Justicia sin precio
El Ministro de asuntos internos se encontraba en su despacho, atareado por sus múltiples trabajos y responsabilidades. Tenia un país que sacar adelante y poco tiempo para hacerlo, las potencias mundiales hacía tiempo ya que tenían gobiernos constitucionales.
Ellos aun discutían sobre ¿donde quedaría todo el poder, en la capital o disperso por todo el territorio?, discusión vana pero que los tenía divididos. Pese a sus esfuerzos, ese acaudalado comerciante se interponía... como muchos otros deseaba ese poder que él detentaba ahora y que lo consumía en su tarea de traer bienestar al pueblo.
Era un hombre recto, que no se había dejado corromper por el poder; uno de los pocos que nadaba contra la corriente de tanta corrupción. Lo preocupaba el termino de su mandato, que día a día se acercaba mas y mas ya que era consiente que nadie además de él compartía su pensar y sentir.
Esa mañana salió hacia una entrevista con un importante funcionario y nunca más volvió. En el camino su carruaje fué tomado por un grupo de facinerosos que no dudaron no solo en robarle, sino también en quitarle la vida.
La noticia se esparció como una explosión por toda la capital y no tardo en llegar a oírse en todo el país. Muchas hipótesis se tejieron sobre el hecho, sin embargo ninguna cobró fuerza... al menos para el común de la gente.
Yo pase a estar a cargo de un nuevo patrón, este nuevo Ministro resultó ser como todos los políticos de su época, solo un inepto sediento de poder. Vi con asombro como se entrevistaba con la peor calaña que pueda haber y hacer trato con ellos.
También estuve presente cuando vi como ordenaba mandar a matar a un deudor, lo veía regodearse con el sufrimiento de otros, mientras su bienestar crecía. Finalmente, una noche llego ebrio y termino por confirmar esa sospecha que yo siempre tuve.
El había sido el artífice detrás del asesinato de mi antiguo señor, se rió en mi cara cuando me lo dijo, mientras me ensalivaba con las gotas que salpicaba por su indigna boca.
Lo dejé durmiendo, mientras me volvía a mi hogar a despejar mi mente, sin embargo no pude hacerlo. Solo una cosa cruzaba por mi cabeza y eso me dio la resolución necesaria para realizarlo. Era necesario que la justicia volviera a impartirse, no habían dudas en mí.
Esa tarde uno de sus subordinados entró en su despacho con el rostro demudado, se hallaba alarmado por el estallido de una nueva guerra dentro de la nación. De este pequeño estado que empezaba a abrirse paso en el concierto mundial.
Se trataba de un hombre bajito y de complexión ancha, veía sus ojos ateridos mirar hacia todos lados, mientras decía:
Aquí ya no es seguro, creo que mejor huiré a otro país... Brasil debe ser mas seguro, creo que me iré ahí.
Mientras ellos se encontraban distraídos, me dirigí hasta la sala de armas y tomé al fiel compañero de mi señor. Desenvaine su sable, alguna vez yo también fui un hombre de armas y luché por la revolución de este suelo.
Cuando abrí la puerta del despacho, me había desecho de la vaina y acabe con el que tenia mas cerca mio... en este caso el subordinado. Su cabeza cayo desprendida de su cuerpo un corto trecho, mientras de su cuello brotaban sendos chorros de liquido vital.
Hay un lugar mas seguro que ese, le dicen infierno. Dije en un arranque de ironía.
Mi señor me miró con miedo y se apiño contra la pared de la biblioteca, mientras interponía entre el y mi presencia su mano, como queriendo tomar distancia; intentando alejarme de él.
Luego, creo que presa de la desesperación cometió su ultimo y peor error; me creyó igual a todos sus subalternos y servidores.
Te..tengo mucho dinero, te daré lo que quieras, pero por favor...perdóname la vida. Me imploro con los ojos llenos de lagrimas.
Esa fue la gota que colmo mi paciencia, sé que no soy mas que un servidor de mi país; pero nunca he sido un perro de otros. Lo miré con una furia inconmensurable y entonces se lo dije:
Se puede comprar a un perro con comida, se puede comprar a un hombre con dinero. Pero no hay nada que pueda comprar mi rectitud.
No se escucharon mas comentarios, solo un grito de muerte ahogado de repente. Retiré la hoja del sable de mi antiguo amo de las entrañas de ese indigno, lo abrí desde la cabeza hasta el pecho, ahí lo deje... sentado en el suelo y luego me fui de allí.
Nuestros gobernantes son del tipo de personas que luego de probar el sabor del poder se dejan corromper por el dinero. Se vuelven arrogantes y pretenciosos, al igual que inescrupulosos. No dudan en utilizar cualquier medio para lograr sus objetivos, ya que así lo ven mas fácil que lograrlo de la forma recta y honrada.
Sin embargo, en este mismo orgullo esta la semilla de su destrucción y muchas veces se embarcan en empresas que se transforman en su ruina. Un gobernante precederá a otro y un imperio se, levantará en lugar de otro pero ninguno quedara... Solo Dios determina el destino del mundo.
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