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Mi primera consulta

en Hetero: Primera vez

MI PRIMERA CONSULTA


Sentado enfrente del escritorio en su consulta se encontraba Alberto esperando a que entrase su siguiente paciente. Según el historial se trataba de Amanda, una jovencita de 21 añitos que acudía a su primera consulta con el ginecólogo. La semana pasada su ex, Cristina, le había telefoneado para comunicarle que se la derivaba a él porque ella tenía que irse de vacaciones. O eso decía ella, vamos.

-Me la derivó su médico de cabecera para que la atendiese yo, pero me ha surgido este viaje de improviso, por eso te la mando a ti. Espero que seas delicado con ella. Es la primera vez que acude al ginecólogo.

-Soy un profesional, Tina-se defendió él-.

-Sí, un profesional metiéndote en problemas….Y en otros lugares más húmedos. Manos quietas con ella, tigre-le avisó-.

Quiso haberle gritado que él era responsable cuándo se ponía en su rol de doctor, pero no pudo hacerlo porqué sabía que no era verdad. En algunas ocasiones, se había propasado un poco con sus pacientes, cuándo las revisaba y cuándo se prestaba la ocasión.

-Ellas estaban calientes y me pedían que las follase, siempre ha sido algo normal-musitaba él nervioso recordando las palabras de su ex-.

Había que admitir que Tina le había dejado por pillarle in fraganti mientras se follaba a su última paciente, Laurita. Una joven muy fogosa…dentro de lo malo, aún podía recordar a la perfección cómo se sentían sus manos acariciando sus pequeñas tetas, y cómo de apretadito se sentía su culito mientras le clavaba su polla una y otra vez encima de la camilla, como si no hubiese un después…

“Tranquilo”, pensó Alberto viendo como cierto elemento suyo de su cuerpo empezaba a animarse sospechosamente rápido. Sí, era cierto que llevaba más de un mes sin sexo y que estaba más caliente que un tío reunido con diez chicas para él solo, pero eso no quería decir que no pudiese comportarse.

-Si te portas bien, te prometo que esta noche degustas algún tierno coñito-le musitó dando un pequeño brinco en su asiento al oír que alguien llamaba a la puerta-. Adelante-susurró carraspeando un poco esperando que su paciente fuese una chica opaca y nada sexy-.

Vio su petición atendida por su buena suerte y respiró tranquilo ante la vista poco sexy de la jovencita que se hallaba delante suya.

-Siéntese, por favor.

Observó atentamente cómo caminaba ella lentamente hasta sentarse enfrente suya, y cómo se sentaba con la mirada fija en sus manos. Se trataba de una joven morena, muy alta para su edad, con una ropa muy ancha, que le quedaba demasiado holgada y la hacía parecer diez veces más mayor y más “llenita”.

“Has tenido suerte, sobre todo teniendo en cuenta que a ti te gustan rubias, delgadas y con pechos llamativos” se dijo, desquitándose para evitar cualquier posible excitación futura.

-Aquí veo que se llama Amanda, ¿verdad-ella asintió con un gesto brusco-?, ¿Ha venido sola-volvió a asentir de nuevo sin pronunciar palabra alguna-?. Muy bien, dime Amanda, ¿por qué ha venido al ginecólogo?.

-No me he sentido bien-musitó en voz muy flojita, casi para el cuello de su camisa-.

-¿En qué sentido-se extrañó él-?.

-Me duelen…mis zonas íntimas-musitó la muchacha sonrojada-.

Alberto no pudo más que suspirar ante el abierto pesar de la joven. “Y se supone que tiene 21 años… ¿dónde vamos a parar con esta vergüenza?. A esta joven le hace falta un buen repaso. Seguro que cuándo sienta por primera vez a un hombre entre sus piernas, toda esa timidez se le va por arte de magia. Vírgenes de hoy en día”, la desairó.

-Muy bien Amanda, voy a revisarla entonces. Quítese los pantalones que lleva, y desabróchese un poco la camiseta. Así podré mirarla mejor.

“Tonto, mirarla no, revisarla”, pensó a continuación el doctor llamándose tonto por su error en la semántica, al ver cómo ella levantaba asustada sus ojos hacia él.

-Para poder ver que le pasa y hacer un correcto diagnóstico tengo que revisarla, Amanda. No se preocupe, hago esto mil veces a lo largo del día…el revisar a mis pacientes, quiero decir-añadió sin saber por qué a continuación-.

¿Qué le estaba pasando con aquella apocada jovencita que no hacía más que decir frases que tenían doble sentido? Pensaba él confundido.

-No tenemos todo el día, por favor Amanda-la apremió-. Ha venido aquí a que la revise, supongo.

-Pensaba que iba a ser una ginecóloga la que me fuese a tratar-respondió ella entrelazando sus manos-. Al menos eso me aseguró mi médico de cabecera.

-Sí bueno, iba a serlo, pero Tina se ha ido de vacaciones y no volverá hasta dentro de un par de semanas. De todas formas, si quieres esperar a que ella vuelva, no pasaría nada. Yo…

-No-negó ella avergonzada- Me estoy comportando como una tonta. Ya voy.

Suspiró aliviado al verla dirigiéndose a las cortinas correderas que tenía para que la gente tímida se cubriese mientras se quitaba la ropa. Aunque no todas veían la necesidad de usarlo. Amanda al contrario, le había dedicado un buen espectáculo, quitándose la ropa sensualmente ante sus ojos, mientras se lamía el dedo índice haciendo unos ruiditos tan…

-¿Tengo que quitarme también las…?

-También-respondió Alberto tragando saliva-. Por favor, si es tan amable.

-¿Puedo pedirle algo?.

-Sí, claro-respondió él algo confuso-.

-Me incomoda un poco el “de usted”. ¿Podría tratarme de tú?. Es que si no tengo la sensación de tratar con un desconocido….y me pone muy nerviosa-dijo con voz algo temblorosa y asustadiza-.

-De acuerdo-sonrió él para aligerar su nerviosismo-. Bien Amanda, ¿te desvistes y te pones en la camilla para que te examine?.

Los recuerdos de Laurita volvían a hacer que su polla se despertase aún en contra de su voluntad. Maldita sea, a este paso iba a tener que buscar en su historial para encontrar su número telefónico y así poder llamarla para desfogarse con ella. Desde que Tina le había dejado, lanzándole a la cara su anillo de compromiso, no había vuelto a tener relaciones con ninguna tía, y eso parecía estar haciendo mella en él de aquella macabra forma.

-Me has dicho que te duelen ciertas zonas de tu cuerpo-musitó con voz ronca intentando darse ánimos para terminar con el reconocimiento cuánto antes- ¿Puedes decirme exactamente qué zonas son?.

-Son…es…mi…pecho-susurró ella entrecortadamente sin despegar la vista del suelo mientras caminaba hacia la camilla preparada para las consultas-.

-Te duele el pecho entonces-afirmó Alberto con gesto amable y cercano, ayudándola a tumbarse, mientras le ayudaba a separar las piernas y a colocarlas en sus respectivos apoyos para realizar el examen-.

Tragó bastante saliva al verla recostada de aquella manera y en contra de su voluntad, le dio un tirón de excitación su polla al imaginarse la forma de su virgen coño. “Céntrate tío, ella es una paciente, no una puta más (al menos hoy no)”, se decía para aplacar sus deseos, cada vez más encendidos.

-Quítate el sujetador, por favor-pidió intentando utilizando el tono más relajado del mundo, maldiciéndose a sí mismo por no habérselo pedido al principio- Así podré palpar mejor y ver si tienes algo fuera de lugar.

Ella más roja que un tomate, procedió a hacerle caso. A Alberto casi se le salió el corazón del pecho al ver los grandes que eran en realidad los de ella. Maldición, si parecía que usaba una ciento cinco…Aquella ropa tan ancha que llevaba había disimulado a la perfección lo bien formados que la muchacha tenía sus senos. Dios, la cosa iba mal. Pero que muy mal.

-Cuéntame que más te duele, Amanda-le pidió con voz ronca mientras comenzaba a palpar clínicamente sus pechos con suavidad-.

-Me duele… ahí abajo…

-¿Dónde es ahí abajo, Amanda?.

-En mi zona íntima-susurró ella cerrando sus ojos avergonzada-…

Alberto, sabiendo que no iba a sacar nada más que aquellas pocas palabras de su paciente, se decidió a seguir revisándola sin pronunciar palabra alguna. Era evidente que tenía los pechos hinchados y que por eso le dolían. Quizás llevase un gran retraso en su menstruación, o algo parecido. “O tal vez son tan grandes, que necesita que los libere de vez en cuándo, como está haciendo ahora”, pensó cierta parte de su anatomía en contra de su voluntad. “Concentración, Alberto”, se exigió.

-Tus pechos están perfectamente-le comunicó mientras se movía rápidamente para situarse enfrente de ella-. Ahora voy a comprobar qué tal tienes…tu otra zona íntima- optó por decirle para no ponerla más nerviosa de lo que estaba-. ¿De acuerdo?. Relájate por favor, así será más fácil.

Pasó su mano por su intimidad y se paralizó un segundo al ver la cantidad de vello que ella tenía formado. Normalmente a él le ponía un montón que las tías lo tuviesen cuidado, y depiladito, pero al verla a ella…se puso duro instantáneamente, sin remisión. Tragando saliva por tercera vez en la tarde se decidió a meter un poco el dedo para comprobar hasta dónde llegaba su virgo. Se tensó al sentirla mojada, y gimiendo ante su intromisión. No se lo podía creer. A la tímida Amanda le excitaba aquella situación. Si no fuera porque era virgen, él la…

“¡Un momento!”, reaccionó su mente al introducir la mayor parte de su dedo en su interior, “ella no es virgen”.

-Amanda-preguntó duro como una roca y ya llevado por un sentimiento de morbo que no podía controlar-. ¿Has mantenido relaciones sexuales recientemente?.

Ella no le contestó. Se dedicó a respirar con más fuerza, mientras él sacaba el dedo y lo dejaba no muy lejos de aquél coñito que tan caliente le estaba empezando a poner.

-Tienes que ser sincera conmigo si quieres que te dé un diagnóstico correcto-le susurró muy azorado-.

-Sí, hace dos días fue mi primera vez-contestó ella con la voz amortiguada por la pena al cabo de unos segundos, más sonrojada que el sol de la bandera de Japón-.

-¿Cuántas veces lo hiciste-le preguntó acalorado dejando a un lado su rol de doctor, para convertirse en un hombre caliente y necesitado-?.

Ella tampoco contestó a esa pregunta, se quedó en silencio mientras comenzaba a acariciarle el clítoris suavemente, disfrutando del escalofrío que le entraba a ella a cada movimiento.

-¿Esto…esto es parte de la…de la revisión-tartamudeó Amanda tímida-?.

“Si tienes que preguntarme esto, pequeña, es que no te han hecho disfrutar mucho”, pensó Alberto salido, y durante un instante se acordó las palabras de Tina advirtiéndole que se comportase. Por una milésima de segundo pensó que podría echarse atrás en su excitación, pero al verla gemir de nuevo se olvidó de todas las oposiciones, y se dijo que lo que aquella joven necesitaba era tener sexo del bueno. Es decir, un repaso como mandan los cánones.

Una mujer mal follada, terminaba siendo una mujer adolorida, y él como ginecólogo tenía que impedirlo en la medida que le fuera posible.

-Pues en verdad lo es-contestó segundos más tarde-. Verás, una actividad sexual intensa provoca toda clase de cambios en el cuerpo de la mujer, y no todos buenos. En algunas ocasiones hasta pueden dejar pequeñas heridas, lesiones, etc…por eso te tengo que repetir la pregunta, ¿lo hiciste muchas veces?.

Amanda se mordió el labio inferior. No era solo por timidez, si no debido a las exploraciones a las que Alberto la estaba sometiendo, tan sumamente delicadas que ella no podía evitar una mezcla imposible de rubor y placer que la descolocaban, dejándola en una posición en la que le costaba pensar con claridad.

-En realidad no….solo dos-contestó finalmente la muchacha-.

La respuesta descolocó un poco los esquemas de Alberto.

-¿Por qué dos?.

-Verás…es que-intentaba responder mientras él seguía realizando el examen con sus manos tocando el cuerpo de ella-…él no fue muy atento conmigo…

-¿¿Qué edad tenía??.

-Casi como yo-contesto de inmediato-.

“Unos 20”, pensó él. No era adolescente, pero las hormonas tampoco estaban del todo apaciguadas a esa edad, con lo cual, dedujo él, el chico en cuestión estaba mucho más interesado en pasárselo bien que en hacer que ella también disfrutara.

-¿Y eso de que no fue atento?, ¿qué pasó?.

Amanda, con su mente dividida entre lo que ocurría en su cuerpo y lo que pasó días atrás, se sentía más perdida a cada momento, pero también excitada. Su cuerpo la traicionaba y se azoraba por los cuatro costados sin que ella pudiera impedirlo.

-Bueno…él…es que…fue muy rápido-una leve mirada a la ceja arqueada de Alberto le hizo ver que él no entendió del todo aquella respuesta-…él terminó mucho antes que yo…luego se disculpó, e intentó compensarme…pero…el caso es que volvió a pasarle lo mismo…

“¡¡Santa Madre de dios!!”, entendió él con cierta rabia, “un eyaculador precoz, justo lo que le faltaba a la pobre chica”.

-¿Y no gozaste?....Quiero decir, ¿no disfrutaste?.

-Bueno, sí…supongo, no sé…

Alberto se llevó una mano a la cabeza. Aquella respuesta tan insegura le hizo ver que aquel pistolero ni siquiera había tenido la decencia de procurarle un orgasmo.

-Entonces, ¿no sabes lo que es un orgasmo-y casi se mordió la lengua al ver que había formulado la pregunta de forma inconsciente-?.

-¿Eso que es?.

-Pues…es-intentó responder bastante cortado y confuso-…es cuando tienes sexo y gozas…y…y bueno, el cuerpo disfruta….¡ay!, lo siento, es que no se puede explicar.

-¿Por qué no?.

El tono de la conversación, ya de por sí subidito, hizo que la lívido de Alberto alcanzara cotas de alerta roja. Su miembro amenazaba con romper los pantalones a lo Hulk. Aunque Amanda no era su estilo de chica, su cuerpo mejor formado de lo que se daba a entender mezclado con una conversación de sexo y orgasmos lo había puesto tan duro como el mármol. En ese estado sería capaz de romper una pila de ladrillos.

-Pues porqué no-se encogió de hombros-…es como hacer paracaidismo, o como el puenting…o dar el primer beso de amor-recordó de golpe, rememorando el suceso con tanta intensidad que le costó mantener la compostura-. Si no las vives, no puedes saberlas. Las palabras son inútiles.

-Oh, vaya-quedó algo cabizbaja-…

-Bueno-dijo para concluir el examen-…no veo desgarros, ni tejido cicatrizal, y tampoco veo heridas….quizá algo de inflamación, aunque no estoy seguro…¿tu chico fue muy brusco?.

-Sí, un poco-admitió-…pero no era mi chico…esperaba que lo fuera…

-¿Significa que deseabas hacerlo con tu novio, o que ese chico se convirtiera en tu novio-titubeó-?.

-Lo segundo, pero después de lo que hizo…o de lo que no hizo…ni siquiera me besó-admitió sin saber porqué lo estaba haciendo-…

El cúmulo de despropósitos seguían acumulándose. “¡Madre del amor hermoso!, ¿¿pero que ha hecho esta chica para vivir semejante desbarajuste??”.

-¿Ni un beso?, ¿ni uno mínimo en la boca?, ¿nada-preguntó en voz alta con un tono tan alto que ella se sintió intimidada-?.

Amanda ni contestó. Avergonzada como si fuera culpable de aquello, meneó la cabeza contestó negativamente. Alberto, volviendo al examen para terminarlo, se quedó mirando el cuerpo de ella mientras comprobaba sus pechos y su intimidad para ver en que zonas le dolía.

-Creo que tus dolores son más psicosomáticos que físicos, pero sí, es posible que con lo brusco que fue te hiciera algo de daño, y si además estabas nerviosa, peor. Si tu cuerpo no se relaja para el sexo entonces la experiencia puede ser traumática en lugar de placentera. Porqué me imagino que estarías algo nerviosa, ¿no?.

“¡Pero seré cretino!”, se dijo. “Era su primera vez, gilipollas, ¿como no iba a estar nerviosa?”, pensó a punto de arrearse a sí mismo una colleja por estúpido.

-Sí…mucho…él era…es-se corrigió-…un compañero de facultad…él me gusta, y esperaba…que fuera más atento…pero…

-Entiendo…¡oh, que tonto soy!, ni siquiera te he preguntado si te estoy haciendo daño-se dio cuenta-. ¿Te estoy lastimando?.

-No-y dio un suspiro que Alberto entendió era todo menos dolor-…Lo haces de maravilla-medio sonrió, la primera sonrisa que le veía desde que la chica había entrado en la consulta-…tus manos son muy suaves…..y cálidas…

-Sí, es que siempre tengo las manos calientes…las pacientes que tengo siempre me agradecen que mis manos no sean frías…¿pero lo hago bien?.

-Sí…muy bien, mucho…

La cara de Amanda seguía roja y su cuerpo, ligeramente convulsionado debido a las manos de Alberto tocándolo y explorándolo en sus zonas íntimas. Éste seguía en la duda: obedecer las órdenes de Tina….o ignorarla deliberadamente. Y aunque lo último que quería era tentar la suerte, su calentura le dominó.

-¿Él era así contigo?, ¿te hacía cosas de estas-preguntó usando su ya habitual tono meloso, el mismo con el que había logrado seducir a sus pacientes-?.

-Huy no, para nada-respondió casi como escandalizada por la pregunta-…No, él no fue tan cariñoso…ni tan atento conmigo…aayyy-gimió levemente-…yo no…yo no sentí todo estoooo…

-Si te molesta lo dejamos, ¿quieres que pare?, ¿deseas que me detenga?. No me gustaría causarte el más mínimo daño…

-¡No-exclamó con un notable rubor en sus mejillas-!...No por favor-pidió con una mano acariciándose la cara, como sin poderse creerse lo que le estaba pasando-…no te detengas Alberto…Por favor no pares…

Obedeciendo los deseos de su paciente, Alberto siguió explorando el cuerpo de aquella chica apocada y tímida que pese a estar lejos de su tipo ideal de mujer, había logrado excitarle más que ninguna otra que él había conocido. Levantándose un poco de su asiento, con absoluto deleite posó sus labios sobre los pezones de Amanda. De color rosa pálido, casi nácar. Suaves, fragantes, deliciosamente femeninos. Inmensamente sensuales, con areolas de poco diámetro, bien definido pero proporcionado al tamaño de cada pezón. Los besos, de una intimidad y un cariño enormes, dieron a la joven morena unas sensaciones que no había tenido nunca, ni siquiera con su compañero de facultad. ¿¿Qué le estaba pasando??.

-Es increíble….no…no sabía que se pudiera sentir esto…que me pudiera sentir así…mmmm...es…es…

Amanda tragaba saliva para retomar el aliento que Alberto le quitaba con cada una de sus caricias y chupetones. Usando toda su vasta experiencia en el arte de besar, fue lo bastante amable como para preguntarle a ella si quería saber lo que era el sentirse besada de verdad. Con ninguna otra había preguntado aquello.

-S텿es algo bueno?, ¿se siente bien?.

Alberto no contestó, dejando que los hechos lo hicieran por él. Acercando su mano derecha a la cara de ella (que ardía del calor de sus mejillas), le dio un primer beso que lejos de ser impaciente y apresurado, le comió la boca con la glotonería de un niño devorando un enorme tarro de chocolate. Encontró su lengua, con la que estuvo jugando por un tiempo que se hizo eterno, recorrió sus dientes, fundieron sus labios en unos solos…Y en todo momento Amanda era poseída por el espíritu de la incredulidad. No podía creerse que en aquella consulta estuviera conociendo lo que no había conocido días atrás, cuando tanto lo deseaba.

-¿Qué te parece?, ¿mejor?.

Amanda se limitó a sonreír. Era una sonrisa franca y satisfecha, feliz y radiante, nada que ver con la timidez y la inseguridad de la chica que había entrado por aquella puerta. “Está claro que la pobre está necesitada, necesita soltarse”, se dijo Alberto muy seguro de sí mismo y de su capacidad para hacer que ella se desmelenara. Para lograr tal fin, confió en el arte digital: es decir, en la habilidad de usar sus dedos para excitarla. Éstos bajaron de su cara, pasando por sus pechos de sinuosas y atractivas formas, llegando a su vientre de tacto embriagador y posándose sobre aquel vello, descendiendo apenas un par de centímetros antes de moverlos con lentitud y dedicación. Recibiéndole con los brazos abiertos, Amanda se entregó al mar de sensaciones que el doctor le proporcionó desde el primer instante que inició el examen. Era enloquecedor, le hacía pensar cosas tan salvajes que hasta ella estaba sorprendida.

-Por favor sigue…por favor, no te pares…se siente tan bien, es tan increíble…ay dios mío…dios míooooooo-gimió cuando notó la boca de Alberto posada en su vulva, y su lengua tocando sus labios verticales-…

Otro de sus talentos, depurado en sus años de universidad con sus compañeras de clase, era el cunnilingus. No en vano en más de una ocasión alguna le llamó “Doctor Lengua”, por lo bien que sabía usarla, y pesar del tiempo que hacía que no se ponía a saborearse la cuca de una mujer, parecía que no había perdido facultades. De perdidos al río y entregados al pecado, Alberto se fue desnudando y desnudó a Amanda para así admirar su desnudez. La ropa no le hacía justicia, pensó él al ver aquel cuerpo de formas tan bien esculpidas. “No, no le hace justicia”, se repitió. La sobreexcitación, ya enorme, causó una riada de jugos por parte de ella, que él degustó con total gula.

-Muy bien Amanda, esto es lo que se siente cuando se tiene sexo en condiciones, pero no has de estar nerviosa, ¿vale-y ella asintió con los ojos semi cerrados-?. Perfecto, así podrás vivirlo como mereces. Ahora, prepárate.

No se atrevió a pedirle una felación. Si era algo que ella no había hecho, o no sabía que se podía hacer, o incluso si lo había hecho y no le había gustado, no quería arriesgarse a cortarle su excitación de golpe, y teniendo en cuenta lo húmeda que ella ya estaba, por suerte no lo necesitaba en esta ocasión. Después de más de 20 minutos de total dedicación a su cuerpo entre mimos, besos y caricias, llegó el gran momento, la culminación, el clímax, el súmum, ¡¡el cenit!!. Guiando su miembro hacia la entrada de Amanda, esta alzó la cabeza para no perderse detalle. Quería verlo. Necesitaba verlo.

-Mmmmm-gemía sintiéndola entrar-…mmmm…duele un poco…..dueleee…

-Es normal-la calmó, besándola-…Tu conejito tiene poco kilometraje, aún tiene que acostumbrarse…pero tranquila, lo peor pasó.

-¿Seguro-y la pregunta, hecha con tanta franqueza, lo sorprendió-?.

-Seguro…Ahora relájate y suéltate el pelo, que vas a gozar como dios manda.

Tras más de un mes de abstinencia sexual, por fin Alberto se iba a quitar todas las telarañas….pero no debía caer en los errores que ya habían cometido con ella. El primero, la casi eyaculación precoz que le sucede debido al tiempo sin sexo. Solo un esfuerzo de retención logró evitar el desastre, y cuando recuperó el control, sujetó de la cintura a Amanda….y empezó el bombeo en su interior. Lento. Pausado. Sin prisa. Con la calma de quien no tiene impaciencia por terminar.

La marea de placer que inundaba a Amanda no era ni de lejos como la que había vivido un par de días atrás. Era infinitamente mayor. Era infinitamente mejor. Era algo que escapaba a toda comprensión humana, a toda medición. Era lo que había imaginado en su mente y nunca lo había vivido. Era sexo. Era lujuria. Era desenfreno y pasión. Era el frenesí: por fin le estaban haciendo el amor.

-Mmmmmm…me gusta…esto sí me gusta…me gusta mucho…Alberto….oohh Alberto, no pares…así…por favor así…sigue así-decía exultante, con una felicidad en su rostro que casi le hacía parecer un ángel-…es maravilloso…maravillosoooo…

-Pues te falta lo mejor…aún no has visto nada…Pero lo verás…

La sonrisa pícara de Alberto casi asustó a Amanda. ¿A que se refería?, ¿de que podía estar hablando?, las dudas se disiparon conforme los minutos fueron pasando y las sensaciones se hicieron más intensas. Parecía como una marea embravecida por un fuerte temporal, era como sentir la fuerza del choque de dos continentes. La muchacha estaba en trance, las artes amatorias de Alberto eran inmensas, su saber hacer inagotable y sus acometidas eran….eran…

-Esto es el cielo….el cieloooooooooooo…ay dios míooooooooo…Alberto por favor…clávame más…¡MÁS!...¡MÁASS!...¡MMMM!, ¡AAH!, ¡¡SÍI!!...

Alberto, para quien Amanda era como una especie de regalo del cielo, se hallaba en el paraíso. Amanda era cálida, tierna, apasionada, salvaje y cariñosa a la vez. Aquella inocencia mezclada con su excitación la convertían en una gata que lo aprisionaba con sus piernas alrededor de la cintura y con los brazos alrededor de la espalda. La tenía del todo barrenada. Ella estaba berrionda a más no poder. Él deseando hacerla gozar, y en ese momento, cuando la culminación llegaba como un tsunami a puerto, Amanda supo lo que Alberto quería decirle minutos atrás. Descubrió porqué algunas cosas no pueden explicarse, porqué las palabras son inútiles para describir ciertos momentos de la vida. Entonces lo entendió. Entonces lo supo: Amanda tuvo su primer orgasmo.

-¡¡MM!! ¡¡SÍII!!, ¡AY POR FAVOR!, ¡¡SÍ, SÍIIIIIIIIIIIIIIIIIIIII!!...

Cayendo sobre la camilla pesadamente, Amanda se relajó víctima de un orgasmo descomunal y maravillosa mientras Alberto, cercano al suyo, ejecutó una marcha atrás y masturbándose los últimos momentos gozó y se corrió sobre el vientre de Amanda, cuya cara desencajada por el clímax sexual no era ni por asomo la cara de aquella jovencita compungida y triste. Ahora era todo euforia. Y él era todo sonrisas.

-¿Ves como no podía explicártelo?. Ahora lo entiendes, ¿verdad?.

Amanda se limitó a asentir con la cabeza. Era incapaz de hablar, pero nunca en toda su vida había sido tan feliz.

-¿Se puede repetir?.

-La duda ofende-se rió-.

La consulta, en principio breve, terminó durando más de tres horas. Amanda y Alberto quedaron derrengados. Él desfogado, ella radiante. Pura felicidad.

-Gracias por todo, ya no tengo dolores…

-En el fondo, todo era cuestión de roce-rió-, ¿no crees?.

-Así que esto es el sexo…vaya, y yo pensaba que no era para tanto…

Alberto, divertido, arqueó una ceja viendo la expresión asombrada de Amanda, felicitándose por su labor humanitaria de hacerle descubrir a una chica lo que era buen sexo en condiciones. Lo que en su primera vez apenas conoció, ahora lo había conocido en todo su esplendor. Alberto dudaba mucho que aquella chica siguiera teniendo aquella expresión de tristeza con la que apareció en la consulta.

-Amanda….eso es algo embarazoso para mí-se rascó él la nuca-….Verás, Tina es una conocida mía…y bueno, esto que hemos hecho…si ella lo supiera…

-Oh, entiendo-lo miró fijamente-….¿te traería problemas?.

-Entre otras cosas-asintió-…¿lo podrías guardar en secreto, entre nosotros?.

-Sí, claro. No te preocupes, no te pondré en un compromiso….y gracias por quitarme los dolores, ya no tengo nada.

-A mandar-se regocijó él-, para eso estamos los doctores, para ayudar a todos los pacientes de la mejor forma posible.

Amanda volvió a vestirse y en señal de agradecimiento le dio un pasional beso de lengua antes de desaparecer por la puerta. Recostado sobre su asiento, Alberto sonrió a más no poder. Había sido apoteósico.

Dos semanas después, con Tina ya de vuelta, no se lo pensó dos veces y quiso citarse con Alberto en un local de alterne para sonsacarle información sobre lo ocurrido con Amanda, pues era una duda que la quemaba. ¿Se habría propasado con ella?.

-¿Y dices que fuiste un perfecto caballero con ella?.

-Te lo prometo, no me propase ni un ápice. Fui de lo más galante.

-Uhm-refunfuñó-, eso es algo que me cuesta creer viniendo de ti…¿como podría fiarme de verdad en que no se la metiste a la primera de cambio, vicioso depravado?.

-Habla con ella y pregúntale-le dijo él a modo de confirmación-.

-Que más quisiera, como la curaste de sus males ya no la veré, no tengo modo de saber si en verdad hiciste lo que dices que hiciste…pero el caso es que estás muy firme en tu postura…Vale, muy bien, voy a creerte por esta vez…y voy a echarte una mano a buscar un coñito donde meterla, ¿estarás ansioso, verdad?.

-No lo sabes tú bien, estoy más salido que el pico de una plancha.

-De acuerdo, deja que eche un vistazo…a ver, a ver-dijo oteando a las chicas que merodeaban la discoteca, buscando un posible ligue para su ex-…¿qué te parece esa?.

Mirando donde señaló Tina, Alberto vio de espaldas una chica despampanante de pantalones ajustados, top enseñando espalda y ombligo, con una larga melena negra y lisa muy bien cuidada…Cuando la chica se giró Alberto no salía de su asombro: ¡ERA AMANDA!. Sabiendo que Tina y ella no se conocían, y del espectacular cambio que había dado la morenaza, Alberto puso una mueca malévola mirando a su ex.

-Tina, lo diré con tres palabras: me parece perfecta-sonrió triunfal-…

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Jairo, mi hermano mayor

Follando con mi hermano

Nadia

El hombre y su casa

Diario de mi viaje a África

Elizabeth

Un regalo especial

La mujer del barco

Nene, ven con la tata

Sometiendo a mi hermanita: tercer día (Domingo)

Sometiendo a mi hermanita: segundo día (Sábado)

Sometiendo a mi hermanita: primer día (Viernes)

Follando en el ascensor

Vejaciones a una buena vecina

Me follé a mi hija: Apoteosis final

Me follé a mi hija: Al día siguiente

Me follé a mi hija

Sara, la puta del instituto

Esther Arroyo, la diosa de oro

Susana, la niña del ciber: El reencuentro

Feliz aniversario

Ally McBeal: polvos de oficina

Hola vecino

¡Puta, más que puta!

Foto de Leticia Castá

El saben aquel...

Mis relatos favoritos

El bultito de mis hijas

Sueños que se hicieron realidad

Edipo Rey

A Katy le gusta ser violada

Una noche inolvidable

¿Qué fue de Inma Brunton?

Mi primo del alma

La vecina de al lado

Expediente X: Los señores Devlin

Doncella, criada... y esclava

AVH: Avril Vs. Hilary

Fiesta de pijama

Yo quiero a mi hijo

Las chicas Gilmore: el invitado

Begoña: puro vicio

Todo en un día

El bultito de mi hija pequeña

Te veo en mis sueños

Viaje en tren

Lujuria en Disneylandia

Susana, la niña del ciber

En la profunda oscuridad del bosque

Bajos instintos

Aurora & Iris

Begoña: pasión inconfesable

Buffy, cazavampiros: Willow

Pizza con extra de almeja

Mi hijo, mi nuera...y yo

Ojos que no ven...

Buffy, cazavampiros: Dawn

Más allá de las estrellas

El amor de mi hermano

Cojí con mi madre

Mireia, la madre de mi mejor amigo

Sonia, la gogo brasileña

Buffy, cazavampiros: Joyce

Orgía en la casa de Britney Spears

Pamela: corrupción total

Sabrina, cosas de brujas: el perfume

SI, de Rudyard Kipling

El pony que me folló

Paulina Rubio, el volcán mexicano

Xena, la princesa guerrera: Perversiones

Verónica

Ese oscuro objeto de deseo

Follándome a Angelina Jolie

El bultito de mi hija

Embrujadas: El poder de cuatro

La vida secreta de Harry Potter

Amada por Tiziano Ferro

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Sara, la guarra de mi profe

Alyson y sus amores

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Follándome a jennifer connelly (Ed. Especial)

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Follandome a Jennifer Connelly

La historia de Mary Kay Letourneau

La vida secreta de Hermione Granger

Saúl, el semental que me desvirgó a mi también

Saúl, el semental que me desvirgó

La isabel

Juntos para siempre

Gabi, mi dulce amante peruana

Secretitos: Alicia en el jardin de las delicias

Raquel: entre la realidad y la fantasía

El pony que se folló a mamá

Mi adorado Sr. Sebastian

Mi dulce quiosquera: Un placer sin igual

Mi dulce quiosquera: Otra sorpresa

Mi dulce quiosquera: Inesperada petición

Mi dulce quiosquera: El deseo hecho realidad

Mi dulce quiosquera: Agradable sorpresa

Gemma, mi profesora particular

La dependienta: mi 1º vez con (toda) una mujer

Cynthia: lección de una anatomía precoz

Joyce

En el metro de japón

De cena con mi prima... y alguien más

De cena con mi prima