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Hogar, aterrador hogar

en No Consentido

HOGAR, ATERRADOR HOGAR

El día de su boda fue el más feliz para Enrieta. Tras un primer matrimonio que había terminado bruscamente a la muerte de su marido la vida de ella y sus dos hijas, Eunice (leído “Iúnis”) y Claudia, había sido solitaria y bastante gris ya que la repentina pérdida de su padre las había sumido a todas en un continuo ir y venir de días grises y sin vida. Habían pasado varios años tras la muerte de Fausto cuando Enrieta conoció a Benito, un agente de la ley bien considerado en las fuerzas del orden con una hoja de servicios impecable. Aunque ella se había mostrado reticente a reemplazar a su marido con otro hombre, la amabilidad de Benito y la forma en que trataba a sus hijas fueron poco a poco venciendo su resistencia, y al paso de varios meses, Enrieta se sentía del todo incapaz de hacer su vida sin aquel hombre que parecía caído del cielo.

La boda se había celebrado por todo lo alto, y habían acudido muchos amigos de él y toda la familia de ella. Benito explicó que por su parte no había hermanos y que sus padres habían muerto años atrás en un accidente, de modo que solo había llevado allí a sus amistades. Tanto en la ceremonia como en el banquete todo había salido a pedir de boca y tanto la novia como las hijas habían pasado un día espléndido. Todo iba sobre ruedas y además, el que Benito fuese funcionario público les garantizaba tener una vida más o menos resuelta y cómoda. Durante los primeros seis meses de vida en común la felicidad era la constante en la vida de aquellas tres mujeres…que no tardaría en dar paso a un infierno que ellas jamás sospecharían.

El primer indicio fue un cambio en la actitud de Benito. De pronto comenzó a portarse más severo y estricto de lo que antes era. Que Eunice y Claudia se vistiesen con mini faldas y tops se convirtió en motivo de discusión entre Enrieta y él. Justificándose que era su casa y que él era quien aportaba el mayor dinero en ella, se debía hacer lo que él dijese. Enrieta se encontró algo perdida con la actitud de su marido, al que no conocía aquella faceta tan dura. Y más confusa se sintió cuando Benito, más que sugerírselo, le ordenó que dejase de trabajar, que una mujer no debía trabajar más que en casa, donde debía estar, complaciendo a su marido. El machismo de Benito cogió desprevenida a Enrieta, quien se había pasado la vida trabajando y disfrutaba con ello. Su reticencia de dejar de trabajar le valió la primera bofetada de Benito…y la primera disculpa de él, una rutina que comenzó a volverse más habitual de lo que ella hubiese deseado.

La mano de Benito comenzó a ser más ligera…y él más atento. Siempre tenía una disculpa a mano, siempre una palabra adecuada para ganarse su cariño por cada vez que la maltrataba…y ella, que le quería y le creía, aceptaba de buena gana confiando en que eso jamás se repitiese y en las promesas de él de que cambiaría y que no volvería a pasar, que le costaba mucho pero que con el tiempo lo haría…pero al cabo de poco tiempo todo volvía a comenzar de nuevo. Lágrimas de dolor de ella eran combatidas con besos y abrazos de él, que siempre se disculpaba. Enrieta se sentía muy perdida. Al final había tenido que renunciar a su trabajo, perdido a casi todas sus amistades…y con tanto tiempo muerto en casa no sabía que hacer ni que pensar. Pronto se encontró con que su vida había cambiado 180 grados…incluso en su vida marital.

Las exigencias de Benito, que en principio eran escasas y poco importantes, se volvieron más asiduas, y más fuertes. Ella, si bien había sido una mujer sexualmente activa como todas las de su edad, se encontró con que Benito un día demandó, sin que ella pudiera creérselo, que quería que se la chupara hasta correrse en su boca, algo que Enrieta jamás había hecho y que le daba un asco tremendo. Negándose a ello, Benito le dio una fuerte bofetada en la boca que casi le hace sangrar por un labio, y poniéndola boca arriba en la cama, se sentó encima de ella y se la introdujo a la fuerza, moviéndose como si la estuviese penetrando. Ella no podía más que llorar y aguantar aquella sarta de embatidas salvajes en su boca, sintiendo como la verga de su marido entraba y salía de su boca hasta que finalmente y con gran repugnancia, notó como él acabó dentro de ella y la forzó a tragarlo. Aunque después fue al baño para intentar vomitarlo no fue capaz de ello, y para cuando volvió a la cama, él se encontraba medio dormido, ordenándola que se acostara a su lado y que si iba al sofá a dormir le daría mucho más fuerte.

Aquella no fue la primera perversión de Benito, ni muchísimo menos. No pasó ni un solo mes desde aquella primera felación forzosa que Benito había vuelto a casa algo bebido y con ganas de disfrutar a su mujer. Ella, viéndolo tan ebrio, pensaba que sería incapaz de cumplir en la cama y así se lo dijo, sin esperar lo que pasaría por decir todo aquello a su marido: éste saltó sobre ella haciéndole jirones la ropa, llevándola a la cama entre empujones y agarrones y poniéndola boca abajo sobre ella, con el culo en pompa. Desquitándose el cinturón lo enrolló alrededor de su mano derecha y comenzó a darle con él en el culo y la espalda, tachándola de perra por atreverse a llamarlo maricón e impotente. Para más INRI, no solo la forzó, si no que antes de terminar, salió de ella y comenzó a forzar la entrada de su culo para penetrárselo. Enrieta se resistió, pero Benito ganó la partida y con todo su mal genio, la enculó violentamente hasta que se vino en él. Enrieta, agotada, rota en su alma y en su corazón se pasó dos horas en la ducha como queriendo quitarse la suciedad que sentía por lo que había ocurrido…y por tener que dormir junto a él sabiendo que si lo hacía en otra parte de la casa, sufriría por ello.

Como otras tantas veces, Benito siempre tenía a mano la gran disculpa, el gesto adecuado, la palabra perfecta, y Enrieta volvía a creerle y a fiarse de él. Además, había una larga pausa en que él se portaba como cuando eran novios, y la trataba como a una reina. Cuando la miraba a sus ojos verdosos la decía que la quería, cuando la acariciaba furtivamente en sus caderas o su cintura ella se sentía transportada, y cuando le miraba el escote para ver su generoso y bien conservado pecho, Enrieta jugaba a atusarse sus rizos con el dedo como una colegiala. En esos momentos Benito era el hombre ideal que la enamoraba y la llevaba por el camino de placer…que cuando estaban en la cama su boca se pegaba a sus pechos y como un niño glotón se lo comía todo con tal delicadeza que ella podía llegar a encadenar un orgasmo tras otro. Y cuando Benito hundía su boca entre las piernas de su mujer o cuando la penetraba, Enrieta no sentía el orgasmo cuando él acababa la faena…lo sentía desde el primer momento hasta el último.

Esas etapas de calma eran las que hacían que Enrieta siguiese amando a Benito por lo que bien que se portaba con ella y con las niñas. Aunque a veces se tomaba una copa, no se emborrachaba como para ser una amenaza, y si tenía alguna salida de tono se disculpaba y todo volvía a la calma. A veces, cuando se alteraba y le daban aquellas desbandadas en que abusaba de ella, Enrieta se desesperaba y a veces hasta amenazaba con coger a sus hijas y marcharse, pero él siempre conseguía convencerla…y siempre lograba volver a seducirla con regalos, con detalles, con multitud de atenciones. Enrieta había tenido un primer matrimonio algo fugaz, así que pensando que los matrimonios debían tener subidas y bajadas, se lo perdonaba y seguía con él, que en esos periodos de disculpas y atenciones, sabía excitarla y darle placer como si ella fuese la única mujer sobre la faz de la Tierra. Aquellas sensaciones la llevaban la locura.

El alcoholismo de Benito comenzó a ser algo habitual, una vez salía del trabajo. Volvía a casa borracho perdido, a veces acompañado de algún compañero o de algún amigo, con síntomas de haber tomado más copas de la cuenta…y de haber estado con otras, al darse cuenta del carmín que a veces encontraba en el cuello de él o en el de la camisa que traía a casa. Una situación que se tornó en horror cuando una de esas noches en que volvió acompañado, el amigo de Benito comenzó a toquetearla por encima de la ropa. Su marido, en lugar de salir en su defensa, le dio una bofetada ordenándola que se portase bien y fuese buena anfitriona con su amigo, pues era su deber atender bien a sus amigos en lo que éstos necesitasen. Llevada por un horror del que no pudo encontrar palabras que aliviasen aquella situación, Enrieta tuvo que soportar los besos y caricias del amigo de Benito…y que delante de él, mientras él veía la TV como si nada pasase, el amigo la desnudase, la tocase, y abusase de ella impunemente

Aunque ella no quería tener relaciones con aquel hombre rudo y de modos algo grotescos, las sensaciones que éste le procuraba eran muy parecidas a las de su marido, y ella no sabía si eso lo mejoraba o lo empeoraba. Se pasó largo rato chupeteándole sus pechos, jugando con ellas, excitándolos mientras una de sus manos acariciaba su ropa interior y la tocaba, excitándola y humedeciéndola a su pesar como si su cuerpo fuese a traicionarla al caer en las trampas del placer. No sabía ni su nombre, o si lo sabía no lo recordaba, pero sí que sabía que él se estaba aprovechando de ella con el consentimiento de su ebrio marido…y el hombre de maneras rudas resultaba tratarla con más dulzura y menos brusquedad de lo que le hubiese gustado. De cualquier manera, éste terminó de desnudarla y al igual que su marido pegó su boca en su sexo, humedeciéndolo con su lengua antes de dar paso a una verga algo más larga que la de su marido que causó toda clase de estragos en su cuerpo, propiciándole un sexo del que ella no sabía si sentirse culpable por la forma en que se habían aprovechado de ella…o por la manera en que ella había llegado a disfrutar de lo que le habían hecho

Las vejaciones a manos de los amigos de Benito no acababan allí. Aplicando su poder como agente de la ley condecorado, Benito tenía la influencia de su lado, así que Enrieta se encontró atrapada por el horror de saber que si lo denunciaba, todos sabrían lo que él le hacía, pero también que nadie la creería porque él era un policía, uno de los suyos. ¿A quien creería la gente, a un agente condecorado o a su mujer, que estaba sin amigos y sin trabajo y a la que podía acusar de loca o mentirosa, al no tener pruebas de los abusos?. Lo único que la daba un poco de consuelo era que entre abuso y abuso su marido le daba días o semanas de margen en que todo parecía volver a la calma. En esos días o semanas ella hacía su vida como si nada pasase, como si todos aquellos abusos solo fuesen malas pesadillas que ella tenía.

Su marido no solo era un consumado maestro de las artes amatorias, si no que le encantaba probar cosas…que no siempre ella estaba dispuesta a probar. La que él más gustaba de usar era el sexo anal, un recurso que había perfeccionado a tal extremo que el dolor de aquella primera vez dio paso a otras más placenteras, porqué él no siempre fue tan rudo…ni ella tan insensible. Admirando las rechonchas y torneadas curvas de sus nalgas, Benito se excusaba en lo imposible que era para él no querer darle por detrás debido al increíble culo que ella tenía, a lo bien que podía penetrarla por él y lo sensible que había llegado a ponerlo para que ella gozase más. Enrieta jamás imaginó que una mujer pudiera gozar de que un hombre la penetrase por tan estéril orificio...y muchas veces, cuando él había acabado, se encontraba sorprendida con que su cuerpo exudaba placer por todos los poros, habiendo logrado que ella se corriera al realizar sexo anal…y aquella no sería ni remotamente la primera vez que lo gozase.

Lo que Enrieta no sabía y no supo hasta cierto dramático momento es que su pesado sueño no era fruto de la simple casualidad. Con la agotadora vida que Benito le daba ella jamás sospechó de los días en que a veces se quedaba dormida al poco de haber cenado, o mientras veía la TV de noche antes de irse a dormir. Enrieta ignoraba que ese sueño no era fruto del cansancio, si no de las pastillas que benito le echaba en la bebida cuando servía la mesa como él siempre hacía (de las pocas cosas que no le ordenaba a su mujer). Cuando ella se dormía Benito y Claudia se la llevaban a la cama para acostarla…y era entonces cuando el infierno de Claudia se desataba, porque Benito hablaba con ella para decirle lo hermosa que era tanto ella como Eunice…sobre todo Eunice, y que le gustaba tanto que iba a ir a su dormitorio para darle el beso de buenas  noches, pero ella sabía que no iba a ser un beso lo que le iba a dar, y buscando proteger a su hermana pequeña Claudia se ofreció ella misma…y llevando a su padrastro a la cama, ésta tuvo que hacer mutismo en todos los abusos que tuvo que soportar de él.

Al igual que con Enrieta, Benito procuró ser lo más amable y atento con Claudia aunque ésta solo podía sentir nauseas de que su padrastro quisiera acostarse con ella. El tacto de las manos de Benito en su cuerpo le daban ganas de morirse…pero su cuerpo reaccionaba a las caricias de él con mucha más facilidad que su madre, y Benito, el cual sabía que tenía toda la noche para satisfacer sus necesidades, se tomó su tiempo durante la primera noche con Claudia. Con mucha lentitud, muchísima, le beso el cuerpo de un extremo a otro, se lo acarició de arriba abajo con suavidad, aunque ella sollozaba como la víctima que se sentía. Benito la animó a dejar de llorar diciendo que aquello no era nada malo, que no la forzaba si no que era algo normal en una hija, que su deber era el de ayudar a su padre si éste necesitaba algo que su esposa no pudiera darle…y que no haría nada que ella no quisiera hacer.

Jugando la baza de la piedad y la comprensión, Benito argumentó que Enrieta se había convertido con el tiempo en una mujer muy fría en la cama y que él, como buen hombre que era, sentía unas necesidades que debía cubrir, motivo por el cual pensaba en Eunice al creer que era su deber instruirla en el sexo. Claudia no estaba segura de si lo que decía de su madre era cierto, pero le pidió a Benito que por favor no le hiciese eso a su hermana, que ella era un ser puro y él que debía dejarla en paz, comprometiéndose ella misma a complacerlo si él lo consideraba necesario, cosa que él aceptó siempre y cuando ella disfrutase con lo que hacían. Aunque ella asintió, en su fuero interno sabía que eso sería difícil de conciliar, y aquella primera noche en que Benito estuvo con su hijastra mayor ella no podía si no sentirse asqueada de lo que había pasado. Se sentía mancillada por dentro…a pesar de que Benito había sido tan hábil como para arrancarle un orgasmo que la dejó con la duda de saber si en verdad había disfrutado.

El horror de Claudia ante los abusos de Benito convirtió a la hija mayor en un ser apagado y sin vida. Lo abusos de su padrastro, que éste cometía indefectiblemente todas las semanas, los llevaba en un sepulcral silencio fingiendo que no pasaba nada. Se moriría de vergüenza si su madre llegaba a enterarse, ignorando que ella también era víctima de Benito, pero que absorta por la vergüenza y la culpa, Enrieta no se dio cuenta del cambio que había pegado su hija mayor, cuyas notas en los estudios comenzaron a decaer y cuya relación con los chicos comenzó a ser cada vez más agria. Ni siquiera su novio podía sospechar lo que pasaba en aquella casa, aunque sí notaba como su novia había cambiado de una época a aquella parte, volviéndose callada y retraída. Lo único que le daba a Claudia un poco de paz era saber que Eunice no sufriría los abusos de Benito, que ella estaba al margen. Ella no debía pasar por eso. Nunca.

La mente de Claudia se había fragmentado en dos: por un lado, su cuerpo había llegado a acostumbrarse a las atenciones de Benito pues rara era la semana en que él no la necesitaba, aunque solo fuese una noche por semana; por otro lado, algo en su interior le decía que aquello no era decente, que no estaba bien, y todo eso la tenía confundida. Como una especie de disco rayado, por la mente de Claudia pasaban las escenas de las noches en que Benito la besaba con lengua enseñándole los besos de tornillo, en que las manos se pegaban a su cuerpo y la calentaban (¿a su pesar, con placer?), en la manera en que su boca se pegaba a sus pechos y se los lamía y besaba hasta dejárselos excitados y duritos, en como la hacía tomar su miembro en sus manos para que ella se lo menease y en la manera en que luego usaba aquello para hacerle el amor…sin olvidar las noches en que, cansado de la rutina, como él decía, le pedía a ella si podía ser algo más fogosa en sus relaciones para darle sexo salvaje en lugar de cariñoso, escudándose en que “no es bueno ser rutinario en la cama”. Por mucho que lo intentaba, no sabía qué pensar.

Como madre e hija comenzaron a distanciarse sin ser conscientes de ello, Benito tenía mucha más libertad a la hora de dar rienda suelta a sus instintos. Una noche que decidió organizar una partida de póker en su casa Benito ordenó que las chicas fuesen a ver a alguno de sus tíos, pues hacía tiempo que no las veían (no sin antes amenazar en secreto a Claudia, diciéndole que más le valía poner su mejor cara ante su familia y que éstos no sospecharan de lo ocurrido). Esa segunda noche que el matrimonio estuvo solo fue cuando ocurrió la noche de póker…y la peor noche para Enrieta. Ya de entrada su marido la ordenó ir muy ataviada, enfundada en un vestido de doncella que él mismo le había comprado y que, adrede, le quedaba una talla más pequeña, lo que hacía relucir todas y cada una de sus curvas. En cuanto sus amigos se reunieron comenzaron a jugar la partida, mientras Enrieta, muda y complaciente tras el bofetón que había recibido esa misma tarde para que se pusiera el traje, les servía las bebidas y lo que necesitaban. Y sin esperárselo, Enrieta entendió de pronto el motivo de vestirla así.

Ocurrió en la segunda mano que jugaban que uno de los amigos de Benito fue el ganador de la misma. En lugar de dinero, Benito sencillamente dijo “¿qué prenda?”. El comentario cogió a todos desprevenidos porque no entendían a lo que Benito estaba refiriéndose, hasta que con la mano señaló a su esposa vestida de criada. Los amigos se miraron entre ellos preguntándose si Benito estaba hablando en serio o no, hasta que el amigo con voz temblorosa y dubitativa dijo “cofia”. En ese momento Benito miró a su esposa y le ordenó que se la quitase, a lo que ella se negó, pero en cuanto él movió el brazo como si fuese a darle un bofetón del revés ella accedió y se lo quitó, dejando el pelo al aire. Una vez quitado, Benito repartió para la siguiente mano.

De ese modo, prenda a prenda, Enrieta acabó por quedarse en ropa interior, unas mínimas braguitas de encaje que apenas cubrían lo importante y un sujetador que tres cuartos de lo mismo. Faldita, pulseras, pendientes, zapatos, medias y demás fueron poco a poco abandonando el cuerpo de Enrieta hasta que se quedó tapándose como podía su cuerpo, al que aquellos hombres no perdían de vista. Sabía que tarde o temprano no iba a tener ropa con la que cubrirse, pero lo que no sabía es lo que pasaría después de que se quedase sin ropa aunque en su mente comenzaba a pensar lo peor…temiéndose que se hiciera realidad. En efecto, así fue, pues no fue hasta que estuvo totalmente desnuda que uno de los amigos dijo “quiero que Enrieta me la chupe”. Benito la miró diciéndole que si eso era lo que el amigo quería eso era lo que al amigo debía darle y no había nada que discutir…y sin más remedio, Enrieta tuvo que arrodillarse y chupársela.

Eso fue lo primero de una larga noche en que la partida se hizo eterna para los sufrimientos de ella, que terminó encima de la mesa con todos los hombres rodeándola. Agotada y sin fuerzas aguantó el envite de los cuatro hombres. Se pasó la noche entera recibiendo verga por todas partes, y cuando no estaba chupando una o masturbando a dos, tenía a otro penetrándola…la lista de cosas que le hicieron superó con creces las fuerzas que le quedaban, y aunque hubiese querido resistirse, no pudo hacer gran cosa cuando dos de los invitados decidieron pasar un buen rato a su costa…y se la llevaron al sofá, donde uno se sentó y a ella la puso en su regazo, cara a cara, y el otro se puso por detrás de ella, apuntando su polla hacia su culo y penetrándola sin mucha dificultad. De ese modo y en esa postura, Enrieta se debatía entre la humillación que sentía y el placer que sus invitados se esmeraban por darle. Incluso llegaron al límite de probar con ella la doble penetración en su vulva, algo que le supuso un dolor que fue lo que terminó de agotarla. Nunca había estado tan cansada en toda su vida.

Por desgracia para ella, sus “abusadores” no la habían tratado mal ni una sola vez a pesar de verse sometida a sus órdenes. En todo momento ellos habían sido amables y caballerosos, si es que tal palabra pudiese usarse en esas circunstancias. Una vez se la habían empezado a turnar entre ellos al ponerla encima de la mesa, se encontró con que cuatro pares de manos estaban acariciándola por todas partes, desde los muslos de sus piernas y su vientre hasta sus pechos y su boca, metiéndole un dedo en ella para que lo chupara. Sabía que aquello no estaba del todo bien pero la forma en que todo se estaba produciendo la superaba, el placer la engañaba y se dejaba hacer por aquellos extraños a los que apenas conocía, pero que con total complicidad y tranquilidad se apoderaron de su cuerpo y lo penetraron de todas las maneras posibles. El tratamiento a su cuerpo fue tan exhaustivo que ella no sabía si su cansancio se debía al placer recibido o a la forma en que abusaron de ella…y de cualquier manera, ante el agotamiento mental que llevaba le sería imposible saberlo. Muy probablemente no lo sabría jamás.

Por su parte, y sin que su madre lo supiera, Claudia sufrió el mismo destino que ella cuando en cierta ocasión en que Benito drogó a Enrieta, fue Claudia quien sirvió de reemplazo para los mismos amigos que la otra vez. No solo le pusieron la misma ropa de doncella, si no que cometieron con ellas las mismas atrocidades pero llegando más lejos todavía, pues con Claudia no solo practicaron la doble penetración por su vulva si no también por su culo, casi provocándole un desgarro ante la presión de sentir como dos vergas se introducían en ella. El cuerpo de Claudia resistió lo mejor que puedo, pero al igual que Enrieta, acabó exhausta por tanto abuso a su cuerpo, sobretodo cuando los cuatro terminaron la noche de una forma diferente a como lo habían hecho la otra vez con la madre: corriéndose todos en su cara y sus pechos, en tanto que con la madre eso lo habían hecho…pero la habían obligado a chupárselo y tragarlo todo.

En el caso de Claudia los invitados a la partida de póker decidieron cambiar de táctica y llevar a ésta a su cama, donde poder estar con ella con más comodidad. Alguno de los amigos, recordaba vagamente, la había comparado con su madre diciendo que las dos tenían los mismos ojos y pelo, aunque mientras la madre era rubia, Claudia era de un vivo color castaño. Al ser depositada en la cama, y tras haber tomado apenas un par de copas que no la habían dejado borracha pero sí habían hecho perder sus inhibiciones, de forma que cuando se encontró con que cuatro hombres se turnaban para besarla, ésta los recibió con los brazos abiertos. Alguno de ellos, no sabía cual, decía lo espléndida que ella era de cuerpo y de cara, lo que la sonrojó…y gracias a eso no tuvieron el más mínimo problema para que Claudia fuese uno por uno aceptando las ofertas que ellos le hacían para pasar un buen rato dándole verga que chupar.

Las ocho manos que recorrían sus curvas iban de cuando en cuando deteniendo su marcha para centrarse en sus pechos, obviamente más juveniles que los de su madre y mucho mejor formados. Éstos fueron chupeteados, lamidos y acariciados de manera incesante venciendo todo pensamiento que ella pudiera o fuese capaz de formular en su cabeza. Envuelta en aquella espiral de placer, en cierto Claudia podía encontrarse con dos de los hombres compartiendo sus pechos como buenos amigos, usando sus bocas y sus lenguas de forma que todo su cuerpo convulsionaba. Fue hacia la segunda mitad de la orgía cuando se envalentonaron y tomaron la vía de lo salvaje, follándole con menos cariño o probando a ver si por su culito le podían entrar dos pollas a la vez, pero como ella ya se había habituado al sexo salvaje cuando Benito lo practicaba con ella, a pesar del dolor sentido ella fue una dócil muñeca en sus manos, y fue sometida a todos los caprichos y sus amigos tuvieron, dejándola agotada al igual que a su madre cuando se lo habían hecho a ella.

La única salvación de madre e hija era ver que la joven Eunice estaba al margen de todo lo que ocurría en la casa. Ella seguía siendo la misma jovencita y aunque de vez en cuando era inevitable que presenciase alguna que otra discusión entre marido y mujer por regla general ella estaba como en su propio mundo, ajena al infierno que su hermana y su madre atravesaban debido a las humillaciones de Benito. Ninguna de ellas supo lo que le pasaba a la otra, pues él sabía compaginar los abusos a ambas mujeres de manera que si abusaba de una vez, la otra estaba dormida o ausente y viceversa. Cuando iba a la cama de Claudia para abusar de ella, Enrieta estaba profundamente dormida, y cuando era Enrieta la que soportaba los abusos de su propio marido, Claudia ya se encontraba en brazos de Morfeo…y Eunice, entre tanto, seguía sin enterarse de lo que pasaba.

Alguna vez resultó que a la partida de póker no acudían hombres, si no mujeres, algunas mujeres policía compañeras de Benito que en vez de salir en defensa de una mujer maltratada, participan de los abusos de éste, y a Enrieta no le sorprendió el saber que Benito tenía aventuras amorosas con ellas sin que sus superiores lo supieran…pero era peor cuando las policías se cobraban las prendas al ganar alguna mano de póker y se cebaban en ella, hasta el punto de usar sus porras policiales a modo de consoladores sin piedad alguna, cosa que hicieron no solo con la madre, si no también con la hija, pues Claudia también debió aguantar las vejaciones de las amantes de su padrastro, quienes cuando la partida ya había terminado y las prendas ya no se pedían, abusaban de ellas todas a la vez, obligándola a lamer a una de ellas, sentada sobre su cara, mientras debía aguantar a otra haciéndole lo mismo.

Al igual que había pasado con los compañeros de póker, las chicas no siempre habían sido tan amenazadoras con sus gustos sexuales, y tanto Claudia como Enrieta se vieron en una vorágine que jamás hubiesen esperado al experimentar por primera vez el sexo lésbico…encontrándose no tan sometidas como pudiera parecer en un principio, y sí gozando más de lo que ellas mismas habían llegado a concebir. En algunas ocasiones Benito solo ejercía de mirón, sentándose en un sillón cercano masturbándose mientras sus compañeras de trabajo daban buena cuenta tanto Enrieta como de Claudia, a las que seducían con sus besos y sus caricias para luego someterlas a los caprichos que se les pasaba por la cabeza. De ese modo, un día Claudia estuvo sintiendo cuatro bocas por su cuerpo comiéndoselo entero, o con dos o tres manos que la penetraban. Enrieta, por otro lado, había pasado de abusada a abusadora cuando por petición de ellas, había elegido a una de las chicas para hacerle lo que le habían hecho, montándoselo con ella sin tapujos.

El paso de los meses y de los años en aquella tormentosa relación no alivió ni el abuso de Benito en ambas mujeres ni tampoco mermó sus deseos por usarlas en todo lo que fuese posible. Un día en que volvió especialmente caliente le propuso a su esposa que su hija Claudia hiciese cierta cosa para él, pero espantada ante la propuesta, se negó en redondo diciendo que prefería mil veces sufrirlo ella que cualquier de sus hijas…algo con lo que Benito contaba y que al fin aceptó por parte de ella. Y de ese modo cumplió una de sus fantasías cuando Enrieta acompañó a su marido a la comisaría y en presencia de un par de par de compañeros, la llevó hasta donde estaban los perros policías y se vio convertida en la perra de ellos, mientras los demás se relamían viendo la escena de un perro montando a una hembra humana…aunque aquella interminable tarde-noche fue poseída por ellos más varias veces, dejándola algunos rasguños en el cuerpo y con el cuerpo reventado por el trajín al que le habían sometido…pero contenta porque por lo menos Claudia no lo había vivido…o eso creía ella, pues dos semanas después de la madre, la hija ocupó su lugar, encontrándose a cuatro patas mientras el perro la follaba a tal velocidad que apenas podía pensar, tan solo resistir sus acometidas y gozarlas aún sabiendo de lo indecente que era, llegando a perder la cuenta de los orgasmos que tuvo.

El fin de todo aquello llegó una noche que Benito y todos sus amigos de póker estaban abusando de Enrieta, sometiéndola a una tanda de enculadas contra la pared como si de una muñeca hinchable se tratase. De pronto y sin que nadie se lo esperase, un tiro disparado a la pared los sacó a todos de la borrachera que llevaban y sacó a Claudia de la cama: resultó ser Eunice la autora del disparo, quien con lágrimas en los ojos tenía un arma en sus manos, con los brazos extendidos, apuntando a Benito. Cuando Claudia salió de la cama se encontró con una estampa dantesca: a su madre sin ropa con el culo enrojecido, a su padre y sus amigos desnudos y en una esquina de la sala de estar, a Eunice, presa de un ataque de nervios.

Insultando a Benito y acusándolo de traidor y de otras cosas, tanto Enrieta como Claudia estaban paralizadas de ver que su hija menor había cogido el arma de Benito, pero no el revólver reglamentario de seis disparos, si no la nueve milímetros que él tenía como arma particular en casa y con la que podía efectuar quince disparos. Benito hizo un intento de acercarse a Eunice, pero esta volvió a disparar para mantenerlo a raya, y le dijo explícitamente que no se moviera de donde estaba o de lo contrario le descargaría todo el cargador en el pecho. Compungida por motivos que ni la madre ni su hermana podían entender, su intriga se convirtió en espanto y desesperación cuando Eunice pudo finalmente articular las palabras que tenía atravesadas en la garganta.

Envenenadas en su significado, Eunice le preguntó a Benito que como se había atrevido a hacerlo, como podía haberla traicionado cuando siempre le había prometido, jurado y perjurado que ella era a quien quería en lugar de a Enrieta, que era ella a quien deseaba pero que al ser menor se había casado con su madre para aparentar, y que solo con ella tendría sexo porque a Enrieta no la deseaba. El testimonio de Eunice desató las iras de Claudia, quien no pudo si no lanzar gritos de desesperación hacia Benito por los engaños a los que la había sometido tanto tiempo al abusar de ella haciéndole creer que si no se dejaba iría a abusar de su hermana pequeña. Benito intentó por todos los medios arreglar el desaguisado y hacer que Eunice bajase el arma, pero todo intento se cortó de golpe cuando su esposa intervino en el conflicto.

Llorando a lágrima viva por su hija pequeña y por los secretos abusos que ésta había recibido, Enrieta intentó hacer que Eunice entrara en razón haciéndole entender que Benito la había engañado como a su hermana y a ella misma, que no la quería y que en verdad solo se había aprovechado de ella con total impunidad. Eunice, rota de dolor le gritó a su madre llamándola mentirosa y egocéntrica, diciendo que estaba mintiendo, que él la quería de verdad y que lo que intentaba era quedarse con su hombre, que él era suyo y de nadie más, que tanto lo amaba que por él se había entregado a sus amigos, a sus compañeros y compañeras de trabajo, incluso hasta había gozado con los perros de la comisaría. Benito intentó manipularla a la frágil joven para enfrentarse a Enrieta y así declararse a Eunice, alegando que ella tenía razón, que la amaba de verdad y que si ella soltaba el arma todo sería olvidado y ellos dos se fugarían juntos, y cuando Eunice casi estaba convencida, se desató la tragedia.

Claudia reaccionó al comentario de Benito con la mayor de las iras protestando de que ella no podría olvidar las interminables noches en que abusó de ella, en que la sometió a toda clase de vejaciones y que por su culpa jamás podría disfrutar del sexo al haberla forzado cuando aún era virgen. Eunice montó en cólera llamando traidor a su padrastro y amante por haberle hecho a su hermana lo que a ella en teoría solo con ella lo había hecho, que a su hermana jamás la tocaría. Viéndose atrapado Benito se lanzó a por Eunice para cogerle el arma justo cuando ésta no pudo más y sin vacilación alguna descargó todas las balas que el arma llevaba. Benito cayó muerto al suelo con tres balazos, mientras que sus amigos resultaron heridos al ser alcanzados por las balas.

Cuando la policía llegó se encontró con un panorama desolador que pronto saltó a las páginas de los periódicos y a los noticiarios de las principales cadenas del país. El escándalo de corrupción saltó a toda la policía y se inició una investigación interna que demostró que Benito y sus compañeros estaban compinchados con traficantes de droga y recibían dinero negro por sus servicios, y una comprobación más exhaustiva reveló que Benito tenía un historial secreto por delitos de malos tratos en su adolescencia, el cual había quedado sellado una vez cumplió la mayoría de edad y tras realizar servicios comunitarios, lo que puso en boca de todos la ineptitud de las fuerzas del orden al no investigar en profundidad a sus aspirantes a agentes de la ley.

Eunice fue acusada de asesinato pero no fue a la cárcel al considerarse que tenías trastocadas sus facultades mentales por los abusos de su padrastro, siendo confinada en una institución psiquiátrica donde intentarían curarla. Enrieta y Claudia tuvieron que salir en defensa de Eunice en el juicio al explicar (parte de) las torturas y abusos a los que habían sido sometidas en los más de nueve años de matrimonio entre Benito y Enrieta. Sus identidades habían logrado mantenerse en secreto, pero por miedo a ser descubiertas por periodistas Enrieta y Claudia se mudaron de país y se llevaron a Eunice, cambiándola de psiquiátrico debido al acoso de los periodistas, que iban al centro buscando interrogarla. Eunice jamás logró recuperar la cordura que su padrastro le quitó, y Claudia necesitó años de psicólogo para llevar una vida más o menos normal y asumir todo lo ocurrido, saliendo de una grave depresión que tenía a dúo con Enrieta, que nunca pudo entender como aquel hombre que en apariencia era tan bueno había podido arrastrarlas a todas por aquel infierno de torturas y vejaciones.

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Intercambio de venganzas (capítulos 5 y 6)

Intercambio de venganzas (capítulos 3 y 4)

Intercambio de venganzas (capítulos 1 y 2)

Realquilados: una historia morbosa

La vida secreta de Luna Lovegood

Celda de castigo

Vida de una supermodelo

Esclavizada

Forzada en la disco

Caballo: Mi primera experiencia zoo

Caso real de abuso de ultratumba

Testigos inesperados

Karlita

El círculo de las viciosas

Severus Snape: biografía y secretos

El estudio de papá

Infidelidad en el cybercafé

Ñoña hasta decir basta

Angel Girl X, mi juego favorito

Una familia unida: el secreto de Ale

Aprendiz de chupapollas: tercera lección

Aprendiz de chupapollas: segunda lección

Aprendiz de chupapollas: primera lección

101 usos para un par de tetas

Banquete de boda

Novia pervertida, novio vengativo

Ir por lana...y salir trasquilada

Querido diario

Fono Pasión

Jairo, mi hermano mayor

Aurora & Iris

Leire, azafata de vuelo

La fuerza del destino

De la cam a la cama

El ente: la otra cara de la moneda

Feliz aniversario: la otra boda

Una mujer decente

Puta: mi primer cliente

Visitante de dormitorio

Mi amiga, mi iniciadora sexual... mi hermana

Lucía tiene un secreto

El culo perfecto

El diablo

El último amanecer

Saboreando del fruto prohibido

Mi tío, mi consejero, mi segundo padre...mi amante

Cena pasada por agua... o no

Documento inédito sobre brujería

Brujería: la conversión

La noche que cumplí 18 años...

Regreso a casa de mis padres

Cambio de look

Papá, hazme un favor

Svetlana

Enamorarse, declararse

El Inmortal

Mi primera consulta

La bruma, de Ivan Sanluís

El descubrimiento del sexo

El amigo de mi hermana

El examen suspenso

Orgías en las despedidas de soltero

Mi hijo disfruta de mí

Linda colegiala

Destino asumido

El mejor amigo que una chica pueda tener

Carla y la puta de su hermana

Violada colegiala

Mi hermana quiere polla

La violación de Andrea II: juego de cartas

La violación de Andrea

La chica de la calle

La entrevista de trabajo

Fono pasión

La Kiosquera

Los amigos de papá

El sueño se hace realidad

La censura, ese gran invento...

El trenecito

Ranma: el Corazón de los Deseos

Una familia unida

Una familia unida: amigos con derecho a roce

Severus Snape

Zaira: fogosa a todas horas

El amor de mi vida

Quiero saber lo que el amor es

Sheena, la reina de la jungla: masacre

Lluvia

Que zorra es mi jefa

Como escribir un relato en 10 pasos

Inés, mon amour

Karlita

Blossom: placeres secretos

Willy

Me mato a pajas pensando en...

Hija pródiga

Hijo pródigo

Rita: Fuego en estado puro

Una noche con Diane Lane

Seducí a Papá

Smallville: El señor de las ilusiones

Israel, mi mejor amigo

Castigada

CSI: En casa de Lady Heather

Cabalgando a lomos de un hombre maduro

Mi novia no se deja

Feliz aniversario: el regreso

¡Señor conserje, señor conserje!

Jairo, mi hermano mayor

Follando con mi hermano

Nadia

El hombre y su casa

Diario de mi viaje a África

Elizabeth

Un regalo especial

La mujer del barco

Nene, ven con la tata

Sometiendo a mi hermanita: tercer día (Domingo)

Sometiendo a mi hermanita: segundo día (Sábado)

Sometiendo a mi hermanita: primer día (Viernes)

Follando en el ascensor

Vejaciones a una buena vecina

Me follé a mi hija: Apoteosis final

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Me follé a mi hija

Sara, la puta del instituto

Esther Arroyo, la diosa de oro

Susana, la niña del ciber: El reencuentro

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¡Puta, más que puta!

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El saben aquel...

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Follándome a jennifer connelly (Ed. Especial)

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La historia de Mary Kay Letourneau

La vida secreta de Hermione Granger

Saúl, el semental que me desvirgó a mi también

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Juntos para siempre

Gabi, mi dulce amante peruana

Secretitos: Alicia en el jardin de las delicias

Raquel: entre la realidad y la fantasía

El pony que se folló a mamá

Mi adorado Sr. Sebastian

Mi dulce quiosquera: Un placer sin igual

Mi dulce quiosquera: Otra sorpresa

Mi dulce quiosquera: Inesperada petición

Mi dulce quiosquera: El deseo hecho realidad

Mi dulce quiosquera: Agradable sorpresa

Gemma, mi profesora particular

La dependienta: mi 1º vez con (toda) una mujer

Cynthia: lección de una anatomía precoz

Joyce

En el metro de japón

De cena con mi prima... y alguien más

De cena con mi prima