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Nadia

en Zoofilia

NADIA

Hola a todos y a todas. Mi nombre, como indica el título del relato, es Nadia, y desde que tengo uso de memoria, he sido una apasionada de todo lo que tuviera que ver con la búsqueda de placeres alternativos, en todas sus facetas, aunque nada superaba mi desmesurado gusto por los animales. Aunque también he estado rodeada de muchas personas, detrás de cada una de ellas había un animal detrás, y es que siempre me he sentido atraída por ellos.

Desde que era pequeña crecí rodeada de ellos, bien fueran gatos, perros o caballos. De un modo ú otro, no paraba de estar al lado de ellos, y en mi febril, temprana y calenturienta mente no paraba de imaginar como se las apañaban para concebir esos cachorros que tan loca me volvían. Nada extraño teniendo en cuenta que mi desvirgación sucedió cunado tenía 11 años con un vecino de toda la vida y de la misma edad que mi padre, el cual no se cortó un pelo a la hora de hacerme suya. Como siempre he sido una niña sabihonda, no tardé en tomar el control de la situación para darle la vuelta a la tortilla, y lo mantuve bajo mi control hasta que me harté de él. Desde ese momento, se mantuvo lo más formal conmigo, aunque de vez en cuando me gustaba lanzarle indirectas para recordarle quien llevaba los pantalones. Espero que con esto os hayáis hecho una idea de que soy una mujer de armas tomar.

¿Y cómo empecé a tener experiencias zoo, os preguntaréis?. Pues poco a poco, queridos míos. Echando la vista atrás, la primera de las muchas vivencias con mis amados animales fue a los 13 años, cuando, mientras mi cuerpecito de niña caía en el olvido para dar paso a lo que luego sería mi cuerpo de mujer, Gordo, mi amada mascota de siempre, me miraba muy encariñado buscando mis caricias. Estaba sola en casa, y no tardé en imaginar en divertirme con mi perro(un boxer pura raza que era un primor). Mi ropa no tardó en volar, y en mi cabeza la misma idea cobraba fuerza: "¿podría Gordo sentirse atraída por una niña como yo?".

La respuesta tardó en llegar, pero no pudo si no hacerlo del modo más placentero posible. Sin recato ni pudor alguno, Gordo se puso a olfatear mi entrepierna, como si estuviese buscando algo que le interesara mucho. Entre sus olfateos y su aliento caliente, comencé a tener unas sofocaciones, pequeñas al principio, pero que fueron creciendo en intensidad según siguió olisqueando a su jovencita ama. Despegué mis piernas para que pudiera olerme a placer, y debo confesar que aquella fue una de las situaciones más morbosas de toda mi vida: desnuda en el sofá en mi casa, con el riesgo de que mis padres y mi hermano me pudieran pillar abriéndome para que mi propio perro hiciera lo que quisiera conmigo. Aquello hizo que mi excitación subiera de un modo exponencial hasta que, incapaz de contenerme, empecé a toquetearme en mis entrañas, indicándole a Gordo que debía hacer y donde hacerlo. Literalmente le di carta blanca para que diera rienda suelta a sus instintos.

Y lo hizo, vaya que sí: sacando su áspera y fantástica lengua, se puso a pasarla por encima de mi labio vaginal, proporcionándome una increíble y salvaje cadena de jadeos que se hacían más fuertes conforme él proseguía sus lametadas en mi vulva palpitante. Jamás había hecho nada parecido y lo cierto es que me lo estaba pasando tan bien que no quería que aquello se acabase nunca. Mi gruta no tardó en chorrear sus jugos sobre la cara de mi Gordo, que apuraba sus lengüetazos para darse el que seguramente fue el mejor atracón de su vida. Tenía mis pezones tan duros que me dolían, de manera que sin pensármelo dos veces me puse a jugar con ellos para intentar aliviar su durez. Lejos de ablandarse, se me pusieron como dos fresones de tanto placer que estaba recibiendo. Mi amado perro seguía lamiéndome cada vez más fuerte, hasta el punto de que acabó haciéndome estallar del orgasmo que me dio. Cuando conseguí incorporarme sobre el sofá, lo abracé dulcemente, le rasqué la cabeza, le di un beso y le dije mimosa "a partir de ahora te vas a poner morado, cacho pillín".

De vez en cuando, y cuando nadie me veía, me escondía a solas con Gordo para que me hiciera lo que quisiera. Pocos días después de nuestra primera sesión, me lo llevé justo detrás de casa, donde nadie nos buscaría a esas horas, y me saqué la camiseta, quedándome desnuda de cintura para arriba. Según me senté en el suelo con la espalda apoyada en la pared, mi mascota se puso a jugar con mis guindas de un modo demencial. Parecía que estuviera loco de contento pudiendo jugar así conmigo, y mentiría si dijera que yo no disfrutaba con ello. ¡¡Me ponía a mil por hora!!. Mi perro del alma se encargaba de darme unas veladas de infarto, me daba un placer que nadie podía superar ni mucho menos alcanzar. Me los dejó tan agrietados que pensé me iban a reventar de la excitación. Tan cachonda estaba que me quité el pantalón del chandall que llevaba y me abrí de piernas para mi Gordo, que ni corto ni perezoso se entregó a lamerme la vulva tan fuerte que creí morir de placer. Me sentí literalmente explotar de emoción cuando me sobrevino un orgasmo que solo puedo calificar de impresionante.

Después de aquello, era evidente que yo tenía que ir a más. La mera idea de quedarme estancada en el sexo oral se me hacía insufrible. He sido y soy una mujer a la que le gustaba el cambio, la sorpresa, la novedad, y en ese momento, aunque los chicos ya comenzaban a fijarse en mí(nada raro teniendo en cuenta que casi nunca llevaba sujetador y casi siempre iba de empitone), yo necesitaba algo más, lo sentía en mi cuerpo, en mis más profundas vísceras. Era una necesidad tan fuerte que me sentía ahogar en un mar de apariencia y frivolidad para que nadie notase nada, pero por dentro mi interior explotaba en rebeldía(y también de ansias). A tal punto llegué, que cuando llegó mi cumpleaños, me di el mejor regalo que podía hacerme a mí misma.

Tras la consabida fiesta con todos mis amigos, amigas y familiares juntos(no fue un grupo pequeño precisamente), yo busqué a mi amado Gordo, encontrándolo mordiendo una zapatilla vieja de papá que era su juguete favorito. Lo silbé para que viniera a mi habitación, a mi cama, donde quería hacerlo para que, cada vez que me fuera a dormir, recordara la que, estaba convencida, sería la experiencia más gratificante de toda mi corta vida. Sabía que todos estaban tan metidos en sus habituales charlas y cotillones que no se percatarían de mi ausencia, aún siendo yo la anfitriona. Cuando él apareció por la puerta, la cerré y luego me fui a mi cama, quitándome la ropa para estar desnuda ante él. Estaba más nerviosa que excitada, lo confieso, pero ahora lo recuerdo con un cariño muy tierno. Fue fantástico.

En lugar de ponerme echada como era la costumbre, decidí ponerme a su nivel y colocarme sobre la cama a cuatro patas, abriendo mucho mis piernas y mis nalgas para que él disfrutara viendo a su ama dispuesta a convertirse en su esclava, en su puta, en su perra salida. En mi mente no podía dejar de imaginar como sería sentirme poseída por él, pero era algo que estaba a punto de averiguar. Pero antes, como no, Gordo me dio su habitual sesión de sexo oral que hizo maravillas en mi conchita, dilatándola lo suficiente para recibir su amoroso miembro, el cual, debo decir, ya había probado en más de una ocasión, y aunque su semen no era del todo de mi agrado, al menos lo probé para saber si me gustaba. Mis pezones, una vez más, parecían semáforos en rojo permanente, y mis dedos se encargaron de ponerlos más calientes aún, pues quería vivirlo todo al máximo exponente. Perderme cualquier detalle era como un insulto para mí.

Tras haberme arrancando un primer orgasmo que solo fue el preludio de lo que iba a pasar, le sobé un poco su miembro para hacerle entender que era lo que quería, y lo pillo a la primera: según volví a mi posición original, él se puso detrás de mí, intentando ensartarme con su rojiza pértiga, la cual ardía al chocar con mis muslos. Solo de sentir su roce me excitaba nuevamente, y solo un arranque de prudencia evitó que diera gritos de placer que habrían alertado a todos al notar como él me deseaba. Sentirme así de deseada por él, de necesitada, me hacía sentir en las nubes. Nada era mejor que saber cuanto él quería hacerme suya. Hizo varios intentos fallidos, incluso estuvo a punto de desvirgarme mi increíblemente estrecho ano(que tiempo después también le daría), pero al final obtuve mi recompensa, y me folló.

Y de que manera lo hizo: fue un acto atroz, salvaje, brutal, carente del sentimiento y emoción que habría entre dos seres humanos. ¡¡Y eso me encantaba!!. Yo era su perra, su perrita fiel, su hembra que lo mimaba y lo satisfacía, y ahora, la que se dejaba follar hasta el delirio. Su verga me rellenó mis entrañas por completo como nunca pensé que pudiera ocurrir. Literalmente me sentí empalar por su polla divina, la cual no perdió ni un solo ápice de su brutal fuerza desgarradora. Estaba loca perdida, totalmente ida. ¡¡Quería ser follada por él, quería ser violada si fuera preciso, lo quería todo mientras fuera con él!!. Ni todos mis locos sueños nocturnos me habían preparado para ese momento sublime y apasionado en que viví mi primera follada con mi Gordo del alma, la mejor con diferencia de toda mi niñez y preadolescencia.

Cuando me arrancó el segundo orgasmo él todavía seguía a lo suyo, ensartándome en su viril garrote canino sin darme tiempo a respirar ni a recomponerme de aquello, que no lo niego, me exaltó mucho más. Sentir que yo era su mero objeto de su placer, un simple instrumento sexual que usar cuando él quisiera me fascinaba. A punto de llegar al tercer orgasmo de la tanda(siempre he sido muy sensible en estas cosas), Gordo se corrió dentro de mí, anudándome con su bola y haciéndome un daño terrible. Aquello me pilló por sorpresa y no pude si no llorar de dolor mientras me mordía el labio inferior para no gritar. Gordo se dio la vuelta y quedamos enganchados unos minutos. Sus esfuerzos por sacármela fueron los que me proporcionaron el último y angustioso orgasmo, que casi me dejó muerta de agotamiento.

Si debo ser sincera, no tengo ni idea de cómo me las apañé, pero lo cierto es que salí de allí y volví a la fiesta como si no pasara nada, y por increíble que parezca, nadie me preguntó porqué me costaba caminar. Mientras paseaba con los demás, iba evaluando a mis vecinos y amigos, recordando quienes tenían perro y quienes no. Si habéis pensado que aquello me hizo desistir de mi amor por ellos, os equivocáis rotundamente. Todo lo contrario: me animó a disfrutar más. Cierto fue que el nudo de Gordo me pilló desprevenida, pero ahora que ya lo sabía, estaba preparada para cualquier otro. No iba a dejar que ninguno se escapara de mis garras.

Y ninguno lo hizo, queridos míos. Días tras día, semana tras semana, mientras atendía mis quehaceres como si nada hubiera pasado, por mi mente no dejaba de pasar el recuerdo de esa primera vez con mi amado Gordo, y el deseo de repetir experiencia con otros canes del lugar. Como todos se fiaban de mí, no vieron con malos ojos que de repente fuera picando de puerta en puerta para pasear a sus mascotas a cambio de un precio razonable. Y de esa manera, me convertí en la paseadora oficial de perros del barrio, los cuales, en cuanto llegábamos a un lugar que me había agenciado, iba enseñándoles poco a poco como meterse entre mis piernas. Me costó lo mío, lo admito, pero el premio recibido compensó un millón de veces todos mis esfuerzos. Todos y cada uno.

Según fue pasando el tiempo y según fui creciendo, desarrollé mi natural gusto por los hombres, pero la mayoría de ellos solo eran los típicos adolescentes que solo buscaban un polvo rápido(y si podían repetir cuando quisieran, mejor que mejor), y el resto los habituales tímidos o empollones más atentos a su próximo examen que a mis necesidades(afortunadamente, solo tuve un par de esos líos, ¡menos mal!). En fin, que al paso que llevaba, me veía crecer con la única compañía de Gordo y su camada, porqué estaba dispuesta a que tuviera descendencia para seguir satisfaciéndome cuando hiciera falta. Era demasiado feliz con su garrote entre mis piernas como para dejarlo.

Fue en ese momento cuando me llevé un duro revés que ni siquiera pensé que ocurriera: me pillaron, y no fue alguien cualquiera. ¡¡Me pilló mi hermano!!. Después de varios años de tomar precauciones y de andar con mil ojos, me tuvo que pillar precisamente en la única vez que bajé la guardia, pensando que estaba con la novia al otro lado del pueblo. Imaginaos la escena: vuelves a casa después de estar con la novia dándote unos arrumacos, y te encuentras a tu perro follándote a tu propia hermana. Se quedó de un petrificado que si le pinchaban no le hubieran sacado sangre. Yo también quedé de piedra, pero viendo que mi secreto estaba amenazado, reaccioné enseguida.

¿Y que hice, os preguntaréis?. Bueno, como dice el dicho: "piensa mal y acertarás". Si pensáis mal mal mal, pues habréis acertado. No fue algo que planease desde el primer momento, pero después de una larga discusión y de una bronca de tres pares de narices, vi que no me quedaba más remedio que pasármelo por la piedra para que callase, y habida cuenta de mi cuerpo bien esculpido, pasé enseguida a la acción, seduciéndolo primero con mis pechos y luego con una mamada que casi lo dejó comatoso. Y el resto, como dicen, es historia: conseguí su silencio y yo mi libertad.

(Debo puntualizar un detalle: si bien no estuvo nada mal hacerlo con mi hermano mayor, lo cierto es que tampoco me volví una obsesa del incesto, aunque de vez en cuando, si estaba muy pero que muy necesitada de hombre, recurría a él para darme un gustazo. La única cosa que me proporcionaba tanto placer como ser usada impunemente por un animal para su goce era tener el control absoluto sobre un hombre para hacer con él cualquier cosa, y tratándose de mi propio hermano, el placer era doble, ya que a veces podía usarlo para diversos fines, los cuales dejo a la imaginación.)

Al crecer y hacerme mujer, me trasladé a vivir a la ciudad, ya que el pueblo, por desgracia, se me hizo pequeño para mis ambiciones. Eso sí, volvía todas las veces que pudiera, pero mis visitas eran cada vez menos frecuentes, con lo cual busqué nuevas maneras de divertirme. Lo primero, como no, pasaba por encontrar una perrera y buscar el que sería el amor de mis amores en mi casa, el rey del castillo. Y así conocí a Zar, un precioso y encantador husky siberiano por el que perdí la cabeza nada más lo vi. Tenía que ser mío, y no paré hasta conseguirlo.

No cabía en sí de gozo cuando por fin pude adoptarlo y quedármelo para mí sola. Inmediatamente me puse a entrenarlo para que supiera que, llegado el momento, la ama se convertiría en esclava y él en mi amo, por el cual gritaría de gusto todas las veces que hiciera falta. Me costó lo mío educarlo como es debido, pero cuando conseguí mi propósito, gané al mejor amante que una mujer puede adquirir. Los polvos que me echaba eran una auténtica vorágine desenfrenada, tanto que era difícil contener los gritos de placer que me hacía dar cada vez que sentía como su amantísimo garrote penetraba en mis entrañas para llevarme al cielo. Para mí era gloria celestial.

Aunque eso no me quitaba de tener ligues ocasiones y algún que otro folleteo de fin de semana, para mí no había nada más que recibir las atenciones, mimos y polvos de mi amado Zar. Como suele decirse, "no hay color": no podía comparar entre un tío de 10ymuchos ó 20ypocos ansioso por echarme un polvo rápido y desquitarse, y un perro que superaba a cualquier tío en potencia de follada, ni por asomo. Eso no me quitó de tener mis aventurillas por ahí, no queridos míos, esta hembra siempre ha sido muy fogosa, y como no solo de pan vive el hombre, un ídem de vez en cuando me venía muy bien, aunque prefería mil veces un amante canino a uno humano. Era más satisfactorio.

En ese punto de mi vida, y acabado el primer curso de la universidad, pasé el verano en mi antiguo hogar. Me llevé a Zar conmigo al no tener con quien dejarle, el pobre, y me lancé de lleno a los abrazos de mi familia y amigos para pasar un verano fantástico libre de todos los rollos de la ciudad, aunque ese no era el único motivo que me impulsaba a volver, no señor: desde hacía años, desde aquella primera experiencia con Gordo, había algo que no dejaba de darme vueltas por la cabeza. Era un sueño que anhelaba realizar por encima de cualquier cosa, pero dada mi edad y mi inexperiencia, tuve que aguantarme y esperar a tener la edad necesaria, cosa que al fin tenía. ¿Qué cual era mi plan, queridos míos?. Bueno, es simple: si antes yo me había convertido en perra, ahora iba a convertirme en yegua.

Así es mis amores, esta hembra sedienta de sexo estaba loca perdida por sentir a un equino con una pértiga de tres metros con la que empalarme. Mi coño estaba hambriento por una superpolla que me hiciera delirar de goce, que me llevara a un cielo de placer al que no todas estaban dispuestas a llegar. Siempre he sido muy liberal en cuanto a sexo por una sencilla razón: uno nunca sabe lo que le gusta o disgusta hasta que lo prueba, y dado que hasta el momento nada lo que había hecho me había desagradado, estaba más que dispuesta a vivir y sufrir la violenta follada de un caballo entre mis piernas. Mmmm eso me ponía loca de contenta.

Si antaño había paseado perros por dinero, en esta ocasión recurrí al mismo truco para cuidar caballos, pasando largos ratos en las cuadras de mis vecinos, los cuales, enormemente alegres de tenerme allí, me lo enseñaban todo sobre los equinos. No me costó mucho conseguir que me dejaran sola durante largo rato una vez tuve la suficiente experiencia y confianza de hacerlo todo por mi cuenta, lo que me benefició a la hora de elegir el que sería mi semental, mi amante, mi violador y el ladrón de mi corazón. Y el escogido fue Tano, un potro de pocos años al que no le faltaba mucho para llegar a la madurez. Quedé maravillada solo de verlo, era perfecto para mí.

Un detalle que debo decir era que, si la experiencia resultaba lo bastante salvaje y placentera, estaba dispuesta a dejarme follar por todos los equinos que tuviera a tiro, pero me dije que para empezar era mejor uno que no estuviera del todo desarrollado, a fin de no caer aplastada bajo su peso. Tano era ideal, y muchas veces salía a montar con él, ya que desde niña fui una amazona consumada y me encantaba retomar una vieja afición. Claro está, cuando conseguía quedarme sola con él entre árboles, siempre lo acariciaba en su forro totalmente desnuda, para que él supiera que su amazona iba a ser su yegua querida. Y Tano, como no, lo entendió.

Al cabo de mes y medio de estar en las mejores vacaciones que había tenido hasta la fecha, y aprovechando que mis vecinos habían acudido a ver a sus hijos, que vivían al otro lado del pueblo, me deslicé furtivamente hasta las cuadras donde ellos pacían tranquilamente. Fui hasta donde se encontraba Tano y me metí con él con toda confianza, sabiendo que no tenía nada que temer. Esa tarde iba ligera de ropa, de manera que en medio minuto me encontraba desnuda, excitada y húmeda a más no poder, eso sin contar el nerviosismo que tenía, el mismo que cuando Gordo me folló por primera vez. Recordarlo solo hizo que me excitara muchísimo más.

Había jurado no volver a la ciudad sin haber vivido en mis carnes la experiencia de convertirme en la yegua más cerda que hubiera, y ahora por fin mi sueño se iba a hacer realidad. Me masturbé un poco para que mi cuerpo estuviera lo suficientemente preparado, y después me acerqué a mi amante para acariciarlo. Le di un par de abrazos y bajé hasta su entrepierna, acariciándolo con mucho cuidado para que no se sintiera amenazado. Mis ojos brillaron como dos soles en cuanto aquello comenzó a asomar fuera del forro, mostrándome la tan deseada pértiga con la que había soñado desde la primera noche de mi regreso. Se me hacía la boca agua solo de mirarla, literalmente la comía con los ojos, la devoraba con la mirada…y luego la devoré con mi boca.

Evidentemente no podía meterme en mi boca semejante tranca, pero podía chupársela, mamársela y lamérsela cuanto quería, y me puse tan ardiente que me encontraba fuera de sí. Estaba totalmente ida al notar el sabor de su pollón, de notar su calor entre mis manos, de sentir su deseo en mis entrañas. Éstas me pedían a gritos al oído que lo hiciera de una maldita vez, que me abriera para él. Quería sentir ese ciclópeo armatoste dentro de mí lo antes posible, pero antes, y para saborear otros placeres, de uno de mis bolsillos saqué dos terrones de azúcar, que me encargué de deshacer y poner sobre mi coño una vez me eché sobre la paja, bien abierta de piernas.

Que forma de lamerme, aquello era una delicia. Tano devoraba gustoso el azúcar a la vez que devoraba mis incipientes jugos, los cuales casi salían a chorros de tanta excitación que llevaba encima. Mis pasiones estaban siendo liberadas después de años y años de espera y represión, y ahora iba a disfrutar cada instante. También me puse un poco en los pezones, y afortunada no mordió, pero sí lamió a base de bien hasta dejarme los pezones agrietados y duros como dos uvas pasas. Después de otro rato devorando mi almejita empapada, había llegado el momento final: me incorporé, doblé el espinazo, me abrí de piernas, me abrí los labios vaginales, y esperé.

No hay palabra, ya sea en español, inglés, francés, italiano, alemán, belga, ruso, chino mandarín o swahili que pueda ni remotamente expresar lo que sentí cuando Tano logró su objetivo y rellenó con su verga cada rincón de mi abultada y anegada gruta. Me perforó, me barrenó, me empaló, casi me reventó al penetrarme, y aunque el dolor fue terrible debido al grosor, en lo más profundo de mi ser estaba estallando en un júbilo liberador. Afortunadamente pude soportar su peso y a continuación simplemente me dejé hacer por él, gimiendo y gozando como la yegua que ya era, viviendo en toda su intensidad el gran sueño de toda mi adolescencia.

El orgasmo resultante me sobrevino como si me hubiera explotado en la cara una bomba capaz de reducir un edificio a escombros. Fue algo tan obsceno, tan indecente, tan salvaje y mordaz que todas las folladas previas con Gordo, Zar y los otros perros(sí, en efecto, hubo muchos más) era nada en comparación, menos que nada. Ay mis amores, quedé tan extasiada con ese orgasmo, y mi cuerpo tan conmocionado, que no lo dudé a la hora de seguir en esa posición para dejar que Tano volviera a follarme las veces que quisiera. Y vaya que si lo hizo. Prácticamente me quedé tumbada en el suelo reventada a más no poder, pero más feliz de lo que había sido en mi vida.

No tengo ni idea de cuantos orgasmos llegué a tener, pero llegué a perder la cuenta de ellos. Pocas veces, más bien ninguna, había conseguido darle a mi cuerpo semejante dosis de felicidad sexual, pero era algo que deseaba repetir. Sentir como su pollón se corría dentro para luego notar como casi todo su semen se escurría entre mis piernas y caía en riachuelo era el éxtasis. No sé cuanto tiempo estuve allí dejándome follar por él, pero debió ser como una hora, quizá más, quizá menos. Lo cierto es que perdí la noción del tiempo, y en mi mente repasaba, una y otra vez, lo que me acababa de pasar. En cuanto llegué a casa me duché y limpié a fondo, masturbándome de forma feroz al recordar la pértiga de Tano follándome. Fue un día espectacular.

Nadie podía entender porqué durante los siguientes días tenía el rostro radiante y una sonrisa de oreja a oreja, y desde luego a nadie se lo conté. Bueno, a casi nadie, ya que tenía un cómplice (involuntario) de mis aventuras: mi hermano. La cara que puso cuando se lo dije fue todo un poema, sin contar con el añadido de que sabía que no podía decir nada. No podía delatarme sin delatarse él en el proceso, y eso me encantaba. Adoraba torturarle contándole todas mis locuras, ya que me gustaba enfurecerle. Solo en ese momento de arrebato me pegaba las folladas más salvajes de todas. Tanto es así que llegó a violarme un par de veces, pero él sabía, y era cierto, que a mí me gustaba.

Al bueno de mi hermano lo acabé corrompiendo como jamás pensé que haría, pero era mi mayor triunfo, cosa que me proporcionaba gran placer. Aunque mi dominio sobre él era cosa del pasado, todavía podía mandarle hacer lo que yo quería. Su complicidad fue algo que me sirvió para disfrutar en más de una ocasión para convertirme en yegua más de una vez. De hecho, me las apañé para tenerlo de mirón mientras todo ocurría. Y no solo con los caballos si no con los perros, incluido el propio Zar. Ni que decir tiene que procuré enfurecerle lo bastante para que siguiera pegándome esos salvajes polvos con lo que disfrutaba. Me pasé el verano jugando con él, y aunque él a veces fingía vergüenza y pudor, creo que el fondo le gustaba todo aquello.

Una vez el verano terminó y volví a la ciudad con Zar, me sentí como una mujer mucho más madura y completa después de haber realizado mi gran sueño, pero aún así, sentía que tenía que ir a más, que avanzar en una nueva dirección, con lo que en seguida me puse a buscar algo que pudiera servirme para darme nuevos placeres. Zar seguía satisfaciendo mis necesidades la mar de bien, pero yo intuía y notaba en mi alma que algo me faltaba. Aunque busqué y busqué por todos lados, la respuesta se me escurría, hasta que, paseando, por la ciudad, un cartel me dio la respuesta: el circo.

Sabía que dos o tres veces por año el circo llegaba con sus números circenses, los cuales solo había visto de niña para perder interés por ellos según crecí, pero en este momento la idea de volver al circo se me antojaba como la salida a mis súplicas, y sin dudarlo volví a él para pasar un buen rato…y planear nuevas diversiones. Observé detenidamente todos los números, riéndome y divirtiéndome, y en mitad del show, ¡¡premio!!, encontré lo que buscaba. Al acabar me fui a pasear entre las jaulas, viendo a los responsables de mi nueva de felicidad: un grupo de chimpancés.

Busqué al responsable de cuidarlos y me pasé largo rato hablando con él, intentando sonsacarle algo de información para conseguir mi propósito, pero éste resultó ser algo inflexible, pero nada como ofrecerme yo misma como pago para que él cediera a que yo me metiera en su jaula. Tras un pago por adelantado, y con el consentimiento de que él lo viera todo (me encantaba que me observaran en situaciones así), me acerqué a los monitos, me quité la ropa y me puse en la paja que había en el suelo. No sabía si ellos sabrían que hacer conmigo, de manera que me abrí de piernas para toquetearme, dándoles a entender que debían hacer y donde hacérmelo.

Empezaron con algo de timidez, pero al ver mi pasividad ganaron confianza y se envalentonaron. Eran 3 chimpancés de pocos años de edad, lo que me beneficiaba a la hora de conocer el sexo con ellos si tenía en cuenta que era fácil que estuvieran en época de celo. Sus toqueteos constantes se convirtieron en caricias y luego en un acercamiento más directo, llegando a mis abultadas tetas y mamando de ellas como si fueran bebés. Sus bocas juguetonas me pusieron en órbita, y el que se quedó sin mamar, viendo lo mojada que estaba, probó a hacer leves incursiones con su dedo en mi coñito, teniéndome excitada en muy poco tiempo. El cuidador, mientras tanto, se la estaba pelando como un mico con una cara impagable. Aquello era un vicio de los buenos.

Se turnaron mis tetas un buen rato hasta dejármelas doloridas, y cuando se cansaron de ellas, me volví de espaldas para facilitarles la tarea, mostrándoles todo mi conejito para que se metieran por él. Tuve que armarme de paciencia, pero mereció la pena. Uno de ellos(no recuerdo cual, sus nombres los olvidé) se adelantó y metió otro dedo por mi chochito, haciéndome gemir. Bajé un poco el culo, me puse como muerta en la paja, y el chimpancé, ni corto ni perezoso, se me subió a la grupa, agarrándome de mis tetonas con tanta fuerza que pensé que me las iba a arrancar. A continuación, y con mayor habilidad de la que esperaba, apuntó, probó, acertó: ¡¡y me folló!!.

Sus acometidas iban y veían como una locomotora. Sus chillidos de placer mientras se follaba a una hembra humana animaban a los otros dos, los cuales estaban uno a cada lado mirando la escena, y también el cuidador, que tras su primera corrida, ya estaba camino de la segunda(cuanto desperdicio de leche, que pena). Para ser tan pequeño, no podía si no admirar la forma en que tenía de darme por mi rajita empapada. Estaba más radiante que si me hubiera tocado el gran gordo de lotería: me estaba dejando follar por un sucio mono en su jaula de circo, y me encantaba. De ser por mí, no me hubiera importado que me encadenasen a esa jaula para pasarme una semana entera siendo su esclava sexual. ¡¡No quería que terminara!!.

Tras el primero monito, llegó el segundo, no sin antes girarme para que pudiera hacérmelo en la consabida postura de misionero. Sin problema alguno volvió a aferrarse a mis tetas y me metió su verga dentro, poniéndose a follarme con fuerzas renovadas mientras sus compañeros, en especial el que faltaba, se pajeaban tanto como el cuidador. Al mirarlos a ambos, no sabía quien era el humano y quien no. ¡¡Ambos tenían la misma cara!!. Para mí era un delirio absoluto del que no me estaba perdiendo ni un solo detalle. El monito hacía bien su trabajo, pistoneándome a base de bien, y sí amores míos, me corrí como una perra una vez más cuando el monito también terminó corriéndose dentro de mí, dando chillidos de felicidad.

Como no iba a marcharme de allí sin vivirlo por todos los sitios, me volví a voltear para abrirme las nalgas. Aunque el tercer monito quería hacerlo por delante, conseguí convencerlo de que me diera por el culo: su verga se deslizó suavemente por mi ano dilatado y se puso a encularme con un vicio que me resultaba tan exultante como fantástico. La orgía que me estaba montando, o mejor dicho, que se estaban montando a mi costa, me tenía a mil por hora y no era para menos. Si soy sincera, no tengo ni idea de cuanto me pasé en esa jaula, pero sí puedo asegurar que todos los monitos me lo hicieron por delante y por detrás, y que yo acabé derrengada sobre el suelo.

Fue el cuidador quien me sacó de allí para llevarme a su caravana. Yo estaba hecha unos zorros: mi pelo revuelto, mi cuerpo algo magullado y con un cansancio que rayaba la extenuación de haber corrido durante kilómetros. Antes de dejarme ir, el cuidador se aprovechó de mí un par de veces más, sobretodo dándome por el culo para no ser menos que los monitos que él mismo cuidaba. Cuando me marché de allí y llegué a casa, solo pude darme una ducha rápida y caer en la cama. Había sido agotador, pero yo no podía dejar de sonreír.

Desperté con el cuerpo magullado y dolorido por todas partes, sobretodo en mi ano. Sí queridos míos, desde pocos meses después de hacerlo por primera vez con Gordo y en adelante con todos los animales, mi culito ha recibido todas y cada una de sus amorosas y fantásticas vergas. A veces incluso dejaba que él y los demás me abotonasen por detrás para hacerme gozar más allá de toda fantasía. Y creedme, si la enculada de un perro puede ser dolorosa, ni os imagináis lo que duele la de un caballo.

Tras recuperarme de aquella experiencia, no tardé en buscar algo nuevo para satisfacer mi cuerpo, así que me puse a buscar alguna cosa que cubriera mis necesidades. En la universidad no tuve fortuna, pero con el paso del tiempo descubrí que al otro lado de la ciudad, a bastante distancia, había un zoo, en el cual, aunque no había muchos animales que me llamaron la atención, logré encontrar al que se iba a convertir en mi nuevo amante: un simpático orangután llamado Macaco.

El nombre me hizo estallar en carcajadas, pero al poco rato estaba relamiéndome de gusto imaginando que él me poseía una y otra vez. Cuando el zoo estaba a punto de cerrar intenté buscar a algún cuidador, pero no tuve suerte. Eso no me detuvo y volví días después, encontrándome con un cuidador, un tío de unos 2 ó 3 años mayor que yo al cual abordé sin tapujos, dejándome meter mano para echar un par de polvos y tener más facilidades de acceder a él. Estaba ansiosa por conseguirlo. ¡Tenía que ser mío!.

Cuando le dije lo que quería, él aceptó con una condición: montarse conmigo una sesión sadomasoquista, lo que me dejó atónita. Me dijo con mi cara de viciosa y mi cuerpo de zorra era más que perfecta para recibir ser sometida y humillada. Por suerte siempre he sido de reacción rápida, y fui yo quien lo sorprendí aceptando, a condición de que él también se llevase su buena ración de dolor de mi parte, y es que ni de lejos pensaba dejarme hacer así sin más por cualquiera. Él aceptó mi oferta, y pocos días después quedamos en su casa para cumplir con lo prometido.

Aquello fue de auténtica locura: tirones, agarrones, arañazos, bofetadas, algunos mordiscos ocasionales y pellizcos fueron la tónica dominante de los que fueron los polvos más obscenos que jamás eché con un hombre. Al final caímos derrengados al suelo después de aquella sesión salvaje. No hubo sangre, pero ambos nos quedamos con unos cuantos moratones bien repartidos por el cuerpo, que tardaron varios días en desaparecer. Cada vez que los veía, me ponía como una moto. Me gustó tanto…

Superado ese obstáculo, tenía vía libre para disfrutar de Macaco, así que el cuidador llevó al animal a una especie de sala de examen junto conmigo. Acepté que el hiciese de voyeur, y sin demorarme más, me desnudé y cogí a Macaco en brazos para tenerlo junto a mis tetas. Pensé que él no sabría hacerlo, pero me equivoqué, pues se puso a jugar con mis pezones y a mamar de ellos como si intentase sacar leche. Me las dejó bien duras y los pezones agrietados, poniéndome terriblemente excitada y deseando que aquello pasara a mayores. Estaba ansiosa por gozar, queridos míos.

Me eché sobre una camilla de hospital con las piernas un poco abiertas, tocándome un poco para decirle al simio donde debía tocarme y como hacerlo. No estaba segura de si él lo entendería, pero lo hizo a la perfección. Al igual que los monitos, acercó el dedo primero con timidez, pero al ver el efecto que eso producía en mí, se envalentonó y comenzó a tocarme con más descaro, provocándome unas sensaciones que me volvían loca de contenta. Luego le acaricié un poco la verga y me volví a echar, abriéndome para él, esperando que viniera a penetrarme.

La espera no duró ni un minuto: colocándose en posición firme y agarrando mis tetas con una fuerza que me hizo gemir de dolor, Macaco consiguió penetrarme, haciéndome jadear de satisfacción. Inmediatamente después se lanzó a follarme como un poseso, arremetiéndome con todas sus ganas. Yo estaba completada ida, me dejaba llevar por el momento y me dejaba hacer por el simio, que me follaba como un condenado. Fue un polvo tan increíble que acabé corriéndome de forma visceral y desgarrada, lo mismo que él. Quedé rendida en la cama, incapaz de moverme.

Recogiendo el semen que había en mi coño con las manos, me lo llevé a la boca y lo degusté sin parar, pues desde siempre he sentido una especial debilidad por tragar toda clase de semen que pasaban por mis manos. Aunque algunos me gustaron más que otros, siempre lo he tragado todo, y esa no fue una excepción. El cuidador, que no perdía detalle, alucinaba con la escena. Justo después me volteé, ofreciéndole mi culo a Macaco, que no perdió ni un segundo: se agarró, apuntó, y arremetió.

Quedé muy sorprendida al ver como Macaco y los chimpancés del circo se parecían, ya que el orangután se agarró a mis tetonas mientras me ensartaba por el culo, consiguiendo que chillase entre dientes de puro placer. Al mismo tiempo su verga enterrada en mi ano hacia las delicias de mi cuerpo, gozándome con su potencia animal como solo él sabía hacerlo. Finalmente acabé corriéndome y chillando como una histérica, y él, animado por mis voces hizo lo mismo, regándome por dentro. Había sido un polvo sensacional, de los que hacen época. Fue gloria celestial.

Aquello me había gustado tanto que pedí volver más adelante para disfrutar del simio, y el cuidador aceptaba si podía verme todas veces. Yo acepté con una condición: él tenía que dejarse encular por mí. Así de tajante fui. Y él, con tal de verme, aceptó mi propuesta, dándome a escoger entre sus muchos consoladores. Escogí una verga de unos 15 cm. de largo por 3 ó 4 de ancho sujeta a un cinturón, sabiendo que le dolería de verdad. Después de echarme otro polvo me lo puse, apunté, y me lo follé.

Fue algo muy morboso y excitante follarme a un tío, y no lo solo me gustó a mí si no a él, que lo disfrutó más que yo incluso. De hecho lo gozó tanto que quedé atónita, y al acabar y recobrar el aliento me contó que debido al tamaño de la verga le había llegado a tocar el punto g de los hombres, que estaba oculto dentro del ano, y que de ahí provenía el orgasmo que le produje. Me tenía impresionada, jamás en toda mi vida me había encontrado con nadie al que dominar y que me dominase como él, y viendo lo prendado que estaba de mi cara de viciosa, de mi ondulado y largo pelo castaño y de mis ojos almendrados, ya no nos separamos. Era uno para el otro.

Nos casamos unos cuantos meses después, causando una verdadera conmoción en todo el círculo de mi familia y amigos, quienes ya me daban por perdida a la hora de encontrar marido. Me casé sabiendo que iba a haber cuernos por ambas partes, pues no pensábamos renunciar a nuestras aficiones y perversiones. Como regalo de bodas mis padres me dieron algo que me hizo darles un fuerte abrazo y un beso igual de fuerte: me regalaron a uno de los cachorros de Gordo, al que llamé cariñosamente Gordito.

Con dos perros para nosotros, lo primero fue encontrar una casa donde vivir, y decidimos irnos a una zona residencial a las afueras de la ciudad, entre otras cosas porqué era un terreno virgen para nosotros y porqué la casa y el jardín rodeado por altos setos nos proporcionaba la suficiente intimidad para llevar a cabo nuestras diversiones sin ojos curiosos. Además, también nos proporcionada un lugar tranquilo, lejos del ajetreo de la ciudad que tanto detestábamos.

Tras la consabida fiesta de presentación de nuestra llegada al vecindario, descubrí al cabo de un par de días al que sería mi próximo objetivo, a dos casas a la izquierda de la mía, en la acera de enfrente. Aquello era una auténtica joya de bruto que no tardó en ser el protagonista de mis sueños y deseos durante meses, excitándome con solo mirarlo y relamiéndome solo de fantasear en ser follada por él, y cuya dueña no tenía ni idea de la maravilla tenía en casa: un gran danés de nombre Jonás.

Desde el primer día intenté un acercamiento a la dueña, una profesora de instituto de más o menos mi edad que vivía sola. Todos mis esfuerzos caían en saco roto, pero no me di por vencida. Incluso mi marido me ayudó algunas veces, pero no nos fue posible llegar hasta ella. Poseía un halo de hermetismo que no tardó en ser una frustración para mí. Aún así no podía rendirme, no con semejante maravilla a un palmo de narices, así que opté por otra vía a la espera de lograr que me follara.

Una tarde, pasados varios meses de estar allí, fui a hacer una visita a su casa para tomar algo, y fue en ese momento cuando lo entendí todo, al llegar a ver una foto enmarcada que ella siempre quitaba de una cómoda al llegar yo, pero que en esa ocasión no tuvo tiempo de hacerlo cuando yo se la quité de las manos por curiosidad: era un retrato mío, sacado a escondidas cuando salía de casa alguna mañana. ¡¡Resultó que la profesora no solo era lesbiana, si no que además estaba enamorada de mí!!.

Ella se llevó las manos a la cabeza y se puso a llorar temblando, explicándome que le había gustado mucho desde el primer que llegué, pero que, sabiendo que yo estaba casada, no podría llegar a tenerme. Aquello fue como si se hubiera abierto el cielo para mí, y llevándola a su cama, nos desnudamos y nos pasamos la tarde entera follando sin parar, diciéndola al final que estar casada no me quitaba de estar con ella también. Desde ese día la tomé por mi amante y siempre me ha colmado de atenciones.

Al cabo de un par de días, las dos solas con Jonás en mi casa, le mostré la joya en bruto que tenía en su casa sin ella saberlo. Ella estaba expectante sin saber lo que iba a ocurrir, pero yo estaba en el cielo: al fin lo había conseguido. Mi amante se quedó sentada cerca de mí para no perderse detalle. En cuanto me desnudé, mis ágiles dedos fueron al forro del can y en seguida consiguieron sacarle su preciada herramienta. Deseosa de disfrutarla, no pude contenerme las ganas y me llevé a la boca.

Mi amante estaba que no se lo creía, pero yo estaba pasándolo de maravilla. La polla de Jonás era una delicia para mi paladar, y chupaba con mucho gusto. Se la mamé largo rato hasta que abriéndome de piernas el buenazo de él empezó a lamerme con su fantástica y rasposa lengua, arrancándome unos gemidos que salían del fondo de mi cuerpo, que anhelaba tanto sus caricias que me parecía iba a estallar ahora que las estaba recibiendo. A continuación llegó el gran momento, y poniéndome a cuatro patas con la cabeza apoyada en el Sofá del salón bien abiertas, Jonás se me subió, y me penetró.

El largo y sonoro gemido de placer que lancé mientras sentía sus carnes hundirse en las mías un regalo para mis oídos. Mi amante, absorta mientras veía todo el show, se frotaba el clítoris con gusto sin perderse detalle de cómo su mascota me hacía una mujer muy muy feliz. Sí mis amores, aquello fue fantástico, y después de correrme, fui capaz a convencerla de que probara ella. Aunque le dolió al principio, acabó gozando tanto o más que yo, tanto es así que terminó diciendo a pleno pulmón que ya nunca volvería a preocuparse por encontrar alguien que la hiciera feliz. Yo me derretía solo de oírlo.

Cuando mi marido se enteró de todo lo ocurrido, quiso que ella y yo nos lo montásemos delante de él, con nuestras 3 mascotas dispuestas a hacernos gozar cuantas veces hicieran falta. Dicho y hecho, aquella noche en que quedamos él se lo pasó bomba viendo a dos mujeres en acción entregarse la una a la otra, para después convertirse en auténticas perras montadas varias veces por Gordito, Zar y Jonás. Mi amante incluso aceptó probar a ser enculada, lo que fue el colofón de una noche de depravada lujuria.

Ya para entonces éramos la comidilla de todo el vecindario, y en parte eso nos gustaba. Es más, nosotros mismos alimentábamos los rumores con una actitud algo distante. Amables, sí, formales, sí, pero sin intimar demasiado. El hecho de que mi vecina estuviera tanto con nosotros disparó muchos cotilleos a cual más disparatado, pero a nosotros eso nos sabía a gloria. De hecho, esos rumores fueron el pistoletazo de salida para que yo viviera algo nuevo y placentero como a mí me gustaba, aunque al principio yo no tenía ni idea de lo que ocurría.

Resultó que al otro lado de la urbanización, y sin que yo lo supiera, tenía un compañero de trabajo, y éste, que había escuchado todos los rumores, no tardó en comentarlos con todos los demás. Mi fama de putona no tardó en extenderse a todos los que allí trabajaban, por lo que desde entonces mis compañeros eran más amables conmigo, y estaban más atentos a todos mis movimientos, fijándose mucho en como vestía y como me movía. Aquella situación me gustaba, pero ignoraba a donde me iba a llevar. Y aunque lo hubiera sabido, tampoco lo hubiera cambiado queridos míos.

Cuando descubrí que era la comidilla de toda la oficina y descubrí el porqué, les di motivos para que hablasen más de mí, ya que no pasó mucho para que ellos intentasen flirtear conmigo, lo que me encantó. Enseguida comencé a pasarme algunos por la piedra, disfrutando de polvos ocasionales aquí y allá, hasta que descubrí que en mi propio trabajo había algo que me hizo volver a relamerme de gusto, marcando un nuevo objetivo para mí, uno muy apetecible. Era mi propio jefe, y decidí que tenía que ser mío por dos razones: era un hombre de color, y tenía un pastor alemán, Rufus.

Lo descubrí una mañana que estaba llegando al trabajo, al verlo despidiéndose de su mujer, quien llevaba bien sujeta a su querida mascota. Ay queridos míos, que satisfacción al ver que se me presentaba otra oportunidad de pasarlo en grande. Con la ventaja de que él ya conocía mi fama de zorra, comencé a vestirme de manera más provocativa para que él y los demás me mirasen y tocasen disimuladamente. Pronto cayó rendido a mis encantos en su propio despacho, una noche que habíamos quedado los dos solos. Y la fama de los negros, en este caso, estaba más que justificada.

El ambiente en el trabajo no podía ser mejor, siendo manoseada por algunos y usada por otros. Después de que mi jefe y yo lo hicimos varias veces, le ordené que una noche trajera a su querido Rufus, aunque no le dije para que lo quería, pues deseaba sorprenderle. Y bien que lo hice. Delante de sus propias narices el animal me hizo suya, después de darle una fantástica mamada y de dejar que me lamiese la cuquita hasta dejármela anegada en babas. Mi jefe no se creía lo que veía: su propio perro se estaba tirando a su empleada. Solo eso bastó para que se matara a pajas todo el rato.

Fue una sesión fantástica, y el bueno de Rufus me echó 4 ó 5 polvos de una sola vez, incluyendo una maravillosa enculada que me hizo ver las estrellas. Quedé tirada junto a él sin poder moverme, y mientras Rufus descansaba del desahogo que yo le había dado, mi jefe ocupó su lugar y literalmente me forzó sin que yo hiciera nada para evitarlo. Sus polvos eran descomunales, me hacían derretirme como queso fundido. Como broche de oro me tragué todo el semen, tanto el de Rufus como el de su dueño, haciendo éste me prestara más atención en adelante.

Cuando conté en casa todo lo que había pasado, mi marido estaba loco de alegría, y mi amante se quedó igual de contenta. Al contarlo todo con pelos y señales, una idea se le cruzó a mi marido por la cabeza, y cuando nos la dijo, los tres estábamos locos de satisfacción por ponerla en práctica lo antes posible. Al volver a ver a mi jefe, quedamos una noche a una hora determinada en mi casa, y tenía que traer a Rufus con él. El hecho de no revelarle nada de lo que iba a pasar fue mejor aún, pues la curiosidad lo estaba consumiendo y aceptó sin dudarlo.

Nada más llegar él, nos encontró a mi amante y a mi desnudas, esperándolo en el salón. A nuestro lado estaban Gordito, Zar y Jonás, a los que ahora se unía Rufus. Al estar todos, las dos nos pusimos unas máscaras para cubrir nuestros rostros, y sin esperar nada, fuimos directas a por nuestras amadas mascotas, chupando, lamiendo y acariciando sus estupendas pollas, convirtiéndonos en perras con la aprobación de mi marido y mi jefe, los cuales no se perdían detalle del evento, clavando sus miradas en nosotras dos, desnudas y entregándonos a 4 perros de una sola vez. Solo de pensar en ello bastaba para calentarme hasta ponerme loca de sexo. Me lo iba a pasar en grande.

Dicho y hecho, tanto mi amante como yo nos pusimos a cuatro patas, y uno tras otro, los cuatro canes fueron follándonos como solo ellos sabían hacerlo. Nosotras gemíamos y chillábamos que era una delicia oírnos. A la vez que uno nos la metía hasta y el fondo y nos daba con saña masturbábamos a otro, mientras los demás revoloteaban alrededor, esperando su turno. Era el sumun del placer; mi amante y yo teniendo a cuatro amantes para que nos lo hicieran cuanto les viniera en gana, haciéndonoslo por delante y por detrás, mientras los hombres eran testigos de todo lo ocurrido.

Hay un detalle que debo añadir, queridos míos: para esa noche en especial las dos habíamos pasado un largo periodo de abstinencia sexual, reprimiendo nuestras pasiones para que, en ese anhelado momento, éstas estallaran en toda su magnificencia, y bien que estaban estallando ahora. Nuestras impagables caras retorcidas de placer era un regalo para los hombres que nos miraban(las máscaras tapaban lo justo). No sé cuantos polvos nos echaron nuestros perros, pero se nos quedó el chocho muy escocido, algo doloroso pero que me gustaba.

Cansados, mi marido se llevó a los perros y dejó paso a Macaco, al cual teníamos apartado en otra habitación para evitar peleas entre ellos. Nosotras no nos movimos de allí, esperando que él viniera. Nos echó un par de polvos más a cada una, siendo algo especial ya que para mi amante era la primera vez con un simio. Tal como esperaba, le gustó tanto que se corrió a grito pelado mientras él se la tiraba, provocándola un orgasmo que casi la hizo desmayarse, pero aún faltaba lo mejor.

Mi marido y mi jefe, después de la soberbia actuación de Macaco, se pusieron también dos máscaras que había sobre una cómoda y vinieron con nosotras, poniéndose a finiquitar lo que los animales habían empezado. Como buenos amigos que eran, se nos rifaron y turnaron sin problema alguno, apoderándose de nuestros cuerpos y dando rienda suelta a sus pasiones, que llevaban queriendo volcar en nosotras desde el primer polvo que Gordito y Zar nos echaron a cada una de las dos. Estaban tan salidos que aquello parecía más una violación que un polvo consentido. Que delicia…

¿Y porqué, os preguntaréis, todos llevábamos máscaras, queridos míos?. Muy sencillo: ¡¡ESTÁBAMOS GRABÁNDOLO TODO!!. Desde que ella y yo nos pusimos las máscaras, mi marido se puso a filmarnos sin perderse un solo detalle, tomando a veces primeros planos de nuestras tapadas caras para después tomar primeros planos de nuestras penetradas vulvas, que eran arremetidas a toda velocidad por unos y otros. Cuando él y mi jefe vinieron por nosotras, dejó la cámara en un sitio desde el cual podía manejarla a su voluntad, consiguiendo un apoteósico final para la película.

Un par de días después nos juntamos para ver lo que se había grabado, y solo de verlo nos lo montamos entre los cuatro, rememorando los mejores momentos. No fue tan espectacular como en la película, pero fue otra estupenda noche de lujuria incontrolada, y tanto nosotras como ellos acabamos tirados por el suelo, agotados. Aunque dijimos que no haríamos segunda parte, hicimos copias para todos nosotros y algunos íntimos, lo que con el tiempo nos garantizó más placeres de los imaginados. De todo lo que se vio en la cinta, lo que más me enorgulleció fue ver a mi amante dejándose follar por mi marido y por mi jefe, pues me costó cielo y tierra convencerla.

Tiempo después me quedé embarazada, lo que fue una deliciosa noticia tanto para mi amante como para mi marido, pero también un veto para mí. Aunque mi cuca ya no podía seguir el ritmo de antes, mi culito suplió a la perfección todas mis necesidades, pero si debo ser sincera, en alguna ocasión aislada permití que me follaran bien follada, pues a mi marido le apasionaba tirarse a una vez embarazada. Me encantó, por supuesto, pero no tenía permiso para correrse dentro, de manera que me lo tragaba sin perder ni gota. Con mi amante, como no tenía ese problema, me divertía a lo grande.

Di a luz a una preciosa pareja de gemelos, chico y chica, quienes de momento no saben nada de nuestras actividades, pero llegado el momento descubrirán todo lo que hicimos, y llevando nuestra sangre sé que seguirán nuestra herencia. Eso sí, cuando ellos no están, nosotros tres seguimos haciéndolo con nuestras mascotas: con Romanov, el hijo de Zar; con Gordito, que aún vive; con Harpo, el hijo de Jonás, y de vez en cuando, con Rufus y su cachorro . No es que Zar y Jonás murieran, pero ya están más mayores y con ellos hacerlo es más ocasional, aunque igual de placentero.

No me arrepiento de nada de lo que hecho mis amores, al contrario. Me lo he pasado en grande con todas y cada una de las cosas que he probado. Es más, incluso he hecho otras que no voy a contar, pero de las que daré algunas pistas. Esto incluye a parte de mis amigas, todos mis amigos, cadenas y fustas, un toro llamado Feroz, una panda de adolescentes salidos(eran entre 6 ó 8) y un grupo de viejos pervertidos, aderezado con nata montada, leche y miel. Los detalles de cómo todo eso pasó y de qué manera os lo dejo a la imaginación queridos míos, pero dejadme avisaros: por mucho que intentéis imaginarlo, siempre os quedaréis muy cortos. Fue mucho más perverso.

Repasando todo lo que he hecho a lo largo de mi vida, no me puedo quejar de cómo el destino me trató: probé el interracial con mi jefe(entre otros), fui victima de violación(más o menos), participé en orgías, he sido incestuosa, lesbiana, dominadora, sumisa, voyeur, actriz porno amateur e incluso otras cosas que no contaré aquí, pero por encima de todo, he sido, soy y seré zoofílica. ¿Pensáis que eso me hace una puta salida?. Sí, eso es cierto. ¿Pero pensáis que eso me convierte en malvada, en una amoral?. No queridos míos, para nada: lo que ocurre es que yo, simplemente, soy mujer…

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