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Memorias (22)

en Amor filial

 

22

 

A la mañana siguiente tanto Karen como Tom se quedaron en la cama; Richard y Cathy al verlos tan cansados los dejaron dormir prudentemente. Claro, ninguno de los dos sabía de su noche en vela, en la que los placeres se derramaron por sus cuerpos como el vino en una buena fiesta.

Se levantaron y desayunaron para ir a dar de comer a los animales y limpiar las cuadras. Ellos también agradecieron estar a solas pues tal vez tenían cosas de qué hablar, tal vez el día anterior también fue intenso para ellos.

Cuando el calor apretaba volvieron y Tom y su madre ya estaban en la cocina preparando el almuerzo. Tras los saludos de rigor entre la pareja, Cathy, menos diplomática, les preguntó jocosamente el porqué de su letargo matutino. Ambos sonrieron y pusieron como escusa el intenso calor de la noche pasada que los desveló.

Comieron; en la siesta, Cathy y Tom se bajaron al sótano, hoy fue ella la que insistió en leer un relato de las memorias de Adam, que ya había notado que estaban a punto de acabarse, pues aunque el libro era más grueso, sus últimas páginas estaban en blanco, pues su autor no llegó a usarlas.

"-¡Oh queridas memorias! Nos se si podré terminarlas antes del fatal desenlace que me aguarda. Todo el mundo muere tarde o temprano y por mucho que nos asuste la idea de abandonar la vida, el inevitable fin llega y nada podremos hacer por evitarlo. Pero no quiero ponerme triste, no esta noche, aún me quedan importantes historias por contar.

Cierta noche, a altas horas de la madrugada mi padre volvía borracho de haber estado en la taberna con sus amigos; terratenientes vecinos. Iba subiendo las escaleras pesadamente mientras cantaba desafinando terriblemente y se tropezaba hasta casi caer, alertando a toda la casa de su llegada.

Me desperté, como era de esperar y creo que como el resto de la casa. Luego lo oí entrar en el cuarto donde mi madre dormía y de repente comenzó una discusión en la que palabras tan fuertes como “zorra” o “ramera”, pronunciadas por mi borracho padre, llegaron a mis oídos.

Luego se oyeron gritos, gritos de angústia y desperación, gritos en los que reconocí a mi madre y ésto ya terminó por asustarme, pues conocía los rudos modales de mi padre.

 

Cayeron objetos, porcelana tal vez, enseres como cuadros o cachivaches metálicos, que aumentaron el ruido hasta formar una estrepitosa algarabía. Alertado no pude evitar levantarme e ir a su encuentro.

Temía la ira de mi padre, pero los gritos desgarradores de mi madre me llegaron al alma y temiendo que le fuese a dar una paliza apreté el paso. Se ve que el resto de la casa decidió, al contrario que mi persona, esconderse en sus respectivos cuartos, a la espera de que la furia desatada del cabeza de familia pasara.

La puerta estaba abierta así que me asomé con cierta prudencia y lo que allí vi terminó de trastornarme...

Mi padre se había quitado los pantalones que solía llevar y blandía en su mano el cinto ancho con el que los sujetaba, enrollado por la parte de la hebilla, tenía acorralada a mi pobre madre en una esquina.

Estaba en un estado lamentable, tenía el camisón rasgado y uno de sus pechos estaba se asomaba generosamente por la rasgada tela. Con una silla se defendía de mi padre, interponiéndola entre ambos, entonces oí sus palabras, que ahora sonaron atronadoras apenas a unos metros de distancia...

- ¡Ramera, me han confesado que te han visto escondiéndote con el mozo de las cuadras... ese tal... Waldo si, Waldo se llama! ¡No eres más que una ramera! -gritó y lanzó con furia su cinto alcanzando a mi madre en el hombro detrás de la silla, ella chilló al choque de la correa y se agachó para protegerse tras ella.

- ¡No Winston! -gritó mientras lloraba-. ¿Quien te ha contado eso? ¡Es mentira, no lo ves! Quieren volverte loco con esas habladurías -exclamó con abundantes lágrimas resbalando por sus mejillas y con voz quebrada.

- ¡Qué importa quien me lo haya dicho, lo cierto es que dicen que ayer por la tarde te vieron entrar en las cuadras y no saliste hasta un buen rato después! ¡Y allí sólo está el! ¡Confiésalo zorra, confiesa tu pecado ante dios! -y un nuevo lance del cinto amenazó con impactar en la espalda de mi madre, aunque esta vez el borracho de mi padre falló.

- ¡Te digo que no es posible! Ayer yo estaba...

- ¡Ayer madre estaba conmigo! -grité mientras salía de mi escondite, dando la cara en defensa de mi pobre madre, mostrándome osado y altanero, aparentando una seguridad exterior que no se correspondía con la interior, donde me moría literalmente de miedo.

Mi madre al verme se quedó pasmada, sacudiendo la cabeza me miró, como si no me reconociese. Mi padre igualmente lo hizo, con sus ojos rojos inyectados en sangre, inflados por el alcohol ingerido, sin inmutar su agrio gesto.

- ¡Donde! ¿Donde estuvisteis pues? -me preguntó acalorado.

- En el lago, estuve en el lago con ella bañándome y ella me vigiló para que no me ocurriera nada malo. ¡Lo juro por dios! -le espeté para que sonase más convincente.

- ¿Entonces a quien vio quien me contó la historia? -insistió.

- No lo se padre, tal vez sea como antes ha dicho madre, alguien que quiere engañarte, alguien malintencionado contra nuestra familia, alguien resentido con mamá -expliqué en el mismo tono de firmeza con que había comenzado.

Mi madre palideció, allí arrodillada tras la silla, supongo que mi aparición fue como un rayo de esperanza, como un milagro que tal vez le evitaría la terrible paliza que se avecinaba.

- ¡Ves marido, ves como la gente únicamente quiere envenenarte la mente! -gritó mi madre apoyándome en su coartada falsa, pues bien sabía ella lo que hizo el día anterior.

Manteniendo la calma pasé junto a mi padre y fu a socorrer a mi desamparada madre, poniendo mi mano en su hombro ella cogió la mía, entonces me arrodille dispuesto a ayudarla a levantarse aunque permanecimos en aquella posición aún.

Tanto mi madre como yo temimos su reacción y esperamos, después de todo ya estaba hecho, ahora sólo quedaba esperar. Mi padre apoyándose en la silla pareció confundido en su estado etílico y volviendo a sacudir la cabeza se preguntó de nuevo.

- ¿Pero entonces, lo que me han dicho es mentira?

- ¡Claro que sí Winston! ¡Quieren confundir tu mente y a bien que lo han conseguido! -exclamó mi madre apoyando su coartada.

Ya no volvió a gritar, dejandose caer pesadamente en la silla se sentó, al tiempo que su pesado cinto de cuero resbaló entre sus gruesos dedos y cayó al suelo, donde su hebilla repiqueteó con el impacto.

- Bueno, no se si lo que decís es verdad o es que estáis compinchados, pero si algún día llego a saber que haces lo que me sugieren que haces con un negro, te cortaré el cuello. ¡Me oyes! -sus palabras sonaron del todo amenazadoras, haciendo una horrible mueca y un gesto con la mano justamente en el lugar que mencionaba que cercenaría.

- ¡Claro que no cariño, yo nunca haría algo así! ¡Bien sabes el asco que me da esa gente! - exagero mi madre tratando de resultar convincente y ciertamente era la verdad pues era muy dura con el servicio. Waldo era el único negro que despertaba sus simpatías y algo más...

Recatadamente mi madre se cubrió su pecho y se levantó, yo la ayudé ha hacerlo y la sostuve una vez arriba. Le temblaba todo el cuerpo y su respiración era agitada y de vez en cuando se entrecortaba mientras tragaba saliva. El estrés producido por tal situación la habían dejado en un estado de nervios lamentable.

- ¡Bien entonces vayámonos a dormir, ya que me eres fiel, esta noche me demostrarás tu fidelidad! ¡Adam, vete a tu cuarto chiquillo que tus padres tienen cosas que hacer! -exclamó el fiero cabeza de familia.

- ¡No, estás borracho, me niego a dormir contigo en este estado! ¡Duerme tu borrachera sólo! ¡Viejo loco! -protestó mi madre envalentonándose y acercándose a mi padre le dio una sonora bofetada.

- ¡A mi no me levantarás la mano! -terció mi padre y cruzando su mano de abajo hacia arriba golpeó a mi madre derribándola.

Un ataque de furia me sobrevino, sentí la sangre hervir bajo la piel y un calor que me subió desde los pies hasta la cabeza al verlo golpearla de aquella manera tan impunemente. Gruñendo cerré mis puñós y arremetí contra mi padre con todo mi cuerpo. Él borracho como estaba no pudo esquivarme, así que le golpeé con el hombro en su gorda barriga mientras me inclinaba hacia adelante e increíblemente conseguí derribarlo.

Mientras éste seguía en el suelo recogía a mi madre y la ayudé a incorporarse llevándola apresuradamente a mi cuarto donde cerramos la puerta con pestillo y la atrancamos moviendo la pesada cómoda que había a su lado.

- ¡Menos mal que has venido cariño! -me dijo mi madre dándome un beso en la mejilla, olvidando por momentos que su camisón estaba rasgado y que uno de sus preciosos pechos se mostraba ante mi con naturalidad.

Advirtiendo mi mirada indiscreta hacia su pecho nacarado, se limitó a cubrirlo con recato mientras sonreía, recogiendo el jirón de tela que mi padre había rasgado. Ahora ya más tranquilos la acompañé a la cama donde se sentó.

- Mamá tienes que tener más cuidado en tus encuentros con Waldo, o papá te matará como ha dicho que haría -le regañé yo.

- ¡Oh si hijo, algún otro esclavo, tal vez celoso de Waldo, ha debido insinuarlo a tu padre! ¡Oh dios que haré! No lo volveré a ver jamás, no mas negros en mi vida -prometió firmemente.

- Está bien mamá, hoy lo dices pero mañana te arrepentirás, si quieres la próxima vez yo puedo vigilar tu encuentro -le ofrecí con sinceridad.

- ¿Harías eso hijo? Pero, ¡qué vergüenza Adam! Saber que tú estás fuera mientras tu madre se lo hace con un esclavo, no eso sería humillante, no lo veré más.

- Como quieras madre, yo ya sabía de tus andanzas y no me importa, con los modales de papá te entiendo perfectamente. Waldo después de todo es mucho más educado y amoroso contigo.

- ¡Qué razón tienes hijo mío! El pobre me echaría de menos, ¡seguro! -dijo mi madre que aún seguía excitada por la comprometida situación hacía unos momentos.

- Está bien mamá, si quieres dormiremos juntos en mi cama hasta que la situación se calme, es bastante grande para los dos. Si no te parece bien yo puedo dormir en el suelo, la alfombra parece cómoda.

- ¡Oh no cariño, tú me has salvado cómo iba a permitir que durmieras en el suelo! -dijo mi madre volviendo a besarme en la mejilla al tiempo que me cogía la cabeza y su pecho volvía a mostrarse ante mis ojos por el descuido, siendo tapado nuevamente por ella acto seguido.

- Está bien durmamos pues... -sentencie apagando la lampara de petróleo con un soplido.

- ¿Adam? -me preguntó en la oscuridad.

- ¿Si madre?

- Abrázame por favor, aún estoy muy asustada -me confesó. Al hacerlo noté que su cuerpo estaba temblando mientras la abrazaba desde la espalda. Ciertamente la experiencia la había traumatizado...

Con el tiempo mi madre se calmó, tal vez gracias a mi abrazo y al contacto de nuestros cuerpos, quedando profundamente dormida. Yo en cambio me quedé en vela, sintiendo como mi excitación estaba por las nubes con el abrazo y su sola proximidad. ¡Sólo podía pensar en su cuerpo, en su maravilloso y suave cuerpo, en lo cerquita que estaba de mi!

Mi excitada polla se clavaba en su culo a través del camisón, no se bien en qué momento la coloqué ahí, tal vez mientras ella aún estaba despierta, tal vez cuando estaba dormida, en cualquier caso ella no hizo nada por evitar el contacto y yo, en todo momento mantuve una magnífica erección, fruto del morbo y de la tremenda excitación que me provocaba este sensual contacto.

Si recuerdo que cuando ya estaba dormida me comencé a empujarla con ella apretando su culo con suavidad. Estaba tan cansada que apenas advertía mis acciones y yo estaba cada vez más excitado.

Desatado levanté su camisón y bajé su culote deslizándolo por las sábanas hasta sus muslos. Con su culo desnudo, pegué mi tremenda excitación a su coño e intenté penetrarla pero sin conseguirlo, no estaba lubricada y la verdad es que no sabía como actuar, pues normalmente los coños con los que había "tratado" ya lo estaban llegados a este punto, así que opté por la lubricación "artificial". Mojé mi polla con saliva y con mis dedos humedecí su raja recorriendo sus gordos labios suavemente con mis dedos, extendiéndola a través suyo.

Cuando mi polla entró de nuevo en contacto con su coño ahora si penetró pero sólo parcialmente, suavemente fui introduciéndola mientras mi madre dormía, pero seguía notando su coño seco y no terminaba de entrar bien, así que repetí una segunda vez la lubricación. De manera que cuando pensaba volver a introducirla mi madre despertó...

-¿Qué haces Adam? ¡No hijo, hoy no me apetece estoy muy cansada! -me dijo entre sueños, pues no llegó a despertar del todo, mientras mi polla volvía a penetrarla con la nueva ración de saliva huntada.

Yo insistí un poco más pues estaba con la líbido por las nubes, pero no hubo manera, mi madre me empujó y cerró sus muslos fuertemente impidiéndome acceder a su flor, subiéndose el culote y bajando su camisón, así que frustrado desistí.

Seguí abrazado a ella oyéndo como su respiración volvía a ser rítmica, lo que indicaba que se había vuelto a dormir. Acepté su negativa y me contenté con abrazarla y seguir pegado a su espalda, mientras le acariciaba su suave pelo negro cepillado antes de ir a la cama y que olía a flores silvestres.

Pensé en visitar a mi hermanita, pero estaba tan a gusto abrazado al cuerpo de mi madre que desistí y decidí permanecer a su lado. En el fondo la situación me gustaba, nunca había sentido algo así, dormir con una mujer abrazado, poco a poco el cansancio me venció y entré en los dominios de Morfeo con ella.

A la mañana siguiente no la vi en mi cama al despertar, y me hubiese gustado la verdad, pues como todas las mañanas cuando el gallo cantaba, mi mástil saludaba su canto firme como una roca. Pero ella madrugó más y para cuando desperté nuestro nido quedó vacío sin su presencia.

Durante aquel día no dejé de pensar en lo que pasaría cuando llegase la noche, elucubrando sobre si mi madre finalmente consentiría mis caricias y me complacería o por el contrario me mantendría a raya y se negaría a tener contacto tan íntimo con su hijo. Estos pensamientos me tuvieron turbado todo el día.

En las horas centrales, cuando el calor azotaba, los que no estaban en el campo recogiendo algodón en aquellas condiciones inhumanas, buscaban cobijo en algún rincón discreto donde los amos no se diesen cuenta de que dormían; así pasaban esas horas de calor.

Busqué a Dora por toda la casa y la encontré dormitando en la despensa de la casa, donde la temperatura era fresca para conservar los alimentos, recostada en una silla. Estaba tan excitado con mis pensamientos que, a regañadientes, la saqué de su siesta y la obligué pacientemente a que usara sus gordos labios para aliviar mi calentura. Como siempre mi querida Dora tuvo paciencia conmigo y chupó y chupó hasta que mi descarga fue a parar a su garganta. Fue algo rapidito, para aliviar mi sed de sexo, tan alta aquel día.

Por la noche, cenamos todos juntos salvo mi padre que como la noche anterior salió a emborracharse con el resto de terratenientes de las fincas colindantes. Seguramente que la fiesta incluiría un grupo de esclavas jóvenes que todos se prestaban para estos menesteres entre el personal de sus plantaciones y harían una orgía con todas ellas, pasándoselas como flores a degustar mientras seguían bebiendo y emborrachándose.

De modo que la cena fue tranquila, mi madre, mi hermana y yo. Al terminar subí a mi dormitorio para el baño nocturno, lo cual agradecí, pues el intenso calor me tenía agobiado y mi servicial Dora puso el agua fresca para aplacar mi temperatura. Pero en esto estábamos, cuando la puerta se abrió despacio y allí apareció mi madre, ya vestida con un camisón de fino algodón y con su culote trasparentándose se acercó a nosotros.

Dora se puso nerviosa, pues yo estaba completamente desnudo ya y me dejaba enjabonar por ella, lo que había provocado mi súbita excitación y mi mástil lucía jabonoso e inhiesto. Mi madre le sonrió para tranquilizarla...

- Dora, hoy seguiré yo con la ducha del señorito, puedes retirarte a descansar -le dijo cuando ya estaba junto a la bañera situada en una esquina de mi dormitorio.

Esperó pacientemente a que se marchase. Mi querida nana, sin comprender, nos echó una última mirada y se marchó discretamente; ya solos mi madre se giró hacia mí y sin mediar palabra cogió la esponja y siguió enjabonándome.

- Hoy también dormiré contigo, espero que no te importe hijo, tu padre volverá borracho como ayer y no quiero estar en el dormitorio cuando vuelva apestando a whisky -me dijo mientras seguía recorriendo mi cuerpo con la esponja.

- ¡Oh si mamá puedes quedarte las noches que quieras! O incluso si alguna vez vuelves a sentirte en peligro refugiarte en mi habitación sin preguntarme.

- Qué bueno eres Adam, tengo que reconocer que te estás convirtiendo en un hombre muy apuesto -confesó mientras me frotaba mi pecho fibroso.

- Gracias madre -dije yo sin saber qué añadir.

- Oye Adam, imagino que sigues fornicando con Dora para satisfacerte, ¿verdad?

- Imaginas bien madre, Dora es muy servicial y cariñosa conmigo, a ella le gusta hacerlo y a mi también, así que nos complacemos mutuamente. ¿Acaso te importa? -pregunté molesto por su indiscreción.

- ¡Qué va hijo, todo lo contrario! Me alegra saber que tienes un con quien desfogarte, pues a tu edad imagino que todo el día pensarás en lo mismo...

Me giré y mi madre pasó a lavarme la espalda, deteniéndose sospechosamente en mis glúteos, pasándome la esponja en círculos en torno a ellos, apretándolos con sus dedos hasta llegar a rozarlos con sus uñas arañándome ligeramente.

- Hoy aún no habréis "jugado", ¿no? -preguntó para mi sorpresa.

- No madre aún no, nos gusta hacerlo después de la ducha, ¿puedo saber el porqué de tu pregunta?

- Nada en particular hijo, es sólo que al verte tan excitado pensé que ya habíais comenzado "la fiesta" y por eso lo preguntaba.

Visiblemente emocionado contesté de inmediato.

- ¡Oh, no aún no! Lo que pasa es que las caricias de Dora lo han despertado, sólo eso y nada más.

- Me alegra saberlo hijo. Anoche, mientras me quedaba dormida sentí tu cálido abrazo, me reconfortó mucho la verdad y hasta llegué a notar la suave presión de tu falo sobre mi cuevecita, lo cual tampoco me importó porque estaba tan a gusto que aquella presión también me reconfortó -me confesó mi madre mientras seguía frotándome la espalda.

- ¡Oh vaya, pues no se qué decir mamá, a mi también me gustó abrazarte, la verdad! -me apresuré a contestar emocionado, sintiendo que se aproximaba tan deseado momento, aquel en el que ella se entregaría a mi.

- Ya, y luego seguiste propasándote con tu santa madre y me subiste el camisón y me bajaste el culote, presionándome piel contra piel con tu verga, hoyando mi chochito dormido. Ciertamente estabas muy excitado, ¿verdad?

- Si mamá, lo siento me propasé -admití mostrando mi pesadumbre.

- Bueno no pasa nada Adam, mamá estaba muy cansada por eso te empujé, por eso te detuve en tus intenciones. Si no lo hubiese hecho me la hubieses metido hasta el fondo, ¿eh pillín?

- Pues la verdad es que si madre, lo hubiese hecho, estaba tan excitado. Lubriqué tu joya con mi saliba y cuando estaba a punto me rechazaste -confesé con cierto resquemor.

- ¡Oh Adam, qué suave estás! ¡Si no hubiese estado tan cansada tal vez me hubiese rendido a tus deseos! -me dijo mientras se abrazaba a mi por la espalda y con el camisón puesto se mojaba con el jabón mientras me frotaba con sus manos mis pectorales-. ¿Te gustaría follarme, verdad?

- ¡Oh si madre, mucho! -exclamé al sentir su abrazo sobre mi cuerpo, pegando su camisón a mi espalda, mojándose con el contacto del jabón mientras sus manos se entrelazaban en pecho.

- Pero antes, me gustaría saber por qué tienes tanto interés en follar a tu propia madre.

- No sé madre, te vi haciéndolo con Waldo y desde aquél día me maravillaste como hembra, me maravilló tu cuerpo, me maravillaste tú moviéndolo, usándolo con el joven Waldo -le confesé para agradarla, aunque era la pura verdad.

- ¡Um qué suave estás mi niño! Y ya tienes esto tan preparado -dijo cogiéndome el pene lleno de jabón y frotándomelo-. Es una delicia verte desnudo, ahora yo también me bañaré contigo si me haces un ladito en la bañera, ¿te apetece?

- ¡Oh si mamá, claro, bañémonos juntos! -exclamé solícito.

Mi madre se separó de mi y fue a la linterna de petróleo que estaba sobre al mesilla. Giró el regulador y la puso al mínimo, con lo que una penumbra rojiza envolvió la habitación y dejé de verla con tanta claridad como antes, lástima. Volvió junto a mi y pude ver cómo sus pechos se marcaban en el algodón mojado que se pegaba a ellos denotando su busto. Delante mío, como una diosa lo hizo subir y se lo sacó por la cabeza. Al hacerlo sus sus preciosos pechos blancos cayeron y se bambolearon delante de mis atónitos ojos, tras esto deslizó su culote por sus muslos con total naturalidad y lo recogió levantando levemente la última pierna dejarlo una silla cercana.

Entonces vi su esponjoso monte de venus, negro como el carbón mientras levantaba una pierna y se introducía en la bañera conmigo. Al entrar casi resbaló y se abrazó a mi súbitamente, por lo que su cuerpo caliente, tremendamente caliente y sudado se pegó a mi piel y ésta gozó únicamente con el roce; nos abrazamos.

- Ahora enjabóname tú a mi Adam, ¿te importa?

- ¡Oh no en absoluto madre! -dije yo aceleradamente presa del nerviosismo que se apoderaba de mis acciones.

Volviéndose de espaldas, al agacharme para mojar la esponja, contemplé su culo a la mortecina luz de la lámpara, intuí la oscuridad de su cuevecita, como ella la llamó y tras esta visión mojé la esponja e incorporándome la fui enjabonándola desde los hombros hasta su cintura de avispa.

Mi madre se conservaba bastante bien para su edad, se manteia delgada con sus glúteos perfectamente redondos. Esa fue la parte que más me gustó y que más esperaba, cuando llegué a su cuevecita dudé y entonces madre, siempre atenta me animó a continuar.

- Vamos cariño, enjabóname por todos los rincones de mi cuerpo, ¡no tengas pudor! Estoy muy sucia -me confesó.

Así que me decidí y pasé la esponja entre sus glúteos deslizándola bajo su raja, mientras el dedo gordo, travieso permanecía encima de la esponja, rozándose con sensualmente con su vulva. Al hacerlo sentí una tremenda excitación, como creía no haberla sentido nunca. Volví a darle varias pasadas, cada vez metía la mano más adentro y la sacaba desde su monte de venus por debajo de ella con la esponja jabonosa.

- ¡Muy bien mi niño, que quede bien limpia! Ahora las axilas -mencionó levantando sus brazos.

Cuando fui a la parte indicada pude admirar cómo sus pechos, grandes y hermosos se veían desde atrás ligeramente ladeados por sus costados, en una visión muy sensual y atractiva, froté aquellas axilas, también pobladas de pelo negro como el de su coño y en seguida fui a frotar sus pechos, con ambas manos abrazándola desde atrás pegué mi cuerpo entero a su espalda, clavando mi verga; tremendamente tiesa en su espalda, pues yo era ligeramente más alto que ella y esta quedaba a esa altura.

Mis manos cogieron sus pechos y mi boca capturó su oreja chupándola y lamiéndola como ya había aprendido ha hacer para excitar a la mujer.

- ¡Oh Adam, qué impetuoso hijo! ¡Cálmate, tenemos toda la noche! -protestó separándose un poco.

 

Mi progenitora se giró y de cara a mi tomó la mano donde portaba la esponja y mojándola se dispuso a enseñarme ella misma su anatomía. Se la llevó a sus pechos y los frotó, levantándolos graciosamente se frotó la piel bajo ellos. Luego bajó hasta su barriguita que era ligeramente curvada, no en vano había tenido dos embarazos.

Se frotó en círculos todo su estómago y finalmente bajó hasta su vulva y volvió a frotarla con la esponja y mi mano bajo ella. Luego tiró la esponja y poniendo mi palma hacia arriba la colocó en su sexo muy enjabonado por la espuma y se frotó con ella, llegando a meterse ligeramente mis dedos, abriendo sus labios vaginales y haciéndolos deslizarse por su surco, hasta llegar a su ano.

- ¿Te gusta Adam? -preguntó haciendo una pausa pero sin dejar de acariciarse con mi mano.

- ¡Oh madre, es maravilloso! -contesté sin pensarlo.

- Sabes, tengo que confesarte que desde aquel día que te hiciste pasar por Waldo, no he podido dejar de pensar en ti. En cómo me metiste tu falo y en cómo fornicaste conmigo hijo, si no hubiese sido por la diferencia de grosor, que no de largura pues tu verga es más o menos de su misma longitud, no me hubiese dado cuenta y tú; ¡bribón!, te habrías salido con la tuya y hubieses macheado a tu propia madre sin dudar, ¿te hubieses atrevido a llegar hasta el final? -me preguntó dándome una suave bofetada.

- ¡Oh si madre, aquello también fue maravilloso! Estar allí detrás de tu hermoso culo, sentir tu flor arropando mi falo, sentirme dentro de ti y empujarte aún más dentro. Fue una lástima que te dieses cuenta -concluí mientras ella me masturbaba mi polla con su mano con firmeza poniendo a prueba su dureza y flexibilidad.

- ¡Pues mira, tal vez esta noche des caza a tu fantasía y termines aquello que empezaste!

Se arrodilló en el agua y aclarando mi pene lo introdujo en su boca, yo vi su carita blanca y su melena negra recogida en un moño justo antes de tragársela y pegar su nariz a mi pelvis. Mientras me hacía una de las mejores felaciones que puedo recordar. Algo que me llamó poderosamente la atención fue que mientras lo hacía con un dedo travieso comenzó a juguetear con mi ano.

- ¡Vamos Adam, no seas remilgado, esto te gustará hijo! -exclamó ella ante mi rechazo a sus caricias.

Con el jabón y el agua, no le fue difícil romper mi resistencia inicial y la punta de su dedo jugueteó con él mientras su lengua y boca no paraban de darme placer en mi duro mástil. Y descubrí que aquellos juegos, que nunca hubiese sospechado que se pudiesen hacer, eran muy placenteros para el hombre que se atreviese a liberar su mente y permitir que una fémina violara aquel secreto orificio de la anatomía masculina.

Casi a punto de correrme en su boca la detuve, entonces nos dimos un descanso y nos aclaramos. Luego salimos del agua y nos secamos mutuamente. Aquello era tremendamente excitante, los dos desnudos, madre he hijo secándonos, cariñosamente, hasta que quedamos bien secos.

Mi madre se fue entonces para la cama y poniéndose a cuatro patas adoptó la misma postura que en el establo.

- Vamos Adam, ¡aprovéchate y móntame! Hazlo como lo hubieses echo en el establo -me rogó insinuándose con suaves giros de sus caderas.

Ante su culo me aferré con ambas manos, pero en último extremo me arrodillé antes y decidí agasajarla con mi lengua. Su coño estaba delicioso, tan limpio y oliendo a las sales de ducha que solía usar. La clavé lo más profundamente que pude y subiéndola terminé en su ano; allí pensé que si a mi me habían gustado sus caricias, a ella también le gustaría las mías, así que por primera vez en mi vida me comí un culo, lamiéndolo como un coño; justo al final del recorrido de la vagina seguía subiendo y lamía su ano, llevando allí también jugos de su almeja, para luego bajar hasta su clítoris y vuelta a empezar.

- ¡Oh Adam, qué deliciosa idea has tenido hijo! -exclamó dándome su aprobación.

Me atreví incluso a introducir mi lengua en él, abriéndolo ligeramente como había hecho ella antes con un dedo. Mi madre gozó y sus gemidos ahogados rompieron el silencio absoluto que reinaba en aquella habitación a media luz, con nuestras sombras impúdicamente proyectadas en la pared opuesta a donde estaba la lámpara de petroleo, mostrando la explícita escena que protagonizábamos ambos.

- ¡Vamos, adelante, métemela ya! -me ordenó, interrumpiendo mi cunnilingus.

Lenvantándome tomé mi polla en la mano y por unos segundos reviví la escena del establo, cuando por primera vez entré en aquella cavidad maravillosa que tanto placer me dio en los pocos segundos que la horadé. Ahora sería toda mía, por el tiempo que quisiese, o por el tiempo que fuese capaz de aguantar hoyándola. ¡Hasta correrme en su interior!

Al entrar mi madre gimió y el tremendo calor de su coño me envolvió, trasladándome a otro mundo. Me retiré y volvía a entrar sin sacarla y de nuevo las sensaciones volvieron a mi. Su jugoso coño era una delicia y se dejaba follar con mansura y tremendo placer. Seguí mentiéndola y sacándola, disfrutando de cada movimiento, de cada centímetro que entraba o salía y el cúmulo de sensaciones me aproximaron tanto al orgasmo que tuve que extraerla para no correrme aún.

- ¿Pasa algo cariño? -preguntó mi madre extrañada por la súbita interrupción.

- ¡Nada madre! El placer es tan grande que siento que voy a explotar en segundos y deseo que esto dure más.

- Está bien hijo, descansemos un poco, luego seguiremos -dijo mi madre incorporándose y haciendo que me sentase en la cama a su lado.

Ella me besó en la mejilla y me abrazó poniendo en contacto sus suaves pechos con mi hombro. Eso me gustó y para distraerme mientras descansábamos comencé a palpárselas; ella aprobó mis intenciones y me enseño a acariciárselos sin apretujarlos. Me enseño a acariciar sus gordos y excitados pezones, lo que pareció enloquecerla y lo que era delicado, pues me advirtió en varias ocasiones que lo hiciese con suavidad aunque con cierta firmeza, sin duda difícil saber donde estaba el límite, pues ni ella misma se aclaraba al respecto.

Luego se los besé, chupándole sus gordos pezones y ésto también la hizo gozar. Mientras lo hacía mis dedos se introdujeron en su jugoso coño, primero uno y luego, siguiendo sus indicaciones dos.

Y como si de una transición a la siguiente etapa se tratase, mi madre se tumbó y yo terminé encima suyo, cubriéndola como un macho cubre a su ardiente hembra, mientras ella se colocaba en el centro de la cama, yo la buscaba para volverla a penetrar; me acogió entre sus suaves muslos y mi verga desapareció de nuevo en su lujuria, haciéndome temblar de placer.

- ¡Adam estás temblando hijo! Anda quédate un momento quieto, dentro de mi, serénate y te gustará más -me sugirió abrazándome.

Lo hice, estar encima suyo, penetrándola, sintiendo su precioso cuerpo en contacto con mi piel era lo máximo. Nos mirábamos a los ojos, era oscuros aunque a la luz del día fuesen verde esmeralda. Mi madre me seguía besando en las mejillas y me acariciaba los cabellos. Yo me mantenía encima suyo sin llegar a aplastarla con mi peso, pero manteniendo muy dentro de ella mi verga. Era delicioso.

Sus besos en las mejillas se aproximaron a mis labios, en la penumbra casi la hizo errar y sus labios se posaron en mis comisuras, lo que suponía un medio beso. Al hacerlo se detuvo, tal vez alarmada por su acción. Nuestras miradas se encontraron, sentía su respiración en mi cara, sentía su vaho en mis labios, el suave calor de su exhalación en mi boca.

Tímidamente me acerqué a su hermosa boca de labios rojos y la besé. Ella los mantuvo entre abiertos y tras mi beso no se movieron. Entonces un segundo beso siguió y cuando parecía que aquello no nos llevaba a ninguna parte un tercer beso suyo me hizo despertar. Ese fue más caliente que los otros dos y más húmedo pues su boca se abrió un poco más y su lengua rozó mi boca introduciéndose ligeramente entre mis labios, luego chupó con los suyos uno de los míos, capturándolo en su beso.

A este siguieron otros besos y mientras nos besábamos en la boca me puse de nuevo en marcha, follándola, follándola mientras seguíamos besándonos. Era genial, sentir el calor de su boca mientras la follaba y ella gemía y se retorcía, su aliento me trasportaba un olor dulce y empalagoso, algo meloso, que me gustaba más que nunca. No era lo mismo que besar a Dora o a la joven Arel. Allí había mucha más excitación, mucho más morbo, aquello era un acto libidinoso que nos llevaba directamente a las puertas del infierno.

Ya veía a Lucifer esperándome a la entrada de su reino: !Has violado las leyes naturales, te has acostado con tu madre y pagarás por ello! -soñaba despierto que me decía.

Pero allí seguíamos y sin poder evitarlo mi leche, entre fuertes embestidas, se derramó en su coño, sintiendo como el glande me quemaba con cada chorro que salía, casi escociéndome hasta apurar las últimas embestidas cuando ya ni una gota salía de mi verga clavada en sus entrañas.

Cuando me detuve, sentí sus contracciones, con fuerza mi madre convulsionó y sus músculos vaginales estrujaron mi exhausto falo que aún permanecía en su interior; ya en franca retirada.

Bajo mi peso mi querida madre se retorció y gimió mientras me abrazaba, hasta detenerse como un reloj al que se le acaba la cuerda. Permanecimos así abrazados un buen rato, yo creo que me dormí encima suyo e imagino que delicadamente ella se zafó de mi peso y me giró en la cama acostándome y acostándose a mi lado.

Desnudos y sudorosos dormimos masta la mañana siguiente... Cuando el canto del gallo me despertó, el alba ya estaba cerca y mi madre dormitaba a mi lado. Su cuerpo caliente dormía de espaldas al mío, así que me acoplé a su espalda y coloqué mi verga en sus nalgas, en la cuevecita que ella gustaba llamar, justo en el hueco entre sus muslos y sus glúteos, bajo su raja y su ano.

Suavemente comencé un movimiento de vaivén que terminó de ponérmela dura y cuanto más dura estaba más se clavaba en su coño, hasta llegar a la mitad, entonces terminó de abrirse y sus lubricidad renovaba la envolvieron acompañándola con movimientos más enérgicos por mi parte hasta su interior más profundo.

Ya estábamos enfrascados de nuevo en otro coito matutino, con mi madre despierta sujetando mi glúteo con sus manos, clavándome sus uñas de gata celosa mientras mi polla la ensartaba con aires renovados tras un sueño reparador.

Mi libido daba para eso y para mucho más. Mi madre se contoneaba en torno a mi polla moviéndola en su interior. El placer volvió y las ganas de follar se avivaron como ascuas a las que se arrima farfolla.

Subiendo la pierna me puse encima suyo y la follé mientras ella permanecía de costado en estraña postura, aunque lo cierto es que en aquella posición las sensaciones eran si cabe superiores a otras posturas lo cual me gustó y seguí follándola un buen rato.

Luego le pedí que se pusiera a cuatro patas, sumisa obedeció. De manera que me vi transportado de nuevo al establo penetrándola desde atrás aferrado a sus tentadores glúteos, con ella agarrada a la almohada mientras mis embestidas la sacudían.

Estaba riquísima, tanto o más que la noche anterior, aquella fornicación nos daba de nuevo un tremendo placer. Se me ocurrió chuparme un dedo y jugar en su culo, como ya hiciera ella antes con el mío y aunque ella también protestó, al igual que yo, finalmente consintió y descubrí que cuando la penetraba con un sólo dedo por su ano, su coño se contraía con más fuerza y más nos gustaba a ambos.

A punto de correrme volví a separarme de ella y de nuevo mi madre me dejó descansar, aunque esta vez no hubo más juegos. Tras recuperar el aliento y relajarme un poco insistió en que la penetrara desde encima. Así que me volvía a acomodar entre sus suaves y blancos muslos nacarados, cuando el sol ya entraba por las rendijas y la actividad de la casa comenzaba también a despertar: ¡Debíamos darnos prisa por terminar!

Mientras mis culadas llenaban su vagina de dulces sensaciones, la muy malvada de mi madre se aferraba a mi estrecho culo y me clavaba sus uñas. Estos juegos me hacían un poco de daño y lo que consiguieron fue que bajase mi excitación y aguantase más en el coito. Volvió a atreverse a profanar de nuevo mi secreto agujero, con uno de sus dedos lubricados, mi ano fue de nuevo penetrado y como ya sabía de qué iba el juego la dejé jugar mientras seguía follándola.

Aquel aquel extraño juego me excitó mucho más. Seguí follándola mientras movía su dedo en mi ano y mi cuerpo se abocaba hacia un nuevo orgasmo. Mi semen corrió, más exiguo que la noche anterior, pero con más intenso placer. Acompañaron los últimos movimientos en el maravilloso y ardiente coño maternal, hasta que caí rendido de nuevo encima de mi madre, quien con paciencia soportó mi peso hasta que consideró que era suficiente y me invitó a liberarla.

Mientras descansaba mi madre se arrodilló junto a la cama y sacó el orinal que allí guardaba para hacer sus necesidades. Un potente chorro se oyó en la habitación y el detalle se me quedó grabado mientras ella me sonreía y hacía como que no le importaba que la viese en actitud tan íntima.

Luego se fue a la bañera e introduciéndose de nuevo en el agua se lavo delicadamente su flor y después todo el cuerpo retirando el sudor y los olores de la pasión que le habían traído la lujuriosa noche.

Cuando terminó se puso su culote y me invitó a meterme en la bañera. Como estaba sudado también me apetecía un segundo baño así que dejé que ella me duchase, como hacía Dora por las noches. Su sonrisa me cautivó mientras, con especial cariño y dulzura como ya no recordaba, se esmeró por que todas las partes de mi cuerpo, especialmente las íntimas quedasen limpias.

Finalmente se puso su camisón y se marchó, dejándome reposar aún un poco más en mi cama.

Aquella fue la primera noche, pero, ¡qué noche! Otras seguirían a esta, otras en las que nuestros juegos sexuales se vieron más atrevidos y si cabe más obscenos. Pues en el sexo las primeras veces son las más excitantes y las siguientes son las más placenteras, no entrando en detrimento de las primeras, sólo que los nuevos juegos traen consigo nuevos placeres y aprendimos nuevas formas de explorar y explotar nuestros cuerpos como no había hecho con ninguna otra mujer.

Mi hermana, Dora y Arel; hasta la señora Ingels, quedaron al margen. Mi madre colmaba con mucho mis expectativas y durante años siguió haciéndolo. Incluso después de casarme para traer herederos al mundo, que siguiesen con la hacienda familiar, cuando mi padre por suerte ya no nos molestaba y reposaba junto a un fresno cerca del lago, mi madre y yo a escondidas seguíamos dándonos placer escabuyéndonos del dormitorio marital."

- ¡Tom! -exclamó Cathy sacándolo de sus ensoñaciones mientras escuchaba el absorvente relato de Adam.

- ¡Qué pasa! -gruñó su hermano.

- ¡Que aunque el libro es más grueso, hay muchas páginas en blanco. Fíjate en la siguiente pone "Epílogo".

- ¿Y qué es eso? -preguntó su hermano desconocedor de la estructura de un libro.

- El epílogo es la parte final de algunos libros, donde el autor habla de alguna manera de su obra, o recapitula lo dicho en ella. ¿Sabes lo que eso quiere decir? -preguntó Cathy sabedora de que la mente de Tom no daba para mucho en cuanto a estudios.

- ¡No, qué! -exclamó el ya un poco molesto por su insitencia.

- ¡Que el libro ha terminado! ¡Este era el último capítulo de las memorias de Adam y el epílogo es la parte final!

La confesión de Cathy dejó petrificado al chico, ambos se quedaron fríos, abrumados y apenados por la sorpresiva noticia. La melancolía los envolvió y los dejó en un estado semicatatónico. Así estuvieron varios minutos tumbados en los sacos de dormir, mirando al techo, sin ser conscientes del paso del tiempo, ensimismados en su melancolía, recordando cada capítulo de las memorias, que parecían no tener fin y que sin darse cuenta habían llegado a su capitulo final.

Sólo quedaba el epílogo, ahí Adam se despediría y ante la noticia Cathy no pudo evitar que sus lágrimas bajasen por sus mejillas, cuando Tom se dio cuenta ya era demasiado tarde su llanto sin sonido no podía parar. La consoló y aunque él era más duro, sus lágrimas pugnaban por saltar de sus ojos y se retenían en ellos únicamente por sus párpados, hasta que éstos rebosaron, incapaces de contener más. Y algunas cayeron por sus mejillas mientras abrazaba a su querida Cathy.

Abatidos se consolaron mutuamente hasta que cierta calma llegó y entonces se limitaron a estar en el sótano hasta que los rayos del sol se hicieron rojizos y éste desapareció por el horizonte. Entonces su madre apareció y los llamó para la cena, ambos subieron de mala gana, tras las varias insistencias de la misma. Al verlos, sus caras denotaban la pesadumbre que los envolvía y aunque sus padres les preguntaron, nada pudieron hacer para sacarles la causa de su estado.

Preocupados se fueron a la cama y Cathy y Tom volvieron al sótano a dormir juntos, seguían tristes y abatidos. Karen los vio bajar y, con tremendo dolor de madre, decidió no entrometerse más y dejarlos estar juntos.

 

Su estado se prolongó en los tres días siguientes. Era como si hubiesen perdido a Adam, como si hubiesen estado en su entierro y la pena los embargase de tal forma que sus almas necesitasen el prudencial tiempo para separarse sentimentalmente de él, poner distancia y seguir con sus propias vidas que apenas habían comenzado. Pues sólo el tiempo es capaz de curar los males del alma.

 

 

22

 

A la mañana siguiente tanto Karen como Tom se quedaron en la cama; Richard y Cathy al verlos tan cansados los dejaron dormir prudentemente. Claro, ninguno de los dos sabía de su noche en vela, en la que los placeres se derramaron por sus cuerpos como el vino en una buena fiesta.

 

Se levantaron y desayunaron para ir a dar de comer a los animales y limpiar las cuadras. Ellos también agradecieron estar a solas pues tal vez tenían cosas de qué hablar, tal vez el día anterior también fue intenso para ellos.

 

Cuando el calor apretaba volvieron y Tom y su madre ya estaban en la cocina preparando el almuerzo. Tras los saludos de rigor entre la pareja, Cathy, menos diplomática, les preguntó jocosamente el porqué de su letargo matutino. Ambos sonrieron y pusieron como escusa el intenso calor de la noche pasada que los desveló.

 

Comieron; en la siesta, Cathy y Tom se bajaron al sótano, hoy fue ella la que insistió en leer un relato de las memorias de Adam, que ya había notado que estaban a punto de acabarse, pues aunque el libro era más grueso, sus últimas páginas estaban en blanco, pues su autor no llegó a usarlas.

 

"-¡Oh queridas memorias! Nos se si podré terminarlas antes del fatal desenlace que me aguarda. Todo el mundo muere tarde o temprano y por mucho que nos asuste la idea de abandonar la vida, el inevitable fin llega y nada podremos hacer por evitarlo. Pero no quiero ponerme triste, no esta noche, aún me quedan importantes historias por contar.

 

Cierta noche, a altas horas de la madrugada mi padre volvía borracho de haber estado en la taberna con sus amigos; terratenientes vecinos. Iba subiendo las escaleras pesadamente mientras cantaba desafinando terriblemente y se tropezaba hasta casi caer, alertando a toda la casa de su llegada.

 

Me desperté, como era de esperar y creo que como el resto de la casa. Luego lo oí entrar en el cuarto donde mi madre dormía y de repente comenzó una discusión en la que palabras tan fuertes como “zorra” o “ramera”, pronunciadas por mi borracho padre, llegaron a mis oídos.

 

Luego se oyeron gritos, gritos de angústia y desperación, gritos en los que reconocí a mi madre y ésto ya terminó por asustarme, pues conocía los rudos modales de mi padre.

 

Cayeron objetos, porcelana tal vez, enseres como cuadros o cachivaches metálicos, que aumentaron el ruido hasta formar una estrepitosa algarabía. Alertado no pude evitar levantarme e ir a su encuentro.

 

Temía la ira de mi padre, pero los gritos desgarradores de mi madre me llegaron al alma y temiendo que le fuese a dar una paliza apreté el paso. Se ve que el resto de la casa decidió, al contrario que mi persona, esconderse en sus respectivos cuartos, a la espera de que la furia desatada del cabeza de familia pasara.

 

La puerta estaba abierta así que me asomé con cierta prudencia y lo que allí vi terminó de trastornarme...

 

Mi padre se había quitado los pantalones que solía llevar y blandía en su mano el cinto ancho con el que los sujetaba, enrollado por la parte de la hebilla, tenía acorralada a mi pobre madre en una esquina.

 

Estaba en un estado lamentable, tenía el camisón rasgado y uno de sus pechos estaba se asomaba generosamente por la rasgada tela. Con una silla se defendía de mi padre, interponiéndola entre ambos, entonces oí sus palabras, que ahora sonaron atronadoras apenas a unos metros de distancia...

- ¡Ramera, me han confesado que te han visto escondiéndote con el mozo de las cuadras... ese tal... Waldo si, Waldo se llama! ¡No eres más que una ramera! -gritó y lanzó con furia su cinto alcanzando a mi madre en el hombro detrás de la silla, ella chilló al choque de la correa y se agachó para protegerse tras ella.

- ¡No Winston! -gritó mientras lloraba-. ¿Quien te ha contado eso? ¡Es mentira, no lo ves! Quieren volverte loco con esas habladurías -exclamó con abundantes lágrimas resbalando por sus mejillas y con voz quebrada.

- ¡Qué importa quien me lo haya dicho, lo cierto es que dicen que ayer por la tarde te vieron entrar en las cuadras y no saliste hasta un buen rato después! ¡Y allí sólo está el! ¡Confiésalo zorra, confiesa tu pecado ante dios! -y un nuevo lance del cinto amenazó con impactar en la espalda de mi madre, aunque esta vez el borracho de mi padre falló.

- ¡Te digo que no es posible! Ayer yo estaba...

- ¡Ayer madre estaba conmigo! -grité mientras salía de mi escondite, dando la cara en defensa de mi pobre madre, mostrándome osado y altanero, aparentando una seguridad exterior que no se correspondía con la interior, donde me moría literalmente de miedo.

 

Mi madre al verme se quedó pasmada, sacudiendo la cabeza me miró, como si no me reconociese. Mi padre igualmente lo hizo, con sus ojos rojos inyectados en sangre, inflados por el alcohol ingerido, sin inmutar su agrio gesto.

- ¡Donde! ¿Donde estuvisteis pues? -me preguntó acalorado.

- En el lago, estuve en el lago con ella bañándome y ella me vigiló para que no me ocurriera nada malo. ¡Lo juro por dios! -le espeté para que sonase más convincente.

- ¿Entonces a quien vio quien me contó la historia? -insistió.

- No lo se padre, tal vez sea como antes ha dicho madre, alguien que quiere engañarte, alguien malintencionado contra nuestra familia, alguien resentido con mamá -expliqué en el mismo tono de firmeza con que había comenzado.

 

Mi madre palideció, allí arrodillada tras la silla, supongo que mi aparición fue como un rayo de esperanza, como un milagro que tal vez le evitaría la terrible paliza que se avecinaba.

- ¡Ves marido, ves como la gente únicamente quiere envenenarte la mente! -gritó mi madre apoyándome en su coartada falsa, pues bien sabía ella lo que hizo el día anterior.

 

Manteniendo la calma pasé junto a mi padre y fu a socorrer a mi desamparada madre, poniendo mi mano en su hombro ella cogió la mía, entonces me arrodille dispuesto a ayudarla a levantarse aunque permanecimos en aquella posición aún.

 

Tanto mi madre como yo temimos su reacción y esperamos, después de todo ya estaba hecho, ahora sólo quedaba esperar. Mi padre apoyándose en la silla pareció confundido en su estado etílico y volviendo a sacudir la cabeza se preguntó de nuevo.

- ¿Pero entonces, lo que me han dicho es mentira?

- ¡Claro que sí Winston! ¡Quieren confundir tu mente y a bien que lo han conseguido! -exclamó mi madre apoyando su coartada.

 

Ya no volvió a gritar, dejandose caer pesadamente en la silla se sentó, al tiempo que su pesado cinto de cuero resbaló entre sus gruesos dedos y cayó al suelo, donde su hebilla repiqueteó con el impacto.

- Bueno, no se si lo que decís es verdad o es que estáis compinchados, pero si algún día llego a saber que haces lo que me sugieren que haces con un negro, te cortaré el cuello. ¡Me oyes! -sus palabras sonaron del todo amenazadoras, haciendo una horrible mueca y un gesto con la mano justamente en el lugar que mencionaba que cercenaría.

- ¡Claro que no cariño, yo nunca haría algo así! ¡Bien sabes el asco que me da esa gente! - exagero mi madre tratando de resultar convincente y ciertamente era la verdad pues era muy dura con el servicio. Waldo era el único negro que despertaba sus simpatías y algo más...

 

Recatadamente mi madre se cubrió su pecho y se levantó, yo la ayudé ha hacerlo y la sostuve una vez arriba. Le temblaba todo el cuerpo y su respiración era agitada y de vez en cuando se entrecortaba mientras tragaba saliva. El estrés producido por tal situación la habían dejado en un estado de nervios lamentable.

- ¡Bien entonces vayámonos a dormir, ya que me eres fiel, esta noche me demostrarás tu fidelidad! ¡Adam, vete a tu cuarto chiquillo que tus padres tienen cosas que hacer! -exclamó el fiero cabeza de familia.

- ¡No, estás borracho, me niego a dormir contigo en este estado! ¡Duerme tu borrachera sólo! ¡Viejo loco! -protestó mi madre envalentonándose y acercándose a mi padre le dio una sonora bofetada.

- ¡A mi no me levantarás la mano! -terció mi padre y cruzando su mano de abajo hacia arriba golpeó a mi madre derribándola.

 

Un ataque de furia me sobrevino, sentí la sangre hervir bajo la piel y un calor que me subió desde los pies hasta la cabeza al verlo golpearla de aquella manera tan impunemente. Gruñendo cerré mis puñós y arremetí contra mi padre con todo mi cuerpo. Él borracho como estaba no pudo esquivarme, así que le golpeé con el hombro en su gorda barriga mientras me inclinaba hacia adelante e increíblemente conseguí derribarlo.

 

Mientras éste seguía en el suelo recogía a mi madre y la ayudé a incorporarse llevándola apresuradamente a mi cuarto donde cerramos la puerta con pestillo y la atrancamos moviendo la pesada cómoda que había a su lado.

- ¡Menos mal que has venido cariño! -me dijo mi madre dándome un beso en la mejilla, olvidando por momentos que su camisón estaba rasgado y que uno de sus preciosos pechos se mostraba ante mi con naturalidad.

 

Advirtiendo mi mirada indiscreta hacia su pecho nacarado, se limitó a cubrirlo con recato mientras sonreía, recogiendo el jirón de tela que mi padre había rasgado. Ahora ya más tranquilos la acompañé a la cama donde se sentó.

- Mamá tienes que tener más cuidado en tus encuentros con Waldo, o papá te matará como ha dicho que haría -le regañé yo.

- ¡Oh si hijo, algún otro esclavo, tal vez celoso de Waldo, ha debido insinuarlo a tu padre! ¡Oh dios que haré! No lo volveré a ver jamás, no mas negros en mi vida -prometió firmemente.

- Está bien mamá, hoy lo dices pero mañana te arrepentirás, si quieres la próxima vez yo puedo vigilar tu encuentro -le ofrecí con sinceridad.

- ¿Harías eso hijo? Pero, ¡qué vergüenza Adam! Saber que tú estás fuera mientras tu madre se lo hace con un esclavo, no eso sería humillante, no lo veré más.

- Como quieras madre, yo ya sabía de tus andanzas y no me importa, con los modales de papá te entiendo perfectamente. Waldo después de todo es mucho más educado y amoroso contigo.

- ¡Qué razón tienes hijo mío! El pobre me echaría de menos, ¡seguro! -dijo mi madre que aún seguía excitada por la comprometida situación hacía unos momentos.

- Está bien mamá, si quieres dormiremos juntos en mi cama hasta que la situación se calme, es bastante grande para los dos. Si no te parece bien yo puedo dormir en el suelo, la alfombra parece cómoda.

- ¡Oh no cariño, tú me has salvado cómo iba a permitir que durmieras en el suelo! -dijo mi madre volviendo a besarme en la mejilla al tiempo que me cogía la cabeza y su pecho volvía a mostrarse ante mis ojos por el descuido, siendo tapado nuevamente por ella acto seguido.

- Está bien durmamos pues... -sentencie apagando la lampara de petróleo con un soplido.

- ¿Adam? -me preguntó en la oscuridad.

- ¿Si madre?

- Abrázame por favor, aún estoy muy asustada -me confesó. Al hacerlo noté que su cuerpo estaba temblando mientras la abrazaba desde la espalda. Ciertamente la experiencia la había traumatizado...

 

Con el tiempo mi madre se calmó, tal vez gracias a mi abrazo y al contacto de nuestros cuerpos, quedando profundamente dormida. Yo en cambio me quedé en vela, sintiendo como mi excitación estaba por las nubes con el abrazo y su sola proximidad. ¡Sólo podía pensar en su cuerpo, en su maravilloso y suave cuerpo, en lo cerquita que estaba de mi!

 

Mi excitada polla se clavaba en su culo a través del camisón, no se bien en qué momento la coloqué ahí, tal vez mientras ella aún estaba despierta, tal vez cuando estaba dormida, en cualquier caso ella no hizo nada por evitar el contacto y yo, en todo momento mantuve una magnífica erección, fruto del morbo y de la tremenda excitación que me provocaba este sensual contacto.

 

Si recuerdo que cuando ya estaba dormida me comencé a empujarla con ella apretando su culo con suavidad. Estaba tan cansada que apenas advertía mis acciones y yo estaba cada vez más excitado.

 

Desatado levanté su camisón y bajé su culote deslizándolo por las sábanas hasta sus muslos. Con su culo desnudo, pegué mi tremenda excitación a su coño e intenté penetrarla pero sin conseguirlo, no estaba lubricada y la verdad es que no sabía como actuar, pues normalmente los coños con los que había "tratado" ya lo estaban llegados a este punto, así que opté por la lubricación "artificial". Mojé mi polla con saliva y con mis dedos humedecí su raja recorriendo sus gordos labios suavemente con mis dedos, extendiéndola a través suyo.

 

Cuando mi polla entró de nuevo en contacto con su coño ahora si penetró pero sólo parcialmente, suavemente fui introduciéndola mientras mi madre dormía, pero seguía notando su coño seco y no terminaba de entrar bien, así que repetí una segunda vez la lubricación. De manera que cuando pensaba volver a introducirla mi madre despertó...

-¿Qué haces Adam? ¡No hijo, hoy no me apetece estoy muy cansada! -me dijo entre sueños, pues no llegó a despertar del todo, mientras mi polla volvía a penetrarla con la nueva ración de saliva huntada.

 

Yo insistí un poco más pues estaba con la líbido por las nubes, pero no hubo manera, mi madre me empujó y cerró sus muslos fuertemente impidiéndome acceder a su flor, subiéndose el culote y bajando su camisón, así que frustrado desistí.

 

Seguí abrazado a ella oyéndo como su respiración volvía a ser rítmica, lo que indicaba que se había vuelto a dormir. Acepté su negativa y me contenté con abrazarla y seguir pegado a su espalda, mientras le acariciaba su suave pelo negro cepillado antes de ir a la cama y que olía a flores silvestres.

 

Pensé en visitar a mi hermanita, pero estaba tan a gusto abrazado al cuerpo de mi madre que desistí y decidí permanecer a su lado. En el fondo la situación me gustaba, nunca había sentido algo así, dormir con una mujer abrazado, poco a poco el cansancio me venció y entré en los dominios de Morfeo con ella.

 

A la mañana siguiente no la vi en mi cama al despertar, y me hubiese gustado la verdad, pues como todas las mañanas cuando el gallo cantaba, mi mástil saludaba su canto firme como una roca. Pero ella madrugó más y para cuando desperté nuestro nido quedó vacío sin su presencia.

 

Durante aquel día no dejé de pensar en lo que pasaría cuando llegase la noche, elucubrando sobre si mi madre finalmente consentiría mis caricias y me complacería o por el contrario me mantendría a raya y se negaría a tener contacto tan íntimo con su hijo. Estos pensamientos me tuvieron turbado todo el día.

 

En las horas centrales, cuando el calor azotaba, los que no estaban en el campo recogiendo algodón en aquellas condiciones inhumanas, buscaban cobijo en algún rincón discreto donde los amos no se diesen cuenta de que dormían; así pasaban esas horas de calor.

 

Busqué a Dora por toda la casa y la encontré dormitando en la despensa de la casa, donde la temperatura era fresca para conservar los alimentos, recostada en una silla. Estaba tan excitado con mis pensamientos que, a regañadientes, la saqué de su siesta y la obligué pacientemente a que usara sus gordos labios para aliviar mi calentura. Como siempre mi querida Dora tuvo paciencia conmigo y chupó y chupó hasta que mi descarga fue a parar a su garganta. Fue algo rapidito, para aliviar mi sed de sexo, tan alta aquel día.

 

Por la noche, cenamos todos juntos salvo mi padre que como la noche anterior salió a emborracharse con el resto de terratenientes de las fincas colindantes. Seguramente que la fiesta incluiría un grupo de esclavas jóvenes que todos se prestaban para estos menesteres entre el personal de sus plantaciones y harían una orgía con todas ellas, pasándoselas como flores a degustar mientras seguían bebiendo y emborrachándose.

 

De modo que la cena fue tranquila, mi madre, mi hermana y yo. Al terminar subí a mi dormitorio para el baño nocturno, lo cual agradecí, pues el intenso calor me tenía agobiado y mi servicial Dora puso el agua fresca para aplacar mi temperatura. Pero en esto estábamos, cuando la puerta se abrió despacio y allí apareció mi madre, ya vestida con un camisón de fino algodón y con su culote trasparentándose se acercó a nosotros.

 

Dora se puso nerviosa, pues yo estaba completamente desnudo ya y me dejaba enjabonar por ella, lo que había provocado mi súbita excitación y mi mástil lucía jabonoso e inhiesto. Mi madre le sonrió para tranquilizarla...

- Dora, hoy seguiré yo con la ducha del señorito, puedes retirarte a descansar -le dijo cuando ya estaba junto a la bañera situada en una esquina de mi dormitorio.

 

Esperó pacientemente a que se marchase. Mi querida nana, sin comprender, nos echó una última mirada y se marchó discretamente; ya solos mi madre se giró hacia mí y sin mediar palabra cogió la esponja y siguió enjabonándome.

- Hoy también dormiré contigo, espero que no te importe hijo, tu padre volverá borracho como ayer y no quiero estar en el dormitorio cuando vuelva apestando a whisky -me dijo mientras seguía recorriendo mi cuerpo con la esponja.

- ¡Oh si mamá puedes quedarte las noches que quieras! O incluso si alguna vez vuelves a sentirte en peligro refugiarte en mi habitación sin preguntarme.

- Qué bueno eres Adam, tengo que reconocer que te estás convirtiendo en un hombre muy apuesto -confesó mientras me frotaba mi pecho fibroso.

- Gracias madre -dije yo sin saber qué añadir.

- Oye Adam, imagino que sigues fornicando con Dora para satisfacerte, ¿verdad?

- Imaginas bien madre, Dora es muy servicial y cariñosa conmigo, a ella le gusta hacerlo y a mi también, así que nos complacemos mutuamente. ¿Acaso te importa? -pregunté molesto por su indiscreción.

- ¡Qué va hijo, todo lo contrario! Me alegra saber que tienes un con quien desfogarte, pues a tu edad imagino que todo el día pensarás en lo mismo...

 

Me giré y mi madre pasó a lavarme la espalda, deteniéndose sospechosamente en mis glúteos, pasándome la esponja en círculos en torno a ellos, apretándolos con sus dedos hasta llegar a rozarlos con sus uñas arañándome ligeramente.

- Hoy aún no habréis "jugado", ¿no? -preguntó para mi sorpresa.

- No madre aún no, nos gusta hacerlo después de la ducha, ¿puedo saber el porqué de tu pregunta?

- Nada en particular hijo, es sólo que al verte tan excitado pensé que ya habíais comenzado "la fiesta" y por eso lo preguntaba.

 

Visiblemente emocionado contesté de inmediato.

- ¡Oh, no aún no! Lo que pasa es que las caricias de Dora lo han despertado, sólo eso y nada más.

- Me alegra saberlo hijo. Anoche, mientras me quedaba dormida sentí tu cálido abrazo, me reconfortó mucho la verdad y hasta llegué a notar la suave presión de tu falo sobre mi cuevecita, lo cual tampoco me importó porque estaba tan a gusto que aquella presión también me reconfortó -me confesó mi madre mientras seguía frotándome la espalda.

- ¡Oh vaya, pues no se qué decir mamá, a mi también me gustó abrazarte, la verdad! -me apresuré a contestar emocionado, sintiendo que se aproximaba tan deseado momento, aquel en el que ella se entregaría a mi.

- Ya, y luego seguiste propasándote con tu santa madre y me subiste el camisón y me bajaste el culote, presionándome piel contra piel con tu verga, hoyando mi chochito dormido. Ciertamente estabas muy excitado, ¿verdad?

- Si mamá, lo siento me propasé -admití mostrando mi pesadumbre.

- Bueno no pasa nada Adam, mamá estaba muy cansada por eso te empujé, por eso te detuve en tus intenciones. Si no lo hubiese hecho me la hubieses metido hasta el fondo, ¿eh pillín?

- Pues la verdad es que si madre, lo hubiese hecho, estaba tan excitado. Lubriqué tu joya con mi saliba y cuando estaba a punto me rechazaste -confesé con cierto resquemor.

- ¡Oh Adam, qué suave estás! ¡Si no hubiese estado tan cansada tal vez me hubiese rendido a tus deseos! -me dijo mientras se abrazaba a mi por la espalda y con el camisón puesto se mojaba con el jabón mientras me frotaba con sus manos mis pectorales-. ¿Te gustaría follarme, verdad?

- ¡Oh si madre, mucho! -exclamé al sentir su abrazo sobre mi cuerpo, pegando su camisón a mi espalda, mojándose con el contacto del jabón mientras sus manos se entrelazaban en pecho.

- Pero antes, me gustaría saber por qué tienes tanto interés en follar a tu propia madre.

- No sé madre, te vi haciéndolo con Waldo y desde aquél día me maravillaste como hembra, me maravilló tu cuerpo, me maravillaste tú moviéndolo, usándolo con el joven Waldo -le confesé para agradarla, aunque era la pura verdad.

- ¡Um qué suave estás mi niño! Y ya tienes esto tan preparado -dijo cogiéndome el pene lleno de jabón y frotándomelo-. Es una delicia verte desnudo, ahora yo también me bañaré contigo si me haces un ladito en la bañera, ¿te apetece?

- ¡Oh si mamá, claro, bañémonos juntos! -exclamé solícito.

 

Mi madre se separó de mi y fue a la linterna de petróleo que estaba sobre al mesilla. Giró el regulador y la puso al mínimo, con lo que una penumbra rojiza envolvió la habitación y dejé de verla con tanta claridad como antes, lástima. Volvió junto a mi y pude ver cómo sus pechos se marcaban en el algodón mojado que se pegaba a ellos denotando su busto. Delante mío, como una diosa lo hizo subir y se lo sacó por la cabeza. Al hacerlo sus sus preciosos pechos blancos cayeron y se bambolearon delante de mis atónitos ojos, tras esto deslizó su culote por sus muslos con total naturalidad y lo recogió levantando levemente la última pierna dejarlo una silla cercana.

 

Entonces vi su esponjoso monte de venus, negro como el carbón mientras levantaba una pierna y se introducía en la bañera conmigo. Al entrar casi resbaló y se abrazó a mi súbitamente, por lo que su cuerpo caliente, tremendamente caliente y sudado se pegó a mi piel y ésta gozó únicamente con el roce; nos abrazamos.

- Ahora enjabóname tú a mi Adam, ¿te importa?

- ¡Oh no en absoluto madre! -dije yo aceleradamente presa del nerviosismo que se apoderaba de mis acciones.

 

Volviéndose de espaldas, al agacharme para mojar la esponja, contemplé su culo a la mortecina luz de la lámpara, intuí la oscuridad de su cuevecita, como ella la llamó y tras esta visión mojé la esponja e incorporándome la fui enjabonándola desde los hombros hasta su cintura de avispa.

 

Mi madre se conservaba bastante bien para su edad, se manteia delgada con sus glúteos perfectamente redondos. Esa fue la parte que más me gustó y que más esperaba, cuando llegué a su cuevecita dudé y entonces madre, siempre atenta me animó a continuar.

- Vamos cariño, enjabóname por todos los rincones de mi cuerpo, ¡no tengas pudor! Estoy muy sucia -me confesó.

 

Así que me decidí y pasé la esponja entre sus glúteos deslizándola bajo su raja, mientras el dedo gordo, travieso permanecía encima de la esponja, rozándose con sensualmente con su vulva. Al hacerlo sentí una tremenda excitación, como creía no haberla sentido nunca. Volví a darle varias pasadas, cada vez metía la mano más adentro y la sacaba desde su monte de venus por debajo de ella con la esponja jabonosa.

- ¡Muy bien mi niño, que quede bien limpia! Ahora las axilas -mencionó levantando sus brazos.

 

Cuando fui a la parte indicada pude admirar cómo sus pechos, grandes y hermosos se veían desde atrás ligeramente ladeados por sus costados, en una visión muy sensual y atractiva, froté aquellas axilas, también pobladas de pelo negro como el de su coño y en seguida fui a frotar sus pechos, con ambas manos abrazándola desde atrás pegué mi cuerpo entero a su espalda, clavando mi verga; tremendamente tiesa en su espalda, pues yo era ligeramente más alto que ella y esta quedaba a esa altura.

 

Mis manos cogieron sus pechos y mi boca capturó su oreja chupándola y lamiéndola como ya había aprendido ha hacer para excitar a la mujer.

- ¡Oh Adam, qué impetuoso hijo! ¡Cálmate, tenemos toda la noche! -protestó separándose un poco.

 

Mi progenitora se giró y de cara a mi tomó la mano donde portaba la esponja y mojándola se dispuso a enseñarme ella misma su anatomía. Se la llevó a sus pechos y los frotó, levantándolos graciosamente se frotó la piel bajo ellos. Luego bajó hasta su barriguita que era ligeramente curvada, no en vano había tenido dos embarazos.

 

Se frotó en círculos todo su estómago y finalmente bajó hasta su vulva y volvió a frotarla con la esponja y mi mano bajo ella. Luego tiró la esponja y poniendo mi palma hacia arriba la colocó en su sexo muy enjabonado por la espuma y se frotó con ella, llegando a meterse ligeramente mis dedos, abriendo sus labios vaginales y haciéndolos deslizarse por su surco, hasta llegar a su ano.

- ¿Te gusta Adam? -preguntó haciendo una pausa pero sin dejar de acariciarse con mi mano.

- ¡Oh madre, es maravilloso! -contesté sin pensarlo.

- Sabes, tengo que confesarte que desde aquel día que te hiciste pasar por Waldo, no he podido dejar de pensar en ti. En cómo me metiste tu falo y en cómo fornicaste conmigo hijo, si no hubiese sido por la diferencia de grosor, que no de largura pues tu verga es más o menos de su misma longitud, no me hubiese dado cuenta y tú; ¡bribón!, te habrías salido con la tuya y hubieses macheado a tu propia madre sin dudar, ¿te hubieses atrevido a llegar hasta el final? -me preguntó dándome una suave bofetada.

- ¡Oh si madre, aquello también fue maravilloso! Estar allí detrás de tu hermoso culo, sentir tu flor arropando mi falo, sentirme dentro de ti y empujarte aún más dentro. Fue una lástima que te dieses cuenta -concluí mientras ella me masturbaba mi polla con su mano con firmeza poniendo a prueba su dureza y flexibilidad.

- ¡Pues mira, tal vez esta noche des caza a tu fantasía y termines aquello que empezaste!

 

Se arrodilló en el agua y aclarando mi pene lo introdujo en su boca, yo vi su carita blanca y su melena negra recogida en un moño justo antes de tragársela y pegar su nariz a mi pelvis. Mientras me hacía una de las mejores felaciones que puedo recordar. Algo que me llamó poderosamente la atención fue que mientras lo hacía con un dedo travieso comenzó a juguetear con mi ano.

- ¡Vamos Adam, no seas remilgado, esto te gustará hijo! -exclamó ella ante mi rechazo a sus caricias.

 

Con el jabón y el agua, no le fue difícil romper mi resistencia inicial y la punta de su dedo jugueteó con él mientras su lengua y boca no paraban de darme placer en mi duro mástil. Y descubrí que aquellos juegos, que nunca hubiese sospechado que se pudiesen hacer, eran muy placenteros para el hombre que se atreviese a liberar su mente y permitir que una fémina violara aquel secreto orificio de la anatomía masculina.

 

Casi a punto de correrme en su boca la detuve, entonces nos dimos un descanso y nos aclaramos. Luego salimos del agua y nos secamos mutuamente. Aquello era tremendamente excitante, los dos desnudos, madre he hijo secándonos, cariñosamente, hasta que quedamos bien secos.

 

Mi madre se fue entonces para la cama y poniéndose a cuatro patas adoptó la misma postura que en el establo.

- Vamos Adam, ¡aprovéchate y móntame! Hazlo como lo hubieses echo en el establo -me rogó insinuándose con suaves giros de sus caderas.

 

Ante su culo me aferré con ambas manos, pero en último extremo me arrodillé antes y decidí agasajarla con mi lengua. Su coño estaba delicioso, tan limpio y oliendo a las sales de ducha que solía usar. La clavé lo más profundamente que pude y subiéndola terminé en su ano; allí pensé que si a mi me habían gustado sus caricias, a ella también le gustaría las mías, así que por primera vez en mi vida me comí un culo, lamiéndolo como un coño; justo al final del recorrido de la vagina seguía subiendo y lamía su ano, llevando allí también jugos de su almeja, para luego bajar hasta su clítoris y vuelta a empezar.

- ¡Oh Adam, qué deliciosa idea has tenido hijo! -exclamó dándome su aprobación.

 

Me atreví incluso a introducir mi lengua en él, abriéndolo ligeramente como había hecho ella antes con un dedo. Mi madre gozó y sus gemidos ahogados rompieron el silencio absoluto que reinaba en aquella habitación a media luz, con nuestras sombras impúdicamente proyectadas en la pared opuesta a donde estaba la lámpara de petroleo, mostrando la explícita escena que protagonizábamos ambos.

- ¡Vamos, adelante, métemela ya! -me ordenó, interrumpiendo mi cunnilingus.

 

Lenvantándome tomé mi polla en la mano y por unos segundos reviví la escena del establo, cuando por primera vez entré en aquella cavidad maravillosa que tanto placer me dio en los pocos segundos que la horadé. Ahora sería toda mía, por el tiempo que quisiese, o por el tiempo que fuese capaz de aguantar hoyándola. ¡Hasta correrme en su interior!

 

Al entrar mi madre gimió y el tremendo calor de su coño me envolvió, trasladándome a otro mundo. Me retiré y volvía a entrar sin sacarla y de nuevo las sensaciones volvieron a mi. Su jugoso coño era una delicia y se dejaba follar con mansura y tremendo placer. Seguí mentiéndola y sacándola, disfrutando de cada movimiento, de cada centímetro que entraba o salía y el cúmulo de sensaciones me aproximaron tanto al orgasmo que tuve que extraerla para no correrme aún.

- ¿Pasa algo cariño? -preguntó mi madre extrañada por la súbita interrupción.

- ¡Nada madre! El placer es tan grande que siento que voy a explotar en segundos y deseo que esto dure más.

- Está bien hijo, descansemos un poco, luego seguiremos -dijo mi madre incorporándose y haciendo que me sentase en la cama a su lado.

 

Ella me besó en la mejilla y me abrazó poniendo en contacto sus suaves pechos con mi hombro. Eso me gustó y para distraerme mientras descansábamos comencé a palpárselas; ella aprobó mis intenciones y me enseño a acariciárselos sin apretujarlos. Me enseño a acariciar sus gordos y excitados pezones, lo que pareció enloquecerla y lo que era delicado, pues me advirtió en varias ocasiones que lo hiciese con suavidad aunque con cierta firmeza, sin duda difícil saber donde estaba el límite, pues ni ella misma se aclaraba al respecto.

 

Luego se los besé, chupándole sus gordos pezones y ésto también la hizo gozar. Mientras lo hacía mis dedos se introdujeron en su jugoso coño, primero uno y luego, siguiendo sus indicaciones dos.

 

Y como si de una transición a la siguiente etapa se tratase, mi madre se tumbó y yo terminé encima suyo, cubriéndola como un macho cubre a su ardiente hembra, mientras ella se colocaba en el centro de la cama, yo la buscaba para volverla a penetrar; me acogió entre sus suaves muslos y mi verga desapareció de nuevo en su lujuria, haciéndome temblar de placer.

- ¡Adam estás temblando hijo! Anda quédate un momento quieto, dentro de mi, serénate y te gustará más -me sugirió abrazándome.

 

Lo hice, estar encima suyo, penetrándola, sintiendo su precioso cuerpo en contacto con mi piel era lo máximo. Nos mirábamos a los ojos, era oscuros aunque a la luz del día fuesen verde esmeralda. Mi madre me seguía besando en las mejillas y me acariciaba los cabellos. Yo me mantenía encima suyo sin llegar a aplastarla con mi peso, pero manteniendo muy dentro de ella mi verga. Era delicioso.

 

Sus besos en las mejillas se aproximaron a mis labios, en la penumbra casi la hizo errar y sus labios se posaron en mis comisuras, lo que suponía un medio beso. Al hacerlo se detuvo, tal vez alarmada por su acción. Nuestras miradas se encontraron, sentía su respiración en mi cara, sentía su vaho en mis labios, el suave calor de su exhalación en mi boca.

 

Tímidamente me acerqué a su hermosa boca de labios rojos y la besé. Ella los mantuvo entre abiertos y tras mi beso no se movieron. Entonces un segundo beso siguió y cuando parecía que aquello no nos llevaba a ninguna parte un tercer beso suyo me hizo despertar. Ese fue más caliente que los otros dos y más húmedo pues su boca se abrió un poco más y su lengua rozó mi boca introduciéndose ligeramente entre mis labios, luego chupó con los suyos uno de los míos, capturándolo en su beso.

 

A este siguieron otros besos y mientras nos besábamos en la boca me puse de nuevo en marcha, follándola, follándola mientras seguíamos besándonos. Era genial, sentir el calor de su boca mientras la follaba y ella gemía y se retorcía, su aliento me trasportaba un olor dulce y empalagoso, algo meloso, que me gustaba más que nunca. No era lo mismo que besar a Dora o a la joven Arel. Allí había mucha más excitación, mucho más morbo, aquello era un acto libidinoso que nos llevaba directamente a las puertas del infierno.

 

Ya veía a Lucifer esperándome a la entrada de su reino: !Has violado las leyes naturales, te has acostado con tu madre y pagarás por ello! -soñaba despierto que me decía.

 

Pero allí seguíamos y sin poder evitarlo mi leche, entre fuertes embestidas, se derramó en su coño, sintiendo como el glande me quemaba con cada chorro que salía, casi escociéndome hasta apurar las últimas embestidas cuando ya ni una gota salía de mi verga clavada en sus entrañas.

 

Cuando me detuve, sentí sus contracciones, con fuerza mi madre convulsionó y sus músculos vaginales estrujaron mi exhausto falo que aún permanecía en su interior; ya en franca retirada.

 

Bajo mi peso mi querida madre se retorció y gimió mientras me abrazaba, hasta detenerse como un reloj al que se le acaba la cuerda. Permanecimos así abrazados un buen rato, yo creo que me dormí encima suyo e imagino que delicadamente ella se zafó de mi peso y me giró en la cama acostándome y acostándose a mi lado.

 

Desnudos y sudorosos dormimos masta la mañana siguiente... Cuando el canto del gallo me despertó, el alba ya estaba cerca y mi madre dormitaba a mi lado. Su cuerpo caliente dormía de espaldas al mío, así que me acoplé a su espalda y coloqué mi verga en sus nalgas, en la cuevecita que ella gustaba llamar, justo en el hueco entre sus muslos y sus glúteos, bajo su raja y su ano.

 

Suavemente comencé un movimiento de vaivén que terminó de ponérmela dura y cuanto más dura estaba más se clavaba en su coño, hasta llegar a la mitad, entonces terminó de abrirse y sus lubricidad renovaba la envolvieron acompañándola con movimientos más enérgicos por mi parte hasta su interior más profundo.

 

Ya estábamos enfrascados de nuevo en otro coito matutino, con mi madre despierta sujetando mi glúteo con sus manos, clavándome sus uñas de gata celosa mientras mi polla la ensartaba con aires renovados tras un sueño reparador.

 

Mi libido daba para eso y para mucho más. Mi madre se contoneaba en torno a mi polla moviéndola en su interior. El placer volvió y las ganas de follar se avivaron como ascuas a las que se arrima farfolla.

 

Subiendo la pierna me puse encima suyo y la follé mientras ella permanecía de costado en estraña postura, aunque lo cierto es que en aquella posición las sensaciones eran si cabe superiores a otras posturas lo cual me gustó y seguí follándola un buen rato.

 

Luego le pedí que se pusiera a cuatro patas, sumisa obedeció. De manera que me vi transportado de nuevo al establo penetrándola desde atrás aferrado a sus tentadores glúteos, con ella agarrada a la almohada mientras mis embestidas la sacudían.

 

Estaba riquísima, tanto o más que la noche anterior, aquella fornicación nos daba de nuevo un tremendo placer. Se me ocurrió chuparme un dedo y jugar en su culo, como ya hiciera ella antes con el mío y aunque ella también protestó, al igual que yo, finalmente consintió y descubrí que cuando la penetraba con un sólo dedo por su ano, su coño se contraía con más fuerza y más nos gustaba a ambos.

 

A punto de correrme volví a separarme de ella y de nuevo mi madre me dejó descansar, aunque esta vez no hubo más juegos. Tras recuperar el aliento y relajarme un poco insistió en que la penetrara desde encima. Así que me volvía a acomodar entre sus suaves y blancos muslos nacarados, cuando el sol ya entraba por las rendijas y la actividad de la casa comenzaba también a despertar: ¡Debíamos darnos prisa por terminar!

 

Mientras mis culadas llenaban su vagina de dulces sensaciones, la muy malvada de mi madre se aferraba a mi estrecho culo y me clavaba sus uñas. Estos juegos me hacían un poco de daño y lo que consiguieron fue que bajase mi excitación y aguantase más en el coito. Volvió a atreverse a profanar de nuevo mi secreto agujero, con uno de sus dedos lubricados, mi ano fue de nuevo penetrado y como ya sabía de qué iba el juego la dejé jugar mientras seguía follándola.

 

Aquel aquel extraño juego me excitó mucho más. Seguí follándola mientras movía su dedo en mi ano y mi cuerpo se abocaba hacia un nuevo orgasmo. Mi semen corrió, más exiguo que la noche anterior, pero con más intenso placer. Acompañaron los últimos movimientos en el maravilloso y ardiente coño maternal, hasta que caí rendido de nuevo encima de mi madre, quien con paciencia soportó mi peso hasta que consideró que era suficiente y me invitó a liberarla.

 

Mientras descansaba mi madre se arrodilló junto a la cama y sacó el orinal que allí guardaba para hacer sus necesidades. Un potente chorro se oyó en la habitación y el detalle se me quedó grabado mientras ella me sonreía y hacía como que no le importaba que la viese en actitud tan íntima.

 

Luego se fue a la bañera e introduciéndose de nuevo en el agua se lavo delicadamente su flor y después todo el cuerpo retirando el sudor y los olores de la pasión que le habían traído la lujuriosa noche.

 

Cuando terminó se puso su culote y me invitó a meterme en la bañera. Como estaba sudado también me apetecía un segundo baño así que dejé que ella me duchase, como hacía Dora por las noches. Su sonrisa me cautivó mientras, con especial cariño y dulzura como ya no recordaba, se esmeró por que todas las partes de mi cuerpo, especialmente las íntimas quedasen limpias.

 

Finalmente se puso su camisón y se marchó, dejándome reposar aún un poco más en mi cama.

 

Aquella fue la primera noche, pero, ¡qué noche! Otras seguirían a esta, otras en las que nuestros juegos sexuales se vieron más atrevidos y si cabe más obscenos. Pues en el sexo las primeras veces son las más excitantes y las siguientes son las más placenteras, no entrando en detrimento de las primeras, sólo que los nuevos juegos traen consigo nuevos placeres y aprendimos nuevas formas de explorar y explotar nuestros cuerpos como no había hecho con ninguna otra mujer.

 

Mi hermana, Dora y Arel; hasta la señora Ingels, quedaron al margen. Mi madre colmaba con mucho mis expectativas y durante años siguió haciéndolo. Incluso después de casarme para traer herederos al mundo, que siguiesen con la hacienda familiar, cuando mi padre por suerte ya no nos molestaba y reposaba junto a un fresno cerca del lago, mi madre y yo a escondidas seguíamos dándonos placer escabuyéndonos del dormitorio marital."

- ¡Tom! -exclamó Cathy sacándolo de sus ensoñaciones mientras escuchaba el absorvente relato de Adam.

- ¡Qué pasa! -gruñó su hermano.

- ¡Que aunque el libro es más grueso, hay muchas páginas en blanco. Fíjate en la siguiente pone "Epílogo".

- ¿Y qué es eso? -preguntó su hermano desconocedor de la estructura de un libro.

- El epílogo es la parte final de algunos libros, donde el autor habla de alguna manera de su obra, o recapitula lo dicho en ella. ¿Sabes lo que eso quiere decir? -preguntó Cathy sabedora de que la mente de Tom no daba para mucho en cuanto a estudios.

- ¡No, qué! -exclamó el ya un poco molesto por su insitencia.

- ¡Que el libro ha terminado! ¡Este era el último capítulo de las memorias de Adam y el epílogo es la parte final!

 

La confesión de Cathy dejó petrificado al chico, ambos se quedaron fríos, abrumados y apenados por la sorpresiva noticia. La melancolía los envolvió y los dejó en un estado semicatatónico. Así estuvieron varios minutos tumbados en los sacos de dormir, mirando al techo, sin ser conscientes del paso del tiempo, ensimismados en su melancolía, recordando cada capítulo de las memorias, que parecían no tener fin y que sin darse cuenta habían llegado a su capitulo final.

 

Sólo quedaba el epílogo, ahí Adam se despediría y ante la noticia Cathy no pudo evitar que sus lágrimas bajasen por sus mejillas, cuando Tom se dio cuenta ya era demasiado tarde su llanto sin sonido no podía parar. La consoló y aunque él era más duro, sus lágrimas pugnaban por saltar de sus ojos y se retenían en ellos únicamente por sus párpados, hasta que éstos rebosaron, incapaces de contener más. Y algunas cayeron por sus mejillas mientras abrazaba a su querida Cathy.

 

Abatidos se consolaron mutuamente hasta que cierta calma llegó y entonces se limitaron a estar en el sótano hasta que los rayos del sol se hicieron rojizos y éste desapareció por el horizonte. Entonces su madre apareció y los llamó para la cena, ambos subieron de mala gana, tras las varias insistencias de la misma. Al verlos, sus caras denotaban la pesadumbre que los envolvía y aunque sus padres les preguntaron, nada pudieron hacer para sacarles la causa de su estado.

 

Preocupados se fueron a la cama y Cathy y Tom volvieron al sótano a dormir juntos, seguían tristes y abatidos. Karen los vio bajar y, con tremendo dolor de madre, decidió no entrometerse más y dejarlos estar juntos.

 

Su estado se prolongó en los tres días siguientes. Era como si hubiesen perdido a Adam, como si hubiesen estado en su entierro y la pena los embargase de tal forma que sus almas necesitasen el prudencial tiempo para separarse sentimentalmente de él, poner distancia y seguir con sus propias vidas que apenas habían comenzado. Pues sólo el tiempo es capaz de curar los males del alma.

 

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