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Inés, mon amour

en Lésbicos

INÉS, MON AMOUR

Soy una mujer que siempre lo ha tenido todo en la vida, aunque no sin dificultad. En el comienzo de mi narración, yo tenía 32 años y la vida hecha, o al menos eso era lo que pensaba yo: trabajo, familia, un buen marido, dos hijos pequeños…me encontraba en el mejor momento de mi vida, y me sentía tremendamente satisfecha. Aún así, me seguía esforzando para mejorar mi tren de vida y el de mi familia, y cuando tenía un momento libre, rápidamente me escapaba al gimnasio para tonificar el cuerpo y ponerme en forma. Por suerte he tenido una buena herencia genética, pero ya se sabe ese dicho de "siempre se puede mejorar". Fue allí donde la conocí. Su nombre: Inés.

La herencia recibida de mis padres hizo que tuviera un cuerpo bonito de toda la vida, pero como dije antes, "siempre se puede mejorar", de manera que cada tarde al salir de mi trabajo en el colegio atendía las necesidades de mi cuerpo, a veces una hora a veces dos, dándome severos palizones en el gimnasio para mantener mi forma física(de eso era profesora) y procurar que nada colgase en años venideros, esa idea me daba un asco brutal. Y una de tantas tardes en que estaba haciendo biciestática, apareció.

Fue como un ángel venido desde el cielo. Muy cursi, lo sé, pero no puedo describirlo de otra manera: larga melena rubia dorada, endiosados ojos color zafiro, mirada dulce, rostro angelical, y un cuerpo….dios bendito, mira que yo estoy lo que se dice buena, pero aquello era un monumento a la feminidad: todo eran vertiginosas curvas, desde el vientre y la cintura pasando por las caderas hasta sus piernas acabando por su pecho y su espalda. Fue verla, y perder el sentido.

Iba enfundada en unas mallas de deporte con una mochila al hombro, y parecía totalmente perdida. En otras circunstancias no lo hubiera hecho, pero tan turbada me tenía que no dudé ni un solo instante a la hora de bajarme de la bici e ir a su lado.

-Hola, ¿andabas buscando algo?.

-No, gracias, solo andaba mirando el lugar. ¿Eres la dueña?.

-No, pero como si lo fuera, estoy aquí todos los días.

-Ah bien, quizá me puedas ayudar, estoy más perdida que un mono en un garaje.

-¿Eres nueva?, no me suena tu cara.

-Sí, lo soy, acabo de mudarme cerca de aquí y me daba miedo que no hubiera un gimnasio cerca para tonificarme el cuerpo. Soy muy obsesiva de cuidarme-bromeó-.

-Pues me encantará ser tu lazarillo, y bienvenida al vecindario. Ah, por cierto, me llamo Puri.

-Inés, encantada.

-Igualmente.

Nos hicimos amigas en seguida, e Inés resultó ser un encanto de mujer que apenas si tenía 2 años más que yo, cuando tranquilamente aparentaba tener 5 menos. Su marido y su hija eran una delicia y una amistad forjada casi de casualidad se hizo tan sólida como una casa con cimientos de vigas de acero y hierro colado. Mi marido y mi hijo hicieron buenísimas migas, y me enorgullecí de presentar a Inés y a Bernardo a mi círculo de amistades, donde calaron de buen grado a la primera, y es que era imposible resistirse a sus encantos. Eran tan buena pareja que hasta podían dar envidia a los demás a los no tan afortunados. Eran, casi casi, como los Flanders de los Simpsons jajaja.

Todo iba sobre ruedas, sí, pero desde el primer momento la imagen de Inés entrando en el gimnasio con sus mallas ceñidas marcando todo su cuerpo con esa carita de ángel se me quedó grabada a fuego en la memoria. No había un solo día que no pensase en ella, aunque fuera por unos segundos, sin que el corazón me diese un vuelco. Muchas veces me llamé loca, puerca y un montón de cosas más, intentando comprender como una mujer podía desatarme semejantes pasiones incontroladas. Pero la verdad era que sí me las producía y de que manera. Había noches en que soñaba que ella venía, envuelta en un largo vestido semi-transparente, a meterse en mi cama y a hacerme el amor durante toda la noche hasta el alba. Y al despertar bruscamente, lo hacía con la cabeza aturdida y el cuerpo conmocionado de arriba abajo. Aquello era insoportable.

Me encontraba perdida en una situación límite que jamás imaginé llegar a vivir. Había días que mi cuerpo chillaba a viva voz en mis oídos que me lanzase de lleno a por ella, que la conquistase, que la sedujese, que la cortejase y le hiciera el amor tan apasionadamente que hiciera temblar las paredes. En ocasiones, cuando estábamos juntas de compras o en el gimnasio, sentía que el aire me faltaba en los pulmones, incluso me costaba pasar saliva, pero Inés jamás llegó a sospechar nada de mis sentimientos, ocultos en aquella fachada de cortesía y esa amistad que yo tanto valoraba. Hasta una leve conversación de sexo, de amor o de cualquier chorrada para mí era como un tesoro que guardaba en mi cabeza como algo muy querido.

A los pocos meses de conocerla desperté sobresaltada en plena noche, pues había tenido un sueño(superhúmedo) con ella. Al despertar tan de golpe mi marido también despertó, y buscando descargar adrenalina le hice darme un repaso que me dejó con el cuerpo temblando de gusto, pero aunque mi cuerpo quedó más que satisfecho, en mi mente la imagen de Inés desnuda, lasciva y sexual tomándome casi a la fuerza follándome como ella sola sabía hacérmelo aún permanecía, pero no siempre podía contar con él, lo que me llevó a algo que a mis años y con la vida que había llevado nunca me había planteado antes.

Me encontraba sola en casa, recién llegada de dar clase, y estaba dándome una pequeña ducha para reposar el cuerpo cuando me sobrevino un acaloramiento tremendo y mi cuerpo se convulsionó de arriba abajo. El recuerdo de Inés, de tantas veces que habíamos estado solas en el gimnasio, de fijarme en sus curvas, en su cara, en sus fantásticas y estupendas tetas, de su cintura de avispa o de su marcada entrepierna que no podía dejar de observar disimuladamente hizo que me pusiera cachonda a ojos vista, y no tenía a mi marido para calmar mis ansías. En su lugar, opté por un pequeño cambio y pasé de ducha al baño, dejando que la bañera se llenase de agua para sumergirme en ella. Todo era suave y placentero. Hacía tanto que no me daba un baño que había olvidado lo reconfortante que era, pero eso no me hacía calmarme. Mi cuerpo reaccionó a mis deseos e hizo que una de mis manos fuera a parar a una de mis tetas, acariciándola con cierto nerviosismo. Tímidamente empecé a tocarme, a explorar mi fogoso cuerpo para calmarlo, y mi otra mano, con lentitud, bajó por mi vientre hasta llegar a mi coñito, el cual me pedía urgentemente que lo mimasen.

Llevada por el momento, mis dedos obraron un efecto mágico, no solo dándome la calma que buscaba, si no también un tremendo placer. En aquel instante solo pensaba en Inés, mi mundo giraba entorno a ella, mi universo era su cuerpo y solo quería viajar y perderme en él. Tuve intensas fantasías eróticas mientras me masturbaba por primera vez en mi vida, fantasías donde Inés hacía conmigo lo que quería y yo solo lo aceptaba, no importaba si fuera doloroso o humillante si venía de ella. Inés me follaba, me violaba, me sodomizaba con una polla de plástico, me hacía ponerme a cuatro patas para ser tratada como una perrita mala…no podía dejar de elucubrar todo tipo de locuras, y mis dedos no dejaban ni por un segundo de mimar mi clítoris y mi cuca, excitándome y poniéndome más salida que una esquina. Me estuve explorando largo rato, experimentado el placer de amarse una misma y descubriendo lo mucho que se podía disfrutar haciendo un solitario. Aquella paja culminó con un orgasmo sensacional que me hizo casi desmayarme de la emoción, quedando allí tendida por un buen rato, casi somnolienta. Desde entonces no he dejado de masturbarme como una loca.

Pensé que entre una cosa y otra todo acabaría en eso, que sería una locura pasajera, pero ni los polvos con mi marido ni las pajas que me hacía cada vez que tenía un momento libre podían aplacar los deseos de mi corazón, y según fue pasando el tiempo, mis sentimientos por ella se hicieron mucho más intensos. Inés nunca sospechó nada, cuando ella estaba delante yo era la Puri de siempre, su mejor amiga y confidente, su cómplice, su compañera en las tardes de cafetería y gimnasio, y así viví hasta que, una tarde en que ambas estábamos en casa solas charlando(mi marido se había ido a echar la partida de cartas con los amigos), ya no pude aguantar por más tiempo aquel infierno que me tenía viviendo un calvario día sí día también.

-Bueno, ¿y que harás en vacaciones?. Están a la vuelta de la esquina.

-Pues no lo sé-contesté-. Quizá Marcelino y yo nos vayamos de vacaciones, o quizá quedaremos, aún no lo tenemos claro, ¿y tú?.

-Lo más probable es que nos vayamos con mis padres a la casa de campo para salir un poco del agobio de la ciudad. Además, hace tiempo que mi hija no está con sus abuelos y no quiero que pasen mucho tiempo separados. ¡Ey-exclamó de golpe-!, ¿y por que Marcelino y tú no os venís con nosotros?. Seguro que os encantaría.

-Gracias Inés, pero no queremos abusar. Además, no conocemos a tus padres y no queremos ser intrusos.

-Nada de eso, la casa es enorme y hay sitio para todos…además, el pueblo es costero, hay grandes espacios abiertos…os encantará…

-Gracias Inés, de verdad, eres un cielo…

-¿Puri, te pasa algo-preguntó al notar el temblor de mi voz-?, ¿te encuentras bien?...

-Yo…es que…

Y ¡¡ZASSSSSSSSS!!, le pegué un señor beso en la boca. Fue tan repentino que hasta yo misma quedé sorprendida. El sabor de sus labios era estupendo, una delicia, y el tiempo que estuve besándola se me hizo eterno, pero fue tan apasionado, tan intenso…al separarme, Inés me miraba con los ojos como platos, mientras que yo fruto de la desesperación, de la angustia y la confusión que tenía me llevé las manos a la cabeza y me eché a llorar.

-Lo siento…lo siento mucho…es que yo…Inés, yo…yo…¡¡TE QUIEROOOOOOOOOO!!...

Su cara de atónito fue algo que jamás olvidare. Todo un poema.

-Ya sé que está mal, lo sé de sobra…estamos casadas, tenemos marido, hijos, una vida por delante…pero yo te quiero desde el primer momento en que te vi hace ya dos años…y no he dejado de quererte ni un solo día…te amo Inés, te amo con todo el corazón…yo…perdóname…yo no, no quería…

Rota y compungida por dentro me recliné sobre mis rodillas y lloré como una niña. Inés no dijo nada, pero noté como pasó de estar de frente a mí a estar a mi lado y como me rodeó con sus brazos para que tuviera un hombro donde llorar. Incluso en esa situación, ella seguía siendo un ángel, y me desahogué hasta que conseguí tranquilizarme. No me sentía capaz de mirarla a la cara, pero al final lo hice, y en sus ojos no vi un atisbo de ira, rabia o desprecio, todo lo contrario. Vi en ellos un cariño y una ternura como jamás vi antes. Estuvimos así hasta que nos miramos una vez más, e Inés me besó.

Jamás supe si lo que pasó a continuación fue porqué ella lo deseaba al igual que yo o porqué no quería herirme, porqué lo que pasó fue que tras ese primer beso, me tomó de la mano y sin decir palabras me llevó a la cama, donde nos tumbamos y nos desnudamos la una a la otra, contemplando esos cuerpazos que tanto habíamos cultivado debido a tantas horas gimnasio. Abrazadas con fuerza y tumbadas en la cama, las dos nos pusimos a besarnos como si nos estuviesen obligando a hacerlo a punta de pistola con una pasión desenfrenada. Era el paraíso.

Nuestras tetas se rozaban entre sí con nuestros meneítos, haciendo que nuestros pezones chocasen levemente unos con otros. Acariciando su espalda, bajé las manos hasta posarlas en sus respingonas nalgas, que acaricie y masajeé con absoluto fervor, lo mismo que ella, entre beso y beso, me daba algún que otro chupetón en el cuello que hacía ponerme los pelos de punta. Me sentía estremecer entre sus brazos, me sentía perderme en un mundo nuevo, desconocido y maravilloso de placeres que iba a descubrir y que no me quería perder por nada del mundo. Inés pareció leer en mi cara lo mucho que me gustaba y el miedo que tenía a que cambiara de idea, y me dijo con voz susurrante.

-Ni por todo el oro del mundo quisiera estar en otro lugar que no fuera aquí contigo, nenita.

Aquello me hizo sonreír de oreja a oreja como una colegiala, aparte de que ese "nenita", que era como le gustaba llamarme siempre(porqué decía que tenía facciones de niña, que parecía más una nena que una mujer), dicho con esa dulzura, hizo que mi corazón se desbocase de alegría y de gozo hasta que las lágrimas me salieron, incapaces de contenerse por más tiempo. Inés las enjuagó, besó mis mejillas, mis ojos, y luego volvimos a besarnos, consolidando el que iba a ser el momento culminante de nuestras vidas, algo que, quizá por ambas partes, era recibido con los brazos abiertos.

Después de pasarnos minutos y minutos de morrearnos con una lujuria que no sabía decir a ciencia cierta de donde nos había salido, pasamos a otros preliminares, y nada mejor que una buena comida de tetas entre nosotras, alternando con unas caricias tan agradables como excitantes. En ningún momento nos paramos para hablar, parecía que cualquier palabra era innecesaria o superflua en esas circunstancias. Nuestros actos hablaban alto y claro. Con total amor y cariño acaricié sus tetas redondas y perfectas y metí sus pezones en mi boca, chupándolos golosamente como un niño con su golosina favorita. Eran de color claro, casi rosado, de tacto suave y reconfortante y sabor apetitoso, como pequeños pirulís de fresa que no podía dejar de paladear.

Ella tampoco se quedó corta a la hora de comerme las tetas, y lo hizo con unas ganas locas, metódicamente y con una pasión enloquecedora. Me puso berrionda a más no poder a base de lengüetazos y besos en mis fresones dilatados por sus caricias. Todo mi cuerpo clamaba al cielo dando las gracias por ese momento de amor y liberación que estaba viviendo y que iba a disfrutar hasta el último detalle. Inés puso todo su empeño de darme esa liberación que tanto tiempo había soñado tener, y parecía que le gustaba todo aquello, pues por la forma en que me hacía lo que me hacía, tuve la impresión de que no iba a dejar un solo rincón de mi cuerpo sin sufrir sus atenciones.

En tanto yo me dejaba hacer en plan pasiva total, ella era todo lo contrario: mordisqueaba, besaba, acariciaba y me recorría de parte a parte, haciendo que hasta la fibra más recóndita de mi ser palpitase desaforadamente. Cada vez que la miraba a la cara la veía entregada a mí mucho más allá de lo que mis fantasías habían previsto jamás, ¡¡y que manera de tocarme!!. No tenía idea de los polvos que echarían ella y Arcadio, su marido, pero si solo eran la mitad de buenos de lo que me estaba haciendo, el pobre debía chillar de gozo hasta quedarse afónico. Perdida en mis divagaciones, Inés me miró a los ojos totalmente excitada, deseosa de mí, y después de tanto tiempo, no iba a privarme de nada, de manera que tras un largo beso de tornillo cambiamos nuestros roles y me dispuse a explorar a mi oscuro objeto de deseo.

Comencé por besar esas guindas de pastel que tantas veces había visto con sus ajustadísimas mallas de lycra de gimnasio y que tantas fantasías habían ocupado. Su tacto fue un éxtasis para mí, y su sabor…mmmmmmmmm…era un manjar digno de reyes, no podía parar de comerle las tetas a mi anhelado amor, a mi más tierna amiga, mi oscura confidente, la reina de mis fantasías nocturnas. Inés se revolvió en la cama debido al cariño que le estaba dando, noté que se excitaba tanto como yo y como sus manos recorrían mi espalda para después ir por mi cintura y volver a mi cabeza, cogiéndola con fuerza para morrearnos de lo lindo. Le comí la boca hasta quedar saciada de ella, de su rasposa y juguetona lengua y sus abrasadores labios.

Pasando a mayores, bajé lentamente por su vientre, haciendo dibujos con mi lengua sobre su piel, a la vez que mis manos la hicieron gemir al retorcerle los pezones un par de veces, todo para ponerla tan caliente como yo lo estaba. La abrí de piernas y perdí el sentido viendo aquella conchita deliciosa, la cual devoré como una posesa. Le metí mi lengua hasta el fondo, al tiempo que usaba los labios para darle besitos sobre sus labios vaginales y las manos para acariciarla y que me chupara un dedo. Inés no habló, pero los gemidos que profería eran la mejor declaración de amor que podía tener. Más feliz no podíamos estar.

Llevadas por el momento decidí que tampoco era para dejarla con la miel en los labios, así que me volteé sobre ella para que, tal y como se lo estaba haciendo, ella también pidiera comerme el coño a mí. No hizo falta decir nada, fue colocarme en posición e Inés metió la cabeza entre mis piernas para devorarme la almejita. La tremenda follada que nos dábamos solo era comparable al deseo de nuestros cuerpos por satisfacernos y dejarnos agotadas de tanto sexo. Ni por un momento dejamos de comernos el coño la una a la otra, de chuparnos, de saborearnos, de meternos dedos mientras nos lamíamos, de masturbarnos, follarnos y hacernos de todo como dos buenas guarrillas lesbianas que éramos.

Cada vez estábamos más salidas, más excitadas, y la fustigación, casi sodomización a la que nos sometíamos era infernal, brutal, visceral y otros "-al" que ahora mismo no consigo recordar. Lo que sí que recuerdo es que pocas veces en toda mi vida me habían hecho lo que Inés me hacía con tanta pasión exacerbada: jamás me habían comido el coño así, me tenía tan fogosa que hubiera podido prender fuego a la casa con la calentura que llevaba encima. Inés seguía dale que te pego, dándome un masaje al chochito que acabó por ponerlo chorreando de jugos, que ella enseguida se zampaba cual glotona, aunque claro, yo tampoco me quedaba atrás para devolverle todos los cariños y los mimos que mi amante me procuraba.

Ambas estábamos a punto de explotar, nos sentíamos como dos bombas cuyos relojes estaban a punto de llegar a "cero". La rapidez de sus dedos se acompasó a la de los míos, lo mismo que nuestras lenguas revoltosas degustando mejillón del bueno. Deprisa, fuerte, rápido, violento, intenso…todo era tan confuso, y a la vez tan placentero…los chillidos de placer casi se hubieran oído en la calle de no tener la boca llena, y así seguimos dándonos caña hasta que, a base de dedazos hasta el fondo, las dos nos corrimos como locas, explotando y cayendo derrengadas de placer, abrazadas e íntimamente unidas. Había sido, con mucho, el mejor orgasmo en muchísimo tiempo.

Durante largos minutos estuvimos así juntas sonriendo, dándonos besitos, acariciándonos, viviendo el momento. Estuve a punto de decirle algo, pero ella me cortó de golpe poniendo su dedo en mis labios, negando con la cabeza. Nunca un gesto tan pequeño dijo tantas cosas. Plena de emoción nos besamos muchas veces más e hicimos el amor una segunda vez, convirtiendo una tarde ordinaria y apacible en la apasionada y salvaje sesión de amor y sexo que tanto deseaba. Solo tiempo después las dos volvimos a vestirnos y hacer como si nada hubiera pasado, sellando el momento con un último beso, dejando bien claro que iba a ser nuestro secreto y que no quedaría solo ahí.

Nuestros maridos llegaron como una hora después y jamás sospecharon lo ocurrido entre nosotras. Ambas hicimos lo de siempre, con algún gesto añadido de complicidad entre las dos, pero ninguno me hizo tan feliz como el guiño que me lanzó antes de irse, diciéndome no solo que le gustaba la nueva relación que había nacido entre nosotras, si no que aquello, más que terminar, solo acababa de empezar…

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