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Memorias (13)

en Amor filial

13

         Como cada noche Cathy comenzó a leer un nuevo capítulo de las memorias de Adam, Tom proyectaba el haz de luz de su pequeña linterna del bolsillo sobre las páginas amarillentas manuscritas con pluma y trazo tembloroso que sólo Cathy había aprendido a interpretar correctamente y con cierta soltura ya. Y en este acogedor e íntimo ambiente, las palabras de Cathy, suaves y acompasadas, los transportaban a aquel tiempo lejano, en aquel mismo lugar:

         <<Tras el encuentro en la alcoba de mi hermana, hicimos muy buenas migas y ya siempre nos saludábamos tanto la levantarnos por las mañanas como al acostarnos. De vez en cuando ella me colaba de nuevo en su dormitorio y me dejaba comerle el coño y a su vez me correspondía de igual forma hasta alcanzar cada uno nuestro particular éxtasis.

         Aunque se negaba en redondo a dejarse penetrar por mi, su esclava, siempre estaba dispuesta a acogerme en su joven concha, dejándome gozar de ella siempre después de que Renée hubiese gozado hasta hartarse de mis caricias hacia su flor. Luego a veces se quedaba contemplando como me follaba a su esclava a los pies de la cama o sobre la alfombra, mientras lánguida, permanecía recostada y desnuda sobre su mullida cama.

         En esos días mi actividad sexual era muy intensa, llegando hasta el borde del agotamiento, pues había días que debía satisfacer tanto a Arel, como a mi hermana, para luego terminar con la esclava, incluso a veces, al principio de las penetraciones el glande me dolía un poco, pero tras meterla un par de veces en sus coños, sus suaves jugos actuaban de bálsamos calmantes y emprendía un nuevo coito con sumo placer, camino de un nuevo éxtasis.

         Admito que fui dejando un poco de lado a Dora, pero de vez en cuando le proporcionaba encuentros con Albert y los veía follar, al igual que Renée hacía conmigo y su esclava, en este sentido parecíamos organizadores de mini-orgías con los esclavos que nos servían.

         Pero la naturaleza a esa edad es poderosa, y la juventud arrasa con todo, así que llevaba todo para adelante y era tremendamente feliz. Eso si, cuando dormía no había terremoto ni huracán que me despertasen, levantándome cuando el sol rozaba ya el medio día. Esto también me hizo merecedor de duras críticas por parte de mi rudo padre, que decía que yo no era más que un holgazán que nunca sería capaz de heredar su hacienda. En fin, tiempo tendría de trabajar, en aquellos días, era tiempo de gozar...

         Hacía varios días que tenía abandonados los encuentros de mi madre con el mozo de cuadras, y una mañana decidí acecharlos a la hora en que ellos solían quedar, cuando todos los esclavos y capataces estaban en los campos de algodón. Y tuve éxito en la vigilancia, detectando como mi madre paseaba por los alrededores de la casa, con una sombrilla para protegerse del sol el sol, siempre atenta a posibles observadores, trabajo me costó ocultarme para que no me viese, pero lo conseguí.

         Cuando entré a las cuadras, me coloqué en la puerta que ya habían cerrado y al atisbar el interior de la estancia, por las rendijas de la madera, observé que mi madre ya tenia sus manos sujetando al “Sr. Jhonson” y comenzaba a saborearlo con sus labios. La poderosa polla negra apenas le cabía en su boquita de piñón, pintada con carmín, y la escena se tornaba tórrida cuando esta entraba y su boca se abría hasta el límite.

-        ¡Oh señora, qué boquita tiene usted! -exclamaba el joven Waldo cuando mi madre practicaba aquellas caricias sobre su miembro.

-        ¡Tú polla es como el buen chocolate mi niño! Dulce y sabrosa, -replicaba ella dándose un respiro en su acción.

         Luego Waldo se ocupó de “la joya” de mi madre, quien no le importó sentarse sobre los sacos de grano aún a riesgo de manchar su impecable vestido. Con las piernas alzadas y cruzadas la espalda del muchacho, apoyando sus muslos en los hombros, mientras éste sujetaba sus nalgas nacaradas con ambas manos y la deleitaba con su gran lengua sobre sus labios vaginales, rojos y gordos como pimientos sin duda.

         Hoy había algo más especial que iba a tener el privilegio de contemplar. Cuando mi madre se hartó de que el mozo le comiese su chocho, lo hizo incorporarse y le indicó que se pusiese de rodillas frente a ella, acomodándolo entre sus blancos muslos permanecía espatarrada completamente, recostada hacia atrás en los sacos, con los codos apoyados hacia atrás y las piernas flexionadas en ángulo recto, ofreciéndole su sexo con un toque obsceno y exhibicionista.

         Waldo se colocó empuñando su enrome polla, poniéndola en posición frente a su raja, que asomaba levemente por entre su bello púbico. Lentamente la acercó hasta ella, empujando suavemente hasta entrar en contacto con sus labios externos, abriendo su coño de par en par a medida que su polla, inexorable avanzaba como el émbolo de una jeringa,  penetrando a mi madre quien lo recibió con un largo y hondo quejido hasta que ésta le llegó bien adentro.

-        ¡Oh Waldo, qué gorda la tienes hijo mío! ¡Mi coño ya no puede más! -exclamó mi madre soltando un bufido.

-        ¿Le hago daño señora? -se interesó el muchacho, quien había puesto todas las precauciones para agradar a su ama.

-        ¡Oh ya lo creo cariño, pero es un daño delicioso! Pero ahora, ¡fóllame, fóllame ya! Te lo ordena tu ama, no osarás desobedecerme, ¿verdad?

-        ¡Oh no señora, Waldo está siempre a su servicio! -exclamó el joven negro arremetiendo contra su ama con un empuje de ardor que le salió desde las caderas, haciendo que la señora prorrumpiera en un grito ahogado.

         Yo podía verlos ligeramente girados y casi advertía la espesura del bello púbico de mi madre, mientras la polla, también oscura se confundía con éste al penetrar en él y llenar su raja con la carne caliente y negra del joven. Así comenzó la la fornicación en la que el muchacho se movía lentamente a petición de mi madre, mientras ésta permanecía recostada mirándolo primero a la cara y luego a su polla, viendo cómo la follaba, deleitándose con la mera observación del acto de la que ella era partícipe.

         En un momento dado, levantó sus pies del suelo y los cruzó por la cintura del muchacho, apretando su culo negro con sus blancos talones, marcándole el ritmo dela penetración  al compás que ella dictaba.

-        ¡Cuidado querido, si te corres en mi concha probarás el látigo! Sólo me faltaba tener un descendiente negro para que mi marido me decapitase sin pensarlo, ¡por supuesto que tu cabecita caería primero! -le advertía severamente mientras éste la follaba.

-        ¡Oh si señora, en cuanto esté apunto la sacaré y expulsaré mi semilla fuera de su vientre! No tema ya tengo práctica y no ocurrirá nada -aseguraba el joven muchacho, como inconsciente del peligro que corría.

         La escena recordaba a esas arañas que tras al cópula matan y se comen a sus machos, con mi madre tejiendo su telaraña de advertencias sobre el joven macho para que éste hiciese bien su trabajo y no osase transgredir las normas, encaminadas a no tener una descendencia no deseada.

         Después mi madre se cansó de esta postura y decidió ponerse a cuatro patas.

-        Ahora como las perras -le decía-, quiero que me lo hagas como si fuese una perra en celo -repetía.

         Y el joven y servicial Waldo se colocó ante las posaderas redondas y relucientes de mi madre, partiéndolas en dos con su hermoso miembro fálico, mientras se aferraba a ellas con sus negras manos.

         El muchacho resoplaba y se aferraba a las caderas maternas, afanándose en su tarea, tal vez concentrándose en contener su semilla dentro de sí, para no derramar ni una gota en aquel coño blanco y abrasador. Me sorprendió que en cierto momento este acelerara sus embestidas, provocando sonoras palmadas al chocar contra los cachetes de mi madre, quien, como poseída por el diablo, gimió con fuerza al tiempo que profería toda serie de maldiciones contra aquel martirio al que tan gustosamente se exponía, aferrándose a los sacos donde se apoyaba como si fuese a lomos de un potro salvaje y temiese caerse en la galopada.

         El inevitable final llegó, en un instante el muchacho extrajo su miembro del coño sudoroso y sujetándolo con su mano éste comenzó a escupir andanadas de blanca y espesa leche. Sin tiempo para apartarse, algunos chorros cayeron en la espalda de mi madre sin que esta se apercibiese de aquel hecho, pues se afanaba en frotarse con sus propias manos su coño mientras se retorcía encima de aquellos sacos y gemía y gritaba como una descosida.

         Cuando mi madre se relajó, se volvió para contemplar al joven y tal vez sintió en ese momento la espesa leche que ahora comenzaba a licuarse y a resbalar por su fina piel, entonces montó en cólera e insultó al esclavo lanzando toda clase de improperios contra él, mientras el joven, asustado como un conejo ante el galgo, se afanaba en buscar algo con lo que limpiar aquel desaguisado.

         Finalmente mi madre sacó un pañuelo de seda de su escote y se lo dio al chico para que la limpiara. Éste, con esmero, completó su tarea, permaneciendo mi madre todo el rato de rodillas. Aparentemente ya se le había pasado la ira inicial y tras terminar, a modo de castigo, se volvió y le ordenó que le comiese ahora el coño. Así que el joven se arrodilló de nuevo ante su ama y como un perro fiel lamió y comió de nuevo la almeja de mi progenitora.

         Tras esto mi madre se incorporó y aún muy enojada le ordenó a Waldo que se sentara en el suelo. Él, extrañado, obedeció sin rechistar, la ama era la ama. Así que una vez estuvo este sentado mi madre se arremangó el vestido y se puso delante suyo, mostrándole su sexo, con su esponjoso vello, que quedaba un poco por encima de la tez del muchacho.

-        Muy bien, como has mancillado mi cuerpo con tu sucio esperma, ahora tu ama va ha hacer lo mismo con el tuyo, es lo justo -aseveró mi madre.

         Waldo seguía sin comprender, pero no por mucho tiempo. Mientras se sujetaba el vestido con una mano, con la otra se abrió su coño, mostrando sus labios sonrosados y su blanco interior, y cerrando los ojos sonrió al tiempo que un chorrito salía de su raja, bajando en arco hasta el muchacho y regando su cara para su sorpresa. Éste inmediatamente se giró hacia el suelo mientras el chorro comenzaba a a mojarle la nuca y su pelo afroamericano enmarañado.

         En esos momentos mi madre rió a grito limpio con su fina voz de soprano...

-        ¡Ja ja ja, te lo advertí ahora estamos en paz! -gritó mientras reía y seguía menado encima del pobre esclavo, quien resignado a su suerte aguantó el chaparrón, nunca mejor dicho, el húmedo y caliente chaparrón sobre su nuca y espalda.

        

         Cuando hubo terminado, el chico se volvió hacia ella desconsolado y empapado. Entonces mi madre, sin apiadarse de él aún lo tomó por la cabeza y acercándole su coño a la cara, le ordenó.

-        Vamos aún no has terminado, ahora debes limpiarme con tu lengua, ¡lame, vamos te gustará! -le dijo mientras literalmente le echaba el coño en la cara.

         El chico lamió el sexo de mi madre, que sin duda aún tenía pipí entre sus paredes y ella se complació mientras él se lo lamía, cerrando los ojos y gimiendo de nuevo, como si empezasen a follar en aquel momento.

         Finalmente arrebatada por la pasión, decidió compensar al muchacho por su aguante y le ordenó que se sentara en los sacos, ahora ella se arrodilló ante él y habló...

-        Bueno, como has sido muy obediente tu ama te va a recompensar para que no le tengas en cuenta esto último.

         Su boca tragó la polla flácida del muchacho y con fuerza la succionó unas cuantas veces hasta hacerla crecer en su interior. Espléndida lució cuando finalmente la sacó de sus labios mientras la sujetaba hiniesta como si fuese la espada del rey Arturo.

-        Me encanta tu polla Waldo, tan grande, tan recta y tan perfecta, si no fuese por ella no habría vuelto a repetir contigo -le confesó mi madre mientras volvía a levantarse y lo empujaba haciéndolo caer sobre los sacos donde estaba sentado.

         Mi madre se subió de rodillas a los sacos y ando un par de pasos hasta colocarse sobre la enorme polla del muchacho, cogiéndola entre sus finas y delicadas manos la condujo hasta su coño y la forzó a entrar en él, desapareciendo entre los pliegues de su coño de mujer blanca. Después se recreó con ella dentro haciendo unos movimientos circulares con su cintura y luego comenzó a subir y bajar clavándosela con cada bajada hasta los huevos.

         La follada ahora era instintiva, casi animalesca, mi madre estaba desatada y se movía encima del chico como un animal en celo. Hasta se detuvo a quitarse el vestido y se quedó completamente desnuda, descubriendo su piel sudorosa y blanca como la leche, cubierta por una fina capa de sudor. Echándose sobre el muchacho, puso sus pechos blancos nacarados a la altura de su cara y lo dejó chupárselos, más bien por placer suyo aunque el chico tampoco quedó descontento con el ofrecimiento.

         En esta posición, podía ver el blanco culo de mi madre, siendo penetrado por la negra polla del chico, que desaparecía en el manojo de vello que circundaba su coño, también vi su apretado ojete, de color marrón, más oscuro que su blanca piel. Esta visión me turbó, por su contraste y erotismo, poniéndome a cien, haciendo que extrajera mi polla del calzoncillo y comenzase a masturbarme ante la visión de la pareja fornicadora.

         Para mi asombro, mi madre se bajó del muchacho y cansada se dejó caer sobre los sacos, haciéndole la petición más extraña que podía imaginar...

-        Vamos chico, ahora tienes que correrte de nuevo, esta vez sobre mis pechos, ¿de acuerdo? -le pidió recuperando el aliento.

-        Pero ama, antes me dijo... -replicó el joven negro sin comprender, al igual que estaba yo...

-        ¡Nada nada, lo de antes no cuenta, en el fondo me gustó, ¡ahora quiero volver a sentir tu leche cayendo sobre mis pechos, vamos mastúrbate! -le ordenó seberamente.

        

         Mientras mi madre sujetaba sus pechos con las manos a modo de colector, el chico movía su enorme polla frente a ellos. Durante unos instantes la escena se prolongó, hasta mi madre ayudó al chico dándole unas cuantas chupadas a su polla mientras él no paraba de moverla. Se veía que le costaba tras haberse corrido copiosamente hacía unos minutos, pero el chico, incansable, en ningún momento abandonó.

         Hasta que con unos gruñidos del joven, aquella gorda polla negra comenzó a escupir su húmeda carga sobre los pechos maternos, mientras ella gozosa sonreía y se los frotaba uno contra otro, como si la leche fuese el lubricante que esperaba para poder restregarlos entre ellos. Aunque la verdad es que la corrida fue bastante escasa en comparación con la vez anterior, algunos buenos chorros si que fueron a parar a los pechos de mi bizarra madre, quien disfrutó del asunto como yo no podía imaginar que pudiese hacerlo.

         Cuando terminó ella le pidió que se acercara y lo acurrucó en sus senos impregnados de leche, le chico resignado una vez más se dejó hacer, mientras ella se los restregaba por la cara y megillas.

-        ¡Oh si Waldo, tú leche es deliciosa, verdad! ¡Vamos pruébala, es algo que salió de tu interior! -le dijo, aunque el chico no estuvo por la labor.

         De nuevo el pañuelo de mi madre sirvió para limpiar tanto sus pechos como la cara del joven Waldo, quien a pesar de lo escabroso de la escena parecía estar contento, no en vano había disfrutado de dos actos sexuales sublimes, de los que poca gente de aquellos tiempos podía pensar en que fuese lícito practicar. Cuando la carne se libera de sus ataduras, ni lo más sucio se puede descartar como fuente de placer.

         Finalmente mi madre se vistió y se dispuso a salir. Yo me escondí en una cuadra anexa a donde ellos se encontraban y la dejé pasar, aunque aquel día no esperé a que Waldo se marchase también, sino que salí a su encuentro y lo cogí terminando de abrocharse su rústico cinturón, compuesto por una cuerda trenzada. Asustado Waldo se incorporó apresurándose a abrocharse el cinturón tras vestirse para ver qué quería el señorito...

         Mi plan fue simple, comenté con él lo que había visto y le garanticé que nada de aquello saldría de mi boca a no ser que no hiciese lo que yo le pediría al pie de la letra. El joven mozo, asintió y trató de comprender lo que pretendía.

         Básicamente el plan consistía en urdir un engaño para mi madre, para conseguir estar cerca de ella pero sin que ésta fuese consciente de que era yo el que estaba allí. Era simple aunque parezca lo contrario.

         Llegado el momento Waldo me informó de cuando sería su próximo encuentro, así que quedé antes con él y me escondí en la habitación del grano detrás de unos sacos apilados mientras mi madre llegaba. El joven negro estaba nervioso, así que traté de tranquilizarlo diciéndole que si algo salía mal yo lo exoneraría de toda responsabilidad del acto, para que de aquella manera mi madre no pudiese cargar sus iras contra él. Desde luego, la cosa no podía pasar de ahí, pues si mi padre se enteraba ambos tenían mucho que perder, incluso la propia vida, pues en un arrebato, bien podía este llevárselos por delante a ambos. No muy convencido trató de serenarse mientras yo me escondía y me echaba un saco vacío por encima.

         Al poco rato llegó mi madre. Únicamente lo supe por sus pisadas ligeras, pues entró  sigilosa como una gata por el tejado, cerrando la puerta tras de si.

-        ¡Oh Waldo, cuanto tiempo ha pasado desde nuestro último encuentro, pero es que tenía temor de que alguien nos descubriese! -se lamentó nada más entrar por la puerta.

-        Claro señora, a mi también me preocupa que alguien nos encuentre alguna vez -admitió el chico con congoja, tal vez pensando en lo que se disponía ha hacer.

-        Bueno, no te preocupes, yo nunca permitiría que te ocurriese nada -replicó mi madre con voz dulce a diferencia de otras veces.

         Después hubo unos momentos de silencio que a mi me se hicieron eternos, allí escondido apenas a un par de metros de donde ocurriría todo...

-        Bueno señora, como ya le dije hoy me gustaría hacer algo especial con usted, si me lo permite -oí que le dijo Waldo cuando yo llegué.

-        Me tienes una sorpresa Waldo, me encantan las sorpresas -respondió mi madre quitándose su sobrero y colgándolo en un gancho de la pared.

-        Pues si, he pensado en que se ponga un pañuelo negro en los ojos y juguemos a la gallinita ciega así será más excitante y morboso -dijo él tal como yo le había hecho repetir hasta memorizarlo.

-        ¡La gallinita ciega! ¡Um, qué excitante! -exclamó mi madre al momento.

         La idea era buena y el pez ya había mordido el anzuelo ahora sólo cabía esperar el transcurso de los acontecimientos. Waldo sacó un pañuelo negro que yo le proporcioné, uno de seda de mi hermana, lo dobló varias veces y se lo puso en torno a sus ojos. Luego como acordamos hizo algunos gestos para ver si mi madre lo veía y entonces me hizo una señal para que asomase la cabeza y poder verlos al fin.

         Entonces comenzó el juego, Waldo, corrió a su alrededor y fue tocándole el culo o los pechos mientras mi madre intentaba atraparlo. En ese momento decidí jugar y me incorporé indicándole por gestos que se retirase, en ese momento me acerqué y le toqué yo el culo a mi madre, luego ella intentó pillarme y me escabullí entre sus risas.

-        ¡Waldo, eres un chico malo, ven aquí! Como te coja te tomaré por el Sr. Jhonson y no escaparás ya lo verás.

-        ¡Bueno señora, entonces me dejaré, pero mientras tanto juguemos un poco! -exclamó Waldo desde una esquina apartado para no estorbar en el juego.

         Tuve una idea y empujé a mi madre contra los sacos de grano, allí cayó apoyándose en los codos y quedó su culo en pompa, en ese momento le levanté las enaguas y accedí a su culote. Se lo acaricié, hasta le di una palmada con ganas, era tan suave su tela de raso... llegué a meterle mi mano bajo su coño, tocándolo a través de la tela, esta se deslizó bajo ella hasta acariciar su monte de venus y su barriguita mientras mi madre sufría un ataque de risa provocada por las “cosquillas que le hacía”.

         Intentó cogerme las manos y entonces pensé que si me tocaba lo sabría, pues las huesudas manos de Waldo, en nada se parecían a mis suaves y delicadas manos de niño blanco así que cogí sus antebrazos y la inmovilicé allí echada. Entonces empujé con mi pelvis su culo con fuerza y jugué a la sensualidad de un coito simulado, dando suaves embestidas contra su culote, esto le gustó y la excitó mientras profería toda clase de insinuaciones melosas sobre mi y “mi Sr. Johnson”. Waldo salió al quite y colocándose detrás mío habló...

-        ¡Oh señora, qué culo tan bueno tiene! ¡Cómo me gusta empujarlo con el Sr. Jhonson metido bien adentro -dijo él exagerando sus expresiones.

-        ¡Oh Waldo, qué malvado eres, no pretenderás hacerle tal cosa a una dama fina y recatada como tu ama! -exclamó ella satíricamente.

        

         Se ve que el juego les había encantado a ambos... y por supuesto a mi que sentía sobre mi barriga la suave tersura del culo de mi madre, en una posición muy sensual. La solté y Waldo me dio el relevo, ésta vez le echó mano a su culote y en la misma posición que estaba se lo bajó de un tirón, descubriendo su blanco trasero... Enseguida destacó bajo él su coño peludo y negro.

         Sin pensarlo Waldo le dio una sonora palmada en su cachete y se arrodilló besándole el culo donde antes la había golpeado. Mi madre al sentir la palmada dio un gritito gracioso y al recibir el beso asintió cariñosa agradeciendo la caricia tras le leve castigo. El joven se dispuso a comerle el coño desde atrás. Al apercibirme de sus intenciones lo detuve posando mi mano en su hombro, entonces lo obligué a retirarse y ocupé de nuevo su lugar.

         Enfrentado al coño de mi madre apenas distinguía sus labios vaginales en la espesura de su bello púbico así que lo aparté con mis dedos hasta descubrir su raja sonrosada bajo su espesura. Entonces me quedé como hipnotizado, contemplando aquella visión carnal de alguien a quien jamás había pensado que podría ver en aquella situación.

         Mi madre gruñó ante mi pasividad y reclamó caricias íntimas sobre su flor, así que mojé mis dedos con saliva y los paseé por su raja hasta abrir su terso y suave interior, que brillaba al sol de la ventana como si tuviese gotas de rocío sobre él. Mi madre gimió en agradecimiento, así que reconfortado proseguí con mis caricias.

         Decidí actuar impetuosamente tal como empezó Waldo y le clavé mi lengua en su coño, haciéndola gemir de nuevo, pero esta vez fue un gemido de verdad que le salió del alma y resonó entre aquellas cuatro paredes. Sus jugos enseguida conectaron con mi lengua y su sabor salado y baboso me empalagó. La paseé desde abajo, en su clítoris hasta arriba, justo antes de llegar a su ano y luego vuelta a empezar.

         Mis manos rodeaban sus muslos carnosos y suaves mientras mi boca comía los dulces jugos de su chocho maduro, como los higos cuando están en su punto.

-        ¡Oh Waldo sí, sigue! ¡Cómele su culito a la señora Elisabeth, que a ella le encanta que lo hagas! -dijo de repente mi madre refiriéndose a ella en tercera persona, como si fuese otra a la que le estaba comiendo el coño.

         De repente caí en la cuenta de, yo nunca había comido un culo antes, así que hoy  tenía que enfrentarme a la petición que me hacía. Nunca se me hubiese ocurrido que eso le diese placer a una mujer pero estaba tan encelado en mi tarea, tan emocionado por alcanzar el fruto prohibido que me lancé a la aventura y arrancando entre sus labios vaginales conduje mi lengua con sus jugos hacia su ano, allí me recreé y se lo seguí lamiendo.

         Mentiría si dije que sabía a “flores”, pues lo que sale por allí no es precisamente eso, pero pasado el sabor inicial y una vez mezclado con los jugos del coño, cuyo sabor ya conocía y apetecía, acabé disfrutando lamiendo aquel oscuro reducto de la feminidad. También doy fe doy de que a ella le gustó por los gemidos y expresiones de aliento que pronunció mientras mi comida de coño siguió.

-        ¡Vámos Waldo, cómete mi culito entero y también mi joya juntos, qué placer, qué delicia, qué ricura, sigue así mi pequeño Waldo! -exclamaba mi madre mientras yo me afanaba por lamer sus dos íntimos agujeros.

         Tras esto mi madre me apremió a que usara ya mi “Sr. Jhonson”...

-        ¡Oh Waldo, para ya que sino me voy a correr, usa ya al Sr. Jhonson, que estoy deseando sentirla dentro! -me ordenó deseosa.

         Muy emocionado me levanté y me bajé los pantalones de un tirón, empuñé mi polla terriblemente erecta y la moví unas cuantas veces para asegurarme de su dureza, después me aproximé al culito contoneante de mi madre, que gemía y se me insinuaba como una gatita en celo esperando a ser cubierta.

-        Vamos pequeñín, ¡ven con mamá! -exclamó antes de que se la metiese.

         Estaba a punto de traspasar todas las fronteras, estaba a punto consumirme en el infierno, pues pensaba que nuestro señor no podría perdonarme después de aquello. Pero veía aquel culo blanco y hermoso, con aquel coño negro de labios sonrosados y abiertos tras comer de sus jugos y pensé que era como el pecado original, el señor tendría que perdonarme pues aquello era algo que debía ser probado aún a pesar de saber que era pecado.

         Cogido a las caderas de mi madre, mientras esta no paraba de moverme su culito incitándome a cubrirla como un macho en celo, sujeté mi polla con una mano, apunté justo en medio de su raja, la froté con ella hacia arriba y luego hacia abajo, y una vez sentí sus jugos en su punta apreté y la hice desaparecer en su interior.

-        ¡Oh! -se me escapó.

         Sentí todo su calor abrasador en mi polla, sentí el pecado dentro de mi, sentí mi pene ardiendo en el infierno, pero no me importó. Aquellas sensaciones perdurarían por siempre en mi memoria. Se la metí hasta el fondo y me quedé con ella dentro, ensimismado, disfrutando de cada sensación. Sólo mi madre ansiosa de movimiento me interrumpió moviendo su culito a izquierda y derecha provocando que casi se me saliese.

-        ¡Vámos Waldo, qué te pasa hoy, no tienes ganas de follar a tu ama! ¡Venga hombre, hazme disfrutar como tú sabes! -me apremió mientras movía su hermoso culo a uno y otro lado.

         Por fin reaccioné, cogí a mi madre por las caderas, saqué mi polla un poco y la empujé después con energía, seguí follándola con ganas, haciendo que mi pelvis rebotase contra su culo con sonoras palmadas y ahí fue donde empecé a perder el control de la situación...

         Mi madre de repente se quedó parada, fue como si la congelaran mientras yo la empujaba una y otra vez, entonces y contra todo pronóstico, se llevó la mano al pañuelo de seda que le cubría la vista y levantándoselo se incorporó, girándose al mismo tiempo.

         A medida que lo hacía yo la veía como a cámara lenta, al tiempo que mi corazón se aceleraba exponencialmente mientras todo parecía como detenido, todo salvo mi madre que seguía levantándose y girándose a cara descubierta.

         Su cara fue todo un poema, la boca se le abrió y los ojos se le pusieron como platos, al verme allí, con los pantalones quitados delante suyo. Una rápida ojeada por debajo de mi cintura y descubrió al impostor del Sr. Jhonson, el original, éste era más pequeñito. Fue entonces cuando comprendí mi error...

-        ¡Cómo es posible! ¡Tú Adam, eras tú! -exclamó con el horror dibujándose en su rostro-. ¡Y me estabas...! -ahí fue incapaz de terminar la frase como negación al acto pecaminoso que habíamos comenzado.

         Ahora, mientras yo seguía a cámara lenta, pensando en cómo había podido ser tan torpe, mi madre lanzó su mano contra mi cara. Intenté esquivarla, pero no me dio tiempo a apartarme, así que recibí su bofetada de lleno. Al tener los pantalones bajados, éstos hicieron de traba y provocaron que cayera al suelo sin remisión.

-        ¡No lo puedo creer, hijo del demonio! -exclamó hecha una furia-. ¡Y tú, su cómplice! -señaló de repente al joven Waldo, que nos observaba atónito desde una esquina.

-        ¡Señora perdóneme, fue su hijo el que me amenazó con contarlo todo a su marido, lo juro! -se apresuró a decir hincándose de rodillas en el suelo mientras juntaba sus manos como si fuese a rezar y agachaba su cabeza colocándola entre sus antebrazos.

         Mi madre corrió hacia él y levantó su mano, hecha un manojo de nervios, se detuvo en último extremo y no consumó su agresión contra el muchacho...

-        ¡Nunca más, nunca volverás a probar mi joya, has traicionado mi confianza y eso lo pagarás! -sus palabras fueron peor castigo que la peor bofetada que le podía haber dado.

         Tras pronunciar aquella serie de improperios contra el pobre Waldo, quise interceder por él desde el suelo, mientras me dolía de mi maltrecha mandíbula tras la bofetada.

-        ¡Si, tiene razón, yo le obligué madre! -pronuncié a duras penas sintiendo aún el dolor pulsante en mi megilla-. No debes tenérselo en cuenta, yo soy el único culpable.

         Hecha un basilisco salió corriendo de la cuadra, sin aparentemente prestar atención a mis explicaciones, mientras seguía pronunciando una serie de maldiciones en voz baja que no llegué a escuchar.

         Me levanté, todo había terminado. Mi pene no podía competir con el orgulloso Sr. Jhonson. Mi madre se dio cuenta mientras comenzaba la fornicación, con él dentro de su coño y la diferencia de tamaño la alertó de que algo no iba bien. Yo no supe preverlo antes y mi plan fracasó estrepitosamente.

         Waldo lloraba desconsolado mientras seguía en el suelo. Yo me vestí y traté de consolarlo. Le dije que hablaría con mi madre, que él no tenía la culpa y que no le pasaría nada. Ella no se atrevería ha hablar porque tenía tanto o más que perder que él.

-        Si, Sr. Adam, pero yo quería a su madre, era feliz en mis encuentros con ella y ahora no querrá verme más. ¡Igual le dice a su padre que me venda a otro granjero! -dijo desconsoladamente mientras se lamentaba.

-        No te preocupes Waldo, ella también te aprecia y cuando se le pase el enfado volverá, verás como no te vende -le dije yo para animarlo.

         Esperaba que mis palabras se cumpliesen porque comencé a dudar de ellas al oír al pobre Waldo, y era responsabilidad mía, así que esperaba tener razón. Al final el tiempo me la daría, cuando a una mujer le gusta una cosa, no se priva de ella, ¿por qué hacerlo si ya se tiene en confianza?>>

         Cathy dejó de leer, el capítulo había sido corto pero intenso. Se quedó pensativa y tras una pausa empezó a conversar con su hermano Tom.

-        ¡Qué fuerte Tom! Lo hizo con su propia madre, ¿te lo puedes creer? -le preguntó extrañada.

-        No sé hermanita, por lo que cuenta de la madre debía ser una proeza del sexo -respondió Tom en defensa de Adam, con el que tal vez se sentía identificado en su atracción filial.

-        Entonces, ¿tú serías capaz de hacerlo con mamá? -preguntó su hermana Cathy más extrañada aún por sus palabras.

-        Hombre no, yo no -dijo Tom sintiéndose avergonzado ante su hermana-. Sólo digo que él se sintió atraído por su madre al verla follar con el negro y bueno quiso cumplir una fantasía -añadió tratando de explicarse.

-        Pero tú también has visto follar a mamá, si tuvieses la oportunidad, si ella lo consintiera, ¿tú follarías con ella? -le preguntó Cathy llanamente, incluso sin adornar las expresiones vulgares que ella no solía pronunciar por costumbre.

         Tom se quedó callado unos segundos mientras en su interior tenía lugar una lucha en la que millones de neuronas en su cerebro pugnaban por encontrar una respuesta válida, podía mentir o podía decir la verdad, esas eran las opciones posibles.

-        Bueno hermanita, si se dieran las circunstancias que comentas... yo lo haría -afirmó solemne-, mamá sería una mujer y yo un hombre y sólo sería sexo, ¿crees que soy un pervertido por pensar así?

-        Pues la verdad Tom es que te comprendo... bueno yo también te confieso que si se dieran las circunstancias, tal vez al menos una vez, yo también lo haría con papá -afirmó Cathy en silencio.

         Su hermano no podía creer lo que estaba escuchando, nunca pensó que ella pudiese sentir una atracción hacia su padre, así que decidió investigar la raíz de la misma.

-        ¡Cómo! ¿Lo dices en serio? ¿Pero es que ha intentado tocarte o algo? -preguntó con nerviosismo.

-        ¡Oh no Tom! El es ante todo un caballero y nunca lo haría, estoy segura, tendría que ser yo la que lo incitara, más bien tendría que ser yo la que lo avasallara para que él cayese en la tentación -dijo ella con su voz tranquila y sosegada.

-        Pero entonces, ¿no ha pasado nada? -insistió él-, ¿seguro? -volvió a insistir.

-        Bueno te voy a contar algo pero tiene que quedar entre nosotros, ¿de acuerdo?

-        ¡Por supuesto! -contestó Tom preparándose para la confesión.

-        Verás, los días que hemos ido a comprar han sucedido cosas, sólo han sido detalles no pienses mal, pero en los detalles yo he visto cosas que me ha llamado la atención...

         <<Verás, recuerdo un día que volvíamos a casa y habíamos estado comprando y luego comiendo y divirtiéndonos en la medida de lo posible en el pueblo. Total que paró para hacer un piss a mitad de camino y yo lo esperé en el coche. El caso es que luego cambié de opinión y me bajé para estirar las piernas, él creyó que no lo veía pero al bajar di unos pasos y lo vi de perfil, vi su pene mientras éste soltaba su chorrito característico,  cogiéndosela con una mano mientras silbaba.

         La verdad es que me pareció enorme y entonces me excité, pensé en cuando follaba a mamá, en que aquel pene era el que lo hacía y este pensamiento me excitó bastante. Luego se giró y yo disimulé, entonces le dije que yo también tenía que hacer un piss, así que él subió a la camioneta mientras yo me ponía al lado y me agachaba. Sabía que me podía ver por el espejo retrovisor, pero eso era lo que yo buscaba y esto y seguro de que miró y me vio, ningún hombre se resistiría a eso, ni siquiera él. Vio mi chochito y  el chorrito amarillo salir de él.>>

         Tom se quedó muy callado oyendo a su hermana y prefirió esperar a que concluyese cuando ésta hizo una pausa, tras su relato, tal vez pensando en lo que debía decir a continuación de su confesión en su defensa.

-        ¡Oh Tom, no me preguntes por qué! ¡Lo hice, fue un arrebato, una locura, yo que sé, me excitó verlo mear y me excitaba la idea de que me viese hacerlo a mi! -exclamó Cathy buscando la comprensión de su hermano en quien había confiado un  secreto tan íntimo.

-        No te preocupes hermana, todos hacemos locuras alguna vez, lo entiendo, no tienes que martirizarte por ello, ¿y después qué pasó?

-        Pues nada, lo hice y subí al coche, el trató de disimular, pero a los hombres se os nota, así que supe que me había mirado, supe que me había visto en todo mi esplendor.

         Ambos se quedaron unos instantes en silencio, entonces Tom lo rompió...

-        Jo hermanita, qué historia, ¿me has puesto muy caliente lo sabías? -dijo Tom mientras se le arrimó a su espalda y puso en contacto su calzoncillo abultado con sus braguitas, pues ella se había girado, tal vez avergonzada, tras su confesión.

-        ¿Y tú hermanito, por qué deseas a mamá? -preguntó ella queriendo que Tom ahora le confesase sus fantasías por su madre.

-        Pues bueno Cathy, la verdad es que es como tú dices, la he visto follando con papá ya dos veces, a la luz de la luna, con sus enormes pechos y no sé por qué me excité también mucho. No entiendo cómo me atrae tanto la idea, pero no logro quitármela de la cabeza...

<<Me pasó algo parecido a ti, uno de esos días en que fuisteis a comprar, se sentó a jugar a un juego de coches conmigo y estuve enseñándola. Sentí el roce de sus pechos y miré en su escote cuanto quise, olí su perfume, huele tan bien. Pensé en cuando gemía y papá la follaba, pensé en su coño, hasta me lo imaginé penetrado por la polla de papá y me excité, me excité mucho, se me puso durísima y ella creo que lo notó, me miró y se sonrió.>>

-        ¡Vaya hermanito, pues vamos a tener un serio problema en esta casa! -sentenció Cathy-. ¡Anda, hagamos un 69 y desfoguémonos, me apetece mucho que me comas mi coñito ahora mismo y correrme por todo lo alto. Estoy tan cachonda tras la historia y por lo que nos hemos confesado que creo que me voy a correr con tan sólo rozarme con tu lengua... -le confesó Cathy girándose hacia él y bajándose las braguitas bajo el saco de dormir.

-        ¡Que buena idea has tenido hermanita! ¿Hoy también te vas a tragar mi lechecita? Me encanta cuando lo haces... -exclamó Tom mientras sin mas dilación se liberaba de su slip.

-        ¡Claro que sí tonto, me gusta el sabor agridulce de la leche!

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