lo recorrió en todas direcciones recogiendo cuantos jugos manaban de su joya. Melany se sintió desfallecer allí mismo, en aquella oscura escalera mientras como ya no recordaba aquel chico le arrebataba su intimidad dándole oleadas de placer a cambio.

Pero el macho dominante no estaba dispuesto a que esto quedase ahí, de modo que incorporándose extrajo su verga y se la acercó a la boca. Esta vez no hubo preguntas, esta vez no le pidió permiso, esta vez la condujo directamente a sus labios.

Melany no sabía qué hacer, esta práctica le daba algo de asco, por eso nunca lo había intentado con los chicos con los que había estado antes. Así que trató de negarse, pero la mano del varón puesta en su nuca la obligó una vez más y su boca se entreabrió lo suficiente para que aquel trozo de carne palpitante y caliente entrase en ella.

Su sabor fue amargo al principio, Melany trato de contener las arcadas que acudieron a su boquita, pero después este desapareció y la sensación de tener aquella verga en su boca la hizo olvidarse de él. La saboreó por primera vez, aquello era nuevo para ella y la excitación que le produjo compensaron el hecho de que aquel cabrón la había forzado ha hacer algo que ella no quería en principio.

Aunque le mantenía la mano en su nuca, ya no la forzaba como al principio. Melany recorrió aquella barra carnosa con su boca y aprendió a disfrutar de su sabor, de su textura y de su fuerza. Y justo cuando estaba acostumbrada a ella, el chico la liberó, extrayéndola de sus dulces labios.

La levantó y colocándola en el escalón superior, le tomó una pierna y acercando su pelvis la colocó justo delante de su joya, acercó su miembro y frotó su glande con sus pequeños labios vaginales. La excitación se disparó, pero entonces ella reparó en que aquel desconocido ni siquiera se planteaba el ponerse un condón, así que se lo recriminó y este de mala gana, aquel chico buscó su cartera y de ella sacó algo que, en la penumbra, Melany no pudo ver, pero por sus movimientos supo que se había enfundado su sexo, ahora venía el coito y Melany lo deseó.

Ya con su miembro enfundado asépticamente la pasión volvió cuando se abrazaron, Melany cautelosa volvió a palpar su miembro antes de que este la tomara y se aseguró que este estaba bien protegido. De modo que ya sin esperar más este la llenó toda, y ella, respirando aceleradamente acusó el esfuerzo al tener su joya que dilatarse a marchas forzadas.

El coito de frente les permitía seguir comiéndose la boca y al chico besar sus pechos con su blusa desabrochada. Melany en un momento dado, levantó sus piernas y cruzándolas en la cintura del otro, se sostuvo cogida por este con la espalda apoyada en la pared, sin duda aquella era una deliciosa experiencia tras largos meses de abstemios. Aunque aquel chico seguía mostrándose brusco y sus movimientos fueron tan intensos que comenzaron a no gustar a Melany, por lo que le lo detuvo y se bajó.

Ahora el chico le pidió que se girase y ella, apoyada en los escalones superiores le ofreció su trasero, para que él le entrara desde atrás. No tardó en volver a sentir su presión mientras la agarraba fuertemente por la cintura y la penetraba hasta las entrañas.

El chico empezó a empujarla tan fuerte que aquel maravilloso placer empezó a desvanecerse con el daño que le hacía, ella protestó pero este pareció no escucharla y siguió embistiéndola como una bestia, Melany de nuevo protestó pero la fuerza de aquel chico era tal que no la permitía zafarse de él, ya que si se soltaba de una mano corría el riesgo de estrellar su linda carita contra el suelo.

Así que sólo hizo lo único que podía hacer, esperar a que se corriera. Ya no había placer para ella, le dolían sus penetraciones, le dolían sus caderas por cómo se las agarraba con las manos y sólo deseo que todo terminase pronto. Pero el tiempo pasa despacio en los peores momentos así que aquellos segundos se le hicieron eternos.

Finalmente aquel chico estalló en su orgasmo y resoplando como un asno soltó su carga en el interior de la desconsolada Melany. Hasta aquel momento había sido todo tan idílico que ella no podía creer el giro que habían dado los acontecimientos.

En cuanto este bajó la guardia ella se zafó de sus manos y girándose le dio una bofetada con todas sus fuerzas. Él alto varón, al no esperar aquella reacción de fiera acorralada, cayó de espaldas y chocó contra la pared. Momento en que Melany saltó por la escalera, aún a riesgo de caerse con sus altos zapatos de tacón y emprendió la huida lo más a prisa que pudo.

Accedió a la calle y rompió a llorar mientras no paraba de andar y de correr a trompicones, a riesgo de caerse con sus altos tacones. A punto estuvo en un par de ocasiones de caerse y dar de bruces contra el suelo, pero finalmente salvó la caída y siguió adelante.

Por allí cerca, durante el paseo, recordó haber visto una parada de taxis, pero ahora, con los ojos cegados por las lágrimas, todas las calles le parecían iguales. Por suerte había comenzado ha andar en la dirección correcta y tras alcanzar una esquina los divisó a unos veinte metros.

Corrió hacia ellos y se montó a la velocidad del rayo en uno. El taxista, la vio en un estado de agitación no disimulado y se interesó por ella...

- ¿Le ocurre algo señorita?

- No nada, lléveme al Hotel Inglaterra, por favor -le dijo Melany entre sollozos.

Aquel hombre emprendió la marcha y respetó sus ganas de silencio. En poco tiempo estuvieron en la puerta del hotel y cuando ella fue a pagar se le cayó el mundo enzima, ¡pues su bolso de mano no estaba! Recordó haberlo dejado en la escalera, donde se había liado con aquel cabrón y con la apresurada salida.

Rompió de nuevo a llorar y el taxista no supo qué decirle más que volver a interesarse por ella preguntándole que si le pasaba algo otra vez.

Entonces Melany se lo explicó lo mejor que pudo, obviamente omitió los detalles y le dijo que se lo había dejado olvidado en la fiesta de donde venía. Le ofreció entrar con ella a la recepción donde le confirmarían su habitación y mañana podría pasar a cobrar la carrera.

Pero aquel hombre sintió pena por la chica y contestó que no era necesario, que la acompañaría sólo si ella necesitaba ayuda para entrar, que la carrera iba “por cuenta de la casa”.

Melany sintió pena por aquel hombre y con un profundo agradecimiento se despidió de él sin parar de llorar salió y se encaminó a la recepción.

Allí de nuevo tuvo que explicar que había pedido su bolso, aunque ya un poco más calmada, le entregaron una nueva copia de la habitación y subió a acostarse...

Ya entre las sábanas de nuevo un llanto incontenible acudió a ella. Siguió llorando suavemente por largo rato y entre sollozos se fue apagando hasta quedarse profundamente dormida...

Mas de Esther

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