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Memorias (16)

en Amor filial

 

16

          Aquella noche, Tom le pidió a Cathy que leyese un capítulo más del las memorias de Adam. Hacía ya varios días que no leían y tenía el mono de aquellos maravillosos relatos que tanto les excitaban a la luz tenue de su linterna.

           Cathy, aunque estaba cansada, según le confesó, ante la insistencia de su hermano decidió cumplir sus deseos y su voz, dulce y melodiosa llenó de nuevo el ambiente con la magia de las palabras que allí estaban escritas, en aquel libraco polvoriento y añejo que bien podría haber sido sacado de entre los legajos de una vieja biblioteca.

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           Aquella mujer era extramadamente alta y delgada, y siempre vestía del mismo modo, un vestido largo y su negro recogido en la nuca en un moño, con sus pómulos prominentes, boca pequeña y nariz aguileña, tenía un aspecto ciertamente de mujer severa. En cambio aquella tarde descubrí que aquella apariencia dura que mostraba en la escuela como profesora, se desvanecía en su casa, donde parecía ser una amante madre de sus hijos y perfecta anfitriona con nosotros, sus invitados.

           Nos preparó un delicioso pastel de chocolate y nos lo comimos tomando el té, con ella. Y mientras lo degustábamos, comiendo grandes pedazos de bizcocho, conversábamos animadamente, de la manera más plácida que hubiese imaginado. Se interesó por nosotros, y nos gastó bromas, tanto a sus hijos como a nosotros.

           Luego nos estuvo tocando el piano, demostrando ser una verdadera artista. Incluso me invitó a sentarme junto a ella e hice un juego que consistía en pulsar un par de teclas marcando un ritmo, que luego ella fue completando con su maestría, haciendo que sonase una divertida melodía. Al terminar me felicitó por lo bien que lo había hecho, yo me excusé diciendo que el mérito era todo suyo.

           Un detalle que me llamó la atención fue que se detuvo al cogerme las manos y me las estuvo acariciando, para finalmente admitir que tenía unos dedos largos y suaves, como los de un pianista, y se ofreció a enseñarme a tocar si yo me atrevía. Así que me emplazó para que la visitase en aquellos días de estío, pues no daba clases y se aburría en su casa y mostró su interés por enseñarme a tocar, así que acepté su invitación y me comprometí a ir alguna mañana.

           Al rato se tuvo tuvo que ir ha hacer unos recados, y sus hijos y nosotros nos quedamos en la casa. Cuando estuvimos solos, Sandy se ofreció enseñarnos un secreto de su madre, a cambio de que guardásemos el más escrupuloso de los secretos, haciendonos jurar por nuestra vida, y claro ante aquella expectación, todos los presentes lo hicimos sin pensar.

           Accedimos al dormitorio conyugal, si bien esa definición no era correcta, pues Barbara, que así se llamaba su madre, había enviudado hacía ya unos años cuando su marido fue arrollado por un carruaje desbocado. Sin duda una triste historia, pero que al parecer ya estaba superada por todos.

           Volviendo al caso que nos ocupa, Sandy se pavoneaba diciendo que ella sabía un secreto de su madre y que nos lo contaría a cambio de, un favor que cada uno tendría que hacerle según ella lo pidiese.

           Siguiendo el juego todos aceptamos, Sandy estuvo encantada, pues se veía gustaba de ser el centro de atención de nuestras reuniones. Agachándose junto a la cama,  Sandy sacó una vieja maleta de madera de debajo. La maleta estaba cerrada por un no menos viejo candado, aunque Sandy sonrió nada más tocarlo preguntándose: ¿y dónde estará la llave? Y siguió montando su numerito e hizo un teatrillo para buscarla, por aquí, por allá... hasta que abrió el armario donde los vestidos de su madre colgaban en perfecto orden. Allí se metió y traspasó la cortina que formaban los mismos y tras unos instantes salió triunfante apartándolos con una llave de negro metal en su mano.

           Abrió la maleta de los secretos con ella y nos mostró joyas que su madre gardaba dentro, junto con fotos viejas, donde aparecía su padre y ella de jóvenes. Yo creo que hasta nos olvidamos del secreto que Sandy insistía en contarnos, pues ciertamente la mujer guardaba un montón de pequeños fetiches de su juventud que ya eran de por si interesantes.

           Pero entre todos aquellos objetos Sandy extrajo una cajita de metal alargada que aún no había abierto y allí nos ofreció su secreto, es decir, el de su madre. La abrió y nos mostró lo que parecía una vela, de un color blanco-amarillento, finamente pulido. Al ver su punta Renée y yo nos miramos atónitos.

- ¡Un pene! -exclamamos al unísono.

           Mi hermana también se quedó con la boca abierta.

- ¡Exacto! Un pene, creo que es de marfil, es tremendamente suave y ligero, y no está frío al tacto -nos explicó Sandy.

- Eso quiere decir que vuestra madre... -insinué yo una frase obvia.

- ¡Vamos Sandy y ahora por qué no les enseñas a nuestros amigos como juegas con él! Le encanta hacerlo -aseguró Albert para mi extrañeza, pues parecía que él también era ya partícipe del secreto familiar.

- O Albert, ya me has estropeado la siguiente sorpresa. Pues si chicos, esto vale para consolarse en las largas noches que pasa nuestra madre en su alcoba, yo ya lo he probado alguna vez y es fantástico.

- ¿Y tu madre sabe que lo coges? -volví a insistir.

- Claro que no, ella no lo aprobaría!

- Bueno Sandy, ¿y si nos lo enseñas como dice tu hermano? -propuse yo con picardía.

- ¡Vale! Pero antes necesito excitarme, ¿algún voluntario o voluntaria para comerme el coño? Bueno mejor lo echaremos a suertes, así será mas excitante.

           Sandy tomó una pajita y la partió en tres trozos, metiéndolos a continuación en su mano, de manera que el que sacase el trozo más corto tenía que cumplir con ella. A todos nos pareció bien el juego, aunque lo que me extrañó es que su hermano también entrase en él y para mi sorpresa perdió... o más bien ganó, no quedaba del todo claro.

- Bueno hermanito, vas a tener el honor de saborear mi delicioso sexo -dijo satisfecha Sandy.

           Albert rió un poco avergonzado ante nosotros, mientras su hermana, ni corta ni perezosa, se sentaba en la cama y se remangaba las enaguas de su vestido.

- Vamos hermanito, quiero que me lo comas bien, ¿eh? No te avergüences por tener hoy público -dijo.

           Justo en ese instante caí en la cuenta de su desliz. ¿Acaso es que no era la primera vez que Albert le hacía algo así? Pues por su afirmación otras veces lo hacían... “sin público”.

           Albert ayudó a quitarse el culote de satén a su hermana y descubrió su preciosa espesura rubia, tras la que se ocultaba su rajita, la misma que yo ya había tenido el placer de degustar y que ahora sería degustada por su propio hermano. Ante el espectáculo miré a mi hermana y vi en ella la misma cara de sorpresa que debía tener yo, pero ambos permanecimos callados y esperamos el espectáculo que se iba a desarrollar.

           Arrodillado frente a sus piernas nacaradas como columnas de mármol, con deliciosa delicadeza, Albert lamió dulcemente la rajita sonrosada de su hermana, apartando previamente los pelillos que pudo. Ésta gimió satisfecha con el resultado y lo animó a seguir profundizando en sus caricias.

- ¡Ey vosotros, por qué no hacéis como en las cañas! Allí me gustó como Renée te la chupaba Tom, hoy porqué no le devuelves el favor y la flor a ella, ¿eh? Así será como las chicas contra los chicos, primero nos complacéis a nosotras y ya veremos si os devolvemos el favor a vosotros -afirmo jactándose de su propuesta.   

          Sonriente, miré a mi hermana y ella me devolvió una mirada de complicidad, la verdad es que ambos creo yo que lo deseábamos. Así que nos acomodamos todos en la cama de matrimonio. Renée se sentó junto a Sandy y tras liberarse de su culotte, como ya hizo Sandy, comencé a degustar su sexo, también conocido ya por mi en mis incursiones nocturnas en su dormitorio.

           Cuando ya llevábamos un rato comiendo sus almejas y ellas complacidas, nos observaban en la tarea. Sandy tuvo otra loca idea de las suyas.

- ¡Venga ahora cambio de parejas!

- ¡Cómo! -exclamó mi hermana sin poder creer lo que oyó.

- Si si, cariño ahora mi hermanito te comerá un rato la conchita, así podrás comparar quién la come mejor, ¡vamos chicos vamos! -nos apremió atropellándonos como si fuésemos sus súbditos, siervos de la diosa Afrodita.

           Pienso que aquello no le gustó mucho a mi hermana, pues ya aquel día en el cañizal se mostró reticente a mantener relaciones con Albert, pero empujada por la situación, no le quedó más remedio que asumir la descarada propuesta de su alocada amiga.

           Nos cambiamos, así que comencé a comer el fruto maduro de Sandy y mientras lo hacía, de reojo, controlaba a mi hermana, quien parecía ajena a las caricias que Albert le hacía, y a Sandy, quien parecía disfrutar haciéndole felaciones a su pene de marfil. Cuando de pronto un gritó de mi hermana nos sorprendió a todos.

- ¡No Albert, aún soy virgen no me metas tus sucios dedos en mi flor! -exclamó mi hermana sacando su genio familiar.

           Malhumorada Renée se levantó y se negó a que Albert siguiese comiéndole su joya, así que a Sandy decidió mediar para que la discusión no fuese a más.

- Está bien, ya basta de comer coños, ahora veréis lo que soy capaz de hacer con este juguetito.

           Ante nuestros ojos Sandy, abriendo su chochito con una mano, tras chupar una última vez falo de marfil , lo acercó a la entrada de su coño y lo hizo desparecer en su interior con sorprendente facilidad. Concluí que sin duda Sandy había dejado de ser virgen.

           Seguimos contemplando el espectáculo que Sandy no dudaba en ofrecernos para exhibirse, consiguiendo ser el foco de atención de todos, mientras aquel falo entraba y salía de su sexo.

- ¡Veis que delicia, sin duda mi madre disfruta mucho con ésto por las noches! La pobre debe sufrir estando tan sola, sin un hombre que la satisfaga -afirmó ufana, mientras se autopenetraba.

- Sin duda -dije yo-, aunque no hay nada como una de carne y hueso, ¿verdad?

- Hombre pues ahora que lo dices, tienes razón. ¿Quieres follar a esta pobre desconsolada que sólo tiene este juguete para satisfacerse? -preguntó retóticamente ella, mientras se mostraba como una gatita en celo desvalida.

- ¡Estoy impaciente por saciarte, mi dulce viuda! -dije yo llevándole la corriente.

           Me acomodé ahora entre los blancos muslos nacarados de Sandy y echándome parcialmente sobre ella mi pene la atravesó chocando con su pélvis, apenas me costó introducirla en su flor, suave tras haber sido trabajada ya algún rato con aquel instrumento de consolación femenina. Fugazmente pasaron por mi mente imágenes de su madre en aquellas solitarias noches gozando entre las sábanas, con sus piernas abiertas formando sendas montañas de tela, con aquel instrumento. Tras acabar con él, sin duda lo guardaría bajo su almohada, como un amante secreto, oculto en su alcoba.

           El coño de Sandy era delicioso, ya lo recordaba así del día del cañizal y lo había echado de menos, la verdad. Mientras lo hacíamos reparé en nuestros observadores, mi hermana estaba a un lado y al otro Albert, ambos expectantes, ambos observantes, ambos tal vez anhelantes por participar en aquella fornicación improvisada.

           Mi sumisa pareja también se dio cuenta de lo que pasaba y pidió a mi hermana que se uniese a ella, ofreciéndole su virginal flor sentándose sobre su cara. Mi hermanita, un tanto remilgada, en el fondo se moría de ganas de participar, tras los jugueteos iniciales, así que cuando se abrió de muslos y se colocó sobre la cabecita de Sandy acercándole lentamente su fruto del deseo, hasta que éste estuvo al alcance de su boca y la carita de mi dulce hermana se tornó, frente a mi, en todo un poema. Pura poesía y puro deleite reflejado en su rostro, lo más parecido al éxtasis de un paraíso terrenal.

           De manera que, mientras yo seguía aferrado a aquellos muslos abiertos, follándola suavemente, tenía frente a mi a mi deliciosa hermanita gozando del cunnilingus que le practicaba Sandy bajo ella. Los tres en perfecta conjunción, en perfecta armonía,  disfrutando de nuestras caricias mutuas. Pero yo, mientras contemplaba la brillante desnudez de mi hermanita, no pude evitar fijarme en sus pequeños pechos, como copitas de champán, terminados en duros botones rojos, rodeados de sendas aureolas sonrosadas. Aquellas tetitas maravillosamente esbeltas se convirtieron en el fruto prohibido para mi, la manzana del árbol de la sabiduría, ofrecidas a Adán por la serpiente en el paraíso. ¿Y quién podría evitar comerlas? ¿Quién no sucumbiría ante tal tentación? Desde luego yo no pude, y sucumbí, el pecado original se perpetuó en mi aquel día mientras comí aquel fruto prohibido de la biblia, ante el diablo del placer tentador.

           Degusté sus dos golosinas, pasándome de la una a la otra, mientras mi hermanita se las sujetaba con las manos, como si se le fuesen a caer. Pero, encorvado como estaba, descuidé a la víbora que yacía bajo nosotros y ésta se impacientó, Sandy me pellizcó en el culo, clavándome sus largas uñas de gata y me arreó una palmada para que continuase follándola, así que me incorporé, abandonando a mi pesar aquellas montañitas dulces y preciosas, para continuar deslizando mi pene, lentamente, en la suavidad de la rajita de Sandy.

           De pronto sentí un toque en el hombro, y al girarme fue como si hubiese olvidado que mi amigo Albert estaba allí, a mi lado. Lo descubrí con su enorme polla hambrienta de coño, tocándola con cierta desazón, como quien tiene sed y ve a otro tomar agua de la fuente. Así que, ese simple gesto bastó para que me apiadase de él y le cediera mi turno en aquella fuente de placer, de la que yo ahora bebía con deleite.

           El hermano se colocó entre los muslos de la hermana, y apuntando su glande, afilado en la punta lo hizo desaparecer en aquella rubia flor. Sandy, como estaba bajo Renée, no notó el cambio, absorta como estaba en la degustación de las mieles de ésta le ofrecía y al sentir entrar dentro de sí, aquel miembro fraterno, como una exhalación, se quejó y soltó un gruñido.

- ¡Buf, Albert! -exclamó adivinando lo que había pasado-. Te he dicho mil veces que no me gusta que me la metas tan bruscamente, ¡pedazo de burro! -añadió, y de nuevo fui testigo de que entre ellos aquella complicidad no era algo nuevo.

           Me retiré y contemplé la escena desde fuera, y así fui testigo de la maravillosa armonía que reinaba en ella.

           Aunque mi hermanita, al tener en frente a Albert, pareció perder el interés y torció el gesto, para luego levantar sus blancos muslos y abandonar a Sandy, quien bajo ella secó sus labios con el dorso de la mano.

- ¿Ya te vas querida? Bueno, entonces seguiré disfrutando de mi dulce hermanito, a ver si se porta bien -dijo Sandy levantando sus muslos al tiempo que rodeaba por la cintura a Albert, como una anaconda que se dispone a estrangular a su presa.

           Mi hermana y yo nos quedamos uno a cada lado de aquellos hermanos de sangre, que se entregaba a los placeres de la carne sin importarles su fraternal parentesco. En el fondo sentí envidia de ellos, pues yo también deseé follar a mi dulce hermanita allí mismo, en aquel presiso momento, mientras la contemplándola frente a mi, con su mullido y esponjoso bello negro, que ocultaba su rajita. Y deseé desenmarañar aquella pelusa negra y atravesarla buscando sus deliciosos labios sonrosados.

           Descubrí que Renée también me observaba, con mi polla erecta, recién salida del chochito de Sandy, con la punta roja como un pimiento y las venas marcadas sobre todo su prepucio. Y la observé bajando la mirada y fijándose en ella igual que yo había hecho antes con su sexo.

           Cuando de pronto noté una mano aferrada a ella, sacándome de mis cavilaciones,  al mirar descubrí que la traviesa Sandy aferrada a mi mástil, masturbándome y a la vez escudriñando en la espesura negra de mi hermanita con sus finos dedos, acariciando sus delicados labios. ¡Esta Sandy era una perfecta anfitriona, tanto o más que su simpática madre! Y no permitía que nosotros, sus invitados nos aburriésemos.

           Mientras tanto Albert seguía follándola, ahora con más ímpetu que antes. Se echó para adelante cortándome la conexión visual con mi hermana momentáneamente. Cuando restablecimos contacto, seguimos mirándonos, mientras Sandy nos acariciaba y hacía de puente emocional entre nosotros. Yo pensé que era Renée la que me acariciaba el pene y ella sin duda pensó que era yo el que frotaba su chochito. En aquel momento mágico, estábamos conectados por un hilo invisible, el hilo que nos trasmitía la lujuria, la lubricidad que nos conectaba y tendía a acercarnos, como los polos opuestos de un imán.

           De nuevo Albert cortó nuestra conexión, bramando como un búfalo enfurecido se incorporó y ante nuestra sorpresa extrajo su gran pene y, comenzó a regar el rubio monte de Venus y la barriguita de Sandy con andanadas de blanca leche. Fue todo un espectáculo, la verdad, aunque luego Sandy lo reprimió violentamente por aquella desfachatez y se lo sacó de encima empujándole con ambas piernas y lanzándolo hacia atrás hasta que éste cayó  de culo fuera de la cama.

           Renée y yo reímos a carcajadas, sufriendo la mirada de desaprobación de Sandy, mientras enfurecida como estaba, se había incorporado y contemplaba el desaguisado en su barriguita y parte baja del vientre, el semen se desparramaba por todas partes, acumulándose en el sensual hoyito de su hombligo, impotente, con las manos abiertas intentaba inútilmente buscar algo con lo que limpiarse.

           Aún sonriendo, con las lágrimas saltadas, decidí apiadarme de su situación y sacando mi pañuelo del bolsillo, lo usé para secar su vulva pacientemente, y doblándolo a medida que recogía el semen de mi amigo fui subiendo hasta que terminé en su barriguita.

- ¡Muchas gracias Adam, eres un sol! -me dijo besando dulcemente mis labio-. Ahora como justo pago si quieres follarme tú también estoy dispuesta, ¿te apetece? -se ofreció dispuesta.

           Contrariamente a lo que se podría pensar, la cómica situación anterior, que había hecho que mi excitación se diluyera con la risa, me hizo recapacitar, y tras una rápida mirada de complicidad con mi hermana, decidí rechazar por primera vez en mi vida una flor tan apetecible como la de Sandy. No sé lo que pasó por mi cabeza en aquel momento, pero ahora, desde el recuerdo y la distancia, creo que hice bien.

           Todos nos vestimos y bajamos al salón, ubicado junto a la entrada de la casa, allí Renée se despidió y me pidió que la acompañase, pues la tarde se echaba encima y aún nos quedaba al rededor de una milla hasta nuestra casa.

           Por el camino Renée no paraba de sonreírme y hablamos...

- Te has fijado, Sandy no ha tenido reparos en que su propio hermano la cubriese -me dijo escandalizada mi hermana.

- Bueno, cuando estaba yo con ella, Albert me interrumpió y supe que quería ocupar mi puesto, así que se lo cedí, la verdad es que me sorprendió un poco, pero dadas las circunstancias lo entendí, él deseaba sexo y tras ver lo bien compenetrados que están, dudo que fuese la primera vez que lo hacían -le confesé.

- ¿Verdad Adam? Yo he pensado lo mismo, desde aquel día en el cañizal Sandy estaba un poco rara... me refiero a que ya no me busca como antes, ya me entiendes... -me dejó caer mi hermana.

- ¡Oh si, se ve que ha encontrado consuelo con el juguete de su madre! -me apresuré a decir yo.

- ¡Claro y se ve que le encanta jugar también con su hermano! -se jactó ella con ironía.

- ¡Pues claro hermanita, así todo queda en familia! -respondí yo exultante-. ¿Y tú hermanita, aceptarías hacerlo conmigo? -decidí preguntarle en el último momento.

- Bueno, es que Adam, una cosa es acariciarnos y “jugar” y otra consumar una relación, aparte de que soy virgen -me recordó- y no pensaría jamás en perder mi preciado tesoro con mi propio hermano, ¿qué recuerdo me quedaría para el resto de mi vida? ¿Te imaginas? -sentenció. 

          Para mi fue como un jarro de agua fría, que me quitó el resto de calentura que llevaba desde que salí de la casa de los Macdonely. El resto del camino fuimos callados, hasta que la casa solariega estuvo ante nuestra vista, cuando los últimos rayos del sol rojo barrían las chimeneas más altas, justo antes de que el sol se ocultara y diese paso al crepúsculo, la transición mágica entre el día y la noche.

           El resto del camino apenas hablé y ya acercándonos a la casa mi hermana trató de consolarme tras su dura afirmación.

- Bueno Adam, ya sabes que los juegos me gustan, bueno me encantan, puedes venir a jugar conmigo esta noche si te apetece, te recibiré con los brazos abiertos hermanito... -y me estampó un beso en la mejilla como anticipo, aunque la verdad es que aquello no me consoló en absoluto.

           Aquella noche comí poco, el desánimo cundió en mi, no recuerdo bien porqué, sin duda fue un bajón típico de la pubertad en la que me encontraba. Y deprimido como estaba subí a la bañarme.

           Mi querida Dora ya me tenía preparado el baño, agua caliente y el jabón listo. Aquella noche ella insistió en asearme como si fuese un bebé, pues tal vez su instinto materno le hizo detectar mi estado de ánimo, así que me dejé hacer.

           Con meticulosa actitud me enjabonó todo el cuerpo y finalmente se detuvo en mis genitales, los cuales, una vez llenos de espuma comenzó a acariciar y estrujar entre sus gordos dedos. Yo vi sus intenciones y tentado estuve de pedirle que lo dejase, pues no me encontraba de ánimos para aquel juego.

- El señorito ya no tiene nunca tiempo de jugar con mamá Dora -se quejó ella con cierta amargura.

           Entonces caí en la cuenta de lo abandonada que la tenía, tras nuestras frecuentes sesiones sexuales de los inicios.    Así que por momentos reviví aquellas primeras noches, la emoción de las primeras caricias, el vértigo del despertar sexual, , la visión por primera vez de un sexo, tan grande y maravilloso como el de Dora, los primeros orgasmos, los primeros coitos, la dulzura con la que me trataba Dora. Me dejé llevar por la melancolía, arrastrado por mis pensamientos. A estas alturas mi pene estaba ya enderezado y en orden y Dora me sonreía orgullosa de haberme "levantado el ánimo".

           Me enjuagó y salí de la bañera, dejándome secar por ella con los paños blancos con que acostumbraba a secarme. Cuando llegó a mi pene erecto la hice sentarse en la cama y tras secarlo lo acerqué a su boca, fue como una orden que ella cumplió con agrado, arropando mi glande con sus jugosos y carnosos labios de color. Y es que no hay nada como una buena mamada para levantar un ánimo masculino decaído como el mí aquella noche.

           Tras esto, Dora se deshizo de su bata blanca y luego de su taparrabos, quedando absolutamente desnuda, con sus generosas carnes, tan abundantes como suaves, con lo pequeña que era de estatura, frente a mi desnuda, sus enormes pechos caidos por el gran peso, con sus pezones y aureolas negros azabache.

           Sensualmente se subió a mi cama al echarse sobre ella abrió sus columnas de carne, mostrándome entre ellas su enorme raja, su vulva negra, con sus gordos labios, los cuales acarició tras mojarse los dedos con su lengua, separándolos hasta que pude ver el rojo carmesí de su interior, que contrastaba con la negrura de su exterior.

- Adelante señorito Adam, ¿no querría cubrir a Dora, como ya hacíamos antes? -me preguntó con voz melosa y rogante.

           De modo que me subí encima de ella, sobre sus mullidas carnes y suave piel y me fundí en un abrazo, buscando la entrada a su sexo ella me ayudó a encontrarla con sus manos y en él mi pene se perdió como pez que nada en el gran río. Sentí su calidez, su calentura, que envolvió mi pene con dulzura y me hizo aislarme y empezar a sentirme como en una nube de placer, aislado del mundanal ruído.

           Dora me susurraba cosas al oído que a mi me sonaban como a un ronroneo, como sonidos guturales que le salían del alma, mientras su abrazo rodeaba mi cuerpo menudo y blanco. Sin apenas movernos sentía como mi pene palpitaba en su caliente interior. En un coito apenas imperceptible. Dora me mecía como acunándome en sus grandes brazos.  Con mi cabecita apoyada en sus suaves y mullidos pechos, como la mejor almohada de plumas, chupé su gordo pezón, como si fuese una avellana recubierta de chocolate, mientras Dora seguía acunándome y mi pene se mecía dentro de su suave vagina.

           Realmente no se en qué momento me corrí, si tal vez me dormí y luego me corrí en su interior, o si primero me corrí y luego me dormí abrazodo a ella. Sin duda mi leche salió tan despacio como los movimientos de Dora que me acunaban y mantenían excitado y a la vez adormecido, como el dulce sopor de la borrachera cuando ya se ha bebido tanto que el cuerpo se abandona al olvido.

           Entonces lo supe, mi último pensamiento conscientes fue para Dora, le pedí perdón en mi mente por haberla abandonado y me prometí que a partir de aquel mismo día le prestaría las debidas atenciones y cariños, tal como ella me quería a mi. Pues después de todo, con tantas experiencias sexuales ya vividas, tan diferentes y variadas, descubrí que ella siempre seguiría siendo mi Dora, mi querida Dora, mi añorada Dora, mi dulce nana, que siempre estaba ahí para consolarme como en aquella noche aciaga en la que la melancolía me embargó y confundió mi mente hasta sumirme en un estado semi catatónico.>>

           Cuando Cathy terminó la lectura Tom intentó dar conversación a su hermana, pero ésta estaba tremendamente cansada y se negó a seguir con la tertulia post-relato, así que la dejó dormir mientras él, con las manos apoyadas en la nuca, ponía en orden sus pensamientos, los que indudablemente pasaban por su madre, y estuvo pensando alguna artimaña para conseguir sus propósitos, pues hasta ahora sólo había rozado la punta del iceberg de placer que ésta guardaba en su interior. El morbo de lo prohibido se escondía bajo las aguas y él quería bucear de lleno en él, pero lamentablemente, hasta ahora, se tenía que conformar con las migajas de que ella le había ofrecido, era como el premio de consolación, pero bueno, algo era algo.

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Náufragos (2)

Náufragos (4 y fin)

Náufragos

Diario de una universitaria (5)

Diario de una universitaria (6)

Diario de una universitaria (4)

Diario de una universitaria (3)

Diario de una universitaria (2)

Diario de una universitaria

Posición dominante

El Admirador (05)

El Admirador (04)

El Admirador (03)

El Admirador (02)

El Admirador (01)