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El secreto de Beatriz (3)

en Hetero: General

Como suele ocurrir, las promesas que hacemos rara vez las cumplimos. Y este fue el caso de Aurora, pasaron los días y no las volví a ver, hasta que un día me vieron en el parque mientras jugaba con el móvil.

—¡Hola Guille! —me dijo Aurora tras cruzar la calle con Beatriz.

Cuando levanté la vista y las vi acercarse con pantalones cortos, madre e hija, casi vestidas igual, el corazón se me aceleró.

—¡Hola Aurora! —dije levantándome—. ¡Hola Beatriz! —agregué tras reparar en ella.

—¡Oye, que te he visto y me he acordado de la invitación a comer que te prometí y me preguntaba si te gustaría almorzar en mi piso hoy! Voy de camino para preparar la comida.

—¡Ah pues si! Me encantaría, la verdad —agregué dando a entender que lo deseaba más que otra cosa en el mundo.

—Pues estupendo, ¿te vienes y mientras estás con Beatriz?

—¡Ah pues vale! —dije yo ofreciéndome a cargar las pesadas bolsas.

Entramos a su piso, era la primera vez que estaba allí desde que era pequeño pero lo recordaba más o menos así, bastante cargado de muebles clásicos, terciopelo y un sofá de piel en el salón.

Me senté con Beatríz en el salón para ver la tela mientras ella iba a cambiarse y cuando salió de su cuarto, vestida con una bata semitransparente de tirantes, me llamó la atención y no le quité ojo.

—¿Queréis tomar algo mientras está la comida?

—¡Oh bueno, si no le importa! —dije yo.

—Tú ya tienes edad para tomar cerveza, ¿no Guille?

—¡Oh sí, tengo dieciocho ya! —dije yo orgulloso de mí mismo.

—Claro, eres dos años menor que mi Beatriz —respondió acordándose en ese momento.

—¿Quieres entonces acompañarme con una cerveza?

—¡Vale!

Aunque ya había probado la cerveza, no estaba acostumbrado a beberla y lo noté nada más acabar el quinto que se tomó sentada en la oreja del sofá a mi lado.

Charlamos de temas banales mientras bebíamos y aproveché para admirar sus pechos y sus muslos desnudos junto a mí. Aurora era mayor, más o menos de la edad de mi madre, ¡pero aún estaba muy buena!

Tras esto se fue a la cocina por lo que me quedé a solas con Beatriz y lo cierto es que no supe qué decirle ni qué hacer, pues me apetecía mucho abrazarla, pero estaba su madre, así que me limité a cogerle la mano y sonreírle, algo que le gustó y me correspondió igualmente con su sonrisa.

—¿Te acuerdas de nuestro secreto? —me decidí a preguntarle.

—Si, ¡secreto de Guille y mío! —respondió mientras hacía el gesto para el silencio.

Esto me tranquilizó, se ve que quien la enseñara en el sexo se había asegurado que también sabía guardar un secreto.

Entonces decidí acercarme a ver a Aurora en la cocina para ofrecerle mi ayuda.

—Oh si, ¿sabes pelar huevos?

—Bueno, no será tan difícil —reí yo acostumbrado a que en casa lo hiciera todo mi madre.

—Pues estupendo, entonces ponte aquí conmigo.

De forma que terminé pelando huevos a su lado mientras, de reojo, miraba su escote.

—¿Beatriz tiene amigos? —se me ocurrió preguntarle de repente, pensando en su amigo secreto.

—¿Amigos? ¡Claro, la llevo a un centro donde hay más personas como ella! Allí la han ayudado mucho a ser como es desde que nació.

—¡Oh claro, claro! —dije yo, pensando “qué tonto soy”.

—¿Lo dices por algo?

—¡No por nada! —reí sin ganas pensando en mi error.

—¿Ya te ha hablado de su amigo secreto? —me preguntó para mi sorpresa.

—¿Amigo secreto? —dije yo haciéndome el loco.

Si, a veces me habla de su amigo secreto. Debe ser un chico del centro. Me hace gracia, me dice que juegan a guardarse secretos.

—¡Qué curioso! —dije para disimular.

—Supongo que ahora tú también eres su amigo secreto —afirmó para mi sorpresa.

—¿Ah sí?

—Si, me dijo que contigo también tiene secretos —replicó para mi intranquilidad.

—¡Ah pues no sé a qué se refiere! —dije yo negándolo todo.

—Bueno, me gusta que seáis amigos Guille, siempre te he visto un chico muy sano —afirmó de nuevo.

—¡Pues gracias! —dije yo con cierto alivio.

Pensé entonces en preguntarle por su relación con mi madre y porqué se habían distanciado así que traté de dejárselo caer.

—Recuerdo que antes mi madre y tú erais amigas.

—¡Oh si, fuimos buenas amigas! —exclamó Aurora.

—Recuerdo que tomabais café mientras jugaba con Beatriz —añadí.

—Si, pasábamos buenas tardes juntas y Beatriz y tú siempre os llevabais tan bien —dijo con melancolía.

—¿Y qué pasó? —me lancé a preguntarle.

Ella también pensó la respuesta, algo que me extrañó igualmente.

—Bueno, pues, a veces las amigas se distancian, pues en la vida pasan cosas y a veces la otra persona se siente dolida y ya es difícil volver a estar como antes.

La verdad es que Aurora fue más allá que mi madre con su explicación, dándome a entender que se pelearon.

—Vaya, qué lástima, porque Beatriz y yo creo que congeniamos bien.

—¡Si, eso sigue siendo así, y Beatriz no es alguien que de su confianza a cualquiera! —aclaró.

—¿Ah sí? Hablando de Beatriz, voy a volver con ella que la he dejado sola.

Volví con Beatriz y seguí con ella hasta que su madre terminó de cocinar, tras lo cual nos sentamos a la mesa. Al terminar le dije que iba a volver a mi casa y Beatriz se puso muy seria, yo diría que disgustada, así que la madre me pidió que si me importaba llevármela un rato conmigo.

¡No podía creerlo! Así de fácil, ¡volvería a estar con Beatriz!

Le dije que por supuesto que no y me la llevé de la mano.

Vivíamos en la misma planta así que entré a mi casa y la llevé a mi cuarto. Allí cerré al puerta y respiré hondo. Beatriz se sentó en la cama y me sonrió.

—¿Quieres que te chupe el pito? —me preguntó nada más sentarse.

¡Increíble! Creo que tardé menos de un segundo en quitarme la ropa y ponerme delante de Beatriz. Esta, sonriente como siempre, cogió mi pene erecto y se lo tragó, chupándolo deliciosamente. Algo que había aprendido muy bien.

Disfruté de su mamada y encelado hice que se tumbara en la cama, acomodándome entre sus muslos, de rodillas en el suelo, le comí su peludo coño apartando la pelambre para llegar mejor a su raja.

Ésta se abrió y me entregó su inocencia, comenzando a gemir con mis besos en tan íntima parte. Hoy saboreé mejor su raja, estaba más calmado que el otro día y me di tiempo para hacerlo.

Cuando quise darme cuenta noté que Beatriz convulsionaba y se corría ante mis ojos. Esperé a que terminase su orgasmo y después la puse a cuatro patas sobre la cama, algo que llevaba mucho tiempo queriendo hacer.

Se la metí despacio desde atrás, agarrándome a sus caderas blancas y suaves y la follé estilo perrito un buen rato, haciéndola volver a gemir.

Tampoco tarde mucho hoy en correrme, cuando quise darme cuenta ya tenía mi polla fuera escupiendo leche sobre su culo y su espalda. Bufé aliviado al final de mi corrida y admiré de nuevo el zafio espectáculo de mi corrida sobre su piel nacarada.

La limpié con una toalla y como todavía tenía más ganas y mi erección no se había bajado, se la metí un rato más en la postura del misionero. Luego la tumbé de lado y se lo hice sujetándole un muslo desde atrás, como había visto en tantas pelis porno. Y finalmente me corrí de nuevo, pero esta vez no fui capaz de sacarla a tiempo y la tentación de hacerlo dentro fue mayor que el miedo a dejarla preñada, así que ya no hubo vuelta atrás.

Correrme en su interior fue de nuevo una experiencia inenarrable, disfruté con cada contracción mientras me corría, de su caliente interior, del suave roce de su sexo sobre mi glande, de la explosión de placer que sentí y que me transportó a un mundo nuevo de éxtasis y placer.

Tras esto descansamos tumbados un rato en la cama hasta que oí la puerta de mi piso abrirse. ¡Joder, era mi madre que había llegado!

Rápidamente busqué la ropa de Beatriz y la vestí lo más rápido que pude. Luego me vestí yo, tratando de no hacer mucho ruido para que mi madre no se diera cuenta y al final encendí la consola y le di el mando a ella para salir a buscar a mi madre, disimulando.

—¡Hola mamá! —dije asomándome a su cuarto para darle un buen susto, pues la pillé de espaldas poniéndose unas bragas limpias.

—¡Ay Guille, no hagas eso! —dijo terminando de subírselas, lo que me permitió ver su culo desnudo y tal vez su sexo, algo que me hizo dudar si realmente había pasado.

Se dio la vuelta para buscar un sujetador y me mostró sus enormes pechos desnudos tras ponerse las braguitas, algo que también me impacto en cierta medida.

—¡Qué pasa Guille! ¿Ahora no te escandalizarás por verle las tetas a tu madre, no?

—¡Oh no mamá! Perdona que me haya quedado mirando. Es que estoy con Beatriz en mi cuarto, hoy me ha invitado su madre a comer y luego me la he traído un rato conmigo.

—¡Ah vale, ahora pasaré a saludarla!

Entró al cuarto delante de mí y saludó efusivamente a la pequeña Beatriz, digo pequeña por su estatura, pues era mayor que yo en edad.

Le preguntó si lo estaba pasando bien y también por mí, lo que me dio algo de miedo por lo que le pudiese contar, pero Beatriz respondió bien a sus preguntas y no tuve nada que temer. Entonces vi un detalle, ¡la toalla que había usado para limpiarla estaba en el suelo! ¡Sin duda mi madre la vería y sacaría sus propias conclusiones!

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