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Infidelidad en el cybercafé

en Hetero: Infidelidad

INFIDELIDAD EN EL CYBERCAFÉ

 Hace varios años viví una larga temporada en Chile, coincidiendo con mi época universitaria, que hice en el extranjero por un montón de razones que no vienen al caso. El hecho es que yo solo y sin más equipaje que algo de ropa, dinero y sin apenas experiencia en el mundo real, me lancé a la aventura de vivir en solitario y estudiar muy lejos de casa. El cambio de país y de cultura fue considerable, pero no tardé en hacerlo más llevadero gracias al cariño de la gente…y especialmente, del de Vera.

Hija de inmigrantes españoles (de cuando el Franquismo hizo huir a la mitad del país), Vera había nacido y se había criado en Chile pero nunca olvidó sus raíces, y el hecho de encontrar a alguien proveniente de España le hizo ilusión. Era una mujer muy hermosa, de pelo rojizo, casi caoba, que llevaba ondulado y largo pero que de vez en cuando se lo enrollaba a modo de coño en la nuca. Sus ojos eran castaños como tizones encendidos, muy vivos y alegres, lo mismo que su carácter, muy optimista. Poseía los labios más carnosos que yo hasta entonces había visto en una mujer, muy sensuales, al igual que su cuerpo, bien torneado, equilibrado y coronado con un pecho que llamaba a la vista ya que ella siempre llevaba tops ajustados para realzarlo y que siempre hubiera quien se lo mirase. Sus piernas también las lucía mucho usando mini faldas plisadas y botas altas hasta la rodilla, dejando los muslos al descubierto. Una perita en dulce.

Conocer a Vera fue fruto de la más pura casualidad. Yo carecía de ordenador y no me fiaba mucho de los portátiles (sigo sin fiarme a día de hoy), de manera que iba necesitado de un locutorio o un cybercafé desde donde pudiera llamar a casa de vez en cuando para decirles que tal me iban las cosas. Resultó, ironías de la vida, que al otro lado de mi piso de estudiante había un cybercafé con un buen servicio a los clientes, no era muy caro y me venía de perlas ya que en mi piso, que además era compartido, no había teléfono (y llamar usando un móvil sería una locura, al ser llamada internacional). Vera me atendió muy amablemente la primera vez que me presenté allí, aunque tardé en reaccionar porque su belleza me pilló de sorpresa. Menudo pibón. Rozaba la treintena, según deduje, pero tenía unas curvas que cualquier adolescente envidiaría. Cualquier deseo de seducirla o cortejarla se esfumó al saber que ella estaba casada y que el cybercafé lo llevaba con Domingo, su marido desde hacía unos 3 años. Y mal que me pese, Domingo, un chileno de pura cepa, me cayó tanto o más bien que la propia Vera, de modo que ni siquiera podía envidiarlo, pues antes de darme cuenta ya los tenía como buenos amigos en mi rutina cotidiana.

Con el paso del tiempo Domingo, Vera y yo forjamos una amistad muy fuerte y sincera, y cuando tenía un momento era frecuente que fuese a su negocio no solo para llamar a casa, si no para relajarme un poco jugando a algún videojuego que tenían en los ordenadores del cyber. Ese fue otro aliciente extra que casi se me olvidó mencionar: el cyber era bien grande, ocupaba los dos pisos de un bajo comercial, y había como 35 ó 40 ordenadores todos conectados para partidas en red. Gracias a ello también conocí a los clientes habituales, chicos y chicas de mi edad en busca de un momento de diversión y que en el cyber lo pasábamos todos muy bien, como una gran familia. Compaginando mis estudios con mis momentos de ocio me fui estableciendo en Santiago de Chile, casi adoptándolo como mi hogar. Me encontraba de lo más cómodo y la idea de quedarme allí a vivir se me antojaba cada vez más cercana…tanto como la de pasar una noche con Vera a solas haciendo toda clase de locuras, un pensamiento que pese a la amistad que nos unía, jamás había logrado desvanecerse del todo de mi mente.

Era inevitable, yo tenía con mis hormonas alteradas cada vez que veía semejante cuerpo de diosa delante de mí. Las curvas de Vera, que ella lucía muy provocativa, nos volvían locos a todos, y eso ella lo sabía. Ya se sabe ese dicho de las tetas y las carretas, y Domingo no había sido ningún tonto a la hora de poner a su mujer para atender a los clientes, que nunca faltaban (y que por supuesto la mayoría éramos hombres). Vera era consciente de su gran poder de seducción, y sabiendo de su atractivo, le sacaba todo el partido que pudiese. A fin de cuentas, aquello seguía siendo un negocio y no existe ley más certera ni antigua como la de que el sexo siempre vende. Cuantas fantasías sexuales habré tenido aquellos años pensando en ella. Incontables las veces que por las noches me la imaginaba cabalgándome a lo loco, o poniéndola a cuatro patas y gozándola hasta el delirio: sentados en un sofá viendo una película porno, en la playa delante de todos enseñándoles lo que era follar a una mujer de verdad, en la cima de una montaña al aire libre, en los baños de una discoteca o en la habitación de un motel, mi imaginación iba disparada imaginando toda clase de locuras y placeres que ella y yo nos daríamos. Aquí es donde debo confesar lo siguiente: nunca pensé en llevar mis fantasías a lo real…pero el destino iba a jugar conmigo de un modo que no esperaba.

Domingo, aún siendo una persona encantadora, a veces era….como decirlo…no aniñado, pero quizás algo infantil. Se lo pasaba tan bien con nosotros jugando que se olvidaba del mundo exterior y dejaba a Vera al cargo de todo. Yo no veía nada raro en aquello, a fin de cuentas era el dueño, el negocio iba de perlas y podía permitirse el lujo de hacer lo que quisiera…pero sí que, no sé como, comencé a intuir que quizá esa forma de pensar no se limitaba solo a los videojuegos y a “la pandilla”, como nosotros mismos nos llamábamos, si no a todo lo demás…y que quizá Vera fuese la que pagase el pato. En mi retorcida mente una idea cobró forma de manera lenta pero inexorable: que quizá Vera estuviese necesitada de sexo. Bien es sabido que la gente raramente valora lo que tiene, y eso incluye incluso a las personas. Si Domingo estaba más atento a su negocio que a su mujer, ¿no era razonable pensar que quizá su vida marital era escasa, por no decir mínima o inexistente?. Me consideraba un loco por pensar así, porque viendo a Vera, ¿cómo no hacerle el amor todas las noches antes de dormir, o por la mañana nada más despertar?. Que locura dejar que ese cuerpo pasara hambre.

Aunque no era modelo, podía haberlo sido de haber querido, modelo o chica de discoteca bailando encima de una tarima para el deleite del personal. Una chica de las de quitarse el sombrero y caer rendido a sus pies. No lo mencioné antes al describirla, pero tenía un culito durito y respingón que debía ser maravilla de la vida sentirlo entre las manos, a Vera le gustaba tonificarse el cuerpo en el gimnasio siempre que podía, lo que por nuestra parte siempre le agradecíamos, especialmente cuando llegaba en mallas al trabajo y marcaba todas y cada una de las curvas de su cuerpo. Ojalá pudiera mostrar una foto o algo parecido para que se viese, pero mucho me temo que no tengo esa clase de tesoro visual (ya me hubiese gustado tener fotos así), solo el recuerdo de verla llegar mochila al hombro y cantimplora en mano, enfundada en aquellas prendas que dejaban nada a la imaginación: tetas firmes y empitonadas, vientre plano al descubierto, muslos bien marcados, culito en ristre y carita de ángel…nos traía de cabeza a todos, aunque no sé si ella era realmente consciente del efecto de sus encantos en nosotros.

Vera tenía esa actitud desenfadada y abierta de quien no es consciente de todo su encanto (o que fingía no ser consciente de ello), lo que nos daba más morbo porque al no creerse lo buena que estaba, no se las daba de diva ni de tía buena, no poseía esos aires vanidosos o egocéntricos, lo que más que complementarla, era la guinda que daba el remate final a tanta perfección de mujer. Ahora me hace gracia recordarlo, pero cuantas charlas habré tenido a la salida del cyber con los otros chicos, debatiendo sobre Vera y su cuerpo, desahogando nuestros deseos en voz alta sobre sus labios o el tamaño de sus tetas o mil cosas parecidas. Ya aseguro que charlas de esas las hubo a patadas, a cada cual más caliente. Por supuesto, era fruta del árbol prohibido, y eso nos incitaba aún más para hablar de ella y de los polvos que Domingo podía echarla tan ricamente mientras nosotros teníamos que buscar alguna niñata de nuestra edad o consolarnos usando tracción manual. Vera era cariñosa, extrovertida, muy vivaracha e ignorante de su condición de diosa entre mortales, ¿alguien daba más?.

Los acontecimientos se precipitaron al paso del tiempo, más concretamente a la conclusión de mi estancia en Santiago de Chile. No solo estaba acabando el curso, si no también mi carrera, lo que por fuerza implicaba mi regreso a España. Alejarme de allí me dolía como no me hubiese podido imaginar en un principio, había llegado a sentirme como en casa y perder todas aquellas amistades se me hacía muy difícil, aunque en mi corazón albergaba la esperanza de mantenerlas por Internet y quizá, solo quizá, volver de visita a Santiago de Chile de vez en cuando. Aunque esperaba que el día fatídico no llegase nunca, eso solo fue una paja mental de mi parte. En efecto, el curso acabó, yo me había sacado la carrera y era momento de volver, pues a fin de cuentas, mi familia y amigos de España también me echaban de menos, de modo que un par de días antes de mi partida pasé por el cyber para despedirme y agradecerles a ellos todo lo que habían hecho por mí. En mi honor la pandilla celebró una sesión maratoniana de juegos en red, para divertirnos a lo grande…sin saber que la diversión me la iban a dar a mí.

Todo ocurrió a últimas horas de la noche, cuando en el local solo estábamos los clientes habituales En aquel momento, el segundo piso del cybercafé estaba de reformas y las mesas estaban vacías de ordenadores, teclados y demás. Me hallaba inmerso en una partida con Domingo y compañía cuando sentí la llamada de la selva, de modo que pidiéndoles perdón yo tenía que ir al baño (que se hallaba al final de la parte superior) a aliviar aguas menores y les dije que bajaría en cuanto me fuese posible. Entre risas y bromas subí las escaleras, fui hasta el baño y allí me alivié terminando mucho antes de lo que yo mismo me suponía, limpiándome debidamente (y con esmero, que siempre he sido muy aseado para esas cosas). Cual sería mi sorpresa cuando me disponía a salir del baño (y a tirar de la cadena) que a la puerta del baño vi a Vera, de pie junto a ella, mirándome fijamente. Me hizo un ademán de que no subiese la mano, que no tirase de la cadena todavía. Con una gran tristeza en sus ojos me susurró que lamentaba mucho que yo me tuviese que ir…y sin darme tiempo a decirle nada, me besó.

El beso me pilló por sorpresa, ni remotamente me lo esperé, pero fue más que bien recibido por mi parte. Aquellos labios pegados a los míos sabían a gloria, era mil veces mejor de lo que yo me lo había imaginado. No me resistí al impulso de abrazarla para saber lo que era tener aquel ángel rodeada por mi cuerpo. Era cálida, casi etérea. El beso se convirtió en un beso de tornillo que casi me taladró de parte de parte. Vera sabía besar como toda una diablesa. Sabíamos que no podíamos perder el tiempo, y que como la gente estaba abajo enfrascada en la partida, ni habían reparado en ella ni en mí…al menos de momento. Nuestro momento era limitado y no íbamos a perder ni un segundo en fantasías inútiles. Sin dilación desatamos nuestras pasiones en sepulcral silencio y nuestras manos recorrían nuestros cuerpos como enloquecidas. Jamás podré olvidar la maravilla de sentir sus tetas entre mis manos, por encima de aquella chaquetilla que le dejaba el vientre al descubierto. Eso no eran tetas, era un manjar de dioses.

Desabotoné los tres botones de la chaquetilla…y para mi sorpresa comprobé que no llevaba ropa interior (al menos por arriba). La visión de sus pezones todavía a día de hoy me provoca un intenso sudor frío: duros, prominentes, de color amarronado, con la aureola no muy grande, receptivas al tacto a tenor de las caras que su dueña ponía cada vez que se las tocaba con los dedos o cuando pasaba mi lengua por su canalillo para ir después a sus pezones y chupetearlos, metiéndolos en mi boca. Desde entonces y hasta ahora soy un apasionado de las tetas bien formadas, aunque por desgracia aún no pude encontrar un par que superase a las de Vera, sin duda alguna el cénit del placer. Sabían tan bien en mi boca que me las comí como un niño goloso que hubiese encontrado un tarro de chocolate. Por supuesto debía procurar no dejar ninguna marca en su cuerpo que más tarde pudiera delatar lo ocurrido, aunque quizá para cuando eso pasase yo ya estuviese a medio mundo de distancia.

Si los labios de Vera sabían besar endiabladamente bien, no digamos ya a la hora de chupar pollas. Mientras la tenía pegada a mí, morreándonos como furtivos amantes que éramos, me desabrochó el cinturón y metiéndome en el baño (menudo morbo estar en pleno pasillo dándonos el lote; de haber subido las escaleras, cualquiera nos habría podido pillar in fraganti) se arrodilló y se puso a comérmela toda, de arriba abajo. El morbo de la situación era irresistible y tuve que hacer acopio de fuerzas para no irme al primer lametón que me dio. Que arte tenía la condenada, que forma de chupármelo todo sin dejarse nada fuera. Su lengua se enroscaba alrededor del tronco de mi polla y cual serpiente, iba de acá para allá controlando el ritmo y la cadencia de la mamada. Desde donde me encontraba podía ver sus tetas bamboleantes al aire, las mismas que instantes atrás estaba devorando con fruición e indecente pasión. Solo de pensarlo me la ponía mucho más dura…y ella seguía dale que te pego como una obsesa sexual.

Con su mano derecha me la sujetaba mientras que la izquierda la usaba para hacerme un masaje en los huevos, cosa que no pensé que pudiera dar tanto placer (hasta ese entonces, nunca me lo habían hecho). Con mimo y dedicación acarició mis pelotas e incluso pasó un poco la lengua por ellas de vez en cuando, para luego volver a mi polla y tragársela hasta el fondo. Su cabeza iba y venía muy rápido al principio, pero cuando fue reduciendo su velocidad y aumentando su profundidad de chupada, creía morirme de placer. Dios mío, ¿pero de donde había salido aquella maravilla de mujer?, ¿cómo diablos estaba pasando todo aquello?. Tan solo varios minutos atrás estaba en el baño con ganas de volver a mi partida…y ahora me encontraba con Vera comiéndomelo todo en un ilícito acto que solo sería para encenderme más aún. Lo lamentaba por Domingo, pero no estaba dispuesto a dejar Santiago de Chile y volver a España sin antes follarme a su mujer: aunque solo fuese una vez, Vera iba a ser mía, y solo mía.

Diciéndole que parase o de lo contrario me hubiese corrido antes de tiempo, la puse en pie para volver a saborear sus tetas…y en un movimiento reflejo que la cogió por sorpresa le devolví el favor, me arrodillé, aparté su tanga de hilo y sin detenerme ni un segundo le hundí mi lengua entre sus piernas. Subí su mini falda plisada a la cintura aproveché para magrearle el culo como tantas veces yo había querido. Era tal y como lo había imaginado en tantas ocasiones, su tacto era perfecto, sus formas, generosas…los deseos que sentía de darle por el culo eran increíbles, aunque sabía que eso sería a todas luces imposible, un deseo que jamás podría satisfacer por falta de tiempo (y quizá de espacio, si como pensaba Vera no estaba habituada al sexo anal y por tanto su orto no estaba lo bastante abierto para permitir el paso de mi polla). Los gemidos de Vera me empezaban a preocupar pero luego recordé que aún estando solos en el ciber, la pandilla solían poner los auriculares al jugar en red, lo mismo que Domingo, de modo que en mi mente cruzaba los dedos por que no nos escucharan…y en secreto, para que lo hicieran y viesen lo que estaba gozando delante de ellos sin que se diesen cuenta.

Y en cuanto a Domingo…mi lado más perverso deseaba que nos pillase en pleno acto sexual y no fuese capaz de pararnos, que viese con impotencia como me tiraba a su mujer y viese lo necesitaba que ella estaba de buen sexo, el mismo que yo le iba a dar por todo lo alto después de la comida de coño que le estaba haciendo en el baño de su propio local. ¡¡Y que coño tenía la muy perra!!, aquello era maravilla de la vida, un deleite para el paladar, se humedecía de forma deliciosa y todo su cuerpo convulsionaba al contacto de mi lengua con su intimidad, a la que trataba mimosamente con todo tipo de lametones y de juegos sexuales. A veces me daba por penetrarla tanto como pudiese y otras me iba por las ramas describiendo letras y números sobre sus labios mayores, lo que la volvía loca. Llevando mis manos a sus tetas, se las acaricié y me apoderé de sus pezones, con los cuales jugueteé sintiendo la durez que adquirían entre mis manos y mi lengua dentro de ella. Vera estaba muy necesitada…y yo iba a satisfacerla.

En un movimiento tan sorprendente como peligroso, salimos del baño y Vera se echó a la larga sobre unas de las mesas vacías en donde se ponían los ordenadores. Se abrió un poco de piernas y allí, semi desnuda, me invitó a que me la follase. Con más miedo que lujuria (y el miedo era doble: por un lado, que Domingo o alguno de los chicos me pillase; por otro, que la mesa no aguantase pues estaba apuntalada en la pared pero no al suelo) fui hacia ella, la arrastré hacia la esquina y guiando mi polla con la mano fui penetrándola lenta pero inexorablemente. Fue una conmoción ese primer instante en el que eres consciente de que por fin tu gran sueño se está realizando. No me lo podía creer pero al fin estaba pasando: acababa de penetrar a Vera y me la iba a follar allí mismo, con 5 ó 7 personas en el piso inferior, ignorantes de lo que pasaba encima de sus cabezas. Inicié el bombeo en su interior mientras ella se dejaba hacer, deseosa de ver calmadas las ansias de su cuerpo caliente. Dios mío de mi vida que vicio de mujer, que cuerpo, que ardor, que todo…no hay palabras para describir el placer de follarse a tan espectacular diosa…

Mi polla entraba y salía de ella con una facilidad pasmosa, estaba mojadísima de tanto que la había lubricado antes a base de lengua y dedos. Me curvé un poco sobre ella para poder morrearme con ella sin dejar por un instante de embatirla. En ese momento mi vida, todo mi ser clamaba por seguir follándola, no había nada más que pensar o que sentir, toda mi vida estaba encaminada a cepillarme a Vera en su propio local, tirármela a base de bien y dejarla con una gran sonrisa en los labios. Nunca me había entregado así a una mujer, claro que tampoco antes me había tropezado con un ángel como ella, cuyo cuerpo era un regalo para la vista. Me morreé con Vera un par de veces antes de curvarme un poco más forzando la maquinaria para así llegar a sus tetas y comérmelas un poco más antes de cambiar la dinámica del infernal polvo que estábamos echando: a la que pude cogerla por los brazos, la atraje hacia mí, me la sujeté lo mejor que pude (cosa nada fácil) y la puse contra la pared, atrapándola entre esta y yo sin parar de follar con ella. Vera se me enredó al cuerpo y al oído me suplicaba que no tuviese piedad de ella. Su súplica me atravesó de parte a parte, quemando mi memoria. Solo esa vez recibí esa petición…y todavía me estremezco al recordarlo.

Tal y como ella pedía comencé a cambiar el ritmo de mis acometidas, intentando apretarme contra ella lo máximo posible. Sus tetas se apretaban contra mi pecho y eso me encantaba. La penetraba cada vez más profunda, rítmica y profundamente. Vera me acariciaba la nuca con sus manos, y chupándome el lóbulo de la oreja (dios como me pone eso) me decía cuanto disfrutaba, lo bien que lo hacía y lo mucho que llevaba sin darse un gustazo al cuerpo. Con sus piernas rodeándome tenía más libertad de penetrarla y así lo hacía, me esmeraba en tirarme a Vera como dios mandaba. Antes muerto que dejarla mal follada. Dicho y hecho, realicé el último movimiento antes de correrme y la puse de nuevo en la mesa de ordenadores, pero boca abajo, con el culito en pompa y sus tetas apretadas contra la mesa (se le salían por los lados…morbazo total). En esa postura volví a penetrarla y me dispuse a darle los últimos meneos antes del clímax final al que íbamos a llegar medio muertos. Me faltaban fuerzas pero tampoco podía parar en lo que estaban haciendo. Curvado sobre Vera y con sus tetas bien apretadas no por la mesa si no por mis manos (y gustazo que me di amansándolas como si estuviese dando forma a una barra de pan), me la trajiné los últimos momentos antes de gozar y correrme dentro de ella como un loco, cosa que hice aunque en principio yo no quería pero que no fui capaz a resistirme cuando ella me dijo que lo quería todo dentro y que me corriese como el cerdo que era por convertir a Domingo en un cornudo. Después de eso, perdí la poca cabeza que me quedaba.

No diré eso tan manido de “fue el mejor polvo de mi vida”, pero sí que fue uno de los mejores. Por lo menos fue el más amoral que eché, eso sí. Me quedé como los chorros del oro, y Vera no digamos…parecía la viva imagen del placer, todo su cuerpo lucía espectacular recién folladita como estaba, casi pedía un segundo asalto pero sabía que eso llamaría la atención. Un polvo rápido se podía echar, pero dos no. Sugiriendo una idea a Vera ésta aceptó, ella se metió en el baño y tiró de la cadena mientras yo, que me había recompuesto como pude, volví al piso inferior con los amigos para seguir la partida. Por supuesto que fui objeto de bromas por parte de ellos por tardar tanto, y les expliqué en broma que cuando la naturaleza llama había que ir sin importar el tiempo que se tardase. Al no ver a su mujer, Domingo me preguntó por ella y le dije que la pobre estaba fuera del baño esperando que yo saliera para entrar ella por que le había dado un apretón repentino (y tanto que le había dado…me dejó para el arrastre).

Caliente, viciosa, salida, morbosa, berrionda…Vera fue todo eso y más. El viaje de regreso a España lo hice con el recuerdo de su cuerpo entorno al mío, y su tanga en mi bolsillo (del que me apropié indebidamente cuando hubimos gozado) que guardo como el tesoro más valioso del mundo y del que no me desprenderé nunca. A día de hoy tengo un trabajo estable, una esposa y una hija pequeña que son el amor de mi vida. La ídem ha sido buena conmigo y de mi aventura chilena pude conservar la mayoría de las amistades que hice, con las que sigo manteniendo un contacto regular y a las que voy a ver cuando las circunstancias me lo permiten, recordando con cariño aquellos años de juegos y diversión. En cuanto a Vera, ella y Domingo cerraron el cyber y abrieron un restaurante. De hecho, si mi familia y yo vamos a Santiago de Chile, siempre somos invitados a comer en su local. Domingo jamás supo de la infidelidad de su mujer, y yo tampoco nunca lo he contado a nadie. ¿Lo mejor de todo esto?. Que mi esposa y Vera son íntimas amigas, que se llevan de maravilla…y que no sabe lo que Vera y yo hicimos en aquella ocasión, ni las que siguieron a esa cada vez que volvemos a vernos…

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