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La vida secreta de Luna Lovegood

en Parodias

LA VIDA SECRETA DE LUNA LOVEGOOD 

            Prólogo: Hola a todos. Me llamo Luna Lovegood, y soy estudiante de la escuela Hogwarts de magia y hechicería. Pertenezco a la casa de Ravenclaw, y tengo por amigo a Harry Potter, que es muy amable conmigo. Los otros no se acercan mucho a mí, y se burlan de mí llamándome “Lunática” Lovegood. Tal vez porque no les caigo muy bien. No es que me importe, tampoco yo los entiendo mucho a ellos. Ah, casi se me olvidaba: aunque tal vez ya me conozcáis o sepáis como soy, aquí dejaré unas fotos mías (aunque sin el efecto de que se muevan como en el periódico “El Profeta” o en el de mi padre, “El Quisquilloso”). Espero agradaros.

  

 

 

 

 

            Ahora que ya me habéis visto, os contaré algunas de las cosas que me pasaron en el colegio. Son bastante curiosas, y no se parecen a las aventuras que viví con Harry y sus amigos, como formar parte de la Orden del Fénix, luchar contra los Mortífagos o la guerra que se desató en mi sexto año de curso cuando El-Que-No-Debe-Ser-Nombrado intentó acabar con todos nosotros. A veces las aventuras más curiosas se presentan de la manera más anodina posible...como lo que me pasó con el profesor Binns.

            El profesor Cuthbert Binns daba clase de Historia de la Magia en Hogwarts. Era algo calvo, con el pelo entre gris y blanco, y sus ropas parecía sacadas de otra época, quizá de la época en que mi padre estudiaba en Hogwarts. Para mí era muy impactante porque cuando le miraba, veía a través suyo. El profesor estaba muerto. Era uno de los muchos fantasmas que tenía Hogwarts, pero era el único que nos daba clase. Los demás se dedicaban a deambular o a flotar de un lado a otro, pero él no. Mi padre, Xenophilius Lovegood, me explicó que Binns había sido profesor en vida, y que una mañana fue a dar clase y dejó su cuerpo muerto atrás, y siguió yendo a dar clase como si aún estuviese vivo. Eso me hacía pensar en muchas cosas. Por ejemplo: ¿cuánto cobraría un profesor muerto?, ¿y en qué gastaría el dinero, si no necesitaba comer ni beber?. Si se cansaba o sentía fatiga, ¿cómo recuperaría las fuerzas?. ¿Qué clase de comida podría comer un fantasma?. Cosas como esa.

            Pocos años atrás había perdido a mi madre, por un experimento que hizo. Creo que aún la echaba de menos, y sentía mucha curiosidad por los fantasmas y el Más Allá. Pensé que el profesor Binns, como ya estaba muerto, podría darme algunas respuestas sobre eso, así que esperé un día a que terminara su clase para hablar con él. No me fue difícil estar a solas con él, los demás compañeros, en cuanto acabó la clase, salieron de allí rápidamente. Creo que había partido de Quidditch o algo así. De cualquiera manera, mis compañeros se aburrían mucho con él porque el profesor también era muy aburrido. Como ya no respiraba, sus lecciones eran largas e interminables, y más de alguno casi se había dormido escuchándolo. Para ser el único fantasma que daba clase, era el único que carecía de sentido del humor para hacerla más amena.

            -¡Profesor Binns!-le llamé cuando ya se iba-.

            -¿Si, Srta.?.

            -¿Puedo hablar con usted un momento?.

            -Ah, ¿tiene algún problema con la lección?. Estudie mucho, que formara parte de su examen de la semana que viene.

            -No se trata de la lección. En realidad necesitaba preguntarle una cosa.

            -Si es personal, no puedo ayudarla. No tengo tiempo que perder, he de preparar los exámenes y las lecciones siguientes.

            Me puse delante de él para evitar que siguiera caminando y que saliera del aula atravesando la pizarra, como siempre que hacía para entrar y salir. Luego me di cuenta de lo estúpida de mi idea: si atravesaba la pizarra también podía atravesarme a mí, pero no fue así. Se quedó frente a mí, flotando.

            -¡Apártese, Srta. Beckinghall!.

            Me sorprendió que me llamara así, pero tampoco me importó. Me llamaban de tantas formas distintas por los pasillos que una más ya me daba igual.

            -Solo le robaré un momento, profesor Binns. Necesito preguntarle algo.

            Antes de lanzar la pregunta, de forma instintiva, alargué la mano para tocarle. En realidad sabía que no lo tocaría, y que mi mano lo atravesaría o se quedaría en medio de su cuerpo fantasmal, pero eso era lo que quería. Quería saber qué se sentía...pero no me imaginaba lo que pasaría a continuación por satisfacer mi curiosidad.

            -¡DESCARADA!.

            Entonces ocurrió algo muy extraño. El aula se enfrío, y yo me lanzada contra la pared de la pizarra por un fuerte viento que venía del profesor. Mi falda se levantó hasta dejar mis piernas a la vista de cualquier que entrase en clase y tenía los brazos pegados a la pared. No podía moverme. El profesor Binns parecía realmente colérico.

            -¡No voy a consentir familiaridades entre profesores y alumnos!. ¡Ni tampoco la falta de respeto!. ¡Srta. Rebecca Beckinghall, es usted una alumna muy indisciplinada!. ¡Alguien tiene que enseñarle modales!.

            -Profesor Binns, no soy Rebecca-intentaba decirle-. Me llamo Luna. ¡Luna!. Soy Luna, Luna Lovegood.

            -¡No juegue conmigo, Srta. Beckinghall!. ¡Sé muy bien quien es usted!. ¡Tocar a un profesor!. ¡Esto es intolerable, pero no se preocupe!. ¡Si usted quiere tocarme, yo la tocaré a usted!.

            Y pasó algo aún más raro. El profesor no me había tocado, pero mi ropa interior de pronto se rasgó y se hizo jirones, y como mi jersey se había levantado y me tapaba la cara, no podía ver bien lo que pasaba, pero sí sabía que como mi falda, al igual que mi jersey, se había levantado, el profesor Binns estaba viendo mi entrepierna. Era raro que la única parte de mi cuerpo que él podía mirar fuese esa. No podía mirarme a los ojos, pero sí ver mi sexo desnudo.

            -¡Srta. Beckinghall, prepárese!. ¡20 azotes!.

            De estar contra la pared, elevada en el aire, pasé a estar elevada en el aire...sobre la silla del profesor, como si estuviese boca abajo sobre sus rodillas. Quise girarme para ver lo que iba a pasar pero me encontraba paralizada, de manera que apenas podía mirar a mi alrededor. Logré mirar por el rabillo del ojo, y vi como el profesor cogía una regla de su mesa. Me revolví como pude, pero no fui capaz de escapar, y como mi varita se encontraba en mi oreja izquierda, no pude cogerla por tener las manos como esposadas a la altura de mi culo. De haberlo hecho quizá hubiera podido lanzarle un conjuro para así escapar del castigo.

            -¡Lo siento, profesor Binns!. ¡No quería molestarle!. ¡Solo quería preguntarle de como era ser un fantasma!.

            -¿Fantasma?. ¿¡Te burlas de mí!?. ¡No consentiré que se burle de mí!. ¡Cállese o de lo contrario serán 50 azotes los que le dé!. ¿Me ha entendido, Srta. Beckinghall?.

            -Sí, señor-contesté rápidamente. Mejor soportar 20 que 50-.

            Vi la regla y fue algo extraño. Estaba en el aire, pero podía ver como la mano del profesor la sostenía como si en verdad la cogiese entre sus dedos. Me arqueó el culo, me lo puso en pompa y entonces comenzó a azotarme.

            -¡AY!.

            El primer golpe en mis nalgas me dolió mucho. Había sido muy rudo, y los que siguieron a ese primer azote fueron igual de dolorosos. Debí perder la cuenta al sexto o al octavo azote, del dolor que me había provocado, y él siguió azotando hasta que llegó a 20 y terminó mi castigo. Nunca me habían hecho algo así, y me dolía tanto que no me podría sentar en varios días.

            -La próxima vez que se propase conmigo no solo le pienso quitar 50 puntos a su casa de Ravenclaw si no que levantaré un acta y le daré parte al director Dippet. Buenos días, Srta. Beckinghall.

            Cuando el profesor se fue me quedé allí tirada, cansada y dolorida. Sentía arder mi culo por los azotes dados, y suponía que debía de tenerlo muy enrojecido. Me llevó varios minutos poder levantarme, pensando en lo que había dicho el profesor Binns. Mi padre me había hablado del director Dippet: fue director de Hogwarts antes del actual, Dumbledore. Entonces lo entendí: para Binns nada había cambiado, y pensaba que aún vivía en la época de Dippet. Por eso él me llamaba Beckinghall. Mientras pensaba sobre aquella chica, Rebecca Beckinghall, cogí mi varita de la oreja.

            -¡Speculórum!.

            Hice aparecer un espejo en el aire y así pude ver lo que yo ya sentía en mis rojas y doloridas carnes. El profesor Binns me había dejado el culo con las marcas de la regla y lo tenía rojo como un tomate. Si no hacía algo, sería imposible caminar o sentarme de forma normal.

            -Sanare derma.

            Aplicado el remedio, poco a poco el dolor y la rojez fueron pasando hasta que al fin desaparecieron. Lo más difícil era recomponer mi ropa interior, no tenía un conjuro sobre eso. Cuando fui a cogerlas, de pronto éstas se elevaron en el aire y se escuchó una sonora carcajada en el ambiente. No sabía que las braguitas podían reír.

            -¡Braguitas rotas!. ¡Que divertido!.

            Entonces apareció un ser flotando en el aire, que giraba sobre mí mismo como la aguja de un reloj hasta volver a estar “de pie”. No supe quien era ese ser de inmediato. Tardé un poco.

            -¿Usted es Peeves, verdad?. He oído hablar de usted, se dice que es el poltergeist de la escuela. Nunca lo había visto antes. Es muy extraño.

            -¡Jajaja, sí, ese soy!. ¡Tus braguitas me han hecho mucha gracia!. ¡Hacía mucho que no veía a Binns actuar como un vivo!.

            -¿Sr. Peeves, le importaría devolverme mis braguitas?. Me hacen falta.

            -¡No, son mías!. ¿Por qué iba a hacerlo?. ¡Creo que mejor las colgaré de bandera en la Torre de Astronomía!.

            -Pero eso no es justo-repliqué-. Eso es mío.

            -¡No, ahora es mío!. Me voy con ellas.

            Quiso salir por la puerta con mis braguitas, pero se la cerré con un conjuro. No le gustó que lo hiciera, porque empezó a tirarme cosas de las estanterías. Las aparté lo mejor posible, pero Peeves logró huir por la puerta llevándose mis braguitas, así que fui a perseguirlo por los pasillos confiando en que nadie más nos viera. Intenté dormirlo o paralizarlo con un conjuro, pero aparecía y desaparecía de un lado a otro y no era fácil seguirle el rastro. Cuando estaba a punto de alcanzarle, choqué de bruces contra alguien y los dos caímos al suelo.

            -¿¡Es que no te fijas por donde vas!?.

            Me sorprendió ver quien era. Se trataba de Argus Filch, el celador, un hombre de aspecto huraño y algo mayor. La verdad era que no me caía muy bien. Siempre llevaba ropa ajada y vieja, y él mismo parecía ir siempre sucio. Tenía los ojos castaños, el pelo casi como el de Binns, largo por las sienes pero calvo por arriba, y una expresión como de desprecio perpetuo por la gente como yo, los estudiantes. Tenía una gata muy bonita, la Sra. Norris, de color gris, pero a mí no me gustaba mucho. Solía chivarle a su amo si veía a algún alumno deambulando por donde no debía (¿cómo lo hacía?, ¿es que Filch hablaba gatuno?).

            -¡Niñata insolente!. ¡Ya deberías saber que no se puede correr por los pasillos!.

            -Lo siento, no lo hice adrede. Estaba persiguiéndole a él-señalé al techo-.

            Cuando Filch se giró, Peeves había desaparecido, de manera que no lo vio.

            -¿Perseguir a quién?.

            -A Peeves. ¡Mire, ahí está ahora!.

            Como aparecía y desaparecía a su antojo, Filch nunca lograba verlo por más que lo intentaba. Finalmente pareció estallar.

            -¡Déjame en paz, niña estúpida!. ¡A Peeves nunca se le puede coger, si es que en verdad está aquí!. ¡Ese maldito duende estaría mejor convertido en piedra!. ¡Molesto y detestable bicho!. ¡Ojalá te largases de aquí!-gritó al aire-.

            Al insultarle de ese modo Peeves se enfadó bastante, porque le empujó contra mí y los dos volvimos a chocar. En vez de caer al suelo, esta vez yo fui de espaldas contra una columna, y quedé entre la columna y el Sr. Filch, que se apartó de mí rápidamente.

            -¡Dejadme en paz los dos!. ¡Lárgate de aquí, mocosa, y ya me las veré contigo, duende del demonio!.

            -¡AH!.

            Peeves hizo una travesura conmigo, y mientras no dejaba de reírse, me levantó la falda por completo como si su punto de gravedad estuviese en mi cabeza. Intenté bajarla lo más rápido posible, pero por más que lo intentaba, Peeves la volvía a subir.

            -Diablo de niña, ¿es que ahora las chicas ni siquiera tenéis el más mínimo pudor para vestir?. ¡Y luego os extrañáis de que os castiguen!. ¡Ah, como añoro esas torturas de antaño, donde podía colgar de los pulgares a los alumnos malos en las mazmorras!.

            -Es lo que intentaba decirle. Peeves me robó las braguitas. Quería recuperarlas.

            -¡Ven conmigo, mocosa!. ¡Yo daré cuenta de ti!.

            El Sr. Filch me agarró del brazo y me llevó con él, mientras Peeves se alejaba en la otra dirección, cantando y ondeando mis braguitas. Por lo menos sabía donde podría ir a recogerlas, si es que no me había mentido. Al cabo de unos minutos llegamos hasta el despacho del Sr. Filch, y éste comenzó a rebuscar en los cajones de un gran armario que había allí.

            -¿Por qué me ha traído aquí?.

            -Para darte un castigo ejemplar, por supuesto. ¡Ir sin ropa interior por el colegio, habrase visto!. ¡Ajá!. ¡Lo encontré!.

            Sacó algo muy extraño. Parecían dos cepos, pero eran tan pequeños que apenas podían atrapar una pata de un animal salvo que fuese un cachorro. Si hubiese tenido la varita a mano, podría haberlo congelado o petrificado, pero en cuanto me hubo cogido del brazo para llevarme allí por la fuerza se había apropiado de ella, y la tenía en su abrigo raído, en uno de sus bolsillos.

            -¡Ven aquí!. ¡Vas a aprender un poco disciplina!.

            Me cogió con fuerza y me levantó la ropa. No la falda, si no la camisa y el jersey que llevaba. Apartó la corbata y entonces hizo algo que me provocó mucho dolor: puso los cepos en mis pechos, justo en mis pezones. Fue algo doloroso.

            -¡No te lo intentes quitar!-me avisó cuando vio que iba a hacerlo-. Si alguien que no soy yo intenta quitártelos estos apretarán cada vez más fuerte.

            -¡Ay!. ¿Y no podría mejor azotarme el culo en lugar de ponerme estos cepos?.

            -¿Azotarte el culo?. ¿Es que quieres que te castigue más?.

            -Prefiero el culo a esto, si no le importa.

            Intenté que el Sr. Filch comprendiera el porqué se lo decía, pero no me dejó que se lo explicara. De una mesa cogió una vara larga y fina, nada que ver con la gran regla del profesor Binns, y se puso a azotarme de nuevo el culo. No me hubiese importado el que me lo volvieran a azotar...pero es que no me había quitado los cepos de los pezones.

            -¡Ay!, ¡eso no!. ¡Quíteme los cepos, por favor!. ¡Es que me duele!.

            -¿Te has creído que das órdenes?. ¡Aquí el que las da soy yo!.

            La vara me hacía aún más daño que la regla, al ser más fina. Y los cepos hacían que viera las estrellas. El problema de los cepos no era donde estaban...si no que estaban moviendo: apretaban y aflojaban como...sí, como si fueran bocas. Y estaba empezando a sentir cosas muy raras. Unas dolían. Las otras...me gustaban.

            Estuvo azotándome durante bastante rato, más que el profesor Binns. Acabé con los ojos encharcados de lágrimas, porque todo dolía muchísimo. Filch me azotaba todo lo fuerte que podía, y estaba claro que disfrutaba con ello. Se rumoreaba entre la gente que Filch odiaba a los alumnos porque él era un squib, un “no mago” nacido de magos, y que como los demás aprendían lo que él no podía, estaba resentido con ellos. Si aquel rumor era cierto yo podía ahora dar fe de él: me estaba castigando con verdadero odio.

            -Sois todos iguales. ¡Molestos!-un azote-. ¡Gamberros!-otro-. ¡Indisciplinados!-y otro más-. ¡Holgazanes!-y otro más-. ¡Arrogantes!-otro más!-. ¡Malandrines!...

            Y siguió insultando y golpeando hasta que el culo quedó tan dolorido como con el profesor Binns. Bueno, de hecho quedó más dolorido. Pensé que por fin acabaría mi castigado...hasta que Filch me colocó sobre su mesa, boca abajo, tal como estaba antes sobre sus rodillas, pero con las piernas asomando por fuera de la mesa.

            -¡Vas a saber lo que es andar provocando, niñata!. ¡Te mereces un correctivo de los de antes!. ¡Ah, como añoro esos castigos de otros tiempos!. ¡Eso sí era castigar!.

            Me sujetó la cabeza de forma que no pude mirar. Antes de que supiera lo que me iba a hacer, ya lo supe por mí misma. No sé que era, pero sí que era algo caliente y bien grueso, porque me lo había metido por el culo. Eso fue lo raro: yo pensaba que eso solo era de salida. Al parecer me equivocaba.

            Filch disfrutaba de su trabajo, porque se puso moverme con eso que me metía de forma muy rápida. Yo no dejaba de gemir y gritar por el dolor que me provocaba sentir como aquella cosa, fuese lo que fuese, estaba metiéndose por entre mi culo. Y en verdad puedo decir que era algo largo, porque notaba como llegaba a meterse muy dentro por el culito. Como lo había metido de forma tan brusca, notaba su presión por entrar y la de mi culo por impedir que entrase, aunque creo que eso a Filch le gustaba, porque cuanto más fuerte mi culo se cerraba para impedir la entrada, más se esforzaba porque entrase.

            ¡Oh, es verdad!. Aplastada como estaba contra la mesa, los cepos de los pezones se me apretaban con más fuerza y se agarraban a ellos casi como ventosa, o algo así. No sabía que existían esa clase de cepos. Entre los cepos, el castigo y lo que Filch me hacía, las sensaciones me inundaban y no sabía qué pensar. Era rudo y no me gustaba, pero los cepos me estaban haciendo sentir cosas que me gustaban, aunque no lo sepa explicar. Al tiempo que sufría, me gustaba, y a la vez que me gustaba, sufría. No sé explicarlo mejor ni con otras palabras. Era placer y dolor, mezclados.

            -¡Abre la boca de una vez!. ¡El castigo final te espera!.

            Cuando dijo eso me tapó los ojos, me sacó de la mesa y entonces me hizo abrir la boca. No vi lo que pasaba, solo sentí que me daban a beber algo que no había probado nunca...o eso creía entonces, porque como era sonámbula, quizá ya lo había probado ir caminando en sueños por el castillo y no lo recordase. Lo raro es que no recuerdo de ver ninguna botella en la mesa o el despacho de Filch. ¿De donde salía entonces ese espeso líquido?. Ojalá hubiera podido verlo, pero Filch no me dejó, me obligó a tragarlo. Tenía un sabor cremoso, pero algo salado. A los varios segundos de habérmelo tragado todo, el Sr. Filch me soltó las manos, pero no me dejó ver, ya que aquello que me había dado a beber me lo metió en la boca, y tuve que tragármelo entero, allí de rodillas en el suelo. Creo que era lo mismo que antes se había metido por mi culo, y no por el olor o el sabor (si era lo mismo, Filch lo había limpiado concienzudamente que no se notaba nada de nada), si no por el tamaño. Grueso, caliente y largo. Sí, seguramente sería lo mismo.

            Me cogió por la nuca para evitar que me lo sacara de la boca, y entonces pensé que si ayudaba a que terminase, entonces tal vez me dejase ir antes. Aún tenía pendiente recoger mis braguitas de la Torre de Astronomía. No sé porqué, pensé que si le daba a la lengua, quizá terminase antes, así que me puse a lamerlo al mismo tiempo que lo comía (o hacía que lo comía). Por un instante pensé que sería alguna especie de caramelo o de porra de Honeydukes, la tienda de golosinas de Hogsmeade, el pueblo de magos que se encuentra a poca distancia de Hogwarts...pero recordé que Filch odiaba a los niños, y al ser así, no tendría sentido que llevase ninguna chuchería en sus bolsillos.

            -Ah, ¿entonces te gusta chuparlo, eh?. ¡Pues chupa hasta que te canses, mocosa malcriada!. ¡No dejes de chupar!.

            Pero entonces, ¿era o no era una porra?. Porque las porras se chupaban...pero lo que tenía en mi boca no se parecía a una porra, o por lo menos no sabía como las que yo había probado antes. Y a lo mejor me equivoco, pero juraría que en la base de la porra, cuando la tragaba lo más posible...había pelo. ¡Pelo!. Podía notarlo en la punta de mi nariz. ¿Qué clase de porra tenía pelo?. Eso sí que me tenía intrigada.

            Ni recuerdo cuando tiempo estuve allí de rodillas, semi desnuda, chupando como podía la porra de Filch, intentando descubrir a qué podía saber, si era de fresa, o quizá de naranja o melocotón. Seguramente debía estar desgastada por la falta de uso, ya que había perdido casi todo su sabor. De cualquier manera, estuve chupa que te chupa hasta que noté como las manos de Filch me agarraban con más fuerza la nuca, y como aquella porra de extraño sabor de repente se había convertido en una botella...porque no dejaba de manar el líquido espeso. ¿Una porra con pelo y que además echaba líquido cuando se la chupaba demasiado?. Si lograba ir a Honeydukes algún día les preguntaría por ella a los dependientes. Quizá ellos me dijeran de qué clase de porra se trataba. Estaba segura de que Filch no me lo diría.

            -¡Espero que te haya servido de lección!. ¡Ya puedes irte!. ¡Y que no te vuelva a ver corriendo por los pasillos ni haciendo gamberradas, o te vas a enterar!.

            Eso lo dijo cuando ya me había vestido, arreglado y estaba a punto de salir por la puerta. Lo extraño es que se tocó sus pantalones cuando lo dijo. No entendí porqué.

            Nada más salir del despacho de Filch fui a la Torre de Astronomía, que quedaba a bastante distancia. Tenía la ventaja de que las clases ya habían terminado (la de Binns era la última) pero como había toque de queda, tampoco quería volver a ser castigada, y me di prisa hasta llegar a la torre. El aula era impresionante, al estar situada en la torre más alta del castillo. Tenía una visión completa de la bóveda celeste, y de noche era un observatorio astronómico perfecto donde estudiar estrellas y planetas. Había artilugios e instrumentos que no conocía su uso, pero que me impresionaba verlos. La verdad que la Torre de Astronomía imponía un poco, sobretodo por la altura que tenía cuando me fui a asomar por el torreón para mirar hacia abajo.

            -Vaya, este sitio está muy alto-dije al mirar abajo-.

            Luego miré a mi alrededor a ver si daba con ellas, pero por alguna razón no veía donde las podía haber metido Peeves. Para ser un duende fantasmal, lo cierto es que era bastante problemático. Tal vez pudiera ajustarle las cuentas a su debido tiempo, pero lo más importante ahora era encontrar mi ropa interior. Si había conseguido curar mi culito enrojecido con un conjuro, entonces también podría recomponer las braguitas. Eran mis favoritas, con dibujos de unicornios, dragones e hipogrifos, y también un regalo de papá por mi último cumpleaños. Como no tenía a mamá para regalarme esas cosas, él tenía que ocuparse de eso también. No acertaba mucho a saber qué debía comprarme, pero se lo perdonaba porqué sé cuanto me quería. Por eso las apreciaba tanto, y por eso deseaba encontrarlas. ¿Donde estarían?.

            No las vi en el aula, pero Peeves había dicho que las iba a poner de bandera en ella. Si fuese así, entonces las pondría en la cúpula del tejado. Salí al adarve, al corredor exterior de la torre, y entonces revisé toda la parte exterior de la torre, pero no fui capaz de encontrarlos por mucho que quise verlas. Di la vuelta a todo el torreón pero no las vi en ningún sitio, e incluso me dio por mirar por entre los planetarios que allí había, pero nada. Entonces, no sé porqué, pensé en las palabras de Peeves: “¡bandera!”. Eso nunca se pone por dentro de la torre: se pone por fuera de ella. Había mirado mal. En efecto, al poco de volver a rodear la torre, las encontré, ondeando al viento, en el muro. Intenté de todas las maneras cogerlas, pero mi mano no llegaba por muy poco. Además, el viento de esa tarde era bastante fuerte, y me sacudía el pelo por la cara, y me costaba ver. Tuve que sujetarme a la almena en donde estaba para evitar caer, y me incliné todo lo que fui capaz...¡sí!. Me costó, pero había logrado cogerlas. Estaba tan contenta que ni siquiera me había fijado al darme la vuelta que no estaba sola. Había alguien allí.

            -¿Se puede saber qué hace usted aquí?.

            La reconocí nada más verla: era Aurora Sinistra. Era la profesora de astronomía. Era de tez morena, y si la memoria no me la ha vaciado ningún desmémorix flotante (les encanta robarte los recuerdos en los que no piensas a menudo), el único profesor de piel negra de Hogwarts. Vestía siempre túnicas muy oscuras, haciendo un extraño juego de sombras con su piel que casi le daba el aspecto de un dementor (son los guardianes de la prisión de Azkabán, la única prisión para magos que hay; se alimentan de la felicidad y los recuerdos alegres hasta convertir a uno en un cascarón vacío). Era alta, sus ojos eran de un verde muy oscuro, y aunque era como profesora era muy buena, también era muy severa con nosotros. Tal vez me equivoque, pero creo que nadie o casi nadie logró verla nunca emocionarse por algo. Incluso alguna vez he pensado que quizá algún dementor estuvo junto a ella tanto tiempo que le toda la felicidad que había en su corazón. Parecía bastante disgustada al verme allí.

            -Srta. Lovegood, le he hecho una pregunta: ¿qué hace usted aquí?.

            Miré a mis braguitas, que estaban sujetas en mi mano.

            -Las había perdido. Bueno, en realidad, Peeves...

            -¿Se ha creído que la Torre de Astronomía es un tendal, Srta. Lovegood?.

            La pregunta sonó muy seria. Creo que estaba enfadada conmigo.

            -No, profesora Sinistra. Aquí no hay ropa tendida.

            -Pero sus braguitas sí estaban tendidas, ¿verdad?. La he visto recogerlas hace un momento de esa almena...y he visto que va sin ropa interior. Cuando el viento le levantó la falda-añadió-. ¿Es que no sabe lo es el decoro, Srta. Lovegood?.

            Me quedé sin saber qué responderle. La verdad que con lo disgustada que estaba cualquier respuesta seguramente le hubiera enfadado más aún.

            -10 puntos menos para Ravenclaw por su descaro, ¡y no se le ocurra protestar o le descontaré otros 20!-me señaló cuando vio que iba a decirle algo-. ¿Se ha creído que puede ir así como así por el castillo, sin ropa interior?. Se supone que es una estudiante de Hogwarts, no de un burdel. ¡Es una señorita inglesa, no una fulana!. Si busca que la traten como a una cualquiera en lugar de cómo a una chica bien, no se preocupe...que la van a tratarán como a una cualquiera. ¡Imanto!.

            Mi varita salió despedida de mi oreja hacia la mano de la profesora Sinistra, tan rápido que casi ni me di cuenta.

            -¡Vestiméntum vitae!.

            Mi braguitas saltaron de mi mano y se rehicieron en el aire. Me alegré por volver a tenerlas enteras como si no se hubiesen hecho jirones, pero entonces percibí como mi ropa parecía moverse por sí misma. Mis braguitas cayeron al suelo y se colocaron por sí mismas entre mis piernas...pero entonces comenzaron a apretarme, y no era lo único que me apretaba. Mi camisa parecía que se habían convertido en dos manos que no dejaban de apretarme los pechos. El problema fue precisamente eso.

            -¡Ay!.

            Mi reacción hizo fruncir el ceño a la profesora Sinistra. Ésta vino hacia mí y me abrió la camisa, encontrándose con el secreto que escondía: los mini cepos de Filch. No me los había quitado cuando me ordenó marcharme de allí, así que supuse que mañana me los quitaría. No esperaba volver a tener problemas ni que nadie me los descubriera.

            -¡Por Merlín!. ¿Pero qué clase de chica es usted, Srta. Lovegood?. ¿Cepos en los pezones?. ¡Es peor de lo que imaginaba!. ¡MÁXIMUM!.

            A la orden de la profesora, mis braguitas pasaron de estar rozándose con mi sexo (o contra él, tanto daba) a intentar meterse por él. Era como si algo por fuera de ella lo estuviese apretando, algo alargado y grueso. ¡Anda, como la porra de Filch!. No había caído en ello. A lo mejor no era una porra, si no una raíz de esnúrculos (raíces mágicas para jardines; de ellas crecen los rábanos chillones). Las raíces de esnúrculos tienen por dentro como un líquido que sale al apretarlas...aunque no sabían igual.

            -¡Varitae móvilis!. ¡Incanto!.

            Mi varita, por sí misma, cobró vida y fue balanceándose como si fuese alguien que estuviese bailando...hasta que justo cuando estaba a punto de caer, la varita me hizo una gran presión en mis braguitas. Pensé que las volvería a romper, pero no fue así, las braguitas parecían volverse elásticas y en lugar de servir como contención para la varita hicieron las veces de goma elástica alrededor de ella...sobretodo porque ambos, varita y braguitas, se me metieron por el culo como antes se había colado la porra de Filch. Ante mí, con los brazos cruzados, la profesora Sinistra me miraba con gesto desaprobador.

            -¡Ya veo que tienen que reeducarla a base de bien, Srta. Lovegood!. ¡Tiene usted demasiadas malas costumbres!. ¡Yo me ocuparé de eso!.

            Se me hizo que dijera eso, pero que luego se me acercara para besarse conmigo. Y vaya beso. No podía dejar de gemir mientras sentía como su boca hacía contacto con la mía, y como me metía la lengua de forma muy brusca hasta que se puso a jugar con la mía. Aunque rudo, también era algo placentero. Cada vez que posaba sus manos en mis pechos y tocaba los cepos, éstos me apretaban los pezones hasta que me dejaban con la sensación mezclada de que me dolía, pero también me hacía sentir cosas que me ponían la cara muy roja y caliente. Me sentía arder por dentro, entre las atenciones de Sinistra, de mi varita metida por mi culo y de mis braguitas...metidas por ambos sitios.

            -¿Cómo diablos puede llevar puesto eso, Srta. Lovegood?.

            -No es mío...¡ay!...no lo toque, no es mío...solo el Sr. Filch puede quitármelo...es suyo...él me los puso...

            Los ojos de la profesora se abrieron como platos. Quizá no me escuchó bien.

            -¿Argus Filch?, ¿ese Sr. Filch?, ¿el viejo, repelente y desagradable de Filch?.

            Me mordí el labio inferior mientras sentía como mi varita me estaba penetrando por detrás. Después de lo ocurrido con Filch no me dolía nada...y me gustaba bastante.

            -¡Es usted una desviada!. ¡Y yo pensando que simplemente era un poco extraña!. ¡Es intolerable!. ¡Pienso reeducarla a conciencia!. ¡Separe las piernas!. ¡Ábralas!.

            Lo hice, aunque más por la insistencia de ella que por deseos de obedecer. Tenía tantos sentimientos entrecruzados que me costaba pensar con claridad. Cumplí la orden de la profesora y me quedé en el suelo, con las piernas separadas y usando los brazos de apoyo por mi espalda. Con todo lo que pasaba, de nuevo el viento (¿o Peeves, quizá?) hizo que la camisa, que estaba unida por los dos botones superiores (mi jersey estaba ya en el suelo) se me voltease a la cabeza y que no pudiera ver lo ocurría. ¡Anda!. Otra vez me había quedado igual: no me podían mirar a los ojos pero sí a mi entrepierna. ¡Sí que era algo extraño!.

            -Ahhh-comencé a gemir-...mmmm...aaahh-decía mientras sentía la camisa en mi cara, casi como si fuese una máscara que la cubriese-...

            Ya no era solo que sintiese las braguitas, me parecía que había algo más por mis braguitas o sobre ellas, pero no atinaba lo que podía ser. ¿Dedos, una varita?. Como no lo veía, no podía asegurarlo. Lo que sí sabía es que parecía saber muy bien donde tenía que ponerse, porque fue directamente a por mi sexo. Ya estaba siendo acariciado por las braguitas, pero ahora había otra cosa ayudándolas. No sé cuanto duró, pero sí sé que en cuanto “aquello” terminó de tocarme (estuvo a punto de meterse por dentro tanto como antes la porra de Filch) sentí que era colocada en el suelo, y noté algo que era puesto en mi boca. Sentía un gran peso encima de mí, como si alguien hubiera puesto una enorme piedra...y entonces escuché la orden.

            -¡Lame!. ¡Lame y no te dejes nada!. ¡Prometo devolverte los puntos perdidos si eres capaz de hacerlo bien!.

            -¿Y...y como puedo hacerlo bien?. ¿Qué he de hacer?.

            -¡Solo chupa, con fuerza, y hasta adentro!. ¡Adentro del todo!. ¡Vamos!.

            No podía ver lo que era, la camisa me tapaba los ojos pero dejaba mi boca en el lugar preciso para poder lamer “eso” que tenía que lamer. Creo que al final la profesora no era tan mala. Si todo lo que tenía que hacer era lamer lo que fuera que fuese que me había puesto en la boca, pues a lamer tocaba. Esto sabía diferente que la porra de Filch, casi me recordaba a una papayágax, una fruta tropical con forma de gota de agua, con la peculiaridad de tener un sabor diferente a cada mordisco que se le dé: manzana, naranja, limón, melocotón, ciruela...esto tenía el mismo sabor, pero la textura era casi la misma. Lo sé por que una vez, en nuestros escasos viajes que no íbamos a Suecia en busca de un Snorkack de Cuerno Arrugado (con el que nunca dábamos, pero que no dejábamos de buscarlo), papá y yo viajamos al caribe y dimos con ella. Estaba bastante rica.

            -¡Sí!. ¡Eso es, Srta...!. ¡Tiene que meter la lengua!. ¡Eso es!. ¡Sí, así es como lo tiene que hacer!...¡Más!. ¡Más fuerte!. ¡MÁS!.

            Por los gritos de la profesora, juraría que estaba sentada justo encima de mí, y si eso fuese cierto entonces, ¿qué era lo que yo estaba lamiendo?. No podía ver nada, cosa que me dio bastante rabia porque sabía que si preguntara por ello al terminar, quizá ella me regañase de nuevo y me quitase más puntos de Ravenclaw. Me iba a quedar con las ganas de saber lo que estaba lamiendo, al igual que con la extraña porra peluda del Sr. Filch. De todas maneras parecía que lo lamía bien, porque la profesora no paraba ni por un segundo de moverse ni de retorcerse. Era raro. Ni que la estuviese lamiendo a ella.

            En cuanto a mi ropa...el encantamiento de la profesora seguía funcionando, así que mi camisa, por un lado, me tapaba los ojos para no dejarme ver, y por otro, me iba haciendo una tortura terrible ya que parecían manos que acariciaban mis pechos, y cada caricia los cepos se cerraban un poco más, lo justo para hacerme sentir como si acabase de alcanzarme un rayo caído del cielo. ¡Oh!, y me olvidaba de mis braguitas, revoltosas como ellas solas, que no dejaban de acariciarme. Me sentía extrañamente mojada debido a tantos toqueteos en mi sexo, pero mojada de verdad. Lo raro era que no sentía ganas de ir al baño, pero sí que las estaba poniendo totalmente humedecidas. ¡Y el calor en mi cuerpo no paraba de aumentar!. ¡Y mi varita no dejaba de penetrarme por el culo!. ¡Y la sensación de estar disfrutando con todo aquello subía como la espuma de una cascada a la que se le hubiese aplicado un filtro anti-gravedad con la savia de un bonsái nepalí!.

            Fue algo muy fuerte, más que lo que pasó con el Sr. Filch. De pronto sentí como si tuviera un volcán por dentro que hubiese entrado en erupción, y creo que la profesora Sinistra debía otro volcán en su interior, porque fue ponerse a gritar al igual que yo, y de nuevo sentí como me daban a beber un líquido que no sabía lo que era...pero estaba rico. No era cerveza de mantequilla, pero me gustaba. Aquellos minutos de placer fueron (a mi mente) interminables, debido a que el conjuro seguía funcionando aún cuando estaba en pleno éxtasis. Nunca había sentido nada igual.

            -¡Qué calor tengo ahora!. ¡Ni siquiera noto el frío de la torre!.

            Y era verdad. Soplaba viento, pero yo ni me daba cuenta de él. Me hallaba de lo más caliente por dentro, de hecho me ardían hasta las mejillas. Para cuando la profesora Sinistra deshizo el conjuro, ella se encontraba de nuevo de pie, a un par de metros de mí con el gesto bastante complacido, aunque no sabía porqué. Eso sí, lo que pasó fue muy pero que muy extraño. Vino a darme un beso, pero no en la mejilla, si no en la boca. Era la primera vez que me besaba una chica.

            -Es la primera vez que me besa una chica-pensé en voz alta-.

            -¿Y te ha gustado?-quiso saber con una sonrisa nunca antes vista en ella-.

            -No lo sé: tampoco me he besado antes con un chico.

            Hice un leve encogimiento de hombros con total naturalidad, y la profesora hizo de darme otro beso. Me parecía raro que quisiera besarme, sobretodo con el sabor en mi boca de lo que antes había estado lamiendo. A lo mejor a ella también le gustaba.

            -¿Mejor ahora?.

            -Sí, ha sido diferente. Este ha sido mejor.

            -De acuerdo. Bien, restituyo los puntos perdidos, pero lárguese a su cuarto antes de que alguien la vea. ¡Y mañana mismo ordénele a Filch quitarle esos cepos antes que le hagan verdadero daño!. ¡Ya nos veremos otra vez, Srta. Lovegood!.

            La obedecí y salí de allí como si no pasara nada. Estaba bastante cansada, y una vez llegué a la torre de Ravenclaw, fui a los dormitorios de las chicas y me tumbé en la cama (boca arriba, claro está; no quería que los cepos volvieran a cerrarse más de la cuenta. Me había pasado el día con los pezones tan sensibles como crecidos), totalmente exhausta, al borde del sueño.

            -Y todo esto por querer hablar con el profesor Binns-dije en voz alta-.

            ¿Veis lo que os decía?. Por una tontería, todo lo que pasó. Y a pesar de que el Sr. Filch había sido bastante rudo, él y la profesora Sinistra me habían hecho sentir unas cosas muy parecidas. No sé...a lo mejor debía intentar hablar con Binns de nuevo, en su próxima clase. Quién sabe que otras cosas podrían pasar.

            Ese día es solo uno entre muchos. Lo he elegido por su variedad, aunque algunos otros días fueron más monótonos, y otros más extraños. Por ejemplo, después de ese día tuve que visitar de forma regular a la profesora Sinistra, para ir a clases particulares de Reeducación y Buenas Maneras, como ella las llamaba. Como ella era tan severa con la gente, nadie sospechó nada malo y, por mi parte, yo no pensaba que lo hubiera. Lo que hacíamos nos dejaba al final con el cuerpo agotado y sudoroso, y con la respiración un tanto forzada. Muchas veces ella me decía como se debía comportar una señorita bien educada, y como debía hacer las cosas...pero antes de darme cuenta, estaba bebiendo de eso que ella me ponía en la boca hasta casi atragantarme. Transcurrió un tiempo antes de que me quitara las vendas que siempre me ponía en los ojos y me dejase ver lo que le estaba chupando de verdad, pero a esas alturas, como ya lo había hecho tantas veces, no me molestó...y sí que lo chupé con más fuerza a partir de entonces.

            Pero mis aventuras extrañas no se limitaban a la profesora Sinistra. Algunos días me pasaban cosas tanto o más raras que esas. Veamos a ver si puedo rememorar algunas de ellas...por ejemplo, sé que una vez desperté en mitad de un pasillo, de madrugada, y que encontré enfrente de mí al prefecto de mi casa, creo que se llamaba Robert Hilliard (no estaba segura en ese momento). Un chico con el pelo negro, los ojos castaños, cara agradable. Estaba en el suelo, con la ropa hecha jirones, y me miraba muy sorprendido. Cuando me miré a mí misma, vi que mi pijama estaba medio quitado y varias manchas semilíquidas por mi cuerpo que al probarlas, sabían igualitas que lo que el Sr. Filch me había dado a beber en su despacho. Robert parecía muy sorprendido.

            -Hola-saludé con la mano, muy alegremente-. ¿Qué tal?.

            -¿Cómo que qué tal?. ¿A qué viene eso?.

            -¿Qué haces en el suelo con los pantalones bajados?.

            Era una pose extraña, tenía los pantalones en los tobillos y podía ver no solo sus piernas (que empezaban a tener algo de vello en ellas, a diferencia de las mías, del todo lisas), si no que también pude ver claramente algo que despuntaba hacia arriba pero que estaba poco a poco perdiendo su dureza.

            -¡Qué curioso!. ¿Es normal que os pase eso a los chicos?.

            -¿Bromeas?. ¿Pero es que no te acuerdas?. ¿No recuerdas nada?.

            -Recuerdo irme a dormir, y que antes me puse el pijama y los zapatos.

            -¿Los zapatos?-se extrañó-. ¿Duermes con los zapatos puestos?.

            Él miró a mis pies, y yo hice lo mismo. Sí, los llevaba puestos.

            -Es que soy sonámbula. De ese modo evito coger frío en los pies si voy descalza.

            -Sonámbula...entonces no te acuerdas-volvió a insinuar-.

            Hice un leve encogimiento de hombros, frunciendo los labios con resignación.

            -¿Ha pasado algo malo?.

            Se me quedó mirando unos momentos, antes de decirme algo.

            -No-negó con la cabeza, con una extraña sonrisa-. No te preocupes, no ha pasado nada malo...pero ten cuidado la próxima vez. Por tu culpa chocamos.

            -Ohhh, ya veo-me sorprendí...y del choque se te cayeron los pantalones, por eso los llevas tan abajo. Lo siento, intentaré que no vuelva a pasar.

            -No te preocupes, pero ten cuidado. Ayúdame a levantarme, te llevaré de regreso a la sala común de Ravenclaw.

            Una vez se levantó, se puso de nuevo sus pantalones y volvimos hasta la puerta de la sala común. Una vez allí, siguiendo la costumbre, el águila que había como aldaba de la puerta (sin pomo ni cerradura) nos planteó este enigma.

            -“Crece desde que nace, pero su altura no cambia. Cada día es más amplia, pero no engorda. Puede volar, pero no tiene alas. Puede nadar, pero no tiene aletas. No come ni bebe, pero siempre tiene hambre. ¿Quién soy?”.

            Robert y yo nos miramos el uno al otro sin saber qué decirle. Por desgracia, si no acertábamos, no podríamos entrar hasta que viniese otro compañero y le plantease otro enigma. Ambos nos quedamos un buen rato sin saber qué decir, planteando respuestas posibles, pero no estábamos seguros.

            -No se me ocurre nada, y me estoy devanando los sesos. ¿Y tú, Luna?.

            -Tampoco lo sé. ¿Alguna idea?.

            -En realidad, tengo una...podrías ayudarme a pensar mejor, si quieres.

            -¿Y como podría hacerlo?.

            -¿Recuerdas lo que viste antes?-señaló a sus pantalones-. Lo normal es que de blandito pase a duro, y no al revés. Eso nos deja un poco confusos. Si lo vuelves a poner duro, entonces podría pensar mejor una respuesta.

            -Vale-me encogí de hombros-. ¿Pero aquí mismo, en el pasillo?.

            -Será solo un momento. Yo te diré lo que tienes qué hacer.

            -Avísame si lo hago bien, no quisiera perturbarte la mente más aún.

            -Vale-me dijo él-.

            Robert se bajó la cremallera y me dijo que tenía que agacharme y ponerlo entre mis manos para frotarlo suavemente. Había que darle calor, y si me era posible, también debía besarlo. Eso también funcionaba. Como tenía que ponerme de rodillas, decidí usar la chaqueta de mi pijama para usarlo de apoyo y no lastimármelas. No llevaba camiseta debajo, pero Robert dijo que no pasaba nada, y él también se quedo desnudo de cintura para arriba, para que no me sintiera incómoda. Fue muy amable por su parte.

            -¿Lista?. Cuando quieras. Espero que lo hagas bien, si no, tardaremos mucho en entrar en la sala común, y es mejor entrar cuanto antes.

            -No te preocupes, lo haré bien.

            Según sus indicaciones, primero lo estuve frotando como si enrollase un canelón o algo parecido, pero luego tenía que agitarlo de adelante atrás como si hubiera quitarle y ponerle la cáscara a un plátano, una y otra vez. Robert tenía razón. ¡Qué duro se puso a los pocos minutos!. No sé porqué aquello me resultaba familiar, pero no sabía de qué. Ya lo recordaría, supongo. Según se fue haciendo cada vez más duro, también se volvía cada vez más caliente.

            -¿Crees que podrías besarlo más profundo?. Como si chuparas una porra.

            ¡Porra!. ¡Eso era!. ¿Entonces era esto lo que había chupado del Sr. Filch?.

            -Sí, claro. Ahora mismo.

            -Pero ten cuidado, ¿vale?. Es delicado.

            -Oh, ya entiendo. Seré muy atenta contigo.

            Quise comprobar mi sospecha, y aparte de besos, probé a metérmela en la boca y darle una chupada algo más fuerte. ¡Sí que lo era!. Quizá debería haberme enfadado con el Sr. Filch, pero como hacía ya tanto tiempo de eso, no serviría de nada...aunque había algo que no lograba entender. La de Robert era más larga. Casi no me entraba toda en la boca, y mira que lo intentaba con todas mis fuerzas.

            -Sí...lo haces muy bien, Luna...ya me siento mejor...me noto la cabeza más lista y despejada...seguro que ahora se me ocurre la respuesta...mmm...Luna, ten cuidado, es que eso suele...suele...¡dar leche!-dijo apresuradamente, como si no supiese la manera de decírmelo-...

            -Ah, ¿cómo la de las vacas, o como la leche omnicoloris que cambia de color?.

            -No-negó con la cabeza-, esta es...es leche happysmile, porque las chicas sonríen mucho cuando se la beben...las hace felices...

            -¡Eso no lo sabía!. ¿Cómo es que eso no lo damos en clase?.

            -Hay cosas que no se aprenden en clase, Luna...pero no pares, que entonces me vuelvo a aturdir...

            -Oh, perdón. No volverá a pasar.

            Nunca había oído hablar de la leche happysmile, pero si tenía razón, entonces le tenía que sacar esa leche cuanto antes. Quizá entonces pudiéramos entrar en la sala de Ravenclaw. No me apetecía pasar la noche por fuera. ¡Si nos encontraban perderíamos muchos puntos para Ravenclaw!. Como quería evitar que eso pasara, me esforcé mucho en ayudar a Robert para que se le despejara la cabeza, así que estuve frotando, besando, chupando y lamiendo tal como él me decía hasta que le sentí como apretaba los dientes y como me avisaba de que la leche happysmile estaba a punto.

            -Ya está...ya lo tienes...me va a salir...sácalo todo Luna...no dejes nada adentro, no pares...tómala...te la echo toda...todaaaaa...

            Fue entonces cuando me dio lo que llevaba dentro y se derramó en mi boca. Me lo tragué tal y como Robert me decía, y fui limpiándolo todo. Sí que era cierto lo de que hacía sonreír a las chicas. Yo sonreí mucho al verle tan contento, aunque me extrañó en ese momento que cuando me había pasado con Filch, no me había sentido contenta. No, de hecho solo sentía alivio de que hubiera terminado. A lo mejor, al igual que le pasaba a la leche de las vacas, la de los hombres se cortaba con los años y ya no tenía el mismo efecto con las chicas. Menos mal que Robert era de mi edad.

            -¿Te ha gustado la leche happysmile, Luna?. ¿Te la has tragado toda?.

            -Sí, claro, he hecho lo que me dijiste. ¿Qué tal tu cabeza?.

            -Mucho mejor-sonrió de oreja a oreja-. De hecho, me vas hecho volar la cabeza mientras lo hacía, tenía la mente en órbita...¡ah, claro!: la respuesta es “la imaginación”, porque habita en la cabeza y crece con los años, y con ella podemos ir a donde nosotros queramos, tanto volar como nadar, en sueños. Y la alimentamos con libros.

            -Es correcto. Puedes pasar-dijo la aldaba-.

            Me alegró mucho que gracias a eso supiera la respuesta, aunque me sorprendió un poco su sonrisa tan confiada, tan seguro de sí mismo.

            -¿Estás bien?.

            -Sí, muy bien. Gracias por ayudarme. Ve a dormir, y no le cuentes a nadie nada de lo ocurrido, ¿de acuerdo?.

            -No tengo amigos a los que contárselo.

            -Oh, es verdad-recordó él-. Lo olvidaba. Buenas noches Luna.

            -Hasta luego Robert.

            Nos despedimos allí mismo, y mientras él volvía a su ronda, yo intenté meterme de nuevo en cama. Aún no sabía como me las apañaba para ir tan lejos estando dormida, la verdad es que era muy inusual. A lo mejor, sin darme cuenta, había olido el aroma de alguna flor somnirrante, ya que su olor provoca que mientras uno duerma, vagabundee sin rumbo toda la noche. De cualquier manera, por lo menos volvía a estar en cama, con la ayuda de Robert. Me había gustado ayudarle a pensar, y quería recordarlo más, pero me encontraba extrañamente cansada, como si hubiese hecho más cosas de las que en ese momento podía acordarme, así que cerré los ojos, y me dormí enseguida.

            Mis viajes nocturnos habían empezado a ser más recurrentes en mi tercer curso de Hogwarts, que fue cuando tuve mi encuentro con Robert en aquel pasillo. Para aquel entonces mis visitas a Reeducación y Buenas Maneras iban por su segundo año, ya que lo ocurrido había sucedido un año antes, en mi segundo curso, cuando aún me faltaban dos años para conocer a Harry Potter y sus amigos y, lógicamente, me faltaba como un año para conocerle cuando me pasó lo de Robert. Ojalá pudiera decir que lo que ocurrió con Robert fue un hecho aislado, pero mentiría si lo hiciera. Hubo más gente con la que me pasó: de los nombres que consigo recordar ahora, se me vienen a la cabeza nombres como Cedric Diggory, que ocurrió algo después de ser seleccionado para el Torneo de los Tres Magos; con Marcus Flint y otro chico de Slytherin cuyo nombre no recuerdo, que no fueron muy corteses conmigo, ya que me obligaron a hacerles tres extracciones de happysmile a cada uno...oh, casi se me olvidaba, y con una chica llamada Hannah Abott (cuando desperté de golpe las dos estábamos sudorosas y desnudas, en el baño de chicas)...¡ah sí!, y con Neville Longbottom, durante mi quinto año de curso, poco antes de la muerte del profesor Dumbledore.

            En el caso de Cedric, fue una vez en que, casualmente, él estaba saliendo de la sala común de Gryffindor. Yo me había levantado sonámbula y había llegado hasta allí de pura casualidad. Me desperté de golpe al chocar contra él, y entonces nos quedamos unos segundos mirándonos. Era un chico muy atractivo, alto, con el pelo castaño claro y ojos a juego, muy bonitos. Me explicó que tenía ante él la última prueba del Torneo de los Tres Magos y que quería llegar con adelanto, porque se encontraba bastante confuso y asustado. Le dije que yo sabía de una forma de aliviar su problema, y sin mediar una palabra más, logré bajarle la cremallera de los pantalones y comencé a hacerle lo que a esas alturas ya había dominado del todo. Cedric me metió en la sala común con él, para que nadie nos viese (era muy bonita, parecida a la de Ravenclaw excepto por los colores de ambas), y ya allí solos los dos (el resto de Hogwarts estaba de camino al torneo), me esforcé en aplicarle a Cedric mi método para despejar mentes. Estuve chupándosela un buen rato, hasta que me pidió si podía metérmela. Lo hicimos sobre la alfombra, junto a la chimenea, él se tumbó y yo me dediqué a cabalgarlo mientras él me acariciaba mucho los pechos (me los chupeteó de tal modo que veía las estrellas). Como me hizo disfrutar tanto, luego me puse sobre la alfombra a cuatro patas y le dije que podía hacérmelo por detrás, que no pasaba nada. Lo cierto es que estaba bien dotado, también por el culo me hizo disfrutar mucho, y por supuesto, me bebí su happysmile al terminar. Luego, ya por separado, fuimos al torneo. Por desgracia “Quien-Vosotros-Sabéis” lo asesinó usando la maldición imperdonable Avada Kedavra. Lamenté mucho que muriera pero, al menos, prefiero pensar que antes de morir le hice feliz, que le di una gran alegría.

            En ese mismo torneo tuve otros dos escarceos que me gustaron mucho. Uno de ellos, el primero, fue con el elegido de Durmstrang (el colegio de magia y hechicería de Rumanía), un chico de mucho carácter rudo, Victor Krum, y de aspecto igual de rudo, con el pelo negro corto, ojos castaños y porte bastante duro. Me lo encontré casualmente por los pasillos, de la mano de Hermione, al parecer discutiendo por algo. No sabía que salían juntos. Fuese como fuese, el caso es que ella se fue y lo dejó allí, solo. Entonces aparecí yo preguntando si podía ayudarle. No dominaba mucho el idioma, casi todo me lo decía en rumano, pero por lo que pude deducir, Victor le pedía cosas que Hermione se negaba a darle. Deduje también lo que le pedía, y me ofrecí a dárselo yo, que no me importaba dárselo. Me llevó hasta un cuarto trastero para escobas y demás, y encerrados allí se desfogó conmigo. Creo que estaba enfadado con Hermione, ya que alguna vez me llamó por su nombre, pero no me importó. A veces esas cosas pasan. Me limité a hacer lo que mejor sabía, y tras asegurarme que mi boca le complació todo él necesitaba, me hizo algo que nadie me había hecho nunca: me elevó en el aire, me pegó a su cuerpo y pasando sus brazos por encima de mis piernas, agarrándome a su cuello, le dejé que se desahogara. Fue una postura muy bonita, me sentía como en el aire. Me daba pena que Hermione no quisiera ayudarle, Victor estaba muy bien dotado. Aguantó tres veces sin apenas sudar, la última de ellas por mi culito, empotrada de cara a la pared. También fue un poco brusco, pero me imaginé que los rumanos serían así con las chicas.

            El otro encuentro, mucho más cariñoso y agradable, fue con la seleccionada del colegio Beauxbatons (situado en Francia). Las chicas iban muy elegantes, y las chicas de Hogwarts se sentían envidiosas de ellas, ya que los chicos no dejaban de agasajarlas, pero a mí me caían simpáticas. Fleur Delacour, chica de pelo rubio platino y ojos azul marino, estaba paseando junto a su hermana, Gabrielle (parecían dos gotas de agua, salvo por la altura; se notaba que Gabrielle era algo más joven), y me pidieron si podía guiarlas por los pasillos del castillo, porque se habían perdido. Así lo hice, y como al parecer lo hice tan bien, me citaron para esa misma noche donde dormían. Decidieron si incluirme en un club que al parecer ellas tenían, por lo que tuve que pasar la prueba de acceso: tuve que dejar que Gabrielle me sometiera a varios encantamientos (una mayor sensibilidad al placer, pechos más grandes o que me mi sexo mojase mucho más...cosas así), y después de eso, hizo crecer su varita y me la metió bien adentro por todas partes. Fleur también lo hizo después, con su varita, y las usaron al mismo tiempo. Me dieron por aceptada, y al admitirme como su socia en el club de las “putesclaves”, como ellas lo llamaron, me dejaban ayudarlas con sus mentes confusas, la mayoría de las veces de rodillas en el suelo, con ellas de pie, y yo debajo de sus faldas. A veces ellas usaban sus varitas conmigo (tres, cuatro, cinco, según el caso...), y en otras ocasiones me dilataban tanto que me metían la mano, y hasta el puño. Era muy especial formar parte de su club.

            En cuanto a Marcus Flint y el otro (creo que se llamaba Peregrine Derrick), fue una situación difícil. Primero porque me despertaron de mala manera, con una bofetada que me dejó la cara enrojecida. En mitad de la angustia que me produjo aquel despertar tan rudo, Flint me apuntó con su varita y me lanzó dos conjuros: el primero de los dos, “Mutis”, me impidió hablar; el segundo, “Increméntum”, hizo que mis pechos crecieran y que triplicaran su tamaño. Y segundo, porque me llevaron a la sala común de su casa de Slytherin (la única que no había visto aún era la de Hufflepuff; todo se andaría) y allí, delante de todos, me hicieron lo mismo que el Sr. Filch, con la misma rudeza o incluso más fuerte que él. Como no podía hablar, no podía decirles que pararan o quejarme por lo que me hacían, y demás, yo no quería estar con ellos: Flint era bastante feo, con sus dientes tan prominentes y su aspecto de troll (aparte, sus mordiscos dolían de verdad), y Derrick tampoco era muy atractivo a mi vista. Lo mismo me pasaba con los otros chicos de Slytherin (aquello parecía una reunión de hijos de trolls), que se limitaban a mirar, y vieron como Flint empujaba dentro mío tan fuerte como tosco, era violento y dolía...y no se conformaron solo con mi sexo, también estaban necesitados de mi culo. Después de Flint y Derrick llegaron otros. No estoy seguro, pero creo que tuve que satisfacer a todos los chicos de Slytherin (o a casi todos), incluso a Draco Malfoy (tan rubio como yo, repeinado para atrás y con pose bastante desagradable), que se benefició de mi culo un par de veces. ¡Ah sí!, me dieron una sobrecarga de happysmile, fue la única vez en que de tanto que tomé quedé como empachada, así que me lo echaron por la cara y el cuerpo. Lo cierto es que fue tan doloroso como único. Nunca tuve a tantos chicos a la vez con los que trabajar (después de eso, todos me llamaban “Lunática” más que nunca, aunque con un retintín especial).

            Hannah Abbott. Cada vez que lo recuerdo, no puedo evitar que se me dibuje una sonrisa en la cara. No sé lo que pasó entre nosotras al principio. Cuando me desperté, la tenía delante de mí, desnuda y respirando a jadeos, mientras yo estaba justo delante de ella. Mmmm creo que debo precisar esa frase: yo estaba entre las piernas de ella, con mi cara apretada entre sus muslos. Al mirarme, yo también estaba desnuda. Estábamos las dos en un lavabo de chicas, ella al parecer se había despistado y yo había ido allí a quien sabe qué. El caso es que ella no me dijo como había pasado eso, solo que, cuando se dio cuenta de que estaba despierta, me hizo prometerle que no se lo diríamos a nadie, y me dio un largo beso en la boca, antes de tenderme en el frío suelo y hacerme lo mismo que al parecer yo le había hecho antes. Era muy guapa, con el pelo rubio, piel sonrosada y los ojos castaños, y era bonito estar con ella. Confiábamos en estar solas, ya que había un partido de Quidditch (Gryffindor vs. Slytherin), pero de pronto, Susan Bones entró y nos sorprendió. Sus ojos, también castaños, se clavaron en nosotras, y Hannah decidió que fuésemos a la sala común de Hufflepuff (la última que me quedaba por conocer). Al estar allí, Hannah logró seducir a Susan, y nos fuimos a los dormitorios de las chicas (en Hogwarts chicos y chicas duermen en habitaciones separadas). Una vez allí, tanto Susan como Hannah como yo nos entregamos entre sí, nos acariciamos y nos besamos muchas veces. Me encantaba el pelo rojo de Susan, liso y corto hasta el cuello. A veces, Hannah y Susan me tocaban; en otras, éramos Susan y yo la que tocábamos a Hannah. Incluso, en cierta ocasión, cada una tenía en sus manos el sexo y pezón de la chica situada en su derecha (yo tocaba a Susan, Susan a Hannah, y Hannah a mí). Aunque nunca lo dijimos a nadie, alguna que otra vez lo repetimos. Eran muy buenas chicas.

            Lo de Neville Longbottom ocurrió, como dije, un poco antes de que Dumbledore muriera. Neville estaba en la lechucería, a punto de enviar un mensaje cuando, según él me dijo, aparecí de nuevo sonámbula y había comenzado a acariciarle y chuparle, así sin más. Desperté en el momento en que él me dio su happysmile, y entonces salimos de la lechucería (el olor era muy fuerte, por los excrementos de ave), y me dediqué a ayudarle con su cabeza fuera de la lechucería, al aire libre. Nunca antes lo había hecho a campo abierto, y era bastante divertido por si alguien nos veía. Neville hizo mucho por mí, me trató muy bien y me chupaba y acariciaba los pechos con mucha dedicación (¡ah sí!, el hechizo de Flint se pasó al par de días, pero aún así mis pechos crecieron con los años al ser tan mimados por mis compañeros). Yo me puse en la barandilla de las escaleras que daban a la lechucería, y Neville se puso por detrás de mí. Era muy agradable, porque así podía masajearme los pechos, que le gustaban mucho. Lo sentía dentro de mí, entrando con mucha delicadeza. Me encantaba que me tratasen con tanta dulzura, y que, a pesar de estar totalmente vestidos, estábamos tan íntimamente unidos. Lo hicimos como dos ó tres veces, y por supuesto, procuraré vaciarle de su happysmile, aunque no antes de que le dejase, al menos una vez, mi culito para que lo gozase (a estas alturas, el conjuro de “Rego Mundus” (traducción de “culo limpio”), era de uso diario. No era de buen gusto manchar a nadie o que yo misma me quedase manchada; era la chica con el culito más limpio, aseado y mimado de todo Hogwarts). Debí dejarle muy contento, porque desde entonces, era algo frecuente que me hablase, me saludase o que estuviera conmigo, sin importar lo que los demás pudieran decir de él. Era bonito tener un amigo como él (de hecho, le incluí en un dibujo de mi habitación en casa, junto a Harry, Hermione, Ginny y Ron, unidos todos por una cadena de oro compuesta por la palabra “amigo”, repetida infinitas veces). Los apreciaba mucho a todos.

            Pero las cosas no acabaron ahí, hubo otras anécdotas mucho más curiosas. Una de esas es que a partir de entonces, algunos de los chicos de Ravenclaw, cuando venían a saludarme o pasaban por mi lado, lo hacían dándome un leve sobeteo en el culo, o en mis pechos. Era muy breve y nadie lo veía, y me decían que era un saludo que solo me podían hacer a mí, porque era especial. Nunca me habían dicho que era especial, así que me alegré porque me aceptasen de ese modo. A veces no era un saludo, si no que tenía que hacerles lo mismo que a Robert porque necesitaban despejarse la cabeza para algún examen y como era especial, solo yo podía hacerlo, que las demás chicas no valían y no sabrían hacerlo tan bien como yo. Me parecía bonito que me tuvieran tan en cuenta, en lugar de hacerme el vacío como siempre pasaba. Y no solo fue ese curso, si no todos los demás en adelante. Como nos ponían exámenes tan a menudo, me necesitaban mucho más (sobretodo en mi cuarto año, cuando Dolores Umbridge se hizo dueña del colegio y ponía exámenes casi todos los días. No daba abasto para ayudarlos a todos). Yo hacía lo que podía ayudarles, aunque eso me acarreó más de un problema cuando una chica de mi casa, Cho Chang, se enteró por accidente de lo que los chicos y yo hacíamos. Quise convencerla de que no era nada malo, pero ella me dijo que no podía hacer eso, que si llegaba a oídos de Dumbledore o de los otros profesores, arrastraría a Ravenclaw por la vergüenza. No sabía a qué se refería. Yo no veía nada malo en todo aquello.

            Cho intentó explicarme lo que pasaba en realidad, que las cosas que me hacían y que yo les hacía no eran buenas. Tuve que ahogar una risita, ya que después de todo lo hecho, si algo sabía es que eran muy buenas, hacían sentir muy bien. De pronto tuve la sensación de que Cho estaba necesitaba de cariño, así que la besé por sorpresa. Se echó para atrás y me intentó apartar, pero como yo ya sabía donde acariciarla, en unos pocos minutos fue cediendo y se dejó acariciar por mí. Apoyada en una pared, me metí bajo su falda, le aparté su ropa interior y me procuré lamerle y besarle su sexo con dedicación y esmero. Era muy sensible y se la notaba falta de cariño, ya que la pobre estuvo un buen rato mojándome la cara con su sexo. Era como una fuente, no dejaba de manar, y yo me lo bebí todo. Me llevó a su cuarto cuando acabé, y una vez allí en su cama, ella me besó y me devolvió el favor. Terminamos acariciándonos al mismo tiempo, frenéticamente, mientras no parábamos de besarnos o de buscar el roce de nuestros pezones, los suyos contra los míos. Nunca había jugado a rozar los pezones así. Me gustó mucho. También a Cho le gustó, y para cuando acabamos nuestro escarceo, ella se sentía mejor. No dijo nada, excepto que por favor tuviera cuidado. No debía ser de dominio público. Le dije que sí, aunque no entendía porqué. Solo quería complacerla.

            Ese año en que Dolores Umbridge llegó a la escuela fue cuando Harry, al que yo acababa de conocer, fundó la Orden del Fénix, para enfrentarse tanto a Umbridge como a Quién-Vosotros-Sabéis. Yo me alisté porqué me parecía que Harry tenía razón, y que debíamos estar preparados. Entrenábamos en una habitación secreta que se llamaba la Sala de los Menesteres, que aparecía y desaparecía mágicamente de una parte a otra del castillo. Eso tuvo consecuencias. Umbridge, siempre espantosamente vestida de rosa, no era lo que se dice buena persona. Un día vino a torturarme, como a tantos otros alumnos antes que a mí, para que le dijera qué era la Orden del Fénix y donde nos reuníamos. Al no hablar, me torturó usando a la Sra. Norris, la gata de Filch. La convirtió como en una especie de gato gigante, y su cola en una especie de porra alargada...con pinchos. Eso no lo vi entonces, lo sentí después al penetrarme. Y no eran pinchos, si no como bultos de gran tamaño que no pinchaban, pero sí que se notaban...y excitaban. Cada roce con ellos solo servía para excitarme más, y era imposible no rozarse con varios a la vez. Lo malo fue cuando empezaron a “golpear” dentro de mí, era doloroso y placentero...pero ni aún así hable o delaté a mis compañeros. A pesar de las muchas veces que me torturó así.

            No fue el único en torturarme. El profesor de pociones, Severus Snape, también me hizo llamar por el asunto de la Orden. Alto, con el pelo lacio y negro y vestido igual que el color de su pelo, imponía mucho (sobretodo con aquella nariz de gancho). Como método para sonsacarme la verdad, intentó un elixir llamado veritasérum, pero cuando quiso hacérmelo beber logré tirarlo y desparramarlo por el suelo. Como premio por ello me llevó a una mazmorra, me ató con cuerdas vivas, y entonces hizo que esas cuerdas (o cintas negras muy duras) me azotasen y me penetrasen. Fue bastante doloroso, creo que mucho peor que lo ocurrido con los chicos de Slytherin. Luego de eso, y de nuevo con los ojos cerrados por aquellas cintas, sentí como éstas azotaban mis pechos (las marcas tardaron días en desaparecer) a la vez que “algo”, como la porra de Filch, se metía por dentro de mí. Lo raro es que yo notaba dos “algos”, pero allí solo estaba Snape. Y eran “algos” muy largos y gruesos. Como tenía la boca tapada con una especie de bozal con una bola roja, no podía decir nada. Tampoco sé cuanto tiempo me torturó, porque él no parecía cansarse nunca (a lo mejor se habría tomado un revitálix etérnum; es una poción con la que jamás pierdes energía o vitalidad). No solo las cintas pegaron en mis pechos, las manos de Snape también lo hicieron, me arañaron y apretaron muy fuerte. Cuando terminó conmigo, quedé exhausta. Aquella noche dormí durante casi doce horas.

            Descubrí con lo que me había torturado una tarde en que, casualmente, iba cerca de allí, y vi que Snape estaba interrogando a Hermione. La llevó hasta la mazmorra en donde me había torturado a mí, y de nuevo usó las cintas con ella, al mismo tiempo que le decía que la Srta. Weasley (Ginny, me supuse), no había aguantado mucho lo que le iba a hacer. Tal vez quisiera intimidarla diciendo eso, la Ginny que yo conocía era una chica fuerte. Claro que, cuando Snape se abrió la ropa y con la varita dijo “Duplicátum”, comencé a dudar bastante. Fue bastante sorprendente. De una sola, pasó a tener dos, de gran grosor y tamaño. Pobre Hermione. Nunca la había visto llorar tanto. Estuvo dentro de ella tanto como quiso, él de pie, ella sostenida en el aire con cadenas (en la misma postura en que estuve) y las cintas, embatiéndola hasta saciarse. Cuando la dejó libre, al ver que no obtenía respuesta, yo logré dar con ella y la ayudé a llevarla junto a Harry. No le dije lo ocurrido, posiblemente no lo entendería, y tampoco dije a Hermione lo que vi, solo le dije que pasaba por allí de casualidad y que la vi algo mala. No entendí que Hermione lo pasara tan mal. ¿Es que ella nunca había ayudado a ningún chico con su happysmile?. Y en cuanto a Ginny...a Ginny la torturó después, no antes. De ese modo supe la táctica de Snape: la mentira. Pobre Ginny. Nunca la había visto llorar tanto.

            ¿Más cosas raras?. Las hubo. En mi segundo año, al poco de empezar mis clases con la profesora Sinistra, una noche desperté en mitad del Bosque Prohibido. No sabía como había llegado allí, pero desperté de golpe al pisar una rama. Tenía dos ventajas: la luna llena en el cielo, y Hogwarts a lo lejos. Quise llegar, pero de pronto un aullido me sobresaltó, y noté como algo me tumbaba entre unos matorrales. Fuese lo que fuese, era seguro de que no era una persona, no notaba manos, sino patas, como garras. Como caí de espaldas en los matorrales no puede ver lo que pasaba, solo sentí que algo me estaba desgarrando la ropa (no eran manos, casi parecían dientes, por el aliento que notaba en mis piernas), que quedé desnuda de cintura para abajo y que “algo” me hizo lo mismo que poco tiempo antes el Sr. Filch me hizo, pero con una diferencia: mi asaltante tenía más prisa que el Sr. Filch, porque me empujaba mucho más fuerte y rápido que él, y me parecía que era diferente lo que había conseguido colarse por mí. Sé que en algún punto perdí la consciencia, que me desperté casi al amanecer y logré volver sin ser vista, algo que agradecí porque a los pocos días comenzaron a oírse rumores de que podía haber un hombre lobo cerca de Hogwarts. Menos mal que aquella noche conseguí volver sana y salva. Menudo miedo si me lo hubiese encontrado.

            Lo que me había pasado en el bosque me tuvo en vilo durante mucho tiempo, y lo digo porqué más o menos cada mes, cuando coincidía que me encontraba caminando dormida en el bosque, ese ser, fuese el que, venía a despejarse la cabeza conmigo. Podía sentir que su cuerpo no era como el de un humano, si no que era más fuerte y corpulento que un profesor (y mucho más que un compañero). Como siempre lograba ponerme en algún sitio en donde no podía verle, solo podía contentarme con dejarle hacer hasta que se saciase. Y muy necesitado debía estar, porque cada encuentro nuestro duraba mucho, aunque era muy rápido penetrándome, como dije. Lo que me metía era grande, y hasta me producía algo de dolor cuando terminaba, ya que le crecía tanto que me dejaba como unida a él un buen rato. A veces se soltaba enseguida y se iba, y otras veces, cuando se separaba de mí, volvía a introducirse otro rato más. Su tamaño me impresionaba, y pese a ser algo doloroso, también yo terminaba sudorosa y agotada. Como había tantos seres en el bosque, pensé que sería alguno que no podría entrar en el castillo y que yo cubría sus necesidades. Me gustaba sentirme útil.

            En cierta ocasión, al principio de cuarto, y debido a un experimento fallido, salí despedida por una ventana y caí encima del sauce boxeador. Como era verano tenía un follaje muy denso y fue como una almohada, pero una vez me detectó quiso golpearme. Caí al suelo y le quise inmovilizar, pero en mi nerviosismo por que no me sacudiera con una de sus ramas (lo tenía justo encima de mí) pronuncié mal el conjuro que pensé para paralizarle, y en vez de “Inmóvilus”, por error dije “Excítilus”. Como resultado de mis temores, algunas de las ramas me agarraron y me elevaron en el aire hasta quedar dentro del propio follaje del árbol, oculta a los ojos de cualquiera que por allí pasase. Otras de las ramas adquirieron forma como de manos o dedos, lo sabía porque no dejaba de notar como me acariciaban (tenía los ojos tapados por la ropa, que estaba enganchada en unas ramas delante de mi cara)...y otras ramas, de dos a cuatro, que se me metían por dentro, no solo por detrás si no también por delante, y digo de dos a cuatro, es porque no estaba segura debido a la velocidad y brutalidad con que se me metían por dentro. Sé que duró bastante tiempo, porque recuerdo que la sensación que tenía en las clases de la profesora Sinistra la tuve muchas veces, y que a cada vez que la tenía, más tardaba en volver a tenerla. Sentí como otros mini cepos en mis pezones, parecidos a los que el Sr. Filch me había puesto, y cosas similares. Para cuando puse deshacer el conjuro estaba sumamente agotada, tanto que no sé como hice para devolver al sauce a su estado normal, y llegar a mi cuarto para dormir algo. Me dolía todo el cuerpo, por el esfuerzo recibido.

            Sin embargo, tengo que decir, en honor a la verdad, que me costaba dormir tras lo ocurrido con el sauce boxeador, al que cariñosamente llamé “sauce excitador”. Para mí era muy difícil dormir después de las cosas que el árbol me había hecho. Las ramas, al ser convertidas por mi hechizo, no solo habían dejado de tener su tacto de madera, si no que también podía notar en ellas como si fuese el tacto suave de piel humana, como si fuesen manos, muchas manos, acariciándome. No podía parar de recordar como esas manos de madera se apoderaban de mis pezones, tocándolos con mimo pero también de forma apasionada. Lo mismo hicieron con mi sexo, acariciando lo que ya muchos otros habían hecho, buscando un punto sensible (en el diccionario lo llamaban clítoris), y todo eso a la vez que sentía como las ramas me penetraban por todas partes, de formas muy diversas. A veces era una muy grande, y a veces, varias pequeñas. A veces sentía solo dos muy grandes, o sentía cinco o seis, repartidas en mis agujeros. Era estimulante y me excitaba mucho, de hecho había terminado chorreando (¡ah sí!, cierto; mi conjuro había convertido la savia del árbol en happysmile; lo sé porque cuando me cubrió el cuerpo y la cara con ella, la probé por curiosidad; sabía igual que la happysmile de los chicos que habían sido ayudados por mí). Incluso algunas ramas fueron a mis manos, para que las acariciara. Pensando en todo eso, al final logré dormirme, con una sonrisa y la intención de comprobar si lo mío fue pura casualidad, o el conjuro era realmente así (lo comprobé a la semana siguiente: no fue casualidad).

            Mi segundo encuentro con el sauce tuvo testigos inesperados: Fred y George, los hermanos gemelos de Ron Weasley. Iban a convertir las hojas de sauce en rábanos y al sauce en mermelada, cuando me encontraron atrapada por el árbol, justo antes de que se terminara de saciar de mí y me soltase. Se vieron tan impresionados que me preguntaron que como hacía esas cosas con árboles, cuando podía haberles pedido ayuda a ellos dos. Supongo que tenían razón, no sabía como no me había dado cuenta antes. Como estaba a tantas cosas, no había reparado en ellos dos. Con todo lo que hacía, entre estudiar y prepararme para los exámenes de TIMO (Título Indispensable de Magia Ordinaria), que serían el año siguiente (pensé que sería buena idea prepararlos con mucha antelación, por si acaso), era frecuente que me despistara. Usando sus conocimientos y recuerdos de algo llamado el Mapa del Merodeador, que al parecer fue suyo hasta que lo cedieron a Harry Potter, nos metimos en un pasadizo muy bien escondido, y una vez allí, me gané su silencio acerca de lo ocurrido con el árbol. Al ser gemelos y hacerlo todo a la vez, también me lo hacían todo a la vez, turnándose: incluso para chuparles tuve que hacerlo a la vez (fue un poco difícil lograr que entrasen en mi boca). Incluso me dieron toda su happysmile a la vez. Era divertido comprobar como todo lo hacían a la vez.

            En aquel curso de cuarto, con poco tiempo de diferencia, estaba paseando por el bosque cuando vi a una manada de thestrals. Son muy bonitos, aunque pueden dar algo de miedo al principio. Son como caballos alados negros, con la piel pegada a los huesos. El caso es que había un grupo de crías de thestrals, cinco para ser precisos, que delante de mí, y seguramente por la época que era (recién primavera), estarían cumpliendo sus rituales de apareamiento. Por desgracia uno de ellos no tenía ninguna hembra, lo que me dio mucha pena cuando se acercó a mí buscando caricias. Cuando se puso a olisquearme entendí que quería que yo le sirviera de hembra, y en las clases de la profesora Sinistra me enseñaron a ser complaciente con la gente, y a atender sus deseos. Miré a los demás thestrals para ver lo que había que hacer. Arqueé la espalda, me apoyé en un árbol para así sujetarme mejor, y una vez bajé mis pantalones y mi ropa interior, el potrillo thestral supo que estaba dispuesta. Fue muy especial, y de hecho sé que le gusté mucho porque estuvo montándome durante un rato hasta que se quedó satisfecho, y siendo sincera no fue el único, porque a mí también me hizo sentir cosas muy bonitas. Como no tenía una pareja, le ayudé más veces, mientras le durase la época de celo.

            A pesar de su aspecto siniestro, lo cierto es que para mí, eran unos caballos de lo más bonitos. Además, no eran nada violentos o bruscos. Por ejemplo: con el hipogrifo, si hacías una reverencia y él te la devolvía, podías acercarte a él y acariciarlo (si no te la devolvía, mejor echar a correr). Con los thestrals, como casi nadie los veía, aquellos que lograban hacerlo podían acariciarlos siempre y cuando no se mostrasen violentos o con excesivo miedo. Como yo no los temía, podía estar entre ellos sin temor alguno. Y con aquella cría de thestral fui muy atenta: primero me dediqué a acariciarle y a chuparle (el sabor y el tamaño de su sexo era muy diferente al de un chico), y cuando el potrillo me penetró, casi me sentí empalada por su tamaño, y eso que era una cría, a saber entonces como sería el tamaño del sexo de su padre thestral. También lo hacía de forma diferente a un chico: duraba menos, pero aguantaba mucho más. Su happysmile era realmente de sabor diferente (me recordaba a la muy escasa miel deletusaknas, que quitaba el acné de un solo sorbo; las abejas que lo fabricaban, allá en Albania, casi estaban extintas), pero me acostumbré a ella con rapidez. Pasar de “humana” a “potrilla” también fue algo a lo que me acostumbré con rapidez, debido al tamaño de lo que se me metía dentro cuando el potrillo me penetraba. Un chico no la tenía así de larga, y me gustaba sentirla dentro. El problema fue que me vi obligada a repetir con los otros, porque se ponían celosos y se peleaban entre sí. Eso fue justo una semana después de conocer a Harry Potter.

            Y dos semanas después de conocer a Harry, volvía a encontrarme otra vez en el bosque, pero en esta ocasión no se trataba de thestrals, si no de centauros. Bueno, no del todo, eran centauritos, aún no eran adultos, pero sí que me encontraron y se ocuparon de mí para que no me pasara nada malo esa noche, y me llevaron hasta el límite del bosque para que volviera a Hogwarts. Como agradecimiento por sus servicios dejé que aquellos dos chicos de torso humano y cuerpo animal despejaran sus mentes conmigo. Como no era distinto de los thestral, ya sabía como hacerlo. Eso sí, el tamaño de sus falos fue una cosa que me sorprendió. Su tamaño superaba incluso al de un thestral, y no solo tuve un problema al intentar chuparla (su sabor también era muy particular), si no cuando, al ir junto a un árbol y ponerme en posición para ellos, intentaron penetrarme. Al primero le costó mucho, al segundo ya no tanto...pero a mí sí que me costó aguantar su embestida, al ser mitad animal no eran muy amables, aunque lo intentaban. De cualquier manera, al final logré devolverles al favor, ellos se quedaron muy contentos y me dijeron que iban a estar muy atentos por si yo volvía a aparecer por allí (les dije que era sonámbula y que de cuando en cuando, aparecía en el bosque). Cuando se fueron parecían muy contentos, lo mismo que yo. Estaba feliz por haberles ayudado.

            Os juro que es verdad, ¿de acuerdo?, pero es que fue así: una semana después de lo ocurrido con los centauros, y dos después de conocer a Harry, volvía a estar de nuevo en el Bosque Prohibido (no sé porqué iba tanto allí, aunque, pensándolo después, quizá fuese por lo bien que lo pasaba). En el bosque no pasó nada, ya que Hagrid, el enorme y peludo guardabosques, me encontró y me llevó a su cabaña, aún dormida. Logró que me despertase con el olor de una infusión que estaba haciendo, una manzanilla, creo, y tuve que explicarle mi problema para que no se enfadase o avisase a otros profesores. Fue de lo más comprensivo conmigo, así que se lo agradecí como mejor sabía. ¡El corazón aún se me dispara al recordarlo!. Con la varita le quité el cinturón y los pantalones (llevaría demasiado tiempo hacerlo con las manos), y al ver lo enormemente dotado que estaba, mi primer pensamiento era que Hagrid quizá fuese medio gigante (era enooooorme). Ya solo la punta era difícil de meterse en mi boca, pero lo logré con un buen esfuerzo. Y si por la boca me costó, fue más difícil sentarme en sus rodillas y dejar a la gravedad que hiciera su trabajo. Ni con los centauros me había sentido tan empalada o clavada a algo. Estuvimos unidos bastante rato (aún no sé como hacía para cabalgarlo, porque dolía de forma inimaginable; tardé en cogerle el gusto). Hagrid apenas se movía el pobre; estaba muy impresionado por mis habilidades). Lo difícil fue girarme, de espaldas a él, y lograr meter ese enorme falo por mi culito. Necesité del pulgar de Hagrid para ayudarme, pero se logró. Fue doloroso, pero quería salir de dudas. Quería saber si cabría dentro.

            A los pocos minutos de haber acabado, cuando ya me iba a llevar al castillo, en la cabaña apareció Harry Potter. Era raro verle allí a esas horas. Al parecer, llevaba unos meses que no conseguía hablar con Dumbledore y quería que Hagrid hiciera como de un mediador entre los dos. Éste se desentendió y le pidió que me llevara con él, de vuelta al castillo. De camino, no sé porqué, le revelé que sabía lo que hizo por Myrtle la Llorona y que me parecía muy bien, que la había conocido y que el detalle que tuvo con ella me había gustado. Él se sonrojó un poco y se frotó la nuca, y le pregunté por las cosas que habían hecho juntos, que si podía enseñarme cuales eran. Harry se mostró sorprendido, pero le calmé diciéndole que nadie lo sabría nunca, que guardaría el secreto. Me llevó a un cuarto trastero (el mismo donde estuve con Victor Krum), y una vez allí, me puse de rodillas para él y me esforcé muchísimo por complacerle. Le tenía mucho aprecio y se lo quería demostrar. Fue muy tierno conmigo, y se ocupó de mí en todo momento. En la segunda vez, cuando estaba dentro de mi culo (la primera fue en el suelo, yo sentada sobre él, moviéndome como mejor sabía) no dejaba de acariciar mis pechos y besarme el cuello. Me sorprendía cuanto las gustaba a los chicos mis pechos, según iban pasando los cursos. De tanto cariño recibido, mi pecho había crecido de forma gradual, y cuanto más me crecía, más pasiones levantaba. En Harry levantó muchas: fue el primero que, sentado sobre mí, puso su falo entre ellos y me hizo menearlos para hacerle gozar, en vez de con las manos (su happysmile, por supuesto, fue a mi boca). Ambos sellamos el momento con un beso y me fui a dormir de lo más contenta. La sonrisa de Harry cuando acabamos la recordaría para siempre, tanto o más que la cicatriz en forma de rayo en su frente (era muy bonita, como sus gafas redondas).

            ¿Os podéis creer que una semana después de haber estado con Harry, estuve con su amigo Ron?. Pues pasó. Si llevase una lista de “chicos ayudados por mí”, Ron era la asignatura pendiente que tenía, pero no fui consciente de eso hasta una noche cuando, al poco de que le nombraran prefecto de Gryffindor, me encontró deambulando de noche, de camino a quien sabe donde (lo sabía estando dormida; despierta no). Me despertó de forma accidental, con una chispa surgida por error de su varita y me escoltó con cuidado hasta mi casa de Ravenclaw. Fue entonces cuando caí en la cuenta: jamás había estado con Ron, y parecía muy buen chico. Como me había salvado de Dolores Umbridge (al parecer ella también patrullaba, buscando alumnos fugados), me lo llevé para darle un buen abrazo de mi parte, un beso, y comencé a desvestirme para él. Era bonito ver como los chicos me miraban mientras me desnudaba, se les veía muy contentos. Ron vaciló y no sabía qué hacer, así que decidí por él, poniéndome de rodillas. Le costó al principio, pero luego cogió confianza. Le juré que jamás lo diríamos a nadie (¡llevaba ya infinitos juramentos así!), y fue cuando él se envalentonó. Se portó muy bien conmigo, y procuró satisfacerme mucho, me dio mucho placer y se esmeró en que disfrutase. Era de lo más atento. Afortunada de la chica que lo tuviera. No solo supo hacerme gozar, también mi culito agradeció sus atenciones. En verdad Ron era un gran chico.

            El sexto año de Hogwarts fue el peor de todos. Snape había ascendido a director de Hogwarts a la muerte de Albus Dumbledore, Quien-Vosotros-Sabéis había regresado al poder y Harry, Ron y Hermione habían desaparecido para no ser capturados. El resto no tuvimos tanta suerte. Las clases eran tediosas, y los que ahora dominaban, llamados mortífagos (seguidores de Quien-Vosotros-Sabéis), junto con los mortífagos, hacían de nuestra vida un infierno. Los castigos eran tan severos como dolorosos y todo Hogwarts había perdido su luz, era como si la vida y la alegría hubieran desaparecido de golpe. La única que lograba dar un poco de ánimo al ambiente era yo, con los chicos, pero eso fue hasta que me descubrieron algunos mortífagos de malos modales y aspecto peor. Se me llevaron a una mazmorra y me sometieron a una tortura muy parecida a la que el ahora director Snape me había hecho dos años antes, solo que en vez de cadenas o cintas, les dio por usar conmigo otras cosas para divertirse conmigo.

            Esas otras cosas tenían nombre y apellido: una de ellas, Romilda Vane, y la otra, Lavender Brown, dos chicas de Gryffindor. Romilda era de pelo negro, largo, con los ojos también negros, muy atractiva. Lavender, en cambio, tenía el pelo rubio (no era un rubio platino como el de las hermanas Delacour, o yo misma), largo y ondulado, y con los ojos castaños. Ambas estaban castigadas en la misma mazmorra que yo, y aquellos hombres tan rudos nos obligaron a jugar entre nosotras. Era casi lo mismo que Hannah, Susan y yo habíamos hecho años atrás, con una diferencia: que teníamos que hacerlo a la fuerza, o nos pegarían. No me gustó abusar de ellas, pero no nos dejaron alternativa si queríamos que nos dejaran de golpear. De ese modo, Lavender y yo abusamos primero de Romilda (nuestras manos en su sexo le hicieron mucho daño, pero sabíamos que de lo contrario, el daño que ellos le harían sería mucho mayor). En segundo lugar, Romilda y yo se lo hicimos a Lavender (tuvimos que usar los puños, por orden de ellos; mientras que una de ellas estaba sentada en su cara y la obligamos a lamerlo; no era siempre la misma, cambiábamos cada poco), y ya por último, Romilda y Lavender me lo hicieron a mí. Fue muy doloroso, y en todo momento los mortífagos se reían y disfrutaban viendo las cosas que nos hacían hacer. Entre otras cosas, sentí las manos de ambas chicas en la entrepierna, moviéndose rápida y dolorosamente, primero en mi sexo, luego en mi culo, y más tarde, me azotaban y pegaban mientras hundía mi cara entre la pierna de alguna (los mismos azotes que ya se habían repartido antes, igual que los golpes; era la primera vez que hacía esas cosas de forma tan violenta). Una vez cumplimos todas las órdenes, ellos dijeron otra vez de usar cosas con nosotras. Cosas muy especiales.

            Por ejemplo, unas bolas unidas por una cadena, que parecían cascabeles, que una vez me los metieron, si me movía o algo, al tintinear hacía que mi cuerpo vibrase y que sintiese como un clímax cada vez, algo que antes tardaba mucho en sentir. También les dio por usar pociones, para ver sus efectos en mí: con ellas, uno de los mortífagos llegó a meterme sus dos puños dentro, o un puño por cada agujero; con otra, mi boca pasó a ser una especie de nido de tentáculos, con lo que pude chuparles a todos a la vez (eran cinco, tal vez seis). Con Romilda y Lavender fueron igual de crueles, aunque en nuestro interior sabíamos que algún día nos vengaríamos. Por desgracia, en ese momento, nos tocaba sufrir sus abusos. Cuando se cansaron de usar pociones y juguetes extraños con nosotras, pasaron a tirarnos sobre el suelo y hacernos lo mismo que años antes me pasó, en la sala común de Slytherin; primero Romilda, luego Lavender y luego yo). Y encima, si todo eso ya estaba mal, me llevaron ante el director Snape (la última, las otras fueron delante de mí). Su castigo fue un conjuro, posiblemente el mismo aplicado a ellas antes, de nombre “Triplicantum”. En vez de sacarse dos falos, como me había hecho a mí, a Hermione y a Ginny (y quien sabe a cuantas más), se sacó tres, todos de gran tamaño...y debido a eso, tuve el dolor y el asombro de sentir como se me metían dentro de mi sexo dos falos, y el otro entraba por mi culo. Luego lo hizo al revés, naturalmente. Como vio que eso no me bastaba, hizo “Quatriplicantum” conmigo (mejor no describir lo que me hizo sentir, aún hoy me cuesta encontrar las palabras; ignoro si lo usó con Romilda o Lavender, nunca me atreví a preguntarles). Todo eso fue poco antes de ser secuestrada y llevada a la mansión Malfoy por mortífagos, cuando volvía a casa a celebrar la Navidad con mi padre, en nuestra casa con forma de torre de ajedrez gigante.

            A modo de conclusión, no puedo terminar estas crónicas de mi vida sin contar el extraño episodio que ocurrió en mi quinto año, cuando la amenaza sobre Hogwarts por parte de “Quien-Vosotros-Sabéis” era mucho más fuerte. Fue al poco de encontrarme a Neville Longbottom, pero antes de la muerte de Dumbledore. Este episodio se divide en dos partes, la primera de ellas en el baño de chicas, a donde había ido para estar a solas un rato sin que me molestaran. Pero resultó que no estaba sola.

            -Hola...¿tú eres la que llaman Lunática, verdad?.

            Miré hacia los lavabos, pero no había nadie. Entonces miré hacia la puerta, pero tampoco vi a nadie. No sé porqué me dio por mirar arriba, justo encima de los grifos, y allí estaba ella. Era una chica de pelo negro, con raya en medio y dos largas coletas que llevaba unas gruesas gafas y una túnica de Ravenclaw, aunque diferente a la que llevaba yo en ese momento. Era un fantasma, como el profesor Binns.

            -Hola...¿quién eres tú?-me sorprendí-.

            -Soy Myrtle. O lo era, cuando estaba viva.

            Me

            -Ah, Myrtle la Llorona-exclamé abriendo los ojos-. Había oído hablar de ti, pero no sabía que este era tu baño. Me he metido sin querer. ¿No te importará, verdad?.

            -¿Por qué iba a importarme, si ya no puedo salir de aquí ni hacer nada?.

            De pronto comenzó a sollozar y a flotar agitadamente.

            -Oh, ahora entiendo porque te dicen “La Llorona”-pensé en voz alta-. Debes de ser un espíritu un poco triste. ¿Podría pedirte un favor?.

            -¿A mí?, ¿un favor?, ¿qué quieres pedirme?.

            -En realidad son dos favores, si no es molestia.

            Su sollozo se había apagado de golpe. De pronto parecía más contenta.

            -Tú dirás: ¿qué quieres pedirme?. ¿Cuáles son los favores?.

            -El primero es saber si mi madre es un fantasma aquí en la Tierra.

            Como se quedó confundida le di todos los datos acerca de mi madre. Confiaba en que, si seguía siendo un fantasma, a lo mejor podría verla y hablar con ella.

            -No. Ella no es un fantasma. No tiene asuntos en la Tierra. Lo siento.

            -¿Segura?.

            -¡Claro que sí!. ¿Me crees una inútil para no saber eso?-se enfadó, para después volver a gimotear. Daba bastante pena-.

            -Lo siento, no quería molestarte-me excusé-.

            -Cuando una está así, estas cosas se saben-me explicó-...¿qué era lo otro?.

            -¿Puedo tocarte?.

            Myrtle me miró muy extrañada.

            -Soy un fantasma. No puedes-se burló-.

            -Ya lo sé, pero quisiera intentarlo, si me dejas. Quiero saber si siento algo en mi mano al intentar tocarte.

            -Vale...pero con una condición: que yo te toque a ti también.

            -Pero eres un fantasma. No puedes-se la devolví, involuntariamente-.

            -Ya lo sé...pero es mi condición, si aceptas.

            Como sabía que no me podía tocar, no me importó.

            -De acuerdo, acepto.

            Después de estar flotando durante unos segundos de un lado a otro, Myrtle y yo fuimos al final de los baños, donde los retretes. No sé porqué, ya qué sabía que ese baño estaba desierto. Nadie iba a él debido a “Myrtle la Llorona”.

            -¿Lista?. No quisiera molestarte.

            -Cuando quieras...pero recuerda que luego te tocaré yo a ti.

            -¡Vale!-me encogí de hombros-.

            Por alguna razón, Myrtle despertaba en mí la misma fascinación que el profesor Binns, con la diferencia de que Myrtle era mucho más amable. Recuerdo haber mirado a sus pies...pero allí no había nada, su figura fantasmal terminaba más o menos a la altura de sus rodillas, o de las espinillas. Era muy llamativo.

            Sonreí para que ella se sintiera más cómoda, e intenté acariciarle la mejilla con la mano, pero cuando llegaba a ésta, mi mano le atravesaba como si fuese neblina. Fui a probar de nuevo, a su hombro, y al intentar poner mi mano en él, ésta descendió por su cuerpo hasta quedar a la altura de su pecho, dentro de él. En realidad no debería sentir o percibir nada, pero casi juraría notar como un hormigueo o un leve cosquilleo, como la mano que se duerme al estar la cabeza apoyada en ella mucho tiempo.

            -¡Qué curioso!. Más o menos sí que noto algo.

            -Nunca me habían pedido nada como esto. Eres una chica bastante peculiar, ¿lo sabías?. Entiendo que te digan “Lunática” Lovegood.

            Supongo que debí haberme enfadado, pero no lo hice. Supongo que ya estaba un poco acostumbrada a cosas así.

            -¿Ya has satisfecho tu curiosidad?-me preguntó con gesto un tanto divertido-.

            -Sí, muchas gracias, has sido muy amable.

            -¿Puedo intentar tocarte ahora?.

            -Sí, tú me has dejado tocarte. Cuando quieras.

            Sin dejar de mirar a Myrtle, podía ver por el rabillo del ojo que su mano se me acercaba hasta el hombro. No noté nada, puesto que me atravesó como yo la atravesé un poco antes. Lo intentó una segunda vez, al acariciarme la cara, pero tampoco funcionó, y en la tercera, que su mano se dirigía a mi falda...sí que la agitó.

            -¿Cómo has hecho eso?.

            -Si nos concentramos, los fantasmas sí que podemos tocar a los vivos.

            -No lo sabía. ¿Por qué no lo dijiste antes?.

            -No me lo preguntaste-sonrió con una pose risueña-. Si quieres, puedo hacer más trucos. ¿Te gustaría verlos?.

            -Me gustaría mucho. Como las clases acabaron hoy, no tengo prisa.

            -¡Pues atenta, esto te va a gustar!.

            Se metió en uno de los retretes y estos comenzaron a echar chorros de agua, en orden como si...sí, como si tocasen música. No estaba segura pero parecía, por las clases de música, que era el Bolero de Ravel, tocada con chorritos de agua. Era muy original.

            -Ha sido precioso, ¿cómo has sabido hacer todo eso?.

            -Después de tantos años aquí, en algo hay que pasar el tiempo...¿te gustaría ver un último truco?.

            -¿Sabes hacer más cosas?-pregunté encantada-.

            -Alguna más...¿quieres?.

            Asentí con la cabeza, y fue hacerlo, que sentí como algo se movía. Luna se me había acercado más rápidamente de lo que una persona lo haría corriendo, como si en un segundo estuviera en un lugar y al siguiente en otro. Pensé que ese era el truco, hasta el momento en que sentí como mi falda bajaba por sí misma. Algo me elevó en el aire un palmo, más o menos, y mi ropa interior se deslizó por mis piernas hasta caer el suelo...y ahí es cuando vi el truco final. Con los ojos abiertos, pude contemplar como las mismas braguitas de unicornios, dragones e hipogrifos que tanto me habían acompañado en mis extra comenzaron a plegarse, y lo hicieron de tal manera que terminaron convertidas en una imitación de lo mismo que yo les chupaba a mis compañeros de Ravenclaw cuando necesitaban tener la mente despejada.

            -Una vez seguí la cañería y recorrí gran parte del castillo-me explicaba-. Llegué justo hasta la Torre de Astronomía y te vi con aquella profesora. Muy interesante. Sí, sí. Me preguntaba si alguna vez vendrías por aquí.

            Mientras me decía todas aquellas cosas, noté como los botones de mi camisa se desabotonaban y como mi pecho, ahora más desarrollado que antes, era como acariciado por unas manos: las de Myrtle. Entonces, ¿con qué mano sostenía mi ropa interior, que estaba en el aire plegada junto a ella?.

            -Espero que estés lista para pasarlo bien. Vamos a divertirnos mucho.

            Y entonces usó la ropa interior para penetrarme con ella, clavándomela justo por detrás, como Filch hizo aquella vez. No me dolió, ya que a veces los chicos me decían que para aliviar la confusión de sus cabezas tenían que penetrarme con ella, en vez que se la chupase como de costumbre. Las primeras veces no sentí mucho, pero según fue el tiempo pasando, comencé a tenerlo más sensible y todo lo sentía mucho más.

            Ahora bien, Myrtle hizo algo que no me esperaba y que fue más placentero de lo que me podía imaginar: cada poco tiempo, mis braguitas en forma de falo se alternaban. Estaban un rato colándose por mi culo y, al salir, se introducían por mi sexo de manera instantánea. Me bombeaban un rato, y volvían a meterse por mi culo. Todo era nuevo para mí, y muy excitante.

            Podía sentir mis pezones como acariciados por...¿una boca?. Sí, creo que era una boca, algo parecida a la de la profesora Sinistra en mis clases de Reeducación y Buenas Maneras. Primero se ocupaba con uno y luego con el otro, y el que no era chupado, era acariciado. Para ser un fantasma, sabía hacer un montón de cosas. Casi parecía un snogi cabezudo (unos duendes japoneses tan listos que resuelven la operación matemática más difícil en apenas unos segundos).

            -Mmm...sigue así Myrtle...esto me gusta mucho...lo haces muy bien...

            -Hace algún tiempo un amigo me hizo un favor, al devolverme a la vida por unas pocas horas. Luego volví a ser la que soy, pero en ese tiempo en que tenía cuerpo, pude aprender muchas cosas. Eres la primera con quien las uso.

            -Es bueno tener amigos...tú y yo podemos ser grandes amigas, aunque solo me queden dos años de colegio. ¿Te parece bien?.

            No me respondió directamente, si no que lo hizo haciendo que mi ropa interior, plegada en forma de colita de hombres, me penetrase más profundamente. Aquello me estaba provocando todo tipo de sensaciones de la más variada clase. A esas alturas, los chicos no solo me usaban el culo para despejarse la cabeza, si no que también estaban necesitados de que la pudieran meter por atrás. Luego regresaban muy contentos de sus exámenes porque los habían aprobado. Me gustaba ayudarles a sacar la mejor nota, era lo menor que podía hacer por mis compañeros de casa. ¡Ah!, y ellos me ayudaban a mí muy a menudo, prácticamente todas las semanas, a veces cada día, alguno de ellos hacía alguna seña para que fuese con él. A veces él se bajaba la cremallera de los pantalones y yo ya sabía lo que tenía que hacer, y otras, era yo quien debía subirme la falda para que él pudiera acariciarme. De cara a las otras cosas seguían diciéndome Lunática, pero una vez estábamos a solas me decían que no iba en serio, que era por guardar las apariencias y que ojalá lo entendiera.

            Con tanta actividad que los chicos tenían conmigo, lo de Myrtle provocaba que me acordarse de ellos muy a menudo. Había algunos que eran muy cariñosos...y Myrtle también lo era, porque no dejaba de hacerme sentir cosas muy bonitas y placenteras, sin dejar de usar mi ropa interior para penetrarme. En una de las veces en que las tenía por dentro de mi culo, Myrtle se acercó más a mí y posó su mano sobre mi sexo. No sabía si era verdad, pero juraría como si en verdad pudiera sentir su mano acariciándome, como si en verdad estuviera viva y sintiese su cuerpo contra el mío. Fue algo precioso, y todo el tiempo que estuve a su merced fui balanceada en el aire mientras ella jugaba conmigo alegremente. Así hasta que me sentí como que me derretía por dentro, lo mismo que los chicos me provocaban en la sala común (a veces era uno solo...a veces cuatro o cinco de un tirón), y lo mismo que sentía con la profesora Sinistra. Cuando caí al suelo me quedé sentada en él, apoyada contra la pared, recuperando el aliento.

            -Oh-dije de pronto-, las braguitas han quedado empapadas. ¿Cómo me las voy a poner ahora?.

            -Eso tiene solución-me guiñó un ojo-.

            Las cogió y con ellas se metió por uno de los retretes. Como nadie los usaba, no había riesgo de suciedad. Salió al cabo de unos segundos con ellas, aún más empapadas que antes (esta vez de agua) e hizo un par de vuelos con ellas muy rápidamente. Cuando me las devolvió, estaban casi secas.

            -Muy amable-asentí con la cabeza-.

            -No hay de qué-respondió ella-. ¿Sabes qué me recuerdas a una compañera que tuve cuando estaba viva?. Se llamaba Rebecca Beckinghall.

            -¡Anda!. ¡El profesor Binns la mencionó una vez que intenté hablar con él!. ¿En serio la conociste?, ¿cómo era?.

            -Uy, si supieras. Tenía muy mala fama en el colegio. Era de Ravenclaw, como nosotras. Una chica lista, pero con ideas muy excéntricas. Se había obsesionado con el sexo, con estudiar de donde salieron los primeros magos o porqué a veces salían magos, muggles o squibs. Poco antes de morir yo, la habían expulsado durante un mes cuando la encontraron en estos mismos baños con un chico de Slytherin, un tal Tom Riddle, que al parecer quería sonsacar de ella información sobre esas cosas que ella estudiaba (o eso se rumoreaba por ahí). Después de morir, con los años y por los rumores que se decían en los pasillos, supe que cuando el Señor Tenebroso surgió, ella fue de las primeras que desapareció, que había hecho un libro sobre dinastías de magos y la relación entre sexo y magia en la historia, y que iba a hacer otro en donde por fin descifraba la clave del porqué salían magos, muggles y squibs, que la había encontrado precisamente por ser ella misma hija de muggle y de bruja. Fue una pena. Nunca hallaron sus manuscritos.

            Me sorprendió que Myrtle, solo a base de escuchar a los alumnos, hubiera estado tan bien informada de las cosas, incluso años después de morir ella. Supuse que, como ya estaba muerta, escuchar los chismorreos y las habladurías sería un buen modo para pasar la eternidad hasta que lograse ir al cielo.

            -Muchas gracias por tu información. Ha sido fascinante-sonreí-.

            -No hay de qué. No tengo muchas ocasiones de hablar con chicas como tú.

            -Myrtle, quisiera saber una cosa. ¿Quién te ayudó?. Lo que dijiste antes de que un amigo te había ayudado, devolviéndote a la vida. ¿Quién fue?.

            -El mismo que vengó mi muerte hace años, al matar al basilisco. Harry Potter.

            -Oh-me sorprendí-. Eso me suena muy típico de él. Es muy buen chico.

            -Sí que lo es. Gracias a él por fin supe lo que me pasó. Le debo mucho.

            -Ahora tengo que ir a hacer unas cosas. Lo he pasado muy bien contigo. Te doy las gracias por ello.

            -De nada...¿puedo pedirte un último favor?. Me gustaría ver qué era el paquete con el que entraste en el baño, que lo abras aquí. Parecía muy importante.

            Lo había dejado en el lavabo de las chicas y no me había dado cuenta de él hasta que Myrtle lo mencionó. Se trataba de un número especial de El Quisquilloso (tuve que explicarle a Myrtle que mi padre era el director), en el que papá me había escrito acerca de una posible plaga acercándose a Hogwarts, y adjunta a la revista había unas gafas de color rojizo con espirales: “para que no te piquen”, me había escrito en una notita.

            -¡Oh, vaya, esto sí que es importante!. ¡Intentaré avisar a las demás!. ¡Si no, van a correr un grave peligro!.

            -¿Esas cosas tan feas existen?-preguntó Myrtle mirando el dibujo que había en la página de El Quisquilloso por donde estaba abierta-.

            -Claro, como el Snorkack de Cuerno Arrugado. Algunas criaturas son de lo más curioso, como los torposoplos. Mi padre me había dado unas gafas mágicas para verlos hace unos meses. Estas otras valen para lo mismo-señalé-.

            -Pues ve...yo volveré a mi cañería, y quizá por casualidad logré encontrarme con el espíritu de Nick Casi Decapitado o el de la Dama Gris.

            -¡Oh, si la ves dale un saludo, como es de nuestra casa!...

            Myrtle desapareció rápidamente, y yo me fui de allí de lo más contenta. Me lo había pasado muy bien.

            El reportaje de papá sobre una posible migración de aquellos terribles seres me había puesto sobre alerta, y durante los siguientes días prácticamente salía con las gafas puestas a todas partes. Eran muy bonitas, con forma de rubí, y las espirales estaban en las propias lentes.

            -Mira la Lunática. Ya está con otra de sus chifladuras.

            -Ey chicas, cuidado, Luna tiene gafas nuevas. ¡No os acerquéis o acabaréis igual de loca que ella!.

            Comentarios así, tanto de chicas como de chicas, me los encontraba a menudo a causa de mis gafas, pero a mí eso me daba igual, ya que tenía que comprobar que todo estuviera bien y que los muscafalos, como se llamaban, no estuvieran por el castillo. Al ser poco conocidos, estaba segura que ni Dumbledore ni nadie más estaría preparado en caso de que pasara la catástrofe que podían causar. Fue a la tercera noche del escarceo con Myrtle que, a punto de irme a dormir, percibí algo por el rabillo del ojo. Comencé a seguirlo, pero era tan rápido que apenas podía verlo doblar una esquina cuando yo iba a doblar la otra. No había ruido, solo la sensación de que había encontrado lo que estaba buscando, y justo cuando creí tenerlo acorralado...

            ¡BUM!. Sentí que chocaba contra algo y que caía al suelo. Me llevé una sorpresa muy grata al mirar de quien se trataba.

            -Hola Ginny. Hola Hermione. ¿Qué tal?.

            -¡Ay, so burra!-se quejó Hermione-. Ten mas cuidado, me has dado en la nariz. ¿Se puede saber adonde ibas con tanta prisa?. Ya es hora de acostarse.

            -Seguía a un muscafalo. Juraría que había pasado por aquí.

            -¿Muscaqué?-se rió Ginny-. ¿Qué diablos es eso?.

            -No deberías reírte. Es muy peligroso si te lo encuentras.

            -¿Por qué?, ¿acaso te sorberá el seso y hará que crezcan las uñas de los pies?-se burló Hermione un poco enfadada-. Mira Luna, deberías poner los pies en tierra de una vez. A este paso te vas a quedar muy sola en la vida. Vámonos, Ginny, quiero volver ya a la sala común de Gryffindor.

            Me quedé mirando un segundo a Hermione, con su pelo castaño en melena, sus ojos castaños inquisidores mirándome y su expresión algo dura. Ginny, pelirroja como todos los Weasley (aunque los ojos eran distintos; los de Ron eran azules y los de ella, azules. Su pelo era liso, no ondulado como el de Hermione), se me quedó mirando con expresión dulce. De pronto Hermione se fue, y Ginny quedó un momento junto a mí.

            -Perdónala, ¿vale?. Últimamente anda un poco susceptible, por culpa de Ron-se excusó por ella-.

            -No pasa nada-dije como lo más normal del mundo-. Hasta luego.

            Ginny fue con Hermione, y yo seguí mi ronda con cuidado de no ser pillada por los prefectos de otras casas (alguna vez en que iba sonámbula los de Slytherin, a cambio de no perder puntos, me castigaron muy severamente cuando me desperté y me encontré junto a ellos), pero a los pocos segundos de quedarme sola, escuché un gritó y corrí en dirección a él. En mitad de un pasillo encontré a Ginny y Hermione, ambas con un buen susto, pues no paraban de gritar y gemir. Pronto entendí porqué.

            -¿Qué ha pasado?, ¿qué es esto?. ¿Es cosa tuya, Luna?.

            -Ha sido el muscafalo. También se le conoce como mosquipenis. Es un mosquito que habita en el África central. Mi padre hizo un reportaje sobre una corriente de aire sahariano que podría traer algunos hasta aquí. Son invisibles, pero con estas gafas puedo verlos. Eso era lo que buscaba. Quería capturarlo para evitar que pasara esto.

            -¿Pero qué es esto?, ¿qué nos pasa, Luna?-suplicaba Ginny muy asustada-.

            No sabía como explicárselo, pero sí sabía que a los pocos segundos no haría falta que lo hiciera, era cuestión de esperar. En ese instante deseaba encontrar un lugar donde poder explicárselo y curarlas, porque si nos encontraban, lo cierto es que sería un gran escándalo para las tres. Al cabo de pocos segundos, en efecto, la picadura del muscafalo terminó de hacer efecto, y las faldas de ellas, que de pronto acababan en punta, vinieron a confirmar lo ocurrido. Ambas, movidas más por el miedo que por otra, no dudaron en subirse la falda para ver entre sí como en sus braguitas ahora despuntaba lo mismo que a los chicos yo chupaba para alejar la confusión de sus cabezas.

            -¡Es imposible!...¡Imposible!...¡No puede ser verdad!.

            -Lo siento, Hermione-dije-. Es el efecto del muscafalo. A los hombres les hace tener eso más largo, pero si pica a las chicas...a las chicas se lo crea, se lo hace salir.

            Ginny estaba al borde de un ataque de angustia. Hermione parecía en shock.

            -Pero tiene solución...si tuviéramos un sitio donde curaros.

            Fue en ese instante que ante nosotros apareció una puerta, justo en mitad de una pared. Muy oportunamente, resultó que ante nosotras tres aparecía la misma Sala de los Menesteres donde en su momento nos entrenábamos para combatir a Dolores Umbridge el año pasado, como miembros de la Orden del Fénix. Era perfecto.

            -Que oportuno-pensé en voz alta-. Vamos, será mejor que entremos, antes de que nos vea alguien.

            Sin más alternativa, Hermione y Ginny me siguieron y las tres entramos allí. Al hacerlo, nos encontramos con un dormitorio de estilo clásico muy bien decorado y con una atmósfera muy sensual. La cama era de cortinajes, con techo. Maravilloso.

            -¿Por qué la sala se nos aparece así?.

            -Porqué es el remedio, Hermione-contesté-. Si una chica sufre la picadura de un muscafalo, tiene solo seis horas para librarse de eso, o de lo contrario será permanente.

            -¿Cuál es el remedio, Luna?.

            Miré a Ginny, y como respuesta, me quité la túnica, me desabotoné la blusa y la dejé sobre la cama.

            -Sexo-me encogí de hombros-. No hay otra solución. O lo agotas, o se te queda ahí puesto para siempre.

            -No. ¡Es mentira!. ¡No puede ser verdad!. ¡Tiene que haber otra forma!. ¡Seguro que la hay!.

            -¡No, Hermione, no hagas ningún conjuro!-la detuve al ver coger su varita de la túnica-. No sirven contra eso. Cualquier conjuro provoca mutaciones: que salgan dos, o tres, que sea más grande, o más corta...pero no lo hace desaparecer. Lo siento.

            Miré a Ginny, y ésta me devolvió la mirada. Ella parecía entender mejor toda la situación que estaba pasando.

            -¿Ni una palabra, de acuerdo?. ¡A nadie!. ¡Jamás!.

            Asentí con la cabeza aceptando su trato, y poco a poco, fui hacia Ginny. Le quité su ropa interior y al deslizarla, pude contemplar como justo encima de su sexo le había crecido un falo más o menos de buen tamaño. ¿Unos 20 cm., tal vez?. Fino, pero largo. Lo acaricié con la mano y me agaché para verlo mejor. Luego empecé a darle besitos en la punta y noté como palpitaba.

            -Ginny...siento decirlo, pero tendrás que colaborar. No podré hacerlo todo yo. Si no colaboras, si no participas y disfrutas, entonces no servirá de nada, ¿de acuerdo?.

            -Sí, vale. Hermione-la llamó-, ven...no hay más remedio. Es la única salida.

            Ella negó con la cabeza un par de veces. Ginny le tendió la mano, y aunque a lo primero se negaba a venir con otros, vi que Ginny le hacía un gesto para que cediera y se uniera. Podía ver en ella una mirada como de animal herido, de verse forzada a algo que no quería hacer, aunque no le quedaba más remedio que hacerlo.

            -¿De verdad quieres quedarte así?, ¿para siempre?.

            La pregunta de Ginny fue contestada con una simple negación por parte de ella, y procedió a desnudarse para que asomara su falo. Era distinto al de Ginny. Ligeramente más pequeño, pero sin duda, más ancho. Se acercó a mí, y como ya estaba tomando en mi boca la de Ginny, comencé a besar las dos, a chuparlas tal como en su día Robert y el resto de chicos de Ravenclaw me habían enseñado. Se me hacía raro tener dos dentro de mi boca, sabiendo que no pertenecían a ningún chico.

            -Vamos a tener un problema de tiempo-les dije-. No sé si en seis horas os podré satisfacer a las dos lo suficiente para curaros. Tendréis que ayudaros vosotras también.

            De pronto, se miraron estupefactas. Hicieron un leve gesto de apartarse una de la otra y luego como de acercarse. Así fue un par de veces, hasta que poco a poco lograron vencer todos sus temores y sus reservas, y se entregaron a un beso muy largo que a mí me pareció de lo más bonito. Ese el principio de una gran noche entre las tres.

            Como tenían que ayudarme en la tarea, al rato estábamos las tres en la cama: en tanto Ginny se había tumbado a la larga, Hermione estaba de rodillas justo a ella, para que Ginny se tragara su falo. Yo me tragaba el de Ginny, a la vez que procuraba tocar o acariciar su sexo, cada vez más mojado (el muscafalo no las convirtió en hombres; solo las hizo hermafroditas, por lo que seguían teniendo su sexo de mujer). De ese modo las tres nos preparábamos para el momento en que tuviéramos que acostarnos. Después de tanto entrenamiento previo con unos y otros, lo cierto es que para mí todo aquello era de lo más fácil, aunque las chicas estaban algo nerviosas por tener que entregarse en algo que no deseaban hacer...aunque parecía que, poco a poco, sus reservas cedían al placer. Al final, el placer gana. Siempre.

            Entre lametada y lametada, hacíamos una parada para besarnos o acariciarnos, para prepararnos de forma gradual, y para que ellas dejasen de sentirse incómodas con la situación. Solo era cuestión de tiempo. Los besos, como dije, se acompañaban con las caricias más dulces que recuerdo, y las más excitantes. Como Hermione y Ginny tenían más pecho que yo, pude besárselo y acariciárselo con mucha lentitud, siempre con idea de que ellas gozasen mucho. Gozaron tanto que llegaron a apropiarse, al mismo tiempo, de mis pezones: Ginny a la derecha, y Hermione a la izquierda, y luego al revés. Era la primera vez que dos chicas me chupaban los pezones de ese modo. Fue tan increíble que Ginny y yo le hicimos lo mismo a Hermione, y luego Hermione y yo, obviamente, se lo hicimos a Ginny. Con la castidad y el pudor perdidos, solo nos quedó gozar de la más salvaje de las lujurias: la misma que debían ellas de sentir para curarse.

            Me coloqué en la cama, abriendo algo mis piernas, para recibir a Ginny. Estaba muy excitada, y ella estaba dispuesta a todo para quitarse los efectos del muscafalo. Se tumbó encima de mí y usando su falo, fue metiéndomelo hasta que me penetró del todo con él. Sí que era largo, pero largo de verdad. Al poco de empezar a bombearme, Ginny miró a Hermione, señalando hacia atrás con la cabeza, diciendo que se uniese y se diese prisa. Sin más remedio que obedecer, Hermione fue vacilante de rodillas por detrás de Ginny, y cogiéndosela con una mano, apuntó hacia el sexo de Ginny y la penetró como ésta me había penetrado a mí. Lo bueno es que, a pesar de tener a dos chicas encima de mí, yo no sentía el peso de ellas en ningún momento. Todo estaba muy bien.

            No estaba segura de si Ginny únicamente quería deshacerse de lo que el insecto africano le había dado, o si en verdad lo hacía por gusto, porque estaba tan entregada a la tarea que costaba distinguirlo. Lo digo porque en el momento en que Hermione hizo presión y la penetró, Ginny se reclinó...hacia atrás. Hizo un movimiento para clavársela más a fondo todavía, y en cuanto Hermione comenzó el movimiento de caderas, Ginny la acompasó para penetrarme a mí. Con Hermione curvada sobre Ginny, llevó las manos a los pezones de ésta y se puso a jugar con ellos. ¡Y de qué manera!. Vi cosas que hasta entonces solo había vivido con la profesora Sinistra (me pareció conveniente no hablar con ellas sobre eso; aparte, no había tiempo). Se me hizo raro verlo en otras personas.

            Sabía que no habría problema en que me echaran dentro su leche happysmile, ya que aunque podían hacerlo, no habría peligro alguno para mi salud o para que terminase embarazada. Era del todo inocua, aunque eso eran cosas en las que no pensaba en aquel momento, mientras tenía a Ginny haciéndome gozar como pocas veces lo habían hecho antes. No sabía porqué, pero realmente lo estaba pasando genial con las dos allí metidas en la Sala de los Menesteres. Estuvieron empujando y empujando una y otra vez hasta que Hermione logró su objetivo y sentí como gozaba y se descargaba en Ginny. Esta, al sentir como su amiga estaba gozando, también se puso a gozar y sentí como lo echaba todo dentro de mí. La verdad, era la primera vez que eso pasaba: con los chicos, solían darme la happysmile en la boca. Decían que era muy buena para crecer más fuerte.

            Aunque ambas estaban un poco cansadas, lo cierto era que sus falos seguían bien duros y apuntado hacia arriba, de manera que cambiaron sus posiciones, y Hermione se convirtió en mi nueva amante, mientras que Ginny se puso de rodillas por detrás de ésta para penetrarla, cosa que hizo en cuanto vio que Hermione me había penetrado a mí. El trío que nos hicimos duró un poco más que el anterior, ya que estábamos más cansadas, pero fue un no parar de besos y caricias durante sus buenos minutos. Me gustó mucho el modo en que Ginny besaba a Hermione. Era muy apasionado pero muy tierno. Podía ser salvaje pero, al mismo tiempo, cariñoso. Y Hermione se dejaba hacer por Ginny. Creo que en el fondo a ella también le gustaba que la quisieran de ese modo. Yo estaba de lo más encantada. Parecía muy reticente al principio, pero conforme el segundo trío se fue haciendo más intenso, Hermione ganó en confianza y me penetraba con más fuerza (sin olvidar que Ginny la ayudaba a base de empujones, penetrándola). Ginny empujaba con fuerza a Hermione, y por efecto en cadena, me empujaba a mí. Me sentía como si Ginny volviera a penetrarme, pero a través de Hermione, como si ésta fuera un juguete.

            No puedo hacer memoria de cuanto tiempo duró ese segundo trío, pero sí que las chicas se esforzaban mucho por volver a gozar, ya que cada vez adquirían más fuerza a la hora de penetrarse, y de penetrarme a mí. Los besos de Hermione comenzaron a ser a veces muy profundos, y otras algo más cortos, y mientras tanto Ginny se aseguró de que los pezones de Hermione quedasen muy bien atendidos. Se los tocó de tal modo (diría que más bien se los retorció) que la pobre Hermione terminó por derrumbarse sobre mí cuando consiguió gozar la segunda vez. Ginny la penetró unas veces más antes de llegar a su segundo goce, y caer sobre Hermione. Las tres permanecimos juntitas en la cama, muy abrazadas, intentando recuperar la calma...pero por desgracia sus falos seguían sin bajarse. Nos dimos una tanda de besos y de caricias para relajarnos algo, pero lo cierto es que las chicas estaban algo cansadas, así que tuve que tomar iniciativa.

            Decidí empezar por Hermione, precisamente porque como acababa de hacerlo con ella, confiaba en que al repetir, el efecto se pasara antes. Antes de ese decidí darme un pequeño atracón para darles un poco de mimo y que se recuperasen un poco de tanto agotamiento que habían recibido entre ellas, aunque si he de ser sincera, para mimos y caricias los que se prodigaban la una a la otra, mirándome y acariciándose con poses de lo más meloso. Todo estaba siendo muy romántico, y hasta podía notar en el ambiente como un aroma, un olor de lo más dulzón, muy agradable al olfato. Casi parecía que ese cuarto lo hubieran perfumado con una colonia muy fragante. Eso podía sentir mientras rebotaba sobre las caderas de Hermione, y todo iba bien...hasta que noté a Ginny justo por detrás de mí, con expresión un poco sádica.

            Para cuando quise darme cuenta de lo que pasaba ya no podía hacer nada: Ginny había logrado colarme todo su falo justo en mi culo, tal como aquella lejana vez, varios cursos atrás, había hecho el Sr. Filch. Solo tenía una duda, que no lograba sacarme de la cabeza: ¿lo estaba haciendo por cariño, o por simple pasión desbocada?. No estaba muy segura, pero tampoco importaba...porque me gustaba lo que me estaba haciendo. Era la primera vez que sentía dos cosas como aquellas que se colaban por mi cuerpo de forma simultánea., así que ayudé moviéndome al mismo ritmo que Ginny, colocada detrás de mí, que me abrazaba y no dejaba de decirme cosas bonitas. Me acariciaba los pechos y me daba besitos en la nuca y el cuello que me excitaban muchísimo, en verdad todo era mucho mejor que con los chicos, más preocupados por sacarse de dentro la happysmile que les atrofiaba los pensamientos (o eso llegué a deducir, por la obsesión que tenían los chicos con sacársela toda). Podía sentir como las dos chicas me penetraban y buscaban un ritmo común para hacerlo. Cuando lo consiguieron, estuvieron así todo el rato hasta que por tercera vez, las tres (valga la redundancia) volvimos a gozar. Yo estaba agotada y ya no podía más de mí misma...pero me hicieron seguir.

            Y me digo “me hicieron” por que lo que pasó justo después ya no fue cosa mía. Tan casada como estaba, apenas pude resistirme a las acciones de Ginny y Hermione. Me dieron la vuelta, de modo que mi culo quedó dispuesto para Hermione, y mi sexo para Ginny, y antes de saber lo que estaba pasando, íbamos camino del cuarto goce. El problema era que en mi estado ya no era dueña de mí misma, quería pararlo, pero estaba tan agotada por todo lo anterior que no podría hacerlo por mucho que quisiera. En lugar de protestar o quejarme, simplemente dejé que me usaran para su propio placer...y fue algo que hicieron a conciencia, porque pese al cansancio, se ocuparon de acariciarme y de excitarme tanto que incluso en mi estado fui capaz de gozar con ellas. ¡Ah!, y como sus falos eran hiperdesarrollados, enseguida volvían a estar cargados de la happysmile. Era un efecto secundario de la picadura del muscafalo. Por tanto, pese a ser la cuarta vez que lo hacíamos, cuando gozaron siguieron dándomela toda, aunque esta vez logré (aún no sé como) que me la dieran en la boca, para tragarla. Tanto mi sexo como mi culo ya estaban rebosantes de happysmile. No cabía más.

            El colofón a esa noche llegó cuando, poco antes de cumplirse el plazo previsto, y con las chicas dispuestas a todo, volvimos a hacer un trío, como la primera vez...con la diferencia notable de que en esta ocasión, lo que nos penetrábamos unas a las otras era el culo: Ginny logró encular a Hermione, que a su vez me enculaba a mí (eso era es lo más fácil de todo; mi culo estaba ya tan dilatado que hasta podrían colarme por él como dos docenas de varitas mágicas sin sentir el más mínimo dolor), y para la siguiente vez, fue Ginny la que me enculó, y Hermione la que enculaba a Ginny (y me parece a mí que a Ginny eso le encantaba, por la manera en que jadeaba y gemía; era ensordecedor). Y por idea de Ginny susurrada a Hermione, las dos me asaltaron de mala manera y fueron a penetrarme...por el mismo sitio. Sentía sus dos falos abriéndose paso en mi sexo, lo dilataron muchísimo y era raro sentir aquello...aunque mucho más raro fue sentir, justo después, que volvieron a hacerme lo mismo, pero por el culo. Debería haberme dolido, pero como ya estaba tan dilatada, solo pude disfrutar de ello. En fin, que no paramos de gozarnos entre nosotras de todas las formas y posturas (lo último que les hice, ya a modo de cierre, fue meneárselas a la vez, tan fuerte y violentamente como pude) hasta que caímos a la cama, y comprobamos como, por fin, después de tantísimo esfuerzo, los falos de Ginny y Hermione fueron deshinchándose hasta desaparecer. Por las caras de ellas caían lágrimas de felicidad (y de cansancio, pues las chicas se habían ensañado mucho entre ellas; de hecho, llegaron a juntar por sus piernas, cada una penetrando a la otra, mientras yo me encargaba de sus culitos). Fue un verdadero triunfo.

            La sala nos procuró una especie de tónico en una mesita, con el que recuperamos las fuerzas fácilmente. Menos mal, porque no podíamos ni caminar, y no podíamos estar allí toda la noche, a la mañana siguiente podrían descubrir que no estábamos en nuestras habitaciones y eso sería malo para todas nosotras. Nos recompusimos como pudimos, y nos volvimos a vestir en silencio, sin mirarnos la una a la otra. En cuanto salimos por la puerta de la Sala de los Menesteres, nos quedamos un segundo mirándonos entre las tres sin decirnos un simple “adiós”. Imagino que, como yo, ellas también recordaban todo lo que habíamos hecho (con algunos juguetes sexuales incluidos, desde los mini-cepos del Sr. Filch hasta cosas que es mejor no decir), y sería difícil volver a la normalidad. Ellas se fueron a su casa de Gryffindor y yo a la mía de Ravenclaw, en donde me acosté nada más meterme en cama. A pesar del reconstituyente, seguía estando agotada.

            Decidida a acabar con toda la plaga de los muscafalos, al día siguiente me puse las gafas que me había dado papá y me rastreé a todos los insectos que encontré. No fue fácil, pero poco a poco fui congelándolos a todos para que el viento se los llevase muy lejos de Hogwarts. (Con las chicas tardé semanas en retomar la normalidad; se nos hacía difícil vernos sin recordar lo ocurrido). Con todos los muscafalos exiliados, fui poco a poco descontándolos hasta que solo me quedaba uno por capturar, pero no lograba dar con él. Entonces, una noche, una semana después de lo ocurrido con Ginny y Hermione, me encontré por accidente con las gemelas hindúes Patil, Padma y Parvatil, que estaban despidiéndose para irse a sus casas (una era de Gryffindor, y la otra de Ravenclaw). Al verme cerca, se me quedaron mirando a mí y a mis gafas.

            -¡Oh dios!, ¿qué hace aquí esa, Padma?.

            -Y yo qué sé. Es de mi casa, pero nada más. ¿Qué pasa, Lunática?.

            -Hola chicas. Tened cuidado, ¿vale?. Estoy buscando una cosa muy peligrosa.

            -¿El qué?, ¿un tuercebotas argentino?-se burló Padma, y Parvati la siguió-.

            -Un muscafalo. He evitado la mayoría de problemas, pero aún queda uno.

            -Vámonos Parvati. Si nos quedamos cerca de ella seguro que acabaremos igual.

            Las dos chicas se fueron, y yo seguí buscando. Al cabo de un minuto pude verlo por mí misma, gracias a las gafas de aumento: parecido a un mosquito, pero con cuatro alas y ojos azules, en vez de rojos.

            -¡Petríficus totalis!.

            Le alcancé al primer disparo, y luego lo llevé hasta un ventanal, donde el viento se lo llevó. Por fin todo estaba bien, y la amenaza se había terminado. Entonces escuché un grito, y fui corriendo en dirección a él.

            -¡Oh dios Padma!, ¿qué te está pasando?.

            -¿A mí?, ¿qué te está pasando a ti?, ¡oh dios, mira eso!. ¡Mira como crece eso!.

            Arqueé una ceja y sufrí un déjà vu, al ver su reacción. Menos mal que la Sala de los Menesteres estaba cerca.

            -Bueno, al menos sé lo que hay hacer-pensé en voz alta-. Allá vamos otra vez...

            Epílogo: Aunque han pasado muchos años de todo aquello, lo cierto es que aún lo recuerdo con mucho cariño. Actualmente soy esposa de Rolf Scamander, y tengo una pareja de gemelos, Lorcan y Lysander. Sigo viendo a Harry y a sus amigos, pero paso mucho tiempo viajando para encontrar nuevas especies no catalogadas. Algunas hasta las descubrí, aunque algunas me las callé: la babotosa irlandesa (mezcla de babosa y ventosa que se pega al cuerpo de la chica, y que se alimenta de los fluidos de su cuerpo al excitarla...como me pasó a mí cuando la hallé la primera vez), el colicornio jorobado noruego (como un rottweiler con cuerpo escamoso, cola de cuerno alargado gigante, y en su joroba tentáculos que usa para atrapar a la hembra para fecundarla; yo hice de hembra varias veces) o el alurinxis francés, esponja con forma de aluro en miniatura, que atacan en masa (lo supe al caerme al agua; se me pegaron como sanguijuelas y no pude sacarlas hasta que se dieron por satisfechas...fue apasionante). Aún no he hallado al Snorkack de Cuerno Arrugado, pero ya lo lograré. De todos modos, ya veis que lo que viví en Hogwarts, lo he seguido viviendo fuera de él. Ojalá mis anécdotas os hayan agradado o divertido, para mí han sido muy nostálgicas...aunque hay una duda que aún no logro sacarme de la cabeza: ¿le pasarán a mi hija Lysander, que ahora se encuentra en su segundo año en Hogwarts, las mismas cosas que me pasaban a mí a su edad?.

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