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Caso real de abuso de ultratumba

en No Consentido

            Podéis llamarme Kristel. Lo que vengo a explicar aquí es absolutamente real...y tan terrorífico que es imposible de creer. Yo misma dudo a veces de si es real. ¿Cómo se puede creer que algo así le pueda pasar a alguien en el mundo?, ¿cómo albergar siquiera la más mínima posibilidad de aceptar una cosa semejante?. Pero me estoy adelantando. Creo que lo mejor sería empezar por el principio. Permítanme que retroceda unos meses atrás en el tiempo...

            Me había criado en Texas toda la vida, con mis amigos y mi familia. Una chica tan convencional como cualquier otra: metro sesenta y cinco de altura, pelo negro, ojos castaños...y de buen ver físicamente. Nada que destacase de manera especial. Hace unos meses, poco más de medio año, una empresa me ofreció un puesto como contable en su empresa de Kansas. Acepté por el dinero y las buenas condiciones de vida que el puesto me ofrecía, y claro estaba, tenía que mudarme allí, de manera que busqué casas en venta a ver si encontraba una por un módico precio que no me dejara vacío el bolsillo. Por fin di con una casa bastante vieja, pero bonita, cuyo precio (bastante barato, me pareció de un primer momento) me resultó bastante desahogado. Compré la casa, fui instalando los muebles, y hasta hicimos una fiesta en familia, que vinieron a verme para celebrarlo. Se suponía que aquella nueva vida se las prometía muy felices...pero el infierno solo había hecho por empezar.

            Fueron detalles, minucias, cosas casi imperceptibles al principio: un ruido aquí, un chasquido allá, no sé muy bien explicarlo...cosas que no tienen importancia hasta que suben de tono, y ahí es cuando uno realmente comienza a asustarse. Intentaré poner un ejemplo: apagaba la luz de la lámpara antes de salir de una habitación, y al volver me la encontraba encendida. Bueno, podía haberme despistado, a todos nos ha pasado alguna vez, pero lo que comenzó como algo muy ocasional se iba convirtiendo en algo diario. Se podría pensar que sería un problema de la instalación eléctrica, y de hecho lo pensé, de manera que llamé a un electricista, pero éste no halló problema que justificase que la luz se encendiera sola. Otro tanto ocurría con las puertas: unas veces aparecían cerradas, y otras abiertas. Lo que más miedo me daba era que algunas estaban cerradas con llave, pero al día siguiente volvían a aparecer abiertas...y yo estaba cada vez más asustada.

            La situación llegó a ser desesperante, de manera que pedí ayuda a mi madre, y le dije que le gustaría que viniera a casa unos días conmigo, que hacía tiempo que no nos veíamos y que en casa me sentía muy sola. Para aquel entonces, que no lo había dicho, a veces tenía una extraña sensación de ser “tocada” o “acariciada”, mientras dormía. Nada sexual, pero muy aterrador. Era como una mano que iba bajando por mis piernas, fuerte y enérgica, decidida, pero al estar adormecida o medio dormida, no podía saber si eran sueños recurrentes o no. Pensé que la soledad, la falta de novio y amigos (apenas tenía en mi vida en Kansas) podían haberme provocado algún tipo de sueño erótico, pero más que excitación, sentía un miedo de muerte. Cuando llegó ella todo cesó de forma súbita. Fue instantáneo, y hablé con mi madre sobre ello. Convenimos acudir a algún sacerdote para que bendijera toda la casa y las habitaciones, y rezara un padre nuestro y un ave maría, para que quedase libre de cualquier tipo de presencia o entidad sobrenatural que pudiera haber en ella.

            Durante un tiempo así fue, todo volvió a la normalidad, de forma que mamá se volvió a Texas con papá y mis otros hermanos, y yo reemprendí mi vida hasta una tarde en que, mientras cruzaba el salón mientras me dirigía a la cocina, de soslayo noté una presencia, por el rabillo del ojo me pareció ver una figura difuminada de una persona en mitad del salón, pero al girarme y mirar fijamente, allí no había nadie. ¡Ah!, fue por esa época que el termostato de casa pareció enloquecer. Tan pronto le daba por estropearse como por ir bien. A veces hacía un frío glacial en pleno mes de julio. Lo ajusté, hasta lo cambié por otro, pero las oleadas de frío eran tremendas, parecía que todo el calor de la habitación o hasta de la casa era...no sé, como absorbido por una aspiradora gigante de forma instantánea. En esos momentos entendí lo barata que había sido la casa, pero era tarde. No podía volver a Texas (el dinero familiar era escaso y no podían mantenernos a todos; y mis propios medios, entre la mudanza y el viaje, estaban bajo mínimos), y mi tranquilidad comenzó a verse alterada...sobretodo de noche.

            Mi pesadilla comenzó a finales de noviembre pasado. Para ese entonces, notaba extraños olores (a veces muy pestilentes, como a carne putrefacta) y me sobresaltaban como susurros o alientos en mi nuca, como si alguien respirara detrás de mí. Cuando me despertaba por las mañanas, me encontraba con morados como las marcas de manos que me hubieran sujetado con mucha fuerza. En otras ocasiones, las marcas aparecían en los muslos de mis piernas, o en mi cintura...tuve que cambiar mis hábitos de ropa, y no es que yo fuese una chica de enseñar mucha carne, pero tras la aparición de los morados no podía enseñar nada. Disimulaba algo los conjuntos para que no ser una monja y seguir pareciendo una chica alegre, pero por dentro el nerviosismo me podía. En verdad temía por mi integridad física...y los temores se confirmaron aquella noche de noviembre: me encontraba en la cama, a punto de dormirme, cuando sentí un peso, como un trolebús en la cama aplastándome, era algo que no me dejaba moverme, grité y forcejeé todo cuanto pude pero no podía escapar. Algo con mucha más fuerza que yo me tenía sujeta.

            Lancé un grito desgarrador, porque un desgarro precisamente fue lo que sentí en mi misma alma al notar como algo entre rugoso y gélido me había penetrado. Luego ya no pude gritar más, me sentía como ahogada, como el aire se me escapara del cuerpo y aún así no moría, estaba allí indefensa y siendo ultrajada por algo, invisible y maligno, que estaba tomándome por la fuerza sin que yo pudiera encajar la situación. Notaba en mi interior aquella cosa, algo que me violaba y que desde luego no se parecía para nada a la verga de un hombre. Fuera lo que fuera era doloroso y brutal, entraba y salía de mí con tal violencia que incluso estando aprensada como estaba mi cuerpo era movido de un lado a otro. Finalmente consumó su deseo, me violó, y lo que fuera que me retenía se fue soltando, la presión cedió y unas manos invisibles me liberaron, pasando por encima de mi cuerpo como recorriéndolo, antes de dejar de sentirlas. Entonces sí que grité, me levanté de la cama y salí de la casa medio desnuda en mitad de la madrugada. Me quedé mirando la casa, y en la oscuridad de la noche, parecía mucho más aterradora de lo que jamás me había imaginado. No sé como lo hice, pero volví dentro, cogí algo de dinero y el coche y pasé aquella noche en un motel, incapaz de dormir, llorando y abrazándome mientras me mecía, sentada sobre la cama, intentando entender qué me había pasado.

            Tuve que ir al médico a hacerme una revisión. El ginecólogo halló un desgarro interno, y se limitó a decirme que le dijera a mi novio que fuera menos brusco a la hora de tener relaciones. Me quedé sin saber qué decirle ante semejante argumento, y desde luego no iba a explicarle que no había sido mi novio, si no un espíritu, un fantasma o lo que fuera, lo que me había violado impunemente en mi propia cama, en la seguridad de mi hogar, y aún así, con todo, lo peor no era eso...lo peor era que no tenía recursos para huir de aquella casa. No podía pasarme la vida durmiendo en moteles. Compré un bate de baseball y lo puse junto a la cama, con la esperanza de que si esa cosa volviera, quizá podría golpearla o sacármela de encima. Aquella siguiente noche me costó muchísimo dormir, no dejaba de repasar en mi mente lo ocurrido: aquel olor fétido, la fuerza de mi agresor al sujetarme, su violencia al penetrarme...me sentía partida en dos, y fruto de la ansiedad y de los nervios, terminé durmiéndome. Durante varias noches no pasó nada, y los morados no se volvieron a producir. Parecía que todo volvía a la realidad, pero ahí mismo residía mi engaño. “Parecía”.

              Era media tarde aquel día, y habían pasado varias semanas, casi un mes, más o menos, cuando sucedió de nuevo. Había vuelto pronto del trabajo y me había dado una ducha para despejarme. Como me sobraba tiempo, me tumbé a la larga en mi sofá y me dio por encender la televisión. Había puesto una pierna apoyada en el respaldo, en tanto que la otra reposaba fuera, cayendo del sofá hacia el suelo. De pronto un frío súbito se apoderó de la habitación, fue muy rápido, y antes de poder reaccionar, sentí de nuevo un gran peso sobre mi cuerpo que me oprimía, ni siquiera pude cerrar las piernas a tiempo. A los pocos segundos noté como unas fuertes manos en mis pechos que los apretaban y los masajeaban con rabia, y algo caliente, como una barra al rojo vivo, que se deslizaba en mi interior. Las penetraciones eran implacables, durísimas, me balanceaban talmente como la primera vez, mi cuerpo reaccionaba a aquella demencia y las sensaciones eran duales, desgarradoras: por un lado, el dolor (físico) de la vejación a la que mi cuerpo era sometido; por otro, el dolor (psíquico) de saberme una víctima que no podía escapar de mi violador...y por otro, el placer (forzado) de mi cuerpo, violentado entre aquella verga ardiente que me penetraba y algo más, que no sé si era una boca o una ventosa, que se había apoderado de mis pezones y los succionaba y tiraba de ellos tan fuerte que pensé iba a hacerlos sangrar.

            La violación fue doblemente humillante: la cortina del salón se había descorrido justo en el instante en que me inmovilizó aquella presión invisible, de manera que si alguien pasara justo delante de mi casa y se le ocurriese mirar por la ventana al interior, hubieran visto una escena imposible: a mí, tumbada en el sofá con el albornoz anudado pero abierto, con mis pechos al aire meneados por bocas invisibles que excitaban y que chupeteaban con mis pezones, con mis piernas y mi sexo al descubierto impúdicamente, con mis labios vaginales abiertos de par en par como si efectivamente estuviera siendo penetrada por un grueso y enorme miembro viril, y con mi cuerpo agitándose víctima de un acto sexual que quien me mirase se creería que yo estaría loca y que me había dado por exhibirme fingiendo que un hombre me hacía el amor. Por suerte nadie pasó, nadie me vio, pero yo viví aquella violación en toda su intensidad. Como la otra vez, quedé desmadejada, sin fuerzas, por culpa no de un orgasmo, de varios más bien, que aquel ser me provocó. Después de aquella tarde, mis violaciones fueron más seguidas, y rara era la semana en que no era forzada en mi cama por la noche.

             ¿Es posible que exista algo peor que ser víctima de una violación como esa, una “violación de ultratumba”, como mucho después descubrí que se llamaban?. Lo hay. La gente, la mayoría, suele verlo como algo menor dentro del horror de casas encantadas, lo percibe como menos importante que ver una sombra en una pared o que un objeto se mueva por sí solo o se caiga de alguna repisa o estantería. Se equivocan. Se equivocan enormemente. No hay nada, repito, ¡NADA!, peor que sentir como violan tu cuerpo sin poder defenderte. Porque si fuese un asaltante real, físico y de carne y hueso, siempre lo puedes anular o herir, puedes atacarlo de alguna manera. ¿Cómo bloqueas algo que no ves?. ¿Cómo herir a un ser que es invisible, o peor, no está vivo?. ¿Hay algún arma que pueda “matar” a un fantasma?. Pues si eso ya de por sí es malo, todavía hay algo peor. La mayoría de estos seres no quieren hacernos daño, no pueden hacerlo tampoco...pero luego hay otros que sí quieren...que pueden...que son capaces de ello...y lo peor de todo: que pueden hacerte participar de sus abusos.

            Lo escenificaré con un ejemplo, para qué me entiendan: una noche regresaba de una fiesta en el trabajo, y lo cierto era que estaba algo bebida. Nada fuera de lo normal, todos habíamos tomado algo y lo habíamos pasado muy bien, y los que ya eran amigos y yo habíamos ido a bailar y divertirnos. No recuerdo la hora, pero había vuelto bastante tarde a casa. Entre el baile y el alcohol, lo cierto era que estaba un poco cansada, y todo lo que deseaba era dormir, meterme en cama y que mañana fuera otro día. Por mi mente no dejaba de acordarme de un compañero de trabajo. Habíamos tonteado un poco, y no negaré que me hubiese gustado llegar a más, en el sexo nunca he sido cohibida, pero ya era tarde y quería volver a casa. No podía dejar de recordar los magreos que me dio, era muy bueno acariciando y me había excitado mucho. Aún podía notar los dedos hábiles de sus manos desbotonando mi blusa, y como me había acariciado por debajo de la ropa con determinación. En ese momento no fui consciente de que no eran recuerdos.

            Distinguí pasado de presente en el momento en que mi camisa fue rasgada y mis pechos quedaron al aire, y el sujetador bajó a la altura de mi estómago, pero me hallaba tan excitada que no pude reaccionar como hubiera deseado. Me había quedado a medias y ahora, de mala manera, iban a terminar lo empezado. Recuerdo excitarme muchísimo cuando, tras subirme la minifalda y ponérmela en la cintura, escuché el sonido rasgado y seco de mi tanga haciéndose jirones, y como unos dedos tomaron posesión de mi sexo, entrando y saliendo de él. ¿Violación?. No esta vez. No estaba siendo brusco, ni mucho menos violento o salvaje...esta vez estaba siendo “cariñoso”, por así decirlo, me estaba tocando como se toca a un amante, con suavidad, con delicadeza, de una manera tal que no podía si no ceder ante él. Eso era lo peor de todo, porque si fuese violento, al menos podrías odiarlo. Él era el malo, y tú quedabas libre de culpa, eras la víctima inocente... ¿pero qué pasa cuando decide “implicarte” en su ataque, en buscar tu complicidad para qué termines suplicando que te lo haga?. Eso era a lo que jugaba conmigo en mitad del hall de mi casa, y eso era lo que peor llevaba: que a veces me hacía desear que viniera a hacerme lo que me hacía.

            El sentimiento de culpa, de pensar que tú lo buscas, que de alguna manera eres tú quien lo provoca, es lo que peor se lleva...claro que en esos momentos de excitación esos debates morales no existen. Allí semi desnuda, en mitad del pasillo, podía sentir en todo su esplendor como dos manos, potentes y firmes, me atenazaban y se sujetaban en mis pechos, los acariciaban lenta y delicadamente mientras que entre mis piernas podía sentir “algo” que se rozaba contra mi sexo, algo grande, enorme. Fuese lo que fuese, era un cuerpo grande el que se rozaba contra mi cuerpo, podía notar aquella familiar presión que me dejaba entre la pared y su cuerpo (o lo que fuese). No podía moverme...y lo peor es que tampoco quería. Su forma de tocarme no me repugnaba, me gustaba...y “él” sabía que me gustaba y se aprovechaba de ello. Se aprovechó tanto que de pronto me giró, y quedé de cara a la pared, me puso el culo en pompa y sentí como me penetraba el culo hasta ensartarme por completo. Me separó las piernas para dejarlas en triángulo con el suelo y entonces se puso a encularme mientras sus manos se apoderaron de mis pechos y no los soltaron hasta que terminó lo que había venido a hacer.

            Lo que duró aquellos minutos de locura fue acompañado por varios gemidos que salían de mi boca, así como de cosas que me salían fruto de la excitación del momento, de la calentura que él me había provocado. De mis labios habían salido cosas como por ejemplo: “sí, eso es...dame así, así que me gusta...házmelo, dame más...”, o también del calibre de: “sé suave...mmm que rico me lo haces...así me gusta...sé suave y seré tuya”, “fóllame todo lo que quieras, fóllame así y hazme correr”, “si me lo haces así te dejaré hacerme lo que quieras” etc. etc. etc. Sí, lo sé, ¿cómo podía decir cosas así?. Pues por la trampa del placer, la que él me tendía. Y bien que me la tendió, porque no contento con encularme hasta correrse (noté una extraña sensación líquida en mi interior, como si en verdad hubiera eyaculado), me dio la vuelta, separó mis piernas, me apretó los pechos y comenzó a follarme contra la pared, elevándome un poco del suelo. Sentía una verga de un ardor increíble que casi me quemaba, la sentía entrar y salir mientras mis brazos se hallaban pegados a la pared (sujetos por fuerzas invisibles que no sé describir) y todo el cuerpo se agitaba en el aire, arriba y abajo. La escena era indecible: mi falda subida a mi cintura, mi tanga hecho polvo, con mis piernas embutidas en medias de liguero, con mi camisa y mi chaqueta desabrochadas, completamente vestida pero al mismo tiempo sin nada que ocultar, con todo al aire mientras abusaban de mí. Aquella noche dormí, vaya que sí dormí. Dormí como muerta.

             Imagino que más de uno lo habrá pensado: “¿no te dolió que te enculara como lo hizo?”. Debería...pero cuando me pasó, mi culo llevaba mucho tiempo soportando sus abusos, y no todos fueron tan violentos. El primero, por desgracia, sí lo fue: me hallaba en la cocina, una tarde cualquiera, y estaba recogiendo la mesa, ya que había terminado de comer, cuando pasó. Esperó a que la mesa estuviese despejada para someterme. Una vez más, noté un frío brutal en la cocina, y como si una mano acariciase mi pelo por mi espalda. Sentí un aliento en mi nuca, y un escalofrío me recorrió la espina dorsal. Quise huir, salir de allí a toda prisa, pero antes de poder hacerlo fui llevada contra la mesa, me aplastaron contra ella boca abajo, con mis piernas colgando fuera, y sin más dilación fui violada hasta que aquel monstruo se sació de mí, o eso pensaba yo. La experiencia había sido brutal, había sido muy violento, mi sexo me ardía del dolor con que lo trató, dolía horrores, y sin haberme recuperado de ello, descubrí que seguía sin moverme. Para mal, supe que no había terminado conmigo.

            Me resistí todo lo que pude cuando percibí que “algo”, ese algo grande, grueso y helado quería entrar por mi culo. No podía ni despegar los brazos de la mesa para poder defenderme, y aunque quise gritar, notaba de nuevo ese ausencia de aire que no mataba, ese algo que me impedía chillar, y con lágrimas en los ojos sentí aquella cosa penetrar en mi culo, me la metió tanto que pensé me iba a desgarrar. Luego se puso a moverme en la mesa, a bambolearme mientras desvirgaba mi culo, puesto que jamás antes había tenido sexo anal. Sentía unas manos fuertes en mis muñecas sujetándome, haciéndome morados mientras ese ser me penetraba con la fuerza de diez hombres. No había placer, tan solo un dolor tan inimaginable como indescriptible. Soporté como pude que aquella cosa me enculara, y recuerdo que cuando terminó, yo había sido víctima de un orgasmo indeseado. Nunca antes había pensado que el sexo anal también pudiese hacer correr a una chica...y ni siquiera entonces terminó conmigo. Me enculó dos, quizá cuatro veces, no lo sé seguro, porque me sometió a tal grado de extenuación que a veces acababa por perder la consciencia, solo para despertar con una nueva enculada. Cuando por fin me soltó corrí como pude a la ducha para limpiarme...y efectivamente, un hilillo de sangre bajaba por mis piernas. Me había desgarrado el ano.

            Pero no siempre era así, y cuando no lo era, resultaba ser aún peor. La segunda vez que me enculó era de noche, yo estaba lavándome los dientes, antes de ir a dormir, y acababa de enjuagarme la boca cuando a punto de salir del baño, me noté súbitamente paralizada. Mis manos quedaron clavadas en el lavabo, algo me separó las piernas para que quedasen en posición de triángulo, y sentí como unas manos me tocaban los pechos por encima de mi top, (una sencilla camiseta de andar por casa, que dejaba mi vientre al aire). Esa fue una de aquellas veces en que noté que no estaba solo, había algo más allí, eran más de un ser, y lo sabía porque del mismo modo que notaba manos en mis pechos, también notaba manos acariciando mi sexo, como unas yemas que estuviesen pasando por encima de mi pubis y se deslizasen hacia abajo, entrando de mi coño y saliendo de él, humedeciéndolo lentamente. Algo me había bajado los shorts que llevaba puestos lo justo para exhibirme toda, y una vez más, aunque me encontraba vestida, estaba ante el espejo totalmente expuesta. Sentía algo haciéndome mirar al espejo, me obligaban a ver mis pechos sacados de la ropa, movidos y chupeteados por extrañas ventosas (fuese lo que fuese, no se asemejaba para nada a una boca humana) mientras notaba unos dedos fríos en mi coño que me masturbaban...por partida doble, y no es que tuviera dos manos enteras que fuesen a meterse por mi coño: tenía otros dedos tocándome, penetrándome el culo.

            El doble juego era liviano. Nada de brusquedad, ni violencia, eran toqueteos con una suavidad tan estimulante como maldita, porque era una de esas veces en que ese ser buscaba someterme no por la fuerza, si no por la vía del placer. Desde luego tenían que ser varios seres o entes, ya que eran muchas las manos que notaba tocándome...y cuatro de ellas estaban haciendo la peor parte: excitarme. No solo tenía “ventosas” chupando y succionando mis pezones, también notaba como manos que los acariciaban, y las otras dos me penetraban por mis dos agujeros, lo hacían tan bien que no tardé en sentir como se me humedecía el coño, se me lubricaba debido a la intensa actividad sexual a la que era sometida. Arqueé mi espalda cuando noté algo que tiraba de mi pelo (lo llevaba en media melena, hasta justo después de los hombros), y pude ver la presión de unos dedos que me tocaban los pechos, que arrugaban y apretaban mis pezones, que los chupaban y algo, viscoso y extraño, que parecía lamerlos, aunque no estoy segura de eso. Los tenía muy endurecidos y excitados, me encontraba muy excitada, momento en que sentí una verga ardiente que me penetraba y que comenzó a balancearme de adelante a atrás muy despacio. Fuese lo que fuese, lograba hacerme participar, me seducía de mala manera y yo terminaba siendo víctima de aquella trampa, y mi boca me traicionaba.

            -Mmm...mmm sí...así, asíii...ohhh dios mío...no puede ser...no puede ser que sea tan excitante...fóllame así...fóllame siempre así...dame más, no pares...métemela más y fóllame viva...sé suave y seré tuya para siempre...

            Eso solo eran algunas de las cosas que decía sin pretenderlo. Me quedé allí en el baño, de pie y apoyada contra el lavabo, mientras sentía aquella enorme barra ardiente que entraba y salía de mí, haciéndome enloquecer. No se detuvo ni un solo momento (a diferencia de un hombre normal que a veces parase para coger fuerzas) y no se contuvo hasta que exploté con un orgasmo increíble, el enésimo de aquella pesadilla que había comenzado a vivir meses atrás. Pero no se detuvo ahí, no señor: sin darme un segundo para recomponerme, aquella barra cambió de agujero, me folló el culo, y comenzó a dar estocadas en él, violándome nuevamente. Lo malo era que por un lado era enormemente placentero, y por otro increíblemente lento: las violaciones (las violentas) eran breves, no más de cinco o diez minutos (que, ojo, se hacían eternos cuando me sacudía de modo tan rudo); pero las otras violaciones (las placenteras) podían durar una hora, incluso tal vez más, y no era una sola, a veces solo era una muy larga, y otras eran varias seguidas. Nunca sabía ni cuando me volvería a violar, ni en qué plan vendría, ni cuanto duraría mi suplicio. Cada vez era diferente.

            -Mmmm...oh sí...oh dios mío...así sí que me gusta...aaahh...lo noto...por favor no me violes más-supliqué intentando que aquel sexo violento acabase. Estaba en un estado de desesperación tal que aceptaba ser follada por él, si a cambio dejaba de violentarme como lo hacía (hay que estar en esa situación para entenderlo)-...dejaré que me folles si dejas de violarme...te dejaré follarme siempre que quieras, pero no me violes más...oohh por dios...mmmm...sí, dame por el culo...así, dame más...dame así de rico...te dejaré que me encules si no me violas, aceptaré lo que sea, pero no me violes nunca más...

            Me debatía entre el terror de estar siendo agredida sexualmente por un fantasma (o lo que fuese), el placer que me estaba provocando y que me llevaba a participar de su abuso sobre mí, y la esperanza de qué quizá, y solo quizá, aquella cosa aceptase lo que le ofrecía, que por fin dejase de usarme tan atrozmente. Esa humillación, esa violencia, me sometía a un enorme estrés, estaba dominada por el pánico, aunque en ese momento solo podía sentir el placer de su enculada, que duró muchísimo. Me arrancó no solo un orgasmo, si no varios, cuando quedé libre caí al suelo sin fuerzas, aquel sexo había sido demasiado para mí, había estado...¿qué?, ¿tres cuartos de hora, tal vez más? soportando el que aquel ser tomara posesión de mi culo y que me lo gozase por todo lo alto. En la vida, hasta entonces, había experimentado orgasmos tan intensos, ni mi mejor amante se acercaba a lo que esa cosa me hacía sentir (siempre me preguntaba como podía hacerlo). Todavía sigo sin comprender como me las recompuse para llegar hasta mi dormitorio y meterme en la cama a dormir.

            Esas sesiones maratonianas me dejaban exhausta, y mi salud empezó a flaquear. Cada vez era más difícil disimular las ojeras que tenía, porque con sus abusos sobre mí mientras estaba dormida, alcanzar el sueño reparador se me antojaba un proyecto lejano, y por las mañanas, la mayoría de ellas, despertaba más cansada que cuando había ido a dormirme. Y no siempre eran violaciones: a veces eran punzadas en la nuca, como unos ojos que me mirasen desde atrás, como si algo me mirase de modo penetrante, insidioso, como deseándome mal. En otras ocasiones eran susurros, u objetos que se movían de un lado a otro de la casa. A veces no llegaba a violarme, tan solo me acariciaba los pechos o mi coño, me masturbaba y luego se iba. ¡Ah!, sin olvidar que a veces era doblemente penetrada, que la barra ardiente y la verga gélida me penetraban al mismo tiempo por mi coño y por mi culo, se me turnaban de mala manera, ya que esas penetraciones jamás eran placenteras. Las dobles eran violentas, agotadoras, y los orgasmos eran un suplicio tan excitante como aterrador. No había violación en la que yo no terminase sufriendo un orgasmo, eso como mínimo. Todo aquello era una situación caótica y no sabía que más podía hacer, porque ya lo había intentado todo y nada había dado resultado.

             Consulté con varios médiums y videntes, la mayoría puros charlatanes, pero un par de ellos resultaron bastantes fiables. Uno de ellos me aconsejó que me comunicara con aquella entidad usando un tablero Ouija (hasta entonces, ni los había oído nombrar), me explicó lo que eran y donde comprarlo, y que era lo mejor para ver si de ese modo la entidad podía comunicarse y decir qué era lo que quería, y que si lo conseguía entonces todo terminaría. Cuando se marchó me quedé sin saber qué hacer, y decidí esperar a que otro médium visitara mi casa, una chica que salía en un programa de televisión que era bastante popular en la ciudad. No se trajo a las cámaras de televisión consigo cuando la conocí, vino ella sola a estudiar mi caso, lo que me hizo sentir mucho mejor, o eso creí, porque nada más llegar a mi casa y saludarme, se me quedó mirando a los ojos (a mis ojeras, más bien) y quedó como ausente unos instantes hasta que dijo “dios mío, si no hacemos algo va a terminar contigo”. Eso me asustó. Me asustó de verdad.

            Esta médium, de la que no daré su nombre, paseó por varias partes de la casa, y la noté muy pálida al volver, se la veía afectada por algo, y me indicó que sería lo mejor hacer algunos rituales de magia para limpiar la casa, o una sesión espiritista con algunos expertos parapsicólogos, a ver si ellos podían expulsar a la presencia que habitaba en la casa. No quiso darme más datos, excepto el aviso de que nunca realizara la Ouija sola, a diferencia de lo que su predecesora me había dicho, que era peligroso. Me dijo que se pondría en contacto conmigo lo antes posible, y se marchó muy rápidamente. No sabía muy bien qué hacer, los días pasaban y pasaban y no sabía nada de ella, si la llamaba no me cogía el teléfono o salía su secretaria diciendo que estaba ocupada y que me llamase en otro momento, o que me atendería en cuanto fuese posible. Por las películas de terror que pude alquilar descubrí qué era la tabla Ouija, como se hacía (por Internet no podía buscarlo, al menos en casa; cada vez que buscaba algo sobre eso mi portátil se apagaba de forma automática) y pensando que quizá podía hacerle entrar en razón compré una, y me dispuse a hablar con él, pero en la mayoría de casos, apenas me saludaba y luego se iba. Solo una vez logré hablar con él.

            Un día, por sorpresa, apareció la vidente con un equipo especializado, me llamó diciendo que iban a visitarme para realizar una limpieza espiritual. Ya no contaba con ella, pensé que se había olvidado de mí y me alegró el hecho de que iba a traer a gente que se ocupase de mí y echase fuera de la casa (y ya de paso, de mi vida) a ese ser. En la sesión de Ouija que realizamos la médium logró ponerse en contacto con él, y éste ente o ser se identificó como el espíritu de un hombre que se había suicidado en la casa tras divorciarse su mujer de él, y que todo lo que quería era lo mismo que había deseado en vida: una esposa. Le ordenaron que se fuera, y realizaron un ritual del que yo apenas fui capaz de entender algo, hubo ruidos de objetos moviéndose, de cosas que salían contra las paredes a toda velocidad y más momentos desagradables, pero entonces la médium le hizo una orden directa, inflexible, y todo se detuvo. Me dijeron que todo estaba hecho y que no me preocupase, que se había ido. Les di las gracias y se marcharon, aunque sin explicarme algo que me había llamado la atención, un comentario de uno de los chicos que estaba en la reunión: “esperemos que sea un fantasma y no un demonio”. Como lo sobrenatural no era lo mío, no entendía la diferencia, y cuando pregunté, lo que me dijo este chico fue “es mejor que no lo sepas”.

            Mi alegría duró dos meses justos. Había empezado a vivir, incluso había salido un par de veces con un chico muy simpático, parecía que por fin mi pesadilla en verdad había finalizado...hasta aquella noche en que estaba con mi novio en la cama, haciendo el amor, cuando de pronto un frío intenso cubrió la habitación. Grité y supliqué que por favor se fuera, le advertí que debía irse, pero él no lo entendía. No tuvo tiempo de irse: gritando de dolor intentó llegar a su nuca, como si algo tirase de su piel, y fue lanzado contra la pared, estrellándose contra al suelo y rompiendo una mesita de noche. Yo fui atenazada en la cama y grité de dolor al sentir aquella verga gélida que me había vuelto a penetrar y que me violaba delante de aquel chico. No puedo expresar la cara de horror de éste al ver mis pechos movidos por manos invisibles, y mis piernas abriéndose tanto que me dolió (casi creí que iba a partírmelas) y como algo abría y dilataba mi coño ante él. Quiso venir a por mí, a liberarme de aquella prisión, pero en su lugar algo retorció su mano y le rompió la muñeca, luego lo lanzó y voló por encima de la cama, estrellándose contra la puerta del dormitorio. Quedó inconsciente, y yo fui violada repetidamente con todo el horror de saber que todo había empezado de nuevo. Aquella violación, pese a ser violenta, no fue breve, si no que duró mucho tiempo, puesto que no fue una sola, si no varias seguidas. Una violación múltiple.

            Evidentemente, aquel chico desapareció al día siguiente, fruto del miedo. No lo podía entender, se suponía que había pasado todo, que aquel fantasma se había ido, pero no había sido así. Solo se había “adormecido”, por así llamarlo. Decidí volver a realizar la Ouija, la hice todos los días de forma insistente hasta que por fin obtuve respuesta por parte de ese ser: según me dijo a través de la tabla, se llamaba David y hace varios años había sido asesinado por el padre de su novia, que no aprobaba la relación y que cuando se la llevó de su casa vendió los objetos que él le había regalado a ella, entre ellos dos pulseras que bastante después yo había adquirido en un mercadillo de segunda mano. Al comprarlas, él se había fijado en mí y ahora quería tenerme de novia, y que daba igual que vendiese o me deshiciese de las pulseras, puesto que ya no me abandonaría nunca y que me poseería el resto de mi vida, y que cuando muriese se encargaría de llevarme al infierno donde se pasaría la eternidad violándome por todas partes. Caí de rodillas al suelo llorando ante tal negra perspectiva. Esa misma noche volvió a violarme, esta vez y para demostrar su dominio sobre mí, contra la ventana: desgarró mi ropa y me puso de cara a la ventana, con mis pechos apretándose contra ella, exhibiéndome para todo aquel que pasase por delante de mi casa. Separó mis piernas y volvió a penetrarme mientras limpiaba el cristal con mi cuerpo, frotando mis pechos contra la ventana, violándome el culo hasta que sentí de nuevo aquella cosa líquida, como semen, y fui víctima de unos orgasmos brutales. Por suerte nadie me vio, como dije era de noche, y eso fue un alivio para mí. La vergüenza de que me vieran por el día mientras me violaba David hubiera sido insoportable.

             Más recientemente, he encontrado un poco de luz al final del túnel. A un par de casas de la mía se mudó una anciana con su nieta. Su hija y su yerno estaban metidos en un complicado divorcio y la abuela había aceptado quedarse con su nieta hasta que todo aquel lío se terminase. La niña se había encariñado conmigo al poco de conocerme, y la anciana, muy amable, me había invitado un par de ocasiones a su casa a tomar un café. De vez en cuando la notaba que se me quedaba mirando de forma extraña, pero no quise preguntarle al respecto. Extrañada de que no la invitara nunca a mi casa, no supe como explicarle lo que me estaba pasando, y terminé por invitarlas un día, rezando para que no ocurriera nada malo. Según la anciana entró miró a su alrededor y me dijo que tenía una casa bonita, aunque vi en ellos una pose rara, como si algo no le cuadrase. Su nieta, Amber, que no llegaba a los 15 años, era un amor de chica, y no había un solo segundo en que no pensase para mis adentros “por favor a ella no, por favor a ella no, por favor a ella no...”. Curiosamente, no pasó nada, y la tarde fue muy agradable con ellas dos.

            Esta buena mujer, un día que estábamos paseando por el barrio, me abordó sin yo esperarlo con un tema del que no le había hablado ni remotamente. Mis amistades no sabían de lo que me pasaba, mis agresiones ocurrían en soledad, cosa que era fácil que ocurriera porque era difícil vivir conmigo (sin ir más lejos mi madre, cuyas visitas eran de lo más breve debido ya que era llegar y la casa empezaba a apestar, como si la propia vivienda no aceptase más personas en ella aparte de mí). Después del incidente con el que estaba siendo mi novio no había vuelto a tener más relaciones, puesto que me daba miedo que agrediera a más gente o que incluso matara a alguien. Resumiendo: que vivía sola, a merced de aquel ser, una presa fácil a la que acechar, acosar y violar cuando ese ser lo deseaba. Sin embargo, la charla con aquella anciana (a la que llamaré “Sra. Old”, simplemente) me abrió los ojos a unas cosas que antes no había pensado, ni tan siquiera imaginado. Fue más o menos como sigue:

            -¿Desde cuando ese ser abusa de ti?-me soltó de golpe-.

            -¿Qué?...¿de qué está hablando?. ¿Qué ser?.

            -El que vive en tu buhardilla. Lo he visto paseándose por las habitaciones. Se ha intentado esconder de mí, pero no ha podido ocultarse. Es difícil no verlo, tiene mucha fuerza. ¿Cuánto hace ya?.

            -Meses-le contesté-. Casi desde que empecé a vivir en la casa. ¿De verdad lo ha visto?. ¿Cómo?.

            -Esas cosas siempre andan rondando por ahí, se sienten muy seguras si nadie las ve, pero sí yo puedo verlas. Escúchame, tienes que irte de ahí lo antes posible. Deja esa casa, lárgate de aquí.

            -No puedo, no tengo dinero y mi familia tampoco tiene. No tengo nada aparte de esa casa.

            -Eso no es una casa: es una puerta.

            -¿Qué?, ¿de qué habla?.

            -Del Mal, querida, del Mal con M mayúscula. Tienes a un demonio viviendo ahí contigo, y uno con muy malas intenciones.

            Le expliqué lo que mis sesiones de Ouija y la otra sesión con la médium habían revelado sobre aquel ser, sobre lo que le había pasado, explicándole que aquel ser no era un demonio, si no el espíritu de un hombre muerto.

            -Te ha mentido. Eso no es un fantasma. Ningún fantasma podría hacer las cosas que me has explicado ahora que hace. Lo que tienes en casa es un demonio, una entidad negativa de mucho poder.

            -¿Cuál es la diferencia?. Los médiums no me lo han explicado.

            -Un fantasma es una persona que estuvo viva y después murió, pero un demonio jamás ha estado vivo. No es humano. Es mal, es...es energía densa, energía que existe y que piensa por sí misma. Esos seres se crean por actos impuros: un asesinato, un suicido o una violación con resultado de muerte...se pegan a las casas o a las personas y hacen todo tipo de daño.

            -No soy católica-negué con la cabeza-. No creo en demonios.

            -Eso da igual, no se precisa ser católico para creer en ellos. Esas cosas existen, y viven para atormentar a los demás, para hacerles la vida imposible.

            -¿Por qué?.

            -Porqué el mal engendra más mal. Ellos no saben hacer otra, y tampoco pueden aprender a hacer otra cosa. Viven para infringir el mismo daño que les dio el ser. Tienen mentes invertidas. No piensan como nosotros, piensan al revés. Hazme caso niña, sal de esa casa...y si no tienes donde ir, ven conmigo. Vive en nuestra casa, allí no te atacará. Amber y yo te protegeremos de él.

            -¡NO!-grité de golpe-. ¿Y si la ataca a usted, o a su nieta?. Por dios, es una niña. No puedo exponerla a que la viole como me viola a mí.

            -No se atreverá conmigo. A mí me tiene miedo.

            -¿A usted?. ¿Por qué, Sra. Old?.

            -Porque yo no le tengo miedo. Llevo viendo esas cosas toda mi vida, desde que era más joven que Amber. Esas cosas elijen a sus víctimas. Saben a quien atormentar y a quien no, y te ha escogido porque eres una amenaza para él.

            -¿Yo, una amenaza?-no salía de mi asombro-.

            -Sí querida, tú: cuando te mudaste a esa casa le arrebataste su refugio, le sacaste de la oscuridad de la buhardilla en que vivía. ¿Por qué lo hiciste, verdad?.

            -Sí, claro, la acondicioné como trastero para las cajas de embalaje y los trastos, y tenía un buen tragaluz y una ventana. ¿Pero eso qué tiene que ver?.

            -Él vivía en la buhardilla, en la oscuridad, ahí es donde él era fuerte y poderoso, y tú le quitaste eso. Por eso te viola. Se está alimentando de ti, está chupando tu energía. Es un parásito.

            -Pero me decía que se llamaba David, que había sido asesinado por el padre de su novia...

            -Es mentira. Todo es mentira, es un mentiroso. Los demonios juegan así con las personas, mezclan mentiras y verdades, nos confunden para que no sepamos qué hacer. ¿No te dije que piensan invertido?.

            De pronto me vinieron a la cabeza flashes de algunas de mis violaciones, y con cierto reparo, se las comenté, explicándole la diferencia entre una y otra.

            -Lo hace para confundirte, para que te sientas culpable. Así te somete como a él le viene en gana. Ponte firme niña, aquí la voluntad lo es todo. ¿Crees que un exorcismo funciona solo porque lo hace un cura?. Funciona porque el cura, seguro de tener a Dios de su parte y estar protegido por él, debe tener más determinación en sacar al demonio del cuerpo del poseído que el demonio por seguir poseyéndolo. Y además, ya lo tienes dominado. Tienes su nombre.

            -¿Y qué?.

            -Un demonio jamás desvela su nombre, es su identidad. Para nosotros eso no es nada, para ellos lo es todo. Lo es porque si sabes su nombre, entonces puedes conseguir que te obedezca. Ve a la iglesia, toma la comunión, bendice la casa y no dudes nunca de ti misma. Tu confianza es tu poder, y su debilidad.

            -¿Pero entonces es uno, o varios?-pregunté acerca de las varias manos que podía notar a veces en mi cuerpo-.

            -Ya te dije que esa casa era una puerta: una puerta al infierno. Y del infierno solo pueden salir demonios, y en el infierno solo se pueden hacer dos cosas: torturar...o dejar que te torturen. Ahí abajo no existe la paz. Tan solo existe el dolor. Esas cosas viven del dolor ajeno, se alimentan de él como vampiros. Ven conmigo, y no te pasará nada. Ven a vivir conmigo, y yo te protegeré. Aún me queda mucha vida por delante-sonrió-.

            Sonaba tentador, pero temía por ella tanto como por su nieta. No podía permitir exponerlas a semejante peligro. Antes muerta que permitir que a una criatura tan bella y tan tierna como era esa niña le sucediera nada, y aunque la Sra. Old parecía muy segura de sí misma, estaba segura de que no podía garantizar que no las atacasen.

            -No voy a arriesgar ni su vida ni la de Amber. ¿Lo comprende, verdad?. Ese ser no las atacará si me quedo en casa, si interfieren podría ir a por ustedes. Casi mata a un chico con el que salía cuando me atacó una vez. No puedo permitirlo. No podría vivir si alguien más es atacado por mi culpa.

            -¡Pero ese es precisamente su plan, aislarte!. Si te tiene aislada podrá hacer todo lo que quiera contigo. No es distinto a un maltratador: primero te asusta, luego te aísla y finalmente te agrede.

            -No se preocupe, Sra. Old, me irá bien. Y gracias por sus palabras, le juro que no caerán en saco roto. Haré lo que me dice, todo, excepto vivir con usted y su nieta. Antes quemaría mi casa que permitir que las hicieran daño.

            Hablamos un poco más sobre eso, ella me insistió una y otra vez, pero yo estaba muy firme en no ponerlas en peligro. Nos despedimos muy amablemente y luego me fui a casa, a prepararme la cena y a dormir después. Por suerte esa noche no me pasó nada, ni varias después de esa, pero sí, al cabo de una semana tras esa charla, volvió a pasar, y esta vez, para desgracia mía, fue en la ducha...por desgracia no fue algo violento. Estaba usando la esponja para enjabonarme el cuerpo cuando noté como temblaba la habitación y como algo me sujetaba la mano y la llevaba hasta el culo, haciendo que lo frotara con fuerza con la esponja. Pensé que sería algo rápido y que se iría en seguida, pero no, me equivocaba. Me hizo pasar la esponja por el culo y casi estuvo a punto de intentar que la metiera por él (o que lo intentara al menos), pero al cabo de varios minutos me hizo que la soltara. Para ese entonces ya sentía varios dedos y ventosas que volvían a succionar mis pechos, amasándolos con firmeza, y como algo tocaba los pelillos de mi pubis y me metía mano, dilatando mi coño.

            Con el agua cayendo por mi cuerpo, fui llevada contra la pared, con mis pechos aplastados contra el frío azulejo, y sentía como unos dedos hábiles se apoderaban de mi culo, como lo tocaban y se introducían en él mientras otros me penetraban por delante. Me temblaban las piernas, no podía articular palabra, y sentí como algo me recorría de parte a parte, como una presencia opresiva se apretaba contra mi cuerpo, impidiéndome salir de allí. Descorrió las cortinas de la ducha y me llevó contra la pared de enfrente, en donde separó mis piernas y me sujetó por los brazos, momento en que pude percibir a la barra ardiente que se colaba por mi agujero posterior y que se apoderaba de mi cuerpo. Una penetración lenta y denodada, rítmica, pausada, me hacía ver las estrellas, y en esos momentos perdía todo control de mí misma. La marea de sensaciones que sentía llegaba a cada rincón de mi cuerpo, no podía defenderme.

            -Mmmm...así, así...mmm aaahh-entrecerraba los ojos-...dios mío...dame más, así sí que me gusta...fóllame así, fóllame siempre así...si me lo haces así yo no me resistiré, te dejaré que me lo hagas-decía ya por enésima vez, como siempre, buscando de alguna forma una piedad que seguramente ese ser no tenía (pero yo debía intentarlo de todas maneras)-...me gusta como me enculas, así sí que me gusta...por favor sigue...dame por el culo así y seré tuya...no me resistiré, no huiré, haré lo que quieras si no me violas...te lo juro...si me follas así yo me dejaré de ti...dejaré que me hagas lo que quieras...vamos, di que sí...di que sí y seré tuya...

            Nunca había escuchado nada de él, y no esperaba que eso fuese diferente, pero la esperanza es lo último que se pierde. Estuvo un buen rato gozando mi culo, me lo folló a base de bien, y yo me derretí con los varios orgasmos que tuve...pero no hubo acabado conmigo. Como aquella vez en el pasillo, me dio la vuelta, levantó mis piernas como si unas poderosas manos me sujetasen de mis nalgas y sentí como cambiaba de agujero y me follaba de una forma alucinante. La cantidad de orgasmos era cada vez mayor, cada pocos minutos yo volvía a correrme mientras seguía siendo follada en el aire, aplastada entre la fría pared llena de vaho de la ducha y algo invisible que me sostenía y no paraba de follarme, y cuando pensaba que todo iba más o menos bien...¡DIOS MÍO, ESO NO!. De pronto percibí como la verga gélida me penetró violentamente el culo, sin tener que hacer mucho esfuerzo por el polvo anterior y lo dilatado que ya estaba, y lo que parecía una de esas violaciones tranquilas y placenteras de pronto se convirtió en un infierno en que placer y dolor iban entremezclados, mi cuerpo se agitaba convulsivamente mientras me violaban el culo, y mi coño pasó de ser follado a ser violado brutalmente, las manos antes suaves ya no acariciaban, ahora me apretaban y estrujaban con fuerza, mis pechos que estaban siendo chupados con más o menos mimo ahora me dolían, y tiraban de mis pezones como si me los quisieran arrancar. No recuerdo cuanto tiempo duró, pero sí sé que se me hizo eterna, mi violación fue dolorosa y placentera, gocé indeseadamente más veces de las que puedo recordar, cuando por fin terminó y yo caí al suelo exhausta, sentí como una especie de voz en mi nuca, un susurro muy débil que dijo: “tú eres mía, puta”. Por desgracia, estaba semi inconsciente cuando eso pasó. No sé si fue real.

  

            Mi última violación ocurrió la noche de la fiesta del cuatro de julio. En la tarde había tenido a varias amigas en mi casa festejándolo, y me encontraba recogiendo tanto la mesa como los aperitivos y demás banderas que habíamos puesto por la casa. Había sido una tarde muy bonita y lo había pasado muy bien cuando noté un roce en mi falda, como si la hubiera movido una suave brisa. Me giré, pero vi que las ventanas de casa se encontraban cerradas. Tras percibir aquel olor a masa sanguinolenta en descomposición (como el de un animal muerto al sol), el frío glacial invadió mi salón y fui llevada hasta el sofá. Se descorrió la cortina de la ventana, mi falda fue levantada, mi camiseta subida con tanta fuerza que pensé iba a romperse, algo rasgó mi tanga y sentí como unos dedos volvían a follarme, tanto el coño como el culo. Podía sentirlos entrando por ambos sitios y como su tacto era muy violento. Quise resistirme pero me encontraba aprisionada en el sofá, con miedo de que me vieran: era la noche del cuatro de julio. Esta vez las calles no estaban vacías. Podrían verme.

            Me abrieron las piernas con fuerza, me penetraron y comencé a ser violada de la peor forma posible. Fui girada con rapidez y puesta a cuatro patas como a los perros con el culo en pompa apuntando a la ventana, y sentí la verga gélida en mi culo mientras la barra ardiente se apoderó de mi coño y me los follaban con toda la maldad del mundo. E instintivamente yo me movía acompasando las penetraciones, intentando mirar hacia la ventana para ver si alguien me había visto, pero no podía. Eso era una tortura para mí: peor que ser violada por un ser invisible era el que me vieran siendo violada por un ente invisible. Recibí un bofetón en la cara que me hizo sangrar por la nariz (eso era algo que para mi desgracia, a veces me pasaba) mientras sentía aquellas monstruosidades, como se disputaban por causarme más daño, hasta que me desgarraron por dentro y me quedé derrengada sobre el sofá...pero no habían acabado conmigo. La verga gélida se apoderó de mi coño, lo penetró y comenzó a follarlo...con cariño. Era algo lento, su penetración, pausada, me hacía gozar con cada acometida, y por desgracia lo gocé más de la cuenta, aquella primera violación (violentísima, tengo que decirlo) daba paso a otra muchísimo más suave y placentera, y eso era humillante. ¿Primero me violaba impunemente y más tarde quería hacerme el amor?. Pues me lo hizo, y para mi vergüenza, me hizo gozar de nuevo, y terminé suplicando por ser siempre follada así en vez de ser violada, pero eso era algo que yo ya sabía que nunca ocurriría, tras mi doble penetración en la ducha. Él jamás aceptaría mis peticiones. Violarme era su modo de demostrarme que él era el que me mandaba en esto, y no yo. No me violaba solo por placer. Me violaba porque podía. Me violaba porque quería.

             Pero como dije, aquella fue la última vez. De eso hace ya un par de meses, más o menos. Haciendo caso de los consejos de la Sra. Old, empecé a ir a la iglesia, a tomar la comunión, a rezar por las habitaciones, y un buen día, al poco de empezar todo esto, mi espejo se partió de golpe haciéndose añicos, justo cuando había puesto un rosario sobre él. La Sra. Old tenía razón: esos seres odian la religión. Las cosas empezaron a volar de un lado a otro de mi cuarto: ropa, muebles, objetos varios, incluso un alfiler que casi me da en la cabeza, pero yo me planté más firme que nadie en mitad del cuarto y fui a por un cuchillo de cocina, apuntándomelo al cuello, jurando que él nunca jamás volvería a hacerme más daño, que ya no podía, que negaba a seguir siendo una víctima. De pronto el cuchillo saltó de mi mano y se clavó en la pared con tanta fuerza que la mitad de él asomaba por el otro lado. De pronto se escuchó una especie de rugido, como el de una bestia espantosa que hubiese enfurecido, pero yo no dejaba de jurar y perjurar por Dios todopoderoso que jamás me volvería a tocarme, que mi vida era mía y que ya no podía someterme, ya no tenía nada que temer de él.

            -¡No te temo, David!. ¿¡Me oyes!?. ¡Ya no puedes lastimarme más, ya no puedes hacerme más daño!. ¡Nunca seré tuya!. ¡ES MI VIDA!. ¡Jamás me tendrás, me da igual las veces que me violes!. ¡Nunca volverás a tener poder sobre mí!. ¡Muérete de una vez maldito cabrón!. ¡Yo te ordeno que te largues de mi casa, y de mi vida!. ¡Te ordeno que te marches de vuelta al infierno!. ¡Te lo ordeno!. ¡VETE AL INFIERNO!, ¿ME OYES?. ¡¡AL INFIERNO!!. ¡NUNCA VOLVERÁS A DOMINARME!. ¡¡NUNCAAAAAA!!...

            Justo en el momento en que gritaba eso la habitación entera estalló como por una granada, la ventana explotó en miles de pedazos y las cosas salieron disparadas en todas direcciones. Yo misma salí despedida por la ventana junto con el resto de la habitación, y el resto de cuartos también explotaron y todo parecía desmoronarse por una explosión interna. Como ya se imaginarán, eso sí que lo vieron los vecinos. Tenía varios cortes en la cara y el cuerpo por los cristales de la ventana, y pasé varios días en el hospital. Salvo la Sra. Old, nadie entendió como, según ellos, pudo producirse una explosión de gas sin que hubiera el más mínimo fuego, ya que esa fue la explicación que dieron a lo que me pasó (“ellos”, por cierto, son la policía y los bomberos, que investigaron en mi casa buscando el fallo). Mi caso salió en la prensa local, pero yo me negué a conceder ni una sola entrevista. No quería ser carnaza de la prensa.

            Cuando regresé a casa, me encontraba casi en la indigencia. Fue un milagro que no perdiera el trabajo, pero me faltaba todo lo demás, y justo cuando piensas que nada a esas alturas puede sorprenderte, mis vecinos lo hicieron, dándome un poco de dinero, en la medida en que cada uno daba lo que podía, para ayudarme a recomenzar. Finalmente y ante mi situación, me vi obligada, con más miedo que esperanza, a vivir en la casa de  la Sra. Old junto a su nieta, puesto que la mía ni siquiera tenía puertas (y volver a Texas era imposible, estaba en números rojos). Todo había sido destrozado por completo. De momento no ha vuelto a suceder nada, pero aún no alzo las campanas al vuelo. Confío en que de verdad todo haya terminado. Sigo yendo a la iglesia, sigo rezando y tomando la comunión, y llevo siempre un colgante de crucifijo en el cuello desde que vivo con la Sra. Old, regalo de ella. No sé si todo acabó y no sé si podré recuperar mi vida, dudo de volver a ser la de antes, estas cosas dejan demasiada huella. De cualquier manera, ahora sí que creó en algo: creo en los demonios. Son reales, están entre nosotros, no los vemos pero ellos nos ven, nos vigilan...y no nos desean ningún bien, y ojalá nunca nadie nunca pase por el infierno que yo he vivido.

            Confío en que mi historia sirva para evitar que eso les suceda a otros, o para que le pongan remedio y no les vuelva a pasar. Si es así, entonces mis meses de vejaciones no habrán sido en vano. Eso es lo que ilumina mis noches, eso y el saber que allá donde hay demonios también hay ángeles, y allá donde hay ángeles hay un Dios que cuida y vela por todos nosotros. Él me da fuerzas para seguir viviendo, en la creencia que quizá todo acabe, y pueda encajar, aceptar y superar los horrores que he vivido. No será fácil, pero tengo que hacerlo, y no porque eso sea lo que hay que hacer, ni porque sea lo que deba hacer, y ni siquiera por hacer del mundo o de mi vida un lugar mejor para todos. Tengo que superarlo por venganza, porque si esto queda atrás, si lo supero y rehago mi vida con un trabajo, con un marido e hijos, entonces me habría vengado de David por lo que me hizo, me habría vengado del mejor modo posible: siendo feliz.

  

            Esta ha sido la crónica de mi historia, de los terribles sucesos que me sucedieron a lo largo de esos meses de infierno en vida, y ya no tengo más que decir, aparte de que, mal que me pese decirlo, esos recuerdos de mis abusos se quedarán conmigo el resto de mi vida, para bien o para mal. Ahora solo me queda seguir adelante, y rezar porque esas cosas nunca vuelvan a ocurrirme. Por desgracia, nunca lo sabré a ciencia cierta...

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Follándome a jennifer connelly (Ed. Especial)

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En el metro de japón

De cena con mi prima... y alguien más

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