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Svetlana

en Hetero: General

SVETLANA

Después de más de 4 años sin darme un momento de respiro, decidí que era buen momento para cortar con todo y largarme de vacaciones al sur del país: conocer nuevos sitios, nuevas gentes, alejarme de todo lo que conocía y adentrarme en lo desconocido. En un viaje de 14 horas de bus, decidí llevarme un par de libros para pasar el tiempo lo más entretenido posible. Cierto es que podría haber hecho lo mismo que el resto de mis vecinos de circunstancias y dormir la mayoría del viaje pero me niego en redondo a eso. No es que tenga problemas de sueño, si no que para dormir están las camas, no los (muy incómodos) asientos en donde es un milagro el lograr sentarse con holgura. Me dio por comprar el libro de Casino, de Nicholas Pileggi, en el que se basaron para hacer la obra maestra que supuso su adaptación al cine por Martin Scorsese con Robert DeNiro, Joe Pesci y Sharon Stone, pues fue de siempre una de mis películas favoritas, y al enterarme de que había libro me interesó ver que me podrían ofrecer sus páginas. Lo compré con ilusión esperando poder leerlo de un tirón en el viaje pero el destino me había reservado algo que hizo del viaje toda una odisea.

Durante el primer tercio del viaje me senté al lado de una mujer encantadora con la que no solo me pasé casi todo el rato hablando, si no que agradecí ese tono cordial y amable de una conversación entre dos extraños en el que predominan las buenas formas. Lamenté mucho su marcha, aunque al menos fui capaz de quedarme con su número para poder llamarla de vez en cuando. Su sustituta, una vez el bus llegó a la estación de buses de esa ciudad, fue una chica que ya solo de verlo, despertó mi indiferencia: calculé a ojo de buen cubero unos 18 ó 19 años (si llegaba a ellos), de pelo muy rubio (sin llegar a ser platino oxigenado; se le notaba que era natural), vivos ojos azules, de expresión muy alegre y poco atuendo, tan solo una mini falda, un top de tirantes, una mochilita a sus espaldas y un par de zapatillas deportivas con calcetines. Su nivel de conversación debía ser tan profundo como el de una berenjena, así que puesta a mi lado sin que pudiera hacer nada por evitarlo (los asientos estaban numerados), el bus siguió su camino y yo cogí la novela para dedicarme a ella. Cierto era que esa chica y yo debíamos estar separados por unos 5 ó 6 años, no más (yo acababa de cumplir 25 años en aquel momento), pero ese tipo de tías de serrín por cerebro jamás me gustaron. Tan infantiles y caprichosas como una niña pequeña…pero aquella niña iba a hacérmelas pasar putas.

Justamente a la caída de la noche, cuando faltaba como 2 horas para la siguiente parada, el bus entero iba durmiendo el sueño de los justos, o como digo yo, "el sueño de los tontos", viéndolos colocados en posturas tan ridículas que casi estaban de foto para reírse de ellos. Yo estaba leyendo mi novela con avidez, comprobando como los nombres de los protagonistas cambiaban de la novela al cine (Frank Rosenthal pasaba a ser Sam Rothstein; y Tony Spilotro se convirtió en Nicky Santoro), cuando la núbil niña que tenía a mi lado, durmiendo igual que los demás, se giró en su asiento, quedando de cara a mí, murmurando algo ininteligible. En aquella posturita, recostada del lado derecho, su escote salido hacia fuera debido a la presión de ambos brazos me mostró generoso un poco más de carne de lo deseado. Por instinto me giré a mirarlo y lo que me pareció ver me turbó un poco: parecía que tenía algo que me chifla en una mujer, un rasgo único que pocas veces he visto (solo dos, la verdad: en Samantha Fox y en Traci Lords, y en ambas era demasiado niño para comprender lo que veía), las suficientes para que me marcaran de por vida (Fox y Lords, dichas antes): "pezón galleta".

La definición de pezón galleta podría ser la siguiente: "pezón de abultada forma con una areola desproporcionadamente grande, generalmente de color nacarado suave". Dicho así suena tan frío y técnico que es casi glacial, pero a la vista (al menos a la mía) el pezón galleta es algo que me incita sobremanera. Lo raro es que no me parecía que mi vecina de asiento fuera lo que se dice bien desarrollada, pero por lo que se intuía por ese escote es que la dueña de aquel pecho tenía un pezón galleta de buen tamaño…y eso que solo estaba viendo nada más que el borde superior de la areola, nada más. Mi pulso tembló un poco imaginando como sería aquello que mis ojos solo alcanzaban a intuir, y mi novela por poco se va al suelo, pero en el último momento logré sujetarla. Entonces, ocurrió lo que ahora veo como el detonante de todo lo que pasó después. Suspirando de alivio por haber evitado que la novela se cayera, mi vecina volvió a murmurar algo que no supe entender, pero eso no fue lo peor: lo peor fue que su mano izquierda se movió en sueños…aterrizando encima de la bragueta de mis pantalones.

Mis ojos se abrieron como platos al ver que su mano, de forma inconsciente, se había posado encima de mis pantalones, moviéndose al azar por encima de mi paquete, el cual yo intentaba por todos los medios mantener lo más sereno posible…cosa nada fácil cuando una mano guiada por un inconsciente que a saber qué estaría soñando no hacía más que moverse con ligereza de un lado a otro, frotándose con mi entrepierna de una manera que ya era un milagro evitar cierto tipo de gemidos y jadeos, y aunque yo intentaba apartar su mano para eludir aquella embarazosa situación, me fue imposible: siempre que lo intentaba ella volvía al mismo sitio, y siempre me palmeaba o me tocaba como si estuviera buscando algo. Di por hecho, dada su actitud melosa, que se hallaba inmersa en algún sueño erótico y que, de alguna manera, ese sueño llegaba hasta mí. Mi fútil intento de terminar con aquello sólo logró que ella frotara su mano contra mi bulto hasta que éste, debido a la presión de los pantalones por estar sentado en aquel estrecho sillón, hizo que me doliera y que cometiera una soberanísima locura dada la situación: abrí mi cremallera y me saqué el miembro para liberarlo de su dolorosa prisión. Estúpidamente pensé que ahí acabaría todo y que, vuelto a su sitio tras desinflarse, todo aquello sería una mala experiencia. Me equivoqué. Aquella manita que antes me rozaba pasó a una nueva fase: se aferró a ella y me la sujetó con firmeza.

No podía creerlo. Aquella chica tan insulsa y tan indistinta a mis ojos del resto de las demás estaba logrando ponerme en un serio aprieto. Con su fina manita y su tacto suave no solo se me había agarrado a mi miembro, si no que lo mecía y mimaba de una forma que nunca había conocido. Ni una sola de mis novias y/o amantes ocasionales se las había apañado para darme semejante trato, digno de reyes. Tenía que hacer titánicos esfuerzos para no gemir ni chillar, en un desesperado intento para que ninguno de los demás pasajeros se despertara, y más sabiendo que había dos o tres personas, pues ya me había fijado en ellas, con un sueño algo ligero. Mi inconsciente ninfa se relamía y gemía por lo bajo mientras esbozaba pequeñas sonrisas que me imagino que estarían dedicadas fruto al chico con el que estaría soñando. Mis esfuerzos por sacar su mano de allí encontraron un adversario inderrotable: el placer.

Rendido a la oleada de caricias y sensaciones que aquella chica aniñada me estaba dando, mi cuerpo cedió al impulso más básico del ser humano y se dejó llevar, permitiendo que aquello sucediera. Sujetando con fuerza los brazos de mi asiento, ejercía tanta fuerza con las manos que casi temí romperlos. Llevado por la malicia, cedí también al impulso de querer contemplar aquel pezón galleta antes intuido, y con cuidado y timidez llevé mi mano a su top de tirantes color azul y probé a deslizar su escote hacia abajo. Llevaba un fino sujetador que pude echar también para abajo y, mejor de lo que yo imaginé, pude contemplar las tetas más hermosas que jamás vi, coronadas con el pezón galleta mejor dibujado del mundo: de un color nacarado claro, con una areola grande, de pezón pequeño y centrado, apetecible al paladar solo de verlo. Y entonces, perdido, en mis divagaciones, ocurrió lo impensable: ¡¡SE DESPERTÓ!!.

Fue instantáneo, de golpe, fruto como de un susto que hubiera tenido en el acto. Despertó sin armar ruido, sin gritar, sin decir una sola palabra. Despertó, y se me quedó mirando, con aquellos ojos clavados en los míos. Por unos instantes permanecimos los dos quietos como estatuas. Yo, totalmente asustado, dominado por un sentimiento de terror indescriptible. Sabía que, si ella decía o hacía algo, a mí me podía buscar la ruina. Ella, por contra, siguió mirándome sin expresión alguna hasta que, como comprobando lo acojonado que estaba, hizo algo que aún me asustó más: sonrió.

Fue una sonrisa entre alegre, pizpireta y al mismo tiempo perversa y cruel. Hay que decir que, en todo momento, siguió teniendo mi polla en su mano y que, una vez se despertó, había parado de acariciarme aunque no por ello me había soltado. Y cuando la vi sonreír así sentí verdadero pánico. Lo sentí al ver que gritar o quejarse era lo último que tenía en mente, y como una declaración de intenciones, reanudó sus caricias en mi verga pero ahora eran conscientes, a sabiendas. Yo hice un par de meneos con la cabeza a modo de negación para que parásemos, pero ella, con una radiante sonrisa infantil de oreja a oreja, asintió con la cabeza al tiempo que hizo un arqueo de cejas diciéndome que aquello iba hacia delante y no tenía freno alguno. De pronto, me sentí igual que el protagonista de aquel videoclip de Billy Idol en que un escritor tímido y apocado se ve dominado por una chica que, con apariencia angelical, había ido a su casa para escuchar una cassette que ella traía, para luego revelarse como una fiera que lo domina y seduce hasta estamparle un señor morreo como premio. Aquel era unos de mis videos favoritos de siempre, y siempre me había dicho gracia el protagonista, acosado por una núbil y perversa ninfa. Jamás me había imaginado que un día eso me pasaría a mí.

Tenía mi polla a reventar, mi dominadora me masturbaba con pasión febril y me tenía casi al borde del orgasmo. Yo intentaba contenerme como podía, me retorcía sobre mi asiento reprimiendo al máximo mis gemidos y jadeos. Si se me iba la mano, tanto a ella como a mí nos iba a caer un lío de tres pares de narices…¡pero es que ella no paraba ni para dejarme tomar aliento!. Encaprichada de mi verga, aquel ángel perverso de seducción me estaba haciendo una señora paja que casi pensé, sumergido en delirios, que iba a pintar de blanco el autobús de donde estaba a varios metros de distancia. Ella debió percatarse de mi próximo estado al goce y con rapidez felina abrió su boca y tragó todo mi rabo candente, ayudándose de la boca para llevarme al éxtasis. Aquello ya fue el acabose: incapaz de retenerme por más tiempo, fui presa de un orgasmo fenomenal y eyaculé largos chorros de semen que fueron directos a la boquita de mi amante, la cual hizo las veces de aspiradora humana y chupándome hasta el punto de pensar que me iba a chupar la vida entera succionó toda mi leche y lo tragó como si estuviera famélica de leche de hombre. Juro por dios que jamás vi nada parecido. Nunca.

Mordiéndome el labio hasta el punto de pensar que me lo iba a romper y a hacer sangre por la fuerza del mordisco, noté el palpitar de mi rabo entre las manos y la boca de aquella vampiresa sexual. Pude sentir los chorros de mi esperma caliente que se deslizaban por su boca e ir pasando por su garganta tras ella tragarlos. Debido a aquella atmósfera perversa, me corrí algo más de lo normal por la sobreexcitación y pensé que no podría con todo, que algo se le escaparía. Una vez más, me equivoqué. La nena fue una auténtica gourmet, y tragó y tragó hasta que no le quedó nada de nada en la boca. Al girarse para mirarme, me dedicó una sonrisa triunfal. En el bus, a nuestro alrededor, no se enteró ni un alma. Todos dormían. ¿Todos?, de pronto, mientras giraba la cabeza para volver a mirar a mi ninfa, en que me hallaba mirando los últimos asientos de atrás, me pareció ver por el rabillo del ojo que otros ojos me miraban. Eran los de una chica, dos asientos atrás de nosotros del otro lado, pero al volver a mirar, la chica estaba dormida. Me quedé con la duda, pero no por mucho tiempo. ¿La razón?: el segundo asalto.

Pensé, estúpidamente, que ella se había satisfecho de mí tras chuparme a gusto. No fue así. Ella quería más, y no tuvo reparos en deslizar los tirantes de su top y se lo bajó hasta casi su cintura, dejándome ver sus tetas. Ver aquello fue el paraíso: era algo sobrenatural. Aquellas tetas de buen tamaño sí que tenían un señor pezón galleta ¡¡y ella me las ofrecía de buen grado!!. Por suerte para nosotros, había algunos asientos vacíos y uno de ellos era precisamente el que tenía detrás de mí, de modo que pude echar para atrás mi asiento, y ella hábilmente se puso sobre mí para que le pudiera chupetear esas guindas por pezones que tenía. Mientras que con mis manos le sobaba el culo (esencia de pura juventud) ella se me entregaba y me ofrecía sus tetas como compensación por la fantástica paja que me hizo. Normalmente suelo tardar un poco de volver a empalmarme tras haberme corrido, pero entre aquel culazo terso y fino que tenía y las tetonas que me degustaba, aquello volvió a subir como los precios de la gasolina. Ella lo notó y llevó su mano para tocarme. Entusiasmada de veme duro, me lanzó otra sonrisa diabólica, y supe que me tenía pillado por los mismísimos. "Ahí vamos", pensé, "directos al infierno".

Subiéndose la faldita para enseñarme su fino tanga, se lo apartó a un lado para dejarme ver un chochito depiladito, de formas apetecibles, que sobé un poco buscando su punto sensible, antes de dejar que ella tomase el control de la situación, que a estas alturas ya ni me importaba: acariciándome el tronco del miembro hasta la punta, guió la maniobra de entrada y en aquella postura recostada se penetró, sentándose sobre mí verga hasta que la tuve totalmente barrenada. Dejamos pasar un momento hasta que nos adaptamos a aquella situación. Un instante que se me hizo eterno que siempre recordaré: su cara retorcida por el placer, su carita pizpireta y alegre con los ojos cerrados, la boca entreabierta y su cuerpo convulsionándose al sentir como mi polla le iba entrando hasta el fondo. Mordiéndose el labio inferior, su expresión de goce, con la boca húmeda y abierta, se cambió por una de alegría y excitación, esbozándose como una especie de sonrisa borracha de euforia. Esa cara valió por todo el oro del mundo.

Dejando a ella tomar el control, comenzó mi ninfa a moverse sobre mí meneando su cuerpo para subir y bajar de mi verga, penetrándose ella misma en una cabalgada que se me antojaba perfecta. Sin despegarse de mi cuerpo ni efectuar bruscos movimientos, mi vampiresa preferida y yo empezamos a follar con unas ganas terribles. Los preliminares me habían puesto la líbido por las nubes, aquellos pezones que podían sobar o chupetear de cuando en cuando me tenían al rojo vivo, y ella…bueno, a ella solo había que verla para darse cuenta de que estaba necesitada de hombre que la pasara por la piedra, y ya que estaba a mano para la tarea, pues me tocó follármela. Estaba loco por la niña de las narices. Niña de carácter, cuerpo de mujer, vicio en estado puro. Aquella mezcla era insuperable, ¡¡y que manera de joder!!. La virgen como me montaba la nena, jodíamos como cerdos, la tía iba y venía metiéndosela entera y volviendo a sacar, así sin parar y de tal modo que no hacía mucho ruido al rebotar sobre mí. Tras una buena tanda de besos y sobes, mi lasciva amante se detuvo un poco, se levantó y se dio la vuelta para sentarse de espaldas.

Aquello me permitió ver su perfecto culo, el cual deseaba barrenar para ponerla más berrionda, pero no: sentándose de espaldas mí, volvió a penetrarse y se echó encima mío, de espaldas a mí. Viendo la situación, enderecé mi asiento para así estar más sentado que recostado y meneé mis caderas para follarme a mi vampiresa a placer. Mmmmmmmmmm que rico coñito tenía la nena, se mojaba que daba gusto, y mi polla entraba que era una maravilla, aquello era una balsa de aceite. Lo mejor es que en esa postura podía magrearle las tetas mucho mejor, tenía sus pezones entre mis dedos y los estrujaba y arrugaba con las yemas de mis dedos. Su tacto me embriagaba, el olor de su cuerpo juvenil me tenía en vilo, le chupaba el cuello mientras seguía penetrándola, me la beneficiaba que era un primor, ella no jadeaba, ni gemía, aguantaba sus ruidos con la boca abierta mientras, cual amazona, me montaba con jovial ímpetu disfrutando de mis embatidas dentro suyo. Estábamos al borde del orgasmo, yo quería gozar de una vez y sé que ella también, así que le di más fuerte y más hondo, sin contemplaciones. Íbamos camino del orgasmo….otra vez.

No tengo palabras para definir lo que fue ese momento sublime del orgasmo, en que el suyo y el mío quedaron entremezclados, en que se derrumbó sobre mí y le hice girar un poco la cabeza para darle un soberbio morreo con lengua, mientras le acariciaba su tierno coñito con mi mano. Estuvimos así un rato más hasta que, volviendo de nuevo a la realidad y con el miedo de ser pillados (más por mi parte que por la suya) ella fue a su asiento, pero no se volvió a poner la ropa: siguió enseñándome sus tetas un poco más y su conejito recién follado. Por unos minutos estuvimos de toqueteos, pero luego ella dio un bostezo y reajustándose la ropa, se recostó para volver a quedarme dormida. El sueño también comenzó a afectarme a mí. Normal, entre el miedo, el pánico, el placer y el esfuerzo del polvo, había quedado roque. Estaba cansado y al final, a pesar de que no quería, busqué la postura más cómoda que pude y antes de darme cuenta estaba en brazos de Morfeo, durmiendo como un bebé.

Cuando desperté, me encontraba solo. Literalmente hablando. Ni estaba la chica a mi lado ni nadie más: habíamos llegado y la gente estaba recogiendo su equipaje del bus. Me levanté para hacer lo mismo con el miedo de que quizá mis maletas hubieran desaparecido, y por suerte comprobé que estaban donde las había dejado. Entonces eché manos de mi bolsillo para coger las llaves con que abrir el candado que unía mis tres maletas (para evitar que se desperdigaran), y entonces di con algo extraño que antes no estaba ahí y que saqué para ver que era: se trataba de un kleenex en el que, garabateado en un inglés que entendí a duras penas, había un número de teléfono con unas palabras que decían lo siguiente: "Gracias por la diversión. Con amor, Svetlana".

-Te lo puso en el bolsillo hace 10 minutos, según llegamos. Ya marchó, pero está en la ciudad. ¿Se lo hiciste pasar bien, eh semental-escuché de una voz divertida-?.

Miré a mi derecha: resultó ser la chica que fingió hacerse la dormida y que yo, fugazmente, la pillé mirándome mientras me cepillaba a mi ninfa lujuriosa. Pensaba que si decía algo me buscaría la ruina, la vi irse a los lavabos mirándome con gesto pícaro y sus ojos puestos en mi paquete. Entiendo lo que quería aquella chica de pelo castaño, ojos verdes y mirada juguetona fui hacia los lavabos para sellar su silencio, y mientras iba hacia allí solo podía pensar una cosa: estaba loco por volver a ver a Svetlana…

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