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La fuerza del destino

en Hetero: General

LA FUERZA DEL DESTINO 

            Como otras tantas noches, cerré mi bar dispuesto a volver a casa para ponerme al día con mis facturas, quizá ver un poco la televisión (que aunque la tengo en el bar, allí he de ponerla para los clientes, no para mí) y comer algo antes de meterme en cama. Un día como tantos otros…o mejor dicho, una noche como tantas otras. La noche estival ha sido siempre de mi agrado, y me disponía a dar un paseo bajo las estrellas, pues el cielo estaba despejado y no hacía frío. Tenía dos opciones: seguir calle abajo, lo que me llevaría directamente a atravesar un gran parque de árboles, por donde tendría unas vistas magníficas del cielo…o ir calle abajo, rodear el parque a mano derecha al llegar a un cruce, para al poco tiempo dar con la carretera que limitaba entre edificios y campo abierto. Normalmente siempre iba parque a través, pero no sé porqué, esa noche tenía dudas sobre que camino tomar, y quedé un par de minutos pensando por donde ir. Poco imaginaba que una decisión en apariencia tan trivial podría llegar a ser tan crucial.

             El caso fue que, no sé porqué (ni creo que lo sepa nunca), opté por la segunda opción, así que fui rodeando el parque hasta llegar a la carretera limítrofe entre campo y ciudad. A esas horas era una visión extraña: a mi izquierda, altos edificios aglomerados entre sí; a mi derecha, campo abierto con casas aisladas entre sí por metros y metros de pradera y huertos de cultivo, además de algún que otro grupo de árboles formando unos mini bosques que a esas horas (al menos a mí), me daban un miedo mortal. Absorto en mis pensamientos comencé a ir a paso lento calle abajo, pues mañana era mi día libre y por tanto no tenía prisa por ir a trabajar. No pasaron ni cinco minutos de mi caminar nocturno que encontré la visión que, desde entonces hasta hoy en que cuento esto, me atravesó el corazón, algo que aún me hace estremecer cuando lo recuerdo…y en más de un sentido.

             Sentada en un precioso Chrevrolet C2 azul metalizado, me encontré a una chica. Hasta ahí nada fuera de lo común, lo sé…pero el caso es que esta chica se encontraba llorando a lágrima viva. Con el reflejo de las farolas en el cristal del conductor, apenas logré distinguir gran cosa, pero mis ojos pudieron captar perfectamente que quien allí dentro estaba no se encontraba en el mejor momento de su vida. Había algo en aquella cara que…no sé, no puedo describirlo…simplemente me llegó dentro. Me atravesó el alma de parte a parte. Fue apenas un par de segundos, algo fugaz, pero son de esos momentos en que sabes que, tomes la decisión de tomes, siempre recordarás mientras vivas. Estaba a punto de hacer lo que mi cabeza más me ordenaba, lo que se supone que el sentido común manda, que es pasar de largo y hacer como que no había visto nada (¿no tendríamos todos la misma idea?). Sin embargo, de pronto una idea me atravesó el cerebro: “como prefieres recordarte: ¿cómo uno más del montón que pasa de todo y de todos, o como alguien que por una vez hizo algo bueno por otra persona?”.

             Puedo jurar y perjurar que mi única intención en ese momento fue la de ayudar. Ni yo mismo podía imaginar todo lo que pasaría después.

             Detuve mi caminar, retrocedí los 3 ó 4 pasos que estaba separado del coche y me planté al otro lado de la puerta, esperando que ella se diese cuenta de mi presencia. No fue así. No sé que le pasaría por la cabeza, desde luego estaba tan absorta, tan centrada en su propio dolor, que en esos momentos se encontraba ausente del mundo. Por lo que podía intuir de su rostro, y desquitando aquellos lagrimones cual riachuelos, no parecía una chica mayor, ni tampoco fea. A ojo de buen cubero, tendría mi edad (30 años de aquel entonces), mes arriba mes abajo. Viendo no recalaba en mi presencia, y lanzados ya al disparate, decidí dar un paso más: me agaché, quedando con las piernas dobladas, me apoyé en la puerta con una mano, y con la otra llamé al cristal varias veces. Ella se sobresaltó, obviamente, pero más que miedo, lo que veía en sus ojos era perplejidad. “¿Quién será este tío que tengo aquí llamándome a la puerta del coche?”, seguro que se preguntaba. Su respuesta llegó cuando bajó la ventanilla.

             -¿Qué ocurre?, ¿qué es lo que quiere-me preguntó-?.

             -¿Se encuentra bien?, ¿le pasa algo-dije con toda preocupación-?.

             -¿Cómo?.

             Se quedó mirándome como extrañada y confundida. Aquellos dos ojos castaños, casi almendrados, no se apartaban de los míos, buscando quizá la razón de mi presencia allí. Francamente…no recuerdo haber sostenido nunca una mirada con otra persona de aquel modo. No sé ella…pero yo no podía dejar de mirarla.

             -Le he preguntado que si se encuentra bien-volví a decir-. ¿Se encuentra bien?.

             -No lo entiendo…¿qué quiere?, ¿pero quien es usted?.

             -¿Yo?, solo un tío normal y corriente que vuelve a casa y que se ha detenido para saber que hace una chica como usted llorando aquí, en su coche, a estas horas tan intempestivas.

             Me escudriñó. Lo sabía, podía notarlo. Me tanteaba con su vista para saber si la estaba mintiendo y tenía intenciones menos benévolas, si me había escapado de quien sabe qué manicomio…o si estaba diciendo la verdad.

             -Por favor, váyase-me hizo un ademán-. Esto es muy raro-pensó en voz alta-. Quiera lo que quiera, siga su camino. Olvide esto y márchese.

             Estuve tentado de hacerlo, de verdad que sí, pero entrecortadamente y como un susurro logré escuchar “oh dios, me quiero morir…”, y entonces supe que no había nada en el mundo que podía alejarme de aquella incómoda postura, ni de aquella extraña a la que intentaba ayudar.

             -No diga eso. Escuche, no puede ser tan malo. Sea lo que sea no es motivo para que desee la muerte. La vida es un regalo…un don. No eterno, claro está…pero por el hecho de que sea limitado no significa que debamos desear perderlo antes de tiempo.

             Había captado su atención. Hizo un ademán para recomponer la dignidad que en aquel momento se le había desaparecido del rostro, se enjuagó las lágrimas y me miró, retándome.

             -¿Y usted que sabe-me espetó con una pizca de odio-?, ¿cree que lo sabe todo?, ¿qué puede ir arreglando problemas ajenos así sin más?. Pero quien se cree usted que es, ¿la Madre Teresa?.

             -Sé que no lo soy, y me crea o no lo cierto es que jamás he hecho esto por nadie. Jamás hasta ahora me he parado a ayudar a un extraño al que viese en un mal momento.

             Mi franqueza la pilló desprevenida. La pregunta siguiente caía de cajón.

             -¿Y por qué yo?. De entre 500 mil millones de idiotas…¿Por qué se ha parado por mí?.

             -No lo sé-contesté mirándola fijamente, sacudiendo la cabeza-. De verdad que no lo sé. Supongo…supongo que por una vez quiero hacer algo bueno por alguien.

             Me miró con gesto de dolor, como un animal herido en una pata. Conocía bien esa mirada, y sabía lo que significaba: “lárgate, déjame sola, nadie puede ayudarme”.

             -¿Su madre nunca le dijo que no debía hablar con desconocidos?.

             -Creo que una vez dijo algo de eso-fruncí el ceño en tono irónico-. Pero nunca le hice mucho caso-sonreí-. Además, si tanto le preocupa, eso tiene fácil arreglo.

             No lo preguntó verbalmente, pero su gesto de sorpresa habló por ella.

             -Hola, me llamo Iván, encantado de conocerte-y alargué la mano para que nos diéramos un apretón-…¿tú cómo te llamas?.

             De pronto se echó a reír. No mucho, pero logré arrancarle un par de carcajadas entre lágrimas de dolor que me hicieron sonreír de oreja a oreja.

             -Pues me llamo Elizabeth…y está completamente loco-sonrió-.

            -Lo sé…pero al menos la he hecho reír, ya es algo. ¿Y ves?, ahora ya no somos dos desconocidos, ya podemos hablar sin problemas. ¿A que era fácil? ¡¡AAY!!.

            -¿Qué pasa?.

            Me froté los muslos de mis piernas. De estar tanto tiempo allí arrodillado me habían empezado a doler. Estaba a punto de incorporarme cuando escuché una puerta abrirse: la del asiento del copiloto. Ella me invitaba a sentarme a su lado.

            -Si intenta algo, lo mato-me dijo-.

            -Seré un buen chico. Palabrita del niño Jesús.

            Me levanté como pude y me senté en el asiento del copiloto. Cerré la puerta y entonces hice la pregunta del millón de dólares.

            -¿Qué ha pasado para una chica tan bonita parezca tan desconsolada?

            Durante un par de segundos miró al volante, aunque parecía estar con la mirada perdida, como mirando al vacío. Esperé pacientemente a que estuviese preparada para contestar. Inspiró un par de veces y entonces respiró profundamente antes de decir nada. Por un segundo la visión de su pecho bajando y subiendo me cautivó. Intuir la forma de aquel peral pudo en aquella (un poco) escotada camisa negra podía haberme llevado por muy lujuriosas fantasías, pero en seguida recuperé la cordura para no dejarme llevar por mis bajos instintos.

            -Es…es por mi novio….bueno, mi ex novio…él me….él me…

            -¿La ha pegado-me precipité-?.…¡Oh dios!, ¿¡la ha forzado!?.

            -¿Qué?. ¡NO!, nada de eso-cortó tajante-. Es que él…él…¿ve esas casas?.

            Señaló hacia las mismas casas perdidas en la lejanía, en campo abierto.

            -Sí, las veo.

            -Él vive en una de ellas…venía a darle una sorpresa. Yo no vivo aquí sino la ciudad contigua, aunque tenía intención de mudarme a vivir con él para estar juntos. Incluso me dio una llave-y me enseñó su llavero, que había tenido en su mano en todo momento a modo de protección, en caso de defenderse…quizá de mí-.

            -¿Y que ha pasado?...¿que le ha hecho para tenerla así?.

             -Físicamente nada…pero…ahora entiendo que siempre quería que le avisara si venía…el muy cabrón…dios como le odio…

             Al decir eso, intuí por donde iban los tiros…o por donde creía que iban.

             -Oh, vaya…lo ha pillado…lo ha pillado con otra, ¿verdad?. Tenía una amante aquí y lo ha pillado con ella, ¿cierto?…

             Me miró con una extraña mueca divertida. No entendí porqué.

             -Con ella no…con él. Lo he pillado con él-sonrió dolida-.

             Si en ese momento me hubieran pinchado, no hubiera salido ni la más mínima gota de sangre.

             -Espere…un momento…a ver si me entero…¿“otro”?...¿lo ha pillado con otro?...¿con otro hombre?.

             -En plena faena…y adivine de los dos quien era el que recibía gustosamente…

             Que encuentres a tu novio con otra chica puede ser uno de los peores tragos que una mujer pueda pasar…pero que lo encuentres con otro tío, eso no hay palabra que lo describa.

              -Ya teníamos fijada la fecha de la boda…incluso habíamos elegido la iglesia en donde casarnos…Hasta mirado trabajos aquí para poder trasladarme antes…¿pero por qué-clamó al cielo-?, ¿por qué tuve que enamorarme de ese hijo de puta?...

             Intenté decir algo, lo que fuese, algo para aliviar aquel sufrimiento, pero no pude. No me salían las palabras. Todo lo que se me ocurrió, todo lo que fui capaz de hacer, fue darle un hombro donde llorar. No estaba seguro de si lo aceptaría…pero lo hizo. Y aunque por un momento el notar aquel abultado, firme y deseable pecho contra el mío me inducía a pensar cosas menos honestas…pero de nuevo aparté mis fantasías.

             -Lo lamento de veras. Lo siento muchísimo.

             No sé cuanto tiempo estuve abrazado a ella para que tuviera un mínimo de alivio a su sufrimiento, pero tampoco me importaba. Cuando al fin se separó de mí, y después de agradecerme el gesto, me fue contando toda la historia de ellos dos. Evidentemente, tenía mucho que soltar y no tenía nadie más a quien decírselo. Mientras escuchaba, me fijaba cada vez más en ella: largo y ondulado pelo castaño hasta el hombro, aquellos ojos pardos cada vez más hermosos, frente lisa y despejada, carnosos pero no muy grandes labios…y una bien cuidada piel, un poco marmórea, pero no demasiado. No me había dado cuenta, pero sin llegar a ser despampanante, era toda una preciosidad…y aquellas piernas, enfundadas en un pantalón de cuero, parecían ser muy atractivas al tacto…pero aunque mi instinto lo deseaba, no iba a aprovecharme de ella. No quería.

            -¿No tienes que ir a casa-me preguntó, ya tuteándonos después de (creo) una hora entera de conversación-?. Supongo que mañana tendrás que madrugar.

            -No, libro. Estoy en mi día de descanso.

            -Vaya, que bien para mí, que disfruto de tu compañía-bromeó-.

            -Claro, claro…¿acaso no ves lo guapo que soy, que parezco Tom Cruise?.

            -Eso ni que lo jures, porque lo tuyo conmigo va a ser “Misión Imposible”.

            Tenía sentido del humor, lo reconozco. Eso me encanta en una mujer. Saber reír y saber reírse es todo un arte.

            -Esto es tan extraño…sigo sin comprender que te hizo pararte ante mi coche.

            -Pues precisamente eso, que nunca lo hacemos. Ya nadie para por nadie. Todos pasamos de largo, y lo hacemos sin pensarlo dos veces. Todos están demasiados ocupados con sus vidas. Salvo las misioneras del tercer mundo, ya nadie se preocupa de los demás.

            -Muy profundo. Mentira-se rió-, pero profundo. Hay algo más, ¿verdad?. No ha sido solo por ayudarme. Como que hay cielo que hay algo más.

            Aquella frase activó un recuerdo perdido de mi memoria. Maldita sea, tenía razón. Increíble, pero la tenía.

            -En realidad sí…pero no me he acordado de ello hasta ahora…Maite.

            -¿Quién?.

            -Mi mujer…mi ex, perdón…hace como año y medio que nos divorciamos…un matrimonio tan malo como fugaz…ella decía esa frase, “como que hay cielo”…eso me la ha recordado…

            -¿Ella era como yo-se interesó-?, ¿parecida a mí?.

            -Un poco, sí… no de cuerpo, si no de carácter…nos casamos ilusionados, pero al poco comenzaron los problemas: que si el trabajo esto, que si quiero esto otro, que si eres una celosa patológica, que si tú eres un cerdo por mirar a otras…así cada vez peor, poco a poco empezamos a pasar más el uno del otro…al final éramos como extraños…

            -Lo siento-me dijo Elizabeth-. La querías, ¿verdad?.

            -Me casé muy enamorado, eso es verdad…pero a veces eso no basta…

            Nos quedamos sin saber qué decir. Irónicamente, yo había cerrado un poco su herida, pero sin pretenderlo ella había abierto la mía. Al ir a la guantera a coger algo, se agachó más de la cuenta y sin quererlo, vi algo que no tenía intención de ver. En aquel juego de luces y sombras, el escote de los botones de su camisa se había abierto (no tenía puesto el cinturón de seguridad y no estoy seguro si ella era consciente de que quizá llevaba demasiados botones sueltos) y me enseñaba, aunque no del todo, su pezón izquierdo: algo firme, de forma generosa…parecía tener una aureola algo grande…el hecho de no verlo entero debido al sujetador le daba precisamente ese aire de morbo que a mi mente tanto le gustaba. Mucho me costó disimular para que no se me notase que aquella visión me había excitado. Aún hoy, cuando lo recuerdo, me pongo cachondo.

            -¿Que buscas?.

            -Un mapa. Con el disgusto que tengo ya ni recuerdo como llegar a la autovía para volver a mi casa. Estoy deseando meterme en cama, dormir y hacer como que esto no ha pasado. Ojalá pudiera olvidar este maldito día.

            -No deberías conducir en tu estado. Estás muy alterada y la noche es traicionera para un conductor distraído. Mejor busca un hotel o un hostal pasar la noche y mañana, más tranquila, vuelves a casa.

            -Creo que tienes razón…¡¡pero no tengo dinero!!. Vine con lo justo y no tengo tarjetas de crédito ni nada de eso. No tengo donde pasar la noche aquí…lo mejor será irme…Al menos déjame llevarte a casa, es lo menos que puedo hacer. ¿Vives lejos?.

            -A una media hora hacia allí-señalé-. Pero no te preocupes, volveré a pie. Es lo que siempre hago.

            -¿A estas horas?. ¡Estás loco!. ¿Por qué no vas en coche?.

            -Me da miedo conducir: con 21 años sufrí un accidente, casi me mato al chocar contra un árbol por una carretera de pueblo debido a la lluvia. Lo peor fue que no iba solo: mi amigo quedó paralítico. Él me lo perdonó con el tiempo, pero yo aún no lo he hecho. Por eso me niego a coger un coche.

            Se me quedó mirando, e hizo un gesto que no me esperaba. Con la parte exterior de los dedos acarició mi mejilla izquierda y me sonrió con dulzura. Me estremecí. Ella arrancó el coche y al cabo de unos minutos estábamos enfrente de mi edificio, al borde de la despedida. ¿Nunca os ha pasado de estar viviendo un momento tan intenso que no deseas que se termine?. Eso me pasaba a mí: no quería dejarla.

            -¿Al final que harás?.

            -Tomar la autovía y volver a casa. Lo que tardas tú en llegar a pie de tu casa a donde estábamos es lo que yo tardaré en llegar en coche. Por cierto, no me has dicho que hacías por ahí tan tarde.

            -¿Recuerdas lo que te dije del trabajo?. A un par de calles de donde estabas tengo un bar. Acababa de cerrar cuando te encontré.

            -¿Un bar?….¡ah, claro!...ya me parecía que tu cara me sonaba. “El Greco”. Tú eres el de “El Greco”, verdad?.

            -“El Bosco”-la corregí-. Sí, soy el de ese bar…aunque yo no recuerdo haberte visto por allí nunca.

            -Estuvimos-aseguró-. Yo y….el mariconazo ese-se negó a decir su nombre-…estuvimos allí alguna vez…buen local…

            -Gracias…y a riesgo de cometer una locura más grande aún, pero es que si me lo callo reviento….¿quieres subir?.

            -¿Cómo?, ¿a tu piso?.

            -Sí, a mi piso. Vivo solo y no me pareces estar en condición de conducir. Tu ex novio te ha dejado hecha polvo con lo de hoy.

            -Ya, claro…y seguro que está todo planeado para que al final me acabes llevando al catre, ¿verdad-arqueó las cejas en señal de broma-?.

            -Claro, claro-le reí la gracia-. ¿No ves que soy un conquistador nato?. Me las llevo a todas de calle. A mi lado Brad Pitt es un sin techo del amor.

            Conseguí arrancarle una carcajada bien sonora, y aunque algo a regañadientes, aceptó mi oferta. Aparcó el coche a pocos metros, subió conmigo y le enseñé la casa.

            -Yo dormiré en la sala de estar, la cama ya viste donde la tienes.

            -¿Vas a dormir ahí, en ese raquítico sofá-se extrañó-?.

            -Es un sofá cama-lo desplegué-. Siempre duermo aquí. Llevo como un año que no uso las camas, ni la mía ni la de invitados. Ve a dormir, mañana nos veremos.

            De pronto se me quedó mirando, en blanco, ausente. No logré intuir lo que pasaba por su cabeza, pero casi podía escuchar sus engranajes moviéndose.

            -¿Y si fuera todo una trampa-me dijo-?, ¿y si quizá lo he fingido todo, con la única idea de que me trajeras aquí para robarte?, ¿y si resulta que soy una ladrona?.

            Mirándola tan fijamente como a mí, y como por instinto, le di la réplica.

            -¿Y si la trampa te la hubiera hecho yo?, ¿quién te dice que no tuviese otras intenciones cuando me paré a hablar contigo?, ¿y si resulta que soy un violador?.

            Ninguno apartó la mirada. No sé en que pensaría ella, pero yo estaba hecho un manojo de nervios por dentro. Aquel mazazo de realidad me hizo temer un poco por mí. En realidad solo tenía su versión de los hechos, solo eran palabras dichas el aire…pero entonces recordé que ella tenía lo mismo de mí.

            -Buenas noches Iván-me sonrió con franqueza-.

            -Buenas noches Elizabeth-le devolví la sonrisa-.

            Aunque con algo de miedo, me fui a acostar. Mi corazón me decía que ella no era ninguna ladrona, pero que me lo había dicho a modo de prudencia en caso de querer repetir algo así la próxima vez, que tuviese cuidado con la gente. Mientras el sueño iba disipando aquella inseguridad propia de tener a una extraña en casa (tocaba madera), el sueño iba también añadiendo algo a mis fantasías nocturnas: me veía a mí mismo con ella, recordando aquellos instantes en que mis instintos sexuales casi me dominaron. Las imágenes, ahora con más fuerza, resonaban en mi cabeza.

            Ver su pecho bajando y subiendo por la respiración, el soñar que mis manos lo acariciaban, lo palpaban con gran placer…desnudar sus piernas, pasar mis dedos por ellas, llegar a su punto álgido, sentir el tacto de su piel, bendecirlo con mi boca, con mis besos…el misterio de su culo, que siempre estaba oculto por estar sentada en el coche, resuelto al ver lo bien que lo ajustaba el pantalón de cuero, ver lo bien que le marcaba aquel par de maracas de perfecta sonrisa vertical, mis ganas por apretárselas, por tocar esos dos glúteos…pero sobre todo, su pezón…oh dios mío, su pezón izquierdo…dejar aquella golosina al aire, pellizcarla, probar a lamerla, a chupetearla o mordisquearla un poco…sentir como Elizabeth se me derretía en mis manos, se me fundía mientras la iba seduciendo, la colmaba de atenciones…y mi propio cuerpo se calentaba, notaba un calor recorriéndome de parte de parte…y no sé como, en mitad el sueño (y medio dormido, obviamente), abrí los ojos: allí estaba Elizabeth semi desnuda, solo con su camisa negra, con sus piernas al aire…y con su mano acariciando mimosamente mi erecta verga por dentro de mis pantalones.

             -¿Vienes a robarme-ironicé con voz somnolienta-?.

             -¿Y tú?, ¿vas a abusar de mí-guiñó un ojo divertida-?.

             -Claro, ¿no ves que soy un violador-arqueé las cejas-?.

             -Y yo una ladrona-sonrió-.

             Se acercó poco a poco hasta que, al fin, su boca hizo contacto con la mía. El roce de sus labios encendió más mi deseo por ella. Ese primer beso…el calor de su boca, su lengua buscando la mía, el roce de ambas, luchando como los antiguos gladiadores de Roma….Recibí a Elizabeth con los brazos abiertos, y ella se echó a mi lado sin dejar por un solo instante de jugar con mi tranca, que tenía bien aprisionada con su mano izquierda. Jugaba a excitarme, a dejarme con la miel en los labios: tan pronto acariciaba como masturbaba y luego simplemente la tenía sujeta…pero jamás la soltaba. La hacía dar vueltas, jugando con las yemas de sus dedos a pasarlas a lo largo de ella. En mi vida me habían hecho nada semejante. Tenía la líbido a la altura del Everest.

             -¿Ya te dije que Elizabeth es mi nombre favorito de mujer?.

             -Que bien…entonces soy tu mujer favorita, ¿verdad?.

             -No eres mi mujer favorita…Eres la única mujer para mí…debo estar soñando…¿esto es un sueño, verdad?...

             -No…esto no es un sueño: esto va a ser un gran sueño-y volvió a sonreír-…

             Sin restricción alguna y libre de ataduras, en tanto que con mi brazo derecho la rodeaba por detrás de sus hombros, con mi mano izquierda recorrí aquellas piernas tan seductoras, y que eran la gloria celestial. Fui subiendo por ellas, sin prisa pero sin pausa, hasta que llegué a ese rincón que tanto nos gusta a los hombres y que ella todavía llevaba protegido por un fino tanga…¡¡también de cuero!!. Jamás me había encontrado un tanga de cuero hasta entonces, pero ella lo llevaba, y por encima de él pasé la yema de mi dedo corazón. Solo entonces dejó de besarme con lengua para dejarme escuchar sus jadeos de goce al contacto de mi dedo con su sexo, oculto por aquella prenda. Su dulce voz se contorsionaba en interminables gemidos de pasión, su boca se mojaba y se relamía dejándose acariciar en su intimidad por mí. Por fin, era mía, toda mía.

            Desabotonando su camisa cuando dejé de acariciar su ya húmeda vulva, descubrí que se había quitado el sujetador y se había quedado solo con la camisa, quizá para así jugar conmigo y excitarme más. Al abrírsela, contemplé las tetas más hermosas, tersas y deliciosas al tacto que nunca había tocado. Como engañaba su camisa negra…parecía que tenía poca cosa, pero nada más lejos de la realidad. Al menos calzaba una talla 95, lo que le hacía tener una maravilla de pechos de los que no dudé ni un segundo en tomar posesión de ellos. Al final aquel pezón izquierdo se mostraba en todo su esplendor, lo acariciaba tal y como mi calenturienta mente había imaginado horas atrás. Lo acogí entre mis dedos, lo lamí con mi lengua, lo besé con mi boca y lo chupeteé como un niño pequeño y glotón. Lo mismo hice con su teta derecha, jugando a pasar de una a otra o metiendo la cabeza entre ellas para lamerle su canalillo, en tanto que ella presionaba sus tetas contra mi cara. Pocas veces me excitó tanto sentirme ahogado.

            Sin previo aviso, y ya desnudos los dos, Elizabeth tomó el control de la situación y de mí, y girándose sobre sí misma, me ofreció la visión de su perfecto y redondeado trasero mientras inició la que fue la felación más atroz, brutal y excitante que recordaba hasta entonces. ¡¡Dios mío, que dominio tenía del arte de mamar pollas!!. Con su mano izquierda me agarraba el rabo y con la derecha masajeaba mis huevos, jugaba con ellos dándoles unas caricias mortales. No se me había pasado por la cabeza que algo así fuese tan placentero…y por supuesto le devolví el favor tomándola por sorpresa y poniéndola encima de mí, con sus piernas a ambos lados de mi cabeza, apartándole el tanga y viendo la fina línea que dibujaba la sonrisa de su conejito, que tenía una bien cuidada mata de pelo, ni pequeña ni grande, pero excitante de todos modos. No pude reprimir mis ganas de hacer algo más que acariciar aquel delicioso coñito…y al enterrar mi dedo corazón en él, Elizabeth me oprimió más la verga y chupó todavía con más fuerza. Creí que eso sería imposible. Me equivocaba.

            Aquel improvisado 69 nos llevaba por el camino de la perdición. En tanto que mis dedos la penetraban sin hundirse demasiado en ella, los cambiaba cada poco con mi lengua, que lamía de arriba abajo aquella gruta de placer que antes solo había acariciado por encima de su prisión de cuero. Con la mano, que no lo dije, estrujaba y apretaba sus curvilíneos glúteos, a veces daba algún cachete muy suave, no fuese que quizá eso no le gustase, pero por suerte para mí ella no protestó ninguna vez, tenía su boca llena de polla…¡y como mamaba!. Enroscó su lengua alrededor de mi tronco e iba subiendo y bajando como una golosa, chupaba y requetechupaba que era una barbaridad. Estaba al rojo vivo, sentía unos enormes deseos de empotrarla contra la pared con violencia y enchufársela hasta los riñones a toda velocidad…pero mientras tanto me divertía con el olor y el sabor de su sexo palpitante que se abría ante mis caricias orales y dactilares.

            -¿Listo para gozar, Iván?.

            Asentí con la cabeza por toda respuesta. Elizabeth dejó de chuparme, se giró, y sin dejar de mirarme a los ojos ni un solo instante, se sentó sobre mí y con más lentitud de la que hubiese deseado, fue penetrándose hasta que todo mi miembro desapareció dentro de ella. Fue un verdadero suplicio, algo infernal. Iba tan lentamente que su boca se mordía a sí misma recreándose en la sensación de ir descendiendo sobre mi tranca, uniéndonos al más profundo nivel. Cuando ya se hubo penetrado por entero, arqueó su espalda hacia atrás y me dejó contemplar una verdadera joya: sus tetas, firmes y con los pezones a la máxima dureza debido a mis caricias, que se sostenían por sí mismas. No pude contener mis ganas de agarrarlos con la misma firmeza con que ellas se sostenían, y de amasarlas y estrujarlas causándole un poquito de daño, lo justo para que Elizabeth se relamiera de gusto y se inclinara sobre mí, dándome un beso de rosca antes de dar inicio a demostrar que era una jinete experta…porque nadie me montó como ella.

            Sin dejar de sujetar sus pechos ella fue subiendo y bajando, lento al principio y algo más fuerte según su lujuria la iba desatando cada vez más. Elizabeth era una más que consumada amante, conocía cosas que ni sabía que existían y no dudaba en darme una clase maestra de buen sexo. Yo me limité a ejercer de buen alumno, aprendiendo a cada momento de aquel regalo del cielo de perfume embriagador y de preciosa voz de acento argentino, dulzón como la miel, y cuya calentura abrasaba, me quemaba por los cuatro costados de mi ser…sin que en ningún momento quisiera que ella parase de azotarme con los látigos de su deseo. Era mi primer polvo en mucho, muchísimo tiempo y desde luego iba a ponerme las botas como mandan los cánones. Disfrutaba de cada embate de ella, bajaba y subía mientras se agitaba el pelo y gozaba de las caricias de mis manos en sus melones. Pronto su ritmo cadente y lento ganó seguridad y fuerza, se hizo algo más acompasado. Estábamos en la cumbre del éxtasis sexual…e íbamos de cabeza a una verdadera catarsis.

            Se agachó y se puso encima mío para apretarse contra mí, presionando sus caderas contra mi polla mientras yo hacía presión contra ella, buscando penetrarla más profundamente. Era como dos fuerzas, opuestas entre sí, que buscan chocar con mayor fuerza. Que cuerpo tenía, que ardor de mujer, era todo fuego, mi mente ardía de ganas de amarla lujuriosamente, de poseerla por todos sus agujeros, de hacer con ella lo que aún no se había escrito, cada acometida que realizaba en su interior era recibida con vítores de triunfo que salían en forma de incontenibles jadeos de su boca. Ya ni siquiera podía sellarlos con mis besos, Elizabeth estaba desatada, eufórica, parecía una fuerza de fuera de este mundo…por dios que hembra, eso era una mujer y lo demás tontería…mi calentura estaba alcanzando nuevas cotas de éxtasis…a tal punto que invertí los papeles y tomé el control de la situación, rodeándola con mis brazos y dándole la vuelta para dejarla acorralada entre el sofá cama y yo.

            Teniendo ahora la parte activa, inicié mis movimientos partiendo de cero, como si aquel fuese el segundo polvo y no el primero. Ella me acorraló con sus piernas, las pasó por mis caderas y apretó con fuerza para que la embatiese seca y duramente. Así lo hice, casi como el violador con el yo había bromeado que podría ser. Sus manos me sujetaban la cabeza, la dejaron firme a un par de centímetros de su boca y su lengua volvía a mi boca para hacer una segunda (o tercera, o cuarta, ya daba  igual….) ronda de morreos, hasta que de pronto paró de besarme y me dijo en un susurro, pero con tono claramente exhortante, “mírame…vamos Iván…mírame…abre los ojos…”. No era fácil, porque soy la clásica persona que por instinto cierra los ojos cuanto está haciendo sexo. Fue sin duda la orden más difícil de cumplir, pero logré abrirlos y nos quedamos mirándonos mientras me la trajinaba, no dejaba de mirarla mientras me hundía dentro de ella cada vez con más ganas de explotar en su interior.

            “Eso sí, vamos…mírame a los ojos…quiero que me mires…no pares…eso es amor, no pares, sigueeee…” me decía mientras redoblaba esfuerzos, porque me sentía desfallecer entre tus brazos. La riada de sensaciones mientras le hacía el amor hacía ya tiempo que escapaba a toda comprensión humana. Estábamos en otro mundo, en otro universo, muy lejos de allí, y en el instante en que sintió que mi cuerpo iba a parar por del cansancio, no lo dudó ni un segundo y no haciendo sangre ni herida, pero sí con una fuerza propia de una tigresa, me clavó las uñas en la espalda y las pasó de arriba abajo para aumentar mi deseo por ella. Incluso donde la espalda pierde su nombre, me hizo un par de clavadas que me pusieron a diez mil revoluciones por segundo. Podía notar sus tetas aplastadas contra mi pecho, sus piernas haciendo presión en mi culo, ordenándome que la taladrase con más vigor, con más energía, más deseo…todo era más, más y más…más pasión, más lujuria, más locura…Todo encaminado a un único momento, un instante de pura magia, apenas una pizca de la eternidad que finalmente, entre estertores movimientos y roncos jadeos de pasión, sobrevino como un cataclismo. No sé cuanto tiempo estuve corriéndome pero se me hizo eterno, tanto como notar mi polla anegada, inundada de sus jugos que fluían en riada sobre mí…y todos sin dejar de mirarnos a los ojos, sin perder un solo detalle de nuestras caras mientras aquel deseado orgasmo nos hacía sentir lo indecible. Aquel fue el momento más animal y desgarrador que había vivido nunca.

            Con sus brazos abiertos me acogió y caí rendido sobre ella. Estábamos bañados en sudor, jadeando agónicamente sin poder decir palabra. El solo hecho de respirar era un esfuerzo sobrehumano, estábamos totalmente derrengados, exhaustos, sin resuello. El aroma de su cuerpo llegaba a mis fosas nasales como un recordatorio de que si el cielo existía, desde luego tenía que ser algo parecido a lo que acabábamos de vivir. No sé cuanto tiempo estuvimos así, pero me daba igual. La tenía rodeada por mis brazos y no iba a dejarla escapar, antes muerto que dejar que aquella preciosidad se fuese…y el caso es que, no sé como lo hice ni tampoco como me salieron aquellas palabras, que le dije “quiero hacerte de todo…de todo…quiero morir follándote…”. Por un segundo ella abrió los ojos de par en par, se rió divertida y entonces me contestó con una frase que, a día de hoy, me deja helado por la forma en que me miró cuando me dijo: “pues fóllame y muere…te voy a matar a polvos”.

            Lo siguiente (y último) que recuerdo claramente es que ella se giró, quedando boca abajo, tendida como las chicas que se tienden en la playa buscando broncearse, y que con sus manos se acarició el culo, abriéndose las nalgas de par de par. No podía creerme lo que me estaba pasando, ahora sí que estaba convencido de que tenía que ser un sueño, un delirio pero de los grandes, que mientras la verdadera Elizabeth dormía en la habitación contigua, yo estaba inmerso en obscenas y morbosas fantasías sexuales, y ya que estaba delirando, no iba a privarme de nada. Me puse encima de ella rozando mi verga contra sus glúteos, le di chupetones en el cuello, haciéndole saber que la tenía de nuevo dura gracias a ella. Descubrí que su ano era algo más abierto de lo esperado, pero aún así seguía algo cerrado. Eso me excitó. En el momento en que la tuve penetrada analmente, ella hizo como que se incorporaba un poco, con sus manos bien sujetas al respaldo del sofá…en posición de perrita, a cuatro patas. Curvado sobre ella, me pasé toda aquella salvaje enculada sujetando, amasando y estrujando aquellas domingas que eran mi perdición. Elizabeth jadeaba, se retorcía como una serpiente furiosa mientras mi verga estaba del todo dentro de su culo perfecto: metí, calqué, presioné, barrené, horadé y penetré su ano hasta darle un segundo orgasmo en el que casi me fue la vida. No era la primera vez que enculaba a una chica…pero desde luego, fue la mejor.

            A partir de caer agotados tras ese segundo polvo todo se volvió borroso y me parece que bien ahí o algo después, el hecho es que dormí como un bebé. A la mañana siguiente, cuando desperté, comprobé que estaba solo en la cama, confirmando así lo que pensaba: todo había sido un sueño. Pero la cosa fue peor cuando, al ir al dormitorio para verla, no estaba allí. La cama estaba hecha, ni rastro de ella o su ropa. De pronto me asaltó la duda: ¿lo había soñado todo?. Muchas veces había tenido fantasías muy reales, mi imaginación era muy viva...¿pero tanto?. Mi intriga terminó cuando, al ir a plegar el sofá cama, al otro lado de éste, casi cerca de la ventana, encontré lo que parecía un papel, algo plegado y retorcido como si lo hubiesen aplastado. Al cogerlo, vi algo escrito y lo desplegué del todo hasta leer lo que ponía.

            “Tú no pasaste de largo. Gracias por todo, has sido lo mejor que me ha pasado en mucho tiempo. Besos, Elizabeth…

            PD: Sé donde encontrarte…”

            Creí morir de la sorpresa. Ella había sido real, sí, ¿pero lo demás también?. La fuerza del destino, pensé en ese instante. Como la canción del grupo Mecano, el destino me había desviado de mi ruta normal para encontrarme con ella, para vivir todo lo que viví con ella. Sin proponerlo ni buscarlo había vivido la que quizá con tiempo valorase como la mejor noche de mi vida…pero que quizá no sería la única. La posdata era una promesa de que, si yo la encontré una vez, ella me encontraría a mí, y entonces sabría si esa noche de sexo y pasión fue real. ¿Tú que opinas, lector?: ¿lo soñé…o lo viví?...

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