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Celda de castigo

en No Consentido

CELDA DE CASTIGO

             -¡Dios de mi vida, no me lo puedo creer!. ¡Es Sariego!.

            -¿Quién?

            La veterana agente miró a su joven compañera con sorpresa, mientras las dos se encontraban al lado del coche que habían ido a revisar al encontrarlo parado en un lado de la cuneta de una carretera, en plena noche en que estaban, y en donde se hallaba al volante una mujer que parecía estar sedada o adormecida.

            -¡Juez Sariego!-recalcó-. Es una de las tías más duras contra el delito del circuito judicial, y en especial de los delitos de faltas: imprudencias, robos, atracos, accidentes de tráfico...yo misma he testifiqué una vez en un juicio donde presidía ella...

            -¿Y una juez tan dura e implacable iba a conducir borracha?, porque tiene toda la pinta de estar trompa.

            -¡Imposible!, ¿que diablos iba conducir ella borracha, con lo estricta que es?.

            De pronto, la veterana agente observó su ropa y señaló con la cabeza hacia la juez, para que su más novata compañera se fijase en un detalle concreto, pero ésta no supo ver lo que la pelirroja de ojos verdes trataba de decirle.

            -Lleva zapatos caros...y nuevos-se fijó más detenidamente-. Esta tía se ha ido de fiesta, y por lo que se ve, se lo ha pasado en grande. ¡Anda!, retiro lo dicho-se rió-: no fue de fiesta, fue de ligoteo.

            -¿Y eso como lo sabes, listilla?.

            Entre risas contenidas, la veterana le apartó un poco el pelo de la juez del cuello, dejándose ver un evidente chupetón.

            -Pero bueno-protestó airada-. Oye Marta, ¿quién te crees que eres, la hermana de Grissom en plena investigación del CSI?.

            -La veteranía es un grado, chica-ironizó-. Eso y ver series de crímenes como esa misma, CSI. No te vendría mal ver alguna, Daniela. Un poco irreales a veces, pero muy instructivas. Aprenderías mucho.

            -¡Yo ya sé mucho!-se defendió, y se cruzó de brazos-.

            Los ojos verdes de Marta, sin pretenderlo, se posaron en el escote del vestido de noche que la juez llevaba, pero no fue el prominente pecho de Sariego lo que captó su atención, si no algo que parecía ser...

            -Dientes-susurró débilmente-...

            -¿Qué dices?.

            -Mira esto-y los ojos negros de Daniela miraron donde Marta señalaba-. Tiene marcas de dientes en los pechos y los pezones. Se los han mordido, o mordisqueado. Menuda juerga se tuvo que dar...y que bestia tuvo que ser el tío para hacerle eso...

            Marta se atrevió a abrirle un poco el escote del vestido. En efecto, y rodeando la areola de ambos pezones, aún podían distinguirse marcas de dientes. Sin llegar a bajarle los tirantes del vestido, los deslizó un poco para poder mirar mejor.

            -¡Marta!-susurró-, nos vas a meter en un marrón, para ya...

            -¡Chst, calla, déjame ver!.

            Sorprendida de su propia curiosidad e inconsciencia, Marta entreabrió su escote, comprobando que la juez no llevaba ropa interior, algo extraño para una mujer con un pecho de ese tamaño. Aunque grandes los pechos de la juez no daban la sensación de haber pasado por el quirófano. Parecían naturales...y deseables, lo bastante para que en un acto de locura, decidiera a posar su mano sobre uno de ellos y comprobar los que sus ojos ya le decían.

            -Mmmm-gimió Sariego-...mmmm...no...no más-decía en murmullos-...por favor no muerdas más...Carmen no me muerdas más...

            Aquella última frase pilló a las dos agentes de policía de sorpresa, y se quedaron mirándose entre ellas totalmente estupefactas.

            -¿“Carmen”?-repitió Marta-...¡la leche!, ¡Sariego es lesbiana!...

            -¡Marta!-intentó gritar entre susurros para no despertar a la inconsciente juez-. O la dejas ahora mismo y nos van a joder vivas como nos pillen así.

            Daniela, que evidenciaba su juventud en el cuerpo y su apego a las normas, veía con estupor una situación de la que pensaba perdería su placa, cosa que apreciaba de un modo extremo por lo mucho que había luchado para conseguirla, pero al mismo tiempo la situación, inusitada y extraña, le provocaba encontrados sentimientos. El ver como su compañera comenzaba a magrear los voluminosos pechos de una juez se convertía en un morboso y perverso placer para sus sentidos.

            -Las tiene grandes-comentó la pelirroja-. Y suaves...son mejores que las mías...

            -¡Marta!, ¿se puede saber que coño haces?, ¿es que tú también eres lesbiana?.

            -¿Estás de broma?-le contestó en tono jocoso, como si compañera hubiera dicho un verdadero disparate-. Ni en sueños, pero no voy a dejar pasar la ocasión...

            -¿Ocasión de qué?-y Daniela frunció el ceño, confundida-.

            -De vengarme, por supuesto. ¿Sabes cuantas veces detenemos a alguien al que luego ellos-señaló con la cabeza a Sariego- dejan libre por un simple tecnicismo legal?, ¿sabes la de veces que gente culpable sale libre por su causa?...¿y sabes cuantas veces se me volverá a presentar la ocasión de darle su merecido a una juez?...no, no soy lesbiana, pero a esta cabrona me la voy a follar a saco...

            Y uniendo acción a las palabras, Marta fue a sentarse en el asiento del pasajero, justo al lado de la juez a la que había dejado su pecho al aire y a la que volvió a cogerlo con sus manos, apretando y soltando varias veces con bastante fuerza, provocando que Sariego emitiese varios gemidos. Daniela, de pie al otro lado, veía como la juez movía los brazos como para acariciar la cabeza de la policía una vez Marta se agachó y con un descaro absoluto, se metió los pezones de la juez en su boca. La joven agente vio algo muy extraño en las muñecas de la juez y dio un toque a su compañera para que lo viese.

            -Marcas de ligaduras-dijo ésta-: la han atado. Las pulseras las tapaban, pero está claro como el agua: a esta tía la han atado en plan bondage. Nunca me imaginé que a la juez le fuese el sexo duro...

            Daniela estaba desconcertada. ¿Por qué alguien como ella, con tanto poder, se dejaría atar y someter de esa manera por otra persona?. No podía entenderlo, y mientras le daba vueltas a la cabeza, sus ojos estaban fijos mirando como la pelirroja Marta se iba a dar un festín con Sariego. En su cuerpo se azoró una tormenta interior que parecía ser devastadora: por un lado sabía que estaba mal lo que estaba pasando, pero por otro no podía apartar la vista de cómo su compañera y amiga se cepillaba a la juez con una total impunidad, aprovechándose de su estado de embriaguez.

            No solo se la estaba tirando, si no que además se aprovechaba de los murmullos de la juez, las frases entrecortadas que iban saliendo de su boca cuando Marta abusaba de ella. Daniela escuchaba con asombro “por favor Carmen, no más mordiscos...no me muerdas más...no quiero que mi marido lo vea...no seas bruta...sí, soy tu esclava...” así como frases más subidas de tono y que Marta utilizaba para dominar a la juez al usurpar la identidad de “Carmen”, quien quiera que fuese.

            Por su parte, Marta se lo estaba pasando en grande mientras se comía las tetas de la juez con una saña que no sabía de donde le venía pero que la tenía poseída. Se había propuesto abusar de la juez y no iba a cortarse un pelo para cumplir la inesperada pero deliciosa venganza que se le había presentado. Las muñecas de Sariego, con varias pulseras en cada una, habían logrado tapar lo que por accidente se había desvelado, y al saber de su afición (o más bien sumisión) por el sexo duro, Marta no se lo pensó dos veces para reclinar el asiento del conductor para tumbarlo totalmente y haciendo uso de sus esposas, atar las muñecas de Sariego al asidero de la puerta del coche. Separándole las piernas, le quitó la ropa interior y comprobó que la juez no solo llevaba su intimidad depilada, si no que tenía detalles de haber sido “maltratada” recientemente. Carmen, lo más seguro, había dejado marcas de sus dedos allí. Marta alucinó: ¿tan fuerte se lo había cogido para dejar allí marcas de dedos?.

            Todo aquello evidenciaba que debajo de la rígida y estricta figura de la juez latía furioso un corazón corrupto que disfrutaba con la humillación. De tener el poder en su vida pública, pasaba a perderlo en su vida privada. De sometedora, a sometida. Y si a la juez le iba la sumisión, Marta iba a darle un montón de ella, toneladas de asquerosa sumisión para abusar de ella y dejarla bien servida. Como ya le había bajado el vestido por los hombros antes de esposarla, pudo desnudarla y dejarle el vestido a un lado. De esa manera, no solo Marta pudo ver el cuerpo desnudo de la juez, si no también Daniela, que todavía de pie apoyada en el coche, veía toda la escena con una mezcla imposible de placer y terror. Para cuando Marta reparó en su compañera, la vio con la chaqueta abierta, mostrando sus pechos (sacados de su sujetador) y aplastados contra el cristal, y como una de sus manos se metía por sus pantalones buscando su rincón de placer.

            -¡Ven aquí, putilla de tres al cuarto!-sonrió malévola-. ¡Ven y dale caña a ésta, que lo estás deseando!-le dijo Marta-.

            Marta no podía creerse su suerte en aquel punto perdido del mapa, en mitad de una carretera por donde nunca pasaba nadie. Conocía de sobra aquel lugar y sabía que no serían molestadas aunque allí sonase una banda de bombo y platillo a todo volumen. Moviéndose un poco, Marta y Daniela movieron con cuidado a la juez para dejarla a la larga sobre los asientos traseros, reclinando los delanteros para organizar una suerte de cama, y Marta dejó que su joven compañera se pusiese sobre Sariego en más o menos cómoda postura. El corazón de Daniela le iba a mil por hora. Por una parte quería parar todo lo que estaba pasando, pero un perverso y retorcido lado oscuro dentro de ella le decía que debía seguir pasara lo que pasara. Admirando las curvas del cuerpo de la juez, no pudo si no relamerse ante lo que creía era un bocadito de cielo listo para comer y disfrutar. Gracias a los datos que le había aportado su compañero Daniela sabía que a Sariego le iba el sexo duro y que no debía ser amable o cariñosa. Era sexo, puro y duro, en toda la extensión de esa última palabra. Y si sexo quería, sexo le daría.

            -¿Vamos, esperas una invitación?-la inquirió Marta-. Y recuerda susurrar, para disimular la voz, no sea que nos pille.

            Daniela asintió con la cabeza y como paso previo, cogió a la juez por la nuca, bien fuerte del pelo, y le estampó un fuerte beso en la boca, metiéndole la lengua hasta la campanilla. En el estado en el que la juez se encontraba, ésta era dócil y manejable, totalmente indefensa en sus manos. Daniela siguió besándola varias veces, disfrutando de sus lenguas retorciéndose en furiosa batalla.

            -¡Voy a hacerte mía, putita!-dijo Daniela-. ¡Voy a hacer lo que tanto me gusta y tú tanto odias!.

            -Mmmmmm...nooooo-murmuraba Sariego-...no me hagas eso Carmen...no me lo hagas por favor...otra vez no...no me muerdas los pezones...

            ¡Así que era eso!. De ahí venían las marcas que Marta había visto antes. Daniela se sorprendió de sus cualidades para interrogatorios en una situación así, pero el dato que Sariego les había dado a ambas era más que suficiente para tener por donde actuar. Daniela le dio un par de chupetones en el cuello antes de bajar a sus pechos y de meterse sus pezones en la boca. Con cuidado para no morder lo suficiente y despertarla, fue mordiendo, mordisqueando y probando la rugosidad y el tacto del estupendo y aún bien formado busto de la juez, magníficamente conservado con el tiempo. Horas y horas de gimnasio, sin duda alguna. Aunque Sariego no parecía pasar de 45 años, un examen a fondo denostaba su madurez. Daniela no pudo evitar compararla, aunque ni de lejos se parecía físicamente a ellas, con mujeres como Norma Duval o Isabel Preysler, por las que parece jamás pasan los años.

            -Mmmmmm...noooooo paraaaa...Carmen...no seas mala...no me muerdas...por favor no me muerdas...chupa lo que quieras pero no muerdas...

            -Chica, eres toda una putita bien entrenada-oyó Daniela detrás de ella, y no sabía si sentirse humillada por ese trato...o excitada-. No sabes como me pones verte así. Dale duro a esta perra.

            Recostadas sobre el gran asiento trasero del coche, Daniela se sentía como en sus años de adolescencia, cuando llegaban las fiestas y ella aprovechaba para divertirse con algún chico que le hiciese la proposición adecuada en el momento oportuno. Era casi como volver al instituto.

            -¡Daniela!, ¿se puede saber qué coño haces?, ¿es que también eres lesbiana?-le bromeó Marta, devolviéndole la frase que le había dicho ella antes-. Parece que fueses una experta por como te lo montas con ella. ¿Es tu primera vez con una chica?.

            “Si tú supieras...”, pensaba Daniela para sus adentros. Mientras se encargaba de estimular y sensibilizar los pezones de su amante, Daniela recordaba a aquellas amigas y compañeras de instituto con las que, a solas entre ellas, había tenido algún que otro escarceo, nada serio pero sí muy divertido, tiempo atrás. Jamás había pensado que iba de nuevo a poner en práctica todo lo aprendido con ellas, pero tal y como Marta había dicho, no iba a desaprovechar la ocasión de disfrutar de una juez que no estaba en situación de defenderse. Una oportunidad en la vida que no volvería a producirse.

            Los gemidos y jadeos de Sariego, perdida en las más ardientes divagaciones, se oían cada vez más claramente. Daniela estaba haciendo muy bien su trabajo, sobando y acariciando los pechos de Sariego con mano firme. Marta, que veía el espectáculo del todo alucinada, no podía parar de acariciarse entre sus piernas, buscando acrecentar la sensación de excitación, fantástica y maravillosa, que la inundaba. Le maravillaba ver como su joven compañera sabía más de lo que parecía a simple vista, el repaso que le estaba dando a la juez era ejemplar, casi como los castigos de ésta cuando dictaba sus sentencias en el tribunal.

            -Mmmmmmm...que bien sabes putita...me encantas...me vuelves loca, ¿lo sabes verdad? ...quiero comértelo todo...te lo voy a dejar bien mojadito...

            -No seas brusca...no me dejes marca como la otra vez...tengo un marido, él no puede ver lo que me haces...no seas ruda Carmen...por favor...sé buena...

            Ni a Marta ni a Daniela las hizo mucha falta entender de donde provenían las marcas en los muslos y en el sexo de Sariego que habían visto antes. Daniela estaba un poco asustada por la presión que debía aplicar en el sexo de la juez. Una cosa eran los pezones, pero si se extralimitaba en el coño de la juez, el lío que se iban a buscar las llevaría a prisión, como poco. Aún así, ya estaban de perdidas al río, de manera que no había otro modo de arreglarlo que seguir adelante, pasara lo que pasara.

            -Mmmmm...así Carmina mía...dámelo todo mi amor...mmmmm sí por favor, así me gusta...no seas bruta...

            Daniela lo acariciaba firme, pero sin rudeza. Directa pero sin piedad al mismo tiempo. Midiendo mucho cadencia y ritmo, pronto pasó de usar la mano a usar su propia boca para penetrarla con la lengua. Sariego arqueó un poco la espalda mientras ella se retorcía sobre el asiento trasero del coche. Marta, entreabriendo los ojos, absorta en su propio mundo, fue presa de un orgasmo mientras veía a su compañera degustar el coño de la juez, que estaba excitándose cada vez más. Lejos de parar, aún con su orgasmo recorriéndola de parte a parte, seguía tocándose y acariciándose, tocando, casi rozando con la yema de los dedos, sus pezones, que estaban duros y excitados. A diferencia de Daniela, los de Marta tenía un debido más marcado en color y tamaño, en tanto que los de su compañera eran más finos y pequeños.

            A un gesto de Daniela, Marta se movió de su asiento y se cambió con su amiga y compañera para que fuese ésta quien degustase a la juez. Justo antes del intercambio de papeles, Marta se quedó un momento mirando a la joven y bella Daniela, a sus ojos negros como un mar de petróleo, a su pelo igualmente negro como la noche. Daniela devolvía la mirada a los ojos verdes de su mentora y compañera, y en un acto furtivo e ilícito, pero muy excitante, ambas se prodigaron un fuerte morreo con lengua incluido, como seña de la complicidad entre ambas.

            -Dicen que es malo mezclar trabajo y placer-sonrió Daniela, traviesa-.

            -Será malo...pero que gusto da hacerlo-dijo Marta malévola-.

            Cambiadas las tornas, Daniela volvió a su calidad de espectadora en tanto que su compañera ocupó su lugar entre las piernas de Sariego. Ésta no parecía haber notado la ausencia de una boca y lengua en su sexo, y reaccionó como si nada hubiese pasado. La veterana policía no solo se encargó del sexo de la juez, si no que con las manos fue a por los pezones, los cuales acogió y pellizco con malicia, sin ser muy brusca pero tampoco demasiado blanda. Sin nada que ocultar, Daniela no lo dudó a la hora de dejar su cuerpo al aire y desnudarse del todo. Llevando una pierna por detrás del volante, en el borde del salpicadero, se abrió del todo para acariciarse, masturbándose alegremente en tanto que Marta seguía chupa que te chupa en la vulva de la juez. Un delicioso y rico conejito bien depilado, suave y terso, que sabía a gloria.

            Mientras se acariciaba, Daniela entreabrió los ojos un segundo para mirar a la juez. ¡Horror, estaba despierta!. Se quedó paralizada mientras Sariego, con sus azules ojos entreabiertos, parecía estar mirándola fijamente. Marta, al estar enfrascada y con los ojos cerrados mientras seguía prodigando un denodado cunnilingus, no se enteró de lo ocurrido. La respiración de Daniela parecía que iba a provocar que el corazón se le saliera del pecho. Entonces, como si nada hubiese pasado, Sariego volvió a cerrar los ojos y a murmurar cosas, la mayoría de ellas ininteligibles. Daniela quedó petrificada, con una excitación tan grande que no se pudo controlar. Si en verdad la juez la había visto, se habría encontrado con una chica desnuda, con una pierna sobre el salpicadero, abierta de en par mientras se masturbaba. Daniela no podía parar. Aquella mirada le provocaría muchas lascivas noches en su casa.

            -Mmmmmmmm-se oía-...mmmm Carmencita mía...mi Carmina del alma...mmm mi amor...sigue así...dame más Carmen...soy toda...soy tuda tuya...eres mi ama...

            Marta seguía las instrucciones de Sariego. Ésta, que debía estar recreando en sus sueños su reciente encuentro con su amante, iba dando todas las pistas de cómo debían las chicas actuar con ella. De esta manera, una vez Marta terminó su trabajo y la hizo gozar, cuando Daniela la suplió con más miedo que perversidad, Sariego fue presa de un beso negro que la joven policía jamás había hecho antes. Por suerte, toda la zona estaba extremadamente limpia, seguramente algo previo a su encuentro con su amante, lo que le garantizaba unas buenas condiciones higiene. Paralelo al beso negro, Marta se unió poniendo sus dedos sobre los labios vaginales de la juez, acariciándole el clítoris y con pequeños toquecitos lo iba estimulando. Entre ambas, Sariego se humedeció hasta llegar a un nuevo orgasmo. Marta y Daniela sonrieron. Sonreían como nunca en su vida.

            -¿Sabes donde vive?-preguntó Daniela-. Habrá que llevarla a casa, digo yo.

            -No, no lo sé. Espera, que llamo con la radio del coche patrulla, a ver si alguien de comisaría lo sabe.

            Marta, también desnuda, salió de un coche a otro, tanto que Daniela quedó sobre la carretera, totalmente en cueros. Le encantaba esa idea de estar desnuda al aire libre, con el riesgo de que la pillaran. Cualquiera que hubiese pasado por allí mismo se habría encontrado con una joven policía enseñando todos sus encantos en mitad de la calzada. A pesar de su desnudez, se sentía más fuerte y poderosa que nunca.

            -No, nadie lo sabe-volvió Marta-. Los chicos nos han dicho que la llevemos a la comisaría a que duerma la mona, que no podemos dejarla aquí. Yo conduciré el coche de la juez, tú síguenos en el coche patrulla.

            -De acuerdo, pero habrá que vestirnos, digo yo. No podemos ir así vestidas por comisaría, a saber que pensarían los chicos de nosotras-bromeó Daniela-.

            -Sí, claro, no se vayan a pensar que somos unas cualesquiera-y se rieron las dos-.

            Volviendo a ponerse sus uniformes, ambas se subieron cada una a un coche y condujeron un buen rato hasta llegar a su comisaría, en un barrio de la periferia. Sariego seguía tan inconsciente como cuando la encontraron, y no había forma de despertarla.

            -Vale chicas, nosotros nos ocupamos-dijo uno de los compañeros que estaba en el turno de guardia-. Volved a vuestro puesto, ya nos encargaremos de que despierte.

            -Muy bien, es toda vuestra. Nos vemos.

            Marta y Daniela se fueron al coche patrulla y antes de irse, la joven policía vio como su compañera le clavaba los ojos.

            -¿Eres lesbiana, verdad?. Te he visto muy desenvuelta con Sariego.

            -¡Yo que sé lo que soy!-bromeó, jocosa-. Soy tantas cosas que ya no me acuerdo de todas.

            Marta vio que no sacaría una respuesta de su compañera y se quedó un momento en silencio, pensando.

            -¿Tienes algo que hacer en tu día libre?-preguntó finalmente-.

            -De momento no, ¿por qué?.

            -Te invito a comer a mi casa, nos lo pasaremos bomba...y aprovechamos para contarnos cosas.

            -¿Cosas?-Daniela hizo gesto de divertida curiosidad e ingenuidad-, ¿qué clase de cosas, Marta?.

            -Cosas-repitió-. Cosas de chicas. Tenemos mucho de que hablar, pequeña.

            -Y mucho que hacer-arqueó las cejas con gesto sarcástico, y ambas esperaron a estar lejos de ojos indiscretos para entregarse a un furtivo y apasionado beso-.

             Mientras tanto, en comisaría, Sariego reposaba en un sofá de la sala de espera, que se encontraba vacía. Los dos agentes de policía que la custodiaban se miraban entre ellos con cara de circunstancias, cruzados de brazos.

            -¿Qué hacemos con ella?. ¿La dejamos aquí?.

            -Podríamos divertirnos un poco, ¿no crees?.

            -¿Estás mal de la olla?. Si intentamos algo se nos caerá el pelo si despierta. Es una juez, tío. ¿Quieres acabar en chirona por propasarte con ella?. Tico, estás pero que muy mal.

            Tico se quedó pensando en las palabras de su compañero, pasándose la mano por la barbilla, tapándose la boca. Un gesto que Martín conocía muy bien: significaba que su compañero estaba inmerso en una profunda reflexión.

            -¿Qué estás pensando, loco?, oye, a mí no me metas en tus líos. Ni se te ocurra pensar que podrás cepillártela así sin más.

            -No, no pensaba eso-negó con la cabeza, y Martín dio un suspiro de alivio-. Me estaba acordando de a quien tenemos abajo.

            Martín miró a Tico. Al principio con cierta extrañeza al no entender a lo que se refería, pero una vez lo entendió, su mueca de circunstancias se tornó incredulidad y de sorpresa. No podía ser, Tico no podía estar hablando en serio.

            -Supongo que bromeas. No puedes decirlo en serio.

            -¿Por qué no?. Está abajo, sin nadie más, en la celda de castigo. Es perfecto. La podemos dejar allí, y que sea lo que dios quiera.

            -¡Anda ya, y una mierda!.

            -Chhhhhhst, baja la voz-susurró Tico-. La vas a despertar.

            -Me importa una mierda-dijo en susurros, pero bastante contrariado-. No y no, ¿te enteras?. Ni de lejos pienso participar en tus planes.

            -¿Te la imaginas abajo, en la celda?-intentaba convencerlo-. Nadie lo sabrá. Ella está sola ahí abajo, y nosotros no diremos nada, y entre tú y yo...me muero de ganas de ver a la juez en manos de la Chuck.

            -¿Y que te hace pensar que le haría algo?-refunfuñó-.

            -Aaah, así que te interesa-sonrió malicioso viendo que conseguía hacer que la idea le interesase-. Tío, que es la Chuck. La va a hacer picadillo.

            Martín se debatía entre dos frentes. Uno, su sentido común, y el otro, Tico. Los dos tiraban fuertemente de él. ¿De verdad tendría razón Tico al creer que la Chuck se iba a pasar a la juez por la piedra, así sin más?. No, era una locura, era un despropósito. Y de los grandes, además. Tico ya la había armado alguna vez estando de copas fuera de servicio, pero eso traspasaba todos los límites.

            -¿Sabes cuantos palos nos llevamos por su culpa?. Quizá a veces la caguemos, perfectos no somos, ¿pero sabes cuanta mala fama nos llevamos por las cosas que hacen ellos?. Joder, es una mierda, ¿vale?. Una puta mierda.

            -Que no insistas, coño. Además, ¿no hay cámaras para grabar aquí?, nos verían trasladarla.

            -Martín, majete, te recuerdo que esto no es la capital-reseñó-. Aquí no hay nada de eso. Ni cámaras, ni micros. Nada. En dos palabras: vía libre.

            Las palabras hicieron mella en Martín. Se quedó mirando a la juez, que seguía reposando en el sofá, totalmente ausente de la realidad.

            -¿La Chuck está abajo, verdad?-comentó en voz baja sin dejar de mirarla-.

            -Sí, está abajo.

            La mente de Martín trabajaba a toda velocidad. La duda se lo comía por dentro. ¿En serio la Chuck se la merendaría?. Sabía de su carácter pero...¿de verdad haría lo que Tico decía?. La curiosidad le roía por dentro como un gusano pugnando por escapar de una gran manzana en la que estuviese metido. El morbo lo dominaba.

            -¿Y luego?. Vale, la llevamos y todo lo demás...¿y después, si nos ve o demás?. ¿Cómo la llevamos a casa?.

            -Deja eso de mi cuenta-aseguró Tico-. Tengo recursos-le guiñó un ojo-.

            Martín hizo un leve asentimiento con la cabeza y sujetándola entre ambos, se la llevaron abajo, a la zona de las celdas. Abriendo la celda, la pusieron junto a la Chuck, que parecía estar dormida, acurrucada contra una esquina. Las dos quedaron allí en los brazos de Morfeo...hasta que un ronco sonido como de un golpe despertó a la Chuck. Al abrir los ojos se encontró con Sariego, tumbada en el asiento. Mirando alrededor no vio a nada ni a nadie, no sabía como había llegado, pero allí estaba, una mujer de vestido de noche y cuerpazo impresionante, a sus ojos. Se acercó a ella y comprobó que, en efecto, parecía dormir la moña. Como un depredador acechando a su presa, empezó a mirar por el escote del vestido y comprobar la calidad del material. Parecía prometedor.

            Lo que ni la Chuck ni la inconsciente Sariego sabían es que desde un ángulo del pasillo, en donde no podían ser vistos pero ellos sí ver, tanto Tico como Martín veían en todo su esplendor como la Chuck iba sacando los melones de Sariego del vestido para ir sobándolos con total impunidad. Deslizando los tirantes casi a la fuerza, la dejó desnuda de cintura para arriba y comenzó a pasar los labios y la lengua por lo que ya daba como su posesión. Hasta entonces Sariego seguía inconsciente, pero su cuerpo, aún con todo, empezó a reaccionar al tratamiento que se le estaba dando hasta tal punto que justo en el momento en que la Chuck penetró con la lengua a su juguete, ésta medio despertó para encontrarse con que estaba en una celda, desnuda ante una desconocida que acababa de posar su boca entre sus piernas.

            -¿¡PERO QUÉ ES ESTO!?...¿¡DONDE ESTOY!?...¿¡QUIÉN ERES TÚ Y QUÉ ESTÁS HACIENDO CONMIGO!?...

            -¡¡A CALLAR!!-dijo soltándole un potente bofetón en la cara, sin previo aviso-. ¡¡Aquí la que da las órdenes soy yo, perra!!. ¡¡Cierra tu puta boca o te la cierro yo!!.

            Sariego intentó quitarse a la Chuck de encima, forcejeando con ella todo lo que pudo, pero solo consiguió llevarse un par de bofetadas más que le dejaron la cara al rojo vivo.

            -¡A la Chuck no la manda nadie!. ¡Como me toques los cojones me arremango y verás la que te cae!-dijo haciendo ademán de volver a cargar su mano izquierda-.

            -¿La Chuck?-preguntó Sariego, alucinada-.

            -Esa soy yo, la Chuck: tan dura como Chuck Norris y con el doble de mala ostia. ¡Yo hago lo que quiero, cuando quiero, y con quien quiero!. ¿¡Entendido!?.

            Sariego se fijó en la Chuck, una morena de pelo rizoso que apenas lograba llegar al metro sesenta de alto, con unos encendidos ojos pardos y unas facciones más bien no muy agraciadas. Aunque parecía tener alguna que curva bien curva, su atuendo de una perfecta marimacho (vaqueros raídos, chaleco a juego y una camiseta de AC/DC) daban a entender su carácter al primer vistazo. ¿Cómo diablos había llegado allí?.

            -Ponte a cuatro patas, puta golfa, que vas a saber quien es la Chuck. ¡Te voy a dar canela en rama!.

            Ambas mujeres forcejearon un poco, pero pese a ser más bajita que Sariego, su ímpetu terminó por dominar la situación y a ella. Tras recibir un par de bofetadas más, se encontró con que la Chuck había ganado la partida y la había desnudado, poniéndola a cuatro patas en el asiento de la celda,  para luego dejarla con el culo en pompa al dejar la cabeza también en el asiento.

            -¡Noooo!...¡Basta, no sigas!...¡no puedes hacerme esto!, ¡a mí no!...¡nooooooo!...

            -¡A ti sí, vaya que sí!...¡con este cuerpo de golfa y esperas que no me aproveche, vas dada, hermana!...¡te voy a follar!...¡te voy a violar!...¡¡Y TE VA A GUSTAR!!...

            Las lágrimas de Sariego comenzaban a resbalarla por sus párpados, solo que en vez de caer por sus mejillas, debido a su posición, éstas caían por los lados en rumbo a la frente, llegando antes al asiento. Desde su rincón y sin perder detalle, Tico y Martín alucinaban con el espectáculo lésbico-violación que presenciaban. Ninguno se atrevía a moverse, los dos estaban petrificados...y empalmados, porque ni uno ni otro era inmune al morbo que les producía ver lo que veían. Sin la Chuck saberlo, estaba abusando de toda una juez con todo el descaro del mundo, forzándola con la violencia de la que la Chuck siempre había hecho gala y que ya la había llevado a conocer bien las celdas de varias comisarías.

            -¿No te dije que se la iba a comer con patatas?. Por dios, es increíble.

            -¿Increíble?-preguntó Martín-. ¿Y luego como vamos a librarnos de ésta?. Tarde o temprano alguien se enterará de quien es ella y vendrán a sacarla de aquí.

            -No sé como. Solo nosotros y las otras dos que la trajeron saben lo ocurrido. Ya les diremos algo a las chicas para que no sospechen, y yo voy un momento fuera, debo encargarme de algo. Cuéntame lo que veas, lo quiero todo con pelos y señales.

            -¡Eso dalo por hecho-sonrió un poco-, pero más te vale tener un buen plan para salir libres de este lío. Como pierda la placa, tú perderás los dientes.

            Tico se limitó a asentir con la cabeza ante la amenaza en firme de Martín, y se fue de allí sin hacer el menor ruido. Martín, solo en aquel rincón, veía como la Chuck se apropiaba del cuerpo (cuerpazo, a ojos de él) de Sariego, y como usaba sus manos para sobar, apretar y estrujar el culo de la juez con tanta fuerza que resonaban sonoramente los cachetes que le propinaba en sus redondeadas nalgas.

            -¡Nooooo!...¡déjame en paz!...¡basta, no quiero, no me gustaaaa!...¡paraaaaa!...

            -¿Qué pare?...¿¡QUÉ PARE!?...¡Tú a mí no me mandas!...¡YO TE MANDO!...

            Dándole media vuelta, la puso boca arriba en el banco de la celda y se puso casi sobre ella, usando su mano izquierda para apretar con fuerza el conejo de la juez con tal saña que ésta temía le quedasen moratones o marcas por la intensidad del toqueteo. La vergüenza la dominaba, más aún cuando no le podía decir a la Chuck lo que ella era en verdad. Sabía que de decírselo sería aún peor: la podría pegar, la podría apalizar si esa bestia parda que tenía a su lado descubría su profesión. Con tremendo dolor se tuvo que tragar su orgullo y permitir que la Chuck siguiera con sus abusos. Éstos, tan dolorosos como intensos, se centraban ahora en sesiones de largos besos de tornillo que llegaban a la campanilla. La Chuck se había obcecado con besarse con ella con toscos meneos de cabeza y con maniobras aún más bruscas con la lengua, que de vez en cuando pasaba por su cuello mientras sus manos apretaban sus domingas tan duramente como antes se habían ocupado de su culo, que le dolía horrores.

            Tico, testigo impasible de los abusos, se quedó mirando y preguntándose como él podía dejar que aquello pasara. Toda su vida había querido ser policía, hacer el bien y todas aquellas cosas. Jamás se había imaginado presenciar algo de ese calibre y menos en horas de oficina. ¿Cómo podía quedarse de brazos cruzados mirando como una mujer carne de presidio abusaba de una juez?, ¿cómo podía permanecer quieto cual estatua al ver aquel horror?...¿como podía excitarse tanto viéndolo?. Ni siquiera en los revolcones que se daba de vez en cuando con su novia ésta había logrado excitarlo tanto. Apostado en aquel recodo del camino en que no podía ser visto pero él sí veía, Martín no se pudo contener las ganas de llevarse la mano a su paquete y toqueteárselo para comprobar lo que su cerebro ya le decía. Estaba erecto, tanto como para partir mármol de carrara con la verga si se lo proponía.

            -Mmmmmmm que bien sabe mi perra...pero que boquita de piñón tiene mi golfa, es un bomboncito mi putita...¡Vamos, puta, tienes que ganarte el cocido y te lo vas a ganar como está mandao!...¡al pilón ahora mismo o te parto la boca!...

            Después de quitarse los pantalones, la Chuck cogió a Sariego y se puso encima de ella. Llevaba un amplio tanga, casi braguitas, también con el logo de AC/DC. Tras sentarse sobre su cara, intentó que Sariego la penetrase con al lengua, pero ésta se había negado en redondo a hacerlo. A sus fosas nasales llegó un fuerte olor no tanto de suciedad, como de feminidad. Había oído tiempo atrás que algunas mujeres poseen un fuerte aroma entre sus piernas, pero jamás lo había comprobado hasta aquel momento. Ahora aquel potente olor se le metía por las narices y no le acababa de gustar. La Chuck vio que su presa se le resistía y saliéndose de encima de ella, la incorporó un poco y le dio una sonora bofetada, además de someterla a un doble y fuertes juego de pellizcos en sus pezones que la hicieron gritar de dolor.

            -¡HE DICHO QUE AL PILÓN, PUTA GOLFA!...¡O ME LO COMES O JURO QUE TE ARRANCO LOS PEZONES DE UN MORDISCO!...

            Abriendo los ojos de par en par ante la amenaza de la Chuck, en cuanto ésta se puso de nuevo sobre su cara, la juez hizo un débil esfuerzo por sacar la lengua y pasarla por la intimidad de su captora. Entre lágrimas y con gran resignación Sariego se aplicó a la tarea que su violadora le había encomendado y lo hizo a conciencia, teniendo que ir de un lado a otro de aquella sonrisa vertical y luego hacia adentro, tal como la Chuck le había dicho. Antes de que se diese cuenta no solo le había penetrado con la lengua si no que estaba entregada a la tarea con todas sus fuerzas (las pocas que le quedaban), lo que explicaba los jadeos y gemidos que resonaban en sus oídos provenientes de una boca por encima de ella.

            -Mmmmmmmmmm...eso es perra...dale perra, dale duro...vamos perra, dámelo más fuerte o te mato a golpes...sigue así...asíiiiiii...uffffffffff así me gusta, asiiiiiiii...más fuerte puta...más fuerteeeeeee...

            Sariego notaba que la Chuck se movía de lado a lado, su cuerpo reaccionaba a sus caricias linguales y se convulsionaba con frenéticos estertores que iban subiendo de tono a medida que el orgasmo de la Chuck anunciaba su aparición. Los meneos de la lengua de Sariego en el sexo de aquella morena de escasa belleza y peor carácter fueron cada vez más fuertes y rápidos hasta que sin previo aviso y con un alarido la Chuck por fin llegó al orgasmo y gozó sobre la cara de la juez, a la que empapó en jugos. Sariego jamás pensó que una mujer pudiera chorrear de esa manera.

            -¡Bebe!....¡Bebe o te mato!...¡BEBEEEEEEEEEE!...

            Casi no le daba tiempo a beber todo lo que salía, pero hizo todo lo que pudo para satisfacer la orden que se le había dado. Lamió, bebió y chupó hasta que dejó aquel sexo lo más seco que fue capaz. A su paladar llegaba un sabor que por poco le hizo tener una arcada. Tumbada en aquel banco de celda, estaba agotada, exhausta de tanto lamer. La lengua parecía estar adormecida de tanto esfuerzo realizado. Pensó que por fin la Chuck se cansaría de ella, pero pronto comprobó que de nuevo volvía al ataque cuando de no se sabe donde, Sariego se encontró con que la Chuck tenía un consolador adosado a su cinturón. ¡Imposible!...¿cómo podía ser?.

            -Hay cosas que la policía nunca registra!-confesó la Chuck como adelantándose a Sariego-, y un tanga amplio es ideal para ocultar ciertas cosas.

            Sabía que aquello no podía haber salido de su coño, no tras habérselo explorado a conciencia. “¡Dios mío!”, pensó la juez. Ahora lo entendía. Martín, al otro lado del pasillo, también lo comprendió y se quedó alucinado de que la Chuck llevase “eso” con ella tan bien escondido. ¿Acaso lo llevaría con ella a todas partes para la ocasión?, ¿fue solo casualidad que ahora lo llevase?. Un montón de preguntas e incógnitas que sabría jamás tendrían contestación. Sus ojos presenciaron a la Chuck reajustándose su cinturón pudiendo colocar el consolador en perfecta posición delantera. Ahora comprendía que el cinturón le llamase la atención cuando la hubo detenido. No era un cinturón corriente. “¡Un momento!”, pensó el policía, y comprendió entonces el que la Chuck se pasease ‘armada’ por la calle. “¡Dios de mi vida!, y Tico no está para verlo”.

            -Va a ser una noche muy larga, putita mía. ¡A ti te toca disfrutar de lo lindo, ya me aseguraré yo de eso!...¡Ponte en posición, que vas a saber lo que es una polla dura!.

            Una nueva escena de violencia entre mujeres se desató en la celda al comprender Sariego lo que le venía encima, intentando evitarlo a toda costa. Golpeó a la Chuck un par de veces, una de las cuales logró darle en plena cara. Los ojos de ésta parecían teas ardientes y cerrando el puño le propinó un fuerte puñetazo en el estómago a Sariego que la dejó acurrucada en el suelo, tosiendo y quejándose. Luego, sin dilación ni piedad, le sacudió otro golpe esta vez en plena cara, sometiendo toda resistencia previa. A Sariego Martín le parecía inconsciente, o algo parecido. La Chuck no se había cortado un pelo a la hora de sacudir. “Normal que necesitásemos cuatro agentes para reducirla”, se dijo a sí mismo Martín recordando como la habían conseguido detener.

            Poniéndola en posición y preparándola con apenas un poco de saliva, la Chuck se puso por detrás de Sariego y en un solo y brusco movimiento la penetró con aquel consolador, iniciando un fuerte vaivén, sacando y metiendo casi todo el consolador con cada acometida. Poniéndole la mano en la boca a Sariego, procuraba que ésta no fuese capaz de gritar y que tan solo murmurase con evidentes signos de terror. “Si gritas voy a violarte la boca hasta hacerte la sonrisa del payaso”, la amenazó, y a Martín se le puso el vello de punta. Desconocía si Sariego sabía lo que era la sonrisa del payaso, pero él sí que lo sabía. “Pero que bestia de tía”, pensaba para sus adentros, y en ese momento notó que alguien estaba por detrás de él. Al girarse y ver a Tico, éste solo hizo un leve gesto de “está hecho”, en tanto que Martín señaló con la cabeza hacia la celda. Tico, torciendo el gesto estupefacto, miró a Martín buscando una explicación de lo que estaba pasando. “Ya te lo contaré”, hizo con ademanes su compañero.

            -¡GOZA!...¡GOZA HIJA DE PUTA!...¡GOZA DE UNA JODIDA VEZ!. ¿TE GUSTA, VERDAD?, ¿TE GUSTA QUE TE JODA COMO LA GOLFA QUE ERES?.

            Tico sentía un enorme alivio de que en ese momento en todo el local solo había cuatro personas: él, Martín y las dos reas a las que estaban mirando con total excitación. Los dos hombres contemplaban una escena que ni en las mejores sesiones de porno que había hecho con los amigos en casa de algunos de ellos habían visto antes. Tico estaba que explotaba por dentro, con unas ganas tremendas por sacársela de los pantalones y darle a la zambomba hasta pintar el suelo de blanco. La escena que estaba presenciando inundaría sus sueños durante meses, puede que años. Mientras tanto, Sariego soportaba a duras penas el cruel castigo que la Chuck aplicaba en ella, un castigo que se elevó a la enésima potencia cuando, y tras escuchar como Sariego era víctima de un indeseado orgasmo, la Chuck se salió de ella y entró por el otro lado no sin un gran esfuerzo por su parte. Por mucho que lo intentó, no logró evitar que Sariego diese un grito de dolor.

            Tanto los anos se Martín y Tico se cerraron de golpe al ver de lo que la Chuck era capaz de hacer. Solo de verlo les dolía a ellos, pero de todos modos no podían dejar de mirar como la morena rizosa violaba el culo de la juez con ferocidad. Tico no podía comprender como en una mujer tan pequeña podía caber tanto mal genio. Martín, por su parte, sintió un hilo de compasión por Sariego, pero de todos modos ambos siguieron mirando la escena sin intervenir durante largo rato hasta que la Chuck dejó de trabajarse el culo de la juez, que dejó bien dolorido a tenor de los gemidos que ésta profería. Una vez todo hubo acabado, la juez quedó inconsciente debido al esfuerzo y al llanto por los abusos recibidos, y la Chuck, agotada, se guardó el consolador en el sitio de donde se lo había sacado, se volvió a vestir y dejó que Sariego se lamiese las heridas, cayendo ella misma también en brazos de Morfeo debido al cansancio que le produjo cepillarse a su última víctima.

            -¡Ahora!-dijo Tico de golpe-. Tengo el coche preparado. No podemos perder un segundo. Todo depende de esto. Hay que ir como el rayo.

            Martín no entendía nada de nada, solo se limitó a obedecer y fue con él para sacar a Sariego de la celda. Siendo como era entonces un peso muerto, no les supuso un problema sacarla de la comisaría y meterla en un coche patrulla que estaba vacío.

            -He conseguido obtener la dirección de Sariego, la voy a dejar en su casa lo más rápido que pueda y volveré de inmediato. Tú quédate aquí, es prioritario que alguien se quede para no dejar la comisaría desierta.

            -Más te vale que no despierte o se nos cae el pelo.

            -No lo hará. Llevo cloroformo y un pañuelo en el coche. Dormirá como un bebé.

            Dicho eso, Tico se subió al coche y se fue con Sariego a casa de ésta, en donde la desvistió y la dejó metida en cama, procurando que todo, ropa y demás, quedasen de modo que pareciese que había vuelto a las altas horas de la noche de una fiesta. Ya de nuevo en comisaría hizo otro viaje para dejar el coche de Sariego lo más cerca posible de su casa, regresando después en el coche patrulla de Daniela y Marta, explicándoles lo que había hecho y que por favor no revelasen el secreto de hacía por allí. Las dos chicas asintieron y dejaron a su compañero de nuevo en comisaría. “Menos mal que había final de fútbol en la tele y la gente andaba de resaca”, se decía Tico agradecido de la escasa gente que había por la ciudad y de lo fácil que había sido lidiar con el “asunto Sariego”, como ya lo llamaba, sin dar muchas explicaciones.

             A la mañana siguiente, Sariego despertó en su cama y se incorporó de golpe con un gran sobresalto. Pensando que estaba en manos de la Chuck, tardó varios segundos en reaccionar a lo que veían sus ojos. Era su cuarto, su habitación, su casa. Estaba sola. Estaba a salvo. A pesar de todo, cuando intentó moverse con mayor soltura, encontró que su cuerpo se encontraba bastante dolorido, y que evidenciaba haber sufrido malos tratos. Logrando sentarse en la cama, comprobó que en efecto aún tenía algunas marcas en su cuerpo. Confusa, miró por la ventana de su cuarto hacia el sol de la mañana y el horizonte que se extendía ante sus ojos.

            -Maldita Carmen-se dijo a sí misma-. La próxima vez tendré que decirle que no se pase tanto conmigo. Que bestia llega a ser.

 EPÍLOGO

             Daniela estaba hecha un manojo de nervios. Aunque habían pasado seis meses desde “el incidente”, como ella lo recordaba, tenía un miedo atroz, y no era para menos: apenas un par de semanas había sido testigo de un delito y ahora le tocaba ir al juzgado, precisamente, para testificar sobre la agresión que había presenciado entre dos mujeres a la salida de un bar. Tenía miedo de encontrarse con Sariego, porque ignoraba si ella la recordaría o no. Marta la había tranquilizado diciendo que ella no la había visto y que por tanto no la podía identificar, pero Daniela jamás había confesado que durante un momento Sariego había abierto los ojos y se había quedado mirándola. Con su uniforme reluciente y con toda la compostura de que disponía, se dispuso a sentarse en el tribunal  y esperó a que la llamaran. A su lado, para tranquilizarla, estaba Marta, que decidió ir con su compañero para darle ánimos.

            -¿Dónde está su cliente, abogado?.

            -Está en camino, señoría. He mandado un agente a por ella, vendrá en seguida.

            -Cinco minutos y si no está aquí entonces, será acusada de desacato.

            Al cabo de un par de minutos, por la puerta del tribunal entraron un agente de policía y una mujer, que parecía resistirse a ser traída. De pronto, al mirar a la juez, se quedó totalmente quieta, tanto como la propia juez cuando reconoció en ella a la mujer de las pesadillas que había tenido meses atrás, cuando creía que alguien había abusado de ella en una celda de una comisaría, algo que achacó a los excesos de su trabajo.

            -El pueblo contra Luces Hernández, alias “La Chuck”, por el cargo de agresión, incitación a la violencia, resistencia al arresto y agresión a un agente de policía.

            La mente de Sariego se combó. En sus pesadillas así se llamaba su torturadora. ¿Podía acaso ser una cruel coincidencia cósmica?.

            -¿Luces?-preguntó ésta, intentando recuperarse-.

            -María de las Luces-concretó el ujier-. Es su nombre completo.

            -¡SOY LA CHUCK, HIJOPUTA!. ¡Y COMO ME VUELVAS A LLAMAR “LUCES” TE ARRANCO LA POLLA Y TE LA HAGO TRAGAR!.

            -¡Abogado!-replicó la juez intentando frenar la risa de los asistentes del juicio-, controle la lengua de su cliente o se la lavo con jabón en el calabozo-.

            -¡Sí, señoría!, lo siento, su señoría. No volverá a pasar.

            Daniela, ajena a todo lo que pasaba, estaba muy cohibida de saber que tenía que declarar y subir al estrado, teniendo que ponerse al lado de Sariego. Hubiese preferido luchar a brazo partido contra una docena de caimanes. Una vez la llamaron a declarar, sentía que las piernas le flaqueaban, pero se levantó y fue a sentarse, donde empezó a contar como la denunciada había agredido con una botella a la denunciante tras haberse tomado varias copas de demás, a pesar de todo, su mente iba en mil direcciones distintas y por tanto estaba más distraída de lo normal.

            -¡Agente López!-esgrimió Sariego, y las dos miraron un segundo antes de que la policía reaccionase-. ¡Agente López!. ¿Se encuentra bien?.

            -Sí...sí, señoría. Usted perdone.

            -¿Ha oído la pregunta del fiscal?, ¿quiere que Carmen se la repita?.

            “Carmen”, había dicho, y la mente de Daniela estalló en un millón de pedazos. Los negros ojos de Daniela siguieron la dirección de la mano de Sariego, directos hacia la taquígrafa de la sala. ¡LA TAQUÍGRAFA!. Una chica joven, rubia y bien parecida, vestida en un elegante traje-chaqueta y enfundada en un par de gafas de pasta. Ni en un millón de años hubiese apostado que bajo aquella inofensiva apariencia se ocultase una depredadora sexual que había hecho aquellas cosas a una juez. “Dios mío, es ella”, y el corazón de Daniela parecía desbocarse. Juez y taquígrafa, amantes furtivas, en la misma sala sin que nadie lo supiese excepto ella. Al otro lado de la sala, Marta estaba presa del pánico, pues veía a Daniela sufrir horrores ante la inesperada revelación de la juez. “Por dios que no se venga abajo”, suplicaba cruzando los dedos.

            -La veo nerviosa, agente. ¿Se encuentra bien?.

            -Sí-dijo con un hilillo de nervios, intentando recomponerse-. Sí, estoy bien, su señoría. Ya sabe, esos días-dijo en susurros señalando su vientre con la mano para así desviar las sospechas-. Sí, por favor, repítame la pregunta.

            -“¿Qué ocurrió después de que usted y su compañera separasen a la acusada de la agredida?”-dijo Carmen en un aséptico tono informal-.

            -La agredida reaccionó con violencia-e intentó recobrar la compostura-. Logró tirar a mi compañero al suelo al darle con el brazo e intentó agredirme a mí. Tuve que reducirla usando la porra, golpeándola en el estómago. Vi que la agredida sangraba y llamé por radio a una ambulancia para que vinieran a asistirla mientras mi compañero y yo conseguíamos esposar a la detenida y meterla en el coche patrulla.

            -¡PUERCA!-gritó la Chuck inesperadamente-. Si no tuvieses esa maldita porra te la hubiese metido por el culo hasta dejártelo como el túnel del metro. ¡Como te coja ya verás la que te va a caer!.

            -¡LETRADO!-gritó Sariego-. ¡No se lo volveré a repetir!.

            -¡CIERRA LA BOCA, PERRA!-gritó fuera de sí señalando a Sariego, dejando muda la sala-, ¡COMO NO ME SAQUES DE ÉSTA PROMETO QUE LA PRIMERA VEZ QUE TE DI POR EL CULO NO VA A SER NADA EN COMPARACIÓN CON LO QUE VOY A HACERTE AHORA!.

            Un estruendo de voces resonó en toda la sala ante la declaración de la Chuck. La juez se quedó un segundo impactada, sin saber como reaccionar ante una salida de tono tan desmedida, pero de pronto su instinto reaccionó por ella. “Si es verdad y me arrugo será la vergüenza de mi carrera, me harán dimitir”. Pensó asustada.

            -¡BASTA!-se levantó, dando martillazos en su mesa-. ¡Agentes, llévense a esta escoria fuera de mi vista!. ¡No pienso tolerar este comportamiento en mi tribunal!. ¡30 de arresto mayor por difamación y calumnias contra mi persona, y multa de 500 €!.

            -¡¡YO TE VOY A DIFAMAR AL CULO COMO TE AGARRE!!-se lanzó a por la juez, siendo frenada tanto por Daniela como por Marta, que había saltado de su sitio en los bancos-. ¡¡TE VOY A METER TAL OSTIA QUE TE REVIENTO LA BOCA, PUTA DE MIERDA!!. ¡ESTA VEZ TE DESANGRO EL CULO A POLLAZOS!!.

            -¡¡ORDEN, ORDEN!!.

            El escándalo resonó por doquier y la Chuck fue apresada por más agentes que llegaron para poder reducirla. Cuando el escándalo hubo pasado y la Chuck fue sacada del juzgado, Marta y Daniela se reencontraron a la puerta del tribunal.

            -Por dios, vámonos de aquí o se nos cae el pelo-suplicaba Daniela a Marta-.

            -Sí, vámonos. Como la Chuck tenga razón, menudos hijos de puta que son Tico y Martín. Solo estaban ellos en comisaría cuando dejamos a Sariego.

            -¿Crees que...?.

            -¡NO CREO NADA!-cortó en seco-. Y tú tampoco-concluyó, empezando a irse de allí-.

            -¡Agentes, un momento!.

            Los corazones de Marta y Daniela se dispararon a mil por hora. Era la voz de la juez Sariego la que había hablado. De pronto supieron lo que era sentirse en la piel del culpable cuando al escuchar como se las llamaba de pronto les invadió un sentimiento atroz de querer escapar de allí. En su lugar, se giraron y tragaron saliva intentando parar los latidos de sus corazones.

            -Agente López, un segundo por favor.

            -¿Quería algo, señoría?-preguntó ésta-.

            -¿Nos vemos visto antes, agente?. Su cara me es muy familiar.

            -Tengo una cara muy común-se evadió-. Yo no recuerdo haberla visto antes.

            -Es curioso, pero cuando ha subido a declarar que he podido verla de cerca, me ha querido sonar de algo. Ya me había fijado antes, de lejos, al verla entrar junto a su compañera.

            Daniela se estaba poniendo nerviosa por momentos. ¿Es posible que aquella vez que Sariego había abierto los ojos en verdad estuviese despierta?. Aunque pretendía que no se notase, cada vez le resultaba más difícil controlar el histerismo. Sariego no parecía recordar lo ocurrido con ellas en la carretera...pero si lograba recordarla a ella, tal vez sí lo hiciese. El pánico se iba apoderando de ella.

            -Nunca han coincidido-espetó Marta, interviniendo para salvarla-. De haberlo hecho Daniela me lo hubiese dicho en el acto. Anda que no hubiese presumido de ello, haber conocido en persona a una juez.

            -¿Está segura?-volvió a preguntar-.

            -Sí señoría. Lo estoy. Esta es la primera vez que la he visto: cuando he entrado en la sala-señaló a ella-.

            -Uhmm...de acuerdo, me fiaré de su palabra. Solo quería darles las gracias por salvarme de...bueno, de esa desgracia para las mujeres. Ya sé que es su trabajo, pero de todos modos gracias. No sé que hubiese pasado si no la hubiesen detenido.

            -Tiene que haber de todo-dijo Marta un tanto indolente-. De todos modos, vaya loca de pensar que ella abusó de usted.

            -Pues sí-y las dos se quedaron sin saber reaccionar-...tiene que haber de todo-y las tres se rieron un poco-. Buenos días, agentes. Tengan cuidado en su patrulla.

            Marta y Daniela bajaron las escaleras rumbo a la calle con el corazón a punto de explotarles debido al miedo. Tico y Martín, quienes habían ido a reducir a la Chuck a la sala, también estaban histéricos pensando si ella podría recordarlos, y al cruzarse en los pasillos se limitaron a saludarla y a irse rápidamente. Sariego, a solas en su despacho, comenzó a pensar en los cuatro agentes y en la detenida. No estaba del todo segura pero creía que ya los había visto antes a todos, que los conocía de otra parte, y en su mente, la misma pregunta se repetía sin cesar: “¿PERO DE QUÉ COÑO LOS CONOZCO?”.

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