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La hija de mi amiga/La amiga de mi madre

en Lésbicos

LA HIJA DE MI MEJOR AMIGA (LA MEJOR AMIGA DE MI MADRE)

            Se llamaba Melissa.

            Se llamaba Orinda.

            Era la hija de mi mejor amiga.

            Era la mejor amiga de mi madre.

            La conocía de siempre, pero jamás pensé que algo así podría haber pasado entre nosotras.

            La deseaba desde los 15 años, y precisamente años fue lo que tardé en realizar todos mis sueños.

            Había estado de viaje largo tiempo, trabajando en otro país para ganarme la vida, pero no había vendido mi casa, pues confiaba en volver a ella algún día. La añoraba enormemente, a ella y a mis vecinas de toda la vida, con las que compartía noches de chicas de charlas, copeteos y confidencias. Éramos una piña, y el perder esa cosa de estar con ellas me mortificaba. Estaba loca por volver.

            Había puesto mis ojos en ella cuando mis gustos sexuales comenzaron a tomar forma. Por aquel entonces tenía un medio novio con el que empezaba a salir. Eran mis primeros escarceos y todo me excitaba y despertaba mi curiosidad. Simón, que así se llamaba, tuvo el honor de arrebatarme la virginidad, una noche que mi madre estaba de fiesta con sus amigos. Fue un poco decepcionante, a él le podía el ansia por gozar y no se ocupó debidamente de mí, por lo que él terminó la faena y se dio por satisfecho, pensando que me había hecho correr. No fue así.

            De todo lo que añoraba de mi casa y mi barrio (uno residencial de casitas todas iguales, alejadas de la algarabía de la gran ciudad), lo que más anhelaba era a mi mejor amiga, Irina, y a su hija Melissa. La chiquilla, a la que conocía desde la cuna, era como una hija para mí y prácticamente la habíamos criado juntas. Irina era viuda y yo nunca encontré un hombre con quien sentar cabeza. Disfrutaba de mi soltería y no me avergonzaba por ello, viendo los infelices matrimonios de todas mis amigas. ¿Por qué pasarme la vida acostándome con un solo hombre...cuando podía pasarme la vida acostándome con todos los que quisiera?.

            De todo lo que añoraba de Orinda, que era mucho, lo que más era su sentido de la libertad. Era una mujer que no rendía cuentas a nadie y que actuaba sin ataduras. Mi madre la adoraba por eso. Era la única amiga, de todas las que tenía, que no había hecho su vida a la medida de un hombre, ella iba aparte. Además, tenía desparpajo a la hora de hablar (o malhablar) de los hombres y sus cualidades en la cama. Me acuerdo de las estrambóticas charlas sobre sexo entre ella y mi madre, y mi mente alucinaba al 200% oyéndolas hablar. Me hacían imaginar toda clase de cosas disparatadas, que después se me colaban en la cabeza al irme a dormir.Un curioso inicio en el sexo.

            Irina me había pedido, a ser posible, que si llegaba el momento de hablar de sexo con Melissa, lo hiciese yo en lugar de ella, pues le daba mucho corte. Mi amiga solo había tenido un novio, el padre de Melissa, y no tenía mucha experiencia ni tampoco mucha soltura en temas de cama, de hecho había sido madre con 17 años. Aún así le encantaba escucharme hablar de los hombres; se moría de risa con mi mala lengua. Para mí no era un tabú, y ciertamente, cuando Melissa empezó a hacerse mujer, pensé que era hora de abordar el tema, de manera que esperé a que estuviésemos a solas, lejos de su madre, para no incomodar a Irina. Siempre me sorprendía lo diferentes que éramos a pesar de ser de la misma edad.

            Mamá le había pedido a Ori, como todos la llamábamos, que fuese quien me hablase del sexo en plan serio. Yo contaba 14 años y medio, y recuerdo ese día como si hubiese pasado justo ayer. Ori me explicaba con toda su verborrea lo que hombres y mujeres hacían en la cama, lo que pasaba cuando dos personas se gustaban, y además lo hizo a la perfección, sin ser asqueroso por contar demasiado ni quedarse a medias por ser demasiado educada. Fue ese mismo día que dejé de ver a Ori como una figura paternal y empecé a verla como una mujer, una despampanante pelirroja de pelo largo y ondulado, de ojos oscuros pero muy vivos, llenita de curvas por todas partes. Era muy voluptuosa, sensual, y entendí que los hombres se la disputasen. Los debía exprimir sin piedad hasta la última gota.

            Mientras le explicaba lo que viviría con un chico que le gustase (sin desvelar demasiado para no estropearle la sorpresa), notaba los ojos de Melissa clavados en mi cuerpo. En aquel momento no le di importancia, supuse que era la emoción del momento y que, sencillamente, me veía como una figura a imitar. No tenía ni idea de lo que pasaba por su cabeza, aunque eso lo averiguaría años después. En aquel entonces solo veía a una chiquilla a la que le gustaría ser como yo en el futuro, cosa que me halagaba mucho. ¿Cómo podía yo imaginar lo que estaba pasando por su cabecita loca, y las consecuencias que esos pensamientos traerían?.

            Mientras me explicaba las cosas que podía hacer con un chico (sin desvelarme las sensaciones tan ricas que eso conllevaba), clavé mis ojos en el cuerpo de Ori y mi cabeza seguía elucubrando, pero esta vez había llegado a un nuevo nivel: ya no estaba imaginándome a Ori con hombres...me la imaginaba conmigo, las dos entrelazadas en la cama, disfrutándonos como amantes enfervorecidas. Fue mi primera fantasía lésbica y el inicio de algo que tardaría años en concluirse. A raíz de esas fantasías comencé a mirar a las chicas de otro modo, no solo como amigas, cómplices y compañeras...si no también como amantes, tanto que llegué a montármelo con un par de amigas con las que toqué el cielo, lejos de las tonterías de mi primer amante, que no me había sabido satisfacer debidamente.

            Al no haber tenido hijos propios, me había encariñado con Melissa como si yo misma la hubiese parido, y el vivir lejos de ella y de su madre tanto tiempo se me hacía insoportable. Mi nuevo alojamiento no era ni de lejos tan bonito, un piso céntrico con vecinos malcarados y un ambiente de trabajo no muy agradable, pero el sueldo lo valía, y si jugaba bien mis cartas, la empresa podría trasladarme de puesto, devolviéndome a la casilla de salida solo que mejor posicionada. Usé todas las armas de que disponía (las legales...y las sexuales), y cuando se mascaba ese tan anhelado ascenso, pasé por encima de quien hizo falta para conseguirlo. Como no tenía lazos de amistad con aquella gente, no me importó saltarlos. Estaba loca de contenta por volver, y así se lo dije a Irina.

            Al no haber sido madre, yo era lo más parecido a una hija que Ori había tenido jamás, y el estar sin ella en el barrio me producía un enorme vacío en el corazón. Me faltaba su compañía, sus charlas eroticofestivas, esa luz que ella tenía y que llenaba la habitación en donde ella estuviese. Aunque nos llamábamos y hablábamos a menudo, no era lo mismo, nunca lo fue. Por mucha tecnología y muchos avances que haya, nada suplirá jamás el estar con una persona frente a frente, cara a cara, y a mí me faltaba precisamente eso. Por tanto, es bastante comprensible mi júbilo el día que mamá vino a decirme que Ori había logrado un ascenso en su empresa y que gracias a eso, volvería con nosotras. Me sentía flotar en una nube.

            Fue una sorpresa para ellas tanto como para mí, pues el mismo día de mi regreso a casa, me encontré con que Irina y sus amigas me habían hecho una fiesta sorpresa por mi regreso. Me puse de mil colores, pues soy sensible a los halagos, y el saberme querida por mis vecinas y amigas hizo que me ruborizara. ¡Ah!, que no lo dije: la fiesta era enteramente “de chicas”. Nada de hombres que nos estorbasen, solo chicas para charlar, festejar y pasarlo bien. Ya habría tiempo de hablar con ellos, esa noche era para nosotras y yo lo agradecí enormemente. Estaba muerta de ganas de contarles con pelos y señales mis aventuras en esa otra ciudad, aunque lo primero que hice fue agradecer a Irina la fiesta cuando me contó que la idea había sido suya. Que encanto de mujer.

            Fue una sorpresa su regreso, y tan loca estaba de contenta que sin querer dije en voz alta que sería fantástico hacer una noche de chicas solo para nosotras. Mamá tomó mi comentario al pie de la letra, y sabía que se atribuiría el mérito de la fiesta, cosa que no me importó lo más mínimo. Tampoco era importante quien hiciese la fiesta, siempre y cuando se hiciese. Esa noche la pasamos entre mujeres, unas 7 ó 9 más o menos (no recuerdo el número exacto), entre anécdotas, risas y la actualidad del barrio al que Ori había vuelto. Cuando mi madre comentó que la idea había sido suya y Ori fue a agradecérselo, su mirada se detuvo un segundo, y se quedó fijamente mirando mi cuerpo. Entendí porqué.

            Llevaba tanto tiempo sin ver a mi niña, que al cruzármela de nuevo casi se me cayeron los ojos al suelo. ¡Santo dios, que preciosidad!. Se había dejado una larga melena de un brillante color negro, y su cuerpo se había formado y echado curvas por todas partes. Y cuando digo todas, digo “todas todas”. ¿Cómo le habían crecido tanto los pechos?. Debía usar mi misma talla de sujetador, y yo era la más pechugona de todo el vecindario, usaba una 100B (que no dejé que la gravedad las dominase y se me cayesen como filetes). Aunque suelta en sexo, jamás en mi vida había sentido el gusanillo de probar “el lado oscuro”, pero en ese instante lo sentí. Melissa, la niña que yo había querido, mimado y educado, había dejado de ser una niña y se había convertido en una jovencita imponente.

            Llevaba tanto tiempo sin verme que al reencontrarnos de nuevo, descubrió a la niña que ella había querido convertida en mujer. Para cuando nos habíamos visto allí, yo ya había tenido tres novios (salvo uno, los otros solo habían sido un calentón más o menos pasajero) y una novia a escondidas, una relación muy intensa que se terminó al dejarme ella por otra chica (y eso que Rebecca decía que lo nuestro solo había sido un experimento y que ella era hetero). Había tenido suficiente rodaje en la cama para que mi cuerpo encontrase su punto de feminidad. Estaba bien orgullosa de mis curvas y las conservaba lo mejor que podía en el gimnasio. Quería ser lo más bella posible para el momento de verme de nuevo con Ori. Deseaba impactarla.

            Estaba impactada con el cuerpo de Melissa, y no era para menos. Ahora ya no se escandalizaba con mis historias truculentas sobre hombres y amantes, más bien todo lo contrario, me escuchaba con atención al igual que las demás (Roberta, Ania, Yara, Agustina,...) y se reía con mis disparates. Yo intentaba mantener la normalidad, pero no me era posible. El impacto visual de Melissa me había calado muy hondo. Sabía-suponía-deducía que con el tiempo aquella chica pizpireta y de cara risueña iba a ser una mujer preciosa, ¡pero no esperaba tanto!. Además, ella no solo escuchaba mis anécdotas, si no que al igual que las demás, tomaba partido y de vez en cuando contaba alguna cosa que dejaba a entender su libertad sexual, cosa que de la que me enorgullecía. Una mujer jamás debe sentirse avergonzada de tener sexo y disfrutarlo de la manera más natural. ¿Por qué debíamos hacerlo, si los hombres jamás lo hacían?.

            Sabía que habría logrado impactar al amor de mi vida, lo sabía por como me miraba, furtivos vistazos a mis curvas mientras estábamos en mesa redonda en la sala de estar, alrededor del fuego, despellejando a los hombres (a los que se lo merecían) y ensalzando a los que en verdad habían sabido hacernos sentir mujer (un arte más que perdido a día de hoy, al menos en mi opinión).  Como ya no era una niña, de cuando en cuando me metía en la conversación como una más, explicando o contando como son los chicos de ahora, que no distaban mucho de los chicos que a su edad mi madre y sus amigas habían conocido. Hombres...En fin, el caso es que con mis disparates, algo que heredé de Ori, di a entender que ya estaba curtida en temas de cama, pero también que era de armas tomar. Sabía que a mi madre eso le incomodaba algo, podía notarlo, pero quería hacerme valer. No era ninguna idiota que se dejaba engañar por los hombres.

            Al mirar a Melissa detenidamente, entendí que no era ninguna idiota que se dejase manipular por los hombres, y ese punto de su carácter me llenó de orgullo como si hubiese visto a mi hija reafirmar su independencia del sexo masculino. Yo jamás claudiqué ante ningún hombre, y no deseaba eso para ella. Irina no lo podía decir en voz alta, aún después de tanto tiempo no conseguía liberarse de su pudor, pero sé que estaba agradecida de mis atenciones hacia nuestra hija común, como así la llamábamos. Entre las dos habíamos logrado criar a una mujer preciosa y de carácter, capaz de comerse el mundo, aunque poco imaginaba yo lo que ella iba a comerse  esa misma noche, cuando la fiesta hubo acabado.

            Además de charlas y risas hubo varios brindis y un servicio de copeteo por todo lo alto, con lo que algunas acabamos un poco perjudicadas, o más bien “contentitas”, yo entre ellas. No he sido ni soy de beber, pero esa noche de verdad que me hacía falta todo el alcohol del mundo para sacar de mi interior el valor necesario para abordar a Ori y decirle mis sentimientos hacia ella. Tuve que esperar a que la fiesta acabase y a llevar a Ori a su casa, pues ella estaba un poco más perjudicada que yo. Mamá estaba aún peor, de hecho para cuando dimos por terminada la fiesta, dormía como un bebé. Sabía que mamá no tolera mucho el alcohol, y de hecho la hice beber adrede un par de veces en plan “un día es un día”. Me interesaba dejarla K.O. para que durmiese toda la noche.

            Melissa tuvo el detalle de llevarme a casa, las dos medio abrazadas para ser de apoyo de la otra. Menos mal que vivíamos a dos casas de distancia (la de Yara estaba entre la de Irina y la mía) y no había mucho que andar. Cuando llegamos a mi casa, Melissa me subió hasta mi habitación, en el primer piso, y en lugar de irse, dijo estar un poco piripi y que si podía quedarme allí a pasar la noche, que no se sentía con fuerzas de volver por su propio pie a casa. Como estábamos así en plan de risitas (nos pasamos media noche así) y un tanto alegres, desde luego que le dije que sí, que aquella era su casa y siempre lo había sido. Ni ella ni ella pecábamos de pudorosas como Irina, y el hecho de quedarnos en ropa interior no nos daba corte ni reparo...pero he de reconocerlo: me quedé cortada cuando Melissa me besó.

            Había intentando por todos los medios sacar las palabras de mi boca. Las tenía allí atragantadas desde el mismo momento en que la vi, y me moría de ganas de decirlo pero no fui capaz, y presa de un nerviosismo extremo, tomé al pie de la letra ese dicho de “una persona se define por sus actos”, y dejé que mis actos hablasen por mí. Fue un beso muy suave, nada brusco, pero muy intenso, que ni siquiera sé cuanto duró, ni me importaba, solo sabía que su boca me sabía mejor que todo el alcohol que me había metido entre pecho y espalda. Las dos estábamos sentadas sobre la cama, estábamos hablando de hombres y de salir de fiesta alguna vez, cuando me envalentoné y le metí un morreo, el primero de muchos, esperaba.

            Me dedicó la sonrisa más linda que yo recordaba haber visto jamás. Feliz, pletórica, incluso eufórica si cabe, y con cierta timidez, mordiéndose los labios, me confesó que llevaba deseándome desde los 15 años, que se moría de ganas de estar conmigo y que había sufrido horrores todo el tiempo que yo me había ido fuera a trabajar. Le conté que yo también la echaba en falta, a ella y a Irina, y que una de las razones de mi regreso allí era conseguir volver con ellas dos. Embargadas por la emoción (y también por el alcohol que corría por nuestra desinhibida cabeza), la tomé entre mis brazos y nos fundimos en un abrazo, coronado por un buen beso de tornillo, con nuestras lenguas encontrándose por primera vez. Entre susurros le dije que era la chica más hermosa del mundo y que estaba como loca por tener mi primera vez con una chica con ella.

            ¡Dios misericordioso!, casi me hizo llorar cuando me dijo que quería perder su virginidad (lésbica) conmigo. Me tumbé a la larga en la cama y abrí los brazos para recibirla con todo el júbilo del mundo. Ella vino a mí y nos entrelazamos melosamente mientras nuestras bocas volvían a saciarse la una de la otra. Me sentía tan pequeña en sus brazos, tan poquita cosa...la dejé que me tomase en sus brazos y que hiciese lo que quisiese conmigo, yo era suya y ella podía disponer de mí a su antojo. Me encontraba excitadísima, me dominaba el morbo por aquella mujer a la que conocía de siempre, mi corazón iba a mil por hora. Sus manos, ansiosas por explorarme, se posaron en mis tetas, aún enclaustradas en mi sujetador, y me empezaron a acariciar y a sobar. Podía notar sus uñas apretándome, haciéndome algo de daño. Era una sensación maravillosa.

            No me equivocaba respecto al tamaño de las tetas de Melissa. Desde luego eran tan grandes como las mías e igual de sensibles y blanditas al tacto. Nada de silicona ni artificios, aquello eran tetas de verdad, eran señoras tetas. Poniéndome a cuatro patas sobre ella, arqueé el culo lo más que pude y tal y como sospechaba, Melissa deslizó sus manos por mi cuerpo recorriendo mi pecho y mi espalda para llegar a mis glúteos y sobármelos, apretándolos tal y como yo quería. Hasta le dio por azotármelo un poco, lo que provocó unos leves gemidos que nos hicieron reír. Volví a besarla y esta vez nos apretamos una contra la otra. Melissa deslizó una pierna entre las mías y apretó, rozándome el coñito con su muslo. Mmmmmm que delicia era sentir eso. Mi cuerpo era fuego.

            Ya no podía aguantarme más las ganas de admirar sus pezones, me moría de ganas de verlos. Era algo que llevaba metido en mi cabeza desde que aquella tarde en que me dijo qué eran y para qué servían en verdad. Quería verlos, necesitaba fijar allí mi vista, así que deslicé mis manos por su espalda y desabroché su sujetador hasta que éste quedó suelto. Luego ella deslizó los tirantes por los hombros, cayéndole por los brazos. Con un poco que tiré de él, dejé al descubierto las puertas del cielo: redondos, de curvas generosas, y dos pezones perfectamente circulares, proporcionados en color y tamaño en todos los aspectos. Pezones prominentes, sensibles, rugosos, ideales para meterse en la boca y descubrir hasta que punto eran sensibles. Me incorporé un poco y abriendo mi boquita de labios carnosos y voluptuosos acogí sus guindas en ella. Ori se puso a temblar ante la delicadeza de las caricias que mis labios y lengua le daban.

            Ay por dios, que forma de chupetearme tenía, lo hacía tan bien que parecía haber practicado para la ocasión. Me volvía loca de placer, especialmente cuando sentía sus dientes apoderarse de mis pezones, apretarlos un poquito y luego alejar la cabeza para tirar de ellos, soltándolos sin avisar. Era un juego tan excitante que el dolor que sentía se convertía en placer, y el placer en dolor. Ya no comprendía nada de nada, solo sabía que Melissa me estaba calentando como un hombre no lo había logrado antes. Que dominio tenía sobre mis pechos, que arte... chupeteaba y tiraba de ellos como le daba la gana, y con ese juego, prolongado un buen rato, me di cuenta de que me estaba empezando a humedecer. Ella lo notó en el momento en que se puso de rodillas sobre la cama, y en lugar de abrazarnos, pasó su mano por entre mis piernas y me acarició por encima de mis braguitas.

            Su cuerpo reaccionó con un espasmo cuando la acaricié en su conchita húmeda y sensible. Lo hice solo con la punta del dedo corazón, en tanto que el resto de la mano lo mantenía alejado para que la caricia fuese más precisa y directa. Al mismo tiempo, mi boca se apoderó de su cuello y le di varios chupetones, alternando con morreos de tornillo bien potentes. Me encantaba sentir su lengua pugnando contra la mía. Las dos estábamos fuera de control y eso era lo que yo quería. Yo estaba loca por volverla loca a ella, la quería poner al límite de su resistencia, forzar su cuerpo hasta que no pudiera dar más de sí. Ori era una muñeca en mis manos,  se dejaba hacer todo lo que a mí me diese la gana, y llevada por ese sentimiento de poder, la hice recostarse en la cama, le quité aquellas odiadas braguitas y por fin tuve ante mí la visión, sublime, de su sexo al aire, sin nada que esconder.

            Empezó a besarme los muslos de las piernas, a andarse por las ramas, pero no me importaba. Aquel juego me encantaba, me gustaba que se tomase su tiempo para explorar mi cuerpo, para conocerme como solo dos personas pueden llegar a conocerse en esas circunstancias. Poquito a poco fue llegando hasta mi palpitante rajita, a la que saludó con una potente lametada que me atravesó de abajo arriba de un solo golpe. Un hormigueo me recorrió como si fuese una sacudida eléctrica, lo sentí desde mi pelo hasta la punta de los dedos de los pies. Después de su primer lametón llegaron más, muchos más: rápidos, lentos, suaves, fuertes, superficiales, profundos, intensos y variados que yo ni siquiera imaginé que los hubiese de tanta diversidad. Me sentía como si estuviese caminando desnuda por la jungla y el roce de las plantas me procurase toda clase de placeres nunca antes sentidos.

            La humedad de su coñito llegaba a mi boca en riadas. Había puesto su cuerpo a trabajar a toda pastilla y se notaba que hacía bien mi trabajo, a Ori daba gusto verla con aquella expresión de sexual felicidad cruzándole la cara. Con mis manos sobre ese precioso par de tetas, me pasé un buen rato jugando con ellas, sobándolas, sintiéndolas y amasándolas como quien manejase la masa para hacer panes. Sus domingas de tacto terso y volumen generoso se encargaron de rematar la faena que llevaba haciendo ya ni recordaba cuanto. Entre caricias y lametones, mi esfuerzo se vio recompensando al escuchar como los gemidos de Ori aumentaron hasta alcanzar la categoría de gritos, y la sentí chorrear sobre mi cara. Abrí la boca y la penetré con mi lengua todo lo que fui capaz hasta ponerme a follarla con la lengua buscando alargar su orgasmo. Quería un orgasmo duradero e intenso que la dejase comatosa. Hasta ese punto me desaté.

            Tuve que arquear un poco el culo cuando me sobrevino un orgasmo feroz, provocado por las caricias de Melissa en mis pechos y en mi sexo, unas usando las manos y otras usando la lengua y la boca. Ella logró retenerme usando su cabeza y me mantuvo penetrada, sentía su lengua dentro de mí jugando conmigo de forma salvaje, me lamía y recorría en mi intimidad mejor que todos los hombres con los que había estado. Nunca me habían comido el coño en condiciones como esa noche. Cuando sentí mis fuerzas flaquear, que por un instante temí quedar comatosa de la intensidad del orgasmo, atraje a Melissa hacia mí y la besé como poseída por una fuerza sobrenatural. El sabor de sus besos, combinado con el de mis propios jugos que ella aún llevaba en su boca, le dio una mezcla especial de sabor e hicimos que durase tanto como fuese posible. Una delicia.

            Alzándose usando los brazos para llegar hasta mí, acogió mi carita entre sus manos y la acercó a la suya para darme una tanda de besitos tan dulces que me hacía estremecer de emoción, casi como si en vez de simples amantes lascivas fuésemos una pareja de novias enamoradas. Me encanta sentirme pequeña a su lado, me encantaba la sensación de ser un juguete en sus gráciles manos, y después de unos minutos de besos y más besos, noté la impaciencia por terminar de desnudarme. Moviéndome un poco, le puse fácil el quitarme el tanguita que llevaba, que dejaba mi culo al descubierto pero tapaba lo más importante. Me hizo quedar de rodillas sobre la cama y entonces ella se deslizó por entre mis piernas, casi haciendo que me sentase sobre su cara. Me ordenó que pasara lo que pasara me mantuviese firme. Obedecí como fiel esclava.

            Desde la perspectiva que yo tenía en ese momento, las tetas de Melissa se me antojaban enormes globos, aunque quien iba a hablar, que más que tetas parecía que llevaba dos balones de baloncesto. Melissa agachó un poco la cabeza y me miró fijamente a los ojos. La reté con la mirada un momento y sin dejar de mirarla, con mi lengua acaricié su chochito de bien recortado aspecto. Tenía la cantidad justa de pelo: ni rasurado del todo, ni cortado al uno ni tampoco dejado crecer hasta dar la impresión de matojo repugnante. Era ideal y podía lanzarle miradas a Melissa mientras comenzaba a devorar su almejita. Dada su juventud se mojó mucho más fácil y rápido que yo, lo que me encantó. Su perfume de juventud era un tesoro, mi tesoro adorado, que estaba disfrutándome como nunca pensé que podría hacerlo.

            Me costó horrores mantener la orden de Ori. Con las lamidas tan ricas y tan excitantes en mi conejito empapado, el deseo de tumbarme y dejarme caer en la cama eran enormes, pero ella me había ordenado que me quedase en aquella posición sobre el somier y yo quería obedecerla en todo. A la altura de las ingles, rodeando mi coñito, sentía las manos de Ori acariciándome, pasando por detrás para sobarme el culo y de esa manera acercar más su cara a mi conejito. Buscó penetrarme con su lengua tal y como yo había hecho antes, y cuando lo hubo logrado (con estertores de placer por mi parte), noté como sus manos pasaban de nuevo hacia delante y trepaban por mi cuerpo hasta llegar a mis pezones, que sin aviso ni nada, cogió y me retorció hasta hacerme un daño terrible pero fantástico. Aquella vena cruel y sádica me excitó todavía más.

            Quería castigarla como a una niña mala, como si el seducirme tenía que ser penalizado y no me importaba ser un poco dura con ella. Sin embargo, más que los clásicos quejidos de dolor, lo que oí era como una medio risa nerviosa, una especie de “jijiji” que salía inconteniblemente de su boca. Su vientre se retorcía de lado a lado y me costaba retenerla para proseguir con mi cunnilingus (el primero de toda mi vida) y que ella se corriese tal y como ella me había hecho correr antes. Estaba loca por conseguirlo y me excitaba escuchar sus risitas, que a veces subían de tono hasta hacerse casi inaudibles. Básicamente recorrió todo el espectro sonoro hasta que de pronto más que risitas, lo que escuché eran gemidos más roncos y ella ya no pudo mantenerse en pie, cayendo hacia atrás.

            Su forma de follarme con la lengua se hizo tan insoportable que no di más de mí y me vi obligada a voltearme hacia atrás, una postura ideal ya que desde ahí llegaba a tocar el conejito de Ori, pues estaba abierta de par en par. Usando la mano derecha, la metí mano y comencé a meterle un dedo mientras me apoyaba con la izquierda. Ori me penetraba hasta lo más hondo de mi cuerpo mientras que yo estaba jugando a penetrar el suyo con mi mano, así en un toma y daca que se alargó un poco, lo justo para sentir como Ori estaba salida como una esquina, y como yo ya no podía más y sin poder ni querer evitarlo, dejé que mi instinto animal me dominase por completo y fui víctima de una maravillosa sensación orgásmica que me hizo sentir más viva de lo que jamás me había sentido. Solté todo lo que tenía y le di a ella todo cuanto quería de mí. En todas mis relaciones jamás me había entregado a otra persona de esa manera.

            El orgasmo de Melissa fue apoteósico, su juventud la hacía sensible y una maravilla a mis sentidos, era toda sensualidad (y sexualidad). Sin embargo, ella no había cumplido mi orden y debía castigarla severamente para que aprendiese. La coloqué en mi regazo boca abajo como a las niñas pequeñas y comencé a azotarla al culo varias veces, aleccionándola para que aprendiese que si yo daba una orden ella debía obedecerla y no desafiarme. Con una mano la cogí por sus muñecas para inmovilizarla y con la otra le puse el culito bien rojo a base de azotes, que sonaban de fábula. Cuando vi que ya le había dado bastantes cachetes, tomé otro camino de castigo y con algo de fuerza, la penetré con tres dedos en su rajita (índice, corazón y anular). Una vez penetrada, comencé a moverlos frenéticamente.

            ¡Ay!, sus rudos cachetes en mis nalgas me dolían horrores, me castigó el culo y se aplicó mucho a ello, por no haber sabido mantenerme en pie como ella quería, pero lo peor no fue el azotarme como a una niña mala (por dentro chorreaba de puro morbo de que me tratase de esa forma), lo peor fue cuando me penetró con tres dedos y le dio por follarme con ellos con total indiferencia hacia mí. De pronto me puso de rodillas en la cama con la cabeza sobre el somier, a cuatros y totalmente en pompa, y sujetándome el culo con un brazo, con el otro seguía penetrándome y haciéndome obscenidades que sabían a lujuriosa victoria. Estaba que lo tiraba, y sus dedos en mi chochito generaban toda clase de ardores en mi cabeza y en mi cuerpo que llegué a menear las caderas un poco para acompasar sus movimientos. ¡Dios, pero que gozada de polvo!.

            La perrita de Melissa me había revelado su faceta más cochinita y obscena al mover las caderas para que mis dedos la penetrasen más profundo. Desde luego era una caliente que había aprendido bien sus lecciones, y aunque no lo sabía con seguridad, para mí se hizo evidente que alguna relación lésbica había tenido, gestos en ella delataban su experiencia, gestos que yo no tenía al no haber pasado por ello. De cualquier manera, lo que estaba claro es que me encontraba viviendo un épico e insuperable encuentro sexual que dejaría una huella imborrable en mi mente. Ya no sabía si aquello era amor, pura pasión, simple lujuria, lascivia en grado sumo o vaya usted a saber que más. La única cosa que sabía es que estaba chiflada por la chica que tenía ante mí y a la que penetraba frenéticamente con mi mano.

            Ori me estuvo follando con su mano hasta el final. Pensé que solo lo haría por un tiempo y que luego me dejaría en paz. Nada más lejos de la realidad: Ori me folló con su mano y no se detuvo hasta sentir los temblores de mi cuerpo que anunciaban un orgasmo, el segundo de la noche, que quizá fuese más intenso que el primero, y es que la mano de Ori en mi sexo me tenía sometida, estaba desarmada y rendida a sus deseos y caprichos. Si quería follarme de mala manera con su mano, casi como si me estuviese violando, ¿quién era yo para decirle que no?. Ya me daba igual que ella quisiera o no forzarme, lo único que deseaba era que me metiese su mano por completo, que cerrase el puño y me apretase con toda la fuerza hasta arrancarme el alma.

            Aunque estuve tentada de cerrar el puño y dárselo todo dentro, pensé por el tamaño de su chochito que no le llegaría a entrar, y aunque la deseaba castigar, no quería propasarme, pero sí que conseguí meterle el dedo meñique, y con los cuatro bien encajados en su sexo le estuve dando caña hasta que cayó casi como muerta en la cama, agotada. Tenía la mano empapado en jugos y caliente como una salchicha recién colocada en una barbacoa. Le di a beber de mi mano mientras la besaba y ella obedeció sin decirme nada, tan solo sonrió con sus ojillos más vivos que nunca. Poniéndola boca arriba, admiré su desnudez. Era hermosa, muy hermosa. Era una perita en dulce y era toda mía para hacer con ella lo que quisiese. Mientras le daba a la cabeza pensando que más podría hacer con ella, ésta me tomó la delantera ¡y me dominó como yo la había dominado antes!.

            Si las niñas buenas iban al cielo y las malas a todas partes, ¿por qué se suponía que debía quedarme de brazos cruzados soportando sus abusos...cuando podía devolver el golpe?. La misma Ori me había enseñado a no quedarme con ellas, a que esa cosa de “poner la otra mejilla” no iba conmigo, ¿acaso iba a sorprenderse de que reaccionase tal como me enseñó para ir a por ella como ella había ido a por mí?. Y ya que ella no me había metido el puño, yo sí que iba a hacerlo, estaba más que dispuesta a probar si todo mi puño le cabía dentro. Si por ahí salían niños, ¿por qué no iba a entrar un puño bien metido?. Se las iba a devolver con intereses, porque si ella generosa yo más, y si ella perversa...yo muchísimo más.

            Maldita la hora en que la enseñé a contraatacar. Melissa había cogido todo lo que a lo largo de los años le había enseñado y me lo estaba devolviendo, y tal y como la conocía, podría apostar un millón de dólares a los dados y no perdería, a que iba a devolvérmelo todo con intereses. Sin embargo, aunque me sentía un poco acobardada por su reacción de cabra loca, también me sentí orgullosa. Si entreno a un perro y éste acaba mordiéndome la mano, es que lo había hecho bien. Melissa estaba diciéndome con su ataque que la había enseñado a la perfección, aunque eso supusiese sufrir en mis carnes sus represalias. ¡Y vaya si las sufrí!. Antes de darme cuenta no solo estaba tumbada en la cama en la misma postura que ella, con el culo en pompa sobre el somier, si no que la mano de Melissa iba a toda velocidad dentro y fuera de mi coñito. Me gustaba, pero dolía. Dolía, pero me gustaba. Y mucho.

            Con las ganas que tenía de darle una buena repasada a su culito, no iba a dejar pasar la ocasión ahora que la tenía tan evidente. Si ella me azotó, yo iba a hacerle lo mismo, pero peor. Más sádico y perverso, más morboso y menos cariñoso de lo que ella quizá me lo hizo. Como no me daba la gana de preguntarle, tampoco sabía si se había cortado a la hora de azotarme, y por tanto yo tenía total autoridad para ser macabra y golfa si me daba la real gana. Le di unos buenos cachetes, quería verla gemir de dolor, quería que sufriera un poco tal como yo sufrí. Resulta edificante eso de “pagar con la misma moneda”, y me lo pasé bomba usando mis manos para azotar y penetrar a toda velocidad. Cuando me cansé de verla en esa postura la tumbé boca arriba en la cama y la ordené que mantuviese los ojos muy abiertos, porque le iba a hacer algo que jamás nadie le haría.

            Tal como me ordenó, me quedé con los ojos abiertos a la espera de ver que sería eso que me iba a hacer y que nadie me había hecho antes. Estaba muerta de curiosidad y de ansiedad. De nuevo me penetró usando su mano derecha, usando tres dedos...que pasaron a cuatro, y entonces vi por donde iban los tiros. ¡La perra de ella quería meterme el puño!. Que cabrona, yo no quería hacérselo por miedo a dañarla, y va ella y me lo quería hacer a mí. Movió su mano dentro de mí haciendo de dilatarme los labios vaginales para ver si conseguía meter su puño entero. Quiso la suerte que las manos de Melissa no eran muy grandes, así que su puño tampoco lo sería. Aún así vi las estrellas cuando intentó meter el pulgar, que a lo primero no cabía...¡pero luego sí!. Estaba tan húmeda y tan excitada que aquello logró abrir lo justo, y Melissa logró su propósito: me hizo un “fist fucking”.

            Mi cabeza me daba vueltas, presa de la locura, de ver que había logrado darle a Ori lo que quería y meterle todo el puño dentro. Era una sensación extraña el sentir la mano allí metida hasta la muñeca, pero ya que lo había logrado, no iba a cortarme un pelo para proporcionarla un orgasmo de esos que crean escuela. A fin de cuentas, ella me había dado dos, y yo solo uno, y no soy de esas a las que le gusta perder. Yo como mínimo empate o nada. Me empleé a fondo dentro de su chochito dilatado y aquello fue la locura. Vaya par de chifladas que éramos, menuda noche nos estábamos dando. No sé ella, pero para mí, dicho con el lenguaje más barriobajero que pudiera usar en ese momento, era lo más cerdo y obsceno que había hecho en la cama con alguien, ¡pero me lo estaba pasando de miedo!.

            Para mí fue increíble ver como Melissa me metía y sacaba (o hacía el amago de sacarlo) el puño dentro de mí. Tenía la cabeza como ida, no sabía si iba o venía, si estaba soñando o simplemente deliraba. Todo lo que llegaba a pensar con más o menos claridad era que aquella chica me estaba follando metiéndome su puño y que me gustaba más de lo que nunca admitiría abiertamente. Es increíble lo que se llega a vivir cuando una se pone juguetona. Nadie se conoce de verdad hasta que se atreve a explorar sus límites morales o éticos, y yo ese día descubrí una vena sádica en mí que jamás me imaginé que tenía, porque tal y como Melissa me ordenó, no había cerrado los ojos y veía como su mano desaparecía totalmente dentro de mí. No tenía palabras para describir lo bien y lo mal que me hacía sentir eso. Normal que la lujuria sea el pecado más sabroso de todos, nada puede compararse con el placer de romper todos los tabúes en pos de placer.

            La cara de Ori me decía lo mucho que estaba disfrutando con aquella follada manual, así que apreté más el ritmo y aceleré mis acometidas hasta notar sentir como sus músculos vaginales, que notaba con mi mano allí metida, se contraían y dilataban caóticamente anunciando que estaba a punto de correrse. Su espalda se arqueó hacia delante, como le había pasado la otra vez, y con su culo hizo fuerza contra mi puño en una desesperada lucha porque esa marea interna la sacudiese por dentro y se la llevase como una resaca de pleamar. Chilló, resopló y suspiró hasta que su resistencia quedó destruida y ella permaneció tumbada en la cama, con expresión ausente. Parecía como si estuviese sin sentido, como si se hubiese desmayado. No había visto nada igual.

            Juro y perjuro que de la intensidad del orgasmo casi me llegué a desmayar. Quedé como inconsciente tumbada en la cama, con Melissa mirándome de arriba abajo viendo mi cuerpo agotado y sudoroso. No me habían sometido a tanta caña desde hacía muchísimo tiempo. Ya creía que no podría aguantar semejante tute, y como colofón de una noche increíble, a Melissa le dio por ponerse juguetona otra vez, poniendo en práctica algo de lo que yo había oído hablar pero que jamás había visto, mucho menos hecho. Separándome las piernas, me hizo despegar una de ellas para abrirme de par en par, y ella, sonriente, sexual, lasciva y magnífica, se sentó como si quisiera cabalgarme y deslizó una pierna de tal manera que nos unidas por nuestros sexos: es decir, que me hizo la tijereta.

            No sabía si le quedaban fuerzas, pero dije que si le quedaba un ápice de fuerza en el cuerpo, que empujase hacia mí tanto como pudiera, y yo haría lo mismo. Podía notar que sus fuerzas estaban más que mermadas, pero aún así logró cooperar un poco con la tijereta que yo quería enseñarle a hacer, y nos pasamos el último polvo haciendo fuerza contra otra, simulando ser hombres en pleno polvo, pero viendo que ella ya no podía empujar, me eché a su lado y llevé mi mano a su conejito. Ella me hizo lo mismo y nos masturbamos la una a la otra hasta que las dos terminamos exhaustas, y no era para menos. Tres orgasmos por cabeza dan para mucho, y debilitan lo suyo. Mimosas y con ganas de cariño, finalmente descorrimos las sábanas y nos metimos en la cama, las dos abrazadas con una aniñada y estúpida sonrisa en el rostro.

            Me costaba creer la noche que había pasado con Melissa, y me costaba más aún creer las indecentes cosas que habíamos hecho. Evidentemente, por mi edad, mi currículum de amantes era mucho más amplio que el de Melissa, pero ni uno solo de mis amantes había llegado a forzarme hasta los límites físicos de mi cuerpo ni mucho menos se había asegurado de llevarme hasta el último confín de la pasión y la lascivia. ¡Como me alegré de no hacer una sesión masoquista con ella, a saber como me habría dejado!. Con ese y muchísimos más pensamientos en mi cabeza la estuve mirando un rato, y después de unos besitos, nos dormimos con una sonrisa tonta que parecíamos imbéciles perdidas. Vaya dos.

            A la mañana siguiente, cuando me desperté en brazos de Ori, me vinieron a la mente todas las cosas que habíamos hecho la noche pasada. La moña había pasado a mejor vida y me encontraba con plenas facultades mentales, y ahí fue donde me vino el problema. ¿Cómo reaccionaría Ori cuando se despertase y recordase las cosas que las dos habíamos hecho?, ¿se enfadaría y me rechazaría?, ¿se alegraría?, ¿se mostraría esquiva y no volvería jamás a sacar el tema?. Tan perdida estaba entre mis fantasías que no me di cuenta de que Ori se movió detrás de mí (ella me tenía abrazada por mi espalda), diciéndome que estaba despierta. Estaba muerta de vergüenza. No sabía ni qué decir. ¿Cómo explicar o excusarse ante algo semejante?.

            A la mañana siguiente desperté al sentir como Melissa se movía en la cama, pues ella estaba acurrucada entre mis brazos, dándome la espalda. Al despertar, el recuerdo de la noche pasada sacudió mi cabeza. Notaba que los efectos del alcohol se habían desvanecido, así que tocaba hacer balance de las cosas que Melissa y yo habíamos hecho. No sabía que pensar. ¿Podría justificarlo diciendo que fue por el alcohol?. Es verdad que estábamos bebidas, pero no tanto. ¿Una locura pasajera, como esos que matan a alguien y luego se sacan esa excusa de la manga?. ¡Ni por asomo estábamos esquizofrénicas, anda ya!. ¿Entonces, qué fue?. ¿Un arranque de pasión?, ¿un simple desfogue por el tiempo que llevábamos sin hombres?. Estaba hecha un mar de dudas...hasta que Melissa se giró y nos miramos a los ojos.

            No sé ni como saqué fuerzas para girarme y mirarla, porque el pudor me tenía en vilo, pero lo hice. Me giré, y la miré a los ojos. Ninguna dijo nada, solo estuvimos allí, en silencio, mirándonos la una a la otra con expresión ausente. No me atrevía ni a sonreír por miedo a que se tomase mal mi sonrisa. En su lugar, Ori me atrajo hacia ella y me dio un beso en la frente, volviendo después a abrazarme. Ese gesto dijo más que mil discursos juntos.

            Intentando asimilar lo ocurrido, de pronto lo vi claro: ella era Melissa, era mi niña, y aunque “mi niña” había crecido y me había hecho tocar la luna con los dedos, yo la seguía queriendo como siempre la había querido, así que la traje hacia mí para darle un beso en la frente, y entonces la abracé, quedándonos así un poco más. Ya nos preocuparíamos luego del mundo y sus chifladuras. Ahora era nuestro momento, suyo y mío, y nadie podía quitarnos eso. Nadie en absoluto.

            Al levantarnos de la cama, ella entendió que yo debía volver a casa, donde mi madre seguramente se estaría preguntando como es que yo no había dormido en casa. No era importante, sabría explicarme con ella. Para mí lo importante era Ori. Lo más importante del mundo.

            Melisa era lo más importante del mundo. Después de aquella noche, para mí era lo más valioso sobre la faz de la tierra. Sabía que a los ojos de mundo debíamos mantener las formas y no revelar lo ocurrido, pero ahora nos teníamos la una a la otra y nos moríamos de ganas de que llegase el día de estar juntas. Éramos uña y carne, éramos jóvenes, y teníamos la vida por delante.

            Estábamos enamoradas.

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