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Mientras llovía allá afuera

en Sexo con maduros

Mientras llovía allá afuera

Aun continuaba lloviendo, el golpeteo de las finas gotas de agua caían sobre el techo y sonaban sobre la chapa generando un sonido soporífero. Dentro de la casa, dos personas se encontraban abrazadas metidas en la cama calentita.

Los amantes se miran con afecto, aun sin dar crédito a todo lo sucedido...

Esa misma mañana, cuando la joven salió de su casa. Se encontró con un clima totalmente adverso, no se esperaba semejante aguacero. Para colmo de males, había salido hacia el colegio solo con el blanco delantal y una campera finita color roja.

Dio unos pasos en dirección a su destino de todos los días, sin embargo el tren detuvo todos sus planes. Los holgazanes de la locomotora estaban realizando maniobras, atrasando a toda la gente que deseaba pasar y desde lo mas recóndito de sus almas los basureaban de arriba hacia abajo.

En eso lo vio, no parecía la gran cosa. Pero algo de él le atrajo profundamente, ahí estaba parado con un paraguas en la mano; ropa color negra. Los ojos pequeños, ocultos tras unas gruesas gafas mostraban un brillo inquietante, pero no pudo determinar su color. Una sonrisa surcaba el rostro del hombre, al igual que una cicatriz en su ojo derecho.

Se acerco presurosa, metiendose bajo la protección que brindaba el paraguas. La lluvia no paraba, pero ahora no se mojaría. Un silencio solo invadido por el ruido de las gotas golpear una y otra vez sobre la tela del paraguas se cernió sobre los dos.

Los ojos de él miraron inquisidoramente a la joven, esta seguía sin percatarse de esto; al tiempo que esperaba ansiosa que el tren terminara de pasar.

Realmente es Ud. valiente o muy tonta, jovencita. Hablo repentinamente el hombre.

¿Eeeeh?...Ah, discúlpeme. Pero es que no quería mojarme mas. Replico algo sorprendida y acongojada la joven.

Aaaah, ¿y es por eso que busca refugio con cualquier extraño?. Inquirió el sombrío señor.

Jeje, no se...pero algo de Ud. me atrajo. Respondió sin ningún tipo de trapujos la chica.

Ju...juju...juahahahahahhaahahaha. El sujeto rió de buena gana.

La jovencita no entendía nada, solo miraba sorprendida como el hombre reía a mas no poder. Quienes estaban esperando miraron con curiosidad hacia el lugar de donde provenía la risa.

Niña, que buena broma me haz hecho. Hacia mucho que nadie me decía algo así, por lo general la mayoría huyen solo con verme. Comento el hombre.

El hombre se paro con firmeza, miro a la niña y le extendió la mano...

Alberto Hernández, mucho gusto. Dijo el hombre.

Deyanira López. Dijo la niña, mientras estrechaba con suavidad la mano del hombre.

Ahora que ya estamos presentados, dejamos de ser un par de extraños. Afirmo el hombre.

El tren por fin termino de pasar, la charla finalizo...tenían mucho por hacer. Cada uno volvió a su vida y a sus quehaceres. Las preocupaciones diarias volvieron a ocupar su lugar de privilegio en sus mentes.

El hombre sombrío se quedo mirando, como la niña reanudaba su andar presuroso. Se sonrió, mientras seguía camino a sus quehaceres. La chiquilla se sentó en su pupitre y se dispuso a escuchar la clase.

En otro lugar, Hernández se sentaba en su oficina... el aburrimiento de dirigir el negocio lo sobrepasaba. Por un momento dejo de leer los papeles, y se puso a mirar las fotos que colgaban en los cuadros que llenaban sus paredes.

Recuerdos inmortalizados en imágenes, ahí se encontraba el con sus amigos... la mayoría de ellos desaparecidos o muertos en combate durante la guerra de Malvinas.

Allí se encontraban todos, en ese entonces eran jóvenes e inexpertos. Los mandaron a una guerra sin sentido a uno de los lugares mas inhóspitos del país. Con temperaturas bajo cero, un mar picado con olas de mas de once metros y un clima de lo mas depresivo.

En otra foto, estaba el con su maestro. Tanto tiempo había pasado desde ese entonces que ya era casi imposible de recordarlo. Todo estaba allí, sin embargo...el ahora estaba ahí sin hacer nada. Era tan frustrante.

Suspiro y sin decir nada salió del complejo de oficinas de la empresa. Tenia que despejarse, además; esa lluvia le recordaba esos viejos tiempos. En ese entonces no le temía a nada ni a nadie. Ahora, estaba como un gerente de una empresa, lleno de papeles, con anteojos y muchas preocupaciones.

Sentado en un banco del parque, en la parte mas alejada del lugar... ahí estaba mirando el lago, mientras tanto la lluvia caía sin misericordia sobre la ciudad. Levanto la vista por un momento, entonces la vio...

Venia caminando sin prisa, riéndose...se había rateado de la clase, era obvio porque eran las diez de la mañana. Sin embargo estaba completamente empapada. Volvió su vista al lago, era muy probable que ella no lo recordase siquiera; sin embargo no fue así.

Hola, ¿Que hace aquí?. Inquirió la chica.

Creo que lo mismo puedo preguntarte a ti, ¿no te parece?. Respondió él.

Si, mejor dejémoslo ahí...¿Pero que hace aquí?. Volvió a preguntar la niña.

Estaba pensando, reflexionando sobre todo lo que he pasado. Comento el hombre.

Aaaaah, ¿pero no se va a enfermar?. Inquirió nuevamente ella.

Jejeh, puede ser. Pero no tengo problema con ello ¿y tu?. Pregunto él.

No, ninguno...!atchiis¡. No completo la frase.

Jaja, ven que te llevo a tu casa. Sino vas a enfermarte y no quiero reclamos sobre eso. Comento divertido Alberto.

No, no puedo volver a casa hasta las doce...¿que hacemos entonces?. Pregunto ella.

¿Perdón, hacemos?. Respondió el hombre.

Te llevo a mi casa, así veo como hago para secarte la ropa. Prometió él.

La familiaridad con que se trataban era pasmosa. Sin embargo algo los unía...se dice que hay personas que se conocen por poseer energías afines. Este podría ser el caso, aunque se trate de personas tan dispares.

Caminaron por la ciudad, esquivando los charcos y el barro. Al cabo de un rato llegaron al edificio en el que vivía. Subieron en el ascensor hasta el piso décimo, las puertas del artilugio se abrieron y ella lo siguió hasta la puerta de la habitación.

Entraron, el se saco los zapatos y fue directo al baño a sacarse la ropa mojada. Cuando salió, ella aun estaba ahí; mirándolo.

Vamos niña, pasa...mientras yo te busco ropa para que te pongas. Dijo el.

La chica entro en el baño, despojándose poco a poco de las prendas húmedas por la lluvia. Dos golpecitos en la puerta y luego se escucho la voz de él que le decía:

Aquí te dejo la ropa, luego dame tu ropa para secarla.

Si, en un momento. Respondió ella.

Cuando Deyanira salió del sanitario, el corazón le dio un vuelco al hombre. En ese momento se quedo mudo, por un momento la vio tan grande que parecía mayor. Sin embargo, la visión se esfumo al oír su voz todavía infantil preguntarle:

¿Y mi otra ropa?

La estoy secando, en un momento te la plancho y ya quedas lista para volver a tu casa como si la rateada no hubiera ocurrido. Prometió Alberto.

Se quedaron allí los dos, mirándose el uno al otro fijamente a los ojos. Como si de un duelo se tratase, ninguno quería aflojar. Repentinamente ella sonrió, el se quedo perplejo...era algo inesperado.

Como lo pensaba, no eres una mala persona . Puedo decirlo por tus ojos, que aunque están sombríos no tienen signos de maldad. Haz hecho cosas malas, pero no te enorgulleces de ellas. Comento muy resuelta ella.

Me dejas impresionado chiquilla. Muy pocos han visto lo que tu y aun menos son los que han permanecido aquí. Respondió él.

No lo sabia. Se ve que tienes pocos amigos. Comento Deyanira.

Tenia muchos amigos, pero ellos ya no están aquí. Pero eso ya no importa, coméntame mas sobre ti. Pidió Alberto.

No hay mucho por contar, soy una chica normal que cursa el segundo año del secundario. Tengo muchos amigos y me encanta charlar...me dejo llevar por mi instinto y hasta ahora nunca me ha fallado. Dijo la joven.

El se quedo mirándola, pelo largo de color castaño. Una carita casi ovalada, tez cetrina y unos vivaces ojos almendrados. Su ropa le quedaba grande a la niña que lo miraba curiosa.

Una súbita vergüenza les embargo. El se avergonzó, al sentir deseo por una niña; por otra parte ella también sentía lo mismo. No era algo bueno que se sintiera así de impulsada a amar a un hombre que le sacara tanta diferencia de edad.

El ambiente se puso algo tenso, la vergüenza dio paso al malestar. Las miradas se evadían, el nerviosismo se apodero de la chiquilla. El se levanto y fue hacia la cocina, dejándola sola por unos momentos.

La confusión reinaba en la mente de la mujercita, pero no pudo seguir en eso ya que el anfitrión volvía con su ropa prolijamente doblada y planchada. La dejo sobre la mesa y volvió a mirarla, pero esta vez con algo de desdén.

Ya todo esta listo, aquí tienes la ropa. Puedes cambiarte, por mi no hay problema. Dijo el hombre mientras evitaba mirarla.

Ey, ¿ahora vos te avergonzas?...bueno, mejor que sea así. Dijo ella, mientras tomaba las prendas y se dirigía rumbo al cuarto de baño.

El hombre se quedo ahí sentado, en silencio...estaba absorto, deliberaba; pensaba. Ajena a todo esto, la niña se cambiaba el uniforme. Mientras se preguntaba que había sido aquella sensación al sentir la mirada penetrante de ese hombre.

Cuando salió del baño, el hombre se paro y le abrió la puerta de su morada. Antes de dirigirle la mirada le dijo:

Si alguna vez deseas venir a verme, puedes sentirte libre de hacerlo.

La jovencita no dijo absolutamente nada, solo le devolvió una sonrisa para luego salir corriendo de esa presencia tan inquietante para ella.

El tiempo como siempre pasa rápido y no se detiene ante el deseo de nadie. La niña había crecido tanto física como mental y espiritualmente. Ahora era toda una mujer, independiente y con metas a cumplir.

Pero, como si el destino insistiera en unir a dos personas... la escena volvió a repetirse: Una mañana nebulosa, plagada de truenos y lluvia. Nuevamente un tren remolón que despertaba la ira y los insultos de la gente de a pie.

Un hombre algo sombrío, esperaba pacientemente a que el tren terminara con su exasperante rutina. Alejado de la multitud que lo excluía, el intentaba no mostrarse ni a sus marcas.

El hombre oyó unos pasos que se dirigían hacia el, pero les resto importancia. Una mujer se sitúo bajo el paraguas. Alberto estaba con los ojos cerrados, sentía algo que otros no buscaban... sin embargo la reconoció al instante.

Deyanira. Dijo casi en un susurro.

Si, soy yo. Respondió ella.

¿Que es lo que buscas ahora?. Pregunto el.

No lo se...creí que tu tendrías la respuesta. Dijo tímidamente ella.

La respuesta tu también la sabes, no te hagas. Respondió fríamente el hombre.

Si lo supiera no te lo preguntaría ¿no crees?. Respondió ella.

Ok, si queres veni conmigo. Respondió él.

La mujer se aferró al brazo de su ocasional acompañante. El abrió sus ojos y la miro calladamente, luego comenzó a caminar; el tren ya había pasado. Su mirada no había cambiado en lo absoluto, salvo por el brillo que ahora había en ella.

Llegaron al departamento de él y se sentaron a la mesa, mientras el agua para el café se calentaba. El le volvió a preguntar:

¿Cuál es el problema?

Vos sos ese problema. Respondió ella.

El hombre dejo de batir el café y la miro. Luego hecho a reír de buena gana, cerro uno de sus ojos y desde la cicatriz le miro. Con los cafés listos fue a la mesa, una vez en su asiento le dijo:

Por favor, ilústrame.

Es que, desde aquella vez que te vi...hace ya tanto. No he podido olvidarte. Confeso con súbita vergüenza Deyanira.

Esto es algo que no me esperaba, de veras. Respondió el, algo nervioso.

No se que es lo que me paso ese día, pero tu forma de mirarme me impresiono muchísimo. Comento ella.

¿Y que quieres que haga al respecto?. Inquirió él.

Bueno, para empezar quiero que me beses. Dijo ella muy resuelta, a la vez que lo miraba con pasión.

Alberto dejo la taza de café y avanzo hasta la otra silla, luego se puso en cuclillas y la miro a los ojos, al tiempo que con sus manos acariciaba la cara de la joven Deyanira.

Sin prisa y con delicadeza, beso a esa mujer. Sus labios encontraron reposo en los de ella, fundiéndose de una vez por todas en un ósculo casi imperceptible. Ella introdujo su lengua, buscando la de él.

Se mantuvieron largo rato así, jugueteando. Habían ansiado tanto el encontrarse así, ya no podían dar vuelta atrás. La lluvia seguía arreciando allá afuera, pero en ese departamento la temperatura ascendía. Los cuerpos de los amantes se entrelazaban como serpientes.

La ropa los incomodaba, contenía sus deseos de sentirse amados. Sin embargo, todo se hizo con delicadeza y casi con parsimonia. Poco a poco fueron desvistiéndose, como si buscaran retrasar el momento en el que hicieran explotar todo ese deseo.

Ella tenia toda la lozanía y firmeza de la juventud en toda su plenitud, él, por el contrario ya estaba entrando en el ocaso de su vida. Pero aun atesoraba algo de ese vigor que supo tener no hace mucho.

Se besaron nuevamente, mientras sus manos afiebradas recorrían el cuerpo de sus amantes. Las caricias que se prodigaban aumentaban en intensidad, mientras con sus besos casi se asfixiaban.

Cayeron al piso, así Alberto comenzó a besar cada centímetro de su amada con suma delicadeza y pasión. Los gemidos emitidos por Deyanira eran como la mas agradable de las sinfonías para los oídos de él, que no cejaba en su afán.

Ella ardía completa al sentir el cuerpo de ese hombre que tanto había deseado. Lentamente fue introduciendo uno de sus dedos en el empapado coño de la mujer que instantáneamente profirió un gritito.

El no se inmuto, continuo con su labor; sabia que poco a poco terminaría gustándole y no se equivocaba. Sin aviso, tomo las piernas de Deyanira y apoyando las piernas de ella sobre sus hombros la fue penetrando lentamente.

Con sus caderas el imponía el ritmo del acto sexual (parece de medico la frase ^^¡) por lo que ella solo tenia que soportarlo todo. Los envites de Alberto cada vez cobraban mas y mas fuerza, mientras con sus manos amasaba con deseo los pechos de esa mujer.

Los ojos de él parecían hechizarla, había algo en su mirar que la subyugaba por completo. Sus cuerpos mantenían un compás que no cedía un ápice en su intensidad y que solo lograba arrancarle gemidos de placer a los amantes.

El sudor los cubría por completo, el ambiente se enrarecía y ellos eran los actores principales. Alberto no podía soportarlo mas y termino por vaciarse por completo dentro de ella. Deyanira dio un respingo y perdió el sentido... la voz alarmada de ese hombre fue lo ultimo que oyó.

Cuando abrió los ojos, estos empezaron a llenarse de lagrimas... él aun estaba ahí con ella. No había sido mentira, Alberto la miro y sonrió...

El clima seguía igual, pero pronto la calma volvería, mientras tanto ellos seguirían amándose.

...

Ese día nebuloso, como otros tantos días invernales; igual que en otros tiempos. El tren seguía deteniendo el transito y la gente impaciente esperaba a que la mole de acero se moviera al fin.

Un hombre se mantenía alejado del resto, esperando bajo su oscuro paraguas el momento para pasar. La ropa al tono le hacia parecer casi fantasmal... Unos pasos pequeños y apresurados se acercaban a toda velocidad hacia él, de un salto la pequeña niña cubrió la distancia que la separaba del hombre y mientras reía le decía:

- Buuuuu Papá.

Hasta aquí el relato, espero que les guste. Esta vez busque darle un giro diferente a la historia, si lo logre o no depende de Uds. ^^

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