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Náufragos (2)

en Amor filial

Capítulo II

Una semana más tarde.

La última semana fue tan ajetreada como la anterior, ahora tenía que satisfacer los ímpetus de dos jovencitos, a Carlos ahora lo veía por las tardes a escondidas buscando cualquier escusa para despistar a Daniel, ya que por las noches Daniel no me dejaba levantarme ni dormirme hasta que le proporcionaba suficiente placer para quedarse dormido, normalmente sólo con la mano, pues no me fiaba de que sus jugos arraigasen en mi flor, aunque desde que lo probó la primera noche, siempre me pedía entrar en ella, aunque yo se lo negaba con tesón y conseguía apaciguarlo normalmente, sólo una noche lo dejé probarlo y ante la posibilidad de que terminase dentro tuve que expulsarlo y terminarlo con mi mano.

Con Carlos era distinto, él si sabía dominarse, aunque en alguna ocasión casi se le escapaba el primer chorro dentro, y apenas la sacaba me lo escupía en mis pelillos y luego me tocaba el lavarme en el mar. Él conseguía hacerme llegar a la plenitud y en alguna ocasión más de una vez seguida. Pero era muy impetuoso, y en su afán por fornicar no ponía mesura en sus embestidas, teniendo que pararlo cuando me hacía penetrar en mi.

Con Daniel en cambio, todo era más pausado más calmado y disfrutaba también mucho. Bajo la manta, cuando ya había conseguido que alcanzara su éxtasis, me acariciaba los pechos y hundía sus dedos en mi flor, acariciándola suavemente, llenándome de gozo con sus caricias, todo un suplicio que yo llevaba de la mejor forma posible. Y cuando sus labios chupaban mis pechos eran dulces e igualmente delicados acompañando sus caricias arriba con las de abajo, haciéndome disfrutar el doble.

Aunque yo lo llevaba en secreto, creo que los dos hermanos sospechaban que ambos eran mis zánganos y yo la reina del panal. De este modo las discusiones y peleas fueron más frecuentes entre los dos. Rivalizaban constantemente haciéndome regalos en forma de faisanes cazados por Carlos o peces cogidos por Daniel, yo tenía que andar regalando besos a los dos pero teniendo especial cuidado de no felicitar más a uno que a otro. La tensión se palpaba en el ambiente y yo sabía que cualquier día estallaría el conflicto.

 

Tres días más tarde.

Y por desgracia ese día llegó. Era por la tarde y había decidido ira a lavar la ropa al lago mientras los chicos buscaban algo que comer para la cena. Cuando volví a la caída del sol los encontré discutiendo, Daniel lloraba desconsolado.

 ¿Qué ha pasado aquí? -pregunté al acercarme.

 Nada mamá, aquí el renacuajo éste que se ha enfadado.

 ¡Si, pero tú tienes la culpa! -le espetó Daniel en su cara.

 ¿Pero por qué te has enfadado Daniel? - pregunté yo comprensiva.

Daniel se secaba las lagrimas con el brazo y respiraba acelaradamente.

 Es que... es que... -valbuceo.

 ¿Si? -pregunté yo de nuevo.

 Pues no le pasa nada, ya está todo solucionado mamá, ¿verdad Daniel? -se interpuso su hermano, tal vez temeroso de lo que fuese a contar.

 No mamá, Carlos dice que a él lo quieres más que a mi, porque a él le permites... le permites... hacerlo dentro y a mi no.

Al oír al pobre Daniel la ira no pudo contener mi mano y le lancé una bofetada a su cara y girándome otra fue a impactar a la cara de Carlos. Les grité Dios sabe que barbaridades y les dije que no quería verlos ni esa noche ni al día siguiente, a ninguno de los dos.

Me fui a dormir a la cueva y esa noche no cené. Creo que ellos tampoco, de modo que los tres tuvimos tiempo de reflexionar. En mi caso me plantee si mis fornicaciones con mis hijos debían terminar y decidí que sí, que era hora de terminarlas.

Los siguientes días fueron horribles, yo estaba dispuesta ha hacerles pagar la osadía de sus comentarios, parecía se disputaban sus derechos sobre mi como hembra y eso me dolió mucho. Aunque por dentro sufría yo más que ellos, especialmente por el pobre Daniel, aunque decidí no ceder ni siquiera con él, los dos tendrían que arrepentirse y aprender la lección. Los dos recibían su castigo y mi silencio como pago.

Tres meses más tarde.

Por suerte el tiempo lo cura todo y aunque al principio fue difícil terminamos reconciliándonos y observé que ahora ellos se llevaban mejor. Carlos ayudaba a su hermano y él parecía admirarlo como hermano mayor. Ambos estaban a mis órdenes en todo y aunque a veces holgazaneaban, a una voz mía los tenía dispuestos para lo que hiciese falta.

Carlos tuvo la idea, ese día consiguió dos faisanes y sus huevos así que me pidió celebrar una fiesta en la playa esa noche, y como no bebiendo un poco de ron. La verdad es que me apetecía celebrar nuestra reconciliación y accedí encantada.

Nos divertimos mucho, comimos y bebimos hasta hartarnos y luego bailamos al rededor de la lumbre. El calor nos hizo desnudarnos, yo me quité mi vestido y ellos sus camisas primero, luego sus pantalones y para mi sorpresa finalmente los calzoncillos. Carlos gritó: !Bañémonos desnudos! Y como un soldado su hermano se liberó de sus ropas y lo siguió hasta las olas, desde allí me llamaron para que me uniese a ellos.

No sé qué me pasó pero en un arrebato arranqué mis ropas sudorosas y salí corriendo hacia la playa. Ellos me recibieron con algarabía y supongo que regocijo en su borrachera. Y como el señor nos trajo al mundo nos metimos en el agua. La verdad es que el baño nos sentó fenomenal, con lo acalorados que estábamos. La borrachera se me pasó un poco y esperaba que en cualquier momento Carlos me acariciase o Daniel me abrazara, pero ellos se mantuvieron prudentemente alejados. Esto me sorprendió.

Cuando nos refrescamos volvimos a la hoguera para calentarnos y nos sentamos sobre las ropas tiradas en la arena para no mancharnos mucho con nuestros cuerpos mojados. Cuando me quise dar cuenta me vi desnuda, en frente suyo y ellos igualmente desnudos frente a mi. Los tres en silencio, ellos me miraban, me miraban los pechos banboleándose sobre mis costillas y me miraban más abajo hacia mi flor y yo también los miraba, hacia sus entrepiernas cubiertas de vello por donde asomaban sus cinganillos colgando por el frío del agua. Sentía la calentura en mi interior pero ellos no se acercaban, estaban como bloqueados por mi enfado de hace tres meses y no se atrevían ni a pestañear.

De modo que tuve que decidir intervenir yo misma y me acerqué desnuda como el diablo a ellos, que seguían mirándome todo el cuerpo.

 Bueno niños, creo que hoy os merecéis un regalo, pero no debéis tener celos uno del otro pues el regalo alcanzará para los dos, tumbaos -les pedía arrodillándome entre sus dos cuerpos en la arena.

Obedecieron sin rechistar, sin decir nada. Yo tomé sus estacas y las hice crecer en mi mano, las dos a la vez, las movía arriba y abajo hasta que estuvieron duras. Les ofrecí mis pechos y ellos los chuparon. Para que no se enojasen les pedí que se juntaran y se los ofrecía a la vez a ambos, y ambos chuparon cada uno del suyo. Tomé sus manos y les mandé acariciarme y ambos me acariciaron mi sexo y mis muslos al tiempo que yo les seguía acariciando sus penes erectos.

Llegó el momento de decidir quién era el primero en entrar en mí y para mi sorpresa ante mi duda fue Carlos el que habló.

 Madre, monta primero a Daniel, no me importa ser el segundo -afirmó con entereza.

Y de este modo se resolvió el trance. Pasé mi muslo por encima de Daniel y quedándome encima suyo tomé su estaca con mi mano y la guié hasta mi flor para que la atravesara acto seguido. Al hacerlo, emitió un quejido, fruto de la sensación que debió inundarle. Me relajé unos segundos y le dí tiempo a acostumbrarse al calor de mis entrañas, entonces comencé a moverme haciendo deslizarse su estaca entre los pétalos de mi flor y Daniel siguió gimiendo y disfrutando de nuestra fornicación.

Carlos nos miraba con su mano puesta en su mástil para evitar que este decayese y mientras nos miraba lo hacia subir y bajar en su mano. El estar allí fornicando con Daniel mientras veía a Carlos masturbarse me hacía estremecerme más y sin poder aguantarlo tomé con mi mano su mástil y comencé a moverlo yo, sin dejar de lado al pobre Daniel, que debajo de mí seguía resoplando mientras me cogía mis enormes pechos, haciéndolos subir y bajar, como si quisiera comprobar que podía con ellos él sólo.

Una idea acudió a mi mente y aunque me esforcé por reprimirla, dicho sea de paso sin muchas ganas de hacerlo, le dije a Carlos que probase a penetrarme por mi agujero secreto y éste, con su rostro iluminado como por una visión celestial, no tardó en colocarse detrás mío y tratar de hacer mis deseos realidad.

Y allí estaba yo, ensartada por mis dos agujeros y disfrutando como las brujas en el aquelarre de la noche de San Juan. Mi pobre Daniel estaba un poco asombrado al ver a su hermano hurgar de aquella manera detrás mío, pero él tenía placeres más urgentes que disfrutar y siendo así, no tardo en venirse hacia mis pechos, hundiendo su cara en ellos y llenándome por dentro con su néctar. En ese momento no me importó, llevada por el fuego de Satanás, desatada estaba ya yo.

Quedando Daniel saciado, nos dedicamos Carlos y yo a seguir con el fornicio y ahora tomando él la parte superior se echó sobre mi como un hombre que cubre a su hembra en la tradicional forma del misionero. Y gozamos durante un rato más de nuestras carnes y el muy bribón no tuvo más idea que emular a su hermano y terminar de llenarme el hueco bajo mi flor con su suave miel. Y nublada mi mente como estaba consentí de nuevo, dejándolo apurar los últimos instantes encima de mi.

En esto que el sueño ya me hacía mella, y Carlos se retiraba igualmente para dormir a mi lado, se me vino encima mi Daniel de nuevo y me pidió entrar de nuevo dentro de mi, pues aún tenía ganas. Sonreí y no pude negarme a tan lastimera petición, así que mi flor de nuevo fue invadida por el falo de Daniel, que un poco más pequeño que el de Carlos, también hacía sus delicias. Un poco dormida ya, continuó Daniel montado encima mío copulando con su habitual ternura, tanto es así que el placer que me producía más sueño me daba. De modo que cuando su segunda corrida vino a mi, ya casi en sueños estaba y lo dejé terminar para caer rendido a mi lado.

Y amanecimos abrazados los tres, con el frío del alba junto a la playa, y ayudándonos unos a otros nos fuimos al cobertizo improvisado entre las palmeras, buscando el refugio de su amparo.

El día siguiente lo pasamos de resaca, como otras fiestas que ya habían pasado, dormitando bajo las palmeras al calor del sol, pasamos la mayor parte del mismo, y sólo ya por la tarde los muchachos salieron a buscar algo que comer. Y volvieron con frutas y algunos cangrejos que asamos en el fuego una noche más.

 Bueno decidme hijos míos, no seguiréis teniendo celos ahora el uno del otro.

 Ciertamente no madre -respondió Carlos primero-. Tú eres dueña y señora de tus carnes y de tus caricias, a quién tú quieras regalárselas, eres libre para ello.

 Es cierto mamá -agregó Daniel-, aunque a mi no me gustaría que pasar mucho tiempo hasta nuestro próximo encuentro, pues es algo tan delicioso, que me gusta más que comer faisán.

Los tres reímos al calor de la hoguera y levantándome las enaguas mostré mi flor al muchacho quien con una sonrisa me pagó mi atrevimiento. Llamándolos a ambos les pedí que la acariciaran para hacerla entrar en calor, al tiempo que cada uno se colgaba de uno de mis pechos, chupando cuan bebés se tratara.

Una noche más disfrutamos de nuestras carnes, Carlos fue el primero, quien me hizo gozar como de costumbre y se digno a terminar fuera en la arena. Daniel el segundo, quien supo gozar como un había hecho antes y disfrutó largo rato de entradas y salidas de mi flor, y él también fue obediente esta vez y me regó con su semilla por los muslos y más arriba.

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