Apogeo
Habíamos llegado al apogeo de nuestra incestuosa relación epistolar, nos imaginábamos como madre e hijo fornicando en las más depravadas posturas, compartiendo lecho en noches de amor interminables. Podía sentir sus grandes pechos en mis manos, saborear gordos pezones con mi boca, degustar sus jugos con mi lengua. Podía sentir mi verga atravesar su caliente vulva, penetrarla hasta el fondo de su vagina, empujándo hasta chocar con el hueso de su pelvis, abrazarnos sudorosos tras un orgasmo fenomenal y seguir fornicando por el simple placer de sentirnos íntimamente. Todo fluía libremente por nuestras mentes calenturientas, todo era tan real como un sueño imposible, todo era líbido, todo lascibia, todo ímpetu, sin fronteras ni frenos:
“Dulce mamá:
Cómo podría olvidar aquellos tiempos en los que tan sabiamente me enseñaste a amar a una mujer, una mujer como tú que me lo proporcionaba todo, como madre amorosa, todo lo que puede necesitar un joven, ropa, comida, limpieza y consejo; como amante lujuriosa, placer y más placer, toneladas de placer, clases magistrales al principio y después, cuando ya habías llegado al límite te empujé a cruzarlo y te hice experimentar el placer del sexo anal, como tú bien recuerdas, todo comenzó por un dedo juguetón, cuando lo hacíamos "estilo perrito", ahí descubriste orgasmo más intensos y una parte secreta de tu anatomía que nunca hubieses sospechado que pudiese ofrecer tanto placer.
Como siempre al principio, tú eras tradicional, pero no te podías resistir a mi dedo juguetón y curioso, más cuando estabas llena de mi, cuando me tenías dentro de ti, gozando hasta el extremo y ese dedito juguetón, encendía más aún la mecha del amor, hasta explotar como una bomba orgásmica que se me llevaba también por delante y me corría en tu interior sin remisión.
Luego venía otra parte tan exquisita como la anterior, la parte de los mimos, en la que nos abrazábamos y seguíamos dándonos calor en aquellas noches frías de invierno, desnudos, piel contra piel, sexo contra sexo, pecho contra pecho. Tus caricias me adormecían y siempre caía rendido al sueño mientras tu me mirabas y dabas dulces besos de buenas noches.
Eras mi esclava sexual, mi madre y mi amante, todo en uno y te quería tanto que no sabía si algún día podría separarme de ti y buscar otra mujer. Una mujer que me quiera como tú, que gozase conmigo como lo hacías tú, que me escuchara como lo hacías tú. Yo sabía que algún día tendría que volar libre, cuan polluelo que sale del nido, pero sabía que aunque lo hiciera, siempre existiría este fuerte lazo invisible entre nosotros, sabía que tú siempre estarías ahí apoyándome y sabía que volvería a ti para saciar mi sed, pues aunque pudiese tener sexo con otras, contigo siempre habría algo más, una complicidad que nunca sería capaz de alcanzar con ellas.
Mamá, sólo tú mamá, siempre serás tú para mi. Te querré por siempre.”
Pero en todo aquel despliegue algo empezó a faltar, tal vez se acabó la emoción del primer momento, tal vez llegamos a la monotonía en nuestra excitante relación, tal vez la imaginación tocó techo, no lo se, pero Anabel pareció flojear un poco en su siguiente correo:
“Dulce zorrito:
Sabes lo difícil que ha sido construir nuestra relación, sabes mejor que nadie cuánto hemos debido luchar, juntos e individualmente, contra la culpa y el remordimiento.
Muchas veces me he preguntado qué hubiera pasado si mi carácter hubiese sido más firme, si hubiera podido controlarme a tiempo, si en lugar de jugar a seducirte me hubiese abstenido. ¿Qué hubiera pasado si nunca te hubiese mirado? ¿Si nunca te hubiese seducido? ¿Si nunca te hubiese besado?
Hemos cruzado la línea de una forma incuestionable, hemos practicado lo prohibido hasta saciarnos, y vaya si nos ha gustado. Te has desenfrenado conmigo, y yo contigo, y nos ha gustado... quizá demasiado. No sólo hemos hecho el amor, hemos fornicado, nos hemos apareado como posesos, cada cual librado a su propio apetito y lubricidad... Y entonces me pregunto cómo sería mi vida sin tí, cómo sería sin que compartieras mi cama como hombre, cómo sería si fuera sólo tu madre y no tu amante secreta.
Te deseo. Y lo sabes.
Mamá”