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El secreto de Adam (2)

en Gays

Prólogo

 

Esta segunda parte es la natural consecuencia del encuentro del día anterior entre los dos amigos. Hoy se verán y de nuevo hablarán de lo ocurrido, pues sin duda ambos necesitan hacerlo. Ahí se confesarán y comprenderán que siguen siendo dos grandes amigos...

 

 

 

Capítulo 2

 

Al siguiente día Adam no quiso ir a ver a su profesora, no estaba muy animado, pues toda la noche estuvo atormentado por los recuerdos del día anterior, tal vez impactado por experiencias tan fuera de lo común. Por eso no se esperaba que su querida Dora le anunciara la visita de su amigo Albert.

Éste al verlo lo saludó con mirada seria y le ofreció salir a dar un paseo. Adam lo acompañó, tal vez intrigado del porqué de su presencia allí, del porqué lo había buscado.

- Bueno Adam, ¿cómo te encuentras? -preguntó su amigo.

- Yo bien, ¿por qué? -preguntó él desconfiando de su interés.

- No por nada, es sólo curiosidad. Oye lo de ayer... -le dejó caer finalmente-. Bueno estuvo bien, ¿no? Aunque a lo mejor te arrepientes de algo, ¿es así?

- No se Albert, no se qué nos pasó, tal vez tu madre, tal vez su insistencia nos hizo hacer aquellas cosas.

- ¿Entonces te arrepientes? -se reiteró en su pregunta.

- Yo no, amigo. Me he pasado toda la noche dándole vueltas y lo cierto es que en el fondo me gustó lo que hicimos, el compartir a tu madre y bueno... los tocamientos que nos hicimos -confesé valientemente a mi amigo, aunque preferí ocultar mis más oscuros sueños de la noche pasada.

- ¡Oh Adam, tú siempre tan sincero y directo! Pensaba que después de lo que te hice estarías resentido o enfadado de alguna manera conmigo. Te confieso que cuando me ofreciste masturbarnos por primera vez, la sola idea me pareció horrible. Yo me consideraba y me considero un hombre y me gustan las mujeres, pero ayer... todo cambió. Al verte follar con mi madre disfruté viendo cómo lo hacíais y estaba tan excitado, que cuando ella nos forzó a tocarnos, sentí cómo tu me la cogías y me la meneabas y esto me desconcertó, así que yo te hice lo mismo. Luego cuando tú me acariciaste el culo y me tocaste los huevos, sentí muchas cosquillas, pero también sentí algo raro, extraño como cuando nos masturbábamos. No sé Adam, tú eres mi mejor amigo y la verdad es que, lo que hicimos fue muy fuerte, aunque tú digas que no te importó. ¡Esta noche he tenido pesadillas soñando con lo de ayer! ¡Sobre todo cuando te la coloqué en el culo y comenzamos a frotarnos como si lo estuviésemos haciendo! -le detalló escandalizado su gran amigo Albert.

- A mi me ha pasado lo mismo. Toda la noche he estado dándole vueltas como tú, reviviendo esa escena contigo a mi espalda y las otras cuando te cogía la polla o el culo o te tocaba el culo o los huevos. Por eso te comprendo perfectamente cuando dices que te has sentido mal toda la noche. Pero no debemos torturarnos de esa manera, lo que pasó pasó y ahora de nada vale lamentarse querido amigo, más aún si estás de acuerdo conmigo en que te excitaste, y más aún si confiesas que te gustó -le dije yo tratando de animarlo. En el fondo me sentí identificado con él, y me gustó que confesara que le excitó la situación pues a mi también lo hizo, ¡y mucho!

Pasamos junto al granero, donde como si se hubiesen hablado telepáticamente nos detuvimos. Le hice un gesto, una débil inclinación de cabeza en su dirección y Albert al instante comprendió. Tras cerciorarme de que nadie más nos veía nos metimos dentro. Subimos al segundo piso donde solíamos tumbarnos sobre el heno y charlar de guarradas. Una vez allí la conversación continuó.

- ¿Te puedo hacer una pregunta? -dijo Adam.

- Si claro amigo, confías en mi, ¿no?

- Claro. Oye, tú y tu madre no era la primera vez que lo hacíais, ¿verdad?

Albert se quedó callado unos momentos, luego nos miraron y él me sonrió, confirmando mis sospechas.

- ¿Y como pasó? -le pregunté intrigado morbosamente.

- Tal vez algún día te lo cuente -respondió esquivando su pregunta-. Ahora me toca a mi, ¿por qué me acariciaste ayer, cuando follaba a mi madre?

- No sé la verdad, fue casi sin querer, me vi con la mano en tu culo y me... bueno me gustó como empujabas a tu madre y...

- Lo cierto es que me provocó escalofríos y luego cuando te pusiste tu, traté de imitarte y no sé en qué pensé pero te coloque mi polla entre las piernas y el morbo hizo que la moviese como si la estuviese metiendo.

- Si, ¡aquello fue raro pero excitante, yo casi pensé que me la metías por el culo! -dije mientras ambos reíamos ante mi ocurrencia.

El silencio se adueñó del espacio que nos separaba, tumbados en el heno, boca arriba, sin mirarnos el uno al otro la tensión creció por las preguntas de Albert. Finalmente decidí atacar...

- ¿Entonces, no te desagradó el juego que te hice? -me preguntó él suspirando.

- La verdad es que tuvo su morbo amigo y como ya te he confesado me gustó. La verdad es que a mi también me hubiese gustado hacértelo, pues cuando te cogí del culo me excité muchísimo. He tocado ya muchos culos de mujer y lo siento amigo pero los hombres es distinto, y haciéndolo sentí algo especial.

- Si, todo fue muy extraño, cuando te la tenía entre las piernas el roce con tu culo y tus huevos me volvía loco hasta que te sentí que te corriste dentro de mi madre y entonces decidí correrme yo también. Pero después pensé que tal vez esto no te hubiese gustado y me arrepentí de haberlo hecho.

- Hombre la verdad es que fue algo un poco asqueroso -dije yo sonriendo-. Pero no me importó, en serio, creo que aquellos roces y tocamientos me ayudaron a tener un orgasmo con tu madre aún más potente.

- La verdad amigo es que me alegra oírte decirlo. No he parado de pensar en que me lo reprocharías. Pero al saber que te gustó me siento liberado de esa presión. Oye, ¿te gustaría desquitarte hoy conmigo?

- ¿Desquitarme? A qué te refieres -le pregunté para confirmar si estaba pensando lo que creí que me proponía.

- Bueno, como has dicho que te gustaría habérmelo hecho a mi, pues bueno, si te apetece me lo puedes hacer tú hoy -se ofreció gentilmente.

- ¡Hombre, no te digo que no! Pero, ¿por qué no empezamos por algo más liviano, como por ejemplo masturbarnos un poco? -propuse yo mas discretamente.

- ¡Está bien! -admitió él sonriente.

Algo nerviosos nos quedamos parados como pensando en quien daría el primer paso así que como yo era más lanzado decidí darlo yo.

Extendiendo mi mano bajé su bragueta y la introduje en sus calzoncillos buscando su verga, lo cual no me fue difícil, se la palpé a través de la tela un poco y la sentí crecer. Entonces introduje mis dedos por la pequeña raja que se dejaba para extraerla para hacer piss y se la empuñé. Mi amigo se removió en el heno...

- ¿Te gusta eh? -le pregunté yo socarronamente.

- Bueno, he de admitir que lo haces muy bien -se excusó él.

Sacándosela la expuse a la luz. La tenía verdaderamente larga y podría decir que hermosa. Confieso que siempre me hubiese gustado tener una verga como la suya, así que así se lo hice saber.

- ¡Me encantaría tener una polla como la tuya!

- ¿En serio? No sé, la tuya tampoco está mal -dijo él cortésmente devolviéndome la alabanza.

- ¿Bromeas? Es más pequeña que la tuya -protesté yo.

Seguí masturbándolo apaciblemente mientras él, usaba sus manos como almohada tendidas hacia atrás cogiéndose la nuca.

- ¿Recuerdas cuando vimos a mi padre violar a aquella esclava, aquí? -rememoró Adam.

- ¡Oh si, fue muy excitante!

- ¿Recuerdas que te propuse que nos masturbáramos mutuamente y tú te negaste?

- ¡Es verdad, ya lo había olvidado, quién lo iba a decir! -exclamó sorprendido Albert, sobre las casualidades de la vida.

- Pues yo lo habría hecho -confesó Adam.

- La verdad es que a mi me dio mucha vergüenza y temí que pensaras que me gustaban los hombres, por eso me negué.

- Pero a ti te gustan los coños, ¿verdad?

- Claro, como a ti, ¿no?

- ¡Por supuesto!

- ¿Pues entonces por qué nos va a importar jugar entre amigos y descubrir experiencias nuevas? -se preguntó Albert.

- Tienes razón -concluyó Adam ante su aplastante razonamiento.

- ¿Te gusta tocármela? -preguntó Albert.

- Si, ya te he dicho que me gusta lo larga que la tienes y lo dura.

- Bueno pues ya es hora de que me ocupe de ti -dijo finalmente desperezándose.

Me indicó que me tumbase y como yo ya hiciera, buscó mi polla entre mis calzoncillos, pero él fue más directo y me la sacó, aunque yo ya la tenía tiesa y dura.

- Vaya, sí que estabas excitado, ¿no?

- Bueno si, ya te dije que me gustaba tocarte -confesé yo.

- Pues tú también la tienes bonita amigo, sin duda, otra bonita polla -dijo él sonriendo.

- ¡Oh gracias por el cumplido! -dije yo cortesmente.

Siguió masturbándolo pausadamente y también le palpó los huevos haciéndole cosquillas.

- Sabes, hay algo que me ronda por la cabeza desde ayer -confesó Albert.

- ¿El qué? -lo interpeló Adam.

- Esto...

Sin mediar palabra Albert se me acercó, por unos momentos pensé que me besaría en la boca y la sola idea me provocó rechazo, pero luego descubrí que éste bajaba hacia mi cintura y entonces supe a donde se dirigía...

Entró en su boca tan suavemente como solía hacérmelo mi hermana, pero fue distinto, tal vez con tan sólo pensar que era otro hombre el que me lo hacía, no podía comparársele.

El pulso me le aceleró en segundos y cuando los primeros contactos entre boca, mi polla y su saliva se juntaron, el calor me subió por todo el cuerpo y mi corazón se aceleró hasta sentirlo darme golpes en el pecho. Dulcemente Albert siguió chupándomela y aumentando su intensidad en cada chupada al tiempo que me masturbaba a su vez con la mano que me la cogía. Tras hacerlo unas cuantas veces y hizo una pausa para valorar su actuación.

- ¿Te ha gustado?

- ¿Ya no quieres seguir? -pregunté, como temiendo que aquello acabase allí.

- ¡Oh por supuesto que si quiero!

Y de nuevo Albert tragó mi falo gordito y suave. Sintiendo que mi excitación crecía y crecía mientras Albert me apretaba los testículos suavemente y me la chupaba. Nunca sentí nada igual, incluso cuando Dora, Arel, o mi hermanita me lo habían hecho. Parecía como si Albert adivinase mis deseos más íntimos y el ritmo adecuado de pausas y presiones justas.

Sin duda tal vez ninguna mujer la chupa como ningún hombre, al igual que ningún macho le come el coño igual que una hembra a otra hembra. Los sexos parece que se conoce y saben lo que les gusta.

- No se porqué pero me he pasado toda la noche dándole vueltas a esta idea y hoy quería probarla, contigo, ¿quieres que siga? -me confesó Albert, el cual me había sorprendido gratamente con su ocurrencia.

- ¡Oh si, por favor un poco más, me encanta como lo haces! -imploré.

De modo que Albert volvió a deleitarme con sus succiones y chupetones, al tiempo que me masturbaba y me cogía los huevos.

- ¡Oh, para! -le grité Adam sacándola de su boca y quedándose como una estatua.

- ¿Qué pasa, te he hecho daño?

- ¡No, es que me corría! ¿Espera un poco vale? -le propuse.

Albert me sonrió y echándose hacia atrás se tumbó de espaldas. Los dos permanecimos en silencio absoluto, el tiempo y el espacio parecieron correr más despacio en aquel preciso instante, cada uno se abandonó a sus pensamientos más íntimos y los dos, allí tumbados, con nuestras vergas en erección, comulgamos con nuestros pensamientos más oscuros.

Sin mediar palabra me incorporé y echándome encima de mi amigo volví a chupársela, él agradeció mi acción y suspiró cuando la hice entrar en mi boca hasta la misma campanilla. Entonces tiré de sus pantalones y lo desnudé de cintura para abajo. Luego hice que se incorporase y le quité su camisa dejándolo desnudo.

Los dos estábamos agitados, pues una tremenda excitación había vuelto a los dos. Ahora fue él el que me quitó la camisa y yo me deshice de mis pantalones levantándome. Entonces él, me cogió por sorpresa y enganchándose a mi verga me la chupó desde abajo. Fue delicioso, pero hice que se separase y me arrodille para estar a su lado.

Nos cogimos y nos abrazamos, nuestras pollas se chocaron en nuestras ingles, entonces lo empujé hacia atrás y caí encima suyo. Nuestras pollas se doblaron y apoyadas sobre nuestros estómagos comencé a moverme como si estuviese follándolo.

Aunque no hubiese ningún tipo de penetración nuestros prepucios se movían por los roces de nuestros cuerpos y nuestros glandes, impregnados en jugos resbalaban por nuestra piel, en un contacto muy íntimo.

 

Tanto fue así que sentí que mi orgasmo llegaba y sin querer pararme comencé a derramar mis jugos entre nuestros cuerpos, de manera que estos también actuaron de lubricante natural, propiciando que mi amigo Albert también alcanzara su orgasmo y su leche se mezclara con mi leche en nuestros cuerpos sudorosos y jadeantes que seguían restregándose uno contra otro buscando apurar esas últimas sensaciones de placer.

De repente nos miramos, paramos en nuestros roces y fuimos cómplices del acto que acabábamos de cometer, un acto de perdición, de lujuria desmedida entre dos hombres, un tabú que oculta un camino que muy pocos están dispuestos a recorrer. Nosotros lo hicimos.

Quise besarlo, miré sus labios y él también debió ver los míos, pero aún no estábamos preparados, por lo que finalmente me separé de él para tumbarme a su lado. De nuevo quedamos mirando al techo del granero.

Tras unos minutos sentí el frío en mi barriga, pues allí estaba mi leche mezclada indisolublemente con la de mi amigo, así que tomé un puñado de heno y me limpié. Luego, en un acto de amistad tome otro manojo y limpié a mi amigo, allí tumbado junto a mi. Él sorprendido intentó detenerme, pero yo sujeté su mano y terminé de limpiarlo mientras el consintió.

- Nos vamos -me dijo al terminar.

- Vale -asentí yo sin mucho entusiasmo en mi voz.

Nos vestimos en silencio, un silencio tenso y culpable, pues aquellos encuentros, aparte de ser tremendamente excitantes, también eran tremendamente traumatizantes para nosotros, dos adolescentes en plena ebullición hormonal.

Antes de salir del granero lo detuve y lo cogí por la cintura, por segunda vez me quedé mirándolo, siendo incapaz de articular palabra...

- ¿Bueno, vas a tu casa ahora, o te quedas por aquí? - dijo Albert intentando esquivar la embarazosa situación que había provocado.

- Es tarde me iré a casa... -afirmé desconcertado.

Me quedé un tanto parado, sin saber qué mas decir, pero sintiendo que quería decir algo pero no sabía qué. Mi amigo pareció advertirlo y en seguida añadió el la frase que faltaba.

- ¿Nos vemos mañana amigo?

En seguida le sonreí y él también a mi. Salimos y nos despedimos con la mano, como dos grandes amigos...

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