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Memorias (18)

en Amor filial

 

18

 - ¡Pero qué estáis haciendo! ¡Joder, nunca me hubiese podido imaginar una cosa así! —exclamó su madre asomada desde la escalera, cuando los vio en la posición del “perrito”.

- ¡Mamá, es que estábamos....! -exclamó Cathy sin saber qué decir, mientras Tom abandonaba toda idea de intentar poner una excusa a aquella situación, pues era evidente lo que estaban “intentando”.

- No quiero oír ni una palabra, quiero que os vistáis y subáis a desayunar en 2 minutos, ¡vamos! -les gritó su madre fuera de si, en un tono que les desconcertó por lo inusual, pues su madre siempre hablaba con voz suave y nunca decía tacos, por hoy estaban asombrados de cómo se había transormado.

Y dicho aquello Karen se incorporó y subió los escalones que la separaban de la planta baja. Allí quedaron Tom y Cathy en una posición algo cómica, tras el encontronazo súbito con su progenitora, desconcertados ante la situación y pensando qué les esperaría cuando subiesen.

¿Se montaría un drama familiar? ¿Se lo contaría a su padre y los castigarían el resto de sus días de adolescencia? Todo esto entraba dentro de las posibilidades y era casi seguro que la situación allí arriba se iba a poner muy fea.

Así que ambos buscaron sus ropas y se vistieron mientras intentaban pensar alguna estrategia para reducir el castigo o para al menos poner un eximente que les aliviase el bochorno de haber sido pillados con las manos en la masa.

- ¿Y si les decimos que estábamos “jugando a médicos y enfermeras”? —dijo Tom sarcásticamente.

- ¡Vamos Tom no es para bromear, ahí arriba nos espera una buena, vamos a estar castigados el resto de nuestras vidas! —exclamó Cathy con preocupación.

- ¿Tú crees? ¿Y qué van ha hacer, azotarnos, encarcelarnos? –se jactó Tom.

- No será físico, ellos no actúan así, pero podrían mandar a uno de nosotros a un internado y así separarnos.

El rostro de Tom cambió súbitamente, pues la sola idea de que lo mandasen fuera y lo separaran de su hermana o de su madre ahora, con quienes tanto había intimado últimamente, si fueron razones suficientes para que sintiera una gran preocupación. Así que todo rastro de sonrisa fue borrado de su cara en aquel momento.

Con cara de pocos amigos ambos subieron a la planta baja de la casa solariega, encaminándose a la cocina, donde ya su padre devoraba una buena torre de tortitas con miel y café. Al verlos entrar su madre, que estaba cara al fregadero, mirando por la ventana se giró y su sonrisa, formada por su blanca dentadura los recibió.

- Hola chicos, mira que sois perezosos, anda sentaos y desayunad –les dijo su madre en tono apacible y tranquilo.

Aquello no cuadraba en absoluto con la escena que apenas unos minutos se había formado en su mente como “lo inevitable”, o su madre se había golpeado la cabeza al subir del sótano o allí había gato encerrado.

Ambos tomaron asiento y lo cierto es que tras la noche y los juegos sexuales de la mañana tenían mucho apetito así que disfrutaron de montañas de deliciosas tortitas junto a su padre.

Cathy, más observadora que Tom, no dejaba de mirar de reojo a su madre y la notó abstraída, plácida, pero ausente, tal vez pensando en lo que les iba a decir o cómo los iba a castigar. Ella, al igual que todas las mujeres tenía ese sexto sentido que le hacía ver más allá de las apariencias, sentido del que por otra parte carecen los hombres.

Al terminar, Richard dijo que tenía que ir a dar de comer a los animales y limpiar sus cubículos, a lo que Cathy se ofreció para ayudarle, pero justo en ese instante su madre replicó tajante.

- ¡No Cathy, antes quiero hablar con vosotros!. Luego si quieres puedes ir a ayudar a tu padre –dijo secamente Karen en un tono glaciar que no pasó desapercibido para Richard.

- No importa Cathy, haz lo que dice tu madre, yo estaré allí toda la mañana, ven cuando quieras –terció su marido sabiendo que algo habían hecho sus hijos, pues ese era el modo de actuar de su mujer.

Siempre era así, Karen los educaba y Richard la respetaba, pues él prefería dejarle a ella el mando en aquellas cuestiones, que tan desagradables le resultaban. Así que se levantó de la mesa y se marchó.

Karen permanecía de pie junto al fregadero, mientras los rayos potentes del sol de verano se colaban por las ventanas de madera partidas por dos listones en forma de cruz, dividiendo cada hoja en cuatro cuadrados.

El silencio lo invadía todo, y su madre parecía estar recapacitando sobre el discurso que se disponía a darles, lo que fue poniendo en tensión a sus hijos a medida que el tiempo pasaba y ella permanecía callada. Hasta ese momento habían estado ajenos a aquello, habían comido una abundante razón de tortitas, salvo Cathy que supo desde el principio que éste momento llegaría.

Finalmente habló, con tono pausado pero severo...

-  De verdad que no logro entender lo que estabais haciendo ahí abajo, lo que he visto me dice algo que yo nunca podría sospechar que fueseis capaces de llegar ha hacer, pero la evidencia ha sido tal que no ha habido lugar a dudas en mi mente sobre lo que os disponíais o ya estabais haciendo ya. ¿Tenéis algo que decir al respecto, algo que me pueda hacer pensar que lo que yo he visto no era en realidad lo que parecía? —expuso Karen como si fuese la abogada de la fiscalía en un caso ellos los delincuentes.

- ¡Mamá, nosotros no queríamos...! —se apresuró a gimotear Cathy, pensando en despertar la compasión de su madre como única vía atenuante de su conducta.

- Cathy, no intentemos poner excusas estúpidas, digamos la verdad —afirmó Tom para sorpresa de los dos miembros femeninos de su familia.

 Hablando en un tono tan serio que aparentaba más madurez de la que Karen o Cathy le atribuían, el chico habló...

- Mamá, cuando nos has visto nos disponíamos ha practicar un coito, no hay excusa que valga, es un hecho irrefutable pues nos has visto en pleno intento.

"Si bien no hemos llegado ha hacer nada pues Cathy es virgen, como puedes suponer y no hemos podido consumar el acto. Ahora puedes castigarnos estás en tu derecho pero la justificación de nuestro acto bien sin duda derivada de nuestra nueva situación. Hemos pasado de estar siempre con nuestros amigos a estar siempre juntos. De la gran ciudad con miles de cosas para entretenernos y amigos con los que juntarnos hemos pasado a la soledad del campo y a nuestra mutua compañía, con cientos de hectáreas al rededor sin ni un alma. Y esto ha derivado en, como ya habéis podido comprobar, en un acercamiento entre nosotros."

- Pero Tom, por dios, ¡sois hermanos y estabais a punto de follar! ¿No os parece eso suficientemente escandaloso para que yo monte en cólera? ¿Qué creéis que pensaría vuestro padre si se enterase? Yo he preferido ocultarlo y que lo hablemos entre los tres para no preocuparlo, pues ya sabéis cuál es su estado de salud. La causa de por qué estamos aquí.

Karen hizo de nuevo una larga pausa y ambos chicos permanecieron cayados, sentados a la mesa donde habían desayunado.

- Mamá, Tom tiene razón. Somos adolescentes y tenemos inquietudes en cuanto al sexo. Aquí esas inquietudes nos han llevado a intimar, pues no tenemos a nadie más con quien compartirlas. Ya se que parece algo macabro, pero es la pura y dura realidad, queríamos tener sexo, saber qué se siente cuando se va más allá de la masturbación mutua, que por otra parte ya hemos probado, lo de hoy era un paso más -explicó Cathy uniéndose al frente que ya había abierto Tom.

- Hasta cierto punto lo puedo entender hijos, pero es que dos hermanos no pueden tomarse el sexo como un juego, por dios, ¡no sé cómo no os entra eso en la cabeza! —siguió argumentando Karen, visiblemente trastornada en este punto.

- Por favor mamá, no hubiésemos querido que nos pillases, entre otras cosas para no hacerte daño —añadió Tom—. Supongo que vernos en esa actitud ha sido duro para ti, por eso yo te pido perdón.

- ¡Y yo también mamá! —se apresuró a decir Cathy interrumpiendo a su hermano.

- La verdad es que me estáis sorprendiendo, por la madurez que veo en vosotros, cosa que no veía en la ciudad. Pero lo que habéis hecho no está bien y tenéis que admitirlo, es más a partir de este momento no quiero que durmáis más juntos en el sótano, cada uno en estará en su habitación y espero no volver a pillaros en una actitud similar, sino hablaré con vuestro padre y juntos veremos qué otras medidas tomar para evitar que arruinéis vuestras vidas haciendo algo así –sentenció su madre a pesar de los alegatos que habían hecho ambos hermanos.

- ¡Pero mamá, arriba hace mucho calor! -protestó Tom.

- Me da igual Tom, tu padre y yo aguantamos, así que ahora también lo haréis vosotros. Así que espero que os haya quedado claro, ahora Cathy ya puedes ir con papá a ayudarle si te apetece, Tom tú quédate, aún quiero hablar contigo.

Cathy se limitó a abandonar la cocina y no hizo un nuevo intento por justificarse o protestar ante la “sentencia” que había dictado su madre, después de todo le pareció que habían salido “bien parados” de aquella comprometida situación.

Karen seguía de pié, así que se acercó a la mesa y se sentó en el lugar que había dejado libre su hija, junto a Tom. Allí, más próxima a él le habló, pero en un tono más calmado que antes, más cercano.

Cariño, quería hablar contigo para aleccionarte, pues en el fondo lo que más me ha molestado de lo que habéis hecho es que tú estuvieses haciéndolo sin condón. ¿Acaso no te das cuenta de que si llegáis a consumar el acto podrías haber dejado preñada a tu propia hermana? —inquirió Karen a su hijo, que le prestaba toda su atención.

- Sí mamá, entiendo lo que dices y tienes razón. En todo caso debería haber usado condones, pues después de todo tú me los diste y me enseñaste a ponérmelos.

Karen tomó distraídamente la mano de su hijo apoyada sobre la mesa, colocando la suya encima mientras la acariciaba en el dorso con la yema de sus dedos.

- Yo entiendo que a vuestra edad la calentura y las hormonas pueden jugar malas pasadas, pero tú eres el hombre y debes ser responsable y controlarte, especialmente en lo que a tu hermana respecta, ¿lo entiendes cariño? —le explicó.

- ¿Entonces debería haberme negado mamá? —preguntó Tom escéptico ante su propia pregunta.

- Sé que es difícil no sucumbir a la tentación de la carne a vuestra edad, donde todo es nuevo, atrayente, excitante... Pero debéis comprender ambos que ese juego es un juego peligroso y no podéis continuar por ese camino.

- Ya —dijo Tom sin mucho convencimiento—. ¿Eso también incluye nuestros propios juegos, mamá?

 La madre prefirió guardar un prudente silencio que aprovechó para preparar su estrategia ante el ataque encubierto que significaban las palabras de su hijo.

- Bueno Tom, en ese sentido me siento culpable, pues he cedido a tus presiones. Cuando nos espiaste a papá y a mi, y bajé a buscarte, te vi tan melancólico allí en el porche que me dije, ¿por qué no tener un detalle con él? Pero hijo, eso fue todo, no debemos tomarlo como el inicio de nada -le explicó Karen saliendo al paso de sus insinuaciones-. Debes controlarte Tom, a tu edad se que es difícil, pero tienes que intentarlo al menos, ¿vale cariño? -le dijo mientras le acariciaba la mejilla con sus finos y largos dedos terminados en uñas de manicura.

- Está bien mamá, trataré de controlarme —asintió Tom, más que nada para que Karen quedase contenta, aunque siguiese sin estar muy convencido de la conveniencia de esa resistencia pasiva ante las fuerzas y el ímpetu sexual de su juventud.

- Muy bien hijo, con eso me basta, ahora si quieres puedes salir a dar un paseo o a ayudar a tu padre y tu hermana, yo tengo que recoger la cocina.

 Y dicho esto Karen se levantó y se volvió hacia el fregadero llevándose unos cuantos platos y vasos de la mesa.

Tom tardó unos segundos en levantarse, como si estuviese digiriendo aún la conversación que acababan de tener. Miró a su madre y vio como su pelo rubio, brillaba como hilos de oro reflejando el raudal de luz que entraba por la ventana. Admiró su figura de espaldas, sus formas sinuosas, la anchura de sus caderas y su imaginación voló hasta recordar aquel día en el el poni la penetró desde atrás, y recordó su hermoso culo desnudo y su almeja abierta siendo penetrada por aquel gran miembro animal y la excitación lo embargó, su mástil despertó y sus calzoncillos se apretaron bajo su empuje.

Unas manos sorpresivas abrazaron a Karen que se vio envuelta en la amorosa emboscada, una rodeó su cintura y la otra cruzó delantera, apoyándose en sus mullidos pechos pero sin llegar a coger ninguno, poniendo su antebrazo entre su canalillo y llevando su mano a la clavícula.

- ¡Oh mamá, cómo puedo resistirme a ti, a nuestros juegos, después de haberte probado! Esto sí que me resulta difícil a mi, pues con Cathy apenas he jugado —mintió—, pero contigo...

- ¡Vamos Tom, no seas travieso! Protestó Karen sin mucho ímpetu en su voz, apartándose suavemente los brazos que la atenazaban.

Tom retiró sus manos y ahora volvió a sorprender a su madre arremangándole su vestido desde atrás, con las palmas abiertas hacia arriba acarició sus muslos, deslizándolas por sus caderas hasta llegar a sus preciosas nalgas.

Al echar una ojeada a las mismas, descubrió con asombro que el tanga que vestía dejaba al aire sus hermosos cachetes, mientras la fina tela blanca se perdía en el profundo surco que dividía a ambos, sus manos, posadas en los mismos los apretaron como probando su dureza, sintiendo como su carne blandita al principio y dura al apretar, palpitaba ellas. Sintiendo su calor y suavidad, con una pizca de sudor pues a esas horas de la mañana el sol ya calentaba a través del gran ventanal de la cocina.

- ¡Venga Tom, no sigas por favor! -exclamó de nuevo Karen tirando de su vestido para ocultar su hermoso trasero a la vista y al tacto de su pícaro retoño mientras se daba la vuelta.

- ¡Jo mamá, qué cuerpo tan maravilloso tienes! —la piropeó Tom sonriéndole.

Karen se fijó en lo abultado de sus bermudas y sonrió ante la súbita impresión que se había llevado Tom tras meterle mano tan descaradamente que le había hecho gracia o tal vez algo más, la había picado, diría más la había calentado.

Miró a un lado y a otro de la cocina, como para ver si había moros en la costa y luego volvió a mirar a su sonriente zagal, dubitativa bajó la mirada hacia su protuberancia mal disimulada.

- ¡No Tom, vete! —exclamó finalmente tras unos segundos de duda mientras le ponía una mano en el pecho tal vez para evitar una súbita aproximación de este tras su negativa.

- Está bien mamá, sabré esperarte, para cuando tú quieras jugar conmigo —afirmó Tom para sorpresa de su madre que pensaba en que protestaría y tendría que insistir en que se marchase.

La madre le mostró la mejor de sus sonrisas y lo premió con un dulce y casto beso en la mejilla que a Tom le supo a gloria, pudiendo olfatear el aroma fresco y ligero que usaba su madre para estar en casa. Ésta se volvió al fregadero para seguir sus quehaceres y Tom se giró para marcharse.

Pero de nuevo el factor sorpresa apareció y Karen notó como de nuevo su vestido era profanado por su hijo que, como un pulpo pegó sus manos cuan tentáculos esta vez más osadamente. Una rodeo sus caderas y se fue a su monte de venus aprisionando sus braguitas justo donde se escondía su vulva y la otra serpenteó bajo la tela del ligero vestido buscando sus pechos para apretarlo justo por el frente, donde sus pezón se ocultaba bajo el sujetador. Al tiempo, con un golpe de cintura pegó su colita tiesa y erecta a su culo descubierto dándole un empujón contra el fregadero que la hizo tener que apoyarse en éste para no vencerse hacia adelante.

Tom había perdido la cabeza, en su ataque de libido volvió a sorprender a su madre y ésta, al verse coaccionada de aquella impetuosa manera, unido al empujón que le dio, que hizo que tuviese que apoyarse en el fregadero para no darse de bruces con la ventana, hicieron que no pudiese reaccionar con rapidez, momento que Tom aprovechó para manosear su coño y apretujar su pecho buscando su pezón con los dedos, llegando a profanar sus braguitas con un movimiento rápido y acariciando su sexo a flor de piel. Igualmente tiró de su sujetador sin miramiento, liberando su pecho y buscó su pezón ahor más fácilmente capturándolo con sus dedos y pellizcándolo sin clemencia.

Karen sintió su atropello, se sintió violada de alguna manera por su propio hijo, aunque aquello sólo fuese un comienzo. Pero sintió más, en aquel atropello sintió una electrizante sensación que le erizó todo el bello de su cuerpo. De alguna manera aquel ataque por sorpresa, aquel abuso la excitó. El sentirse forzada era algo nuevo para ella y esa sensación era extraña y a la vez atrayente, así que decidió seguir resistiéndose.

- ¡No Tom, no sigas! Dijo removiéndose, cerrando sus muslos para evitar que su hijo le metiese mano directamente en su raja e intentando quitarse la mano que el apretaba su pezón de encima.

- ¡Oh vamos mamá, no te excita todo esto, me gustaría comerte el coño! ¿Te gustaría que te lo comiese? -dijo su retoño bajando hasta su culo y levantándole el vestido le clavó los dientes en sus nalgas haciéndole daño.

No quedó ahí la cosa, pues Tom siguió abrazándose a sus caderas e intentando romper el bloqueo de sus muslos para acceder a su raja. Karen gritó al sentir los dientes de su niño en semejante parte, pues le hizo daño, como cuando antes le pellizcó el pezón sin miramientos. Se giró para evitar que su hijo le diera más mordiscos y lo sujetó por los hombros.

- ¡No sigas Tom me haces daño! -exclamó tratando de retirarlo empujándole por los hombros.

El chico siguió atacando sin piedad. Esta vez levantó de nuevo su vestido y hundió su cara entre sus muslos, clavando su nariz justo entre sus bragas y sus muslos, en ese pequeño triángulo que era la puerta hacia su vagina. Allí aspiró los aromas de su coño, mezcla de pipí y sudor a partes iguales y sin duda a estas alturas, un toque sus jugos, pues la excitación los había despertado ya. Apretó a su vez sus nalgas, clavándole hasta las uñas y las trajo hacia si, hundiendo más su cara en su monte de venus y haciéndola gritar de nuevo.

Karen seguía sorprendida hasta dónde era capaz de llegar su retoño para violarla y esta idea anidó en su cabeza y la excitó como nunca antes había pensado que podría hacerlo, pues la sensación de sentirse violentada era algo nuevo para ella. Aunque con su marido había tenido juegos de ese estilo aquello era en realidad “consentido” y esta vez ese consentimiento no lo tenía su atacante, ¿o tal vez si?

Con un empujón más fuerte que antes, Karen consiguió zafarse del abrazo de su hijo y que éste cayese de espaldas al suelo, apoyándose con los codos.

En aquel momento ambos jadeaban por los esfuerzos realizados y sus caras mostraban el sudor del esfuerzo y el calor que hacía en la cocina. Por unos segundos se dieron una tregua, mientras se oían respirar aceleradamente.

- Vamos Tom vete -le dijo en un tono neutro sin llegar a gritarle, tal vez sabía que así su hijo no llegaría a marcharse.

Pero a veces nos equivocamos, y Tom, levantándose en ultimo extremo recapacitó y se giró para marcharse de la cocina, contraviniendo los planes de Karen, que deseaba seguir siendo violentada por su hijo.

Cuando ya se encaminaba hacia la puerta Karen se dio cuenta de su fallido plan, y en un ataque ahora de desesperación se lanzó hacia él chico, lo abrazó por la espalda y echó mano a su maquete, que aún seguía duro y tieso bajo sus bermudas. Apoyó su cara en el hombro y le mordió la oreja, haciéndole daño, al igual que el le había hecho. El chico se quejó: “auch mamá”.

- ¿Qué pasa ahora Tom, te hago daño? -le preguntó sarcásticamente Karen-. Ahora que me has violentado de esa manera no pretenderás escaparte y dejarme así, ¿verdad? -añadió.

Girándolo lo miró a la cara y sin mediar palabra lo abofeteó. Tom giró su cara y sintió la bofetada que no pudo esquivar, no comprendiendo por qué su madre había hecho aquello.

- Eres un sin vergüenza, llegar a violentar a tu propia madre y ahora qué, ¿prentendías irte sin más? -le preguntó sonriéndole de nuevo con sarcasmo-. ¡Vamos oblígame a que te la chupe! ¿Eso te gustaría verdad? ¡Pues adelante oblígame!

- Mamá yo... -balbuceó Tom atemorizado.

- ¡Venga Tom! ¿No es lo que querías, pues oblígame, joder te lo estoy ordenando coño hazlo! -le dijo entre ruego y orden taxativamente.

Tom se abalanzó sobre su madre y quiso chuparle un pezón y meterle mano para lo que cogió sus nalgas y las atrajo hacia si.

- ¡No, vamos, no quiero que me chupes las tetas, oblígame a comerte la polla! -le gritó.

El chico, comprendió la situación y aceptando esa violencia decidió devolverle la bofetada que antes le había dado.

- ¡Está bien, venga chúpamela! -dijo tras la bofetada.

La cogió por los hombros y tiró de ella hacia abajo, derribándola. Ella casi cayó para atrás pero en último extremo Tom cogió su cabeza por sus largos cabellos rubios y apretándolos la acercó a sus bermudas, poniéndose a horcajadas sobre sella.

- ¡Venga chúpamela mamá! ¡Hazlo hasta que me corra en tu boca! -le gritó mientras pegaba su cara a sus bermudas con fuerza tirándole del pelo.

Karen se quejó pues le hacía realmente daño al tirarle del pelo, pero era lo que buscaba. La bofetada de su hijo la había sorprendido, le dolió y le gustó a partes iguales, así que disfrutó de lo lindo con aquella situación, reconducida hacia lo que ella deseaba.

Su hijo, delante de ella se bajó las bermudas y los calzoncillos sin soltar sus cabellos, las prendas cayeron al suelo descubriendo su polla erecta frente a su cara. Ella se quedó allí mirándola, en el fondo la deseaba y se la comería del tirón, pero quería que él la obligase ha hacerlo. Tom pareció comprenderlo y tras unos segundos de pausa lo hizo.

- ¡Vamos chupa! -gritó tirándole del pelo y clavándosela en su boca-. ¡Venga trágatela hasta los huevos! -añadió.

Karen introdujo su polla en su garganta a la orden de su niño, y esta le supo a gloria. Ligeramente descubierto, su glande babeaba y soltó su dulce néctar en su boca, impregnándola con su sabor y suavidad.

La madre se empleó a fondo y chupó con fuerza y energía inusitadas. Tom no la soltó del pelo en ningún momento y acompañaba sus movimientos de cabeza mientras la cogía. Aunque no era necesario seguir “obligándola”, pues su madre una vez forzada a introducirla en su boca, ya no necesitó que le insistiese más. Chupó y chupó con ansias desmesuradas.

Cuando ya estaba a punto de correrse, cosa que no tardaría en hacer a aquel ritmo frenético de chupadas, su madre, experta feladora, se detuvo justo a tiempo, la sacó de su boca y suavemente acarició su verga mientras lo miraba desde abajo. Su hijo pudo admirar entonces sus ojos redondos color miel y sentirla tan sumisa allí mismo practicando su delicioso arte le produjo una satisfacción sin par.

De nuevo al ataque su madre tragó de nuevo su falo, con su glande tremendamente enrojecido, hasta los huevos, haciéndola entrar en su garganta, con una deliciosa y cálida sensación húmeda que hizo al muchacho tambalearse y que lo obligó a sujetarse con ambas manos al fregadero, soltando su pelo rubio acaracolado, mientras Karen, se sujetaba su culito respingón manteniendo su cara tan pegada a su vientre fibroso que su frente chocaba con él al tiempo que su polla pasaba más allá de su campanilla.

La hembra desatada volvió a liberar su maltrecha pollita justo a tiempo, para que ésta no se corriese, en una premeditada y placentera tortura. Entonces Tom, ensimismado con la observación de su madre arrodillada ante él, observó cómo Karen mantenía una de sus manos entre sus piernas y dedujo que ésta estaría acariciando su sexo, proporcionándose placer propio a la vez que le hacía ver las estrellas a él.

En la cuarta tacada, Tom no pudo más y pensando que si se corría en la garganta de su madre ésta podría no aceptarlo la extrajo de su boca en el último momento, pero no pudo evitar que ese primer y potente chorro, impactara en su cara.

- ¡Oh no cariño! —protestó la hembra arrodillada—. ¡Dámela toda! —le ordenó al tiempo que capturaba su polla en pleno orgasmo y la hizo entrar de nuevo en su boca mientras otro chorro impactaba bajo su nariz.

Mira que Tom había disfrutado ya de felaciones hasta el final que le practicaba su hermanita, degustando esos deliciosos momentos últimos en los que la leche riega su boca al tiempo que ésta seguía chupando, pero su madre era una fiera, una pantera, un animal salvaje, presa de la lujuria que chupó su polla con tal ansia que Tom pasó del placer al dolor y de nuevo al placer en esos cortos segundos que dura un orgasmo masculino.

Karen sólo se detuvo cuando la última gota de leche entró en su boca, a partir de ahí siguió pausadamente, haciendo que su glande resbalara entre la leche su lengua y sus labios lubricados, proporcionándole una rica y última sensación tras la corrida en su boca, al tiempo que poco a poco iba tragándola, tras degustarla con las papilas gustativas de su traviesa lengua, que serpenteaba bajo ella cuán serpiente por la duna.

Finalmente la madre quedó allí en el suelo, apoyada de espaldas con las manos hacia atrás, mirando a su retoño, de pie, con su cara salpicada por la leche que escapó de su boca.

- ¡Vamos ahora márchate y déjame sola! -le ordenó.

Tom se quedó mirandola unos segundos, ensimismado con ella. Extendió su mano para limpiar el chorro que había impactado cerca de su ojo, manchando su párpado. Recogió la leche con él y para su asombro su madre lo capturó con su boca y lo mordió, haciéndole algo de daño, pero al momento lo chupó y se tragó la leche que le había quitado del ojo. Tras esto ella lo miró y le sonrió, guiñándole un ojo.

Tom se dispuso a arrodillarse para comerle el coño a su madre, en justo pago por la mamada realizada, pero ésta, al ver sus intenciones, se negó, inmediatamente lo cogió por la cabeza y lo empujó hacia atrás, separándolo.

- ¡No Tom, ni se te ocurra hacer eso! ¡Vamos márchate! Ahora ya no funcionará el intentar obligarme a nada, ¡quiero que te vayas ahora mismo! -dijo mostrando ahora gesto de enfado.

- ¡Vamos mamá, esto te gustará! -insistió Tom una segunda vez.

- ¡Te he dicho que no, me has obligado a chupártela y ahora no prentenderás comerme el coño, ¿no? ¡Vamos márchate ya! -le dijo volviendo a empujar su cabeza.

Asumiendo que la que mandaba en realidad era ella, finalmente se giró y abandonó más tentativas de cunnilingus, encaminándose a la puerta de la cocina. Al final, justo antes de salir, se giró y volvió a echar una ojeada a su madre, que seguía sentada en el suelo. Pero ésta, altiva y con gesto serio, esperó a que se marchase sin más.

Tras su salida, Karen se levantó y se volvió hacia el fregadero. Pensativa, apoyó las manos en él como cuando Tom la violentó al principio de la sesión de perdición que habían tenido. En este momento recapacitó sobre lo ocurrido, por un lado se arrepintió del espectáculo que había montado, pero a partes iguales se alegró por el placer que le había proporcionado aquella situación extrema.

La conciencia volvió al ataque y la hizo arrepentirse de nuevo, pensando cómo sus chicos iban a respetarla si ella se comportaba a las primeras de cambio como una guarra y rompía todas las reglas que le había encomendado cumplir a ellos, por lo que el sentimiento de culpabilidad volvió.

Pero tras los momentos de culpa vinieron de nuevo los efluvios de la pasión no terminada que su cuerpo, palpitante y ardiente aún le reclamaba. Con sus muslos abiertos, de su sexo emanaron los aromas de la calentura, sus jugos que ya impregnaban abundantemente su tanga de algodón, resbalaban por sus muslos sudorosos. Se sentía sucia y maloliente y ya que se parecía tanto a una guarra decidió terminar entregándose a sus pasiones onanistas.

Cuando sus dedos volvieron a explorar aquella reconocida parte de su anatomía, descubrió lo tremendamente excitada que estaba y se estremeció con tan solo rozar su botón secreto. Ahora seguramente estaba gordo y duro, como si fuese una pollita en miniatura, de modo se introdujo sus dedos varias veces en su coño hasta asegurarse que estos estaban lo suficientemente lubricados para volver a contactar con su botón secreto.

Y así comenzó un baile en el que sus dedos eran ya expertos y que tantas veces habían bailado en torno a aquella parte de su anatomía. Se frotó con círculos deliciosos en torno a su excitado y gordo klítoris, apretándolo y profundizando en el gran surco de su coño de cuando en cuando con sus dedos, rascando y sacando jugos con los que luego se volvía a frotar su preciado botón, lubricándolo. Mientras se masturbaba con una mano, permanecía apoyada en el fregadero con la otra, de cara a la ventana.

Desde la puerta Tom la observaba, mientras ésta, ausente por completo, ensimismada en su masturbación, permanecía de espaldas a él. El chico se había dado la vuelta cautelosamente tras su expulsión, pues intuía el porqué de aquella acción y quiso asegurarse y verlo con sus propios ojos.

Y estuvo en lo cierto, pues aquella hembra que le dio a luz, desbocada, se masturbaba en un frenesí mientras gruñía ausente sin apercibirse de su presencia. De modo que fue testigo de las convulsiones finales que ésta sintió justo antes de correrse. Atónito contempló como se zarandeó en un excitante baile de San Vito, y llegó a ver sin comprender el porqué, cómo un líquido claro resbaló por sus muslos y manchó el suelo, mientras su madre se corría.

Como a cámara lenta, ésta comenzó a derrumbarse, bajando cuan alta era, flexionando sus rodillas y doblándose hasta apoyarlas en le gres del suelo. Y una vez allí siguió frotándose un buen rato más, mientras echada para atrás gruñía y gemía apurando los últimos espasmos del tremendo orgasmo, cuando de pronto le sobrevino otro más. Debía ser otro, pues de nuevo se convulsionó y tensó su espalda echándose para atrás como si se fuese a caer.

Tom estaba desconcertado, dos orgasmos prácticamente seguidos, desde luego su madre era una máquina del sexo, una hembra excepcional que disfrutaba del placer que le proporcionaban estas prácticas amatorias, ya fuese sola como ahora o en compañía de su esposo, a tope.

De pronto Karen se puso alerta y dejó de hacer ruidos, tal vez se sintió observada, tal vez un ruido accidental de su hijo al pisar el viejo parqué mientras se asomaba para verla, tal vez su respiración, o tal vez su sexto sentido se lo hicieron saber.

- ¿Tom sigues ahí? —preguntó volviéndo la cabeza desde el suelo.

Únicamente vio el marco de la puerta y parte del pasillo de salida vacíos, su hijo, si había estado allí se retiró justo a tiempo para no ser visto. ¿Realmente había estado allí? Karen creyó que si, pero sintió tal vergüenza de haber sido espiada de nuevo mientras se entregaba al vicio como una guarra sin remedio que se negó a ir a buscarlo para descubrir si efectivamente la había contemplado de aquella guisa.

Mientras pensaba esto se dio cuenta que estaba en medio de un charco. El suelo de gres se había manchado por su “corrida”, Karen ya lo sabía y no le extrañó. En ciertas circunstancias, cuando la excitación era tan grande que la embargaba por completo, su cuerpo expelía aquel fluido trasparente y acuoso, que no era orina en absoluto.

Al principio cuando le pasó la primera vez le preocupó, allá en su pubertad, incluso llegó a leer sobre el tema y sólo llegó a la conclusión de que nadie sabía exactamente por qué a algunas mujeres les pasaba aquello cuando se corrían profusamente.

Con las bragas chorreando y el vestido manchado, se incorporó y subió a la segunda planta para darse una ducha rápida y cambiarse. Luego seguiría recogiendo la cocina y haciendo las tareas del hogar.

Tom abandonó la casa tras todo aquello y se fue al lago, allí se sentó debajo de los álamos y estuvo meditando sobre lo ocurrido, más bien recreándose en los detalles. Cómo había pasado todo, lo que había sentido mientras su madre le hacía aquella fantástica felación, recordando sus ojos y aquella mirada arrodillada ante él, su corrida en su boca y especialmente la parte final en la que la había espiado mientras ésta daba rienda suelta a sus instintos más bajos. Recordó aquel líquido que le resbaló por las piernas y pensó que tal vez había perdido el control de su esfínter y parte de su orina se había derramado, craso error, pero él no lo podía saberlo.

Tampoco le dio asco, sino todo lo contrario, lo excitó más aún, tanto que decidió volver a masturbarse también él, pues ya había pasado el tiempo suficiente para “recargar” y su arma ya volvía a estar lista de nuevo para disfrutar de otro buen orgasmo tras las necesaria estimulación.

Tumbado como estaba Tom se corrió de nuevo, inspirándose en cada recuerdo, en cada sensación, en el olor corporal de su madre, en lo que había disfrutado con su mamada, recordó cuando le chupó el dedo al terminar y cómo le ordenó que se marchase, sin duda era una madre de carácter. Aquello era buen sexo, aquello era un sexo fenomenal. Su madre era única y la deseaba más que nunca.

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