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Yo quiero a mi hijo

en Amor filial

YO QUIERO A MI HIJO

Aquella mañana había mucha excitación en mi casa, y no era para menos. Mi niño, mi adorado niño, estaba de cumpleaños, pero no era un cumpleaños cualquiera: era su 18 cumpleaños. Mi hijo se hacía mayor de edad. Con tan solo 33 años estaba a punto de tener un hijo ya adulto. Al poco de despertar y pensar en ello, no pude si no hacer una retrospectiva, de recordar como había sido posible, y sorprenderme por los giros que tiene la vida y los cambios que vienen en ellos: con 15 años yo era una puta, una verdadera guarra. No tengo problema en reconocer que mi cuerpo andaba caliente y buscaba al primer hombre que tuviera delante para que me satisficiera. No importaba si era un primo, un compañero de clase, un desconocido, varios desconocidos…mi mundo se limitaba a follar por follar, a correrme a cualquier hora del día, y si no tenía una buena polla a mano tenía el mortero del azafrán, que me metía todo dentro para moverlo hasta correrme sobre el sofá, sobre la mesa de la cocina o en el mismo suelo. Imposible el día que no tuviera algún orgasmo, ya que cuando no buscaba una polla algunos amigos de mis padres o algunos parientes me tocaban de manera furtiva sabiendo que yo no me quejaba. Algunos de ellos, tanto de los amigos como de los parientes, también me hicieron disfrutar. Jamás le hice ascos a nada en la cama, ni siquiera al sado, a la zoofilia, a la dominación, tríos, orgías, etc etc etc…mi vida era perfecta hasta que me dejé llevar, cometí un error y todo se fue a la mierda: quedé embarazada.

La tragedia había ocurrido con un buen amigo mío en su casa, tras salir de fiesta un fin de semana. Por aquel entonces y con la menstruación como amenaza de terminar con mi estilo de vida, tomaba muchas precauciones, pero ese finde me descuidé, y me preñó. Mi madre casi me mató cuando se enteró de que su niñita había quedado preñada y además de mi amigo, pues sus padres y los míos eran íntimos. Yo quise abortar por todos los medios y viendo el enfado de mi madre pensé que me apoyaría en mi idea y así evitar males mayores, pero no podía estar más equivocada. Con su habitual mueca de furia y su voz fría me dijo "cometiste un error ahora te toca sufrir las consecuencias", y se negó a que abortara. La odié por ello, la odié con todas mis fuerzas y pensé que en cuanto naciera me daría a la fuga y dejaría el bebé en una casa de acogida o en un portal para que otra familia lo cuidase. Yo quería follar con tíos, ¿para que quería un bebé?. Sabía que eso sería el fin de todo lo que me gustaba y yo no quería que terminase, pero en cuanto tuve al bebé en mis brazos lloré muy emocionada. Era mi niño, mi hijo. Vi en él la vida alocada que había tenido y la oportunidad de enmendarme, de comenzar de nuevo, así que continué mis estudios hasta los 18, momento en que decidí darle un nuevo uso a mi cuerpo para ser modelo, y gracias a que conservé mi figura y mi buen tipo en mi casa nunca faltó el dinero. Pocos meses después me habían independizado y ya cuidaba sola a la razón de mi existencia, a ese tesoro, a ese ángel que me mandaron del cielo: mi niño bienamado.

Y ahora, años ha, él iba a cumplir 18 años. Él estaba muy ilusionado, y todos sus amigos y amigas estuvieron a su lado en la estupenda fiesta que como todos los años me encargaba de preparar, mientras que mi marido(obviamente tuve que casarme con su padre, al que el tiempo me hizo acabar amándole tanto como él a mí) se ocupaba de preparar el jardín trasero de la casa para poner las mesas y las sillas de los invitados. A media tarde había más de 30 personas en mi casa entre familiares y amigos, todos celebrando la mayoría de edad de mi pequeño. Éste me dio un fuerte abrazo y un beso en la mejilla dándome las gracias por la que era la mejor fiesta de su vida. Consiguió que me pusiera a llorar como una niña, siendo confortada por mi esposo. Los dos, pese a nuestros altibajos, estábamos viviendo uno de los mejores momentos de nuestras vidas, y le trajimos una gran tarta de cumpleaños que él apagó con una amplia sonrisa de oreja a oreja. Me extrañó, no obstante, que no dijera cual era su deseo de cumpleaños, ya que todos los anteriores lo había hecho con naturalidad. Mi marido y yo le dimos un fuerte abrazo y le dimos nuestros regalos: él le regaló un discman portátil última generación, y yo un CD de su grupo favorito para complementar. Luego el resto de sus amigos fueron dándole los suyos.

Todo era perfecto, maravilloso, pero en mi mente se había clavado una astilla que estaba empezando a roerla poco a poco. ¿Por qué se había negado a decir cual era su deseo de cumpleaños?, ¿tan incómodo resultaría decirlo delante de los demás, o lo incómodo era decirlo delante de sus padres, o era todo eso a la vez?. Sumida en un mar de dudas, decidí que tenía que pillarle a solas para preguntárselo y sonsacarle su secreto. Me urgía el saber que le pasaba por la mente.

Salí de mis pensamientos y cogiendo las bebidas de la cocina volví a la fiesta como si nada hubiera pasado, divirtiéndome tanto o más que él, recordando de vez en cuando alguno de los momentos de su niñez: algunos divertidos, otros más serios, algunos preocupantes, otros simpáticos…incluso tuve la arrogancia de sacar un álbum de fotos para mostrarlo a sus amigos, lo que provocó en él un ataque de rubor cuando éstos, como no podía ser menos, empezaron a gastar bromas sobre lo mono que era y lo bonito que se veía de bebé. Sabiendo que no llevaban mala intención me reí con ellos mientras él pedía por favor que lo dejáramos de una vez.

A los pocos minutos, debido a lo mucho que bebió, se quejó que tenía que ir al lavabo, y excusándome un momento le seguí. Esperé a que terminase de hacer sus necesidades y cuando abrió la puerta para volver a la fiesta le abordé metiéndole dentro de nuevo y echando el pestillo para que no nos interrumpiesen. Insistí en que me revelara cual era su deseo, que no pasaba nada, que no me enfadaría ni disgustaría con él si pedía algo inusual o sorprendente. Cuando pude convencerlo de que me lo contara la sorprendida fui yo: su deseo era conocer a una hermosa chica a la que quisiera mucho para hacer el amor con ella y así perder su virginidad. Dada la vida que llevé de joven, quedé estupefacta no solo por el romanticismo y el cariño que demostraba en su petición si no por saber que seguía siendo virgen. Me contó que no tenía problemas de mujeres pero que esperaba a esa especial a la que darle su virgo y su amor. Quedé muda, helada de pies a cabeza. Me limité a abrazarlo y darle un beso mientras le susurraba que no se preocupara pues algún día conocería a esa chica y será muy feliz. Justo al salirse de mi abrazo y volver, pude notar algo con lo que no contaba: mi hijo se había empalmado. Fue un instante, apenas un segundo, un roce en el muslo de mi pierna, pero se notó perfectamente que mi pequeño la tenía dura como un garrote.

Mi estado de turbación fue tal que me quedé allí en el baño, inmóvil, temblando entre la expectación y la incredulidad. ¿Mi hijo se había empalmado por mí?, ¿yo lo había excitado, o había sido alguna de las amigas del jardín?, ¿fue mi cuerpo el responsable de que su polla se hubiese levantado?. Tenía los ojos abiertos de par en par, intentando en vano responder a tantas y tantas preguntas. Cerré la puerta, me giré un momento, me desnudé y me miré en el espejo, analizando mi cuerpo, comprobando que aún parecía una jovencita de 20 años a pesar de los 33 que en realidad tenía, y admiré largo rato mi cuerpo: mis labios carnosos, rosados, parecidos a los de Catherine Zeta Jones; mi pelo castaño claro como el de Diane Lane, ondulado y largo en melena, de seductora fragancia; mis ojos profundos y misteriosos como los de Jennifer Connelly, insondables, magnéticos y cautivadores como el canto de una sirena; mi pechos, como los de Angelina Jolie, firmes, grandes, de pezones canela claro desafiando la gravedad; mi vientre, como el de Liv Tyler, liso y aún un poderoso objeto de deseo; mis piernas, como las de Linda Fiorentino, largas como para atrapar a un hombre y no dejarlo salir; mi culo, como el de Jennifer Lopez, algo más esbelto y no tan pronunciado, pero muy respingón, todo redondez; y finalmente mi coño, como el de Alyssa Milano, apetecible, ardiente, con un pubis recortado en un pequeño triángulo y unos labios perfilados de color rosado, algo abiertos, dibujando la sonrisa de la vida.

En un arrebato de orgullo me convencí de que yo había sido la causante de su excitación. Hacía ya muchísimo tiempo que había olvidado lo loco que yo era capaz de volver a un hombre, pero lo que nunca me supondría es que mi propio hijo cayera presa de aquel embrujo. Me volví a vestir y regresé a la fiesta de cumpleaños, sonriendo como si nada hubiera pasado. Él estaba de risas con sus amigos, al lado de dos amigas guapísimas que estaban coqueteando con él, aunque éste se hacía el despistado. Me hizo ilusión ver que él iba a ser todo un triunfador al que las niñas que iban a rifar a bofetadas, y estaba convencida de que iba a esparcir mucha felicidad entre ellas. Eso siempre y cuando encontrase a esa mujer perfecta por la que suspiraba. Mientras le veía, contemplé su cuerpo y el rostro angelical, casi infantil, que mi hijo tenía. Sus proporciones, su altura, la franqueza de su sonrisa…quedé sorprendida al darme cuenta de que no estaba mirándole como a mi hijo, sino admirándole como hombre. En otras circunstancias, un hombretón como él jamás hubiera escapado de mis garras, y lo habría llevado al cielo entre gritos enloquecidos. Comencé a divagar y a fantasear mientras estaba a su lado, con cada gesto que él hacía, con cada palabra, con cada mirada de sus ojos, y nació el deseo de hacerle el amor a mi hijo, de poseerlo, de ser su primera mujer.

Según fueron pasando las horas, mi deseo iba en aumento, mi coño me pedía a gritos tener dentro esa esplendorosa verga con la que me había rozado sin querer en el baño. A juzgar por el roce, parecía tener una buena herramienta entre sus piernas, un poderoso ariete capaz de desmontar a una mujer y de ponerla loca de sexo. Con cada beso que le daba le pedía "tómame", con cada abrazo le rogaba "poséeme", con cada caricia le suplicaba "ámame". Quería ser suya, entregarme a él como nunca me había entregado a nadie, que tomase el control de mi mente, de mi cuerpo, de mi misma alma. No podía frenar mis titánicos impulsos de hacerle un hombre, y el tiempo que pasó hasta que la fiesta acabó y todos se fueron a casa fue un suplicio para mí, más aún cuando mi esposo, normalmente de rápido sueño, está vez aguantó más de lo normal, y mientras veíamos la TV charlando sobre la fiesta y lo estupenda que había sido yo miraba por el rabillo del ojo a mi amado retoño, ajeno al deseo que su mami sentía por él. ¿Cómo podía no darse cuenta de lo mucho que lo amaba, de lo mucho que necesitaba estar en su cama y de perderme entre sus brazos?. Lo deseaba, lo necesitaba más que el comer y el beber. El mismo aire me oprimía de no poder con él. Mis lágrimas salieron incontenibles, y alegué que había sido por la emoción de ver que ya era mayor de edad. Éste me dio un abrazo que me estremeció desde los pelillos de la nuca hasta los dedos de los pies, y un beso que conmocionó hasta la última fibra de mi ser. Me acarició el pelo y volvió a besarme, esta vez en la frente, como siempre que va a irse a la cama ese era su beso de buenas noches. Mientras lo veía irse a su cuarto estuve tentada de gritar "¡¡LLÉVAME CONTIGO, HAZME EL AMOR!!" pero tuve que contener mis ganas y tragar saliva mientras apretaba los dientes. Me eché a llorar y mi marido me confortó entre sus brazos y sus besos, susurrándome lo mucho que me quería y lo orgulloso que se sentía no solo de un hijo como él, si no de una esposa como yo. Sonriendo le tomé de la mano y nos fuimos a la cama para hacer el amor hasta dormirnos.

Esperaba dormir toda la noche, pero no podía. Mi amado esposo se durmió al poco de gozar conmigo, pero yo solo podía removerme en la cama, ir de un lado a otro con mi mente llena de imágenes lujuriosas de mi hijo y de mí, los dos unidos como hombre y mujer, amándonos como enamorados. Sentí deseos de subir a una montaña o a la azotea de un rascacielos y gritar a los cuatro vientos mi deseo por él, y tuve que saltar de la cama, incapaz de conciliar el sueño. Anduve de un lado a otro, incluso sentí el deseo de dar una vuelta por el barrio, pero en lugar de eso, me metí a hurtadillas en el cuarto de mi hijo, cerrando la puerta con mucho cuidado de no despertarle. Por suerte, su cuarto estaba al otro lado de la casa del mío, y sonreí aliviada sabiendo que mi marido no nos oiría. Me acerqué a su cama, me senté en el lateral, y con la media luz de la calle(mi hijo jamás durmió con la persiana bajada) observé su rostro, la perfección de sus facciones: su pelo castaño claro heredado de mí, sus labios, el lunar tan simpático de su mejilla derecha, los dormidos ojazos azules de su padre, su expresión de tranquila felicidad en lo que debían ser los sueños felices que tendría. Mis ojos se mojaron de tanta emoción, sentía tanta devoción por él que pensé que el corazón iba a reventarme del pecho de tanta palpitación. Ya no había marcha atrás, no podía, no quería. Me incliné sobre él, y le besé.

La ternura de sus labios fue como un fuego abrasador que consumía mi alma, haciéndola arder de pasión. Mi niño despertó con una sonrisa y me preguntó porqué lo había besado y que hacía allí. Sin reserva alguna le conté lo mucho que lo amaba y que yo iba a ser su mejor regalo de cumpleaños, que yo me convertiría en esa mujer perfecta a la que tanto esperaba y con la que tanto soñaba. Él me respondió que eso estaba mal pues yo era su madre. Le respondí preguntando si me amaba, y me dijo que sí, que me quería muchísimo. Contesté que yo también lo quería con toda mi alma, y que quería que fuera feliz. Le regañé además por no haber abordado a sus dos amigas en la fiesta, y me sorprendió contestando que una le gustaba mucho, pero que antes esperaba a esa mujer especial. Sonriendo le dije que su espera había terminado, que yo era esa mujer especial. Volví a besarle y llevé su mano a mi pecho.

El tacto de su mano en mi cuerpo encendió mi deseo hasta límites insospechados. Me dijo que tenía un pecho fantástico, muy apetecible, mejor que el de todas las amigas y compañeras de clase que había conocido. Le propuse mamar de ellas como cuando era bebé y aceptó encantado. Me senté en la cama con las piernas cruzadas y puse a mi niño en mi regazo. Sus labios tomaron mi pezón y lo probaron y besaron largo rato antes de engullirlo y succionarlo como queriendo sacar la leche materna que en su día le di. La sensación de volver a tenerle en mis brazos de ese modo fue hermosísima, me cautivó profundamente. Acaricié su pelo y lo rodeé para que se sintiera feliz y seguro. Él me chupaba con toda su dulzura, provocando en mí unas corrientes de placer que me atravesaban por los cuatro costados. Su lengua hacía círculos por la areola y luego se dedicaba a saborear mi pezón de un modo que me estremecía. Me lo puso duro hasta que me acabó doliendo, y me pidió chupar del otro para que quedasen iguales. Le cambié de posición y se esmeró tanto como pudo en disfrutar de mis firmes pechos y de mis pezones enhiestos. Se me quedaron como rocas mientras me chupaba como un niño con su dulce favorito, y echándose en la cama, me puse encima de él, frotando su pecho velludo contra el mío, abrazándolo, probando el sabor del sus besos y la dulzura de su lengua. La nube de felicidad que nos envolvía produjo una atmósfera sexualmente maravillosa, con un olor deliciosamente dulce. Quería fundirme en él, perderme para siempre. Sus manos me acariciaban la cara y el pelo, y las mías hicieron lo mismo hasta bajar por su pecho y su vientre hasta llegar hasta palpar su polla y temblar de placer al notar que estaba en erección.

Miré con ojos brillantes el tamaño y grosor de la polla de mi hijo y le dije que me encantaba lo grande y gruesa que la tenía, que era mejor que la de su padre. Me respondió con un enorme beso de tornillo. Se la seguí tocando largo rato, disfrutando con el calor que manaba de ella, fantaseando con el momento en que me penetrase, pero antes no pude reprimir mis ganas y me eché hacia atrás hasta quedar a la altura adecuada para lamérsela y meterla en mi boca. Mientras se la acariciaba con la mano la chupaba con mi lengua, usando mi larga experiencia para que se relajase y se dejase llevar por el momento. Desde el escroto hasta el glande iba lamiendo todo cuanto podía sin dejar escapar ni un solo centímetro de su virilidad. Chupé sus testículos, los amasé con mi mano a la vez que se la meneaba para mantener su excitación al máximo. Luego pasé a su prepucio, besándolo por todas partes, alternando con los besos en su glande de color rubí, de maravilloso sabor. Mi adorado retoño me pidió que se la chupara hasta el fondo y obedecí fielmente: abrí la boca y lentamente fui tragándome toda su polla hasta tocar con mi nariz su pubis. Ooooooooohh virgen misericordiosa, que delicia, era el séptimo cielo. No había palabras que describieran lo feliz que me sentía con la polla de mi hijo en la boca.

La felación que comencé a hacerle era sin duda la mejor que había hecho nunca, pues jamás la había hecho con tanto amor y cariño, con tanta dedicación y esmero. Envolví sus testículos con mis manos y seguí chupándolo como si la vida me fuera en ello. Mi cabeza subía y bajada como un ascensor averiado, pues iba con lentitud para recrearme en aquella sensación tan esplendorosa. Su herramienta ardía en mi paladar, me estaba quemando, pero era un fuego sensacional en el que quería ser consumida hasta el fin de los tiempos. Cambié de maniobra pillándolo por sorpresa y usé mi lengua alrededor de su prepucio a modo de liana para ponerlo bien húmedo y tan duro que le doliera. Quería que cuando me penetrase estuviera al tope de su capacidad varonil. Sus gemidos eran una gozada para los sentidos, un delirio constante, una indescriptible felicidad para mi alma.

Cuando ya no pudo más me pidió que dejara de mamársela, que quería hacerme lo mismo. Aquello me hizo sonreír de oreja a oreja con expresión de júbilo. Me eché a la larga en la cama y él a mi lado, acariciándome, sobándome, recorriendo todas mis curvas y memorizándolas. Separé mis piernas y muy agitada me abrí para que su boca se posara sobre mi cuca palpitante. Sin dejar de mirarme a los ojos fue acercándose hasta que por fin su boca se posó y recliné la cabeza hacía atrás, presa del deseo. Me besó el clítoris y mis labios vaginales con calma, aprendiendo como debía comer un coño en condiciones. Como buena maestra fui indicando donde y como besar y como usar la lengua. Aprendió sin mucho esfuerzo y no pasó mucho sin que me tuviera al borde la locura retorciéndome en la cama por la estupenda comida de coño que me estaba haciendo. Nunca hasta ese momento había encontrado un alumno con tantas ganas de aprender. Solo paró para decirme que mi cuerpo le sabía a gloria, que los jugos de mi coño eran un manjar que quería probar cada día. Por mi cara resbalaban lágrimas de felicidad al oír aquellas palabras. Estaba a punto de explotar cuando se detuvo, poniéndose encima mío, haciéndome sentir muy erótica y lasciva al saber lo que iba a pasar. A pesar de lo corpulento que era, su peso era un jirón del cielo. Notarle sobre mí me produjo un éxtasis como no había conocido nunca.

Le dije que fuera con cuidado, que la primera vez costaba meterla, y le ordené que me penetrara de una vez. Ya no podía más. Se la cogió con una mano y cuando su glande tocó mis labios vaginales se aferró a mí, rodeándome con su cuerpo. Hizo presión, consiguiendo introducir su glande en mi gruta y luego meter el resto hasta tenerme totalmente penetrada. Lancé varios suspiros y jadeos de placer al ver que por fin lo tenía para mí, que al fin era suya. Le dije "muévete", y obedeció. Su bombeo era muy lento, lo normal en un joven inexperto, pero para mí era el momento más increíble de mi vida. Mi niño me tenía penetrada, me hacía el amor con los cinco sentidos, con más incluso. Pasó sus brazos por debajo de los míos para abrazarme y volvimos a besarnos mientras me encontraba en el jardín el edén con la polla de mi hijo entrando y saliendo del mismo lugar donde antaño él había salido a la vida. Aplastó mis tetas con su pecho, con mis pezones frotándose contra su vello, dándome sensaciones nuevas a cada segundo. Recosté mi cabeza en el hueco de su hombro tras atraerlo hacía mí y al oído le decía "sigue amor mío, hazme el amor…hazle el amor a tu madre, gózame como yo gozo contigo". Su respuesta se traducía en una larga cadena de jadeos que le salían casi incontrolablemente. Mi coño recibía su polla a la perfección, acompasándose en cuanto yo empecé a menear algo las caderas para ir a ritmo con él. Nuestro baile del amor se prolongó largos e interminables minutos de plenitud sexual, de un éxtasis de lujuria inigualable.

Como una onda expansiva que nos estallase en plena cara, nuestras sensaciones aumentaron a cada momento, haciéndose más fuertes, más poderosas…yo estaba en plan salvaje, le chillaba que se corriera, que me hiciera gozar cuanto antes. Moviéndose con más rapidez embistió y embistió en mis entrañas hasta que entre verdaderos gritos de placer se corrió y noté como su semen se descargaba por primera vez. Fue una eyaculación copiosa que alargó el orgasmo por un espacio de tiempo inmemorial. Empujó unas últimas veces con golpes secos, descargando un poco más, queriendo que nunca acabase. Luego se derrumbó sobre mí y lo acogí en mis brazos, rodeándolo con ellos y besándolo por todas partes, sin siquiera sacarla de mí. Me dijo "te amo" y me derretí. Mi hijo me amaba, me aceptaba como a su mujer. Me negué a dejar salir de mí aquella maravilla y nuevamente me hizo el amor como enamorados que éramos, gozando tanto que acabé teniendo varios orgasmos. Quise volver a mi cama no sin antes permitirle el capricho que tuvo de darme por el culo, de modo que me puse a cuatro patas y él se encargó de culearme mientras amasaba mis tetas y lamía mi cuello con una devoción que solo puedo describir de amor en estado puro. A mitad de enculada me cambió de posición y me senté sobre su polla de espaldas a él, con las piernas abiertas, con él echado a la larga pero recostado sobre la cabecera de la cama. Lo monté como él quería apretando su polla con mis nalgas, estrujándola, chillando de felicidad hasta que nuevamente descargó su semen en mis tripas y extenuados y sudorosos nos echamos juntos en la cama, plenamente abrazados tras amarnos toda la noche. Después de haber vivido aquello no quería irme de allí, no quería dejarle.

A la mañana siguiente desperté abrazada a mi hijo radiante de alegría. Había despertado antes que los dos hombres de la casa y bajé a la cocina a desayunar sin dejar de sonreír ni un solo segundo. Mi hijo bajó después y besándonos me preguntó si podríamos repetir lo de anoche. Le contesté que sería siempre suya, cuando quisiera y donde quisiera, y me hizo el amor otra vez allí en la cocina. Cuando mi marido despertó nos encontró en la mesa tomando el desayuno y se unió a nosotros sin sospechar nada, pero a los pocos días vino a decirme que había descubierto lo que había pasado entre nuestro hijo y yo, que él se lo había contado. Me quedé muy avergonzada, pero él me dijo que no le importaba ya que en nuestra juventud nosotros también habíamos hecho de las nuestras, y que quien mejor que yo para enseñar a nuestro pequeño los placeres de la carne. Llorando de felicidad le abracé y esa noche mi esposo y mi hijo la pasaron haciéndome el amor hasta que prácticamente reventamos. Desde entonces nuestro hijo duerme con nosotros y vivimos los tres juntos como una unidad, con un sentimiento de amor mucho más intenso que antes. Por otro lado, mi hijo hace tiempo que corteja a su amiga de la fiesta de cumpleaños y están muy enamorados. Él siempre me cuenta todos los chismes y todo lo que hacen juntos, lo que acaba llevando a que acabemos haciéndolo entre fantásticos arrebatos de pasión.

Ahora soy una mujer nueva y mucho más liberada que ama a su hijo en toda su plenitud y que disfruta del amor que éste me da. A todas las madres que lean esto, déjenme decirles lo siguiente: vayan con sus hijos, abrácenlos, bésenlos, acarícienlos, hagan el amor con ellos. Es algo fantástico entregarse de ese modo a tu propio hijo sabiendo que él estará ahí para ti, que siempre estará a tu lado. Nada en este mundo es más bello que el amor de una madre por su hijo, un amor puro y maravilloso que dura para siempre, ni el sentimiento de gritar a los cuatro vientos, con la mano en el corazón y la cabeza bien alta "Yo quiero a mi hijo"…

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